49. ¿Dejà vú?
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Desde que mi amigo se fue de la ciudad, Lucas y yo no podríamos estar mejor. No hemos vuelto a pelear, a pesar de que, evidentemente, los insultos de Malcom le han hecho replantearse algunas cosas.
Por ejemplo, la semana pasada se mostró especialmente interesado en integrarme al resto del curso. El lunes se sentó en mi pupitre y me habló delante de la clase entera, mientras yo sólo quería que me tragara la tierra. El martes me escogió en su grupo para un trabajo práctico, lo cual pareció despertar una serie de rumores sobre nuestra nueva "amistad". El miércoles, una compañera llamada Eli se acercó a hablarme, porque Lucas le dijo que yo vivía en la misma ciudad que ella cuando era pequeña. Pero, ¡vamos! la chica lleva al menos diez años en la capital y ni siquiera recuerda el campo. Lo hizo solamente para darle el gusto a él, y me tuve que ver forzada a entablar una conversación bastante incómoda. El jueves pude librarme de sus intentos de integración. Pero el viernes me invitó (delante de todo el mundo) a ver su partido de fútbol. Por lo que Tadeo y yo nos pasamos la hora libre en las gradas y, a pesar de que mi amigo estaba encantado de ver a Julio corriendo por toda la cancha, yo no pude evitar notar que Samantha ha empezado a impacientarse con respecto a esta evidente cercanía entre su mejor amigo y yo.
Su molestia se hace cada vez más notoria, porque desde que empezó la primera hora no ha dejado de mirarme mal y cuchichear con sus amigas. Pero es lunes y no quiero tener que lidiar con Samantha y su complejo de princesa. Así que la ignoro por completo e intento continuar con mi vida.
Ya en el recreo, busco a Tadeo y lo encuentro a un lado del patio, por lo que me acerco a él.
-¿Cómo van las cosas con Lucas? -me pregunta, abriendo un paquete de galletas.
-Bien, pero no ha dejado de buscar integrarme a mi curso. Lo cual me agrada, pero me hace sentir algo incómoda -me alcanza una y la llevo a la boca.
-¿Incómoda? ¿Por qué? Es muy lindo de su parte -resalta él.
-Lo sé -le sonrío-. Pero ya termina el año y no van a aceptarme de un momento a otro. De todas formas, ya me he acostumbrado a que pasen de mí.
Él se encoje de hombros.
-Igual pienso que deberías poner también de tu parte -coge una galleta y separa la jalea de la masa, antes de continuar-. Después de todo, es tu último año.
Me tomo un segundo para analizar su plan.
-Está bien, lo intentaré.
Él asiente con satisfacción. Lucas aparece en ese momento y le pasa un brazo por encima del hombro.
-Hola, Tadeo. ¿Cómo te fue con Gustavo?
-Pues... Es un buen tipo, pero no es mi estilo -le contesta este.
Mi novio me lanza una mirada decepcionada.
-Tal vez puedas presentarle a Patricio -sugiero, recordando a un chico que suele servir tragos en el bar.
Pero Tadeo no parece demasiado convencido.
-No. Lo siento, chicos -se excusa, entonces se dirige a Lucas-. Sólo hay alguien que me interesa y no puedes volverlo gay.
Lucas medita un segundo.
-Podría intentarlo -propone, con una sonrisa presumida-. Aunque eso implicaría tener que terminar con Brenda.
Tadeo niega con la cabeza, entre risas.
-Además, ustedes deberían estar más preocupados en su relación que en mi vida amorosa, o la falta de esta. De hecho, les está llevando más tiempo salir a la luz a ustedes, que a mí salir del clóset.
Dicho esto, voltea y se retira rápidamente.
Lucas y yo nos miramos de costado.
-Supongo que tiene razón -acepto y él asiente.
Sin embargo, creo que nos hemos acostumbrado tanto a llevar esta relación de esa manera que ninguno de los dos ha pensado mucho en ello.
Como me propuse poner de mi parte para integrarme, al día siguiente acepto la invitación de Lucas para almorzar con su grupo de amigos. Así que en la hora libre me dirijo al inmenso salón comedor, me sirvo la comida y me acerco a la mesa en la que usualmente ellos se sientan. Mi novio me recibe con una gran sonrisa, pero Samantha y las otras dos no disimulan su disgusto.
-¿Qué hace ella aquí? -su amiga se dirige a Lucas sin disimulo.
-Yo la invité, Sam. Así que, por favor, sé buena.
Samantha parece entender que no tiene sentido contradecirlo, porque hace una mueca y cambia su expresión enseguida, por una mucho más pacífica.
-Yo no tengo problemas de que esté aquí, pero dudo que a Bruno le agrade -miente descaradamente.
Lucas corre la silla que está libre a su lado y me invita a sentarme.
-No te preocupes por eso -es todo lo que él le responde.
Kendra, quien está sentada a mi costado, aprovecha para golpearme con su rodilla mientras me acomodo. La miro mal y me dispongo a comer, cuando Bruno aparece con su bandeja de comida y la deposita sobre la mesa.
-¿Qué demonios? -lo escucho quejarse y veo a Samantha mostrar una sonrisa malvada, hasta que él continúa-. ¡Le dije a esa vieja que quería dos pedazos de carne y ahora veo que me puso sólo uno!
Me alivio al entender que él ni siquiera se ha fijado en que estoy aquí. O tal vez me vio, pero no parece importarle. Samantha lo entiende también, porque la sonrisa se borra de su rostro.
Lucía se apresura en darle a Bruno su propio trozo de comida, mientras Samantha se acerca al oído de Kendra y le susurra algo. La morena asiente, acatando la orden de su amiga, y se decide a hablarle a Bruno.
-Entonces, ¿no te molesta que haya una intrusa en la mesa con nosotros?
Lucas baja sus cubiertos, mirándola con seriedad. Pero Bruno suelta una carcajada.
-Si lo dices por Brenda, no. No me molesta -le asegura, dejándome perpleja-. De hecho, ella me cae mejor que tú y Samantha.
Mi vista se queda clavada en él por unos instantes, en los que continúa comiendo como si nada.
-Ah, por cierto -se detiene de nuevo y esta vez sí me mira-. Puedes estudiar con nosotros para los finales, si quieres.
¡Que alguien me tire un balde de agua fría, porque estoy soñando!
Asiento, sin saber qué decir, ante la mirada incrédula de las otras chicas. Lucas le muestra una sonrisa a su amigo y entonces deduzco que esto de seguro tiene que ver con él. Debió haberle pedido que me trate bien delante del resto, para hacer las cosas más sencillas para nosotros dos.
Lucas en verdad se está esforzando por integrarme, tanto al curso como a su grupo de amigos y, a decir verdad, me muero de amor.
A pesar de que no hay mucho que hacer ya, puesto que el último día de clases ha llegado con una rapidez alarmante, quiero demostrarle cuánto aprecio su esfuerzo. Así que lo sigo de cerca cuando vamos de camino a la cancha para la última clase de deportes. Samantha está colgada de su hombro, como es costumbre. Pero al instante en que se separa y se adelanta hasta una de sus amigas, me apresuro en alcanzar a Lucas y lo detengo. Él me mira sin entender, mientras los demás compañeros transitan a nuestro costado.
En menos de un minuto se han perdido de vista todos, por lo que tomo su mano y lo estiro hasta un pequeño depósito que está cerca. Cierro la puerta a mis espaldas, ante su atenta mirada. Entonces me impulso a sus brazos.
-Sólo quiero estar a solas contigo un momento -le explico, rozando con mis manos su cuello, hasta llegar a su nuca y atraerlo en un beso lento.
Él sonríe al instante, y no duda en apretarme contra su pecho y hundir sus labios en los míos. Nuestras caricias son leves al comienzo, algo tímidas, tal vez porque ambos sabemos que estamos en el colegio y no podemos demorarnos demasiado.
Pero estamos tan cerca, tan juntos, tan solos, que la intimidad del ambiente nos envuelve enseguida. Sin dejar de mirar sus hermosos ojos, acerco mi boca a su labio inferior y lo muerdo suavemente, esbozando una sonrisa juguetona.
Sus cejas se levantan y parece entender que no tengo intenciones de salir de aquí todavía. Así que toma la base de mi cabeza y me atrae más, besándome profundamente. Su lengua encuentra el espacio suficiente para agasajar mi interior con ímpetu, logrando que me abrume el deseo. Le devuelvo las incesantes caricias, con la mía.
Me coge de la cintura, con fuerza y me lleva hacia un lado, sin soltar el contacto de nuestras bocas. Siento el frío de la pared contra mi espalda, que contrasta con el calor que desprenden nuestros cuerpos ahora y esas sensaciones me producen un intenso temblor.
Un leve gruñido sale de su garganta cuando aparto mi boca de la suya. Humedezco un poco más mis labios y los llevo sobre su cuello. Él me aferra contra sí mismo, como si quiera fundirse en mí, mientras mi boca se desliza sobre su piel. De pronto se arrima lentamente a mi oreja y se detiene a un centímetro de ella. "Te quiero" susurra y sus palabras sueltan un poco de aire caliente que me vuelve loca. Entonces comienza a besar suavemente mi lóbulo, alternando los besos con delicadas lamidas en la zona. Me estremece tanto que no puedo concentrarme en continuar besándolo, así que me dedico a disfrutar de sus excitantes caricias, mientras aferra sus dedos a mi nuca y me sorprende con pequeños mordiscos cariñosos.
Su mano se desliza debajo de mi blusa, proporcionándome una ola de calor que desciende hasta mi vientre. Y la siento subir en roces por mi espalda, deteniéndose en mi sostén.
-Lucas... Yo nunca... -confieso entre audibles jadeos.
-Está bien. Yo tampoco -contesta, dejándome perpleja.
Me aparto de golpe y lo miro a los ojos.
-¡¿De verdad?!
Él ríe debido a mi reacción.
-¿Tan increíble te parece? -pregunta, con una sonrisa de lado.
-Bueno, sí. Lo siento -me avergüenzo de haber asumido algo sin saber.
Es que jamás se me pasó por la cabeza que no lo haya hecho. ¡Vamos, es Lucas! Miles de chicas se mueren por él.
Acaricia mi mejilla con ternura y se acerca a darme un corto beso. Su otra mano sigue alojada en mi espalda, mimando mi piel con sus dedos. Cierro mis ojos y prosigo a besarlo, una y otra vez, intentando volver a la intimidad que teníamos un momento atrás.
Él me coge del rostro y arrima su cuerpo del todo al mío. Su lengua comienza a hacerse sentir dentro de mi boca y, entonces, la puerta se abre de golpe a sus espaldas.
-¡Urriaga! ¡Por todos los cielos! -la voz de la profesora me hace pegar un grito y escondo mi rostro tras el hombro de Lucas.
Él se aparta en un segundo y voltea en dirección a ella.
-Profesora, no es lo que parece -se excusa.
-Oh, no. ¡Claro que no! -la mujer se acerca llena de rabia y me mira a los ojos-. Y Allen... ¡Qué vergüenza, señorita!
Es la profesora de inglés, y parece complacida de habernos pillado en una situación que amerita un castigo.
-Sólo nos estábamos besando -me lleno de valor para contradecirla-. No tiene nada de malo.
-Exacto -apunta Lucas-. Usted hace lo mismo con el profesor Collins, quien está casado, por cierto.
Miro confusa a mi novio, pero él parece seguro de su afirmación. Aun así, la mujer no se deja intimidar.
-¡Vayan los dos a la oficina del director, ahora mismo!
Oh, Dios. Mamá me va a matar. O peor que eso... ¡Me van a expulsar, y después mamá me va a matar!
Salimos del depósito de deportes y nos movemos en camino a la dirección. Ambos caminamos sin decir nada, con la mujer siguiendo nuestros pasos. Se asegura de que entremos a la secretaría y luego se retira.
La secretaria se está limando las uñas mientras disfruta de videos de gatos, en su computadora. Pone en pausa y nos dirige una mirada molesta, hasta que se fija en Lucas y sonríe ampliamente.
-Luquitas -lo saluda-. Hace tiempo que no te veo por aquí. ¿Qué hiciste esta vez?
Ruedo los ojos y la interrumpo, porque no pienso aguantar sus patéticos coqueteos, otra vez.
-Necesitamos ver al director -le explico.
Ella apunta la puerta, sin dejar de mascar su chicle de manera ruidosa y molesta.
-Claro, pasen.
-Gracias Lucy -le contesta Lucas y se acerca a dar dos golpes a la entrada de madera con la placa que dice "Dirección General".
-Adelante -el director nos admite el paso, así que ingresamos, uno detrás del otro-. Urriaga y Allen... Qué sorpresa -comenta sarcásticamente, al vernos.
Los dos nos miramos de reojo. Ninguno sabe cómo empezar a explicar la razón de nuestro castigo.
-¡No me digan que se estaban peleando otra vez! -exclama entonces el hombre-. ¿Acaso quieren otro castigo en la biblioteca?
Suelto un suspiro intenso y agacho la cabeza. A Lucas, sin embargo, lo irónico de la situación parece causarle algo de gracia.
-No, esta vez sí nos encontraron en una situación comprometedora.
Siento que mis mejillas queman de la vergüenza. Levanto los ojos al director y veo que está anonadado.
-Bueno... -ladea la cabeza-. Al menos mi sistema de castigos sirve de algo...
Por favor, que alguien me mate ahora mismo.
Luego de explicarle la situación, el hombre nos hace pasar de nuevo a la secretaría porque, por supuesto, va a llamar a nuestros padres. Así que me quedo esperando impaciente a que mamá cruce la puerta de vidrio en cualquier momento y me regañe como nunca lo ha hecho en su vida.
-¡Nos van a matar! ¿Acaso no estás preocupado? -me quejo al cabo de un momento, al ver a Lucas sentado al lado de la secretaria, riendo con cada video.
Él lleva la vista a mí y hace una mueca pensativa.
-Un poco, sí. Pero han llamado a mi padre por cosas peores en años anteriores.
-Sí, eso es muy cierto -dice la secretaria, en su defensa.
Me tomo de los pelos. ¡Juro que lo mato!
Se acerca con cuidado y se sienta de nuevo a mi lado.
-Todo estará bien -toma mi mano, para calmar un poco mis nervios.
Pero nada me puede calmar ahora. No dejo de mirar el reloj y parece que no pasa el tiempo. Hasta que la puerta se abre y el señor Urriaga se hace presente. Se detiene delante de su hijo, lleno de ira.
-¡Pensé que ibas a terminar bien el año! -se queja-. ¡Justo le estuve diciendo a tu padrino que estaba orgulloso de que hace meses no me llamen del colegio!
-Lo sé, papá. Lo lamento...
-¡Siempre lo lamentas! ¿Cuándo vas a madurar? ¡El colegio no es lugar para ese tipo de cosas!
Lucas lo escucha en silencio y yo me encojo más en mi asiento, con ganas de desaparecer. Pero, por el contrario, mi suegro parece fijarse ahora en mí.
-Hola, Brenda. Es un gusto verte -me saluda un segundo y se vuelve de nuevo hacia su hijo-. ¿Cuántas veces tengo que decirte que...? -se detiene en seco y sus ojos sorprendidos encuentran de nuevo los míos-. Espera un momento, la chica con la que lo encontraron... ¿Eras tú?
Asiento lenta y pausadamente, rogando en mis adentros no borrar esa imagen madura y profesional que tiene de mí. Pero supongo que es imposible.
Acabo de perder mi trabajo. Sin mencionar que la vergüenza que siento es tan grande que dudo volver a animarme a mirar al señor Urriaga después de esto.
Me observa con la boca abierta por unos segundos, antes de volver a hablar.
-Entonces, ¿ustedes dos...? -se fija ahora en nuestras manos entrelazadas y sus cejas se levantan aún más.
-Somos novios -le explico al instante.
Él lleva la vista de nuevo a su hijo y su mirada se ilumina. Sorpresivamente, le da un abrazo.
-¡Oh, Lucas! ¡Estoy orgulloso de ti!
¿Qué? ¿Escuché bien?
-Digo, no por lo que hicieron, por supuesto -se apura en aclarar-. Sino porque no puedo creer que estés con una chica tan... tan... Bueno, vaya -se incorpora de nuevo, satisfecho, y parece darse cuenta de que debería haberse mostrado tan severo como lo ha sido siempre-. En fin, pórtense bien de ahora en más.
Lucas asiente, estupefacto. A decir verdad, yo tampoco puedo creer lo que acabo de ver.
Entonces mamá ingresa también y me fijo en ella. Su mirada me muestra enojo y desilusión.
-Brenda -se acerca hasta nosotros-. ¿Qué significa esto? ¿Cómo puede ser que me llamen por algo así?
-Mamá, lo lamento mucho -empiezo a excusarme, pero me cuesta encontrar las palabras para continuar.
Lucas se pone de pie, de inmediato.
-Margaret, disculpa. Todo fue culpa mía.
-¿Entonces estaba contigo? -pregunta mamá, algo sorprendida.
-¡Sí! Son novios, ¿puede creerlo? -le comenta mi suegro con una sonrisa.
Mamá se asombra por un segundo, pero vuelve a fruncir el ceño enseguida.
-Me agrada que lo sean, pero eso no significa que lo que hicieron esté bien -se cruza de brazos, en señal de reprimenda. El padre de Lucas borra la sonrisa y asiente, dándole la razón.
-No se volverá a repetir -aseguro.
-Al menos no en el colegio -aclara Lucas, a lo que le respondo con un pisotón en el pie.
¡Como si no tuviera suficiente vergüenza ya!
-Brenda, estás castigada -me asegura ella y no me deja más opción que asentir-. Y Lucas, de ahora en más espero verte en mi casa, como se debe.
Él asiente también, serio.
Nuestros padres se retiran y Lucas estalla en risas, una vez que nos quedamos solos.
-De todas las maneras en que se podían enterar. ¿Tenía que ser de esta?
-¡No me causa gracia! -le aclaro-. Todavía no puedo creer que nos haya ocurrido esto.
Él pasa sus brazos sobre mis hombros y me calma.
-No te angusties, pudo haber sido peor.
-Sí... ¡Podían habernos expulsado! ¡Pude perder mi trabajo!
-Pulga, no seas dramática -dice entre risas-. Además, las pasantías ya terminaron hace tiempo.
Por supuesto, nunca le conté que su padre me ofreció trabajo. Por lo que lo hago mientras vamos de camino a clase. Lucas se pone muy contento, aunque no por la misma razón por la que estoy yo.
-Eso significa que pasarás más tiempo con Sam -deduce-. Así que deberán aprender a llevarse bien.
¿Llevarme bien con Samantha? Que alguien lo baje de su nube...
Nos vemos en mi casa en la noche. Ahora que mi familia lo sabe, no tenemos que escondernos más. Estamos abrazados en el sofá de la sala, en mitad de una película, cuando Eric abre la puerta y se acerca a paso lento hasta nosotros.
-Hola, chicos -nos saluda con una sonrisa cómplice-. Me alegra ver que están juntos.
-Hola, Eric -lo saludamos los dos, al unísono, mientras se acomoda al lado de Lucas.
Me aparto un poco más de mi novio, tal vez por la incomodidad que me causa la situación.
Es obvio que mamá le puso al tanto de lo que ocurrió esta mañana.
-¿Está buena la película? -pregunta, con la evidente intención de dar vueltas antes de ahondar en el asunto que en verdad lo trae a nosotros.
-A decir verdad, no tengo idea -le contesta Lucas, mientras yo me muero de vergüenza.
Eric deja escapar una sonrisa y le coloca una mano en la rodilla.
-Tú y yo tenemos que hablar.
Oh, no. Me muero.
Lucas se queda serio de repente, podría jurar que hasta luce algo pálido. Asiente, sin sacarle los ojos de encima a mi padrastro. No lo he visto mostrar tantos nervios siquiera con la reprimenda que le dio su padre esta mañana.
Tomo el control remoto y pauso la película, antes de hablar.
-No lo reproches, también fue culpa mía.
-No lo voy a reprochar -me aclara él, tomando mi mano y apretándola con gesto paternal-. Sólo quiero que tengamos una charla, ahora que es tu novio. ¿Nos dejas solos, por favor, cariño?
"Lo siento" le susurro a Lucas, mientras me voy levantando despacio. Lo veo tomarse la cabeza y recostarla hacia atrás, sin disimulo.
-Me pregunto si también tuviste esta charla con Bruno y Tadeo -lo escucho decir, cuando estoy por llegar a la puerta.
-Con Bruno sí. No con Tadeo, pero sabes que tú eres mi favorito -le contesta él, y lo que continúan hablando ya no logro oír, porque tuve que cerrar la puerta detrás de mí.
Me quedo afuera durante al menos veinte minutos. Hasta que la puerta se abre, y Eric se despide de mí, besando mi cabeza antes de pasar hacia la escalera que lleva a las habitaciones.
Ingreso de nuevo a la sala y encuentro a mi novio con ambos codos apoyados en las rodillas y el rostro escondido entre las manos.
-¿Estuvo tan mal? -le pregunto, sentándome a su lado y colocando una mano en su espalda.
-Estuvo peor que mal -se queja, pero muestra una sonrisa avergonzada-. Preferiría toda la vida un reproche de mi padre. Al menos él grita durante unos minutos y ya -suelta un suspiro-. Pero, lo entiendo. Eric sólo quiere que te cuide. Es lo que me ha pedido siempre.
Asiento y me recuesto contra su hombro, cuando se incorpora y me abraza.
-Al menos todo este inconveniente tuvo un lado positivo -resalto-. Las personas más importantes ya saben de nuestro noviazgo. Y ha pasado un tiempo desde que Tadeo y yo terminamos, por lo que no hay necesidad de escondernos más.
Lucas desvía la mirada al instante mismo en que expongo mi propuesta. Abre la boca, pero se mantiene en silencio durante un largo rato. Luego suspira.
-Tendré que hablar con Sam, primero.
Me había olvidado de "esa" persona importante.
-¿Y cuándo lo harás?
Se rasca la cabeza y aparta sus manos de mí. Se pone de pie, da unas vueltas por la habitación, hasta que se detiene de golpe.
-Lo haré en dos semanas, cuando pasen los exámenes finales -contesta, al fin-. Es seguro que se sienta triste y no quiero que le vaya mal por mi culpa.
Suelto un suspiro, sin poder evitarlo, y me limito a asentir. Me pregunto hasta cuándo tendré que soportar que Samantha afecte nuestra relación.
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