7. El Bar Polzoni


Me despierto a las cuatro de la mañana, desconcertado por el extraño sueño que tuve hasta hace un momento.

Seguramente fue por la fragancia a durazno que inunda mi habitación o tal vez por la repentina inspiración que surgió a partir de ella. Lo cierto es que soñé con...

Brenda.

Qué diablos.

Me siento en mi cama y me tomo de la cabeza con ambas manos tratando de comprender el significado de esto.

Ella me estaba sonriendo mientras estiraba su mano hacia mí como invitándome a acompañarla, como si no existiera guerra entre nosotros y mucho menos ese estúpido pacto de ignorarnos.

Esta imagen no me deja dormir por el resto de la noche.

De hecho, la tengo presente durante todo el día y no logro prestar atención a ninguna de mis clases.

A la salida, me obligo a concentrarme en otra cosa y busco al profesor encargado de los clubes, para preguntarle si puede firmar un permiso para que Musageta practique en la sala grande.

Necesito encontrar con urgencia un lugar. Ahora que tengo de nuevo una guitarra a mi disposición no puedo darme el lujo de perder más días de ensayos con la banda.

Sin embargo, él me explica que la sala es utilizada por el club de teatro en el horario en que le solicito. Y que, debería de hablar con una alumna de quinto año que se encarga de dirigir ese grupo, para llegar a un acuerdo.

Me parece poco probable poder conseguir lo que quiero. Pero no pierdo nada con intentar. Así que me encamino a la sala grande y encuentro al grupo de teatro en plena práctica.

Aparto a una chica bajita y le expongo la situación, acentuando mi mejor sonrisa para ver si eso me suma puntos con ella.

—Mira, Lucas. Me encantaría poder decirte que sí —en realidad se ve dolida—. Pero, como verás, ésta es la hora en que el club puede juntarse sin problema.

Señala con el dedo un grupo de chicos y chicas que se pasean por ahí, practicando sus líneas entre ellos.

Entonces, una en especial llama mi atención. Una chica a la que reconozco y que está tan loca como para deambular por la sala mirando al techo, hablando y gesticulando sola para aprenderse el guion que lleva en la mano.

Oh, Brenda. A pesar de nuestra aburrida tregua, el curso entero sigue sin dirigirte la palabra. Y estás tan sola que viniste a meterte a este club al que nadie quiere ingresar.

Me recuesto un momento por la pared, ignorando a la chica con la que estaba hablando, quien enseguida se da cuenta de que dejé de escucharla, y se va.

Me quedo observando a la Pulga, tan concentrada en lo que hace que da gracia, y recuerdo las conversaciones que tuvo con ese tipo Malcom, y leí cuando tuve su celular. Aún me cuesta creer lo agradable que sonaba ella en cada mensaje que le escribía. Alegre, simpática y cálida. Tan distinta de lo que es conmigo.

¿Será que a ella también le gusta él?

Porque resulta tan evidente para mí que el pobre diablo está loco por ella, que me cuesta creer que ella no se haya percatado. Se nota además que el tipo tiene alguna que otra esperanza.

¡Qué idiota!

Sin poder evitarlo, suelto una risa que llama su atención.

Ella me ve y frunce el ceño. Rueda los ojos y deja la vista en otro lado.

Salgo, porque mi intromisión cortó la armonía del cuarto y algunos se están fijando en mí. Al fin y al cabo, no conseguí lo que vine a buscar. Así que tengo que pensar en otro lugar que pueda usar para las prácticas.

El hecho de no tener un lugar donde practicar con la banda, está empezando a perturbarme. Pienso, pienso, pero no se me ocurre nada.

Entonces me acuerdo de Gloria. Si alguien puede ayudarme es ella. Marco su número y hago la llamada.

Ella es la secretaria de mi papá y jefa de las demás secretarias del Estudio Jurídico Urriaga-Burgos. Es funcionaria del buffet desde hace más de treinta años y, para mí, es lo más parecido a una madre.

—Glorita, —la saludo cuando atiende el teléfono— tengo un problema enorme.

—Ay, Lucas. No me digas que es tu padre otra vez —inquiere, con esa voz ronca que siento tan familiar.

—No —suelto una risa—. No se trata de él en esta ocasión. El problema es que perdí el lugar en el que ensayaba con la banda y necesito encontrar otro con urgencia.

Cruzo los dedos, esperando que me ofrezca algún sitio. Así como están las cosas, podría incluso aceptar ir a su departamento o a cualquier otro lado.

Ella piensa un momento.

—Lucas, sabes que no pueden ir a mi departamento —se adelanta.

Nos conocemos tanto que a veces parece que me leyera la mente.

—¡Gloria! ¡Por favor! —Hago un nuevo intento, sé que le cuesta muchísimo decirme que no— Es de vida o muerte.

La escucho reír al otro lado.

—Es rentado y me expulsarán si llevo a una banda de rock adolescente —explica—. Por muy linda voz que tengas, mi niño.

Sé que tiene razón. No puedo arriesgarla a que se quede sin lugar donde vivir, especialmente con la edad que tiene.

Exhalo un suspiro.

Si Gloria no me pudo ayudar, nadie lo hará.

—Entonces voy a tener que usar la terraza —suelto, como último recurso.

Me refiero a la terraza del edificio donde se encuentra la oficina que se usa para el estudio jurídico. Gloria sabe que voy ahí algunas noches y, a veces, llevo mi guitarra.

Es mi lugar favorito.

Abierto, tranquilo. Me encanta la sensación de soledad y libertad, impulsada por el viento fresco que se siente arriba, tan alto. Adoro gastar tardes enteras allí y, más de una vez, he llegado a pasar la noche.

Sin embargo, una cosa es que yo suela practicar allí sólo con mi guitarra, y otra muy distinta, es que lleve a la banda entera, con todos los instrumentos y amplificadores a ensayar. Papá simplemente me arrojaría desde lo alto si lo hiciera.

—Imposible —me regaña ella—. Si haces eso tu padre te matará. Y esta vez no podré hacer nada para defenderte.

Gloria siempre hizo de intermediaria entre papá y yo. Por supuesto, saliendo a mi favor. Pero últimamente, mi padre está más estricto de lo normal, dice que debo sentar cabeza ya que este año termino el colegio. Claro que, para él, sentar cabeza significa dejar las fiestas y en especial, la música.

Y no pienso hacer eso.

Entonces a ella le está costando cada vez más trabajo hacer que cambie de opinión. Ni siquiera pudo evitar que él arroje mi guitarra al basurero. Y conste que Gloria influye muchísimo en las decisiones que papá y tío Patrick, el padre de Sam, toman desde hace tiempo.

—Estoy perdido —me lamento.

—Tranquilo, mi niño —intenta consolarme—. Siempre encuentras la manera de resolver los problemas. Sé que lo harás también esta vez.

El día siguiente lo ocupo en seguir intentando dar con una solución. Especialmente después de que Francis me avisa que será imposible utilizar la sala de música de su colegio y que, a pesar de pensarlo mucho, tampoco puede resolverlo.

Me paso buscando en el diario y en internet algún sitio que podamos rentar. Al final consigo dar con unos cuantos bastante accesibles, pero lo ideal sería no tener que sumar otros gastos a la banda.

Me paro delante de la casa de Eric Polzoni, con su guitarra en la mano, y hago sonar el timbre, rogando en mis adentros que la persona que salga a recibirme no sea esa Pulga loca.

Afortunadamente, se asoma él mismo.

—Lucas, es un gusto verte —me dice, con su acostumbrada agradable sonrisa—. Pasa.

El sábado pasado traje a Brenda, por lo que identifiqué sin problemas la casa por fuera. Recuerdo también que había estado adentro unos meses atrás. Esa vez vine con Vane a entregar a Eric unos papeles de Musageta, cuando recién estábamos haciendo las negociaciones para tocar en su bar.

Ingreso con cuidado y enseguida noto la diferencia que hay en su casa ahora, en comparación con la vez que estuve. Cuando eso, Eric llevaba la vida de cualquier hombre que viva solo.

Había muchas cosas fuera de sitio. La sala, donde nos recibió, no se parecía en nada a la que estoy observando. Ese día estaba totalmente desordenada y, ahora, parece que unas manos de mujer arreglaron hasta el más mínimo detalle.

Todo se ve limpio y ordenado. Hasta se percibe un dulce aroma que no sé si proviene de las flores que están en el jarrón de la esquina, o del pequeño aparato para despedir fragancias que está ubicado en la pared posterior.

Como sea, me agrada.

—Sólo vine a devolverte la guitarra —le explico cuando me invita a sentar en el sofá.

Deposito el instrumento sobre el acolchado del asiento.

—No tenías que venir hasta aquí para eso —me dice él—. Podías haberla dejado en el bar.

Es lo mínimo que puedo hacer luego de que él me salvara el sábado. Si no me hubiera prestado su guitarra, habría tenido que suspender la presentación. Cosa que para él no habría representado un problema. Simplemente podría haber llamado a otro grupo para que ocupe nuestro lugar en su bar. Aun así, se ofreció a prestarme la guitarra que él mismo había usado en su época de compositor.

—Muchas gracias, Eric —insisto—. En verdad no sé cómo devolverte el favor.

Él ríe.

—Sólo sigan haciendo la maravillosa música que hacen en Musageta —me palmea el hombro—¿Quieres que llame a Brenda para saludarla? Si no me equivoco, está en su cuarto.

—¡No! —suelto al instante. Creo que me apresuré demasiado en decirlo, así que me excuso enseguida—. No tengo tiempo para quedarme. Debo ir a resolver otras cosas.

—¿Del colegio? —pregunta él.

Niego con la cabeza.

—De la banda... Nos dejaron sin lugar donde ensayar y necesito encontrar uno con urgencia —agacho la cabeza casi sin darme cuenta.

—Oh, vaya —él se aflige—. Lo lamento mucho.

—Gracias —me pongo de pie—. Debo irme.

Me acompaña de nuevo hasta la puerta, pero se queda delante de ella durante unos segundos, sin abrirla. Empiezo a sentirme algo incómodo. Sólo pienso en salir de ahí, para no tener la desgracia de cruzarme con Brenda, o con su hermana y que piense de nuevo que le hice algo.

—¿Eric? —intento sacarlo de sus pensamientos para que me abra de una vez el paso a la salida.

Él voltea de nuevo hacia mí, con una sonrisa en el rostro.

—Se me acaba de ocurrir algo —exclama—. ¿Por qué no usan el bar?

—¿El bar? —pregunto algo desconcertado.

—¡Pueden ensayar ahí en las horas en que no se abre al público!

Mis ojos exponen sorpresa y felicidad al mismo tiempo. No puedo creer que la solución me cayera así de golpe.

—¿De verdad? —necesito confirmarlo.

—¡Claro! —se ve tan animado que me transmite su seguridad al instante.

—Eric, no sé qué decirte...

Éste tipo es genial.

Él me pasa un brazo por encima del hombro y me guía a la calle.

—No digas nada, Lucas. Con que cuides a Brenda en el colegio me conformo.

Su petición me hace sentir una instantánea culpa.

Él se ha portado tan bien conmigo al prestarme antes su guitarra y ahora el bar para los ensayos. Y se nota que aprecia demasiado a Brenda, mientras que yo le hice a ella cosas terribles.

Por un momento me arrepiento de haberle quitado su bolso y luego haber permitido que Bruno cuelgue su ropa interior delante de todos.

A veces me comporto como un imbécil.

Pero, al menos, el pacto que hice con ella ya no me permite acercarme y supongo que eso ya se puede considerar como que la estoy cuidando.

Porque, si necesitó que se la cuide de alguien hasta ahora, fue justamente de mí.

—¡Gracias!

Enseguida le doy la noticia a los chicos, escribiendo en el grupo apenas salgo de allí.

Al fin tenemos lugar donde ensayar. Y, mejor que sólo eso, hacerlo en el bar tiene una serie de ventajas como el gran espacio, la increíble acústica del lugar y el escenario preparado para que practiquemos también las presentaciones al público. Además, estoy seguro de que Eric nos permitirá almacenar en el depósito los instrumentos y no tendremos que estar trasladando la mayoría de ellos.

Me emociono tanto que no puedo esperar a empezar los ensayos ahí. Así que, al día siguiente escribo a Eric desde temprano para ingresar al lugar. Al salir del colegio, voy a casa, me doy una ducha rápida y preparo mis cosas para el ensayo.

Cuando llego al bar, aún faltan dos horas para que empiece el ensayo con el grupo. Tengo planeado aprovechar el tiempo para trabajar en la nueva música que empecé en mi habitación hace unas noches, necesito probar como suena fuera del papel. Hasta ahora tuve que escribirla, ensayarla y darle forma en mi habitación, lo cual no es demasiado cómodo para mí, porque tengo que tener siempre cuidado de que papá no me oiga.

Ahora, sin embargo, tengo todo un espacio para dedicarme a ella sin que nadie me moleste.

Eric me ayuda a armar todo, antes de despedirse.

—Estaré en el depósito del fondo, haciendo el inventario —me dice—. Cualquier cosa que necesites, búscame ahí.

Le agradezco y se retira.

Ojalá mi padre pudiera ser un poco más como Eric. No es justo que esté pensando esto porque sé que hizo su mayor esfuerzo por criarme él sólo. Si tan sólo respetara lo que me gusta hacer, no tendríamos todos los problemas que tenemos.

Es imposible dialogar con él. Cree que su punto de vista es el único válido y siempre hace de menos todo lo que me gusta a mí. En especial la música. Si hay algo que más detesta es verme con la guitarra en la mano.

A veces recuerdo que no puedo culparlo, porque lo motiva el miedo.

Miedo de que yo sea como mi madre.

Y, lo peor de todo, es que ni siquiera sé qué clase de persona era ella. Sólo sé que, cuando nací, no pudo soportar la presión de tener que ocuparse de mí, conseguir un trabajo y mantener su matrimonio. Así que, simplemente... se fue.

Se fue detrás de la música.

Es lo que dice papá las pocas veces en que habla de ella. Que era cantante y salió de gira para nunca más volver.

Por eso es tan estricto conmigo, cree que la música me va a cegar como lo hizo con ella.

Ojalá tuviera un poco más de fe en mí.

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