Capítulo VII
Aquella imagen. La de una familia feliz. Un día fue su mayor anhelo.
Cat: ¿Puedo preguntar por tu familia?
Apenas yo: No.
Oliver presionó dos dedos sobre su cicatriz. Decirle que vivía con su tía daría pie a más preguntas y él se negaba a hablarle acerca de su madre y el cómo ella había decidido salir de su vida para siempre. Tendría que mencionarle el maltrato que vivió. Su cicatriz, y lo peor de todo, hacerle saber que él había liderado un grupo de abusadores que habían dejado secuelas a la víctima.
—No tienes derecho a llorarle a nadie.
Alzó la mirada. Alexa estaba surgiendo más que de costumbre desde que había decidido hablarle a Cat. Porque aquella era su voz interior, haciéndole saber que no se merecía siquiera aquella pequeña atención.
—¿Acaso piensas denunciar a mi hermana? ¿Vas a arruinarle la vida también a ella?
Su víctima del pasado surgió de su otro lado, presentando moretones en su rostro y dos riachuelos de lágrimas que no paraban de emerger.
—No —respondió Oliver con un enorme vacío en su voz. Nunca pretendió tal cosa.
—Mentiroso —el aliento calcinante de Alexa se escurrió por el interior de su oído derecho —En una parte profunda de tu ser estás deseando que alguien lo sepa y te proteja. Piensas que ya has tenido suficiente.
Oliver sacudió la cabeza, negando, mintiéndose a sí mismo. Su cuerpo estaba resentido, cansado del sufrimiento que cargaba desde hacía años y que todavía seguía padeciendo.
—Crees que merezco ser castigada. Que lo que hago no está bien —seguía hablando Alexa, indiferente a sus negaciones, al vacío que se alojaba en su mirada —Crees que tienes el derecho de tener una amiga con la conversar. Estás pensando en que quieres sonreír y reír como los demás. ¿Pero sabes? Lo único que tú te mereces es la eterna infelicidad.
Alexa le transmitía verdadero odio, como si ningún sentimiento de bondad apelara su ser, tal y como le había mostrado las tantas veces en las que habían estado frente a frente. Se había referido a él con múltiples palabras, pero al fin y al cabo sinónimos de lo monstruoso que era.
Cat: Vale, en ese caso te seguiré hablando de mí. ¿O prefieres que te cuente algún chiste o cotilleo?
La chica del otro lado de la pantalla se estaba esforzando para que aquella conversación no terminara. En verdad parecía estar interesada en seguir platicando con él. Conocerle.
Oliver leyó sus palabras. Las manos le temblaban con agresividad, soportando la gélida presencia de Alexa y aquel eco del pasado que no dejaba de lamentarse por el dolor que él había grabado tanto en su carne como en su corazón.
—¿Le vas a seguir preguntando por ella? ¿Quieres que te restriegue lo feliz que es?
Tuvo la sensación de que Alexa le daba golpecitos en la cabeza, burlándose de la patética imagen que ahora mostraba. De su fatídico intento por ser alguien normal.
—Detente —le susurró ella cuando Oliver tuvo la intención de oprimir la tecla H —Deja de ser hipócrita, sabes perfectamente que, si esa chica hubiera estado contigo en aquella época, había sufrido por tu culpa. Te habrías burlado de ella. ¡Tal y como lo hiciste con mi hermano!
Preso de un fuerte dolor en el pecho, cerró la pantalla con fuerza, en un intento por escapar de aquellas voces. De aquel ser que era él y del que nunca podría desprenderse.
—Oliver, apenas saber huir.
Oliver se llevó las manos a los oídos y salió apresurado de la habitación, encerrándose de nuevo bajo el chorro de la ducha caliente. En un instante, las ropas se adhirieron a su delgada figura. Al rato, cerró los ojos y alzó el rostro. Permaneció quieto, con las manos recargadas en la pared de azulejos azules. Apenas necesitaba olvidarse de sí mismo, aunque fuera por un momento.
—¿Oliver?
Bajo el torrente de agua, sus ojos verdes apreciaron el rostro de su tía, el que expresaba sorpresa por la escena que él protagonizaba.
—¿Qué estás haciendo de nuevo vestido en la ducha?
—Nada.
Cerró el grifo ante la atónita mirada de la mujer y pasó por encima del borde de la tina, creando un charco bajo sus pies. Actuaba como si ella no estuviera allí, porque ansiaba que en verdad no lo estuviera. Quería estar solo, pero nunca podía estarlo. No le dejaban en paz.
—Oliver —su mano se detuvo a centímetros de uno de los hombros del muchacho, pero no llegó a tocarle —Quizás sería mejor que fueras al psicólogo —sugirió. Aunque no estaba preocupada. No lo estaba. Ella le odiaba.
El joven se limitó a negar con la cabeza y se encaminó a su habitación. Fue dejando charcos por el camino. Como imaginó, la mujer no le siguió ni lanzó ninguna otra cuestión. Él estaba en lo correcto. Sin meditar en el asunto, se deshizo del vestuario húmedo, y tras ponerse un pijama limpio, se metió bajo el edredón, sintiendo el peso del portátil arrimado a sus piernas. Ese contacto hizo que la conversación de Cat surgiera de inmediato en su cabeza, espabilando cualquier otro pensamiento.
Cat: Soy muy feliz con mis padres. También adoro mucho a mi hermano. ¡Es una pena que tú estés tan solo!
Aquella conversación no era real. Era su mente la que comenzó de repente a añadir palabras que ella no había escrito con el fin de torturarlo. Y él creyó en ellas. Creyó que eran reales.
Cat: ¿Quieres mi compañía? Puede que si me lo ruegas me quede a tu lado por lástima.
Oliver presionó la almohada contra sus oídos, deseando apagar aquella imagen falsa que casi podía escuchar. Se repetía que no era real, pero no funcionaba. Aquella imagen creada por su mente hacía que la quemadura en su rostro palpitara.
—Voy a hacer de tu vida un infierno.
De repente, el rostro de Alexa surgió ante él, reavivando la escena donde se conocieron. Aquel día él se hallaba solo, sentado en su pupitre, concentrado leyendo una novela. En aquel entonces, aunque la felicidad no le acompañaba, él había logrado convivir con su pasado. Su mente estaba libre de voces que le reclamaban a todo rato. Pero, todo cambió cuando una mano surgió y le arrancó el libro. Nunca había imaginado que el pasado regresaría a él con el objetivo de reavivar sus heridas. De hacerle pagar.
—Pero, ¿qué estás leyendo?
Era la primera vez que veía a Alexa. En el primer instante, Oliver no halló ningún gramo de maldad en aquellos ojos azules, ni se dio cuenta de que su sonrisa no era propiamente de bondad. Nunca pensó que aquella chica, la que le arrebató el libro y se dispuso a leerlo, viniera con el propósito de hacerle vivir en carne propia el daño que él había causado.
—Es una novela de misterio —le informó Oliver sin cualquier ánimo en su voz, pero la verdad es que un estremecimiento se hizo en su corazón. Hacía tiempo que alguien se acercaba a él y le cuestionaba algo.
—¡Oh, vaya! —aquellos ojos azules se agrandaron en señal de interés.
En su ingenuidad, Oliver creyó que aquella joven se había acercado con el propósito de conocerle. De hacer surgir una amistad, pero, cuando su mirada azul volvió a posarse sobre él, Oliver sintió frío en su espalda.
—¿Y por qué llevas una mascarilla? —le cuestionó ella inclinándose por encima de él, en busca de husmear por el interior de aquel tejido misterioso.
Oliver se encogió en cuanto sintió su aliento rozando su rostro.
—¿Acaso estás enfermo? —preguntó ella. Sus ojos pestañeaban con mayor brevedad a lo común, demostrando su curiosidad creciente.
Oliver asintió, porque no estaba dispuesto a hablarle a nadie sobre su quemadura. No quería que nadie tuviera consciencia sobre su horrible aspecto, pese a ser consciente de que las personas ya intuían que escondía algo.
Pese a su mentira, Alexa decidió jalarle la mascarilla. Fue la primera vez que lo hizo, y fueron varios los que testificaron la visión de su quemadura, y como fue repentino, no pudieron disimular sus expresiones de asco y horror.
—Eres un mentiroso, Oliver —le recriminó Alexa, mostrándose decepcionada. Hasta que, dejó lucir el odio en sus ojos —Según tenía entendido, tú creías que eso de leer era de frikis. ¿O acaso no estabas siendo sincero cuando le decías eso a mi hermano?
Oliver enmudeció de repente. En los ojos de Alexa, se deparó con el pasado que él había decidido dejar atrás. Un pasado en donde él era violento y se divertía con el sufrimiento de un niño.
—Y pensar que te iba a encontrar leyendo un libro. Qué fácil se te hizo olvidar lo que le hiciste a mi hermano, pero, no te preocupes —Alexa mostró una sonrisa bondadosa que ocultaba muy bien su rencor —Que yo ya estoy aquí para hacerte recordar todo lo que le hiciste.
—Lo siento. —Las palabras escaparon de él en un susurro plagado de arrepentimiento. Apretó las manos contra su regazo, sintiendo todas aquellas miradas sobre él, sobre aquella horrible marca que se había esmerado en ocultar hasta aquel entonces.
—No quiero tus disculpas —le susurró cerca del oído, alejándose después con la misma sonrisa falsa —¡Te he echado de menos, amigo! —le dio golpecitos suaves en la cabeza y a continuación envolvió su cabeza en un fuerte abrazo, tan fuerte que Oliver sintió que no podía respirar.
Ella mostró ante todos, la imagen de un recuentro entre dos personas que no se veían desde hacía mucho tiempo. Una imagen que en realidad carecía de sentimiento, pero que todos iban a aceptar, porque no estaban dispuestos a envolverse en problemas. Porque era más sencillo ignorarlo.
Cat: ¿Está todo bien?
¿Te ha ocurrido algo?
Oliver cerró la pantalla de su portátil por enésima vez aquella mañana. Había decidido dejar de prestarle atención a Cat y a cualquier otro mensaje que le llegara por parte de algún otro seguidor, pero, una parte de él, le empujaba a revisar el chat en busca de señales de que ella todavía no había desistido de obtener una respuesta suya.
—Oliver, ¿todo bien? Vas a llegar tarde.
La presencia de su tía, hizo que de una vez se decidiera en abandonar la habitación, dejando para atrás aquella conversación que no tenía la intención de proseguir. Colgó uno de los tirantes de su mochila en su hombro derecho y salió de casa. Luego hizo la caminata cuesta abajo, hasta la parada del autobús. El suelo estaba resbaladizo por el hielo y copitos de nieve descendían con pereza. Había caído una buena nevada en la noche, pero las máquinas ya la habían retirado de las carreteras.
El vehículo escolar llegó diez minutos después. Al abordarlo, Oliver sintió que sus compañeros no habían extrañado para nada su existencia. Por ir cabizbajo, desconocía sus expresiones, pero le resultaba sencillo adivinar sus muecas de repulsa.
En la soledad de una esquina, sin compañero que ocupara el asiento junto a él, Oliver permaneció en silencio, observando el roce de las yemas de sus dedos, buscando distraerse hasta el punto en que era capaz de imaginar que estaba solo en un mundo extinto de humanos.
—Hey, Oliver.
El rostro de Alexa se asomó por encima del respaldo delantero minutos después, mostrando una sonrisa de genuina diversión.
—¿Ya estás mejor? ¿Ya no te duele nada?
Ella le había causado un dolor muy grande. Había rozado el límite, pero pese a ello no se mostraba nada arrepentida, si no todo lo contrario.
Oliver trató de ignorarla, pero ella le hizo saber de su existencia al tocarle el dorso de su mano izquierda con la punta de sus uñas.
—¿Has disfrutado de estos días en cama? ¿Llegaste a olvidar el monstruito que eres? —sus labios se movieron lentamente cerca de uno de sus oídos —¿Sabes? Mi padre últimamente pasa más tiempo fuera de casa. Creo que está engañando a mi madre, ¿y de quién crees que es la culpa?
Aunque no la miró, Oliver podía sentir el intenso odio que provenía de ella. Sintió que su odio había crecido tanto que incluso podía respirarlo como fuera el mismísimo aire.
—Siento que mi familia está a punto de ser destruida del todo, y todo es tu culpa. Has convertido mi vida en un maldito manicomio —sus dedos atraparon un poco de piel de la mano de Oliver y la apretaron con fuerza.
Nadie era consciente de la situación que allí se presentaba, o al menos fingían que así era. El vehículo se hallaba bajo el bullicio de los estudiantes que conversaban sin moderar su tono de voz, mezclándose con los sonidos del tráfico.
—¿Qué piensas que hará mi madre si mi padre la deja?
Su interrogante lo envolvió, regresándole a aquella escena que tanto se repetía en su cabeza. Escena a la que se le sumaban detalles cada vez que surgía. Delirios que su cabeza había provocado por su remordimiento y por Alexa.
—¿Acaso no estás feliz? —Los dedos de Alexa se posaron sobre la zona de la quemadura, por encima de la mascarilla —Mi madre va a tener el mismo destino que la tuya, y es posible que mi hermano la siga. Voy a terminar sola por tu maldita culpa.
Su existencia había ocasionado pesadillas a los demás. Nunca nadie le había agradecido que existiera. Nadie le había querido. Él apenas era un lastre, tal y como Alexa le había hecho saber tantas veces. La ruina para cualquier persona a la que pretendiera acercarse.
—Pero, no te preocupes —Alexa alzó su rostro agarrándolo por la barbilla y le mostró una falsa sonrisa de amabilidad —Aun así, estoy muy contenta de que te hayas recuperado y regresado a clases.
No había disculpa que pudiera apagar el daño que había causado. Ni siquiera el hecho de ser objeto de golpes era suficiente para disipar sus pecados. La felicidad no le estaba permitida ni tampoco el ser catalogado como una persona normal. No había escape, y aunque lo hubiera, él no se sentía digno de tomar esa ruta.
Su lugar estaba allí, de rodillas sobre la tierra, en la parte de atrás del patio, bajo la sombra de aquellas tres personas que estaban dispuestas a hacerle entender, tantas veces cuántas hicieran falta, que no había nada positivo en el hecho de que él estuviera vivo.
—Monstruito, ¿estás feliz? ¿eh? ¡Mi madre se va suicidar!
Oliver recibió un tirón en el cabello en la zona de la nuca que le empujó la cabeza para atrás. Allí estaban los grandes ojos de Alexa, taladrando su ser. Estaba dominada por una rabia que no hacía más que crecer conforme su familia se iba arruinando más y más, y todo por culpa de aquel individuo que ante ella seguía apareciendo. Un chico que en ningún momento había derramado ninguna sola lágrima o había rogado que cesaran aquel castigo.
—¡¿Vas a seguir callado?!
El pie de Dyle taladró su estómago, haciendo que su cuerpo brincara y se doblegara, pero Alexa le forzaba a mantenerse en aquella posición. No le permitía derrumbarse.
—¡Ya no puedo soportar ver su asquerosa cara! —la rodilla de Roger se clavó en la columna vertebral de Oliver como si su intención fuera rompérsela.
Oliver se desprendió de un grito ahogado de dolor. El dolor era intenso, pero aun así ninguna lágrima se desplomó por su rostro, lo que causó que Alexa se decepcionara. Ella, desde un principio, le había dañado con la intención de sonsacarle ruegos y lágrimas. Quería implantar en él la imagen de su hermano, pero Oliver se veía fuerte, indiferente al castigo por mayor que fuera. Sus palabras tampoco parecían hacer mella en él, o al menos no tan grande como ella anhelaba.
Alexa recordaba perfectamente la vaga disculpa de Oliver. Una disculpa carente de sentimiento. Aquellos ojos verdes tan indiferentes al peso de sus pecados. El tan solo recordarlo hacía que su sangre se agitara salvajemente.
De la boca del monstruo caían hilos de baba que se fundían con la tierra. Aquel rostro quemado sin duda le parecía de lo más horrible. Era repugnante el pensar que el dueño de aquella cara había dañado tanto a su hermano.
—¡Desaparece de mi vista!
Alexa le empujó la cara contra la tierra y comenzó a arrastrarle, tirando de su cabello. Estaba embriagada por la locura. Conllevada por las imágenes de su familia depresiva. El encierro de su hermano. Su madre demacrada. Su padre en los brazos de otra. Más. Más. Aquella humillación no la complacía en lo más mínimo. Seguía siendo insuficiente el trato que le estaban dando. No había sufrido lo suficiente. Los golpes eran poca cosa en comparación a lo que le había hecho él.
El ser de Alexa comenzó a temblar en el éxtasis de la locura. Su juicio se nubló. No podía pensar, no cuando estaba sufriendo tanto.
—¡Oye, Alexa! ¡¿Qué vas a hacer?! —gritó Dyle experimentado un terror atroz.
Por primera vez, Alexa evidenció terror en los ojos de Oliver. La tan sola presencia de una pequeña llama producto de un mechero, le había dibujado el pánico en su rostro.
—He estado pensando, y creo que apenas el fuego podría arreglar su horrible cara —sugirió Alexa, meciendo la llama ante sus ojos, divertida por el pánico que crecía en aquellos ojos.
—No creo que sea buena idea —Dyle se apresuró a advertirle a su amiga. Aquella situación no podía tener un final prometedor.
—¿Pretendes ser un agua fiestas? —Alexa lo miró con fastidio, disfrutando al mismo tiempo del temblor que Oliver comenzó a transmitirle —¡Tómate esto como una cirugía plástica! ¡Le arreglaremos la cara de forma gratuita!
Oliver comenzó a sentir como la saliva se acumulaba en su boca. Estaba petrificado por el terror, y aunque quería moverse, no podía. Sus cinco sentidos estaban clavados en aquella pequeña llama, que pese a ser diminuta, para él significaba el infierno.
—¡¿Y qué le diremos a los profesores?! ¡Roger, dile algo! —Dyle buscó el apoyo de su silencioso amigo, el que permanecía en pie, observando el rostro medio quemado de su víctima sin decir una sola palabra.
—Alexa —Pero por fin, Roger se decidió a intervenir, y por su tono de voz serio, Dyle pensó que le brindaría de su apoyo, y eso le quitó un peso de encima. Estaba seguro de que, a Roger, Alexa sí le haría caso.
—¿Qué pasa? —a Alexa no le agradó nada su intención de detenerla. Se decepcionó de que él no la apoyara a ella, después de todo, no estaba haciendo nada malo.
—¿Es verdad que Oliver no recibió un castigo por lo que le hizo a tu hermano? —cuestionó él con una seriedad que incluso daba miedo.
—¡Así es! —escupió muerta de la rabia, agitando con violencia la cabeza de Oliver —¡Decidieron que ya había tenido suficiente con lo de su madre! ¡E incluso se apiadaron de él!
Los ojos castaños de Roger, ubicaron, una vez más, a Oliver, el que permanecía con los labios sellados, centrado únicamente en aquella pequeña llama que probablemente invocaba sus peores pesadillas.
—Hazlo, Alexa.
—¡¿Qué?! —Dyle se llevó las manos a la cabeza. Fue tan grande el pánico que sintió que incluso se le deformó el rostro—¡¿Pero es que tú también has perdido la cabeza?!
—Pienso igual que Alexa —apoyó Roger con indiferencia. — Me parece injusto que lo dejaran salir impune apenas por compasión.
—Si no quieres ver, puedes irte —le ofreció Alexa, complacida por el apoyo que había recibido de su amigo. Jugueteó con mayor placer con la llama, haciéndola bailar ante aquellos ojos verdes—Si alguien nos pregunta, les diremos que tú no estabas aquí, así que, puedes irte tranquilo.
Dyle permaneció unos instantes en silencio, concentrado en las miradas de sus dos compañeros, buscando en ellas alguna evidencia de que mentían. Después volvió a mirar a Oliver, meditándolo. Llegó a sopesar la idea de ayudarle, pero, mejor optó por marcharse. Sus pasos invocaron un eco que se perdió en el silencio.
Después, un suspiro de complacencia escapó de los labios de la chica.
—Bueno, ¿y si comenzamos con la cirugía? —sus ojos se fijaron en la nuez del cuello de Oliver, la que retrocedió con violencia al tragar saliva —¿Por dónde quieres que comencemos? ¿Por una ceja? ¿Te coloreamos la mejilla?
Él era consciente de la calidez de la llama subiendo y bajando por su rostro. Del placer negro que ocupaba el rostro de Alexa. De la impaciencia que invocaban los toquecitos de los zapatos de Roger. Del silencio que allí se inspiraba. Recordó ávidamente el óleo caliente calcinando su piel. Del paladar de la muerte que saboreó por unos instantes. Era el peor dolor que había vívido, y eso se había convertido en la razón por la que había podido soportar todo lo demás, pero, que volvieran a quemarle, eso sí no podría tolerarlo.
—No... —la voz escapó en un hilo de entre sus labios —No lo hagas... No te acerques a mí.
Alexa movió los labios, saboreando por primera vez sus ruegos. Era sin duda un sabor de lo más gratificante.
—Oh, está hablando. Mi pequeño monstruo está hablando —una risa susurrante escapó de entre los labios femeninos —Me estás pidiendo que me detenga. ¿No quieres que te queme?
—No, te lo ruego. No lo hagas, por favor.
Una sensación gélida se había apoderado de su cuerpo. Apenas podía mover sus labios en busca de las palabras necesarias para intentar sembrar, en aquel corazón, algo de sentimiento de empatía.
—Si no quieres que lo haga, quiero que llores. —pidió ella sintiendo como su cuerpo ardía de placer. — Quiero verte con el rostro plagado de lágrimas y que se te caigan los mocos. Quiero verte arrastrando la cara por el suelo, enteramente humillado ante mí.
Oliver quiso llorar. Suplicó derramar, aunque fuera una sola lágrima, pero, aunque puso todo su empeño, ninguna sola lágrima brotó.
—No... No puedo —confesó en agonía, en verdad lamentándolo —Pero, te rogaré. Yo...
—No. No me sirve si no lloras —sentenció ella con una expresión de absoluto aburrimiento.
En aquel rostro tenía que verse reflejada la imagen de aquel día. La de su hermano llorando escandalosamente, relatándole a sus padres el horror que vivía día a día en la escuela desde hacía tres meses. Un rostro que ella descubrió estando oculta tras la puerta de su habitación y la que ocasionó que por años hubiera cargado en su pecho un nudo que no asemejó al corazón.
Su hermano había aprendido a vivir en la oscuridad. La sentía acogedora y placentera, tanto como el silencio que residía en su habitación. Estaba al margen de la sociedad, matando el tiempo con distintos videojuegos que se bajaba de internet. La sola idea de salir encendía su sistema nervioso. Ni siquiera socializaba con su familia, y cuando tenía la necesidad de abandonar su dormitorio para comer, lo hacía cuando era consciente de que no había nadie; y aún de ese modo, se cubría la cabeza con una capucha y mantenía la mirada en el suelo. Nunca le había gustado la idea de socializar. Él siempre prefirió jugar por su cuenta o distraerse con un buen libro. No se ilusionaba con la idea de ser más sociable o ser popular, porque él siempre había estado conforme con su propia forma de vivir y después del evento traumático que había padecido, había comenzado a aborrecer a las personas.
Después de varios intentos de hacerle entrar en razón, todos habían desistido de su existencia, excepto su hermana menor, la que acostumbraba tocar a su puerta después de llegar del instituto, pese a no obtener una respuesta por su parte. Aún el día de hoy, después de diez años, Gael seguía teniendo presente el rostro del niño que le había atormentado durante varios meses.
Gael apretó el botón "pause" del mando de la consola y permaneció absorto en la imagen de un prado y un guerrero que parecía observar el maravilloso cielo azul desnudo de nubes. Era un mundo ficticio, creado por la mano del hombre. La única visión que tenía del exterior.
Tras un rato, meció la cabeza y reanudó la partida, en un intento de ignorar los ecos del pasado, que de vez en cuando surgían con el fin de hacerle recordar el daño que le hizo aquel niño.
*
—¡Detente!
Oliver sabía que el único modo de expirar sus pecados era el tolerar su maltrato. Al menos él creía que no había más opciones, pero, ante aquella llama y sus recuerdos, no pudo permanecer allí. Se zafó de los brazos de Alexa y corrió como si se le fuera la vida en ello. Tenía un nudo en la garganta que parecía privarle del aire, pero aun así corrió. El corazón se sobresaltaba como un terremoto, pero no se detuvo en ningún instante.
—¡Espera un momento!
Las uñas de Alexa le arañaron el brazo, pero no logró agarrarle. Oliver resultó ser escurridizo a la hora de escapar. Su expresión parecía la de un niño en pánico, y aquella era la verdad, en aquel momento, Oliver no era más que un niño en busca de la protección de su madre, pese a que ella había sido el principio de sus tormentos. La sombra de Alexa seguía detrás de él. Su presencia era inmensa y le quemaba.
Oliver corría sin saber a dónde dirigirse. Estaba solo en un mar de personas de que no tenderían la mano. Así que, lo único en lo que pensó fue en esconder y lo hizo en el interior de un baño. Se encerró allí y como no estaba seguro de la fuerza del cerrojo, presionó la espalda contra la puerta. El sudor recorría su cuerpo como gotas de veneno quemando su piel. Sentía sus ojos ardiendo, pero no lloraba. Pese a estar desesperado, no lloraba en lo absoluto.
Pronto, los golpes en la puerta haciendo acto de presencia y la imagen de su madre alzando la mano, amenazando con golpearle, hizo que se encogiera y se cubriera la cabeza con los brazos. Comenzó a rogar que se detuviera. Imploró a su madre por un poquito de amor, pero de ella no recibió más que golpes.
—Hey, Oliver —la voz de Alexa le pareció inhumana. Aquella joven no podía sostener un corazón en su pecho. No podía ser que su ser desprendiera calidez. —¿Qué estás haciendo? ¿Acaso crees que tienes el derecho a escapar? Debes asumir las consecuencias de tus actos.
Los golpes en la puerta continuaban con mayor impaciencia. Los zapatos blancos de Alexa se asomaban por debajo de la puerta.
—Hazme todo lo que quieras, menos quemarme. ¡Te lo ruego!
Por más dolorosos que eran sus ruegos, ninguna lágrima brotaba. Era incapaz de llorar. Si llorara Alexa cambiaría de opinión, pero su cuerpo no quería corresponder a sus deseos. La mejilla quemada le picaba, como si reviviera el dolor del pasado. Como si le advirtiera de que estaba a punto de vivir el mismo infierno una vez más.
—¡Qué divertido!
La amplia carcajada de Alexa se apoderó de la estancia. Una risa macabra que nunca antes había escuchado.
—¡El monstruito está rogando! Dime, ¿cuántas veces perseguiste a mi hermano hasta el baño? ¿Cuántas veces golpeaste la puerta? —tres fuertes golpes se proclamaron sobre la superficie de madera, azotando el corazón de Oliver. Reconocía ese escenario, solo que en aquel entonces el interpretaba el papel de agresor —¿Acaso espiaste por debajo de la puerta?
Al bajar la mirada, Oliver se topó con los grandes ojos azules de Alexa asomándose por la ranura olvidada bajo la puerta. Estaba tan petrificado por la oscuridad que residía en su mirada, que no tuvo tiempo de esquivar la mano que se introdujo rápidamente y le agarró del tobillo.
—¡Sal ahora mismo! —pidió a gritos, sujetando con firmeza su pierna, pese a que Oliver trataba de zafarse con desesperación. Estaba tan cegado por el pánico, que ni siquiera se le ocurrió pisarle la mano.
—¡Oye, Alexa!
La voz de Roger se apoderó del ambiente, arrancando a su amiga un sonido de molestia.
—Pero, ¡¿qué te pasa?!
La mirada carente de razón de Alexa hizo que Roger sonriera jocosamente. La encontró realmente atractiva de ese modo. Le agradaba verla con el juicio nublado por el odio. Le excitaba.
—Los maestros. Ellos podrían escuchar tus gritos. Sería mejor que dejáramos esto para otro día.
—¡¿Qué?! —escupió asqueada.
Detestó la sugerencia con todo su ser, pero, poco a poco, comenzó a tomar consciencia de la situación y tuvo que darle la razón a su mejor amigo.
—Bueno —Una sonrisa divertida se colgó de los labios de Alexa mientras observaba el tobillo de Oliver que ella había agarrado—Tienes razón.
Oliver cayó sobre la taza del wc, cuando, de súbito, Alexa le soltó. En ese instante se sintió desfallecer, apenas consciente del latido desmesurado que escuchaba en su audición. No era capaz de pensar en nada.
—No, por favor... —sus labios se movieron por inercia. Era su cuerpo, respondiendo por él —No me quemes. No me quemes... —repetía sin siquiera pestañear, preso en aquel instante del pasado, momentos antes de que el óleo se vertiera sobre su piel.
—¿Qué? —un bufido de risa escapó de la boca de Alexa —Ya te dije que por hoy pasaré. Estate tranquilo, monstruito —recargó los nudillos de su mano en la puerta y dio dos toquecitos.
—Te lo ruego. No me quemes... No me quemes... —Oliver era incapaz de escucharla. Su respiración alterada parecía quemarle la piel. No podía escapar del pasado. Las manos de su madre seguían presentes en su ser. Como manchas imborrables en una tela.
—¡Qué pesado! ¡Ya te dije que no te haré nada! —exclamó Alexa con fastidio.
Estuvo a punto de propinarle una patada en la puerta, pero Roger la retuvo.
—Déjalo. Vámonos ya.
—Bueno, ¡hasta luego, monstruito! —canturreó Alexa, sintiéndose mejor que nunca. Por fin había comenzado a sentir que estaba obteniendo su venganza.
Los pasos de ambos al alejarse fueron ecos en la cabeza de Oliver. Continuó en la misma posición, evitando el fuego que le rodeaba. Un círculo de fuego que no le permitía escapar. No podía pensar en la sola idea de salir de allí, porque no podía estar seguro de que Alexa en verdad no estuviera allí, aguardando por él con el mechero listo para quemarle. Era tanto su estado de nerviosismo, que en algún momento se apagó por completo, fue como si un golpe sordo golpeara su cabeza.
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