54. Lo arruiné

"Amor... ¿Puedo ir por tu casa para que hablemos? Te extraño".

Tecleo en mi celular, pero al instante cambio la palabra "amor" por "pulga", porque no quiero ceder tanto.

Exhalo un suspiro y me recuesto por la pared del bar, dejando que mi espalda resbale por la misma, hasta tocar el suelo. El ensayo acaba de finalizar y los chicos están en el depósito, terminando de acomodar los instrumentos para salir.

—Nos vemos mañana —me dice Vane, al pasar en dirección a la calle.

Me despido de ella con un gesto de la mano y una forzada sonrisa. Desde la pelea que tuve con Brenda, no estoy de humor para nada.

Como las clases se han acabado para todos, intentamos practicar una vez al día, especialmente porque debemos estar lo suficientemente preparados para la presentación que vamos a tener delante de todo el colegio, en la fiesta de graduación.

Hemos hecho incontables conciertos en el bar, pero nunca antes tocamos frente a todo nuestro curso. Será algo grande. Me emociona y al mismo tiempo me da un poco de nervios. Por lo que intento enfocarme en ese objetivo y no pensar tanto en el hecho de que Brenda y yo llevamos al menos tres días sin hablar.

Lo peor de todo es que no confíe en mí. No tengo nada con Sam y eso es algo que le vengo aclarando desde siempre.

Francis pasa por mi costado y se despide también. No se queda a hablar. Todos estamos agotados por tantos días de ensayos seguidos.

Miro de nuevo el mensaje sin enviar y borro la parte que dice "Te extraño". Porque sí, la extraño, pero yo también estoy enojado. Me sacudo un poco la cabeza y modifico de nuevo el texto, para tratar de demostrar al menos un poco mi molestia.

"Tenemos que hablar".

El resultado es básicamente la frase que se usa cuando se va a terminar una relación, por lo que me resigno a no enviar nada y lo borro totalmente. De todos modos, ella no está en línea.

Bruno apaga las luces del fondo y se acerca hasta donde estoy, como si no me viera. Cuando pretende apretar el interruptor que tengo cerca, repara en mi presencia.

—¿Aún estás por aquí? —pregunta curioso.

Asiento, apesadumbrado.

—Estoy meditando si debería ir a casa o pasar por la de Brenda, para hablar con ella.

Mi amigo suelta un bufido.

—Pero no has cambiado de opinión, y ella tampoco lo hará. Si vas para allá, lo único que lograrás será empezar otra pelea.

—¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Nada? —replico—. ¿No volver a hablar con ella nunca más?

Hace un gesto de duda y se aproxima del todo. Se sienta en el suelo, a mi lado y recuesta la espalda contra la pared.

—¿En verdad quieres mi consejo?

Observo de nuevo en mi celular el chat que tengo abierto y en el que no he terminado de escribir nada que me pueda servir. Medito un momento, antes de contestarle.

—No lo sé. Detestas a Brenda. ¿Acaso podrías darme una opinión imparcial?

Él se encoje de hombros, para luego tomar mi celular y dejarlo a un costado, sobre el suelo.

—No voy a decirte qué hacer, Lucas. Pero te puedo decir qué no hacer... —suelta un suspiro, con la mirada fija hacia arriba ahora—. Mira, tú sabes que cuando yo estuve con Stacy no la valoré. Cuando me di cuenta ya era tarde y nunca más pude recuperarla del todo. La perdí, por no haberle dado el lugar que le correspondía.

—Bruno, no perdiste a Stacy...

—Lo hice —me interrumpe, con una expresión vacía en el rostro—. Ella no se atreve a decírmelo aún, pero lo sé. La conozco lo suficiente. Y te aseguro que no tienes idea de cuánto estoy pagando por mis errores.

Se detiene al decir eso y percibo que su respiración se ha vuelto más pesada. Levanto mi mano y aprieto su hombro en señal de apoyo. Se queda unos segundos perdido en sus propios pensamientos, y me mantengo en silencio, para no interrumpirlo.

Luego, se sacude la cabeza y procura animarse un poco más.

—Lo que quiero decir, es que no permitas que a ti te ocurra lo mismo —me aconseja, mirándome ahora con una sonrisa adolorida—. Samantha es tu amiga, y Brenda es tu novia. No le des a una el lugar que le corresponde a la otra.

—No entiendo en qué momento te volviste un maldito filósofo —bromeo, y logro que muestre una sonrisa. No me gusta verlo mal, no es propio de él.

Bruno se apoya en mi hombro y se pone de pie.

—¿De qué sirve? Si al final harás lo que te dé la gana —se queja, dándome un leve coscorrón en la cabeza, y se aleja hacia la salida.

Me quedo solo y pienso en sus palabras durante unos momentos. Encuentro en ellas algo de razón. Sin embargo, para mí, no se trata de que yo vaya a la colación con Sam. De hecho, ni siquiera se trata de Sam. Se trata de que mi novia no confía en mí y, aparentemente, nunca lo ha hecho.

¿Cómo se puede construir una relación en la que no haya confianza?

Y sé que quiero buscarla, arreglarnos, abrazarnos y besarnos. Asegurarle que nunca la voy a dejar y que no la cambiaría por nadie.

Apago la luz que queda, antes de dejar el bar. Giro la vista en dirección a la casa de Brenda y me hago por última vez la pregunta de si debería ir o no a tratar de arreglar las cosas.

Rememoro de nuevo la conversación que tuvimos la última vez que hablamos. Y entonces lo decido.

Quito de mi bolsillo la llave del auto y me subo a este, ya sin dudas. Muevo el vehículo y, cuando paso delante de su casa, no me detengo.

Estoy molesto y, sobre todo, cansado de ser siempre yo quien va tras ella.

Los días pasan con una lentitud absorbente. Por fortuna, las prácticas en el bar sirven para distraerme de este malestar que siento por no haber vuelto a hablar con ella. Porque, por supuesto, Brenda es tan orgullosa que no me ha buscado ni una sola vez.

Gloria va a casa el sábado, desde temprano. Ha planchado y acomodado mi ropa, mis zapatos y el reloj que me regaló por haber terminado el colegio a pesar de todo pronóstico (según ella). Asegura haber llegado a creer que me expulsarían antes de que termine el año.

—Gracias al cielo, Bruno y tú tuvieron la suerte de conocer chicas que supieron domarlos —me dice cuando bajo a la sala, listo para salir.

Me observa con la mirada cargada de orgullo.

—Ni Brenda ni Stacy son la razón por la cual nos calmamos —le aclaro—. La verdad es que, después de que quedamos con nota condicional, preferimos asegurar nuestra supervivencia.

Y es que ella más que nadie sabe la clase de cosas que hicimos antes del último año.

—De todos modos, estoy muy feliz de que estés con ella —lo dice con una sonrisa que busca ocultar esa expresión de reproche que me muestra desde que le conté que iré a la fiesta con Sam, y no con Brenda.

—Lo sé —contesto al momento en que ella saca un peine de su bolsillo y se acerca hasta donde estoy.

—Te ves muy bien, mi niño.

Lo dice con seguridad, sin embargo, comienza a pasar el peine por mi cabello y no puedo evitar sonreír. Ella nunca se olvida de los pequeños detalles.

Entonces acomoda mejor mi corbata y se aproxima un poco más, hacia mi cuello, para comprobar si me coloqué perfume. Asiente satisfecha.

—Estás perfecto —es su veredicto final.

¿Quién necesita una madre si tiene a Gloria?

Nos despedimos en la puerta de casa, con un abrazo.

—Salúdame a Samantha —me dice—. Y a mi niña también. Espero que hagan las paces pronto.

Manejo el vehículo por las anchas calles bien iluminadas, de camino a casa de Sam. Entre más me acerco, más me cae la ficha de que llegaré a la fiesta de colación con una chica que no es mi novia. Y comienzo a preguntarme si acaso hice bien.

¿Debería haber escuchado el consejo de Bruno?

Mi padrino me recibe con una sonrisa y me hace pasar al inmenso recibidor. No puedo evitar pensar que, ahora mismo, Eric debe estar recibiendo a Tadeo de la misma manera. Y es que yo lo decidí así.

La madre de Sam baja y me enreda entre sus brazos.

—Vas a ver que está preciosa —me dice, radiante.

Fuerzo una sonrisa, para no demostrar que las dudas están comenzando a tomar asilo en mi interior.

Sam baja las escaleras lentamente, sin sacarme de encima la mirada y con una extensa sonrisa enmarcada en sus labios pintados. Su vestido celeste combina con mi corbata, como ella lo dispuso. Se ha hecho un arreglo en el cabello y unos largos mechones ondulados descienden sobre sus hombros. Se ve linda, feliz, satisfecha.

Pero no es Brenda. Ella no es Brenda y yo no debería estar aquí.

Parece advertir algo en mi mirada, porque la suya se atenúa cuando llega hasta mí. Aun así, nos vemos obligados a sonreír cuando nos tomamos juntos una fotografía, porque su madre lo ha pedido.

Me mantengo en silencio durante casi todo el camino y Sam hace lo mismo, parece respetar mi momento de dudas.

—Gracias por hacer esto por mí —susurra cuando estoy aparcando el auto en el estacionamiento del colegio—. Pero no me gusta que estés triste, Lucas.

Coloco el freno de mano, apago el motor y deposito mis dedos sobre su muñeca. Le muestro una sonrisa, para borrar esa mirada de culpabilidad que refleja su expresión.

—No te preocupes... Sólo vamos.

Ella asiente y nos bajamos de la camioneta. Caminamos uno al lado del otro, mezclándonos entre la cantidad de alumnos que se acumulan en la puerta que da al enorme salón en el que se ha preparado el festejo.

Nos saludamos entre todos y mi humor mejora un poco, al verme rodeado de tantos amigos que están igual que yo, emocionados por haber culminado esta etapa.

Una vez que ingresamos y nos instalamos, comienzo a buscar a Brenda con la mirada. Pero no la veo, no parece haber llegado aún.

Las presentaciones comienzan cuando el director sube al escenario e inicia el discurso de bienvenida. Kendra, su acompañante, Samantha y yo nos juntamos y comenzamos a charlar.

—Me alegra tanto ver que volvieron —Lucía aparece por un lado, dirigiéndose a Sam y a mí. Su novio está tras ella—. Todos en la fiesta hablan de ello.

Mi mejor amiga le sonríe, mientras la otra le da un abrazo.

—¿De qué hablas? —le pregunto, confuso.

Ella me muestra una sonrisa de lado.

—De ustedes dos, ¿de quién más? —le lanza ahora a Samantha una mirada graciosa y luego vuelve los ojos a mí—. Todos estaban preocupados porque se te veía mucho con Brenda últimamente. Sin embargo, ahora se ha aclarado todo.

Miro a Sam, sin poder acreditar lo que escucho. Ella no lo desmiente, como siempre. Y yo siento que la realidad me cae encima.

Vine con ella a la fiesta. Dejé a mi novia de lado. Lo arruiné.

Y podría perderla si no empiezo a enmendar mis errores.

Me giro hacia mi amiga con decisión.

—Sam, lo lamento. Cometí un error y debo irme.

Ella se sorprende, pero reacciona rápido. Me toma del brazo, para detenerme.

—¿A dónde irás?

—A buscar a Brenda. Debí haber venido con ella.

No digo nada más. A pesar de las miradas de espanto de sus amigas, me retiro rápidamente. Tomo mis llaves de camino al estacionamiento, para no perder más tiempo. Me subo a mi camioneta y manejo a prisa hasta su casa.

Fui un idiota. Espero poder arreglarlo.

Me detengo en la vereda, sin preocuparme por estacionar bien. Sigo el camino hasta la entrada principal y espero, luego de tocar el timbre. La luz de la sala está prendida, lo que me da la esperanza de que aún esté allí. De poder ser yo quien la lleve a la fiesta. Así como debió ser desde un principio.

Eric me recibe un minuto después.

—Lucas... ¿Qué haces aquí?

—Eric, me equivoqué —confieso, acelerado—. Dime que aún no ha salido para la fiesta.

Sus ojos me dicen la respuesta incluso antes que sus palabras.

—En verdad lo siento. Brenda ya se ha ido.

Demonios. Llegué tarde.

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