37. Se acabó la farsa

Mi alarma suena y estoy segura de que no pegué un ojo en toda la noche. Recreé en mi mente incontables veces nuestra conversación, cada gesto suyo, sus besos y todo lo que estos producen en mí.

Mi cabeza está hecha un caos. Y mi corazón también.

No tengo idea de qué pensar, qué sentir, qué hacer.

Mis temores continúan haciendo estragos en mi interior.

Pero me lastima aún más no estar con él y me duele no poder darle esa oportunidad que me pidió.

Desde que volvimos del campamento, hace una semana, las cosas entre Lucas y yo están extrañas. Él sigue mostrando una leve incomodidad cada vez que me ve. Nos saludamos cuando nos encontramos, pero no hemos vuelto a conversar. Su actitud me demuestra que está humillado por el desenlace de nuestra última conversación.

Tampoco he hablado con Tadeo sobre todo lo que me está pasando con Lucas, y siento que de no hacerlo, me volveré loca. Por lo que, al escuchar el timbre que anuncia la hora libre, me dirijo a prisa a buscarlo. No logro llegar a él, porque Stacy me detiene en el camino.

—Brenda —me llama mientras se acerca corriendo a donde estoy—. Bruno insiste en invitarme a salir. ¿Qué le digo?

Hace unos días ha vuelto a hablar de nuevo con él y me lo contó enseguida. Por un lado, me alegra que esta vez sí sea del todo sincera conmigo, pero por otro, me habla de él a cada rato y tengo que fingir que ya no me cae tan mal. Después de todo le dije a Bruno que, si Stacy le daba una oportunidad, yo también lo haría.

—Pues si estás lista para hacerlo, no veo por qué no —contesto, con una leve sonrisa.

Ella no parece del todo convencida.

—No estoy segura de salir sola con él, todavía —confiesa—. ¿Me dejarías invitarlo a tu cena de cumpleaños?

Me muestra una mirada suplicante y yo sólo quiero morir.

Se trata de una fecha difícil para mí. Porque el día en que cumplí seis años, mis padres tuvieron una pelea tan grande que hizo que su relación se acabe y mi padre se vaya de la casa.

Es por eso que me esfuerzo para olvidar los recuerdos que cada año me golpean con intensidad.

En épocas anteriores, mis amigos me organizaban fiestas enormes y nos divertíamos mucho. Lo cual me ayudaba a mitigar el dolor.

Este año, sin embargo, no tengo demasiados amigos con los que festejar, pero estoy segura de que encontraré la manera de pasarla bien. Además, estoy organizando una cena familiar, con ayuda de Stacy, así que todo marcha de maravilla. Y, después de tantos años sin pasar mi cumpleaños con papá, por haber vivido en ciudades separadas, por fin podré tenerlo de nuevo en este día.

—Claro... —trato de demostrar la mayor convicción posible.

Ella sonríe dulcemente y entiendo que hice bien en aceptar, a pesar de todo.

—¡Te prometo que nos vamos a divertir! —exclama, y se retira alegre.

Suelto un suspiro.

Genial, acabo de invitar a Bruno a mi cumpleaños.

Busco con la vista a mi mejor amigo. Lo encuentro sentado en un banco del patio, comiendo un sándwich.

Ya llevo más tiempo del necesario aplazando esta conversación, por lo que reúno el valor que necesito y me dispongo a hacerlo.

—Tadeo... —me acerco con sigilo y me ubico a su lado—. Hay algo que debo confesarte.

Él me mira, confuso.

—¿Qué ocurre? —pregunta, con la boca llena de pan.

Llevo la mirada al suelo, luego de asegurarme de que nadie se encuentre tan cerca como para escucharnos. Me arrimo un poco más a él y, sin mirarlo a los ojos, susurro.

—Te fui infiel.

Aprieto los ojos, esperando un regaño por su parte.

—¿Qué? —pregunta.

No estoy segura si lo dice porque hablé tan bajo que no me escuchó, o porque no puede acreditar que haya sido tan imprudente.

—Me besé con otro chico —insisto, levantando un poco más la voz, ahora.

Llevo la vista a él, por un segundo y veo que arruga el ceño. Parece que está analizando mi declaración.

Todos creen que Tadeo es mi novio. Sería humillante para él si alguien me hubiera visto besándome con otro. Por lo que no podría culparlo si se enojara. Y me preocupa enormemente que lo haga.

—En verdad lo siento mucho —vuelvo a hablar. Aunque me he preparado tanto para tener esta conversación con él, los nervios me invaden —. Sería terrible si me hubieran visto —suspiro—. Yo... me dejé llevar y... y...

Ni siquiera puedo mirarlo a los ojos. Estoy buscando las palabras necesarias para continuar, cuando su sonora risa me interrumpe. Levanto la cabeza y confirmo, atontada, que en realidad se está atajando el estómago de tanta risa.

—¿De qué te ríes? —pregunto. Ahora me siento avergonzada.

—¡Tienes que estar bromeando! —suelta, cuando por fin puede darse un respiro—. ¿Por eso estabas tan distante los últimos días?

Vuelve a reír intensamente.

—Bueno, no solo por eso —me defiendo—. Pero, sí.

Él se apoya en mi hombro para tratar de contenerse.

—¡Ay, Brenda! ¡No puedo creer que te hayas preocupado así! —habla entre risas, y comienzo a entender que en verdad no lo considera el grave error que yo creía—. Si nadie les vio, no hay ningún problema —dice esto último bajando un poco más la voz.

Bueno, en realidad, estábamos a solas en el bosque...

—Creí que te molestarías... —insisto, aunque ahora siento que exageré un poco.

—¡Claro que no, amiga! —replica. Su risa se ha calmado del todo— Además, estoy seguro de saber quién es el chico con el que te besaste —me lanza una mirada pícara.

La manera en que Lucas me besó vuelve a mi mente, llenándome de ese repentino calor que me oprime cada vez que pienso mucho en él. Me siento sonrojar de inmediato y junto mis dedos, sin poder evitar la vergüenza.

—Se trata de Lucas Urriaga ¿no?

Su pregunta me saca de mi ensoñación y asiento, cubriéndome los ojos.

—¡Lo sabía! —asegura con un grito que atrae la mirada de la gente alrededor. Parece percatarse de ello y baja la voz cuando me dice—. Aunque, pensándolo bien, sí estoy molesto —finge una mirada severa—. Deberías haberme hablado de él hace tiempo.

Suelto un suspiro.

—Lo sé —confieso, arrepentida—. Pero es tan difícil.

—¿Por qué? A ver, cuéntame —solicita, observándome curioso—. Pero quiero saberlo todo, Brenda. Es obvio que hay muchas cosas que no me has contado.

Me froto las manos, nerviosa. Tadeo tiene razón. Y es que siento realmente incómodo el hecho de tener que hablar de esto con alguien. Nunca lo he hecho, ni siquiera con Stacy.

Comienzo a relatar con detalles todo lo que pasó entre nosotros, desde el inicio, hasta ahora. Al menos las partes que mi amigo no conocía, que son varias y las más intensas en verdad. Tadeo se queda con la boca abierta más de una vez.

Cuando termino de narrar lo que ocurrió luego de la fogata en el campamento, mi amigo me está observando como si no pudiera creer todo lo que le digo.

—No me mires así —le pido, sin ser capaz de sostenerle la mirada—. Siento que me estás juzgando.

Tadeo lanza una carcajada.

—¿Juzgando? ¡Para nada! —Asegura—. Es sólo que me cuesta creer que hayas pasado por tantas cosas con él y no me hayas dicho nada —se cruza de brazos—. En cierta forma, me ofende un poco. Después de todo, tienes algo con el chico más lindo de tu curso y no me pusiste al tanto.

—Es que siempre creí que para Lucas yo sólo era un juego —le confieso, angustiada—. Y me daba vergüenza contarte que estaba siendo lo suficientemente estúpida como para dejarme jugar por él. Sin embargo ahora, después de todo lo que me dijo, ya no sé qué pensar.

Tadeo se acomoda mejor en el banco, acercándose más a mí.

—Sí, te dijo cosas muy profundas —suspira— Y, aun así, no te veo muy convencida. ¿Es que no le crees?

—Quiero hacerlo —me recuesto por su hombro—. Pero Lucas ya me ha mentido antes. La vez que dijo que no permitiría que Bruno lastimara a Stacy y cuando fingió estar celoso de ti y me besó a la fuerza, pero lo hizo sólo para apartarme de ella.

—Bueno, pero eso fue para ayudar al estúpido de su amigo —lo justifica.

—Es que no es sólo eso —insisto—. Siempre hay muchas chicas a su alrededor y, está Samantha también. Y me lo negó en la cara, a pesar de que lo veo con mis propios ojos todos los días —me cruzo de brazos, frustrada—. ¿Y si se comporta así con todas? ¿Si sólo me quiere tener ahora que me ve contigo? ¿Y si una vez que me tenga, es incapaz de tomarme en serio?

—O, lo peor de todo —continúa mi amigo—. ¿Y si sólo es un vampiro sediento de tu sangre y por eso se ve tan guapo y sexy?

Le devuelvo una mirada fastidiada, aunque la risa amenaza con invadirme.

—No te burles —le reprocho.

Él comienza a reír de inmediato.

—Es que, Brenda... ¡Te estás haciendo miles de preguntas! Y no podrás responder ninguna, a menos que le des la oportunidad de demostrártelo.

Tadeo tiene razón. Y lo sé. Sólo que el miedo de salir lastimada sigue muy latente.

—¿Y qué hay de ti? —le pregunto entonces—. Necesitas seguir con este noviazgo ficticio, para calmar a tu padre.

Para mi sorpresa, él niega con seguridad.

—Estuve pensándolo mucho y me parece que es hora de empezar a aceptarme a mí mismo —apoya los codos sobre las rodillas y sostiene sus mejillas con sus manos.

—¿De verdad? —me pongo muy contenta y le doy un fuerte abrazo.

—¡Sí! —asegura, devolviéndome el contacto—. Si bien aún no tengo el valor de decir la verdad, al menos no voy a seguir fingiendo ser alguien que no soy. Así que, de todos modos, ya iba a terminar con este noviazgo.

—Sea la forma en que decidas hacerlo, yo te apoyaré —continúo apretándolo con fuerza contra mi pecho, con los ojos cerrados. Cuando los abro, veo al equipo de fútbol pasando cerca y Lucas, entre ellos, ha parado a fijarse en nosotros.

Apenas se percata de que lo observo, desvía la mirada y se apresura a mezclarse de nuevo entre ellos.


Stacy y yo caminamos juntas a casa, a la salida. Le comento que Tadeo y yo terminamos y no parece afligirse demasiado.

—No me malinterpretes, me cae muy bien —me aclara enseguida—. Pero no siento que sea el chico correcto para ti.

—Bueno, es que somos más amigos que otra cosa —me excuso. Porque no quiero que se quede con la impresión de que terminamos de mala manera. Me agrada que ambos se lleven bien.

Llegamos a casa al cabo de unos minutos. Las cosas aquí están mejor, luego de que mamá tuvo conmigo una conversación muy extendida sobre mi comportamiento, apenas volví del campamento. Afirmó estar decepcionada de mí y de mi actitud infantil. Le di la razón en algunas cosas, como que enfoqué mal el problema, no respeté la decisión de mi hermana y lastimé a Eric con mis palabras. Sin embargo, sigo firme en mi creencia de que no necesito que ocupe el lugar de mi padre.

Ese lugar ya tiene dueño.

Por lo que llamo a papá esa tarde para avisarle sobre mi cena de cumpleaños. Pero como siempre, no consigo hablar con él. Así que continúo intentándolo los días siguientes, sin mayores resultados.


Estoy en el Estudio Jurídico. La jornada de trabajo ha terminado y me encuentro juntando mis cosas del escritorio y acomodándolas en una pequeña caja de cartón. Ya he completado la cantidad de horas requeridas por la malla curricular, por lo que es mi último día aquí.

Mis compañeros de oficina se despiden de mí, uno a uno, a medida que se van retirando, y no puedo evitar que la tristeza se haga presente. Sé que los voy a extrañar tanto como ellos a mí.

Todos se han portado muy bien conmigo, como siempre. Incluso me invitaron el almuerzo, como una forma de expresar su cariño. Esteban también ha cambiado esa frialdad que había mostrado hacia mí, desde el día en que le dejé en claro que sólo quiero ser su amiga.

Gloria se acerca y me anuncia que el señor Urriaga quiere verme antes de que me retire.

Las luces ya están casi todas apagadas, excepto por unas pocas, como la del despacho principal. Los jefes son siempre los últimos en retirarse. Me acerco a la puerta y solicito el ingreso. La voz del señor Urriaga me admite el paso, por lo que ingreso con cuidado. Me recibe con esa expresión tan seria que acostumbra mostrar.

—Señor, ¿en qué le puedo ayudar? —pregunto, con algunos nervios encima. Siempre me pongo así delante de él. No sé si se debe a la admiración que me causa estar frente a alguien que ha llegado tan lejos en esta profesión que amo; o al hecho de saber que se trata del padre de Lucas.

—Sí, Brenda —me hace una seña con la mano, para que me siente en la silla que acompaña su escritorio—. Hay algo de lo que debo hablarte.

Asiento y accedo a su pedido. Me preocupa pensar en qué podría querer decirme.

Espero no haber hecho nada malo.

Él continúa escribiendo en silencio, mientras lo observo, y aumentan mis ansias por saber la razón de esta inesperada charla.

Sus ojos son muy parecidos a los de su hijo. Es algo que he notado desde el primer día. Fuera de eso, no se parecen demasiado. Aunque estoy segura de que su sonrisa debe ser similar, por más que no recuerdo haberlo visto sonreír.

Él termina lo que estaba haciendo y lleva a mirada de nuevo a mí.

—Hoy es tu último día, ¿no? —pregunta, pero no espera mi respuesta. No se caracteriza por ser alguien dotado de paciencia—. Debes saber que Patrick y yo estamos muy conformes con la calidad del trabajo que has hecho durante todo este tiempo.

Mi corazón recupera su ritmo habitual al entender que me ha hecho un cumplido, y no un sermón, como pensé que podía ocurrir.

—Y yo estoy muy contenta de haber aprendido tanto aquí —le muestro una sonrisa de alivio.

Él asiente, con seriedad.

—Debo reconocer que tu compromiso y profesionalismo son admirables —continúa—. Nunca hubo una sola queja con respecto a tus labores y yo mismo he visto el empeño y la pasión con la que buscas formarte. En pocas palabras, eres brillante.

Me tomo de las manos, completamente nerviosa. Me cuesta creer que alguien como él me esté alentando de esta manera.

—Por eso, Patrick y yo hemos decidido ofrecerte la posibilidad de que vengas a trabajar con nosotros —expone, logrando que una emoción inmensa se cierne sobre mí—. Por supuesto que eso ocurriría el año que viene, cuando hayas terminado el colegio.

¡Vaya, esto no me lo esperaba!

—Señor... No sé qué decir —admito, intentando que no se note que me rebasan los ánimos.

—Bueno, no tienes que responder ahora —contesta. Parece haber tomado mi respuesta como una duda—. Puedes acercarte de nuevo más adelan-.

—Lo que quiero decir es que estoy complacida —contesto rápidamente, porque me preocupa que me haya malinterpretado y, al notar su expresión, me doy cuenta de que me apresuré tanto que lo interrumpí— Lo siento mucho —me excuso—. No quise interrumpirlo. Estoy realmente agradecida.

Percibe los nervios que dejé salir, sin querer. Y, para mi sorpresa, me muestra una ligera sonrisa.

—Entiendo, y espero verte por aquí en unos meses más.

Asiento, sonriendo con mayor énfasis al notar que no luce molesto para nada y que su sonrisa es, efectivamente, tan agradable como la de su hijo.

Me despido, agradeciendo de nuevo por la oportunidad y me dirijo al despacho de Gloria.

Ella me admite el paso enseguida.

—Gloria, no vas a creer lo que pasó —le comento eufórica—. ¡El señor Urriaga me propuso trabajar aquí!

Ella se alegra inmensamente.

—Es una maravillosa noticia, mi niña —me da un abrazo.

—Es más que eso —enfatizo—. Siempre fue un sueño para mí poder ingresar a un lugar como este.

Además, es la única manera en que podría ver a Lucas el año que viene. Supongo que seguirá pasando por aquí, de vez en cuando, ya que es el trabajo de su padre.

Pensar en que ya no lo veré todos los días en el colegio, luego de la graduación, se lleva de golpe todo el optimismo que mostré hace un momento. Y Gloria parece notarlo, porque cambia la expresión con la que me mira.

—¿Te ocurre algo? —me pregunta con cariño.

—No es nada —contesto, intentando disimular.

Entonces recuerdo que ella es la única persona que podría darme las respuestas que necesito con respecto a él, y que no la veré más. Por lo que debo hacerlo ahora.

—Gloria, hay algo que quiero preguntarte —tomo aire y saco mis dudas afuera—. ¿Cómo está Lucas en estos días?

Ella me observa con peculiar extrañeza.

—¿A qué te refieres, mi niña?

—Quiero decir si lo ves bien o... triste —intento que no se note tanto la preocupación que me invade por su posible respuesta.

Su mirada se apaga al segundo.

—La verdad es que él se muestra alegre como siempre, pero sé que le ocurre algo y que sólo intenta disimular —contesta—. De hecho, esa misma pregunta iba a hacértela yo a ti.

¿A mí? ¿Por qué no a Samantha?

—¿Cómo podría saberlo yo? —le consulto—. No hablo con él a menudo y sabes que nos llevamos mal.

Ella me muestra una sonrisa irónica, inclinando levemente la cabeza.

—No entiendo por qué siguen fingiendo que no se soportan —expresa, para mi asombro.

—¿Por qué lo dices? —desvío la mirada.

—Brenda... Cada vez que Lucas está triste, tú me preguntas por él. No puedes decirme que se trata de una coincidencia.

Tiene razón. La última vez que vi a Lucas tan enojado, no pude evitar consultarle a ella al respecto. Así como ahora, que necesito saber si lo ha afectado o no mi rechazo.

—¿Por qué no se lo preguntas directamente? —insiste, pero se responde ella misma un segundo después—. Es obvio, porque sigues empeñada en convencerlo de que no te agrada. Y lo mismo ocurre con Lucas —prosigue—. Por ejemplo, ¿recuerdas la vez que te di el vestido para tu obra de teatro? Bueno, me pidió que te hiciera creer que era un regalo de mi parte. Pero, en realidad, él te lo compró.

Mi boca se abre sin disimulo.

—¿Lucas me compró el vestido? —doy un paso hacia ella, juntando mis manos sobre mi pecho—. ¡No es posible!

Pero me detestaba en esa época. ¿O no?

Aunque la otra noche me dijo que le gusto desde hace tiempo, y no le creí.

Sacudo mi cabeza, mientras Gloria me observa con ternura.

Estoy incluso más confundida ahora.


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¡Hola! Nos acercamos a las fiestas y tengo una mala noticia que darles... Majo y yo tenemos muchísimo trabajo, lo que nos dificulta seguir avanzando tan rápido como antes.

Así que, a partir de éste capítulo, vamos a tener que anular la publicación de los domingos y subiremos solamente los jueves 😟

En verdad lo lamentamos y esperamos que nos puedan entender. Tengan paciencia, que se vienen buenos capítulos 😃

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