Capítulo XI
—¿Dónde has estado?
Fue lo que le preguntó su tía a Oliver en cuanto este entró en la vivienda.
—Por ahí —respondió sin emoción, pasándola de largo.
Una vez más huía para no ser interrogado.
—Es raro que salgas los fines de semana.
No hubo respuesta. Oliver siguió caminando por el pasillo hasta que llegó a su habitación, y como supuso, la mujer no le siguió ni buscó sonsacarle más información con respecto al asunto.
Tras deshacerse de su abrigo impermeable, Oliver se mantuvo en pie, consumido por sus oscuros pensares. Entonces, en un deje de lucidez visual, se percató de la existencia de su portátil. Visualizó en su cabeza toda aquella falsa conversación que había mantenido con Cat, la que creyó que existía para comprenderle.
Faltaba apenas un día para que la pesadilla acudiera a él. En un par de horas su rostro sería consumido por las llamas en su totalidad.
Esa horrible realidad le asfixió.
—¿Qué significa tu nombre? ¿Lo sabes?
Aquella sonrisa se manifestó en su cabeza.
Sintió un toque en su oído, y como si estuviera atrapado en aquel instante, volvió a escuchar las canciones a través del audífono, sintiendo como la misma calma de aquel entonces le embriagaba.
"Un nombre de origen latino que deriva de la palabra "olivo".
Personalidad:
Es pensativo y discreto. En el trabajo es muy puntual y perfeccionista. Suele ser más exigente consigo mismo que con los demás. En el amor es muy cariñoso y comprensivo."
Cerró la pantalla del portátil después de leer aquella tan inexacta definición. Estaban equivocados a su respecto. Él no era como mencionaba aquel texto.
—Eso se refiere al amor, y tú no puedes amar a nadie.
No podía acostumbrarse a las verdades de Alexa, pero las que en verdad le afligían eran las que la voz de su madre le citaban. No podía soportar el recordarla, porque todo recuerdo compartido con ella se trataba de violencia.
Al amanecer, las ojeras le pesaban. Tenía los ojos rojos e irritados. No había podido dormir ni cinco minutos en toda la noche. El fantasma de Alexa le había estado rodando, en compañía de la llama que nunca se extinguía. Su madre también había estado allí, expresando el odio de antaño.
—¿Oliver? ¿Qué haces todavía en la cama?
La imagen de su tía, la que tenía un grande parecido con su madre — salvo por el peso de los años — le hizo estremecer.
—No iré —fueron las palabras que pronunció con una falsa calma, ocultando el temor que quería asaltar su voz.
Desde la tarde anterior ningún objeto había cobrado una forma nítida. Todo parecía sacudirse a su alrededor, como si hubieran cobrado vida con el propósito de hostigarle.
—¿No te sientes bien? —cuestionó su tía poniendo la mano en su frente. —No tienes fiebre. ¿Es la cabeza?
La mujer no se molestó en ocultar la pesadez que le ocasionaba el tener que fingir que estaba preocupada por él. La amargura se había figurado más en su expresión tras su intento de suicidio.
Él se limitó a asentir.
—Esa no es excusa para faltar a clases, te tomas un paracetamol y estarás como nuevo. No te puedes dar al lujo de faltar por las buenas teniendo en cuenta tus horribles calificaciones. Vamos, levanta —profirió un breve tirón en su brazo y Oliver se sentó en la cama, sin ánimos de contradecirla.
En aproximadamente veinte minutos estaba listo para encaminarse al instituto, parado frente a la puerta de salida. Sus brazos permanecían tensos a los costados de su cuerpo como si estuvieran pegados.
Alexa en verdad estaba dispuesta a quemar su rostro en su totalidad, sin tener en cuenta los grandes perjuicios que eso ocasionaría a su vida.
—¿Qué haces ahí parado? Vas a llegar tarde.
Miró a su tía por un instante que sintió eterno, rogándole con la mirada, pero ella desvió la mirada, haciéndole saber que no le permitiría quedarse.
Subieron juntos al ascensor, pero no se hablaron ni tampoco se miraron.
—Hoy puedo llevarte hasta la parada de autocar —su sobrino la miró a través del reflejo del espejo del interior del ascensor y detalló muy bien su expresión amarga.
—No hace falta —negó él.
—De todos modos, voy para abajo, Oliver.
Ella no estaba preocupada, apenas quería asegurarse que él se quedaba en la parada del autobús.
—Sabe que le falta un cuchillo, pero le da igual —mencionó Alexa, recargándose de espaldas en la pared del fondo del ascensor, haciendo sonar el mechero continuamente.
Cualquiera se daría cuenta del hueco vacío del cuchillero, aún más después de haber evitado que suicidara. Ella sabía de su intento de ayer, pero no decía nada al respecto, porque en verdad deseaba que ocurriera. Quería que desapareciera.
Las puertas del ascensor se abrieron el piso -1 y ambos accedieron al garaje tras cruzar un pasillo corto. Sus pasos causaron un eco en el ambiente silencioso y cuando su tía pulsó el botón de la llave del coche, las luces de éste parpadearon en compañía de un sonido. Después ingresaron en el vehículo casi al mismo tiempo.
—¿Dónde está?
Oliver observó a su tía sin expresión.
—¿Dónde está el cuchillo? —completó ella el interrogante.
Antes de que pudiera responderle, la mujer le agarró la mano derecha y le arremangó las mangas de su ropa, y luego hizo lo mismo en su otro brazo, en busca de alguna señal de intento de suicidio.
—Lo perdí —confesó, desviando la mirada hasta sus manos.
—Lo perdiste —repitió la mujer, acomodándose en su asiento, y sin nada más que añadir, encendió el vehículo y salió del garaje.
El exterior estaba cubierto de blanco.
—¿Acaso quieres arruinarme la vida tal y como lo hiciste con tu madre?
Oliver se percató de que las manos de su tía estaban temblando sobre el volante.
—¿Acaso no has pensado en qué me sucederá a mí si te encuentran muerto y con esas manchas negras por todo tu cuerpo? —su voz sufría sobresaltos, evidenciando su estado de nervios que iba en creciente —Pero eso es lo que quieres, ¿verdad? Quieres arruinarme la vida.
Él observaba el exterior a través de su ventana, compuesto por edificios y la acera cubierta de nieve. El asfalto de la carretera estaba en buen estado. Algunas nubes parecían arrastrarse por el azul del cielo, dejando que los rayos del sol hicieran brillar la nieve.
—¡Oliver! —gritó la mujer, dándole un empujón en el hombro.
Él se sobresaltó por un instante, hasta que decidió mirarla, pero no dijo nada. Porque no había nada que decir.
—Te pasaste la parada —mencionó sin demostrar cualquier tipo de emoción.
—¡Ya basta! —la mujer apretó el acelerador con más fuerza, haciendo que el vehículo derrapara por un instante—¡¿Por qué me haces esto?! ¡¿Por qué te haces daño a ti mismo?!
Le agarró las muñecas con fuerza y comenzó a sacudirlo con violencia. Parecía una completa desquiciada.
—¡Yo no merezco esto! ¡Eres un maldito mal agradecido!
La vida parecía haberse extinguido de los ojos del muchacho y eso hacía que la mujer se sintiera cada vez más frustrada por su actitud.
Al final de unos minutos, dejó caer los brazos de títere de su sobrino, sintiéndose sumamente cansada y derrotada por su inexpresividad. Lo del cuchillo y las marcas en su cuerpo, todo eso servía para torturarla. Oliver lo hacía porque ella no lo quería, y es que esa era la realidad. En su corazón no había ninguna gota de amor hacia aquel muchacho, porque nunca querría al culpable de que su hermana se hubiera ido marchitando hasta que decidió cortar su propio tallo.
Aferrándose al volante con ambas manos, la mujer recordaba escenas del pasado en donde su hermana figuraba sonriente, mostrándose totalmente apegada a la vida, pero todo cambió cuando Oliver nació. Él mató su relación, su felicidad y al final a ella misma.
—Nunca debí aceptarte en mi casa, pero claro, eras mi sobrino, no podía abandonarte, y menos con esa cara... —sus palabras detonaban repulsa, además de un profundo arrepentimiento—Sabes muy bien que nadie te habría adoptado con esa quemadura que tienes, así que deberías de estarme agradecido de por vida, pero no, tú sólo sabes hacer daño a las personas.
Lo sabía.
—¿Sabes? Tu madre siempre fue una mujer alegre, nunca sufrió de depresión, hasta que llegaste tú. Ha ella la destruiste, pero a mí no vas a hacerme lo mismo —apretó el dedo índice contra el pecho del chico, clavándole su larga uña artificial — Ahora vete o perderás el autobús.
Oliver salió del coche en medio de la carretera y su tía no esperó siquiera a que se alejara para acelerar. Después caminó hasta la parada del autocar, la cual estaba a un par de metros.
Nadie deambulaba por allí. Aquella zona estaba desnuda de personas, salvo por un Jeep color gris que pasó en dirección a las montañas, dejándolo después en la absoluta soledad.
Cuando alcanzó la parada y se dejó caer sobre el asiento duro y frío, sintió como si su cerebro sufriera parpadeos, tal y como una bombilla en sus últimos instantes de vida.
Hacía frío, pero él no hizo nada para esconder las manos en los bolsillos. Le faltaban las fuerzas, incluso para tan sencilla acción. Estaba allí, respirando, vivo, cuando no quería estarlo, pero lo estaba y todo porque aquella desconocida había decidido intervenir con la expectativa de hacerle entender que incluso alguien como él tenía una oportunidad para ser feliz. Alguien que solo porque había sufrido de bullying, se creía con el derecho de comprenderle, cuando era probable que ella si tuviera una familia que la quería. Ella tenía el rostro libre de imperfecciones. Ella no era la agresora, si no la víctima.
Por inercia, sus dedos tocaron el lóbulo de su oreja izquierda, reconociendo una vez más la sensación del audífono en su oído y las armoniosas canciones. Canciones que hablaban de amor, un sentimiento que él no comprendía y a la vez creía inexistente, porque si su madre, la mujer que le trajo al mundo, no fue capaz de amarle, menos le amaría un desconocido.
Su tía tenía razón. Toda la razón.
El tiempo seguía su curso, la cascada tras de sí corrompía el silencio, al igual que las ráfagas de viento que le visitaban de vez en cuando. Estaba solo, allí, con la mirada barriendo el suelo, con la mente contaminada por el dolor que había sufrido a lo largo de su vida.
—Qué bien que estés aquí de nuevo.
De repente, vio unas botas amarillas parándose frente las suyas, y al alzar el rostro, la reconoció.
Abby no tardó en sonreír.
—Hola. Me gustaría...
En cuanto Oliver le tocó el vientre con la punta de sus dedos, Abby enmudeció. Lo había hecho para saber si no estaba siendo víctima de otra de sus tantas ilusiones.
—Vaya —Oliver iba a recoger su mano, pero Abby la sujeto entre las suyas—Tienes las manos muy agrietadas, no deberías de andar sin guantes. Espera, tengo una crema muy...
Oliver liberó su mano con crudeza y la ocultó en el bolsillo de su abrigo, con el propósito de que Abby le dejara en paz.
Creyó que le había dejado bastante claro el tipo de persona que él era, pero al parecer ella no lo había entendido, porque si no, no le habría buscado.
—¿Vas a ir al instituto?
Abby se sentó a su lado después de hacerle esa cuestión con un tono amable. Pese a que él la había tratado con dureza, ella insistía en seguir siendo amable con él.
—En realidad no esperaba volver a verte —confesó Abby de repente, inclinándose para poderle ver a los ojos, pero él insistió en darle la espalda. —¿Sabes que es la tercera vez que nos vemos?
—¿Eh?
Aquel interrogante salió por inercia de su boca, haciendo que la expresión amistosa de la chica se acentuara.
—Verás —Abby apoyó las manos en las rodillas—La primera vez que te vi, ambos estábamos atrapados en una fila de coches.
Oliver no pudo dejar de mirarla con sus grandes ojos verdes, preso de una evidente curiosidad.
—Tú estabas a mi lado izquierdo, recargado en la ventana de tu coche, y lo recuerdo porque tu mascarilla me llamó la atención, y —Oliver la miraba con su entera atención, mientras ella seguía sonriendo —esos ojos cargados de tristeza me recordaron a mí. Sí, es cierto que hay muchas personas que se ven tristes, pero, tú me pareciste devastado, como si estuvieras pendiendo de un hilo.
Oliver no negó ni tampoco asintió, apenas la observaba.
—Oye —Oliver sintió el peso de la mano ajena sobre una de las suyas, pero no se inmutó ni tampoco reaccionó —Se que no es correcto que te sugiera esto, pero, ¿qué te parece si hoy faltas al instituto y te vienes conmigo?
Ir al instituto para él significaba ir al infierno. Nunca había temido a ser golpeado ni insultado, pero ahora era diferente. Alexa le había atacado a su punto más débil, pero si faltaba, su tía no demoraría en saberlo.
Abby aguardó a una respuesta suya, pero al no recibirla, decidió actuar.
—Venga, vamos.
Sin esperar respuesta, Abby empleó su brazo como un gancho y tiró de Oliver, teniendo presente la idea de que él se negaría en acompañarla, pero no lo hizo.
Siguiendo los pasos de Abby, entraron en un parque de estacionamiento en donde había apenas tres coches aparcados y a unos metros estaba un restaurante con un grande letrero de luces azules en donde tenía escrito "Surf".
—Sube, este es mi coche — Abby dio un golpecito amistoso en el tejado de un Jeep Grand Cherokee color azul marino, el que emitió un sonido, anunciando que estaba abierto.
Antes de abordar el vehículo, Abby le abrió la puerta del pasajero junto al copiloto y aguardó a que Oliver entrara, pero no lo hizo ni dijo nada, apenas se quedó allí parado, mirándola con suma atención.
—Venga, ¡qué hace mucho frío! —Abby logró que Oliver entrara a base de empujones amistosos y le cerró la puerta.
Oliver ni siquiera pensó en la posibilidad de un secuestro ni nada parecido, apenas se dejó envolver por el aroma agradable que flotaba en el interior del vehículo.
—¡Uah! ¡Tengo la cara congelada! —exclamó Abby titiritando de frío, mientras se quitaba los guantes para poder frotarse sus mejillas tan frías como témpanos de hielo.
Oliver seguía pendiente de ella.
—Casi no siento la nariz —una pequeña risa escapó de su boca mientras se apretaba un poco la nariz —Ah, vaya, debería de hacer como tú y cubrirme la cara.
Sus palabras bastaron para originar un ardor en su mejilla quemada y fue por ello que interpretó que su risa era una señal de burla, por lo que quiso marcharse.
—Hey, ¿a dónde vas?
Fue por un impulso que Abby presionó el botón que cerraba el vehículo, impidiendo que él saliera, pero aun teniendo consciencia de ello, Oliver tironeó inútilmente de la maneta de la puerta.
—¿Acaso dije algo que te molestó?
No obtuvo respuesta, aunque no le importó. Aceptaba el hecho de que aquel chico no era particularmente sociable.
—En ese caso, lo siento, en verdad no era mi intención. Por favor —depositó la mano en el hombro izquierdo de Oliver, en un afán porque se detuviera —No te vayas.
Oliver se detuvo, pero no la miró ni tampoco formuló palabra, apenas se entregó al agradable calor que había comenzado a circular en el interior del vehículo.
—En verdad las tienes muy mal —comentó Abby de repente, y aunque Oliver no la comprendió al principio, sí lo hizo cuando le tomó las manos. Estaban muy rojas, secas y agrietadas.
Sin pedirle permiso, Abby vertió un poco de crema en el dorso de sus manos y comenzó a esparcirla con sumo cuidado. Aquel simple contacto significaba demasiado para Oliver, pero se obligó a no entregarse, pues sabía que eso solo le causaría dolor.
—¿Y cómo tienes el rostro? —le cuestionó Abby mirándole a los ojos con genuina preocupación.
—No me toques.
La crudeza en su voz, provocó silencio y cierto estupor en la mirada de la chica, la que se limitó a recoger sus manos.
—Sé que estás arrepentido —Oliver pudo ver un brillo en su mirada. —Sé que te gustaría enmendar el pasado.
—Abre la puerta —le habló sin mirarla, tan frío como el clima que se inspiraba allí afuera.
—No, no dejaré que te hagas daño. ¿Por qué pensaste que era lo mejor? ¿Eh? ¿Por qué no me lo dices? —la voz de Abby se fue rompiendo más y más conforme le cuestionaba —Por favor...
Oliver se mantenía rígido en el asiento, hasta que percibió que una fuerza lo envolvía en compañía de una calidez abrasadora. Dicha calidez causó un nudo en su garganta y le impidió moverse.
Tuvo la sensación de que su madre le había abrazado así una vez.
—Déjame ayudarte, por favor.
El cuerpo ajeno temblaba, pero el abrazo permanecía inquebrantable. Oliver quería cuestionarle la razón de que le abrazara, pero, aunque abría la boca, ninguna letra salía de ella.
—Créeme, yo no pienso abandonarte. No te voy a dejar solo.
Aquellas palabras llenas de fuerza arremetían contra el pecho de Oliver, pero él se negaba a prestarle atención. No podía darle ningún tipo de crédito, pero el caso es que sí se lo estaba dando, porque su corazón carecía de afecto.
—No te vas a ir, ¿verdad? —le cuestionó ella con la voz quebrada y él terminó por asentir, sintiéndose anonadado por aquel contacto. —¡Muchas gracias!
Cuando el contacto ajeno se deshizo, Oliver sintió un vacío inmenso en su pecho
—¿Te apetece ir a algún lugar en particular? —Abby le volvió a hablar bastante animada, sin percatarse de lo que Oliver estaba sintiendo. —¿Prefieres que elija yo?
Oliver se limitó a pegar el rostro contra la ventana y cerró los ojos, en un intento por calmar el dolor punzante que se había instalado en su pecho.
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