35. Me hubiese quedado en la cabaña

Agradezco que me hayan ubicado al lado de la ventana que da al patio principal. Como no puedo retomar las actividades del campamento, me conformo con dedicarme a mirar lo que los demás hacen afuera.

El dolor del tobillo no se siente tan intenso como la tarde anterior. Las pastillas han ayudado bastante. Pero, por ahora debo seguir descansando.

El profesor Collins me trae muchos deberes escritos "para que no me aburra". Y no me atrevo a decirle que es justamente eso lo que hace la situación aún más tediosa de lo que ya es.

Al medio día, la profesora me acerca el almuerzo y se queda a compartirlo conmigo. Su compañía no es lo más entretenido del mundo, pero al menos me sirve para distraerme un poco.

Una vez que terminan las actividades académicas del calendario, mis compañeros tienen la tarde libre y los veo deambular por ahí. Un grupo grande de chicos se dedica a jugar al fútbol, Lucas entre ellos.

Me recuesto por el ventanal, para observarlo. Lo veo anotar un gol durante lo que dura el partido. En más de una ocasión mira hacia donde estoy y, al terminar el juego, se acerca por fuera.

—¿Cómo está tu tobillo? —me pregunta, apoyando los brazos en la ventana y recostando el torso hacia mí.

—Mejor —le sonrío.

Se ve muy guapo en una remera azul marino y unos pantalones cortos de color beige y con bolsillos laterales.

—¿No vas a participar de ninguna actividad más? —pregunta un poco afligido—. En un rato iremos al arroyo, a refrescarnos un poco. ¿Crees que podrías venir?

—No lo creo. Pero voy a consultarlo con la enfermera —le contesto.

Me muestra una sonrisa esperanzada y me da la impresión de que me va a contestar, cuando Bruno aparece por el costado.

—Lucas, vamos de una vez —le propone, antes de girar el rostro hacia mí y mostrar una expresión extraña—. ¿Otra vez con ésta?

Lucas parece avergonzarse, porque agacha levemente la cabeza, aunque no deja de sonreírme.

—Nos vemos luego —ignora la pregunta y se despide de mí, guiando a su amigo por un lado.

—Últimamente se los ve hablando demasiado... —escucho que el otro le insinúa—. Me burlaría de ti por el resto de mi vida si te enganchas con ella.

—No molestes —es lo último que escucho decir a Lucas, mientras se alejan.

No quiero faltar a esa actividad y como no implica demasiado movimiento, le pregunto a la enfermera si puedo unirme a mis compañeros. Ella acepta, por lo que me acompaña hasta mi cabaña y luego se retira. Ya puedo caminar por mí misma, aunque me sigue doliendo al apoyar demasiado el pie.

Me preparo con mucha más lentitud que las compañeras que comparten cabaña conmigo, quienes se retiran antes.

Suelto un suspiro al salir de la cabaña. Por más que me muero por ver a Lucas y me agradan las actividades libres, me incomoda un poco pensar que mis compañeros no me soportan, por lo que es probable que nadie se acerque a hablarme.

No puedo creer que aún no sean capaces de darme una oportunidad de integrarme. En especial los tontos de sus amigos. Y el destino parece burlarse de mí, porque la primera persona a la que veo es nada menos que Bruno.

—Allen —se detiene delante del pórtico de la cabaña, cuando me ve salir—. Te estaba buscando.

Ahora lleva el torso descubierto y el bañador puesto. Ruedo los ojos con intensidad, pensando en que hubiera sido mejor quedarme en la cabaña.

Espero que no venga aquí buscando las respuestas que su amigo no le dio hace rato.

—Si vienes a hablarme de Lucas, olvídalo —suelto, sin pensar.

Su mirada se torna astuta al instante.

—¿De Lucas? No —suelta una risa burlona—. ¿Por qué lo haría?

Me quedo estática y creo que la vergüenza se refleja en mi rostro.

Soy una tonta. ¿Tenía que meter la pata de esa manera?

Es que, ¿por qué más me buscaría él?

Al ver que no contesto, deja pasar mi error y continúa a lo que vino.

—Quiero hablarte de algo importante —su expresión se torna más seria.

Bajo los peldaños de madera que llevan a la cabaña y me detengo delante de él.

—Tu definición de lo que es importante no coincide con la mía, Belotto. Estoy segura —lo amenazo con la mirada y paso de largo por su costado, con la intención de dirigirme al arroyo—. Así que no me molestes.

Lo escucho resoplar a mis espaldas.

—¿Y qué hay de Stacy? —pregunta con presunción, logrando que me detenga de inmediato— Es importante para los dos.

Escucharlo nombrarla hace que me invada esa rabia que nunca pude sacarme de encima, con respecto a lo que le hizo.

¿Y todavía se atreve a decir que ella le importa?

Me vuelvo hacia él, frunciendo el ceño.

—No vuelvas a hablar de mi hermana —le ordeno— Ella ya no debe existir para ti.

Stacy por fin comienza a superar el dolor que le causó este idiota y no voy a permitir que vuelva a revivir esa pesadilla.

—Es que no vengo a hablarte sólo de ella —se nota que hace un intento por relajarse, por no sucumbir a los nervios que, de repente, noto que le sacuden—. Sino también de... —hace una seña con la mano hacia mí y luego a él mismo.

Levanto una ceja, sin comprender.

—¿De qué? —insisto, al ver que no parece encontrar las palabras.

—De tú y yo —suelta, de golpe.

Inclino la cabeza sin poder evitarlo, pero él prosigue.

—Mira, sé que nos llevamos como la mierda... —se pasa una mano por la frente, desviando la mirada.

—Sí, y eso es principalmente culpa tuya —lo interrumpo.

No tengo idea de a dónde quiere llegar con esto, pero tampoco me interesa averiguarlo.

—Bueno, tal vez —se encoje de hombros— Pero no se trata de buscar culpables.

Ruedo los ojos.

¡Qué caradura!

—Bruno, no tengo tiempo que perder contigo —intento cortarle el rollo porque no soporto ver su cara de tonto—. Sabes que no te aguanto.

—Yo también te detesto —me toma del brazo bruscamente, como sólo él sabe hacerlo—. Eres una molestia escandalosa y ridícula.

—¡Y tú eres un mal tipo, el peor de todos! —me defiendo, atacándolo—. Infiel con tu novia y amigos. ¡No tienes principios!

Suelta un bufido, frunciendo el ceño con maldad. Parece que sus ganas de hablar pacíficamente se están agotando con rapidez.

Deshago su agarre con rabia y comienzo a moverme de nuevo en dirección al arroyo.

—Lucas no podría haberte puesto un mejor apodo—lo escucho burlarse a mis espaldas—. ¡Eres una pulga! Un parásito insoportable e inquieto. ¡Ni los perros te quieren cerca!

Aprieto los puños, sin detenerme.

—¡Y me importa un bledo llevarme bien contigo! —continúa despotricando y, a medida que me voy alejando de él, siento que aumenta la urgencia en su voz—. Pero, ¿sabes qué? Cuando estaba con Stacy, a ella le dolía muchísimo nuestra mala relación —su voz se torna afligida, de repente— Y fui un imbécil al que no le importó. Seguí llevándome mal contigo.

Sus palabras me hacen detener, al recordar que tiene razón.

A ella le afectaba que peleáramos.

Y yo tampoco le di importancia.

—Y sé que me vas a odiar por esto —prosigue, siento que se acerca unos pasos más, hasta quedar a pocos metros de mi—. Pero quiero intentarlo de nuevo con ella.

Mi corazón se encoje.

Esta es la peor noticia que podría darme. Sin embargo, siento algo en su manera de expresarse, una suerte de desesperación, que me impide enojarme del todo.

—Me di cuenta tarde, pero voy a hacer las cosas bien esta vez —asegura. Aparentemente, le resulta más sencillo sincerar sus sentimientos, ahora que no lo estoy viendo a la cara—. Y, si para eso debo intentar llevarme mejor contigo, lo haré.

Me llevo una mano al pecho, respiro profundamente y me giro de nuevo hacia él.

El chico que está a unos pasos de mí no se parece en nada a Bruno Belotto. Su semblante ha cambiado. Sus ojos muestran súplica y observa en lo profundo de los míos, buscando un indicio que lo ayude a saber si aceptaré lo que me propone.

—Bruno —lo miro severa—. Tuviste una posibilidad, cuando la conociste, y la desaprovechaste —él asiente levemente, y yo prosigo—. Luego te dio una segunda oportunidad, cuando fuiste su novio. Y la lastimaste como no te imaginas.

Su mirada se detiene en el suelo ahora, se toma unos segundos para pensar, antes de volver a hablar, con la voz impostada.

—La tercera será la vencida —asegura, subiendo ahora sus ojos hasta mí—. Me di cuenta de que la quiero de verdad.

Le sostengo la mirada y descubro en ella una inesperada sinceridad.

Entonces aprieto los ojos con fuerza.

Se trata del idiota que arruinó mi año escolar, que lastimó a mi hermana, que no deja de molestarme cada vez que puede...

Aun así, acaba de confesarme abiertamente lo que siente por ella.

Y me lo dijo a mí, sabiendo que podría burlarme, pisar sus sentimientos y volver a oponerme rotundamente a esa relación.

Odio admitirlo, pero me ha conmovido.

—Nunca te perdonaré lo que le hiciste a Stacy —lo dejo en claro. Su mirada se entristece, al escucharme—. Pero, si ella llegara a disculparte... —me rasco la cabeza, juntando el valor para decir lo siguiente— Entonces, haré un esfuerzo por llevarme bien contigo.

Él suelta un suspiro de alivio. No esperaba mi reacción y, definitivamente, yo tampoco me habría imaginado nada de esto. Me sonríe, avergonzado ahora, probablemente por haber sido tan sincero antes.

—Si llegaras a herirla de nuevo —lo amenazo, para que le quede claro que no es tan sencillo convencerme— lo que le hice a tu bajo no será nada comparado con lo que te haré a ti. Y, esta vez, ni Lucas ni nadie va a poder protegerte.

Él ríe con ganas, pero no se burla, sino que parece más animado. Y, a decir verdad, yo también lo estoy. Tanto que no puedo evitar mostrar una sonrisa.

Cuando llego al arroyo, la mayoría ya está ahí, pasando un buen rato. Me ubico sobre una roca y me deshago de mi short y mi blusa, quedando en bikini. Acomodo todo a un costado y meto los pies en el agua. Está tibia, puesto que el sol da de lleno sobre toda la superficie.

Recorro el lugar con la vista. Algunos compañeros toman sol acostados en la orilla, otros juegan salpicándose agua y persiguiéndose, y unos más, charlan, ríen y se divierten.

Mi mirada se detiene en Lucas, casi sin darme cuenta. Me está observando, pero no me mira a los ojos, por lo que tarda un segundo en percatarse de que lo veo y, cuando lo hace, voltea la vista hacia otro lado, avergonzado.

Me siento un poco cohibida al comprender que me estaba mirando todo, excepto el rostro.

Continúo con la vista clavada en él. No puedo dejar de apreciarlo. La viva luz hace resaltar el color claro de su cabello, sus facciones tan lindas y su sonrisa que me endulza.

Bruno y él tienen el mismo tatuaje en la espalda, con el nombre de su banda. Pero, a decir verdad, en Lucas se ve mucho mejor. O, al menos a mí me gusta más.

Están intercambiando algunas palabras. Se lo ve muy interesado en lo que el otro le está diciendo. Sin embargo, al cabo de un momento, me lanza otra mirada, de reojo. Y me siento derretir.

Le muestro una sonrisa y veo sus labios curvarse levemente. Me sostiene la mirada por un momento y, cuando su conversación culmina, se acerca hacia mí con ánimos.

—Que suerte que viniste —expresa, recargándose contra la roca.

—¿No es lo que me pediste? —le pregunto.

Mi corazón comienza a acelerarse, porque no puedo evitar prestar atención a su torso descubierto, su bañador amarillo y su cabello completamente mojado. De hecho, todo su cuerpo está cubierto por gotas de agua que se deslizan a cada segundo, haciendo que mi garganta se sienta muy seca.

—Entonces, lo hiciste por mí —presume con convicción.

No me atrevo a negarlo, así que me limito a bajar la mirada hacia mis manos y sonreír con timidez.

—¿Disminuyó el dolor en tu tobillo? —busca cambiar el tema, al ver que no respondo.

—Sí, ya casi no lo siento —le aclaro. Me produce mucha ternura que esté pendiente de eso.

—Me alegro mucho —inclina el torso para hablarme más de cerca—. Y también por lo que le dijiste a Bruno. Me contó que le darás una oportunidad —me explica.

Así que de eso estaban hablando.

—Lo haré si Stacy lo hace —le aclaro—. Y solo por ella. No por ese tonto.

Él ríe y se pasa una mano por el cabello mojado.

—Supongo que hay cosas que nunca cambian.

Se sostiene de la roca con una mano y agacha la otra hasta el agua. Levanta un chorro, derramándolo sobre mi estómago y ocasionando que se contraiga debido a la frialdad que me provoca.

—Ey —me quejo, aunque no puedo evitar reír.

Bajo una mano yo también, para pagarle con la misma moneda. Pero sin pensar me apoyo sobre mi tobillo y el dolor hace que pierda el equilibrio, resbalando sobre la roca. En un movimiento involuntario, me sostengo de Lucas y él reacciona atajándome entre sus brazos.

—Ten cuidado, Pulga —se alarma —. ¿Te lastimaste?

Niego levemente.

—No, estoy bien —le aclaro, mientras me ayuda a acomodarme de nuevo en mi lugar.

En ese momento, la voz de Samantha se hace oír a mi costado.

—Lucas, necesito que vengas junto a mí —lo llama, evidentemente irritada por verlo conmigo.

Lo peor no es que ella no disimula nada, sino que él me lanza una mirada de disculpa y se aleja hacia donde está. Lo sigo con la mirada.

Ella me está observando con una expresión engreída, a la que respondo con frialdad. Él llega a donde está y comienzan a hablarse muy de cerca, como siempre. Samantha casi se arrima contra él. Lo veo asentir reiteradas veces y aceptar la pequeña botella de color amarillo que ella le alcanza. Entonces, esa idiota voltea, dando un grácil giro, y siento que quiero matar a Lucas al notar lo que está por hacer.

Destapa el envase plástico y deja caer un poco del contenido cremoso sobre sus manos. Luego, comienza a deslizar las mismas sobre ambos hombros de ella y una parte de su espalda, con movimientos sumamente delicados.

Samantha no se hace esperar para hacer lo mismo con él. Se coloca también le bronceador en las manos y lo rodea, sin evitar mirarme con triunfo antes de empezar a darle caricias disfrazadas en la espalda. Se nota que se regocija con cada toque que le hace a su piel, mientras a mí me carcomen los celos por dentro, durante los interminables segundos en los que ambos se están tocando.

Presenciar esa escena desbarata totalmente mi interior.

Me duele verlos juntos. Me atormenta no entender esa relación tan cercana que parecen tener.

Puede repetirme una y mil veces que ella solo es su amiga, puede pintárselo en la frente también. Pero a mí no me engaña.

Hay algo muy raro allí.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top