Rachel
https://youtu.be/fdV8O7ME4UU
Samuel Graham.
Boston, siete meses antes.
Está lloviendo y ella está de pie en el balcón, tiene sus delgadas manos en el filo de la baranda, se balancea hacia adelante y hacia atrás con los ojos cerrados y la cara levemente levantada hacia el cielo gris. Su cara esta mojada y también su blusa negra, debe tener frío, pero no se mueve solo se sigue balanceando. Balanceando entre lo bueno y lo malo, entre aquella depresión que la consume por momentos, en aquellos problemas que no la dejan respirar en la noche y le provocan terribles pesadillas. La veo moverse y pelear contra el impulso de correr y comprar algo de droga que le dará una pequeña liberación al dolor que siente ahora.
A ella le molesta no saber de dónde viene ese dolor, no saber cómo llegó. Le molesta tanto y eso la hace llorar.
—Sería tan fácil saltar —murmura con esa voz rota que tiene a veces.
Esas veces se están volviendo demasiado comunes estos días. Ya no es solo el tono que utiliza en ciertos momentos, se está volviendo su tono normal de voz. Roto y cansado. A veces arrastra las palabras como si le costara hablar, como si incluso decir lo más insignificante es un trabajo demasiado difícil para ella. Ella tampoco entiende de donde viene aquel cansancio, dice que todo comenzó con su mente, que su mente la arrastró a un lugar oscuro y después no supo cómo encontrar la luz. Entonces se quedó atrapada en ese lugar oscuro y la oscuridad la fue absorbiendo poco a poco hasta que no quedo luz en ella. También me dice que esta pérdida en las tinieblas, que las drogas cuando tenía trece años fue un buen escapé de aquellas tinieblas, que al probarlas ella podía ver la luz por un momento, era un momento demasiado pequeño y entonces ella tenía que volver a probarlas de nuevo. Fue así como se volvió adicta. A la edad de dieciséis años entró en rehabilitación.
Rachel no ha tenido una vida fácil, ella ha tomado las cartas que la vida le dio y las ha jugado lo mejor que puede. Entró en la escuela de medicina y la conocí cuando entró como residente. La primera vez que la vi estaba de pie en la terraza del hospital, se movía en aquella baranda casi igual que ahora.
Veo como su cabello se mueve por el viento y como ella sujeta con fuerza el filo de la baranda.
—Caer suena tentador, pero yo ya estoy abajo en el abismo.
Me dijo algo similar aquella vez que la conocí, ella no me miro, pero al verla aquella mañana me di cuenta que había estado llorando. Lucia tan rota y vacía, no recuerdo que le dije, pero ella me dio una media sonrisa. Poco a poco su sonrisa se fue haciendo cada vez más amplia y genuina, ella me dijo que la estaba ayudando. Que era su luz en la oscuridad y creí que ella estaba bien, pero debí saber que no era así. Rachel es una persona muy frágil y a veces el simple aleteo de una mariposa la hace llorar. Rachel no cree que merece la felicidad o que ella es digna de ser amada, entonces cuando algo bueno le pasa, ella solo espera paciente que llegue la desgracia que ella cree que merece. ¿Quién la lastimó tanto en el pasado? A veces la veo y me pregunto quien la lastimó al punto de no sentirse amada. Ella habla poco sobre su pasado, su mamá estaba enferma y murió cuando ella era pequeña, en como creció con su papá que era un hombre demasiado estricto, frío y que casi nunca estaba en casa. A Rachel la criaron niñeras, pasaba sola Navidad y cada festividad, incluido su cumpleaños. Ella ahora sigue sin celebrar nada de eso.
—Entonces yo bajaré hasta aquel abismo y te sacaré de ahí, Rachel.
Ella se detiene. Pasa una mano por su cara y se quita el agua de lluvia que ha mojado su rostro. Suelta una risa que se asemeja más a un quejido que a otra cosa y me mira. No hay nada en su mirada excepto dolor. Como si toda otra emoción hubiera sido drenada de su cuerpo y solo quedará espacio para el dolor, el dolor la está absorbiendo.
—No puedes, tú no entiendes. No entiendes cuanto duele, no sabes lo que es ver como todos nadan en un mar de felicidad mientras tú estás ahí en la orilla sin poder tocar el agua porque no sabes nadar y cuando logras reunir el coraje de lanzarte aquel mar de felicidad, todos a tu alrededor nadan mientras tú te ahogas. No sabes lo que se siente no poder respirar, sentir dolor todo el tiempo y solo querer que se detenga, pero no se detiene, solo crece y crece. No sabes lo que es tener miedo incluso de dar un paso y al mismo tiempo ya no importa nada. Nada. No sabes y eres muy afortunado por no saber.
Ella me da una de sus famosas sonrisas llenas de tristeza y vuelve a mirar hacia al frente. La veo mirar un momento hacia abajo y pensar. Sé en lo que está pensando y la idea me asusta, ella piensa mucho en eso, ya tenía esos pensamientos cuando nos conocimos. Aquellas ideas siempre han estado ahí y yo trato de ayudarla, ella va a terapia, va a grupos de apoyo y esas ideas parecen desvanecerse, pero de alguna manera siempre logran volver.
—¿Recuerdas lo que te dije cuando nos conocimos? —me pregunta ella.
—Sí.
—Te dije que estaba rota.
He tratado de ayudar a que ya no se sienta de aquella manera, pero ella dice que hay cosas que una vez que se rompen no se pueden volver arreglar. Pero ella no es una cosa, es una persona. Una buena persona.
—Nunca debiste escogerme a mí, Samuel, tu ex esposa, ella siempre fue mejor para ti que yo. Todas mis sonrisas son piezas de lágrimas y nostalgia. Yo recibo la llamada del vacío todos los días y cuando eso sucede me pregunto, ¿a dónde van las almas heridas? Una vez escuché que caminan hacia un laberinto sin salida. Tú mereces más que eso, no quiero que mi oscuridad apague tu luz.
Ella suelta la baranda y da unos pasos hacia atrás hasta recostar su espalda en la pared. Se desliza despacio hasta sentarse en el suelo con las rodillas levantadas. Rachel recuesta su mejilla en sus rodillas y cierra los ojos.
—No puedes compararte con ella, así como no la puedo comparar a ella contigo porque ambas son personas totalmente diferentes.
Vivían siempre tenía una gran sonrisa en su cara, siempre era optimista y trataba de ver el vaso medio lleno. Siempre me reconfortaba con su sola presencia. Rachel casi no sonríe, siempre espera lo peor de todo y para ella el vaso siempre está medio vacío y a punto de quebrarse.
—Creo que ella es la correcta para ti, no puedo ser yo, mereces más que el amor que yo te doy. Más que las preocupaciones que mis problemas te causan. Creo que ella es la correcta.
Camino despacio hasta donde ella se encuentra, analizo su reacción y espero una señal para saber si avanzo o retrocedo. A veces a Rachel no le gusta que se le acerquen cuando esta así. Ella me da una leve sonrisa y la tomo como señal de qué puedo continuar. Me siento a su lado, pero manteniendo cierta distancia.
—Vivían cree lo mismo, cree que tú eres la correcta para mí.
—¿Por qué cree ella eso? Ella es tan talentosa y hermosa.
—Vivían cree eso porque te elegí, Rachel, porque le pedí el divorcio para estar contigo. Porque tienes una hermosa sonrisa y deberías sonreír más. Porque ya no quiero que te encierres en el baño y te lastimes los brazos o las piernas para tratar de liberar un poco de dolor. Te elegí, Rachel porque te amo.
Eso no hace que mi amor por Vivían sea menos importante o que la haya dejado de amar. Pero tuve que elegir y elegí a Rachel.
—Le escribí una carta —me confiesa Rachel—, a Vivían, yo no he tenido el valor de enviarla y de tener el valor no sé su dirección. ¿Podrías entregársela por mí?
—Yo tampoco sé dónde está ella ahora.
—Búscala y hazle llegar mi carta. Es importante para mí.
Ella siempre se ha sentido mal por lastimar a Vivían, a veces creo que es una de las razones por las que ella no se permite ser feliz.
—Bien, lo haré.
Ella se mueve un poco más cerca de mí y recuesta su cabeza en mi hombro. Su pequeña mano busca la mía y la entrelaza con cuidado, acariciando delicadamente mis dedos mientras une nuestras manos.
—Sé que no te merezco, Samuel Graham, pero no quiero que me dejes porque me siento sola y perdida sin ti. Pero tú eres demasiado bueno como para dejarme.
—Rachel, desearía que me creyeras cuando te digo lo afortunado que soy al tenerte a mi lado.
No todos los días son malos, Rachel también tiene días buenos donde baila en la sala con músicas que ella escuchó en la radio esa mañana por que Rachel tiene una música favorita todos los días, al menos en los días que son buenos. Cuando empezamos a salir la llevé a muchas citas y ella siempre decía que jamás se había sentido así de feliz. Después venían los días malos y ella no quería salir, pero los días malos pasaban, siempre pasan. A veces hay más días malos que buenos y ella tiene que luchar más fuerte algunas veces, pero el sol siempre vuelve a salir. Aunque esta vez los días malos han durado más que otras veces.
Ella tiembla en mis brazos. Esta helada.
—Creo que es momento de entrar.
Ella no me responde y solo me deja llevarla dentro de la casa, la siento con cuidado en el sofá y voy a buscar una manta para abrigarla.
—Por favor, no cierres la puerta —me pide ella.
Detengo mi mano en la puerta que da al balcón.
—¿Por qué?
—Tal vez la tristeza decida irse.
No puedo decirle no, cuando me mira de aquella manera así que dejo la puerta del balcón abierta.
—Te amo, Samuel, como nunca he amado a nadie. Amarte es una de las mejores cosas que hecho en mi vida, la mejor cosa ha sido elegir estar contigo.
—Yo también te amo, Rachel —le doy un beso en su cabello y camino hasta la cocina para preparar algo de chocolate caliente.
Mientras estoy en la cocina observo a Rachel que esta quieta en el mueble mirando la televisión. Cuando conocí a Rachel supe que tenía problemas, ella me hizo recordar a mi madre. Mi mamá tenía bipolaridad y nunca tuvo la ayuda que necesitó, papá jamás la apoyó. Ellos murieron en un accidente, eso es lo que todos saben, pero nadie sabe que mi mamá conducía mientras estaba drogada y con alcohol en su sistema, mucho alcohol. Papá la dejó conducir porque estaba cansado de pelear con ella, cuando mamá tenía alguno de sus cambios de humor era algo difícil de lidiar y mi padre no tenía paciencia, así que la solución era darle lo que quería. Creo que todo sería diferente si mi mamá hubiera tenido alguien que este con ella y la ayude con su problema. Pero mi mamá no tuvo a nadie, Rachel tampoco tenía a nadie, estaba sola con su tristeza.
—Sabes, tú preparas el mejor chocolate caliente —me dice ella mientras toma su taza favorita.
Cuando la conocí me sorprendió que aquellos pequeños gestos significaban tanto para ella. Como abrir la puerta para que ella pase, darle su café favorito en la mañana, preguntarle como esta o si ya había comido, llevarle algo de comer cuando estaba de guardia. Eran pequeños detalles, pero me di cuenta que nadie había hecho nada de eso por ella antes y a ella le resultaba extraño que alguien quisiera hacer eso por ella.
—Te compré algo —le digo antes de desaparecer hacia nuestra habitación y sacar la caja con la bufanda marrón.
Cuando ella ve la bufanda sonríe y la saca para ponerla alrededores de su cuello.
—Tiene pequeñas flores de narcisos.
—Lo sé, por eso la compré.
Los narcisos son sus flores favoritas. Las flores favoritas de Vivían son los lirios, a veces compro un pequeño ramo de lirios y los dejo en el escritorio de mi oficina en el hospital. A veces observo mi anillo de matrimonio por un momento mientras bebo un vaso de whisky. A veces me pregunto que estará haciendo ella.
Cuando levanto la mirada hacía Rachel me doy cuenta que ella esta pensativa.
—¿En qué piensas?
Ella pasa sus dedos por la tela de la bufanda.
—Pienso que estoy perdiendo esta batalla, que tu amor por mí no podrá sostenernos más. Vas a renunciar y vas a querer buscar algo de luz. Eso está bien, es lo que debes hacer. Al principio tendrás miedo por qué has estado demasiado tiempo conmigo y has olvidado lo adictiva que es la luz y lo brillante que puede ser. Pero está bien, yo quiero que seas feliz, quiero que busques tu felicidad.
Tomo sus manos entre las mías.
—Tú me haces feliz, Rachel, me gusta despertar y saber que vas a estar ahí para mí. Soy muy feliz a tu lado.
Ella se inclina, besa mis labios, sujeta mi rostro entre sus manos y me besa.
—Siempre estaré ahí para ti, Samuel, incluso si no me puedes ver. Siempre.
Me levanto del sofá y camino hasta la cocina para empezar a preparar la cena. Es nuestro día libre, es muy raro que tengamos días libres y tal vez en otro momento le diría para salir y hacer algo, pero ahora no, sé que ella no está de humor para salir.
—Samuel, ¿extrañas a Vivían?
Dejo de picar las verduras, pero no miro a Rachel. A veces lo hago, a veces solo pienso en el tiempo que pasé con ella, pienso en Vivian en los malos momentos porque es todo lo que puedo hacer, no puedo levantar el teléfono y llamarla, no después de la forma en que la dejé, no puedo escribirle, no sabría a donde mandar la carta. Pero el que piense en Vivían no quiere decir que no ame a Rachel, lo hago, la amo.
—Sí —le digo.
Yo no le miento a Rachel, ella ya ha pasado por mucho como para que yo le mienta. Para mi sorpresa ella sonríe ante mi respuesta.
—¿Puedes ir a ver lo que dejé en la cama? Esta sobre la almohada.
Me limpio las manos y le dedico una sonrisa antes de caminar hacia el dormitorio. Los dos sobres en la almohada llaman mi atención. Uno lleva mi nombre y el otro el nombre de Vivían. Tomo los dos sobres y vuelvo a la sala. Rachel no está sobre el sofá. Esta de sentada en la baranda del balcón.
—Rachel...
—Te amo, Samuel Graham, eres el amor de mi vida.
—Rachel no lo hagas. Vamos, mírame, por favor. Si me amas, no lo hagas.
Doy un paso hacía ella.
—Adiós, mi querido Samuel.
Ella gira su cabeza y me sonríe. Se mueve un poco y entonces ella salta. Corro hacia el balcón y todo lo que queda de ella es la bufanda marrón enredada en la baranda y las dos cartas que aún sostengo en mis manos.
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