Capitulo 9
"Besos que vienen riendo, luego llorando se van, y en ellos se va la vida, que nunca más volverá."
Casa de campo Abbadie, primavera de 1815.
Juliette de repente se despertó en el pequeño sillón de la sala sobresaltada. El fuego de la chimenea ardía suave, lo que significaba que debió quedarse dormida. Pero estaba muy cansada cuando se durmió, por lo tanto algo tuvo que despertarla. ¿Sería Lysandro? ¿La habría llamado? Cuando lo dejó para ir a cambiarse de ropa no tenía muy buen aspecto, pero tampoco estaba a las puertas de la muerte.
Se puso de pie aún adormilada, tomo una vela y corrió escaleras arriba hacia la puerta de la habitación. Cuando se paró en el marco de la puerta se sostuvo el pantalon que le quedaba grande, porque se iba bajando por sus caderas. Escuchó el sonido que la había despertado.
Era un gemido ronco, seguido de un ruido de movimiento y luego algo que sólo podía interpretarse como un quejido. A toda prisa entró en la habitación y se detuvo junto al hornillo a encender la vela. Lysandro estaba sobre la cama con una inmovilidad casi antinatural. Se acercó un poco, con los ojos fijos en su pecho. Sabía que no podía estar muerto, pero se sintió mejor al ver que su pecho subía y bajaba con la respiración.
—¿Lysandro? — susurró — ¿Lysandro? — No hubo respuesta. Se acercó otro poco y se inclinó sobre la cama. —¿Lysandro? — insistió.
Él sacó bruscamente la mano y le cogió el hombro haciéndola perder el equilibrio y caer encima de la cama. —¡Lysandro! ¡Suéltame! —chilló.
Pero él comenzó a moverse, agitado, gimiendo y girándose a un lado y otro de la cama. Su cuerpo despedía tanto calor que ella comprendió que debía tener mucha fiebre. Cuando logró liberarse y bajar de la cama, él estaba hablando dormido, diciendo palabras que formaban frases sin ningún sentido.
Después de observarlo un momento en silencio le puso una mano en la frente. La tenía ardiendo. Se mordió el labio inferior, pensando qué podía hacer. No tenía ninguna experiencia en atender enfermos con fiebre, pero le parecía que lo lógico sería enfriarlo. Por otro lado, siempre había visto que las habitaciones de enfermos las mantenían calientes, bien cerradas para que no entrara aire, o sea que quizá...
En ese momento Lysandro se removió y musitó: —Bésame —
Juliette soltó el pantalón por el sobresalto y este cayo al suelo. Se le escapó un gritito y se apresuró a agacharse y volver a subirlo. Sujetandolo firmemente con la mano derecha, acercó la izquierda para darle unas palmaditas, quizá así despertaría, pero lo pensó mejor y la retiro.
—Estás soñando, Lysandro — dijo un poco apenada.
—Bésame — repitió él.
A la tenue luz de la solitaria vela lo miro un largo tiempo. Qué increíble ver soñar a otra persona y más si la amas, pensó.
—¡Bésame, caramba! —gritó él de pronto.
Juliette dio un salto atrás, sorprendida y se apresuró a dejar la vela en la mesa de noche.
—Lysandro... —comenzó, con toda la intención de explicarle por qué razón besarlo le era doloroso, pero entonces pensó ¿por qué no? Con el corazón desbocado, se inclinó y depositó unos suavísimos, ligerísimos besos en sus labios.
—Te amo — susurró — Aún te estoy esperando —
Con una pequeña punzada en el pecho, entendió que quizá el se refería a Nina, la causa de su dicha y su tortura. Cuando ella acababa de convencerse de que él había vuelto a dormirse profundamente, comenzó a mover la cabeza de un lado a otro, con expresión de dolor.
—¿Dónde estás? —gruñó él, con voz ronca—. ¿Dónde te has metido?
—Estoy aquí —contestó ella aún afectada por sus palabras.
Él abrió los ojos y por un instante pareció estar totalmente lúcido.
—No tú —dijo y volviendo a cerrar los ojos.
—Bueno, yo soy lo único que tienes, soy tu esposa—masculló Juliette— No te muevas —añadió con una risita nerviosa— Vuelvo enseguida — Y con el corazón acelerado por el miedo, el dolor y los nervios, salió corriendo de la habitación.
Si algo había aprendido Juliette en su convivencia con la servidumbre era que la mayoría de las casas se organizaban esencialmente de la misma manera. Y por ello no tuvo ningún problema para encontrar sábanas limpias para cambiarle las mojadas a la cama; también encontró un jarro, que llenó de agua fría, y unas cuantas toallas pequeñas para humedecerle la frente.
Cuando entró en el dormitorio, él estaba inmóvil otra vez, pero su respiración era superficial y rápida. Volvió a tocarle la frente; no podía estar segura, pero le pareció que estaba más caliente. Dios santo; ésa no era buena señal, y ella no estaba en absoluto cualificada para atender a un paciente con fiebre. Metió una toallita en la jarra y la estrujó para que no chorreara.
—Esto tendría que hacerte sentir mejor —susurró, poniendo al toalla cuidadosa y amorosamente sobre la frente — Al menos eso espero —añadió, en tono muy poco seguro.
Él no hizo el menor intento de retirar la cabeza de la fría toalla. Eso para Juliette fue una buena señal, de modo que mojó y estrujó otra. Pero no tenía idea de dónde podía ponerla. El pecho no le pareció un lugar adecuado, sobretodo por la tos, y de ninguna manera iba a bajarle la manta hasta más abajo de la cintura, a no ser que el estuviera en las puertas de la muerte, y aún en ese caso, no sabía qué demonios podría hacer por ahí abajo que lo resucitara. Así que finalmente le pasó la toalla mojada por detrás de las orejas y por los costados del cuello.
—¿Te sientes mejor con esto? —le preguntó, sin esperar respuesta, pensando que debía continuar con su conversación unilateral—. La verdad es que no sé mucho de cuidar enfermos, pero me parece que le iría bien algo fresco en la frente. Si yo estuviera enferma, seguro que me gustaría. — sonrió embobada al verlo. Él se movió inquieto, musitando palabras incoherentes.
—¿Ah, sí? —contestó ella, tratando de sonreír pero sin conseguirlo—. Me alegra que pienses eso —
Él masculló otra cosa. —No — dijo ella, pasándole la toalla fresca por la oreja — Me parece mejor lo que dijo primero — Él se quedó inmóvil.
— Será un placer para mí reconsiderarlo — dijo ella, preocupada — No te ofendas, por favor — Él no se movió. Juliette suspiró. No se podía conversar mucho rato con un hombre inconsciente sin empezar a sentirse absolutamente idiota. — La verdad... Es que desde la primera vez que nos vimos... Te he amado — susurro segura de que no le escuchaba.
Le quitó la toalla de la frente y puso la mano. La sintió todavía caliente. Dedidió no volver a ponerle la toalla, así que la dejó encima de la jarra. Era muy poco lo que podía hacer por él en ese preciso momento, de modo que se incorporó, y para estirar las piernas dio una lenta vuelta por la habitación, hasta que lo escucho quejarse de nuevo.
—¿Lysandro? —repitió—. ¿Te sientes mal? — Él abrió los ojos.
—¿necesitas algo? — Él cerró y abrió los ojos varias veces, y ella no pudo saber si la había oído o no. Parecía tener los ojos desenfocados, y ni siquiera podía saber si la veía.
— ¿Lysandro? — preguntó de nuevo de forma paciente y amorosa.
—Juliette —dijo él, con voz rasposa. Seguro que tenía la garganta seca e irritada.
—Estoy aquí —dijo ella, asintiendo —¿Qué se te ofrece? —
— Agua, por favor —
— Enseguida —
Salió a prisa de la habitación y fue a la pequeña cocina a tomar una jarra con agua para que bebiera. Volvió a subir y le sirvió un vaso. Él tenía las manos temblorosas, de modo que ella continuó sujetando el vaso mientras él se lo llevaba a la boca. Bebió dos sorbos y volvió a poner la cabeza en la almohada.
—Gracias —susurró.
Juliette le tocó la frente. Seguía caliente, pero él parecía estar lúcido otra vez, por lo que decidió interpretar eso como señal de que había empezado a bajarle la fiebre.
—Creo que te sentiras mejor por la mañana. — dijo ella sonriendo. Él se rió. No fuerte ni con nada parecido a vigor, pero se rió.
—No lo creo — dijo él sin fuerzas.
—Bueno, no totalmente recuperado —concedió ella— pero creo que si mejor que ahora —
—Bueno, sería difícil que me sintiera peor — Juliette le sonrió. Se sentía aliviada de verlo hablar.
—¿crees poder moverte hacia un lado de la cama para que pueda cambiarle las sábanas? — preguntó ella sin quitar la vista de él.
Él asintió e hizo lo que le pedía. Después cerró los ojos cansados, mientras ella iba de uno a otro lado de la cama.
—Ahora me volveré a dormir — Dijo Lysandro para cerrar los ojos. Juliette le acomodó algunos mechones de cabello con cuidado, no pudo evitarlo.
—Te sentiras mejor por la mañana —susurró — Te lo prometo—
Ella no logro volver a dormir, se quedo sentada en una silla a su lado hasta que el sol salió. Cuando eso pasó fue hasta la casa principal a pedirle a su mucama de confianza Ruth, que viniera a ayudarla.
Esta fue discreta como siempre y cargo lo necesario para la cabaña, no quería que nadie supiera. Después de todo, ella estaba casada con el y debía cuidarlo. Quisiera o no.
Cuando volvió ella con un vestido limpio, ayudo a la Ruth con el desayuno y lo subió hasta la habitación.
Lysandro estaba serio sentado en la cama, sobando su cabeza.
— Buenos días... — dijo Juliette aún con la charola en las manos.
Lysandro al verla supo que había ido hasta la casa principal, no quizo preguntar más sobre el tema, aún estaba algo débil. Ella se acercó y dejo la charola en la mesita. Ya llevaba su cabello bien peinado y recogido, el vestido era limpio y olía a perfume.
Le pasó un plato con jamón y huevos a Lysandro, lo miro atenta sonriendo. Se sentó en la silla junto a la cama, tomo ella su plato y con suma pericia, equilibró una rebanada de jamón entre el tenedor y la cuchara de servir y la trasladó a su plato.
—¿Cómo te sientes esta mañana? — inicio conversación ella
—Muy bien, gracias. O si no bien, por lo menos condenadamente mejor que anoche —
—Estuve muy preocupada —dijo ella, quitando el borde de grasa del jamón con el tenedor y luego cortando un trozo con el cuchillo.
—Ha sido muy amable al cuidar de mí. — dijo Lysandro con voz baja.
Ella masticó y tragó. — No fue nada en realidad. Cualquiera lo habría hecho. Aparte... Eres mi esposo. —
—Tal vez, pero no cualquiera lo hace con tanta gracia y buen humor. — El tenedor de ella quedó inmóvil a medio camino.
—Gracias —dijo—. Ése es un hermoso cumplido — confeso ella.
—Yo no... mmm...— el se interrumpió y se aclaró la garganta. Ella lo miró con curiosidad, esperando que acabara lo que fuera que iba a decir.
—No, nada —musitó él.
Decepcionada, ella se metió el trozo de jamón en la boca.
—¿No hice nada de lo que tenga que pedir disculpas? — soltó él de pronto, a toda prisa. Ella tosió nerviosa y escupió el trozo de jamón en la servilleta.
—Eso lo interpretaré como un sí —dijo él.
— ¡No! Simplemente me sorprendió la pregunta — justificó ella
—No me mentiría acerca de esto, ¿verdad? —insistió él, mirándola con los ojos entrecerrados.
Ella negó con la cabeza, recordando el beso que le había dado. Él no había hecho nada que exigiera una disculpa, pero eso no significaba que no lo hubiera hecho ella.
—Se ha ruborizado —la acusó él.
—No, no estoy ruborizada. — dijo poniendo sus manos sobre las mejillas.
—Sí que lo está. — se burló.
—Si me he ruborizado — contestó ella descaradamente — es porque me extraña que se te ocurra pensar que pudiera haber motivo para pedir disculpas. —
—Se le ocurren muy buenas respuestas — comentó él.
—Perdon —se apresuró a decir ella de forma casi diplomática.
Tenía que recordar que ella era su esposa; pero eso le resultaba difícil, el la hacia ser totalmente diferente.
—Lo dije como cumplido. No se reprima por mi causa — agregó Lysandro sin dejar de comer
Ella guardó silencio.
—La encuentro muy... —se interrumpió, obviamente para buscar la palabra correcta—. Estimulante.
—Ah... — Dejó el tenedor— Gracias. —
—¿Tiene algún plan para el resto del día? — preguntó cambiando de tema el.
Ella se miró el voluminoso vestido e hizo una mueca.
—Nada —masculló ella—. Nada en absoluto. —
— Entonces... Pasará el día cuidando de su esposo Señora Ainsworth — le dijo en tono para molestarle
No serviría de nada discutir con él en ese momento, así que guardo silencio.
—Estupendo —dijo él, reclinándose satisfecho en sus almohadones — Me alegro que lo vea a mi manera —
—Debo irme —dijo ella, empezando a levantarse.
—¿A hacer qué? — preguntó sonriendo
—No lo sé —repuso ella, sintiéndose estúpida. Él sonrió de oreja a oreja.
—Que lo disfrute, entonces — llevo un pequeño bocado más a su boca.
Ella cerró la mano en el mango de la cuchara de servir.
—No lo haga —le advirtió él.
—¿Que no haga qué? — le miro entrecerrando los ojos.
—Arrojarme la cuchara. — la señaló.
—Eso ni lo soñaría —contestó ella entre dientes, recordando ser una dama correcta. Él se echó a reír.
—Pues sí que lo soñaría. Lo está soñando en este momento — agregó con sorna. Juliette tenía aferrada la cuchara con tanta fuerza que le temblaba la mano. Lysandro se reía tan fuerte que la cama temblaba. Juliette continuó de pie, con la cuchara en su mano.
—¿Piensa llevarse la cuchara? —le preguntó él sonriendo. —¿Qué podría estar pensando para verse tan adorablemente feroz? —musitó él—. No, no me lo diga —añadió—. Seguro que tiene que ver con mi prematura y dolorosa muerte. —
Muy lentamente ella se volvió de espaldas a él y colocó con cuidado la cuchara en la mesa. No debía arriesgarse a hacer ningún movimiento brusco; un movimiento en falso y le arrojaría la cuchara a la cabeza. Y disfrutaria eso.
—Eso ha sido muy maduro de su parte —comentó él, arqueando las cejas, aprobador.
Ella se giró lentamente hacia él.
—¿Es así de encantador con todo el mundo o sólo conmigo por ser su esposa? — le reto ella
—Ah, sólo con usted — contestó él. Sonrió. — Usted hace surgir lo mejor de mí, señora Ainsworth —
—¿Eso es lo mejor? —preguntó ella, con visible incredulidad.
—Me temo que sí. — rasco su mejilla.
Juliette se dirigió a la puerta limitándose a mover la cabeza. Sí que eran agotadoras las conversaciones con Lysandro Ainsworth.
—¡Ah, Juliette! —exclamó él.
Ella se volvió a mirarlo. Él sonrió burlon —Sabía que no me arrojaría la cuchara —
Lo que ocurrió entonces no fue responsabilidad de Juliette. Ella quedó convencida de que por un fugaz instante, se apoderó de ella un demonio, porque de verdad no reconoció la mano que se alargó hasta la mesilla y cogió el cabo de una vela. Cierto que la mano parecía estar unida firmemente a su brazo, pero no le pareció conocida cuando esta mano se movió hacia atrás y arrojó el cabo de vela a través de la habitación. Dirigida a la cabeza de su esposo. No esperó para ver si su puntería había sido acertada. Pero cuando salía a toda prisa del dormitorio, oyó la carcajada de él. Y luego lo oyó gritar.
— ¡Bien hecho, señora Ainsworth! — sonrió Lysandro de forma infantil.
Y entonces cayó en la cuenta de que por primera vez en años la sonrisa que curvó sus labios era de alegría pura y auténtica.
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Ya se... Hoy estoy inspirada. Dejen comentarios salvajes. Me hacen feliz.
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