Capítulo 25

  Un padre no es el que da la vida, eso sería demasiado fácil, un padre es el que da el amor.  

Londres, otoño de 1816.

Hacía frío, un frío que se metía en los huesos. Y se oía un horrible ruido de correteos por los rincones, correteos que no dejaban ninguna duda de que eran de animalitos de cuatro patas. Ratones, quizá ratas.

Ay Dios —gimió Juliette y se encogió en una esquina.

No tenía por costumbre pronunciar el nombre del Señor en vano, pero ése le pareció tan buen momento para empezar. Tal vez él la oiría, y él castigaría a las ratas. O quizá a Nina. Sí, eso sería mucho mejor.

Hizo una rápida inspiración al sentir atravesado el corazón por una repentina punzada de dolor. Estaba frustrada, aun sentía el cuerpo adolorido. Se froto el vientre y sollozo. Pensó en el pequeño Geroge Lysandro y finalmente en Lysandro. Le gruñó el estómago, recordándole que podía añadir hambre a su lista de desgracias. Y sed, también tenía sed. No le habían llevado ni siquiera un sorbo de agua para beber. Empezaba a tener fantasías muy raras con una taza de té.

Hizo una larga y lenta respiración. El olor era espantoso, horrendo. Le habían dado un orinal para que hiciera sus necesidades, pero hasta el momento había tratado de no usarlo o tocarlo.
Así que, además del frío y el hambre, no podía ni sentirse limpia en su piel. Era una sensación horrible.

Tienes una visita. — Se escuchó la voz del alcaide de la pequeña prisión. Juliette se puso de pie de un salto al oír la voz bronca y hostil. ¿Podría ser que Lysandro hubiera descubierto dónde estaba? ¿Será que iba por ella? 

Bueno, bueno, bueno.... ¿De verdad te han traido aqui? es... tan perfecto... — Era Nina. A Juliette se le cayó el corazón al suelo. —Juliette Abaddie — canturreó Nina, acercándose a la celda y cubriéndose la nariz con un pañuelo —Nunca me habría imaginado que fueras a tener el descaro de traerme hasta estas consecuencias... —

Juliette cerró firmemente la boca para obligarse a no hablar. Nina quería enfurecerla con burlas, y de ninguna manera le daría esa satisfacción, ella seguía siendo una dama de sociedad. —Las cosas no van bien para ti, me temo —continuó Nina, sacudiendo la cabeza. Se acercó otro poco y susurró—. El magistrado no esta de acuerdo con el robo de niños —

Juliette se cruzó de brazos y se puso a mirar fijamente la pared. Si miraba a Nina, aunque sólo fuera un instante, no sería capaz de resistirse a abalanzarse sobre ella y seguro que los barrotes de la celda le lastimarían.

Y todo hubiera sido tan fácil, como no ir detrás de lo que es mio —continuó Nina, dándose golpecitos en el mentón con el índice

Juliette volteo a verla furiosa, ella jamas fue a buscar nada de ella —¡Yo no...!— Alcanzó a reprimir el resto de la exclamación; justamente eso era lo que deseaba Nina: sacarla de quicio.

¿Ah, no? —replicó Nina, sonriendo maliciosamente y agitando los dedos— Es tu palabra contra la mía. En cualquier caso...   —  Nina se pasó distraídamente los dedos por la sien echándose atrás un mechón. La miró y sonrió, con una expresión dura, lúgubre.

¿Por qué me odias? Tú no querías al niño, te ayude cuando todos te dieron la espalda... —habló Juliette en un susurro.

Nina estuvo un momento mirándola fijamente y después contestó. —Porque él te ama, te amó desde antes que supiera lo estúpida que fuiste al caer en mis juegos, te amó a pesar de creer que estabas sucia moralmente. —

Juliette no pudo decir nada, muda por la sorpresa. Los ojos de Nina brillaron con una dureza que los hacían parecer quebradizos. —Jamás les perdonaré eso.

Juliette negó con la cabeza, incrédula. —¿Que cosa?— 

Que él nunca me amó.— reafirmó Nina — solo le gustaba mi cuerpo... mi voz... no lo que soy — Juliette siguio en silencio, le costaba creer que Nina se sintiera así Me perseguía, me suplicaba —dijo Nina, entre dientes, con los labios fruncidos— pero... solo podía sentir su deseo, jamas una caricia de aprecio o cuidado... Eso no era amor. Eso era simple deseo. —

Juliette tomo aire —No me interesa, eso no te daba derecho de dejar a un bebé, a su suerte, con desconocidos o en un orfanato...—no pudo continuar, atragantada con sus palabras se detuvo. Le dolía hablar del posible destino de su hijo.

Nina se cruzó de brazos. —Si me hubiera amado —continuó — se habría tomado el tiempo para hablar conmigo. Podría haberme preguntado como me había ido el día,  o si me gustaba el desayuno y sería yo su esposa. —Tragó saliva para evitar un sollozo, y se volvió de espaldas.

Juliette froto por simple instinto su vientre, Nina parecía que no entendía que lo que mas le molestaba, era que no le importara el destino del niño.

Regreso Nina a su postura frivola y volteo a verla de nuevo— Sabes... Hay algo tan agradable en verte en prisión. Tendré que estar tres horas en la bañera para quitarme este olor, pero vale la pena.

Entonces deberás disculparme si voy a sentarme en el rincón y hago como que leo un libro —espetó Juliette. —No hay nada agradable en verte — Fue hasta la destartalada banca con solo tres patas que era el único mueble de su celda y se sentó, procurando disimular lo desgraciada que se sentía. Nina la había derrotado, pero no destrozó su alma, y de ninguna manera permitiría que creyera eso. Se cruzó de brazos, sentada de espaldas a la puerta de la celda, con el oído atento a cualquier sonido que indicara que Nina se marchaba, pero Nina continuó allí.

Finalmente, pasados unos diez minutos de esa tontería, Juliette se levantó de un salto y gritó exasperada: —i¿Te vas a marchar?! —

Nina ladeó ligeramente la cabeza. Una repentina conmoción en el corredor interrumpió lo que fuera que iba a decir (Por suerte, porque Juliette temía intentar asesinarla si oía una palabra más).

¿Qué demonios pasa? —exclamó Nina, retrocediendo unos pasos y estirando el cuello para ver mejor hacia el otro corredor. En ese instante Juliette oyó una voz muy conocida.

¿Lysandro? —musitó Juliette sonriendo.

—¿Qué? —le preguntó Nina.

Pero Juliette ya estaba con la cara pegada a los barrotes de su celda.

¡He dicho «déjenos pasar»! — Resonó la voz de Lysandro en todo el lugar. Juliette olvidó que no deseaba particularmente que la vieran en ese desagradable lugar. Lo único que fue capaz de pensar fue qué él estaba ahí, que había venido a por ella.

¡Lysandro! — gritó. Si hubiera podido pasar la cabeza por entre los barrotes, lo habría hecho.

Entonces resonó en el aire un fuerte golpe, claramente el de un puño contra hueso, seguido por un ruido más apagado, lo más probable un cuerpo al encontrarse con el suelo. Se oyeron pasos apresurados y entonces — ¡Lysandro! — exclamó ella al verlo.

¡Juliette! Dios mío, ¿cómo estás? — Lysandro pasó las manos por entre los barrotes y las pusó en sus mejillas. Sus labios encontraron los de ella. El beso no fue uno de pasión sino de terror y alivio. Juliette estaba muy feliz de ver a Lysandro.

Lysandro se apartó de mala gana, sus manos acariciaron suavemente la cara de ella mientras retrocedía unos pasos. Después se cruzó de brazos y dirigió a Nina una mirada de furia capaz de acabar con la existencia de la tierra.

¿En serio?  —le preguntó ironico Lysandro a Nina.

Los sentimientos de Juliette hacia Nina podían calificarse de «aversión extrema», pero jamás habría calificado a la catante de estúpida. Pero en ese momento pensó que tal vez tendría que reevaluar ese juicio, porque Nina, en lugar de echarse a temblar y acobardarse ante esa furia, plantó las manos en sus caderas y chilló —¡Ella me quito a mi hijo!—

En ese momento apareció lady Abaddie, la madre de Juliette en la esquina del corredor.

No recuerdo que mi hija haya hecho algo así —dijo, corriendo a ponerse al lado de Lysandro, despues paso la mano por entre los barrotes para tomar la de Juliette. Miró a Nina un momento, con los ojos entrecerrados— Y usted nunca me ha caído bien —añadió, en tono bastante desdeñoso.
Nina retrocedió un paso y se puso una mano en el pecho, ofendida.

No se trata de mí —resopló. Dirigió una mirada fulminante a Juliette— Se trata de ella, que tuvo el atrevimiento de robarme mi bebé, cuando yo estaba convaleciente, fuera de si. 

No me he robado a tu hijo, y lo sabes —protestó Juliette— tú me lo entregaste, ibas a dejarlo a su suerte.

—¡Ja! ¿Lo ven? Y todavía lo niega... —exclamó Nina, mirando alrededor como para contar cuántas personas habían visto.

Geroge Lysandro es tu hijo solo de sangre...  —rechinó Lysandro— Nunca he visto una pizca de interés por él de tu parte

—¡No se atrevas a decir mas! —chilló Nina con la cara contorsionada y roja—tus palabras ya no significan nada para mí Lysandro Ainsworth, ¡Nada! —

Con su perdón —terció lady Abaddie en un tono extraordinariamente amable— pero si de verdad no significara nada para usted, no estaría en esta asquerosa prisión intentando hacer tanto daño

Nina se salvó de tener que contestar por la llegada del magistrado, seguido por un malhumorado alcaide que,  también llevaba un ojo morado.
Puesto que el alcaide le había dado un azote en el trasero cuando la empujó en la celda, Juliette no pudo resistirse a sonreír.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó el magistrado.

Esa mujer —dijo Lysandro, con su voz fuerte y grave— ha acusado de robo a mi esposa —

Juliette consiguió mantener la boca cerrada, pero de todos modos tuvo que tomarse firmemente de los barrotes de la celda porque las piernas le temblaban.

Mmmhg...—exclamó Nina. El magistrado se irguió en toda su estatura.

—¿Y puede saberse quién es usted, señor? —preguntó, muy consciente de que Lysandro era alguien importante, aunque no sabía exactamente quién. Lysandro se cruzó de brazos y dijo su nombre. El magistrado palideció.

—¿Algún parentesco con el Duque?

Es mi hermano.

Y ella... —tragó saliva y apuntó a Juliette— ¿es su esposa?

y es mi hija... —dijo Evangeline. Lysandro giró la cabeza hacia Juliette y le sonrió un poco.

—¿Es la hija del Conde? — pregunto preocupado el magistrado

No es otra cosa que una puta—siseó Nina — y tomo mi... ¡ay! — Lysandro la había cogido por el cuello antes de que alguien se diera cuenta de que se había movido.

No me obligues a golpearte—gruñó.

El magistrado le tocó el hombro —Debería soltarla, de verdad.

—¿Podría amordazarla? — cuestionó Lysandro.

El magistrado pareció dudoso, pero finalmente negó con la cabeza.
Lysandro soltó a Nina con renuencia.

Ya se casó con ella...  —dijo Nina, masajeándose el cuello— solo quiero a mi hijo —

si... ese es el punto importante — severamente el magistrado a Nina.

Le aseguro que no tengo la costumbre de hacer estos escándalos —repuso ella, sorbiendo desdeñosamente por la nariz— pero la ocasión lo amerita

Juliette se mordió un nudillo al ver a Lysandro flexionando y estirando los dedos frustrado. Estaba claro que él pensaba que la ocasión justificaba puños fuertes y no era precisamente su estilo.
El magistrado se aclaró la garganta y miró a Nina.—La ha acusado de un delito muy grave. —Tragó saliva — pero es una Ainsworth... — susurró con temor

—Y es hija de Anthony Abaddie— se quejó su madre — ¡Sera la próxima Condesa!

El magistrado miró de uno en uno a los ocupantes del corredor. En calidad de condesa, Evangeline tenía el rango superior y también tenía a los Ainsworth furiosos.

—¡Me robó mi bebé! —gritó Nina.

—¡No, tu se lo regalaste! Y ese bebé es mi hijo —rugió Lysandro. Sus palabras produjeron un silencio instantáneo.

—¡Lo dejaste sin decirmelo! —exclamó Lysandro, estremecido de ira. No por como habían sucedido las cosas, porque al final, el pequeño había tenido suerte de que hubiera terminado en manos de Juliette.

El alcaide sacó sus llaves y dio un codazo al magistrado.

—¿Señor? —dijo, titubeante.

Saquela—espetó el magistrado— No vamos a encarcelar a la hija de la Condesa— suspiro y froto sus sienes — Pero nadie va a ir a ninguna parte mientras yo no haya aclarado esto —

Nina se ofendió y refunfuñó, pero el alcaide abrió la puerta de la celda. Juliette salió y al instante avanzó para echarse en brazos de Lysandro, pero el magistrado la interceptó estirando un brazo —No tan rápido. No tendremos ninguna reunión de tortolitos mientras yo no descubra a quién se ha de arrestar.

No se va a arrestar a nadie, solo no quiero ver más a esta cantante—gruñó Lysandro.

Durante un instante nadie habló, y de pronto hablaron todos a la vez.

—¡Silencio! —rugió el magistrado—. Usted —señaló a Juliette— Comience

Al tener a todos los presentes esperando sus palabras, Juliette se sintió intimidada—Eehhh.... —

El magistrado se aclaró la garganta, muy audiblemente.

Lo que dijo mi esposo es correcto —se apresuró a decir Juliette, señalando a Lysandro— el niño es hijo bastardo de mi esposo, aunque él no lo supo hasta hace unos meses...

Nina abrió la boca para decir algo, pero el magistrado le dirigió una mirada tan fulminante que volvió a cerrarla.

En el invierno de 1813 recibi una carta de Nina, ella me dijo que estaba embarazada de Lysandro y no quería al bebé — suspiro recordando

— ¿Tiene esa carta? — interrogó el magistrado

oh, yo la traigo — dijo la madre de Juliette y se la entrego. El magistrado la leyó y volteo a ver a Nina furioso.

Yo le di asilo a Nina durante todo el embarazo, cuide de ella... Porque yo tenía por ese bebé... — hizo Juliette un gesto — cuando el bebé nació en el verano, Nina se marchó y no había tenido noticias de ella por más de un año... —

— ¿Y cuando se enteró su esposo? —

hace apenas unos meses... — respondió Lysandro — mi esposa me hizo creer que era hijo de ella ... — miro a Juliette.

El magistrado miro a Nina — aquí no hay ningún delito, más que el suyo... Pero creo que ese la vida se lo va cobrar — espetó. Nina hizo un mohin y golpeó con el tacón el suelo. — y si le sucede algo a ella o al niño, usted será directamente señalada por ello... — amenazó.

Nina acomodo su vestido y salió de allí furiosa. Finalmente dejaron a Juliette que se fuera con Lysandro.
Cuando volvió a casa deseaba más que nada ver a su hijo, pero al terminar de subir la escalera todo se puso oscuro y se desmayo.

•••••••••••
Lo dejaremos hasta aquí.
No me odien.
El domingo actualizo.

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