Capítulo XIII

Abby se mordió el labio inferior en el momento en el que vio a Oliver con los ojos cerrados. Por lo visto había tocado otro tema sensible.

—Yo cumplí veinte y dos el once de enero —confesó en un intento por enmendar su error.

Pero Oliver ya no podía escucharla, porque una vez más, las voces en su cabeza le atosigaban.

***

El pasillo del interior del edificio, estaba iluminado por las luces artificiales de las lamparas, lo opuesto a su apartamento, el que parecía haber sido engullido por el crepúsculo. Apenas se distinguía la frágil luz de una pequeña lámpara que estaba sobre una mesa en un rincón en la entrada. Dicha luz se reflejaba en el cristal de una foto colgada en la pared.

Alexa se detuvo ante aquella imagen, y aún con tan pobre iluminación, logró distinguir el rostro sonriente de su hermano en su infancia, y ella estaba acurrucada en su hombro y sonreía del mismo modo.

La felicidad se había esfumado por su culpa. Odiaba a Oliver. Su aparición había apagado la luz en su hogar y había lanzado a todos en un mar de depresión.

Dejó su llave sobre la mesilla, junto a la lámpara, y se desplazó al interior de su hogar. La cocina estaba vagamente iluminada por los restos del sol que estaba a punto de marcharse. Todo estaba en silencio. No se escuchaba ningún otro sonido más allá del ronroneo del frigorífico y el agua circulando por las tuberías.

Alexa se quedó allí parada, apretando los tirantes de su mochila y buscó la puerta de la habitación de su hermano y ubicó una línea de luz que se deslizaba por debajo.

A veces, Alexa había tenido el deseo de contarle a su hermano acerca de su venganza. Quería argumentarle lo tan patético que se veía, para hacerle entender que ya no debería de tenerle miedo. Incluso se le había pasado por la cabeza la idea de animarlo a vengarse por su propia mano, pero, hacía mucho que la comunicación con él se había complicado. A veces, daba golpecitos en su puerta con la esperanza de que le abriera, pero nunca obtenía respuesta.

La habitación de su madre, estaba sumergida bajo la absoluta oscuridad. En su mente, Alexa la visualizó dormida bajo los efectos de las drogas legales que consumía a diario en un intento por combatir la depresión.

Hacía mucho que así era su hogar, y no podía tolerarlo, así que se metió en su habitación y cerró la puerta.

—¡Maldita sea! —lanzó la mochila sobre la cama y comenzó a dar vueltas por la habitación, maldiciendo a Oliver, teniendo presente su rostro quemado.

Cuando supo lo que le había ocurrido a Oliver, Alexa todavía era una niña, pero se alegró muchísimo por ello. Era el castigo que se merecía. Fue eso lo que pensó.

—¿Por qué no vino ese imbécil? —refunfuñó entre dientes, dando vueltas continúas sobre sus talones —¿Se habrá tragado eso de que iba a quemarle la cara?

De repente, se detuvo ante la imagen del rostro de Oliver exhibiendo horror a causa de la pequeña llama del mechero que tenía frente a sus ojos. Dicha imagen, causó que la boca se le llenara de saliva. Le había dicho a Dyle que nunca tuvo la intención de quemar a Oliver, sin embargo, ella tuvo la intención de hacerlo.

Una estruendosa canción irrumpió en sus pensares., así que se sentó en la cama y se sacó el celular del bolsillo interior de su mochila.

Cuando vio de quién se trataba, formó una mueca de fastidio.

—¿Qué pasa? —contestó de mala gana.

—Alexa, quiero que me escuches. En serio, estoy preocupado por ti. Siento que si sigues así, puedes echar a perder tu vida.

Dyle sonaba afligido.

Alexa blanqueó los ojos. Su ex amigo era de lo más fastidioso.

—Voy a fingir que creo que estás preocupado por mí, y no por tu trasero.

—Alexa, ¡en verdad estoy preocupado por ti! —insistió desesperado — Últimamente he estado meditando sobre lo que hicimos. En lo que yo he hecho, y la verdad, es que estoy arrepentido.

—¿Qué? ¿Es en serio? —no pudo evitar reírse —¡Cuánto te has tardado en darte cuenta! O... ¿puede ser que ahora estés cagado de miedo?

—No se trata de miedo, sino de arrepentimiento. Esa es la verdad, Alexa. Además, creo que Oliver ya tuvo suficiente. Alexa, ha llegado el momento en que lo dejes en paz.

—¿Y qué pasa con mi hermano? ¿Y mi madre, eh? Mi familia es un asco y todo es por culpa de ese chico al que defiendes tanto.

Le ardía el estómago ante la sola idea de imaginar a Dyle defendiendo a Oliver.

Como si aquel maldito mereciera a alguien que se preocupara por él.

—No creo que pegarle o insultarle vaya a resolver esa situación. Lo que deberías hacer es hablar con...

—¡Mi hermano! —completó ella, soltando una risa repleta de sarcasmo —Dyle, llegas muchos años tarde. Olvídalo, mi hermano está perdido, al igual que mi madre. Ya no hay nada que se pueda hacer para arreglar esta familia, y todo es por culpa de ese...

—¿Acaso piensas que Oliver es feliz? ¡El tipo tiene la cara quemada y el cuerpo lleno de cicatrices! ¡Y encima recibe bullying en la escuela!

Alexa comenzó a reír sin descanso con la mano en la cara. No podía creer lo que estaba escuchando.

—Y esa preciosa reflexión sale de la boca del chico que disfrutaba de golpear e insultar al pobre muchacho —fingió estar emocionada, tan bien, que incluso sus ojos se cristalizaron —Me vas a hacer llorar.

—Soy un monstruo y todo lo que tú quieras, pero al menos sé reconocer mis errores —sus palabras se entrecortaban, parecía que estuviera desganado al hablar.

—Muy bonito todo lo que dices, en serio, has logrado tocar mi corazón congelado, pero, no eres un buen actor, porque es evidente el miedo en tu voz. Al menos, sé un hombre y reconoce que estás cagado de miedo.

Ella, por lo contrario, estaba absolutamente tranquila.

—Alexa, piensa lo que quieras de mí y de los motivos que pueda tener al decir todo esto, pero, piensa, ¿qué ocurrirá si a Oliver se le pasa por la cabeza la idea de suicidarse? ¿Acaso podrías convivir con su muerte?

Los párpados consumieron el azul de sus ojos. Imaginó a Oliver sin vida, tirado sobre un charco de sangre que emergía de un corte en una de sus muñecas.

No era la primera vez que imaginaba esa posibilidad.

Meditando acerca de ello, apoyó la espalda en el respaldo de la cama, ignorando a Dyle, el que insistía en nombrarla.

—Alexa...

De repente, un suspiro frío recorrió el hombro de Alexa, así que abrió los ojos.

—Alexa...

Sus ojos permanecieron perplejos ante la presencia de Oliver en su habitación. De cada extremo de sus labios, descendían dos hilos de sangre. Nunca antes, lo había visto tan pálido.

—Quería que me perdonaras...

Se tensó al sentir sus manos envolviendo el brazo derecho.

—Pero no lo hiciste. No me perdonaste. Terminaste siendo un monstruo peor del que un día fui...

—Es cierto. Soy un monstruo.

Su rostro evocó un profundo arrepentimiento.

—Pero me da lo mismo —Alexa dejó caer la máscara, demostrando satisfacción—No estoy arrepentida en lo más mínimo.

Sacudió la mano y se libró de la imagen de Oliver sin complicaciones.

—Dyle, me da lo mismo. Si Oliver decide suicidarse, es problema suyo. No siento ni una gota de lástima por él. Y stop —escuchó que Dyle se atragantaba tras la línea telefónica —Puedes insistir en hablarme de lo tanto que ha sufrido y bla bla, pero no pienso cambiar de opinión. Como dije, puedes estar tranquilo, no pienso mencionar que tú estuviste metido en esto, pero si te atreves a interferir, entonces sí vamos a tener un problema.

—¡P-pero, los chicos del instituto no son ciegos! Si ocurre algo, ¡no van a dudar en señalarme!

La desesperación en su voz, fue un deleite para Alexa.

—¡Por fin eres sincero! ¡Ya era hora de que confesaras lo tan cagado que estás!

—¡Pues sí, lo confieso! ¡No quiero ir a parar a una prisión de menores! ¡Así que, por favor, para con esto!

—Dyle, a ver si te metes esto en la cabeza, yo no voy a dejar de hacerle la vida imposible a esa abominación, así que ya deja de gastar aliento inútilmente.

Dyle enmudeció detrás de la conexión telefónica.

—Esta es la última vez que hablo contigo por las buenas. Te garantizo, que, como no me dejes en paz, voy a pasar a hacerte la vida imposible a ti también. Claro que no sería con violencia. Uhm, ¿cómo lo haría? —se llevó el índice a la barbilla, fingiendo estar pensando —Puede que les dijera a todos acerca de lo que trataste de hacerme la vez pasada en la que me citaste en el almacén del gimnasio.

—¡¿Qué?! —Dyle se escandalizó —¡Yo nunca he hecho tal cosa! ¡Estás mintiendo, Alexa!

—Dyle, todavía me duele el moretón que me hiciste en el brazo —se acarició el antebrazo, recordando un golpe que en realidad no había ocurrido —En verdad me duele... Bueno, es mentira —se rió —Pero sería capaz de hacerme daño a mí misma si me sigues molestando con tus mierdas de cobarde.

—Alexa, yo podría estar grabando esto y con ello probar mi inocencia. No vale la pena que me hagas chantaje.

Sonaba como si en verdad estuviera aliviado, el muy idiota.

Alexa suspiró con pesadez y meció la cabeza.

—Tienes razón, ni siquiera tengo necesidad de eso, porque, como tú bien dices, son muchos los testigos que nos vieron con Oliver fingiendo ser amiguitos, así que, si se te ocurre decirle a alguien, pues nos vamos los tres a la mierda. Así que, estoy tranquila porque sé que te estarás calladito. ¡Nos vemos, amigo, que tengas dulces sueños!

Colgó antes de escuchar su respuesta.

—Qué idiota —masculló, dejando caer el móvil en la cama. —No me das pena, Oliver.

Oliver parecía haber enmudecido definitivamente. Abby había soltado un par de chistes, pero no había logrado cualquier reacción. Oliver tenía los ojos cerrados, pero Abby sabía que no estaba durmiendo.

Minutos después, Abby decidió abandonar el parking y condujo de regreso a Arinsal. En el trayecto, Oliver abrió los ojos un par de veces, pero como no tenía ningún tipo de interés, prefirió descansar, aunque no logró quedarse dormido.

Una vez el vehículo se detuvo, volvió a abrir los ojos y descubrió que estaban en el parking frente al restaurante Surf. Pequeños copos de nieve descendían y algunos explotaban contra su ventana.

Abby se quedó en silencio, observando las montañas en la lejanía, hasta que volteó en dirección a Oliver. Curiosa, se alzó un poco del asiento y trató de ver alguna evidencia del acné que al chico le avergonzaba tanto, pero no logró nada.

El sonido de un estómago quejándose por la escasez de alimento, irrumpió en el ambiente.

—Lo siento, me había olvidado. Ahora mismo iré a buscarte algo para comer —Abby se dio un golpe flojo en la frente y sonrió —Tranquilo, yo comeré en el restaurante —señaló.

Oliver ni siquiera la miró, así que, Abby salió del vehículo y observó por unos instantes al chico, el que seguía con los ojos cerrados.

Tras dejar escapar un suspiro, se encaminó hasta el restaurante.

—Acné...

Esa palabra, escapó de los labios de Oliver. Lentamente, abrió los ojos y buscó el retrovisor exterior del vehículo, donde halló el reflejo de sus ojos verdes escrutando por encima de la mascarilla.

—Sí es horrible, ya lo sabes —citó aquella persona en su cabeza —Si ella ve eso, va a tenerte mucho asco —se burló.

—Oliver, te traje una pizza de cuatro quesos y un zumo de piña.

Abby había regresado, y traía consigo una caja de cartón y un envase de vidrio; en donde se podía apreciar el líquido amarillento.

—Tiene una pinta deliciosa. Mira —tan pronto como abrió la caja, el olor suculento del alimento alcanzó el olfato de Oliver, y en contra de su voluntad, le rugió el estómago —Vaya, me parece que acerté de lleno —se alegró Abby.

Oliver permaneció en silencio, observándola reír.

—Regreso en una hora. ¿Te parece? No te preocupes, no pienso regresar antes, te lo prometo. Y no creo que tengas que preocuparte por las personas, aparqué en este rincón para que estés tranquilo.

Oliver bajó la mirada al sentir los dedos de Abby sobre la mano derecha, deslizándose lento en una agradable caricia.

Lo siento. Lo siento, cariño.

Esas palabras surgieron en su cabeza, en compañía del rostro mojado de su madre. Ella también le acarició del mismo modo en una ocasión, después de haberle golpeado.

—Come antes de que se enfríe, ¿vale? —le sugirió Abby, antes de cerrar la puerta del vehículo, y tras un ademán de despedida, corrió hacia el interior del restaurante.

No había nadie paseando por las calles y pocos eran los vehículos aparcados en el amplio parking, así que, Oliver se quitó la mascarilla.

Evitó encontrarse con cualquier cristal que lo reflejara y decidió enfocarse en la pizza. El queso derretido le hizo la boca agua, así que comenzó a comer.

Era mucho lo que su estómago rugía, pero en cuanto devoró dos pedazos de pizza, se sintió saciado. Su apetito no era abundante, y la mitad del jugo que había bebido entre bocados, le llenó el estómago.

Estaba seguro, que en cuanto Abby viera lo poco que había comido, le molestaría.

—Es tu oportunidad para marcharte —le recordó la voz imaginaria de Alexa.

Su ser se consumió en un agudo temblor al percatarse de ese hecho. La muchacha que lo vigilaba se había marchado y estaría fuera durante una hora.

Según el reloj digital sobre la radio, faltaban unos doce minutos para que pasara el próximo autobús que se dirigía hacia las pistas de esquí.

Su pecho comenzó a hincharse con violencia a causa de las imágenes de él arrojándose por un precipicio cualquiera.

A causa del sudor y la ansiedad, se frotó la mejilla quemada. Estaba dudando. Tenía la oportunidad, pero aún así dudaba, porque aquella desconocida había surgido en su vida.

—No dudes. Lo mejor es terminar ya con esto —Alexa insistía. —¿En verdad crees que esa chica va a salvarte? Ella no sabe sobre tu cara, ni imagina lo tan monstruoso que eres. No hay esperanza, Oliver. ¡Vete ya!

Con el corazón enloquecido, Oliver salió disparado del vehículo.

Sus pasos desastrosos, causaron ecos en su interior, como si estuviera hueco por dentro. Lo que constaba a su alrededor, volvía a perder forma y los colores se mezclaban, pero él lograba divisar el camino hacia la parada del autobús, alentado por el fantasma de Alexa, la que estaba allí presente haciéndole de guía.

Cuando alcanzó el frío banco, se dejó caer, sintiéndose abatido, como si hubiera estado horas caminando.

Estaba temblando, pero no era el frío lo que lo angustiaba. Trató de borrar su ansiedad moviendo los dedos en el interior de las botas y abrió y cerró sus manos, pero no sentía cualquier mejora.

Las tinieblas que lo cubrían eran tan espesas, que solo cuando sintió una ráfaga de viento rozándole el rostro, es que fue consciente de que llevaba la quemadura al descubierto. De inmediato se llevó la mano a la barbilla, pero no sintió la textura de la mascarilla.

Entonces, recordó que se la había dejado sobre el asiento del copiloto.

—¡Oliver!

Sus ojos, captaron horrorizados, la figura de la chica que venía corriendo en su dirección. Esta lucía una expresión de pánico, pero él no pudo notarlo, porque no podía preocuparse por algo más que no fuera su cara quemada.

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