34. No me importa perderme si es con él
Lucas se pone de pie, cargándome en su espalda. Me aferro a sus hombros y por fin puedo acercarme de nuevo a su nuca para embriagarme del delicioso aroma de su perfume.
—¿A dónde vas? —le pregunto dudosa, al verlo moverse hacia la subida de una pendiente.
—Sin el mapa no podemos saber qué dirección tomar —comienza a explicar— Así que voy a subir más, para buscar un claro desde el que se pueda ver el campamento.
—No, Lucas —intento que se detenga de inmediato—. Si vas hacia arriba sólo alargaremos camino y ya queda poco tiempo. Tenemos que ir hacia abajo.
Él se detiene, pero no parece nada convencido.
A decir verdad, lo que propone tiene sentido. Pero ya está bastante agotado y le resultará mucho más pesado si vamos por la pendiente.
—Si descendemos sin un rumbo definido, podríamos perdernos —me advierte con una mirada llena de dudas—. Y ya está empezando a oscurecer.
—Justamente por eso debemos ir hacia abajo —me mantengo firme—. De ese modo llegaremos antes.
Él suelta un suspiro y parece darse por vencido en la discusión.
—Está bien —acepta, a regañadientes y agrega con ironía—. Bajemos por el monte sin saber a dónde vamos, entonces.
Cambia de rumbo, ahora hacia la dirección propuesta por mí. Por supuesto que no estoy segura de lo que sugerí, pero sigo pensando que es lo mejor.
—Una vez que hayamos llegado a la base del monte, será más sencillo ubicar las cabañas —agrego, sólo para reforzar mi teoría.
—Si bajamos del lado correcto, sí —replica, encogiéndose de hombros—. Pero no podemos saberlo.
—No seas pesimista —lo reprocho.
—Sabes que tengo razón, Pulga —persevera — Pero tú siempre quieres ser la que gana.
Esta vez no se trata de ganar o tener la razón, sino de que me siento culpable por hacerlo cargar conmigo.
Y no me atrevo a decírselo porque sé que dirá que no es nada, que no está cansado. Pero lo está, desde que tuvo que escalar ese enorme árbol. Y ahora que tiene que llevarme es aún peor.
Por culpa mía perdimos el mapa.
Por imprudente me lastimé el tobillo.
Sin embargo, él no se queja, no me recrimina ni critica nada.
Levanto una mano y la deslizo entre sus cabellos. Él se estremece, sorprendido por mi caricia. Gira el rostro hacia mí y recién ahí me percato de que actué sin pensar.
—Tenías un bicho —me excuso a prisa.
Aparto un poco mi pecho de su espalda, para que no perciba que los latidos de mi corazón se han acelerado.
Vuelve a ver de nuevo al frente y no responde. Me pregunto en qué estará pensando. Y yo, mientras tanto, me muero por acercarme a su rostro y besar al menos su mejilla, su cuello, algo.
Es una tortura estar aferrada a él y no poder hacer nada más. Me cuesta contenerme.
No puedo evitar concentrarme en cada centímetro de la piel que sobresale del cuello de su remera. Me fijo en cada rasgo, cada minúsculo lunar que la compone. Al cabo de un largo tiempo, me he acostumbrado tanto a su calor, que estoy segura de que voy a necesitarlo cuando me aparte de él.
No quiero llegar al campamento y separarnos.
Estoy tan ensimismada que no es hasta que él vuelve a hablar, que advierto que está oscureciendo casi del todo.
—Brenda... —su voz me saca de mi letargo—. Creo que estamos perdidos.
Miro alrededor con apremio. Las sombras están invadiendo todo. Los sonidos de la noche comienzan a hacerse presentes, llenando el ambiente del incesante canto de los grillos y el murmullo de las hojas que mueve el viento.
—¿Por qué lo dices? —me arrimo a un lado para mirarlo a la cara.
Él consulta su reloj de pulsera, acercándolo a sus ojos para poder percibir bien la hora, en la creciente oscuridad.
—Llevamos casi una hora descendiendo —explica, intentando mantenerse en calma, pero descubro algo de preocupación en su voz—. Ya deberíamos haber llegado al menos a la base del monte.
Su respiración se ha intensificado bastante. Está visiblemente agotado y yo no me había dado cuenta, por estar tan perdida en sus pequeños detalles.
—Bájame —le pido.
Observa alrededor y divisa una gran roca. Se aproxima allí y me deposita en el suelo, al costado de ésta. Se deja caer a mi lado y se recuesta del todo, con la cabeza puesta sobre el pasto.
Estiro la mochila, que colgaba de mi espalda, y busco en ella mi celular.
Lucas tiene razón. Aunque deteste admitirlo, hemos perdido la competencia desde hace rato y lo más probable es que no podamos localizar el campamento por nuestra cuenta. No quería tener que llegar a esto, pero tal vez es hora de intentar llamar a alguien.
Pero ya en la cabaña me había costado obtener señal, así que no me sorprende que ahora en el monte sea inexistente. Niego, frustrada.
—No tengo cobertura —le confirmo—. Intenta con tu celular.
Él se mantiene en silencio, observando el cielo totalmente oscuro ya.
—Yo no tengo celular desde hace días —revela, para mi asombro.
—¿Por qué?
Se lleva las manos a la sien y se las masajea haciendo presión. Parece empezar a estresarse por la situación y, a decir verdad, yo también.
—Lo rompí hace un tiempo —contesta, sin dar más detalles.
—¿Cómo? —consulto.
Aparta sus manos y me observa en la penumbra.
—No importa cómo —define, pero estoy segura de que hay algo que no me quiere contar, por lo que cambia de tema—. ¿Está mejor tu tobillo?
Asiento, para no preocuparlo más. La verdad es que continúa doliendo intensamente.
Dejamos pasar el tiempo, mientras él descansa un poco. Más tarde, incorporo el torso hasta quedarme sentada, y agudizo la vista para buscar algo que nos pueda ayudar. Entonces, de improvisto, siento su mano alojarse en mi espalda baja, en el espacio libre entre mi short y mi blusa. Suelto un leve suspiro, producto de sus suaves caricias sobre mi piel.
—Lucas, estuve sobre tu espalda demasiado tiempo. ¿No tuviste suficiente de mi cuerpo ya?
Él suelta una pequeña risa.
Admito que esa fue una mala elección de palabras. Y no la deja pasar.
—No creo que pueda tener suficiente de tu cuerpo —insinúa.
Ya me parecía raro que en todo este tiempo no haya querido besarme o algo por el estilo.
—No empieces a hacerte ideas, aprovechando que estamos solos en la noche en medio del monte —le advierto.
—No es eso lo que tengo en la cabeza —se incorpora y se ubica de espaldas delante de mí, como indicando que continuemos. Me aferro a sus hombros y me levanta de nuevo.
—¿Y qué es? —le pregunto.
Es evidente que hay algo que lo está inquietando desde hace rato, porque ha estado muy pensativo. Me gustaría saber a qué se debe.
—Nada —contesta, poniéndose en marcha.
No puedo evitar burlarme, me la puso fácil.
—Sí, coincido en que no tienes nada en la cabeza.
Vuelve a reír, esta vez con más ganas.
—Te convendría tener en cuenta quién puede volver caminando al campamento y quién necesita que se la cargue —se burla.
—¿Acaso serías capaz de volver sin mí? —lo desafío, sólo para hacerle retractarse de lo que ha dicho.
—¿No dices siempre que puedes cuidarte sola? —replica con astucia.
Diablos, odio cuando termina ganando.
Mi silencio le da una victoria tácita y continúa moviéndose durante un buen tiempo más. Mis ojos ya se han acostumbrado casi por completo a las penumbras.
—Ya estuvimos aquí —comenta entonces Lucas, resoplando—. ¿No te parece que ese es el mismo árbol que pasamos hace al menos media hora?
Levanto la vista y observo el árbol. Pero sólo lo hago para disimular que no tengo la más mínima idea. Durante todo el camino sólo he podido hacer una cosa; mirarlo a él.
—No lo sé —confieso.
Me fijo en su rostro y noto que está bastante preocupado, probablemente porque avanza la noche y no salimos de esta situación.
—¿Necesitas descansar?
—No, no es eso —contesta cortante.
—Lucas, no te angusties —masajeo levemente sus hombros y logro sacarle una breve sonrisa.
—Es sólo que no puedo creer cómo se complicó todo. Íbamos tan avanzados en los retos —comienza a descargarse y me doy cuenta de que en verdad se ha estresado—. Pero luego extraviamos el mapa, te lastimaste y terminamos perdiendo el juego. Como si fuera poco, ahora no sabemos volver y ni siquiera puedo aprovechar la ocasión para hablarte porque...
Se queda colgado, como si hubiera expresado de más, sin pensar.
—¿Hablarme de qué?
Se mantiene en un silencio tan profundo que me parece que no pasa el tiempo a medida que continúa avanzando. De repente lo noto nervioso y percibo que comienza a moverse aún más rápido.
—Lucas, dime —le pido.
—Lo estoy intentando —contesta, confundiéndome de una manera inesperada. Me cuesta entenderlo y eso parece inquietarlo aún más.
—Pero si no me estás diciendo na...—me interrumpo al momento mismo en que él pierde el equilibrio, porque nos quedamos sin suelo. Nuestros cuerpos se deslizan hacia abajo y la caída hace que los dos vayamos a dar de bruces sobre el pasto.
El ruido de unas ramas al romperse me advierte que Lucas llevó parte del torso contra un arbusto.
—¿Te lastimaste? —le pregunto, sentándome con cuidado.
—No, estoy bien. ¿Y tú?
—No me pasó nada —contesto y me arrastro más hacia donde está.
Su cuerpo me hizo de respaldo, en realidad.
Se está sacudiendo las hojas que se quedaron enredadas en su remera. Cuando termina, se recuesta del todo sobre el pasto y se dispone a descansar.
—No vi que había un declive —se excusa.
—No te preocupes —lo tranquilizo, mientras atraigo la mochila y extraigo de ella la botella de agua. No hemos bebido casi nada y ya tengo seca la boca. Luego de unos sorbos, se la alcanzo a Lucas para que haga lo mismo. Cuando ha terminado, la guardo y acomodo la mochila al costado de su rostro. Deposito mi cabeza sobre ella, acostándome de lado, mirándolo. Me sonríe y lleva la vista al cielo, pero yo no la saco de sus ojos, levemente iluminados por la luna.
—¿Crees que alguien venga a buscarnos? —pregunta de repente.
—No lo sé —me arrimo más a él.
La verdad es que ahora mismo tampoco me importa.
Lleva ambos brazos detrás de su nuca y acomoda su cabeza sobre ellos. Entonces gira el rostro hacia mí y parece advertir que me he acercado más.
—¿Tienes frío?
—Sí —miento.
El fresco de la noche se hace cada vez más notorio, así que lo uso a mi favor.
Él libera un brazo, pasándolo alrededor de mi cuerpo, y comprendo lo que se propone hacer. Me incorporo un poco y empujo la mochila para acomodarla ahora debajo de su cabeza. Me ayuda, con un movimiento del cuello y aprovecho para arrimarme del todo. Recuesto mi cabeza sobre su pecho y lo abrazo también.
—¿Mejor? —su voz suena algo ronca.
Asiento. Los latidos de su corazón me arrullan, así que me relajo. Al cabo de un instante percibo que comienzan a intensificarse cada vez más.
—¿Qué piensas? —le pregunto. No deja de observar el cielo y es evidente que muchas cosas están pasando por su cabeza.
Se mantiene de nuevo en ese silencio que me vuelve a perturbar.
Al cabo de un momento, lo veo contener un bostezo. El sonido de la noche no ayuda a mantenernos despiertos y el viento fresco ahora sí comienza a erizarme la piel. Me arrimo aún más a él y me aferra con mayor intensidad por unos segundos.
Entonces, lleva la vista a mí.
—Brenda, hay algo que quiero decirte.
Deposita la mano que tiene libre, sobre mi brazo y lo acaricia por un instante, hasta que parece darse cuenta y la deja quieta. Tal vez sea mejor darle la oportunidad de hablar, por lo que guardo silencio.
—Sé que, desde que nos conocimos, hubo momentos en los que nos llevamos mal —empieza—. A veces, aún lo hacemos. Pero, si te pones a pensar, generalmente eso ocurre cuando hay un tercero.
—Te refieres a los tontos de tus amigos —aclaro.
Aprovecho que estamos en un momento de intimidad, para deslizar delicadamente mi mano sobre su pecho.
—No sólo a ellos —me interrumpe, recostando su cabeza hacia mí y dejando sus labios a la altura de mi frente—. Y ese no es el punto. Lo que quiero decir es que, cuando estamos solos, nos llevamos bien.
Debo admitir que tiene un buen punto. A pesar de que al comienzo del juego comenzamos a competir entre nosotros, como siempre. Este tiempo a solas me demostró que podemos ser capaces de unir nuestras fuerzas para resolver los acertijos y avanzar hacia la meta.
—Sí, tienes razón —admito, observándolo con una sonrisa—. Y me agrada que lo hagamos.
Me sonríe de vuelta y me fijo en sus labios. Me apremian las ganas de besarlo. Pero no puedo.
—A mí también —prosigue y siento los latidos de su corazón acelerarse inesperadamente contra mi pecho—. Y quiero que...
—Lucas, espera —lo detengo de golpe. Estoy segura de escuchar varias voces a lo lejos. Levanto el torso a prisa, sentándome—. ¡Aquí! ¡Aquí estamos! —grito lo más fuerte que puedo.
Él se sobresalta y se incorpora también.
—¿Qué pasa? —pregunta, observándome alarmado.
—Shh —le coloco un dedo en los labios—. Creo que alguien viene.
Agudizo el oído y entiendo que sí, hay personas cada vez más cerca.
—¿Estás segura? —pregunta.
Asiento, dejándome invadir por el apremio. Y no sé si Lucas está intentando escucharlos, pero lo cierto es que se mantiene en silencio.
—Vamos, ve para allá —lo incito a levantarse del suelo, ya que yo no puedo hacerlo.
Él se aleja un poco y comienza a llamarlos a gritos. Ellos parecen escucharlo, porque responden enseguida. Se acerca de nuevo a mí y me pasa la mochila. No espera a que me sujete a su espalda de nuevo, me toma en sus brazos y me lleva hacia ahí. Rodeo su cuello, disfrutando por última vez de esa sensación tan placentera de estar aferrada a él.
Visualizamos la luz de la linterna y él nos dirige hasta ella. El profesor Collins nos recibe con alivio. Junto a él se encuentra otro hombre, uno de los encargados del lugar.
—¡Gracias al cielo! —exclama el profesor al vernos—. ¡Estábamos empezando a preocuparnos!
—No habrán llamado a nuestros padres —le consulto.
No quiero que mamá se asuste.
—No, para nada, señorita Allen —el profesor se fija en mi pie vendado— ¿Le ha ocurrido algo?
—Sólo es un esguince —le explica Lucas—. No parece ser grave.
—Está bien, volvamos al campamento —el hombre hace amague de querer pasarme a sus brazos, pero Lucas se mueve un paso hacia atrás.
—Yo puedo cargarla—busca detenerlo, pero el profesor Collins insiste.
—Urriaga, usted debe estar muy cansado —frunce el ceño—. Yo llevaré a la señorita.
Miro a Lucas con expresión de súplica, sin poder evitarlo.
Él me aferra más a sus brazos.
—No se preocupe, señor —se niega amablemente—. Déjeme hacerlo.
—¡Tonterías! —el otro se acerca de nuevo y me estira hasta cargarme—. Para eso estamos los adultos.
Ahora me sostiene contra su pecho y no puedo evitar la incomodidad de estar en brazos del profesor.
Siento que me ruborizo y no puedo dejar de mirar a Lucas mientras todos caminan de vuelta al campamento. Él me observa también, a cada rato. Parece un poco pensativo, al comienzo, pero su ánimo va mejorando a medida que avanzamos y, al cabo de un momento esboza una sonrisa de lado, al notar que mi vergüenza no ha disminuido ni un poco.
Estoy segura de que por dentro se está burlando de mí.
Maldito.
Frunzo el ceño y él agacha la cabeza, intentando disimular sus silenciosas risitas.
Cuando llegamos al campamento, los profesores y algunos alumnos nos esperan con incertidumbre.
Samantha se acerca entre exageradas lágrimas y se cuelga del cuello de Lucas.
—¡Creí que te ocurrió algo malo! —Profiere y él la abraza con cariño—. ¡Pensé que no te volvería a ver!
—Estoy bien, Sam —la consuela.
Ruedo los ojos y suspiro sonoramente.
—Allen, ¿te lastimaste? —Bruno finge estar interesado, pero es evidente que se está burlando porque el profesor me carga y quiere que todos lo noten.
—Ella tiene que descansar, Belotto —el profesor Collins no se detiene y me lleva hacia las cabañas—. Además, debe verla la enfermera.
Me deposita sobre la cama de la pequeña cabaña que sirve de enfermería y me deja a cargo de una chica joven, de unos veintiséis.
Ella revisa mi tobillo y me explica los cuidados que deberé tener para no empeorar la situación. Me aplica hielo en la zona y me da de tomar unos analgésicos. Luego se retira y me deja pasar la noche allí, lo cual termina siendo un alivio porque en mi cabaña muy poco o nada me hablan.
Al fin siento debajo de mi cuerpo la comodidad de una cama, por lo que sé que el sueño no tardará en instalarse. Sin embargo, una pregunta me ronda la cabeza.
¿Qué era eso que quería decirme Lucas y que no pudo terminar de expresar?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top