Cuando las luces se apaguen
https://youtu.be/un-o5AdaxoE
Él está de pie frente a mí, me sostiene las manos con delicadeza y su pulgar traza círculos en mi palma.
—Lo siento, Vivian, pero creo que debemos terminar.
Rachel. Sé que es ella, su rostro se ilumina cuando habla de ella y siempre sonríe al decir su nombre. Es bonita e inteligente, también es buena persona. Es lo que sé de ella, bueno, ahora también sé que mi esposo la ama.
—No quiero lastimarte, Vivían, quisiera poder enviarte este dolor.
Pero eso no importa porque duele de todas formas. No duelen menos sus palabras por saber que él no quiere lastimarme.
—Está bien, voy a estar bien.
No está bien, nada está bien, pero es todo lo que soy capaz de decir.
—Está bien.
No fue fácil para mí dejar de llorar por Samuel, quería encontrar una manera fácil de olvidarlo, un atajo para evitar tanto dolor, pero no encontré nada. Entendí que lo extrañaría todos los días, eso sería algo inevitable, hasta que con el tiempo me acostumbré a que él no estaba a mi lado y lo empecé a extrañar menos que antes. Así que lo fui dejando ir poco a poco, con cada lágrima lo dejaba ir un poco más hasta que lloré tanto que sentí que lo había dejado ir por completo. Sentí que podía pensar en mi ex esposo y en lo que habíamos pasado sin sentir ese dolor punzante y agudo en mi pecho. Hasta hace solo unas horas creí que podría mirarlo y no sentir el dolor que él me causó, pero hoy me di cuenta que aún no he terminado de sanar. ¿Lo haré alguna vez? Tal vez estaré rota por siempre, tal vez aquella falsa felicidad es todo lo que merecía.
Cuando cierro la puerta me detengo un momento y trato de ordenar mis pensamientos y emociones. Las emociones son tan desordenadas y yo me siento en una vorágine ahora.
—Vivían —me dice una muy emocionada Ziva cuando me ve y yo me apresuro alejarme de la puerta y trato de actuar normal—. ¿Qué haces aquí? ¿Le pasó algo a las gemelas?
Ziva Benson es unos centímetros más baja que yo, de facciones finas y cuerpo menudo. Tiene el cabello negro ondulado y siempre que está en el hospital lo lleva en una coleta. Ella siempre esta con una sonrisa y es una de las personas más dulces que conozco.
—No, las gemelas están bien —yo paso una mano por mi cabello rubio y trato de pensar en una buena excusa que decir—. Yo vine a visitarte.
Ziva me mira extrañada y no es una sorpresa, de todas las excusas que pude decir, esa es quizás la peor.
—¿A las dos de la mañana?
Ella me hace una seña con la cabeza para que la siga hasta la estación de enfermeras donde ella toma el historial de uno de sus pacientes y lo empieza a revisar.
—Sí, pensé en traerte un café, Noel dijo que estabas de guardia y sé lo cansado que es.
Ziva me da una cálida sonrisa y mira mis manos vacías.
—¿Dónde está el café?
Esa es una muy buena pregunta Ziva, tal vez solo deba decirles la verdad y dejar que todos den vueltas a mi alrededor y me miren como si me fuera a romper en cualquier momento. No, no puedo pasar por eso. Evitar eso fue la razón por la que dejé Boston.
—No quería comprar uno que no te guste.
Ziva abre la boca para decir algo, pero la veo mirar sorprendida a alguien detrás de mí. Me giro despacio y veo a un doctor caminar por el pasillo concentrado leyendo el hospital médico de alguien.
—¡Oh dios mío! Es el doctor más guapo del hospital. Viene hacia aquí, actúa normal.
Me dice Ziva y yo la miro sin entender nada, hasta que junto uno y uno. Ziva coloca el historial con manos temblorosas donde estaba, pero esta tan nerviosa que el historial cae al piso. El doctor, que claramente le gusta a Ziva, le sonríe y se inclina para tomar el historial del piso y ponerlo en su lugar.
—Buenas noches, Dra. Benson.
Ziva se sonroja levemente cuando el doctor la mira.
—Noches buenas... es decir, buenas noches, si eso, buenas noches.
El doctor le dedica una mirada entre amable y divertida y sigue su camino. Cuando él gira en una esquina Ziva suelta el aire que estaba conteniendo y veo que sus mejillas empiezan a volver a su color natural.
—Así que te gusta el doctor.
Ziva me mira y abre mucho los ojos mientras mueve su cabeza.
—No, no, no, por supuesto que no, no y no. Claro que no me gusta. Es decir, ¿por qué me gustaría? Es verdad que es guapo, amable, educado, divertido, un buen doctor, pero eso no quiere decir que me gusta, no, no me gusta.
Esos son demasiados no.
—¿Cómo se llama? O me vas a decir que su nombre es realmente doctor más guapo del hospital.
—No, las enfermeras le pusieron así. Es nuevo, de tu tierra natal, Boston, se transfirió junto a otro nuevo doctor, ambos son neurocirujanos. Se llama Jaime Pierce, me enteré por las enfermeras que es divorciado y que su hermano murió hace casi un año. Pobre, ha sufrido tanto.
El nombre me suena, pero no puedo recordar de dónde. No pienso en eso y mi curiosidad está en el otro nuevo doctor.
—¿Cuál es el otro doctor?
—No lo sabemos aún, entra a trabajar este lunes.
Veo que Ziva sigue mirando el pasillo por donde acaba de desaparecer Jaime Pierce.
—Así que te gusta el doctor Pierce.
Ziva me mira y hay un toque de tristeza en su mirada.
—Tal vez un poco, pero míralo, los hombres como él no se fijan en mujeres como yo. Seguro su ex esposa tiene el físico de una modelo. Yo no puedo competir contra eso.
Paso una mano por los delgados hombros de Ziva. Entiendo lo que es no sentirse suficiente y quisiera poder encontrar palabras mágicas que decirle a mi amiga para que deje de sentirse así pero no hay tales palabras.
—Ziva, eres la persona más dulce y buena que conozco. Solo mírate, mírate con atención, sin prejuicios y veras a una mujer hermosa por dentro y por fuera. Una mujer valiente que siempre está ahí para los demás. Ese doctor tendría suerte de estar contigo. Cualquiera persona tendría suerte de estar contigo.
Ella me da una de sus sonrisas y veo como se empieza a sentir mejor. El doctor Pierce vuelve y está caminando con una enfermera, es la misma que me dijo sobre la habitación de Samuel. Ella me ve y señala en mi dirección, el doctor Pierce asiente con la cabeza y camina hacía donde estoy.
Tierra trágame ahora y escúpeme en mi cama.
Por suerte el localizador de Ziva empieza a sonar y agradezco a Dios y a la Santísima Trinidad que eso suceda porque ella me da una sonrisa en señal de disculpa y sale corriendo mientras dice que salgamos mañana por un café.
—Hola, soy el doctor Jaime Pierce y el señor Graham es mi paciente. En este momento voy a examinarlo. ¿Le gustaría acompañarme? O ¿tiene alguna pregunta?
El doctor Pierce es muy amable y yo le pregunto sobre el accidente. Al parecer Samuel se lastimó mientras ayudaba a una familia que chocó contra un camión de carga. No tiene lesiones serías, pero quieren mantenerlo en observación por que estuvo inconsciente por mucho tiempo y era necesario comunicarse con algún familiar por si surgían complicaciones. Pero yo hace mucho que no soy su familia. Él tiene una hermana que vive en Portland, pero no son muy cercanos. Cuando los padres de ellos murieron la hermana de Samuel se fue a vivir con su abuela a Portland y él se quedó en Boston con una tía.
Cuando entramos en la habitación de Samuel él esta acostado con los ojos cerrados, pero sé que no está durmiendo. Yo viví con él, sé sobre sus hábitos del sueño. Saber esas cosas es lo que queda después del divorció. Uno quiere olvidarlo, quisiera no saber cómo le gusta el café o qué lado de la cama prefiere. Me gustaría no saber que le gusta leer el periódico con una taza de café negro, que tiene un extraño gusto para la música y es buen cocinero.
—Volviste —me dice él con asombro cuando el doctor empieza a revisarlo.
—Sí, así parece. De todas formas, irse y no volver es tu especialidad, no la mía.
Él me mira cuando digo eso, había olvidado el hermoso peculiar azul de sus ojos. Después de decir eso camino lo más alejada de su cama y escucho lo que dice el doctor. Samuel, como buen neurocirujano, pide ver sus escáneres.
Samuel está revisando los estudios que le han hecho cuando la puerta se abre.
—Doctor Pierce, lo necesito para una consulta —le dice mi amigo Patrick desde la puerta y cuando él va a decir algo más sus ojos se fijan en mí—. Vivían, ¿qué haces aquí? ¿Están bien las gemelas?
Esto no saldrá nada bien.
—Sí, ellas están bien.
—Estaré libre en un momento —le dice Jaime Pierce a Patrick.
Veo al doctor Pierce escribir algo en una carpeta y Samuel aún sostiene sus análisis.
—¿Qué haces aquí? —me pregunta Patrick.
Él entra en la habitación y cuando Patrick entra en algún lado de alguna manera hace sentir su presencia. Esta vez no es la excepción. Patrick entra e ignora a Samuel que lo mira con curiosidad.
—Vine a ver a un... viejo conocido —le digo mientras señalo con el mentón hacia Samuel.
—Hola, Soy el doctor Patrick Harris, jefe de plásticos.
—Samuel Graham.
—Él será el otro neurocirujano —le explica Jaime a Patrick.
—Vaya, que sorpresa, es un gusto conocerte y lamento lo de tu accidente —Patrick se gira hacia mí—. ¿Con quién dejaste a las gemelas?
—Noel.
Me muerdo el labio y trato de no parecer nerviosa mientras hablo de mis hijas.
—¿Tienes hijas? —me pregunta Samuel con curiosidad.
Me estudia con la mirada. Bien, este tal vez no es el mejor momento, pero creo que debo decirle la verdad. Aunque él sabría que tengo hijas si hubiera contestado mis llamadas. Pero esto no se trata de mí, esto no se trata de él, esto es por Madison y Alyssa.
—Sí, dos hermosas gemelas de cinco años —responde Patrick por mí.
Jaime Pierce se despide y sale por la puerta.
—Vaya, felicidades, estoy seguro que eres una gran madre.
—Ella lo es.
El busca personas de Patrick suena y él se despide de mí con un beso en la mejilla y se aleja.
—Vivían. ¿Eres feliz?
Recuerdo nuestra primera cita, al finalizar él me pregunto eso. Samuel solía preguntarme mucho eso. Pero al final no le importó mucho mi felicidad. Él fue igual que todos los demás y me dejó.
Todos me dejan, a veces sin intención de hacerlo, pero me dejan de todas formas.
—Cómo si a ti te importará mi felicidad.
—Me importa, Vivían.
—No vamos a revivir viejos tiempos. No estoy aquí para eso.
Samuel se ríe, pero es una risa que nunca antes escuchado de él. Hay una amargura, y es tan diferente al Samuel que yo conocí, que un escalofrío recorre mi cuerpo.
—Tranquila, Viv, no estoy aquí para emborracharnos mientras recordamos viejos tiempos. Tampoco estoy aquí para conquistarte, mi esposa murió hace siete meses y aún estoy intentando lidiar con eso.
La amaba, la amaba más de lo que quiere admitir. Debe ser difícil para él aceptar que el amor de su vida se ha ido y no volverá jamás.
—¿Por qué estás aquí, Samuel?
—Necesito darte una carta y yo necesito un cambio. Necesitaba alejarme de Boston.
Entiendo ese sentimiento. Al parecer todos hemos venido aquí huyendo de Boston y a la espera de un cambio, por eso vine aquí, estoy segura que por eso vino Jaime Pierce, también por esa razón vino Amelia y ahora sé que por ese motivo vino Samuel.
—No me malinterpretes, Viv, tú siempre tendrás un lugar importante en mi corazón. Una parte de mí siempre te va amar y a querer que estés bien y feliz. Me casé contigo, no me hubiera casado contigo sino te hubiera amado. Pero...
—Entiendo, yo te entiendo.
Y en ese momento lo supe, las cosas entre él y yo jamás serían como antes porque ambos hemos cambiado. Eso pasa, las personas cambian, avanzan y el cambio muchas veces no es algo malo.
—No te he visto en más de siete años...
—Seis —lo corrijo.
Él me mira con el ceño fruncido y mueve la cabeza, aquel movimiento le provoca dolor por que lo veo cerrar los ojos y pasar sus dedos por sus cienes.
—Nos divorciamos hace siete años.
—Esa no fue la última vez que nos vimos, Samuel, la última vez fue hace seis años después que te fui a ver en aquel bar.
Sé que aquella noche estaba muy borracho, pero supongo que estaba bien en la mañana cuando se fue sin decir nada. Ni siquiera recuerda la noche en que concibió a sus hijas.
—¿De qué estás hablando? ¿Cuándo sucedió eso? La última vez que te vi fue afuera de la oficina del abogado.
Lo miro a los ojos esperando a ver algo que me diga que está mintiendo, pero solo veo confusión en su mirada. Tal vez si tiene algún daño cerebral, creo que debería llamar al doctor.
—Me llamaste una noche, Rachel tuvo un aborto y tú estabas borracho en un bar. Te llevé a mi casa.
No digo lo demás porque es demasiado difícil hablar de eso.
—Te llamé, pero tú no viniste, me fui con una mujer de pelo castaño. Estaba muy borracho, pero recuerdo su cabello castaño cuando me desperté en la mañana. Y tú eres rubia, muy rubia.
Esto debe ser una especie de retorcida broma del destino. Esto no puede ser verdad. Me alejo lo más posible de él y recuesto mi espalda en la pared. Mi mente vuelve aquella noche, aquel tiempo donde quería un cambio y pinte mi cabello de un castaño muy oscuro. Él no reconoció el departamento porque yo me mudé después del divorcio, no podía seguir viviendo en aquel lugar bañado de recuerdos.
—Era yo, aquella noche era yo. Tenía el cabello castaño, pero era yo.
Observo cómo la boca de Samuel se abre y se cierra, sus ojos azules oscuros, siempre tan abiertos y expresivos solo muestran nada más que una genuina sorpresa. Samuel suspira pesadamente, bajando la cabeza y enterrando la cara entre sus manos.
—Necesito disculparme ahora, yo... no tienes idea lo mal que me siento...
Un suave gemido escapa de sus labios consternado cuando se da cuenta que no tiene idea de cómo comenzar.
—Hay mucho por lo que tengo que disculparme, Vivían, pero esa noche, no sabía que eras tú y eso no disculpa como te traté, pero yo, jamás te haría eso a ti, jamás a ti.
Ahora o nunca, es momento de decirle la verdad.
—Si hubiera una forma de regresar el tiempo, Vivían, si pudiera evitar el daño que te causé, pagaría cualquier precio para enviarte el dolor. Yo lo siento, no tienes una idea de cuanto lo hago.
Veo el arrepentimiento en su mirada, veo el dolor que siente ahora y no puedo evitar pensar en lo que me dijo la primera noche que pasamos en nuestro apartamento como una pareja casada.
Encuéntrame cuando las luces se apaguen.
Cuando la soledad cruce tu puerta.
Porque no eres solo alguien que dejé atrás.
Eres a quién vuelvo, porque tú eres mi hogar.
Encuéntrame cuando las luces se apaguen
Y tu mundo empiece a colapsar.
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