40. Los latidos de tu corazón

La sorpresa hace que se incorpore tan rápido que su cabeza choca contra la mía y nos apartamos, llevando cada uno una mano a la zona lastimada.

—¡Ouch! —me quejo.

Ella se ha quedado perpleja.

—¿De qué estás hablando? —me interroga—. ¡No es falso! Tadeo es mi novio y... y...

—Y ni siquiera le gustan las chicas —termino su frase, pero se arroja sobre mí y cubre mi boca con sus manos.

—¡No vuelvas a decir algo así! —me reclama, mientras río bajo sus dedos.

La tomo de las muñecas y la aparto con delicadeza.

—Ya no tienes que fingir —le explico, con paciencia—. Fue él quien me lo dijo.

Sus ojos se abren aún más.

—No puede ser... —murmura, más para sí misma—. No puedes decírselo a nadie, Lucas.

Le sonrío y me muevo sobre la cama, aproximándome de nuevo a ella. Con el dorso de mi mano acaricio su mejilla.

—No lo haré —le aseguro, logrando que su preocupación disminuya—. Pero necesito entender algo. Si no sientes nada por Tadeo y él asegura que sólo yo te puedo hacer sentir mejor... ¿Por qué me rechazaste?

Parece perderse en sus pensamientos durante unos instantes, aunque no deja de mirar mis ojos. Logro percibir algo de tristeza en los suyos y mi interior se comprime.

—Es complicado —expone en un hilo de voz que sólo sirve para aumentar aún más mis nervios—. Estoy llena de dudas...

Durante un segundo me cuesta sostenerle la mirada, así que tomo su almohada, la coloco debajo de mi cabeza y me dedico a mirar el techo adornado con estrellas de brillantes colores.

Más de una vez me dio la impresión de que ella no confía en mí. ¿Se tratará de eso? O, tal vez, sólo no se anima a decirme que no siente lo mismo que yo.

Inspiro una bocanada de aire y expongo las preguntas que me surgen, aún con temor de su posible respuesta.

—¿Dudas sobre lo que siento por ti...? —trago saliva, antes de continuar— ¿...O sobre lo que sientes tú por mí?

A decir verdad, no sé cuál de esas dos preguntas me atormenta más.

Supongo que la segunda.

—Lucas... —ella se queda unos segundos observándome, a pesar de que yo no saco la vista de arriba. Su silencio hace que se agrave mi preocupación, hasta que continúa—. No tengo dudas de lo que siento por ti.

Suspiro y cierro los ojos.

¿Entonces sí me quiere?

—No te entiendo... —es todo lo que puedo expresar en este momento. No me atrevo a hacerle esa pregunta directamente.

—Es que siempre nos hemos enviado señales tan contradictorias... —expone, al tiempo en que siento el peso de su cuerpo en la cama, al recostarse a mi lado—. Que me hicieron creer que sólo estabas jugando.

—Entonces se trata de eso —afirmo, abriendo los ojos de nuevo—. Nunca confiaste en mí.

Ella siempre me condenó por haber defendido a Bruno cuando se equivocó con Stacy. Sé que lo interpretó como que yo aprobaba su actitud.

También me acusó de andar en juegos, porque fui lo suficientemente estúpido en hacerle creer que estaba con otras chicas.

Además, es entendible que le moleste mi relación con Sam. Desde afuera, da la impresión de que tenemos algo. Y eso no lo cree sólo ella, sino todo el mundo.

Sus ojos me observan con atención, así como yo ahora a ella. Un lado de su cuerpo está girado hacia mí.

—Es verdad —confiesa—. Creí que nunca me tomarías en serio. Que te entregaría mi corazón para que lo destroces —me muestra una sonrisa apagada—. Sin embargo, estás haciendo justamente lo contrario. Alguien más me ha roto el corazón. Y tú estás aquí, ayudándome a sanarlo. Y, no me dejas otra opción que admitir que me equivoqué. Ahora sé que tus sentimientos son verdaderos.

Me mira con seguridad, toma mi brazo izquierdo y lo levanta, lo pasa por detrás de su espalda y, una vez que la rodeo con este, se recuesta sobre mi pecho.

—¿Sabes qué más me ayudó a descubrirlo? —pregunta, cerrando los ojos y esbozando una sonrisa tímida—. Esto.

Se queda en silencio, luego de decirlo. Y yo entiendo mucho menos ahora.

—¿Esto qué? —pregunto.

—Shhh... —susurra y lleva un dedo sobre mis labios, para hacerme callar—. Esto... ¿No lo sientes?

—No...

Ella suelta una leve risita.

—¿Recuerdas cuando llevaste mi mano a tu pecho, mientras me decías lo que sientes por mí? —me explica con delicadeza—. Aunque no me di cuenta en ese momento, me sirvió para percatarme de que esa sensación ya la había sentido antes. Cada vez que nos abrazamos, o cuando me cargaste en el monte. Todos esos momentos, al igual que este, tuvieron algo en común.

Se mantiene en silencio de nuevo, como si estuviera disfrutando de una sensación que yo no comprendo. Entonces, levanta un poco la cabeza para mirarme a los ojos, mientras continúa hablando.

—Los latidos de tu corazón se intensifican cada vez que estamos muy cerca —confiesa, haciendo que me sorprenda, especialmente porque tiene razón. Mi corazón late intensamente—. Y eso es algo que no se puede fingir, Lucas. Es lo que me hizo percatarme de que, en verdad, sientes lo mismo que siento yo.

¿Lo mismo que siento yo?

Me está diciendo, de una forma sutil, que me quiere.

Creo que voy a morir de felicidad.

Su ternura me saca una sonrisa y su abrazo conforta mi espíritu de una manera que no podría haber sospechado.

—He sido muy injusta contigo, debido a mis propias inseguridades.

—Sé que te muestras muy dura, pero en el fondo eres frágil —le doy un beso en la frente, para calmar brevemente este deseo que me está inundando.

Frunce el ceño y parece que está a punto de replicar, pero enseguida entiende que no tiene sentido negarlo, siendo que acabo de ser testigo de lo dolida que estaba.

—Te hice mucho daño —sus ojos se llenan de lágrimas y se aferra más a mí—. Por miedo a que tú me lastimes a mí.

No puedo culparla. Pasaron tantas cosas que soy capaz de entender lo difícil que habrá sido todo esto para ella también.

—No te voy a lastimar —le aseguro con firmeza.

Me muestra la sonrisa más dulce y acerca su boca a la mía.

—Ahora lo sé. Y voy a darte la oportunidad que me habías pedido —cierra sus ojos y hago lo mismo. La suavidad de sus labios toca los míos y me trasmite una calidez que me extasía. Las ansias me matan por dentro, pero por fuera la disfruto con la delicadeza que me inspiran sus gráciles roces. A pesar de no ser la primera vez que me hace sentir todo esto, ahora al fin puedo decir que estamos realmente unidos.

No la voy a dejar ir. Le demostraré que, a mi lado, no tiene nada que temer.

Aparta sus labios y vuelve a acercarlos varias veces seguidas, como si quisiera hablar, pero a la vez no deseara que se terminen estas sensaciones tan cautivadoras. Sonrío sobre su boca y, al notarlo, se mantiene aparte.

—¿No tienes algo que preguntarme? —tantea, observándome con ilusión.

—¿Qué cosa? —me hago del tonto, sólo para impacientarla un poco.

Hace una mueca y desvía la mirada.

—Sabes de qué hablo —se queja sutilmente.

Me muerdo el labio entre risas.

—Te refieres a algo así como... ¿Pulga, quieres ser mi novia?

La piel de sus mejillas se torna colorada y arruga la expresión.

—Sin llamarme "pulga" —replica.

Continúo riendo, mientras niego con la cabeza.

—No —presiono, mirándola con mi mejor cara de súplica—. No me pidas eso.

Rueda los ojos, pero está sonriendo también.

—Está bien —se rinde— La pulga quiere ser tu novia.

Me cuesta creer todo esto. Es como si lo estuviera observando desde afuera, como un espectador. Como si el hecho de que ella acepte ser mi novia se hubiera visto antes como algo inalcanzable.

Parece comprender el efecto que ha causado en mí, porque sonríe con mayor énfasis.

—Te has quedado atontado —comenta, entrecerrando los ojos y luego se acerca a darme un corto beso—. Eres tan lindo.

—E-es que... —entre más me observa con esa expresión afectuosa, más me cuesta procesar el hecho de que todo esté saliendo de maravilla con ella, así que no logro encontrar las palabras y desvío la mirada. Entonces me detengo en el obsequio que le compré y ella sigue mi vista.

—¿Eso es para mí? —se aparta emocionada y se acerca a la mesa sin bajarse de la cama.

Me incorporo y rodeo su cintura por detrás. Ella recuesta su espalda contra mi pecho y comienza a estirar el envoltorio con expectativa. Cuando termina, levanta la tapa de la pequeña caja de terciopelo y se queda muy seria al ver el interior.

—Lucas, esto es... —extrae el contenido y deja el estuche a un lado, para observar mejor el fino collar—. Precioso.

Sonrío aliviado. Por un segundo pensé que no le había gustado, pero aparentemente sólo le sigue costando procesar todo esto, al igual que a mí.

Sujeto la joya entre mis dedos y la acerco a su pecho. Ella levanta una mano y mueve su cabello a un lado, por lo que encuentro el espacio suficiente para cerrar la tranquilla detrás de su nuca.

Me agacho sobre su cuello y comienzo a besarla despacio, a lo que responde levantando su mano para alojarla entre las hebras de mi cabello. Entonces voltea, quedando de frente. Me abraza y busca mis labios, llenándome de exquisitas caricias.

—Feliz cumpleaños, Brenda —le digo, rodeándola también entre mis brazos.

Me responde con una sonrisa y arrima su frente contra la mía. Entonces, parece recordar algo y su expresión se inquieta un poco.

—Lucas, tengo algo que pedirte —propone, aunque se nota que le cuesta un poco expresarlo—. Me gustaría que esto quede entre nosotros.

¿Entre nosotros?

Me rasco la cabeza y parece percibir mi expresión confundida.

—¿De verdad? —pregunto, para asegurarme de haber escuchado bien—. ¿No quieres que nadie sepa que estamos juntos?

—Es que hasta hace unos días estaba con Tadeo y no quiero que piensen que lo dejé por ti o que lo engañaba —aclara—. Sería humillante para él. Y es mi mejor amigo.

Ahora que lo dice, tiene bastante sentido. Sin embargo, no me convence la idea de llevar una relación a escondidas.

—No estoy seguro... —expongo mi duda en voz alta.

—Sólo será por un tiempo —me pide, con una mirada suplicante—. Además, piensa en el escándalo que va a armar Samantha si llegara a enterarse de que somos novios.

Es verdad. Ni siquiera le he dicho a Sam lo que siento por Brenda. Este tiempo podría servirme para prepararla para esta noticia.

—Está bien —acepto al fin—. Lo ocultaremos por ahora.

En lugar de alegrarse, ella hace una mueca de disgusto.

—Sabía que sólo debía nombrar a esa boba para convencerte —se queja en voz baja.

Me sostengo la cabeza con una mano, riendo. Pero ella se mantiene seria, aunque se nota que le provoca imitarme.

—No es así. Es solo que lo pensé mejor y concuerdo contigo —me defiendo al tiempo en que enlazo sus manos a las mías—. Cada vez que los demás se interponen, terminamos teniendo problemas entre nosotros.

Ella asiente, esbozando una leve sonrisa y se recuesta contra mí. La aferro entre mis brazos y nos mantenemos así durante un momento, disfrutando en silencio de tanta cercanía.

Todo esto es más de lo que hubiera esperado. Me resulta tan irreal.

Con una mano levanto su mentón y atraigo su boca para calmar esta necesidad que no parece querer desaparecer incluso cuando la tengo tan unida a mí. Nos besamos tierna y dulcemente, hasta que se aparta un poco al cabo de unos segundos.

—Deberíamos bajar —propone.

—Aún no —la sujeto entre mis brazos, la recuesto en la cama y comienzo a darle pequeños besos por toda la cara.

—Lucas, alguien podría venir... —entre risas, intenta detenerme.

—Creo que voy a arriesgarme —aseguro, mientras continúo besándola—. Todavía no quiero separarme de ti.

Acepta mis muestras de cariño, hasta que un golpe en la puerta me hace dar un salto digno de un doble de película de acción.

Brenda se tapa la boca, riendo. Pero estoy seguro de que también se ha sobresaltado.

—Pasa —anuncia, observándome con expresión de burla, mientras me quedo como un tonto, parado al costado de la cama.

La puerta se abre con cuidado, dejando ver a Eric.

—Chicos, ya casi está la cena —avisa, pasando su mirada de mí a ella.

—Bueno, voy a cambiarme para bajar —comenta Brenda.

Entonces Eric parece detenerse a observarla con mayor detalle. Su acostumbrada sonrisa se borra de inmediato y lleva la mirada de nuevo a mí, entre desconcierto y algo más que no comprendo enseguida, pero me hace sentir intimidado. Nunca antes me había mirado de esa manera.

Giro el rostro hacia Brenda, buscando comprender la razón de ese cambio de humor tan drástico. Y noto que aún tiene los párpados hinchados, por haber llorado tanto antes.

Claro, Eric no sabe que ella estaba mal. ¿Pensará que yo le hice daño?

—Mmm... —Brenda se aclara la garganta, sacándome de mis pensamientos.

Me lanza una mirada de "qué esperas para moverte". Entonces caigo en cuenta de que anunció que se cambiaría y eso significa que no me puedo quedar aquí, por lo que sigo a su padrastro afuera de la habitación.

Cierra la puerta y un incómodo silencio se hace presente entre nosotros.

Él espera a que me mueva por las escaleras y, una vez que lo hago, me sigue los pasos. En verdad, ni siquiera se advierte que estoy respirando. Jamás me sentí así delante de él, que siempre es tan cordial.

—Lucas —me detiene cuando estamos por llegar al último escalón—. Sabes que me agradas mucho, ¿no?

Trago saliva y asiento. Estoy a punto de decirle que él también me agrada. Pero me saca la oportunidad, porque continúa.

—Pero Brenda es y será siempre mi prioridad. Y si la mala relación que tienen la está lastimando...

Afortunadamente, no consigue terminar ese breve sermón, porque Stacy se acerca y nos interrumpe.

—¿Ya se siente bien? —me pregunta esperanzada.

—Sí, está mucho mejor —le contesto y luego me giro hacia su padrastro, quien nos mira confuso—. Eric, entiendo que te hayas llevado esa impresión, pero yo no hice llorar a Brenda.

—¿Qué? —Stacy le lanza una mirada de reproche—. ¿Estabas acusando a Lucas? ¡Eres el colmo de sobreprotector! —se queja entre risas, haciendo que Eric se avergüence. Entonces baja mucho más la voz para explicarle—. Brenda estaba mal porque nuestro padre no va a venir a la cena, pero no se lo digas a mamá.

Eric se disculpa al instante y yo me alivio de no empezar este noviazgo con el pie izquierdo.

Aunque, claro. Él no sabe que soy su yerno.

Pasamos al estar y veo a Margaret acarreando vajillas desde la cocina, así que me dispongo a ayudarla. Mientras tanto, Eric le da los últimos retoques al pastel y Stacy se retira hacia la puerta de entrada, porque acaba de sonar el timbre.

Estoy haciendo el trayecto desde la cocina hasta el comedor, cuando me sorprendo al ver a Bruno cruzar el pasillo. Había olvidado por completo que me comentó que Stacy lo invitó. Él se detiene de golpe, sorprendido incluso más de lo que yo estoy.

Por supuesto, abandoné el ensayo sin explicación, y supongo que éste es el último lugar en el que esperaba verme.

Su expresión es de completa incredulidad, hasta que parece comprender mejor y me lanza una mirada divertida, cuando Stacy y él llegan hasta donde estoy.

—Así que aquí estabas —comenta sin más, aunque estoy seguro de que mil cosas pasan por su cabeza.

Me encojo de hombros levemente, y prosigo mi camino para acomodar la fuente de ensalada sobre la mesa.

—Hola, Brenda. Feliz cumpleaños —escucho que la saluda, con una tonada claramente fingida.

—Gracias, tonto —ella le contesta, en un intento por no ser más agresiva que eso, y comprendo que probablemente esta sea la conversación más armoniosa que lograrán tener en toda su vida.

Vuelvo de nuevo al pasillo y mi boca se abre, sin disimulo, al verla con un delicado vestido floreado que se ciñe a su cintura a la perfección. Su cabello suelto, ahora ondulado, enmarca perfectamente la forma de su hermoso rostro. Y de su cuello cuelga todavía el collar que le regale.

Me acerco como hipnotizado y enseguida me lanza una mirada advirtiendo que no la elogie delante de los otros dos.

—Te ves perfecta —Stacy le hace el cumplido que yo hubiera deseado y eso me sirve para contentarme.

Todos pasamos al comedor y nos acomodamos para comenzar la cena. Me siento a su lado, y parece ser que nadie esperaba que fuera de otra manera, así que no se siente forzado.

Durante toda la comida nos lanzamos miradas de reojo y en un momento, cuando Stacy está contando una anécdota y todos se fijan en ella, aprovecho para bajar mi mano y tomar la suya por debajo de la mesa.

Se sobresalta un poco en principio, pero enseguida me devuelve la caricia.

Pasamos un buen rato entre todos. Me siento muy a gusto y se nota que ella también. Ni siquiera la presencia de mi amigo parece causarle incomodidad y tengo que admitir que él se ha estado comportando bastante. Una vez que terminamos de comer, Eric trae el pastel de frutas y lo coloca sobre la mesa. Al verlo, Brenda da efusivas muestras de emoción.

—¡Sabes que es mi favorito! —exclama, mientras se levanta y le da un abrazo— ¡Eric, eres el mejor!

Él sonríe, enternecido y le corresponde el gesto.

Como aún es temprano, nos acomodamos en la sala para pasar el resto de la velada. Eric, Bruno y yo compartimos una amena charla sobre grupos musicales, mientras las demás disfrutan de una película.

Más tarde, mi amigo y yo nos despedimos de sus padres y salimos afuera acompañados por las chicas. Brenda sujeta disimuladamente la manga de mi remera en el pórtico de entrada para que me detenga. Así que lo hago, mientras Bruno y Stacy continúan alejándose por el jardín delantero hasta llegar a la vereda.

Volteo hacia mi novia y le dedico una mirada afligida, por tener que separarnos.

—Nos vemos mañana —levanto una mano para acariciar su rostro, pero ella la baja rápidamente.

—Nos pueden ver —me advierte, logrando que lleve los ojos al cielo.

—Al menos deberíamos decírselo a ellos dos, ¿no crees? —propongo.

—¿A Bruno? —inquiere, mirando todo el tiempo detrás de mi espalda, para controlar que no vean hacia acá—. ¿Te has vuelto loco?

Yo no los puedo ver, pero estoy seguro de que tienen cosas más interesantes que hacer que preocuparse por nosotros.

—Siempre dije que te detesto, es lo que llevo tiempo haciendo creer a todo el mundo —prosigue, hablando en voz baja a pesar de que estamos apartados—. Imagínate lo contradictorio que sería que se entere de que, en realidad, estoy enamorada de ti.

Sus últimas palabras hacen que algo se arremoline en mi estómago y surja una sonrisa pícara en mis labios.

—¿Lo estás? —le pregunto.

Parece comprender lo que acaba de decir, porque sus cachetes enrojecen instantáneamente. Lleva la mirada a otro lado y juguetea con sus dedos en un tic nervioso.

—¿Acaso tú no? —pregunta y, tímidamente, encuentra de nuevo sus ojos con los míos, observándome expectante.

—Más de lo que crees —contesto, aproximándome del todo a ella y tomando su cintura entre mis dedos.

—Lucas, te estás acercando mucho... —busca resistirse, aunque sin nada de esfuerzo, porque se ha quedado conmovida por mis palabras.

—No puedes decirme algo así y esperar que no te dé un beso —me arrimo mucho más y, como medida de precaución, propongo—. Sólo finge darme una cachetada.

Sus labios me muestran una leve sonrisa, antes de recibir el contacto con los míos. Yo subo mis manos, apoyándolas delicadamente en la parte baja de su rostro, para disfrutar mejor de su dulzura. Y ella, lejos de simular la reacción que le propuse, abraza mi cuello, intensificando el beso durante un largo rato.

Saboreo cada movimiento de la que será nuestra última muestra de afecto en esta maravillosa noche y, al cabo de al menos un minuto, me aparto.

—¿Crees que lo hayan visto? —le pregunto, aunque todavía la noto ensimismada.

—¿Qué...? —Termina de abrir del todo sus ojos— Ah, no. No lo creo —comenta. Pero, así como la veo, dudo que pueda estar segura. Además, no deja de mirarme y ni siquiera se ha vuelto a fijar en los otros.

Su afición me hace sonreír. Le acaricio el rostro y ahí parece volver en sí misma.

—Debes irte —toma mis manos y las balancea sutilmente unos segundos—. Nos vemos mañana.

—Buenas noches —le sonrío—. Recuerda que no tengo celular, por lo que hablaremos recién en el colegio.

Asiente, aunque un poco afligida. Probablemente lo había olvidado.

—¿Cómo puedes estar tanto tiempo sin celular? —su pregunta me hace reír—. Yo no aguantaría. De hecho, la vez que te llevaste el mío durante dos semanas, casi morí de abstinencia.

—Supongo que prefiero las conversaciones cara a cara —le contesto, a lo que se encoge de hombros—. Además, ¿con quién hablas tanto?

Intento que no se noten los celos en mi tono de voz.

—Bueno, tengo más amigos con quienes conversar en mi colegio anterior que en este. Y con Tadeo también. Ah, por cierto, a él sí le diré sobre lo nuestro.

Inclino la cabeza.

—O sea que tu mejor amigo sí puede saberlo, pero el mío no —me quejo un poco.

—Es distinto —se defiende—. En primer lugar, mi amigo es mucho más confiable que el tuyo. Además, él no se va a burlar, porque sabe lo que sentimos el uno por el otro.

Suspiro. En el fondo tiene algo de razón. Sin embargo, sigo sin considerar totalmente justo que ella sí tenga con quien hablar de esto y yo no.

—Está bien —acepto, porque escucho los pasos de Stacy aproximarse.

Me despido de su hermana al cruzarnos y las dos ingresan a la casa. Bruno me está esperando, recostado contra su auto. Me observa con una mirada curiosa, como si intentara leer mis pensamientos.

—Hasta mañana —me despido, pasando a prisa a su lado, poniendo mi mayor empeño en librarme de esa expresión acusadora.

Y, aparentemente lo logro, porque él se despide también, antes de ingresar a su vehículo.

Espero que no se haya percatado de nada. Aunque su expresión anterior me hace dudar de ello.

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