32. Un "te quiero" en sueños
Me alegro inmensamente por dentro, al escuchar la decisión de la profesora.
Bruno y Sam comienzan a gruñirse, mientras los profesores reparten los sobres a cada dúo. Brenda luce algo incómoda. Se aproxima dudosa, al profesor, y toma un sobre. Entonces se acerca a mí, y lo abre. Adentro se encuentra un trozo de cartulina color azul, con lo que parece ser nuestra primera pista.
Tomo la mochila que se ha preparado para cada pareja y reviso su contenido. Hay, entre otras cosas, una cuerda, un mapa y lo que parece ser un botiquín de primeros auxilios.
-Si te portas mal, al menos puedo dejarte atada en medio del monte -levanto la cuerda, bromeando para aligerar el ambiente, pues la noto bastante tensa.
Ella me muestra una mirada que finge molestia por mi comentario, sin embargo, está conteniendo las ganas de reír.
Las demás parejas comienzan a moverse rápidamente. Ella voltea a observarlas y luego lleva de nuevo la vista a mí.
-Tenemos que apurarnos si queremos ganar -afirma-. Si no lo hacemos, no te perdonaré.
Asiento, un poco divertido por su advertencia.
Tengo que esforzarme en esto.
-¿Cuál es la primera pista? -le consulto.
Ella acerca el papel al rostro y lee en voz alta, mientras comenzamos a movernos sin rumbo.
-"Largo y a veces extenso, corre ligero, siguiendo el sendero".
Nos miramos con expresión confundida.
Bajo la cabeza al mapa y comienzo a buscar algo que pueda darme una idea. El predio es inmenso. Lo primero que se vislumbra es el colosal monte. Fuera de éste, una pradera adornada a un lado por un largo arroyo.
Esperaba encontrar algunos ítems que indiquen los nombres de los lugares, sin embargo, solamente hay dibujos.
-No tengo idea -confieso.
Ella rueda los ojos.
-Para eso me ponen con un tonto -se queja-. ¿No ves que dice "corre ligero"? Es obvio que habla del arroyo.
Me saca el mapa de las manos y comienza a dirigirse hacia la zona indicada.
La sigo en silencio por unos momentos, hasta que vuelvo a hablar.
-Está bien, lamento ser un tonto -me disculpo falsamente-. A mí sí me agrada que me haya tocado contigo.
Ella pone en duda mi afirmación, al instante.
-¿Entonces por qué no me elegiste? -Me echa en cara-. Ah, claro. Estabas ocupado viendo a tu club de fans pelear por ti.
Me apresuro un poco más, hasta caminar a su lado.
-Todavía hay una vacante en el club, si quieres solicitar tu inscripción -le sigo el juego.
Suelta una risa graciosa.
-Eres un creído -se cruza de brazos, simulando enfado.
Últimamente, siento que mis bromas le molestan menos y le divierten más.
Llegamos al arroyo. Dos parejas más de compañeros se aproximan al mismo tiempo. Brenda y yo nos separamos para buscar nuestra cartulina azul. Afortunadamente, doy con ella en menos de dos minutos. Estaba escondida debajo de una piedra, a la orilla del mismo. La tomo entre mis dedos y alcanzo corriendo a mi compañera.
-¡Genial! -se pone muy contenta al verla.
Y yo adoro esa sonrisa.
Me dispongo a leer la siguiente pista.
-"Como la luna, es circular, y profundo como el mar, aunque en tamaño no se los puede comparar" -recito, y miro a Brenda-. Muy bien Einstein, ¿qué es?
Me observa, exageradamente confundida.
-Pues... es obvio... -juguetea con sus dedos, pensando. Pero no concluye la frase.
Yo llevo la vista al mapa y le doy una ojeada rápida.
-¿Tal vez se refiere al pozo? -deduzco.
Entrecierra los ojos.
-¿Cuándo viste un pozo que sea profundo como el mar?
Inclino la cabeza y río por lo bajo, tapándome la boca.
-Es una hipérbole, Brenda.
Las parejas que están cerca encuentran sus pistas y se van.
Ella suelta un suspiro y se sienta sobre el pasto, analizando el mapa con total atención.
-No creo que sea el pozo... -afirma. Aunque creo que sólo lo dice para contradecirme.
Me acomodo a su lado y acerco la cabeza al mapa, intentado ubicar algún otro sitio similar.
Lo observamos atentamente durante unos minutos, hasta que me percato de que estamos muy cerca. Entonces me arrimo un poco más, simulando que no me doy cuenta y que solamente estoy concentrado en el mapa.
Parece advertir mi cercanía, porque se queda tiesa. Contrae ligeramente el hombro, para apartarlo un poco más del mío, y estoy seguro de que, durante un segundo, me ha observado de reojo.
Se pone de pie, de golpe y me sobresalto un poco.
-Vamos a probar suerte en el pozo -propone, con voz trémula.
Me levanto y la sigo, sin decir nada.
¿Me parece a mí o le pone muy incómoda que me acerque demasiado?
Tengo que comprobarlo. Voy a buscar el momento apropiado para hacerlo de nuevo, sin parecer un psicópata.
Nos trasladamos a prisa al pozo que figura en el mapa, cerca de las cabañas. Agacha el torso por encima del agujero y observa el fondo.
-¿Ves? No hay nada -concluye, alumbrando con la linterna de su celular.
-No es posible -insisto, negando con la cabeza-. Tiene que ser aquí.
No es mi propia convicción la que me impulsa a no rendirme, sino la necesidad de no darle la razón y, sobre todo, no volver a quedar mal delante de ella.
-Lucas, no seas terco. No se ve nada.
Pienso un momento, buscando la manera de resolver este acertijo.
-Voy a bajar -propongo.
Ella se sorprende.
-¿Estás loco? -me sostiene del brazo al ver que comienzo a pasar una pierna hacia el vacío- ¿Te parece que alguno de los profesores se metería allí para dejar una pista?
Tiene razón. Eso de esforzarme para no quedar como un tonto no está saliendo muy bien que digamos.
Entonces paso la otra pierna y me quedo sentado dentro del pozo, porque ya empecé y no voy a detenerme. Agacho la cabeza para volver a mirar al fondo y un pequeño brillo en la pared, un metro más abajo, llama mi atención.
-Espera -le digo-. Necesito que me des una mano.
Me sostengo de los bordes y bajo primero un pie, hasta cerciorarme de que el ladrillo que estoy pisando sea capaz de sostenerme.
-¿Qué haces? -ella acentúa el agarre en mi brazo.
-Tranquila, Pulga-levanto una ceja y le muestro una sonrisa de lado-. ¿Acaso te preocupas por mí?
-Claro que no -se defiende, al instante, pero no suelta mi brazo-. Es sólo que tu padre es mi jefe y si te matas puedo perder mi trabajo.
Me río de su broma.
Espero que haya sido eso.
Bajo el segundo pie y lo apoyo con cuidado en otro ladrillo. Me aseguro de poder sostenerme y desciendo levemente hasta dar con el objeto que yace en un agujero en la pared. Es una cajita dorada brillante, con una parte de la tapa pintada en azul.
Me incorporo, satisfecho. Salgo del pozo y me paro delante de ella.
-Creo que esto se está volviendo cada vez más interesante -afirma.
Está contenta. Mueve una mano para tomar la cajita, pero la elevo por encima de mi cabeza, para que no la alcance.
-¿Quién tuvo razón? -la molesto.
Frunce el ceño.
-Deja de perder el tiempo -se queja, procurando alcanzarla.
-Sólo tienes que decir mi nombre -insisto, entre risas.
Me ignora y se arrima un poco más, en un vano nuevo intento por arrebatármela.
Si es por mí, que se acerque todo lo que quiera.
Resopla, al ver que no lo va a lograr, y se aparta.
-Bien -se rinde-. Tú adivinaste este reto y yo el anterior.
Sabía que no podía darme la victoria tan fácilmente.
-Además, -agrega- se supone que estamos compitiendo contra los demás. No entre nosotros.
-Lo sé, sólo quería fastidiarte -confieso y le alcanzo la cajita.
Ella la estira de mis manos y la abre, expectante. Extrae una cartulina azul, igual a las anteriores, con la diferencia de que está curvada en dos. La desdobla rápidamente y se muestra confundida.
-Está vacía -exclama.
Me acerco a observarla. Tiene razón. La cartulina no lleva nada escrito.
-¿Se habrán olvidado de agregar el acertijo? -pienso en voz alta.
Tomo la caja y la observo desde todos los ángulos. También está vacía.
Brenda y yo nos observamos por unos instantes, intentando descifrar la situación.
-Si la pusieron en esa caja debe ser por algo -asume.
Levanta la cartulina hacia el sol y entrecierra los ojos. Me ubico detrás de ella y hago la misma observación. Pero no veo nada y me está empezando a distraer ese olor tan suave que me hace agonizar, cada vez que me arrimo mucho a ella.
Aunque... Ahora que lo pienso bien, ése no es sólo el olor de Brenda.
Parece más bien un aroma floral.
Lo más probable es que ese olor provenga del papel. Así que coloco mi mano sobre la suya, porque tengo la excusa perfecta.
-¿Qué te pasa? -ella parece incomodarse de nuevo por mi cercanía.
Mis dedos cubren su cálida mano y la atraen, para acercar el papel a nuestros rostros.
-Espera -le digo, antes de que se aparte-. ¿No hueles eso?
Me hace caso e inspira sobre la cartulina.
-Es lavanda -manifiesta.
-¿Estás segura? -yo no puedo saberlo. Ahora que nos encontramos tan cerca, el olor de su cabello se mezcla con el de la cartulina.
Asiente con una sonrisa, satisfecha por haber descifrado también este enigma.
Nos dirigimos hacia la entrada de la propiedad, dejando atrás la zona de las cabañas y los salones principales.
-Estoy segura de que era por aquí -indica ella, llevando la vista de lado a lado.
Afirma haber visto una mata de lavanda a lo lejos, desde el bus, cuando estábamos llegando al campamento.
Yo no tengo idea de cómo luce algo así.
-Allá -exclama de repente, y se echa a correr.
Le sigo el paso a prisa y llegamos a una breve extensión de suelo cubierta con millones de pequeñas flores violetas. En medio de todo eso, luce una llamativa pérgola rupestre. El techo de madera está totalmente cubierto por plantas trepadoras. A decir verdad, es un espectáculo digno de una película.
Brenda se agacha sobre las flores y respira su aroma.
-Te lo dije -asevera-. Es el mismo olor de la cartulina.
-Entonces la siguiente pista tiene que estar por aquí -me acerco a la pérgola sin dudar.
Ella se introduce después de mí y comienza a buscar del lado contrario.
-¡La tengo! -anuncia, al cabo de unos instantes.
Volteo a verla, ya está abriendo un sobre azul. Extrae de éste un papel rígido y lo contempla.
Me acerco y observo que esta vez no hay cartulina, sólo una fotografía. En ella, se puede ver una colina retratada desde abajo. Y encima de esta, resalta un enorme árbol con miles de ramificaciones que se expanden hacia todos lados.
-Se trata de un sauce, debemos adentrarnos al monte -deduzco.
Ella asiente, convencida.
-Vamos.
Pasamos por las cabañas primero y bebemos agua. Es seguro que la prueba del monte nos tome más tiempo, porque es extenso y no tenemos idea de dónde exactamente se encuentre ese árbol.
Recargamos la botella que está en la mochila y nos preparamos para partir.
El trayecto que lleva al monte es largo. Varios grupos de compañeros se están dirigiendo también hacia allí y otros pocos ya se encuentran más arriba. Todos buscan resolver el enigma que les ha tocado.
El sendero comienza a empinarse de a poco. Algunos ya se han retirado por diferentes vías al cabo de unos quince minutos. La vegetación alrededor es tanta que no se distingue casi nada.
-¿Cómo se supone que encontremos ése sauce? -me pregunta Brenda.
-Tenemos que ir más arriba -le explico-. Estoy seguro de que todo se verá más despejado cuando estemos en una mayor altura.
Ella muestra una extraña expresión al oírme.
Es verdad, a Brenda no le gustan las alturas.
-Tranquila, no será peligroso -la consuelo-. No habrá riesgo de ca...-
No logro terminar la frase, porque alguien me intercepta desde el costado.
-¡Lucas! -Sam se abalanza a mis brazos, como si no me hubiera visto durante días-. ¡Ya no soporto estar con Bruno! -se queja.
-Sam... -la envuelvo también en un abrazo y sonrío-. Me diste un susto.
Ella se aparta un poco, sin soltarse del todo de mí. Mi amigo aparece también en ese momento.
-No ha dejado de quejarse desde que nos obligaron a hacer pareja- su voz me hace mirarlo-. ¡No sé qué mierda hice para merecer a ésta histérica!
-¿De verdad preguntas eso? -inquiere Brenda, observándolo con desdén-. Si te has ganado todos los males del mundo -concluye.
Bruno la mira y se echa a reír.
-¿Ves? -lleva la vista de nuevo a mí-. Hasta los insultos de Brenda son más tolerables que la pesada de Samantha. ¡Se cree una princesa!
-Lucas... -Sam se recuesta de nuevo contra mi pecho-. Dejemos a estos dos y vamos juntos -me suplica.
-Es que no podemos, Sam -intento consolarla.
Brenda suelta un suspiro amargo.
-¿Podemos continuar? -me reprocha-. Tenemos un reto que ganar y no podemos detenernos con idiotas como estos.
Bruno se lleva una mano a la frente.
-Deberíamos meter a estas dos en una bolsa y arrojarlas desde la cima.
Brenda y Sam le lanzan miradas llenas de odio.
-Dejemos de discutir, ¿sí? -propongo. Me aparto un poco de Sam y ella vuelve a arrimarse a mí-. Brenda tiene razón, tenemos que continuar -insisto.
Mi amiga me mira con cólera por haberle dado la razón. Se aparta de mí, de golpe.
-Está bien, me voy -contesta ofendida.
Le lanzo una mirada de advertencia a Bruno.
-Espero que la trates bien y la cuides, ¿oíste?
Él levanta los hombros en señal de indiferencia, pero mi advertencia bastó para que Sam me devuelva una expresión satisfecha. Se acerca de nuevo y me da un beso en la mejilla.
-Nos vemos más tarde -me sonríe y se aleja con Bruno, no sin antes lanzarle a mi compañera una mirada triunfal.
Brenda retoma el camino que estábamos siguiendo. No me habla durante unos buenos minutos, ni siquiera me mira. Su semblante está tieso. Se nota que pasan mil cosas por su cabeza.
-Hay ardillas -comento, para ver si me responde amable o está molesta- ¿Las viste?
Ella hace una mueca seca.
-Es un monte. ¿Qué esperabas? ¿Unicornios? -se cruza de brazos sin detener el paso.
Su humor ha cambiado repentinamente.
-Ya veo-indico-. Estás de mal humor por Samantha.
Ella frunce el ceño.
-Y por Bruno también -agrega.
Pienso un instante, antes de volver a hablar.
-No es mi culpa haberlos encontrado -me defiendo-. Además, son mis amigos.
Levanta las cejas y hace un gesto, como si no me creyera.
-Samantha no es sólo tu amiga -insinúa.
¿Es que acaso está celosa?
-Ah, ¿no? -me hago del tonto-. ¿Y entonces qué es?
-Tu ex novia -apunta. Los músculos de su rostro se tensan al pronunciarlo.
¡Ja! Ahí está.
-Mi ex novia... -repito- De la cual estás evidentemente celosa.
Me mira como si quisiera asesinarme.
-¿Perdón? -hace un gesto de falsa inocencia-. ¿Por qué lo estaría? Te recuerdo que tengo novio.
Es lo mismo que me pregunto yo. Porque está claro que lo está.
No es la primera vez que me reclama algo con respecto a Sam.
-No lo sé... Tal vez él no te llena -dejo escapar una sonrisa.
-O es tu cabeza la que está vacía -me ataca- Tadeo me hace más feliz de lo que me haría cualquiera, gracias por tu preocupación -ironiza.
Me mantengo en absoluto silencio. El golpe que me causaron sus palabras me hizo callar, y muy bien.
Lo que quiso decir es que él la hace más feliz de lo que podría hacerlo yo.
Camino observando el piso durante al menos quince minutos más. Estamos subiendo por una pendiente.
-Lucas, mira -me saca de mis pensamientos al llegar a un claro del monte-. ¡Aquel se parece mucho!
Levanto la cabeza y distingo un enorme árbol que está tan solo a unos pasos de nosotros.
Ella saca la fotografía de su bolsillo y la comprueba.
-Es igual -define, con emoción.
Se adelanta a prisa y se ubica debajo del árbol. Voltea a verme con una sonrisa que no consigo corresponderle. Me acerco despacio, sin muchas ganas. Todavía siento que su afirmación sobre su novio me bajó el ánimo.
-¿No crees que sea? -pregunta, un tanto impaciente.
-Sí, debe ser -respondo seco, sin sacar la vista del árbol, porque no quiero que advierta la angustia en mis ojos.
Ella asiente, un poco insegura porque probablemente notó algo. Sin embargo, parece ignorarlo y se ocupa de rodear el grueso tronco del sauce, buscando la cartulina azul.
Yo no saco la vista de la copa, de entre sus ramas y hojas, las cuales se conjugan formando una inacabable mata verdosa. Parece como si una lluvia liviana cayera sobre nosotros, sin tocarnos. Entonces, entre tanto verde, llama mi atención una larga cinta azul.
-La encontré -informo.
Ella se acerca rápido a mí y sigue mi mirada, hasta ubicarla.
-Está muy alta -me observa con algo de duda.
Asiento y deposito la mochila en el suelo.
-Voy yo.
No espero su respuesta. Comienzo a probar las fisuras en la corteza, para ayudarme con ellas al trepar. Intento primero en una, y luego en la siguiente.
-¿Estás seguro de esto? -ella entrelaza sus manos.
No le contesto. Tiene miedo a las alturas, así que es obvio que no le parece una buena idea.
Pero eso no me detiene. Escalo el tronco con relativa rapidez y me ubico en el inicio de la copa. Por encima de mi cabeza se extienden las ramificaciones, algunas más gruesas que otras. Pruebo mi peso en la rama que sube hasta llegar a la cuerda. Me sostiene, así que comienzo a trepar por ella.
-Lucas, ten cuidado -me pide Brenda desde abajo.
La ignoro y continúo subiendo. Se hace más difícil y lento cada vez. El sauce debe tener como quince metros o más. Se nota que tiene muchos años aquí. Además, cuando llego a una altura determinada, me doy cuenta de que la cuerda azul es en realidad bastante larga, pero está completamente liada. Deduzco que se suponía que debía de ser alcanzada desde mucho más abajo, pero el viento la enredó en una de las ramas más altas.
-Lucas -insiste ella.
-¿Qué quieres? -su temor está empezando a desconcentrarme.
-Está muy alta, sólo baja ¿Sí?
-Soy yo el que está aquí arriba, no tú -le reprocho-. Y estás empezando a ponerme nervioso.
Ella me obedece y se mantiene en silencio.
Continúo ascendiendo. Ahora con mucho más cuidado porque las ramas a esta altura son más finas y, por ende, menos resistentes. Una de ellas se parte con mi peso y va a dar al suelo. Afortunadamente, estoy muy bien sujeto de las otras, así que no me afecta. Pero Brenda suelta un chillido.
-Apártate un poco o te podría caer una encima -le advierto.
Agacho la cabeza para mirarla de nuevo.
-Está bien... -contesta con la voz temblorosa-. Sujétate fuerte, por favor.
Su temor la está haciendo ver frágil de nuevo. Tanto que me gustaría calmarla en mis brazos. Pero está preocupada por mi seguridad, así que lo mejor ahora es enfocarme más en mí que en ella.
-Lo estoy haciendo -intento tranquilizarla.
Entonces, al subir medio metro más, me doy cuenta de que he llegado al límite. La rama sobre la que estoy no va a sostenerme si intento seguir trepando. Me sujeto de una más delgada y estiro mi mano derecha, haciendo un esfuerzo por tomar la cartulina que está sujeta por la punta de la cuerda.
No llego. Me faltan al menos veinte centímetros.
-Lucas -Brenda me llama de nuevo, al comprender la situación-. Ni se te ocurra subir más que eso.
-Si no me dejas en paz no voy a lograr alcanzarla -protesto.
-Prefiero que no lo logres a que te mates -me advierte.
Apoyo mi pierna con cuidado contra la rama que tengo en frente y, creyendo que me va a sostener, me impulso levemente, para acortar los centímetros que faltan. Sólo un poco más y lo lograré.
Estiro mi mano todo lo que puedo, pero me hace falta un impulso mayor.
Ahora sí veo más factible la posibilidad de caer. Si lo hiciera, es seguro que me rompería más de un hueso y, sí, existe la posibilidad de morir si cayera sobre la cabeza. Pero no quiero pensar en eso mientras estoy aquí arriba. Y la intranquilidad de Brenda no me ha ayudado demasiado.
-Por favor, baja -me pide de nuevo-. Intentaremos otra cosa.
-Sólo me faltan unos centímetros -le explico.
-Podemos probar con la cuerda o tirar una piedra -propone.
Sí, la cuerda probablemente hubiera ayudado, si se me ocurría subirla, pero ya no lo hice. Y es demasiado poco lo que falta para detenerme ahora.
-Brenda, te pido por favor que me dejes terminar esto -intento seguir siendo amable, pero mi tono de voz demuestra lo contrario.
-Sólo quiero que estés bien... -comienza a decir, pero ya no oigo lo siguiente, porque junté la fuerza suficiente para expulsarme hacia arriba y tomar la cartulina entre mis dedos.
¡Por fin!
Mi pie se apoya, al bajar sobre la misma rama. Pero sólo dura un segundo, porque ésta se parte en dos. Caigo al menos tres metros, hasta que mi cuerpo es detenido por una de las ramas más gruesas de abajo, durante el instante suficiente para que me sostenga alrededor de ella y pueda sentirme a salvo. El grito que pega Brenda me sobresalta incluso más que la breve caída.
La cartulina se ha soltado de mis dedos, pero al menos se desliza con el viento, hasta dar al suelo.
-Estoy bien -la tranquilizo. Bajo la vista y veo que se está cubriendo los ojos con las manos.
Me deslizo por las ramas que ya son gruesas, y luego me bajo con cuidado del tronco.
Ella siente mi peso tocar el suelo y levanta los ojos para mirarme. Están algo rojos y su expresión me muestra preocupación extrema. Entonces, se acerca y se arroja a mis brazos, sorpresivamente.
La contengo contra mí y no puedo evitar sonreír. A pesar de verla tan preocupada, a pesar de sentir su corazón latiendo contra mi pecho como si estuviera a punto de explotar, a pesar de haberle causado tanta angustia; me alegra que se preocupe tanto por mí.
-Estoy bien, Pulga -insisto.
Su rostro no se separa de mi pecho. Me aferra con ansias, como si en verdad hubiera pensado que iría a morir.
-No vuelvas a hacer algo así -me reclama con voz trémula-. Pudiste haberte matado.
La rodeo con mis brazos y acaricio su cintura con una mano y su hombro con la otra. No me aparto y ella tampoco.
-¿Y te dolería que eso pase? -le susurro al oído.
Asiente y se aferra aún más a mí.
Ahora es mi corazón el que late con mayor intensidad.
No aguanto el impulso de agachar mi rostro y besar la piel de su cuello. Ella se estremece un poco.
-Lucas, ya basta -me corta.
Se aparta de mí y no me da opción más que hacer lo mismo.
-Veamos esa cartulina -propongo, para que el momento no se vuelva incómodo. La recojo del suelo y la reviso-. "Cae con la fuerza de la gravedad, nunca se rompe a pesar de su edad" -recito la adivinanza.
Me acerco a una pequeña elevación del suelo y descanso mi cuerpo sobre esta, mientras pienso.
Brenda extrae el mapa de la mochila y se recuesta a mi lado. Lo extiende por encima de nuestras cabezas, para que lo observemos mejor.
-Cae, y nunca se rompe... -reitera-. ¿Una roca?
-No, hay millones en el monte. Nos tomaría una vida encontrar la correcta.
Ella continúa con la vista en el mapa.
-Tienes razón -acepta-. Debe ser otra cosa.
Me dedico a buscar en el amplio papel algo que pueda servirnos. El dibujo del monte está lleno de pequeños íconos de arbolitos, un extenso lago y pendientes de aquí para allá. Tantos dibujos se enciman que cuesta un poco entender.
Al cabo de unos minutos, me siento tan agotado que me doy por vencido.
-Te lo dejo a ti, Pulga.
Me giro, dándole la espalda y acomodo mi rostro sobre mi brazo, para descansar.
-Está bien -acepta-. Ya hiciste mucho, después de todo.
Sonrío.
-¿Ves que no está tan mal que te hayan obligado a estar con el tonto? -le reprocho en un murmullo.
Acostado allí, cierro los ojos y me dejo llevar por el cansancio. Creo que haber trepado ese sauce tan alto ha gastado gran parte de mi energía. El viento mueve las flores que están alrededor nuestro, las cuales acarician mi cuerpo en una danza lenta y placentera. Los sonidos de la naturaleza arrullan mis oídos y me dejo vencer por el sueño.
Vuelvo a sentir la suave brisa acariciando mi cabello. Solo que ahora la siento en forma de delicados dedos que se funden en sus hebras una y otra vez, con cariño, ternura.
"Te quiero" se escucha de cerca.
¿Es la voz de Brenda?
No es posible. Debo estar soñando.
Mi mano se mueve hasta mi nuca y podría jurar que rozo una cálida piel, la cual se separa en un instante. Abro los ojos y recobro el sentido, parpadeando bruscamente. Giro el rostro. Brenda me está observando.
-¿Tú me hablaste? -le consulto.
-No -responde al instante-. Te quedaste dormido.
Me friego los ojos, procurando adaptarme del todo a la realidad.
-Estoy seguro de haberte oído -reitero.
Parece un poco perturbada, como si estuviera conteniendo la respiración.
-¿Y qué se supone que dije? -pregunta, llevando la vista a otro lado.
No puedo decirle lo que creo haber escuchado salir de su boca.
Incorporo el torso.
-No lo recuerdo -no me queda otra opción que ocultarlo.
-Ah -esboza una sonrisa y juguetea con la cartulina, llevando sus ojos a los míos, con timidez-. Pues, te avisé que pude descifrar el enigma -anuncia, incorporándose también.
¿Acaso no dijo antes que no me había hablado?
Y, ¿por qué luce tan avergonzada?
Las palabras de Bruno de esta mañana me vienen a la mente. La manera en que asegura que Stacy aún siente cosas por él. Y yo también, siempre tuve esa impresión con Brenda.
Todas sus reacciones, sean conscientes o no, me hacen pensar que siente algo por mí.
Es sólo que bajé los brazos, me convencí a mí mismo de que no es así, sólo porque ella está con otro.
Creí que la había perdido, que me había rechazado. Cuando en realidad, nunca tuve el valor de hablarle de frente y confesarle lo que siento.
Me gustaría descubrir si ese "Te quiero" que escuché formó parte de mis sueños o fue real.
Así que ya no me voy a permitir a mí mismo quedarme con la duda.
Estoy decidido; no voy a dejar que éste viaje se acabe sin confesarle mis sentimientos.
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