Por el amor de Annie

POR EL AMOR DE ANNIE

Cuentan que al baile asisten las damas y los caballeros de las altas castas.

La semana ha sido agotadora y peor aun cuando se trata de brillar los pisos del palacio para el gran baile anual. Annie ha visto a todos correr de un lado a otro, puliendo las vajillas, limpiando los inmensos ventanales y aromatizando las pesadas cortinas.

La pelirroja solo quiere conseguir algunos segundos de descanso, pues sus rodillas ya se han puesto rojas y adoloridas, al igual que el resto de su cuerpo. Los agentes del palacio no dan mucha ayuda cuando pisan sobre la reluciente baldosa, por lo que la limpieza podrá extenderse varias horas más, antes de la apertura para el baile.

Annie sabe que el esfuerzo y su cuerpo magullado valdrá la pena pronto, así que sujeta los trapos y cepillos con más fuerza, tallando la baldosa hasta terminar. Se encuentra sudorosa y ha comenzado a sentir un mal olor provenir de ella misma, así que se dirige rápidamente hacia la sala de su jefe de limpieza para avisar que ha terminado con sus tareas de la semana y desea retirarse.

Su jefa casi quiere lanzar improperios contra ella porque hay más trabajo por hacer, sin embargo, siente pena cuando ve las rodillas rojas y el rostro lleno de cansancio de Annie, por lo que la deja irse a descansar, tanto como desea.

Annie no tarda mucho en salir del palacio y dirigirse hacia su pequeña casa, en donde vive con su madre y hermano. Saluda con respeto y se acerca a su habitación para tomar una ducha que la refresque y alivie sus dolores; no tiene una bañera, así que se para bajo el chorro de agua y deja que este golpee sus músculos adoloridos. Aun así, desea cumplir con la promesa que hizo.

«Asistiré, Alberth».

Abre su armario y no piensa dos veces antes de tomar el frondoso vestido verde que han enviado para ella. Grita el nombre de su madre y esta pronto deja ver su cabellera rizada y rojiza asomarse por la puerta.

—Ann, debiste llamarme antes.

—Solo necesito ayuda con esto, madre.

Rodeó su cintura con el corsét y su madre tiró de los lazos, haciéndola quejarse ante el jalón, después se puso los pendientes y calzó las zapatillas de punta que su madre le había regalado. Un hermoso collar con una reluciente piedra del color verde de sus ojos adornaba su cuello lleno de pecas y lunares. Annie ató su cabello en un moño desorganizado y luego sonrió ante el reflejo en su espejo.

Estaba ansiosa por arribar pronto y encontrarse con su amado Albert al fin.

—Luces hermosa, Ann. Te aseguro que el príncipe Alberth va a sentirse dichoso por tu amor en cuanto te vea entrar por las puertas del palacio.

Annie tiene una relación secreta con el príncipe Alberth, que oculta con la fachada de sirvienta. A pesar de que Annie no es una joven adinerada ni su familia mucho menos, Alberth ni siquiera se fijó en ello cuando la vio limpiando en los pasillos de su palacio. Aunque el príncipe quiso encargarse de la situación, todo se volvió imposible cuando el rey y la reina encontraron una mujer adecuada para el príncipe.

A pesar de que Annie no podía evitar sentir celos por la mujer que acompañaba al príncipe a cada evento y tomaba la merienda con él, simplemente decidió afrontar la situación como lo haría una joven madura. Ambos confiaban el uno en el otro y lucharían por su relación, aunque tuvieran qué enfrentar la diferencia de clases sociales.

En el palacio, se encontraba Alberth completamente ansioso en su habitación, sabiendo que pronto se comprometería con Annie frente a todos, rompiendo las reglas y las ordenes de sus padres.

¿Quién podía mandar en el corazón? Este no entiende de razas, religión, clase social o diferencia política.

La joven con quien lo habían comprometido ingresa a su habitación y se acerca a él para besarle la mejilla. El príncipe pudo notar una mirada extraña por parte de la rubia, así que preguntó que qué sucede.

—Alberth, yo... creo que no estoy lista para contraer matrimonio.

Para ambos fue un aire fresco el pronunciar de esas palabras.

Ella no estaba preparada para ser desposada y él no quería desposarla a ella.

—Lo lamento mucho, Katherine. —pronuncia Alberth con pena, pero la alegría rebosa dentro de él—Agradezco que me lo hayas dicho. ¿Deseas volver a casa o permanecerás en el palacio?—pregunta con amabilidad.

—Volveré a casa por hoy.

—Ordenaré un carruaje para ti, llegarás a salvo—le sostuvo las manos y luego le beso la mejilla. A pesar de todo, habían entablado una amistad.

A las diez de la noche las puertas del palacio se abrieron para recibir a las damas y los caballeros con gran dominio en el territorio. Al baile también asisten las y los jóvenes adolescentes de las familias reales más cercanas, dispuestos a encontrar al amor de su vida o simplemente una pareja que cumpla con el estándar, alguien a su altura.

Todas las mujeres tenían los mejores vestidos y las más relucientes zapatillas, otras llevaban collares extravagantes y pendientes inmensos, al igual que sombreros admirables. Los hombres tan simples con su traje, pero no perdían la elegancia al tomar a sus mujeres de la mano y establecer relaciones con los demás caballeros.

Tal como fue prometido, Annie asistió al baile. Puntualmente, estaba cruzando las puertas del palacio, recorriendo el lugar con su mirada para encontrarse con el príncipe lo antes posible, pues le generaba ansiedad estar entre tantas personas con poder, además no había asistido a un evento así antes. Peor aún, ella no se esperaba lo que el príncipe tenía preparado para ambos.

Dos horas después, Annie se encontraba aburrida y soñolienta, aunque también un poco desanimada. Pensó que el príncipe la había dejado plantada, así que decidió esperar un poco más para volver a casa y llorar por lo ocurrido. Sin embargo, a las doce en punto, anunciaron el baile principal del príncipe con su prometida, pues esta era la noticia que le darían a todos.

Fue aún más desmotivador para Annie saber que el príncipe bailaría con Katherine esta noche y todos al fin los reconocerían como una pareja. Solo quería volver a su casa y lamentarse en cada rincón de esta.

El príncipe sorprendió a todos cuando caminó en medio del inmenso salón con su traje café e impoluto, dando cada paso con elegancia y seguridad. Su cabello rubio estaba perfectamente peinado y su poca barba era limpia y bien cuidada. Todos esperaban ver a la chica que había acompañado al príncipe en cada evento, pero en cambio lo vieron acercarse a la desconocida joven pelirroja de vestido verde, quien lucía descolocada y casi a punto de huir.

El rey y la reina no entendían lo que estaba sucediendo, pues los ensayos protocolarios no habían planeado esto. Ni siquiera podían reconocer a la pelirroja y tampoco sabían algo sobre Katherine, se mostraron confundidos entre ellos al compartir miradas, pero simplemente dejaron al príncipe actuar.

Y abrieron la pista de baile, luciendo como una pareja. Todos susurraban algo distinto y nadie sabía qué ocurriría en los próximos minutos, solo esperaban ansiosamente el fin de la canción para que la voz se corriera alrededor de la Nación entera.

Annie no podía creer lo que estaba sucediendo en ese mismo instante, pero sus manos temblorosas se dejaron guiar por el príncipe Alberth y ambos movieron melodiosamente su cuerpo, de manera armónica, mientras el suave violín los dirigía a una burbuja en donde solo eran ellos dos; no importaron las diferencias entre ambos.

Y cuando la canción terminó, el príncipe sacó una caja del interior de su traje y se arrodilló ante Annie, justo en frente de todos. Un jadeo al unísono se dejó escuchar y algunas jóvenes que pretendían al príncipe hasta desmayaron. Los reyes se levantaron pronto de su trono y miraron a su hijo como si estuviese loco. No podían creer que él se haya atrevido a romper las reglas.

Alberth estaba dispuesto a todo, solo por el amor de Annie.

—Mi amada Ann, soy el más afortunado por ti. Este corazón mío ha sido desobediente; no conoce sobre las clases sociales y escogió amarte sin importarle el castigo que yo pudiera recibir. —miró fijamente a los ojos color esmeralda de Annie y tomó aire profundo—Hoy decido renunciar a todo lo que me rodea e incluso a mi título. Aquello que necesito para vivir es tu amor, es suficiente. Permíteme ser tu esposo.

Annie casi iba a desmayarse por lo que estaba sucediendo y oyó al rey y la reina mostrarse en desacuerdo con las acciones de su hijo, por lo que giró la mirada hacia ellos y los miró con pena. Sin darle mucha importancia, asintió hacia el príncipe y este ubicó la hermosa sortija en el dedo la pelirroja, prometiéndole un amor eterno.

La familia real aceptó la renuncia al título por parte del príncipe, pues no iban a permitir que el futuro de la dinastía se viera mezclado con el de la clase social más baja. Consideraron que Alberth había actuado de manera impulsiva y quisieron sabotear la relación de alguna forma, sin embargo, Alberth decidió tomar la única propiedad que le quedaba.

Una granja a las afueras de la ciudad.

Se mudó con Annie a esta granja luego de contraer matrimonio y se alejó de su familia, todo por el amor de Annie. Sin muchos miramientos, Alberth se convirtió en un gran mercader de sus propios cultivos y los frutos de haber alimentado correctamente a sus animales. Un año después, todos seguían hablando de la valentía del príncipe, mientras que él solo se contactaba con el resto de la ciudad para saber sobre su cuñado y su suegra, a quienes recibía cada mes en su granja a modo de visita.

Y la alegría se hizo aun más presente cuando Annie se enteró que venía un bebé en camino. Sorprendió a Alberth con una deliciosa comida y le dio la gran noticia, viendo sus ojos azules brillar de felicidad. Ambos celebraron en su granja en compañía de sus dos perros y cuando la familia de Annie llegó, hicieron que todos en la ciudad se enterasen del nuevo acontecimiento.

Como las malas almas siguen presentes, los padres de Alberth solo pudieron repudiar tal acto y al bebé que venía en camino, pero nada de esto afectó la felicidad de los dos enamorados.

Ambos eran el amor de sus propias vidas y estaban dispuestos a enfrentarse a lo que fuese.

Annie pasaba las tardes tejiendo para que Alberth vendiera los diseños y así pasaron varios meses hasta que Annie dio a luz en el nido de amor que ambos decidieron hacer suyo. Un hermoso niño de cabellos anaranjados y ojos azules le sonrió a sus padres y ambos sintieron la tranquilidad llenar sus almas. Así como él, llegaron los demás.

Alberth no se había arrepentido ni un solo segundo de haber abandonado todos los lujos y privilegios con los que había crecido, por el amor de Annie. Por el contrario, se encontraba orgulloso de sí mismo y completamente satisfecho por todo lo que había logrado hacer sin contar con la ayuda de alguien más que su ahora esposa, Annie.

Y, de esta forma, vieron a sus tres hijos crecer y les contaron la historia de amor más hermosa que juntos habían vivido. Hablaron del desobediente corazón de Alberth y el atrevimiento al dejar la Corona. Los tres niños se rodearon del amor de sus padres y los vieron amarse cada día, esperando algún vez amar a alguien de la forma en que lo hacían sus padres.

Annie y Alberth tomaron sus manos desde el inicio y se prometieron amor eterno y leal. Alberth hizo hasta lo imposible por el amor de Annie; y Annie se entregó en cuerpo y alma para su amado Alberth.

Y así, vivieron felices para siempre.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top

Tags: #amor#relato