Capítulo XIX
Con el mismo sigilo que el día anterior, Oliver abandonó el domicilio, apretando las manos en el interior de los bolsillos para aferrarse a la suavidad del obsequio de Abby. El frío viento le recibió nada más salió al exterior. Al principio, inició una caminata normal, pero conforme fue avanzando, aceleró hasta perderse en una correría.
Era tanta la ansiedad que sufría, que no vio un charco de escarcha que se cruzó por su camino, culpable de que resbalara y perdiera el control de sus pasos, hasta que chocó con las manos en una de las paredes del hotel.
El vaho que salía de su boca estaba presente en el ambiente helado, el que él observó durante un corto lapso de tiempo, hasta que dejó de apoyarse en la pared y rodeó la esquina del hotel, casi sintiendo que su corazón explotaba al saber que ella estaba tan cerca.
Allí estaba ella, apoyada de espaldas a una de las columnas de la parada del autobús, con las manos en los bolsillos de un abrigo rosa con pelos blancos en la capucha. En cuanto le vio llegar, sus labios manifestaron una sonrisa y comenzó a cortar la distancia. Sin embargo, la mayor distancia, la borró Oliver y la abrazó con todas sus fuerzas, mientras hundía el rostro en su pecho, sintiéndose dichoso de estar por fin de vuelta a su refugio.
—Oliver, eres tan tierno —le dijo Abby, totalmente encantada con su actitud, mientras le estrechaba del mismo modo —¡Yo también me alegro mucho de verte!
Envolviendo su figura con los brazos, comenzó a dar vueltas patosas junto a él, víctima de una emoción muy grande que le hacía sonreír dichosa.
Aquellos encuentros eran en verdad un tesoro que se hacía más grande cada vez que Oliver demostraba apreciarlo más.
—Y, dime, ¿estás preparado para un nuevo look? —Abby cerró el índice y el dedo corazón, simulando que tenía una tijera en la mano.
Había sido tan intensa la necesidad de regresar a ella, que Oliver había llegado a olvidarse de la propuesta que había aceptado, pero aún cuando un nerviosismo comenzó a asecharle, estaba agradecido de poder estar un día más junto a aquella persona.
—Vamos.
Se dejó llevar por los tirones suaves, que le dirigían hacia el vehículo.
—¡Espera un momento!
El ronroneo del motor de un coche — que hasta entonces había estado ausente de los oídos de Oliver — hizo que su ser estremeciera en el preciso instante en que sintió que era retenido del brazo por alguien más.
—¿Se puede saber a dónde vas, Oliver? —las pupilas de su tía se clavaron en él como agujas. —¿Acaso eres tú la que ha estado incentivándole a que no vaya a clases? —miró a Abby muy irritada.
Oliver era incapaz de pronunciar palabra, porque estaba perplejo, prisionero en los ojos de su tía.
¿Por qué ella estaba allí? ¿Acaso le había seguido? No, no, rogó, sintiendo que la desesperación le formaba un nudo en el esófago. Su tía iba a arruinarlo todo.
Abby, la que también estaba perpleja por la forma repentina y brusca con la que le habló aquella mujer, percibió un profundo temblor que provenía de la mano de Oliver, la que se le aferraba al brazo.
—Señora, —miró a la mujer con una sonrisa, un vano intento de apaciguar la furia que habitaba en su mirada — yo, en ningún momento, he tenido la intención de perjudicar a su hijo, yo solo...
—¡No es mi hijo! —negó de inmediato, haciendo notable el desagrado que dicha equivocación sembró en ella —Es mi sobrino.
—Entiendo —asintió, sin dejar de estrechar la mano de Oliver —Entonces, como le decía, no es mi intención perjudicar a Oliver, si no todo lo contrario. Yo solo quiero ayudarle.
—¿Ayudarle? Que falte a clases no le va a ayudar en nada —no sonreía, la crueldad era intensa tanto en su expresión como en su voz.
—Sé que los estudios son muy importantes, pero más importante es la vida de Oliver. Él no está bien, y es por ello que yo quiero ayudarle.
Abby hablaba con el corazón, sin dejar que la mirada de aquella mujer la intimidara o la hiciera desistir de su deseo de salvar a Oliver.
—Ah, así que es usted psicóloga —su expresión se suavizó, pero no por alivio, si no porque se había percatado de que les había asaltado con una actitud muy agresiva.
—No, no lo soy —negó —Pero aún así quiero ayudar a Oliver.
—Señorita, sin intención de querer ser maleducada, no basta querer ayudarle, se tiene que saber respecto al tema. Además —alzó ligeramente la comisura de los labios, dando la imagen de una tía ejemplar —Oliver no necesita de ese tipo de ayuda, te lo aseguro. Es apenas un adolescente que sufre los síntomas de las hormonas, y como tal, es normal que lo hayas visto algo deprimido. Porque eso fue lo que pasó, ¿verdad, Oliver? —le sacudió la mano, y como un títere, él asintió de inmediato —¿Ves? Eso es lo que te decía. Lo de faltar a clases fue algo más de su rebeldía. Siento que te haya causado molestias.
Tiró de su sobrino, pero él no mostró intenciones de seguirla y Abby tampoco le soltó.
—Oliver, vámonos a casa, no es recomendable andar por la calle con el frío que hace. Además, sé que no has tomado el desayuno —le habló con fingida dulzura, acariciándole el brazo con el pulgar.
Oliver continuó mudo, pausado junto al puente, perdido en el ronroneo del motor del coche de su tía, el que se mezclaba con el ruidoso río embistiendo contra las enormes piedras. El brillo del sol resplandecía por entre las rendijas que habían dejado las nubes. Ningún copo de nieve descendía aquella mañana, pero el frío persistía del mismo modo.
—Oliver —insistió, perdiendo la calma aparente —Sabes muy bien que si sigues con esa actitud, lo único que vas a conseguir es darme problemas. ¿Y eso es lo que quieres? —trató de mirarle a los ojos, pero él la evitó, una actitud que le pareció sumamente irritante.
—Señora, —Abby sintió la necesidad de protegerle, porque era evidente, que él no podía hacerlo—por favor, deje que Oliver se quede conmigo, insisto en querer ayudarle.
—En caso de que Oliver necesite ayuda, sería recomendable que recurriera a un psicólogo. Y tú, no eres psicóloga. —sentenció — Oliver, ¿vas a seguir con esta actitud? ¿Qué haras en el futuro sin estudios?
—Señora, Oliver todavía es joven, lo primordial es que esté bien y luego...
—Le voy a pedir que deje de meterse en donde no le dice respecto. Soy yo la que lleva cuidando a Oliver durante años —dirigió a ella una mirada llena de estupor —Y hasta que él no sea un hombre independiente, yo mando en todo lo que a él respecta.
—Oliver está a punto de cumplir los dieciocho.
—¿Y? Todavía seguirá dependiendo de mí. Y sin estudios, ¿esperas que alguien lo contrate?
—Está bien, —asintió — en ese caso, no tiene que preocuparse en cuidarlo después de que cumpla los dieciocho años, porque yo me haré cargo de él.
Aquella fue una decisión que tomó en aquel preciso instante, y ella misma reconocía que era una aútentica locura, pero estaba totalmente entregada a ayudar a Oliver, y su decisión, causó impacto tanto en en Oliver como en su tía.
—¿Cómo? —su tía pestañeó, saliendo del estado de sorpresa y formó una sonrisa burlona—¿Dices que vas a hacerte cargo de Oliver? ¿Acaso te lo vas a llevar a vivir contigo y le darás de comer gratuitamente y pagarás todos sus gastos?
Sonaba a chiste. Nadie en su sano juicio se haría cargo de alguien con quien no se tiene ningún tipo de conexión. Si su sobrino fuera "normal", habría llegado a la conclusión de que eran pareja, o que ella lo deseaba por su hermoso semblante, pero Oliver era del todo indeseable.
—Así es. Yo tengo trabajo fijo, y aunque no vivo sola, no tendría problemas en arrentarme algún estudio o un pequeño apartamento —aseguró sin titubear, manteniendo firme la mano de Oliver en la suya.
La mujer se llevó la mano a la frente, sintiendo unas enormes ganas de reírse. Típico de crios hablar así.
—Y por el futuro laboral de Oliver, tampoco tiene que preocuparse, mi familia tiene una peluquería, así que tan solo tendría que enseñarle todo sobre el oficio y pagarle un curso para que se saque el título.
—Y estás segura de que tu familia lo va a contratar —la situación le parecía un aútentico chiste, sin embargo, no podía dejar de pensar en lo maravilloso que sería si realmente ocurriera, ya que eso significaría quitarse de encima a Oliver para siempre, y más temprano de lo que imaginó. —Si en verdad tu familia está dispuesta a contratarle, yo misma le pagaré el curso, y por sus gastos, de eso se ocupará su padre, ya que le corresponde hasta que Oliver sea independiente —dijo seriamente, cruzando los brazos —Y respecto a tu salud mental, Oliver —miró a su sobrino, el que insistía en seguir cabizbajo —Voy a marcarte una consulta con un psicólogo, para que hables con él y te dé el justificante, para evitarnos los problemas.
Oliver sentía que le iba a explotar la cabeza. Sabía que debía de negarse, ya que no podía depender de Abby de esa manera, pero no pudo hacerlo, porque huir de su tía le pareció un verdadero sueño, y quería vivirlo, aunque fuera de un modo tan egoísta.
—Oliver —su tía aguardaba una respuesta, por lo que él apenas asintió —Bien, en ese caso, hablaremos después. Yo soy Lucía —miró a la chica con seriedad.
—Yo soy Abby, un placer conocerla —tendió la mano y Lucía se la estrechó, mostrando por fin una sonrisa; una realmente sincera, ya que se sentía feliz ante la ilusión de liberarse de aquella carga.
En cuanto Oliver saliera de su vida, no le buscaría ni se preocuparía por él. Si las cosas le salieran mal, no le abriría las puertas de su hogar, porque ya no sería obligada a velar por él.
—Bien, ya debo irme a trabajar. Gracias por preocuparte por mi sobrino y lamento si actué de un modo un tanto brusco, es me preocupo por él —acarició la cabeza de Oliver con falso cariño, sonriéndole como si le prodigara amor.
—No se preocupe, es normal que se preocupe. Yo agradezco que confíe en mí —aunque Abby le habló amablemente, sabía que aquella mujer no era sincera en lo más mínimo y que en verdad deseaba librarse de su sobrino.
No podía ocultarlo cuánto lo detestaba.
—Nos vemos después, Oliver.
Lo único que recibió de él fue una afirmación silenciosa, y tras darles la espalda, no pudo evitar sonreír sintiendo por primera vez en mucho tiempo, que podría llegar a ser verdaderamente feliz.
Oliver se la quedó mirando, víctima de una enorme tristeza, y su mirada se quedó flotando en el breve humo que escapó por el tubo de escape, después de que su tía se alejara en el vehículo.
—Oliver... —Abby le llamó y lo abrigó entre los brazos, sintiendo que su dolor le rompía el corazón, y Oliver supo que junto a ella estaría bien. Solo con ella.—¿Te apetece un bombón de chocolate y almendras? —Le ofreció, sacándolo del bolsillo de su abrigo.
No le respondió, apenas se la quedó mirando, sintiendo que lo que recién ocurrió era un sueño. Se sentía tan atontado como si se hubiera golpeado la cabeza.
—¿Oliver? ¿Acaso no te gustan? —ella le miraba con una intensidad que parecía querer sumergirse en sus ojos.
—Sí —respondió con voz débil y tomó el dulce envuelto en un papel azul brillante, pero no se lo comió, apenas lo dejó en la palma de la mano.
Abby le guió hacia el interior del vehículo, recordándole que tenía una cita marcada con la mejor peluquera del mundo, pero él no la escuchó, pues su mente apenas repetía la conversación reciente.
Su corazón le repetía constantemente lo tanto que le odiaba su tía y le dolía. Por más que no quisiera, le dolía.
—Hey, Oliver, puedes comerlo que tengo más en el bolso —le mencionó ella al percatarse de que no se lo había comido.
Oliver asintió, decidido a satisfacerla, pero cuando guió los dedos hasta la mascarilla, estremeció por el pánico. Por un instante, se había olvidado de ese detalle, y Abby también.
—Lo siento, —Abby se discupó de inmediato—me había olvidado... No fue a próposito.
—No importa —Oliver supo que estaba diciendo la verdad, y aun con el temblor asechándole las manos, dejó el dulce en el cajón de su puerta.
Abby siguió conduciendo en silencio, sintiéndose aliviada porque la hubiera creído. Acomodó la espalda en el respaldo del asiento y estiró los brazos, mientras se aferraba al volante con fuerza.
Nunca se le había pasado por la cabeza hacerse cargo de Oliver, y no es que estuviera arrepentida, y menos después de haberse dado cuenta que a su tía su sobrino no le importaba en lo absoluto.
No sabía qué decir, ni tampoco tenía cabeza para pensar al respecto, ni estaba con ánimo para bromear, así que decidió mantenerse callada, alimentando el ambiente con la música almacenada en su pen driver, haciendo que el trayecto hasta la peluquería fuera menos monótono y pesado.
Si su tía era quien cuidaba de él, significaba que su madre ya no seguía con vida. Eso explicaría la actitud de Oliver cuando se mencionaba esa palabra.
Está solo. Susurró Abby mentalmente, y estuvo a punto de llorar, pero se contuvo.
En la zona de Escaldes, más allá de la calle donde el tránsito había sido prohibido, Abby pulsó el botón rojo de un pequeño mando y la puerta de un garaje comenzó a abrirse, mostrando una carretera que descendía bajo tierra.
—Este es el edificio donde vivo —le explicó, tratando de sonar lo más positiva posible—Dejaré aquí el coche porque ya sabes cómo es Andorra con los parkings, pero no te preocupes, la peluquería está aquí mismo.
Aquella era una de las razones, que habían hecho que Oliver dudara respecto a aceptar su ofrecimiento. Sabía que aunque el local estuviera cerrado, tendría que toparse con algunas personas por el camino, pero aún así había aceptado, conllevado por un sentir que por veces se sobreponía al miedo.
Abby detuvo el vehículo en la plaza 4A y antes de mirar a Oliver, se tragó un largo suspiro. Sabía acerca de la afobia social de Oliver, y era por ello que llegó a creer que su idea había sido una mala idea, pero, quería creer que todo saldría bien.
—Hey, Oliver —al mirar sus manos protegidas por los guantes, no pudo evitar sonreír, llenándose de expectactivas positivas—Está apenas a unos minutos de aquí, te lo juro.
Oliver no quería cruzarse con nadie, pero de todos modos, asintió.
—Y si estás preocupado por los resultados de tu corte, te doy la garantía de que te quedarás satistecho.
Le dio dos toquecitos en el dorso de la mano y salió del vehículo. Oliver salió casi al mismo tiempo, con algunos segundos de retraso, y en cuanto lo hizo, una sensación de mal estar le minó. La presencia de las personas proveniente del exterior, le envolvía como el crepúsculo.
—Está cerquita —Abby se adueñó de su mano y le instó a seguir adelante.
Los pasos de Oliver eran temblorosos, pero no se negó en seguir adelante. Estaba acostumbrado a que las miradas le denigraran hasta el punto de hacerlo correr en busca de un agujero en el que ocultarse, pero aquella tarde, bajo líneas de sol, se sintió más visible que las otras veces. Su mirada se arrastraba por el suelo, pero podía sentir a las personas cerca; era consciente de su movimiento, del tumulto de la ciudad.
Un baile de voces bailaban en el ambiente, quedando por encima de cualquier ruido, en compañía de las risas malévolas que le atizaban, por lo que se detuvo en la acera, sofocado por el fino tejido que le rasuraba la respiración.
—Hey, —Abby envolvió su otra mano y se paró frente a él, con el deseo de que solo la mirara a ella — ya estamos cerca. En verdad falta muy poco. Confía en mí, ¿vale?
Oliver confiaba en Abby, así que intentó seguir adelante; arrastró el pecho derecho, sin embargo, volvió a detenerse quando fue interceptado por el semblante oscuro de su tía. La mujer que lo cuidó, le había dado la espalda, y si Abby desisitía de él, se vería realmente desamparado, y ese pensamiento era realmente sofocante.
—Oliver, tranquilo, yo no voy a desistir de ti. —le dijo Abby, sin necesidad de que él le confesara sus pensamientos—No voy a dejarte solo. No sería yo si abandonara a alguien que me importa tanto.
Oliver la miró con todo el peso de la desesperación, a punto de perderse en un largo llanto.
—Quiero cuidarte, y eso es lo que voy a hacer, Oliver, así que no pienses en ningún momento que eres una carga, una molestia o cualquier cosa semejante, porque no lo eres. Para mí, no lo eres. —le envolvió con fuerza, haciéndole saber que estaba allí, y Oliver le entregó su confianza en el momento que la abrazó.—¿Vamos? —se separó un poco, en busca de sus ojos verdes, los que desaparecieron por un breve instante tras sus párpados en un asentimiento.
Todo bullicio o ruido proveniente de las personas desapareció de su audición. Sus presencias se apagaron, al igual que las edificaciones, los vehículos, todo lo construído por la mano del hombre. Los ojos de Oliver a la joven que para él significaba su guía y su sustento; su refugio.
—Y bueno, tengo el honor de presentarte mi peluquería familiar.
Como si su visión hubiera cobrado vida, Oliver comenzó a depararse con la imagen del establecimiento. Las sillas negras mullidas frente a los espejos con el instrumental necesario para los diferentes cuidados capilares; eran ocho asientos para los clientes, y habían otras sillas distintas, pero igual de cómodas, junto al balcón de madera robusta y oscura dirigida al atendimiento y pago. Las paredes eran blancas, excepto la que quedaba detrás del balcón, donde había una hermosa pintura de una mujer sentada en el borde de una fuente de piedra, que deslizaba los dedos por el agua cristalina; su cabello parecía fuego dada a la saturación del sol bañándolo, y sus ojos, grandes y de un verde intenso, destacaban en la obra de arte. El establecimiento era alargado y rectangular, no muy grande, pero tampoco pequeño, y aunque no era día laboral, el ambiente rebosaba de un agradable aroma.
Abby tenía consciencia de que Oliver se había fijado en la pintura, tal y como la mayoría de los clientes, y quiso confesarle que la artista era su madre, pero como no lo hizo porque sabía el daño que esa palabra le causaba.
—Bueno, en cuanto quieras empiezo con mi labor —Abby dejó el abrigo sobre una silla y se subió las mangas de la ropa.
Estaba totalmente segura de su habilidad, y hacía tiempo que había dejado de sentirse nerviosa en la labor,pero, aquella tarde, se sentía tan agitada como la primera vez. Tenía miedo a que Oliver no le gustara el resultado y se desanimara.
Luego de cerciorarse de que las cortinas de plegados estaban cerradas, manteniendo su existencia en secreto, Oliver volvió la mirada hacia ella, la que formó una sonrisa de entusiasmo en un intento de esconder cómo se sentía.
—La verdad es que ya tengo pensado un peinado, pero como es tu cabello debes de ser tú quien decida, pero si no tienes ni idea de lo que quieres, allí tengo varios libros con excelentes cortes —se dirigió a una mesa que estaba entre dos sillas y tomó uno de los libros de la pila —en esta hay algunos chicos que tienen el cabello tan oscuro como el tuyo —mencionó, acercándose a Oliver mientras pasaba páginas —Mira, este tiene unos ojos parecidos a los tuyos.
La imagen de un chico de grandes ojos verdes y cabello negro, apareció ante su mirada. Eran esos dos los únicos detalles que tenían en común, ya que el chico de la revista era modelo, y como tal, tenía un rostro perfecto, digno de ser lúcido, totalmente lo opuesto a él.
—Aunque, este chico no tiene unas pestañas largas y gruesas como las tuyas —mencionó Abby, señalando.
Abby se le acercó tanto, que Oliver no pudo evitar observarla con detenimiento.
—Oliver, ¿sabes que tienes un pequeño punto en el iris del ojo derecho? —Abby señaló el ojo con el índice, mostrándose fascinada por el descubrimiento. Al parecer, él no fue el único que se sintió tentado a observar —Además, alrededor de las pupilas, tienes un círculo estrecho de un verde más claro.
Oliver negó con la cabeza. Nunca se había fijado en esos detalles, porque la quemadura no le dejaba ver más allá. Porque en el empeño de odiarse a sí mismo, no podía percatarse de nada más.
—Pues sí, mi querido Oliver, tú tienes unos ojos hermosos. Y no solo eso, —Abby se sintió entusiasmada al halagarlo —tu cabello es tan grueso y tan negro, que me encanta, y no sabes lo entusiasmada que estoy por cortartelo —tomó unas tijeras y comenzó a abrirlas y cerrarlas con una mano, apoyada con la otra en un asiento de corte. Se la veía tan ilusionada como una niña que planeaba hacer una travesura.
Oliver la observó por un instante y luego comenzó a ojear la revista que ella le trajó, aunque en realidad no buscaba ningún corte.
—¿Ya tienes alguna idea de lo que quieres?
Salió de la distracción al escuchar la cercanía de su voz. Los ojos castaños de Abby se fijaban en el peinado de los modelos de ambas páginas, pero la ausencia de respuesta le hizo alzar la mirada, y Oliver encogió los hombros, incapaz de decidir.
—Bueno, en ese caso, ¿me dejas a mí la elección? —una sonrisa le bailó en los labios.
Sin nada que objetar, Oliver apenas asintió y ocupó el asiento que Abby le indicó.
—Antes de empezar, quiero dejarte claro que en ningún momento pienso pedirte que te quites la mascarilla —con sumo cuidado, deslizó las manos por debajo de la nuca del muchacho, apoyándola en el lavatorio —Así que, solo procura relajarte.
Para Oliver, fue sencillo cerrar los ojos, porque realmente confiaba en Abby.
Con un cuidado sumamente especial, Abby le mojó el cabello, vertió el champú y comenzó a frotarle la cabeza con la yema de los dedos. Parecía tranquilo, hasta que comenzó a lavarle detrás de las orejas. En ese momento, quiso huir, pero ella le retuvo.
—Solo te estaba lavando por detrás de las orejas. Confía en mí, Oliver. Nunca pienso quitarte la mascarilla —le aseguró, y deslizó los dedos en una tierna caricia por su nuca hasta la coronilla, calmándolo.
Le lavó dos veces el cabello, procurando darle cariño. Se demoró más que con cualquiera de sus clientes, pues era mayor la dedicación.
—Ahora, toca la parte más difícil —una vez sentado en otra silla, Abby se paró tras de él y agarró las tijeras—Miento, en realidad es de lo más sencillo, así que no te preocupes.
—No lo estoy.
Le resultó sencillo revelarle aquella realidad, y lo dijo con una expresión tan intensa, que Abby no pudo reprimir un estremeciento de alegría.
—Así que confías en mí —alzó el extremos de los labios, mostrando la más brillante sonrisa—Pues, tienes mi palabra, de que me esforzaré contigo mucho más que con los demás clientes.
Eso significaba demasiado para él.
—Bueno, antes que nada, te aviso que no te haré el corte ese de más rasurado a los laterales, ya que la verdad ya estoy cansada, de que por ir a la moda, todos los hombres me pidan ese corte, como si los otros se hubieran extinguido de la Tierra —formó una mueca de desagrado, colocándole una bata azul a su cliente especial —A decir verdad, te confieso que me quedo muy satisfecha de que tú no lo tengas de ese modo, aunque, he notado que tienes algunas partes en las que el cabello no está parejo —estrechó un mechón entre dos de sus dedos, comparando —El peluquero donde vas no es muy bueno.
Oliver no dijo nada, pero cierto desánimo se dibujó en su mirada, algo de lo que se percató la joven.
—¿Te lo cortaste tú? —preguntó de inmediato, presa de un apuro. Cuando él hizo un breve asentimiento, tuvo ganas de darse una bofetada por bocazas —Ah, vaya, es increíble. Digo, admito que tiene algunas fallas, pero que alguien sin experiencia se corte el cabello, es impresionante. Y es que, en comparación a muchos desastres que he visto en internet, tú logras desempeñarte más o menos. Y lo digo en serio, eh —le apretó los hombros, presa en su mirada de desánimo —Pero, como toda persona, necesitas de lecciones y práctica. Yo antes era un desastre rotundo, te lo dije antes, ¿recuerdas?
Tras enderezarse, Abby se mordió la lengua con la suficiente fuerza para recordarse que no debería abrir la boca antes de pensar.
—Pondré un poco de música —soltó de repente, dirigiéndose a la computadora que estaba sobre el balcón —Sé que hay clientes a los que les gusta escucharme hablar, pero estoy segura de que tú prefieres escuchar música agradable.
Estaba realmente muy equivocada, porque para Oliver, la mejor melodía era su voz, pero no lo reveló, por lo que un listado de baladas románticas, cantadas en inglés y otras en español, ocuparon el ambiente.
//Qué piensan de la decisión que tomó Abby?
Creeían que la tía de Oliver sería capaz de aceptar semejante propuesta?
Creen que el padre de Oliver esté dispuesto a pagar los gastos de su hijo después que este sea mayor de edad?
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