39. Tu novio falso
—¿Nos estás tomando el pelo o qué? —me regaña Fran en pleno ensayo.
Bueno, una cosa es que Bruno se queje, pero... ¿Francis?
—Lo siento, no estoy enfocado —me disculpo, porque volví a equivocarme en los acordes.
Es lo mismo que dije las veces anteriores, y mis compañeros comienzan a perderme la paciencia. Incluso Vanesa, aunque ella lo aguante en silencio.
Dejo a un lado mi guitarra y me aparto un momento al baño para mojarme la cara, con la intención de que ello me ayude a concentrarme un poco más.
Resulta que hoy es el cumpleaños de Brenda.
Me enteré porque Bruno me comentó el otro día que Stacy lo invitó a una cena en su casa con motivo del festejo. Y eso me tuvo así desde temprano, cuando estaba en el gimnasio y mi entrenador me mandó al diablo por no enfocarme como debía. Y luego, en el almuerzo, papá me habló sobre algo que ni siquiera recuerdo y cuando quiso saber mi opinión al respecto, tuve que improvisar una respuesta, para que no notara que no le había estado prestando la suficiente atención.
Y me siento incluso más distraído ahora. Porque, de camino al bar, me detuve a comprar el regalo en el que estuve pensando toda la mañana, y no he dejado de preguntarme cómo hacer para entregárselo.
Es decir, podría acercarlo a su casa directamente. Sin embargo, resultaría muy incómodo para ambos. Especialmente porque, desde que le dije lo que siento por ella, nuestras conversaciones no han pasado de penosos saludos al cruzarnos en el aula de clases.
Y lo más probable es que esté pasando la tarde con su novio, por lo que sería demasiado inoportuno que me presente yo ahí, como si nada.
También pensé en dárselo a Stacy para que se lo entregue por mí. Sin embargo, no puedo ser tan cobarde.
Derramo un chorro más amplio de agua sobre mi cabello y lo sacudo antes de volver al salón principal para procurar continuar con el ensayo.
Al fin consigo terminar cinco músicas enteras sin ningún inconveniente, cuando la puerta del bar se abre e ingresa alguien, atrayendo la atención de todos.
—¿Y éste quién es? —pregunta Bruno en voz baja.
Para mí la pregunta no es quién es, sino qué hace aquí. Porque lo reconozco al instante.
Es Tadeo, el novio de Brenda.
Se acerca tímidamente hasta donde estamos, observándonos con curiosidad.
—Di-disculpen... ¿Puedo interrumpir un momento? —se detiene a unos pasos del escenario y encuentra sus ojos con los míos.
No sé qué clase de mirada le estoy dedicando, pero aparentemente no es ninguna llena de cordialidad, porque él parece bastante intimidado.
—Por supuesto —le contesta Vanesa con una sonrisa—. ¿Se te ofrece algo?
Él traga saliva y se acomoda la remera.
—Sí, necesito hablar con Lucas.
Entrecierro los ojos, sin poder evitarlo, mientras mis amigos me dirigen miradas confundidas.
¿De qué podría querer hablar conmigo?
Me acerco al borde del escenario y me bajo para encontrarlo cara a cara.
—Dime —propongo, para que comience a explicar. Pero no parece convencido. Se acerca un poco más y me habla bajo.
—¿Podemos ir afuera? —me hace una seña con la cabeza hacia la puerta que da a la calle.
Esto no pinta muy bien.
¿Le habrá dicho Brenda sobre lo que pasó en el campamento?
—Claro —le contesto seco, luego me giro hacia mis amigos— Espérenme un momento.
Ellos asienten y acompaño a Tadeo al exterior. Una vez afuera, me recuesto contra la pared y espero que comience a hablar. Sin embargo, le toma unos segundos encontrar las palabras.
—¿Está todo bien? —consulto, porque no quiero que me tengan que esperar demasiado.
—En realidad no —contesta. No parece molesto o amenazante, solo intranquilo—. Tengo que hablarte sobre Brenda.
Levanto una ceja.
Creo saber por dónde va esto. Me va a pedir que me mantenga alejado de su novia, a lo cual tendré que rehusarme, y probablemente se moleste. Pero no me importa.
—Ocurre que hoy es su cumpleaños —continúa, desbaratando totalmente la idea que acababa de hacerme con respecto a sus intenciones—. Y esta fecha es realmente importante para ella.
Se nota en sus ojos que ella le importa demasiado y, a decir verdad, valoro eso. A pesar de que me molesta inmensamente verla con él, no puedo guardarle rencor.
¿Será porque parece ser una buena persona?
—A lo que quiero llegar es que organizó una cena con su familia esta noche —prosigue, mientras lo escucho atentamente—. Pero habló con su padre y él le dijo que no va a asistir —se aflige de inmediato—. Y ella se quedó mal después de eso.
Me sobresalto al escucharlo.
¿Brenda está triste?
¿Por qué demonios no empezó por ahí?
Sujeto su hombro con una mano y me acerco.
—¿Qué tan mal? —le pregunto con apremio.
Sus ojos se agrandan. Parece alterarse por mi inesperada reacción.
—Muy mal —insiste—. No se levanta de la cama ni ha dejado de llorar.
Me dejo caer de nuevo contra la pared.
Brenda siempre se muestra fuerte, pero era evidente que en algún momento, la realidad con respecto a su padre la golpearía.
A pesar de todo, una pregunta me surge de inmediato y la comunico, dudoso.
—Eres su novio... ¿No deberías estar consolándola ahora?
Lleva la vista al suelo.
—Bueno, es que... —se rasca la cabeza—. Hay algo que debo decirte, pero tienes que prometer que quedará entre nosotros.
—Sí, dime.
A pesar de la urgencia en mi voz, él piensa durante largos segundos antes de retomar la palabra.
—Es que Brenda y yo no somos novios —declara, con culpabilidad—. De hecho, nunca lo fuimos.
Algo se desliza por el interior de mi pecho al escucharlo y luego sube hasta mi cabeza, ocasionándome un profundo aturdimiento.
Esto no tiene sentido.
—No... no te entiendo —declaro.
—Le pedí a Brenda que finja ser mi novia —persiste, al verme de verdad desorientado—. Y, como somos amigos, lo hizo por mí.
Me sostengo la cabeza intentando captar lo que está exponiendo, pero sigue sin tener del todo sentido.
—Pero... ¿Por qué?
Desvía mi mirada y traga saliva, nervioso.
—Preferiría no tener que decirte por qué —declara. Entonces, se lleva la mano a la frente y suspira—. Pero lo haré, si prometes no contárselo a nadie.
Asiento. Necesito entenderlo con mayor claridad.
—Te doy mi palabra —le paso la mano y él la estrecha.
A pesar de todo, se lo ve lleno de dudas y comienzo a impacientarme.
—Tadeo... —lo exhorto a seguir.
Mira a los costados, como asegurándose de que no haya nadie por ahí, a pesar de que estamos completamente solos. Entonces, se acerca más y susurra.
—Lo hice para acallar rumores —levanta ambas cejas, como insinuando algo. Al ver que inclino la cabeza, sin comprender del todo, agrega—. No me gustan las chicas.
Asiento levemente, a medida que mi cerebro va procesando todo.
O sea que Brenda no está enamorada de él, ni él de ella. Sólo son amigos. Y yo como un idiota preocupándome por eso.
El alivio que me invade es tan inmenso que le doy un abrazo y le palmeo la espalda.
—Gracias por contarme esto.
Él sonríe. Pero, al instante, me vuelve a atacar una duda.
—Lo que sigo sin entender, es por qué vienes a decirme esto a mí —exteriorizo, volviendo a apartarme.
Me coloca una mano en el hombro.
—Porque Brenda te necesita —asegura con firmeza—. Y tú eres el único que puede hacerla sentir mejor ahora.
¿El único? ¿Me está queriendo decir que tengo posibilidades con ella?
Cierro los ojos por un segundo, llenándome de una esperanza que creí perdida.
Entonces recuerdo que, aunque el noviazgo haya sido mentira...
—Ella me rechazó —exteriorizo, con pesar.
Tadeo me muestra una mirada compasiva.
—Y no puedo asegurarte que no lo vuelva a hacer, Lucas.
Me sacudo la cabeza y comienzo a moverme.
No es tiempo de pensar en mí ahora. Debo enfocarme en hacerla sentir mejor.
Extraigo de mi bolsillo la llave del auto y lo desbloqueo. Cojo de la guantera el regalo que había comprado para ella, mientras me dirijo a Tadeo de nuevo.
—Avisa a mis amigos que continúen el ensayo sin mí, por favor.
—¡Claro! —contesta alegre y se apresura hacia el bar.
Cierro la camioneta de nuevo y me voy corriendo hasta la casa de Brenda. Me muevo lo más rápido que puedo durante esa cuadra. Tanto que, cuando llego, me encuentro un poco agitado.
Toco el timbre y espero, con apremio. Me parece que los segundos son eternos, hasta que Eric sale a recibirme.
—¡Lucas, qué bueno es verte! —empieza a saludarme, pero no quiero que me detenga demasiado.
—Hola, Eric, vengo a ver a Brenda —me apresuro en anunciar, para que me haga pasar enseguida.
—Adelante —me muestra una gran sonrisa y se hace a un lado.
Ingreso con la urgencia apretando todo mi interior. Él parece demasiado calmado, lo cual me hace sospechar que no sabe que ella está mal.
—Está arriba, viendo una película o algo con Stacy —comenta, mientras caminamos por el pasillo, y confirmo que no tiene idea de nada—. Puedes subir sin problema.
Asiento y me dispongo a dirigirme arriba, cuando Eric se detiene delante de la cocina.
—Margaret, mira quién vino a saludar a Brenda —le avisa.
Me detengo de nuevo, muy a mi pesar, e ingreso para saludar a su madre.
—¡Lucas! Qué lindo de tu parte —deja a un lado un pote con una crema clara y me da un abrazo—. ¡Hasta le trajiste un regalo!
Le devuelvo el afecto mientras sonrío. En verdad me agrada estar con ellos, pero ahora mismo sólo puedo pensar en ver a Brenda.
—Estamos preparándole un pastel de frutas, pero es una sorpresa —Eric me hace un guiño—. Es su favorito.
—Estoy seguro de que le va a encantar —comento y me despido disimuladamente.
Me muevo a prisa y subo la escalera sin detenerme, aunque cuido mucho que no se oigan mis pasos.
Nunca estuve en el piso de arriba y distingo varias habitaciones cerradas. Afortunadamente, una de ellas tiene los nombres de Brenda y Stacy en letras corpóreas decoradas.
Me acerco despacio. Mi ansiedad anterior da paso a intensos nervios, pero no me puedo dar el lujo de detenerme ahora. Le doy dos ligeros golpes a la madera y espero, con el corazón palpitando rápidamente.
Stacy me recibe un instante después. Tras la puerta entreabierta, veo a Brenda acostada en una cama, con el rostro escondido sobre la almohada. Levanto un dedo y lo llevo sobre mis labios, indicando a su hermana que no me delate. Ella entiende enseguida y asiente en silencio.
Sale de la habitación y me coloca una mano en el hombro, como invitándome a ingresar. La obedezco y escucho que cierra la puerta a mis espaldas.
Brenda está tirada sobre el colchón, boca abajo. Su cabello se esparce sobre su espalda cubierta por una fina blusa. Apenas se percata de que la puerta se ha cerrado, aspira una bocanada de aire, antes de hablar.
—¿Quién era? —pregunta con la voz entrecortada, pero no le contesto.
Para evitar que me perciba, intento contener mi respiración, mientras me acerco con cuidado. Entonces advierto que la suya suena agitada, por lo que no hay posibilidades de que me escuche. Está llorando. Y un profundo pesar me envuelve al verla así. Me debilita como una fuerza que no puedo revertir.
Me provoca abrazarla contra mi pecho, hasta calmarla. Pero me limito a dejar el regalo sobre la mesita de luz y sentarme en su cama a acariciar su cabello, despacio. Intento que se relaje un poco más, rozando su nuca mientras deslizo mis dedos entre sus suaves mechones. Al cabo de unos segundos, parece que empieza a surtir efecto, porque percibo que su respiración comienza a calmarse. Su cuerpo entero se queda tieso de repente.
—¿Qué...? —murmura con voz suave. Ha movido sutilmente su rostro hacia un costado. Pero no parece animarse a mirar hacia mí, porque continúa dándome la espalda.
Me agacho más y susurro sobre su oído.
—No resisto verte llorar.
Su cuerpo se estremece al reconocer mi voz y aprieta los ojos con fuerza, arrimando de nuevo el rostro donde no lo alcanzo a ver.
—¿Por qué estás aquí? —pregunta afligida.
Llevo una mano sobre su hombro, sin sacar la otra de entre sus cabellos, y acaricio su piel con mis dedos.
—Es tu cumpleaños —le contesto—. Y quiero estar contigo.
Su llanto se ha detenido casi por completo. Creo que se debe a la sorpresa que le ocasionó mi presencia.
—Lucas... —su pecho comienza a moverse rítmicamente—. No me gusta que me veas así.
Me recuesto totalmente en la cama, contra su espalda, y la rodeo entre mis brazos, escondiendo mi rostro tras su cabeza.
—Entonces, no te veré —indico, y la escucho soltar una breve risita—. Pero quiero que hables conmigo. Dime todo y te escucharé.
Se arrima más hacia mí y envuelve mis brazos con los suyos.
—Es que... —susurra, volviendo a dejarse atrapar por la pena—. No es justo. Lo único que quería era pasar bien este día. Y mi padre debería saberlo más que nadie —su voz comienza a trabarse—. Creí que le importaba... Pero ni siquiera fue capaz de venir un momento. Dejó pasar mi cumpleaños como si no fuera nada —se mantiene en silencio unos segundos.
Entiendo que le cuesta continuar y subo una mano hasta su rostro. Lo siento mojado y busco secar sus lágrimas con mis dedos.
—Estoy cansada de ser yo quien lo busca siempre —se lamenta entre el llanto y luego se mantiene en silencio, soltando suspiros de dolor.
Aprieto su cuerpo contra mi pecho y comienzo a rozar la piel de su hombro con mis labios. Se entrega a mis caricias y parece calmarse un poco por unos instantes, hasta que continúa desahogándose.
—Lo peor de todo es que Stacy me lo dijo mil veces —se queja. Se muestra ahora más molesta que dolida, lo cual considero un gran paso—. Que él no nos presta atención, que no se preocupa por nosotros, que no... —su voz se traba de repente. Suelta un suspiro, antes de proseguir— que no nos quiere.
Sus lágrimas resbalan hasta mis dedos de nuevo. Sé que debe llorar, dejar salir todo lo que siente, hasta ser capaz de entender que no es una prioridad para su padre. Pero ya no puedo verla así. Me tortura cada lágrima que suelta por alguien que no la valora como debería.
—Brenda —acerco mi boca a su oído y beso su piel, para luego seguir hablando—. Sé que estás triste, pero no estás viendo las cosas claramente.
—¿A qué te refieres? —protesta, pero arrima un poco más su cuello hacia mí, como buscando que prosiga.
—Tienes aquí una familia que te quiere —intento encontrar las palabras adecuadas para transmitirle lo que pienso, evitando que se enoje—. Y tú permites que te abrume el dolor, por alguien que no se ha preocupado en venir.
La veo fruncir levemente el ceño.
—Es mi padre, Lucas.
Sé que no lo veo de la misma manera en que ella lo hace, porque no conozco a su verdadero padre. Pero recuerdo a Eric, allí abajo, preparando su pastel de cumpleaños y no puedo evitar pensar en que está siendo injusta.
—Sí, de sangre sí —insisto—. Sin embargo, hay otra persona que se ocupa de ti, te cuida y te consiente, y tú no le estás dando la oportunidad que merece.
Parece analizar mis palabras, tomándose unos segundos que aprovecho para acceder a su petición y continuar acariciando su cuello con mis labios, por unos segundos más.
—Ya lo hemos hablado —prosigue, una vez que me detengo de nuevo—. Aprecio mucho a Eric, pero no es mi padre.
Suspiro.
Es tan terca.
—Y tú no eres su hija —acentúo, para que entienda de una vez—. Y, aun así, él te trata como si lo fueras.
Sus ojos se mueven hacia mí y me contemplan como si acabara de comprender algo tan simple como eso.
—Tienes razón —admite, aferrándose con intensidad a mis brazos—. No lo había pensado.
Asiento y deslizo mis dedos sobre su piel. Su mirada se entristece de nuevo.
—Le he estado haciendo a Eric lo mismo que mi padre me hace a mí —concluye—. Soy una tonta.
—No lo eres...
—Sí —me interrumpe—. Él se esfuerza por nosotras tres. Trabaja mucho y aun así vive pendiente de nosotras. Y yo nunca valoré nada de eso. Siempre ha intentado acercarse a mí, mientras yo intentaba llamar la atención de un padre que no se lo merece.
Una nueva lágrima rueda sobre su mejilla. La seco con la mano y me incorporo levemente, para mirarla a los ojos.
—No te sientas triste por lo que no hiciste bien antes —la consuelo—. Todavía puedes arreglarlo.
Sus ojos enrojecidos me observan ahora con decisión. Me muestra una tenue sonrisa y asiente.
—Lo haré —asegura, girando su cuerpo con sutileza hacia el mío—. Voy a demostrarle a Eric lo mucho que me importa.
Esbozo una sonrisa cargada de orgullo y noto que sus ojos se desvían a mis labios. Entonces aparta la mirada de inmediato.
—Lucas... —me habla bajo—. Gracias por levantarme el ánimo.
Sube una mano y acaricia mi cabello con delicadeza.
Sonrío, porque su agradecimiento hizo que las palabras de su amigo vuelvan a mi mente.
—Sabes... —aprovecho que ya se siente mucho mejor, para encararla—. Eso es lo mismo que me acaban de decir; que yo soy el único que puede hacerte sentir mejor —revelo, para su asombro.
Su expresión me demuestra que está buscando la manera de entender lo que estoy exponiendo.
—Bueno, es verdad —confiesa avergonzada, encontrando mis ojos de nuevo— Pero, ¿quién te lo dijo?
Sonrío con picardía, antes de contestarle.
—Tu novio falso.
*******************************************************************************En vista de que hay varios comentarios pidiendo un nuevo capítulo, estamos considerando darles un regalo de navidad adelantado en estos días 😉 Esto va a requerir de un esfuerzo extra, pero si les hará felices haremos el intento. ¿Les parece? 😍😍
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