29. Puedo ser un perfecto idiota
Desde la entrada los veo de la mano, como si nada. Contentos, cariñosos.
Maldita sea. Esa rabia que me ha envuelto desde el sábado no parece querer soltarme.
Hasta me cuesta mirar en su dirección. Cruzo el patio sin sacar la vista del frente y entro al aula. Bruno está sentado en su lugar y me acomodo en el mío.
—Hola —me saluda, ya que no lo hice yo.
Suelto una especie de gruñido.
No tengo ganas ni de hablar.
—Ayer no fuiste al gimnasio —expresa, intentando iniciar una conversación que estoy seguro busca descifrar mi evidente mal humor.
Levanto los hombros con indiferencia.
—Preferí salir a trotar —contesto, cortante.
Parece dudar si sea coherente continuar con el discreto interrogatorio.
—No me avisaste nada —apunta, como si no tuviera demasiada importancia.
—Estoy sin celular —me agacho a sacar mis cuadernos, mientras el aula se llena de a poco.
Brenda pasa a mi lado en dirección a su sitio y vuelvo a perder la poca calma que tenía.
—¿Perdiste tu celular? —insiste Bruno—. ¿Cómo?
Lo miro con mala cara.
—¿Quién eres? ¿Mi padre? —le contesto con la misma brutalidad que lo hace él cuando quiere evitar una conversación seria.
Se queda en silencio y no hablamos durante la primera clase.
En el cambio de hora, estoy tan aburrido en el salón de arte esperando a la profesora, que me pongo de pie y me paseo por el aula.
Observo a Brenda desde lejos. Escribe mensajes en su celular. Es seguro que está hablando con él.
Necesito hacer algo para distraer mi mente.
Me acerco a la caja con temperas que se utiliza a menudo y tomo un pincel.
—Jaime —llamo la atención de uno de mis compañeros— Dime tu frase favorita.
El curso entero se fija en mí, con curiosidad. Jaime sonríe.
—¡Ser o no ser! —exclama, fingiendo estar en una obra de teatro.
—Ser o no ser —repito, mientras muevo el pincel en mis manos, dibujando las palabras en la pared.
—¿Lucas, que haces? —Samantha me reclama— ¡Te vas a ganar un castigo!
—Sólo estoy jugando —me defiendo.
La mayoría aplaude mi travesura, cuando termino. Excepto Sam, que me mira espantada; y Brenda, que levanta una ceja, observándome como si fuera un idiota.
Me propuse demostrarle lo idiota que puedo ser.
Tal vez así note que existo.
—¿Algún problema, Allen? —le pregunto en voz alta.
Ella niega, rodando los ojos, y luego agacha la cabeza de nuevo sobre su móvil.
Vuelvo a mi asiento a tiempo para el ingreso de la profesora. La mujer se queda estupefacta al notar el enorme mensaje escrito en azul sobre la pared blanca.
—¿Quién fue el autor de esto? —pregunta consternada.
—Si no me equivoco —contesto confiado— fue William Shakespeare, profesora.
El curso entero se parte de risa. La mujer me devuelve una mirada histérica.
—¡Urriaga, no es gracioso! ¡Me refiero al autor de esta fechoría! —se explica bien— Y si fue usted, le recuerdo que está con nota de comportamiento condicional.
Estoy a punto de contestarle que no me dan miedo sus amenazas, cuando mi mejor amigo me interrumpe.
—No fue él —me defiende, poniéndose de pie—. Yo... quise dejar salir mi creatividad.
Lo miro estupefacto. Quiero interrumpirlos y aclarar a la profesora que fui yo, pero Bruno coloca una mano en mi hombro, solicitándome que deje las cosas como están.
—¿En la pared del aula? —insiste la mujer.
—Bueno, sí —le contesta, sin mucha convicción—. Fue bastante estúpido de mi parte, lo sé.
—Vaya a decírselo al director, Belotto —ella apunta a la puerta de salida.
Me dejo caer en mi asiento sin comprender.
Él está en la misma situación académica que yo.
¿Por qué tomó la responsabilidad por lo que hice?
Samantha me alcanza al llegar la hora libre. Estoy recostado contra la pared, afuera de la Dirección General.
—¿Aún no sale? —me pregunta, preocupada.
—No.
Ella me sigue observando con la misma expresión de decepción con la que me miró en el aula.
—Lucas, fuiste un poco lejos al hacer eso en la pared.
Ruedo los ojos.
—Ya está hecho, Sam —me defiendo—. No empieces.
Algunos compañeros están pasando cerca, en dirección al exterior.
Ella se cruza de brazos.
—¿De verdad? ¡Podrían expulsar a tu mejor amigo por lo que hiciste!
Me aparto de la pared, irritado.
—¡No es gran cosa! ¿Cuántas veces estuve yo al borde de la expulsión por culpa suya?
Por supuesto que no quiero que lo echen. Pero ella está exagerando.
Se sorprende al verme tan alterado.
—Pero tú no eres así —replica—. ¿Qué es lo que te ocurre?
Me acerco más y la miro fijamente, con rabia.
—Sam, vete de aquí —señalo el exterior extendiendo la mano.
Me lanza una mirada dolida.
—¿Por qué me hablas de esa manera?
Ya no quiero que me sigan preguntando qué me sucede. Ni siquiera yo lo sé bien.
—¡Porque estoy cansado de que siempre estés pendiente de mí!
Sé que mis palabras la van a herir. Pero necesito que me deje en paz.
Kendra y Lucía, quienes están pasando en ese momento, se quedan mirando la escena, petrificadas. No son las únicas, varios compañeros presencian mi ataque de nervios.
Los ojos de Sam se llenan de lágrimas. No me contesta nada, simplemente voltea y se va.
Brenda me observa como si fuera la peor persona que ha visto en su vida.
¡Oh, vamos! ¡Como si le importara!
La miro mal y estoy a punto de decirle algo, cuando la puerta a mi costado se abre y Bruno sale a mi encuentro.
—¿Todo bien? —le pregunto.
—Sí —se encoge de hombros—. Me disculpé, así que me pusieron un castigo y ya.
Comenzamos a caminar hacia el patio y noto que está distraído. Conozco al director, seguro el castigo es más severo de lo que Bruno quiere hacerme creer.
—¿Por qué lo hiciste? —le consulto mientras cruzamos las puertas.
Él se toma unos segundos para contestar.
—No es algo que tú no hayas hecho antes por mí, después de todo —lleva las manos a los bolsillos—. Y me dio la impresión de que no estás en tus mejores días. Samantha me llamó el domingo. Estaba desesperada porque nadie sabía en dónde te habías metido. Y tú no eres de desaparecer así nada más.
Ruedo los ojos.
¿De verdad armaron tanto escándalo por eso?
Mi amigo continúa.
—Y luego te descargaste conmigo esta mañana y supuse que, si dejaba que fueras a la dirección, terminarías agarrándote a trompadas con el director —suelta una risa.
Tiene razón. Me siento tan molesto que podría golpear a quien fuera.
Me mantengo en silencio, intentando comprender por qué estoy tan enojado, tan frustrado.
—Y no voy a preguntarte qué te ocurre, porque evidentemente no tienes ganas de hablar de eso y ya escuché la manera en que acabas de tratar a Samantha.
—Tal vez estuve mal... —pienso en voz alta.
—No —exclama—. Es una pesada.
Sonrío, pero no puedo evitar sentirme culpable.
—Vamos a jugar futbol —propongo. Necesito algo que me ayude a descargar mi rabia.
Ésta se ha convertido indefectiblemente en la peor semana del año. Papá continúa sin dirigirme la palabra desde que discutimos. Samantha también se ha dedicado a ignorarme. Sé que le debo una disculpa a ambos, pero no puedo hacerlo hasta que me pase este mal humor insoportable. Ni siquiera yo mismo me aguanto.
Me paso las clases sin hablar con nadie, porque todo el que se me acerca se gana un reproche que no puedo controlar. Incluso el último ensayo tuvo que ser suspendido cuando le grité a Francis, porque las cosas no estaban saliendo como yo quería.
Gloria intentó comunicarse conmigo varias veces. Me ha dejado recados con la mucama, pero no le devolví ninguna de las llamadas. Todavía siento mucha vergüenza por haberle confesado que me siento así por Brenda.
El único que no me pierde la paciencia es Bruno, y si aún no hemos peleado es porque ha aprendido a pasar de mi mal humor.
Llega el fin de semana y aprovechamos para ir al bar, tal vez sólo necesito un poco de buena música. Me hubiera venido bien subir al escenario hoy, pero éste sábado no tocamos. Mi amigo y yo nos dedicamos a disfrutar del grupo que está en escena. Son geniales.
—Oye, mira —Bruno llama mi atención de repente— Stacy está aquí —Me señala hacia una zona, con un movimiento de la cabeza —Voy a intentar invitarla a bailar.
Bufo, pero él está demasiado concentrado en ella como para notarlo.
—¡Demonios! —Exclama enseguida— La loca de su hermana está ahí. No me va a dejar acercarme.
Entonces sí me fijo en ellas y veo que no hay rastros de su estúpido novio.
—Déjame a mí —propongo—. Yo me ocupo de Brenda.
Él me palmea la espalda en señal de aceptación. Así que me dirijo hacia ahí.
Están hablando y riendo juntas al costado de la barra. Me acerco, por un lado y las saludo.
Stacy me da dos besos, con alegría. Brenda, por el contrario, me ve con cara de pocos amigos. Le coloco una mano en la espalda baja y voltea la cabeza a observar la misma, con desdén.
—Ven, vamos a hablar un momento —dispongo.
Ella da un paso al costado, para cortar el contacto con mis dedos.
—Estoy ocupada —se excusa.
No tengo tiempo para sus tonterías.
—¿Nos dejas a solas? —le pido a su hermana.
Ella asiente, aunque dudosa, porque Brenda le lanza una mirada seca.
—Iré a traer algo de comer —se excusa Stacy y se escabulle entre la gente.
Pero no puedo arriesgarme a que vuelva enseguida. Así que sujeto a Brenda de la muñeca y la llevo hacia otro lado, sin darle explicaciones. Se queja e intenta soltarse, pero no se lo permito.
—¿Qué demonios te pasa otra vez? —pregunta a mitad de camino, molesta.
—Te dije que quiero hablar contigo —insisto.
—Y yo que no me interesa —a pesar de su negativa, me sigue el paso, recargándose un poco sobre mí, porque lleva zapatos altos y me muevo con rapidez.
Me detengo en una zona más alejada, para darle a Bruno la posibilidad de acercarse a Stacy sin que ella lo vea.
—No tienes derecho de traerme aquí a la fuerza —continúa reclamándome.
Suelto el agarre y ella se recarga contra la pared, cruzando los brazos.
—¿Qué vas a hacer al respecto? —me burlo— ¿Llamar al inútil de tu novio para que te defienda?
Rueda los ojos.
—Sabes que no necesito que nadie me defienda —expresa—. Y no metas a Tadeo en esto. Él no es problema tuyo.
Claro que lo es.
Intenta alejarse, pero la tomo del hombro y la recargo de nuevo contra la pared.
—¿Cómo te puede gustar un perdedor como ése? —me acerco más, sin sacarle los ojos de encima.
Ella me sostiene la mirada, con rabia. Mis palabras la están haciendo enfadar y eso me hace sentir que estoy ganando.
—Al menos no es un idiota como tú —acerca más su rostro al mío, de manera amenazante.
Curvo una sonrisa maliciosa.
—Te apuesto que éste idiota besa mejor.
Ella se impulsa hacia atrás sin dudar, al instante mismo en que comprende lo que voy a hacer. Pero la pared la detiene y me acerco con rudeza. Coloca sus manos en mi pecho para contenerme. Sin embargo, ya es tarde. Junto mis labios con los suyos y comienzo a besarla con impulso.
Me golpea los hombros repetidas veces y mueve el rostro a un lado, para frenar el contacto, pero sostengo una de sus manos contra la pared y alcanzo de nuevo su boca al segundo. Continúa forcejeando con la mano que le queda libre e inclusive clava su taco en mi zapato, para apartarme. No lo consigue.
Nada va a hacer que me separe de ella ahora.
Llevo mi mano detrás de su nuca y la enredo entre sus cabellos, apresando su rostro todo lo posible.
Entonces deja de resistirse de a poco, no me devuelve el contacto, pero parece que este beso está provocando algo en ella. Yo también comienzo a disminuir el ritmo al notar que ya ha dejado de oponer resistencia por completo. Ahora la beso con más cuidado, un poco más de ternura. La dulzura de sus labios produce demasiadas cosas en mi interior. Aplaca el enojo que sentía antes.
Subo la mano que está sujetando su brazo, hasta enredar mis dedos entre los suyos. Detengo el beso por completo, pero no me aparto. Siento su respiración en la mía por unos instantes.
Al cabo de unos segundos, mueve el rostro hacia un costado, con delicadeza. Ambos abrimos los ojos muy despacio, como saliendo de un trance.
—No vuelvas a hacer algo así... —susurra, con la voz entrecortada.
—¿Por qué no? —le sonrío.
Frunce el ceño, parece recuperar la energía y me empuja, obligándome a dar dos pasos hacia atrás.
—Porque tengo novio, idiota.
—Y ya no puedo verte con él —replico, sorprendiéndola.
—¿Qué...? ¿Acaso estás celoso? —pregunta con sarcasmo, levantando una ceja.
Miro de cerca a esos ojos que me matan, que me recuerdan que no ven en mí lo mismo que veo yo en ella.
La verdad es que lleva tiempo riéndose, en silencio, de lo estúpido que fui.
La rabia no me ha soltado del todo, y vuelve con mayor fuerza. Tomo sus hombros en un impulso.
—¡Sí! ¡Lo estoy! —profiero, sin pensar—. ¡Estoy enfermo de celos! ¡¿Acaso no lo ves?!
Se queda tiesa por unos instantes, con la mirada dilatada. Luego parece pensarlo y niega, insistentemente.
—Ya no te acerques a mí —me ordena—. Hablo en serio, Lucas.
Voltea y se aleja decidida. Me recuesto contra la pared pensando en lo que hice. Más que las ganas de besarla, fue el enojo el que me impulsó.
Esa rabia que tengo contra ella por haber jugado conmigo y contra mí mismo por sentirme así.
El martes me encuentro con Eric en el bar, para continuar las prácticas con el tablero. Aprender sobre esta profesión es lo más gratificante para mí. Sin embargo, mi mal humor no ha disminuido en absoluto y parece que eso influye en que nada me salga bien.
Se dice que una actitud negativa atrae cosas negativas. Y, bueno. Algo así es lo que me está pasando en estos días.
—Si no te esfuerzas no lo vas a lograr —me reprocha él, al ver que no me puedo concentrar del todo.
—¡Me estoy esforzando! —exclamo.
Me mira con intriga. Jamás le alcé la voz.
Genial, Lucas. Sólo falta que discutas también con quien es tu mentor, tu jefe y quieres que sea tu suegro.
—No estás de muy buen humor estos días —comenta.
Todo el mundo parece haberlo notado.
—Bueno, yo... —estoy pensando en una excusa que me libre del "estoy histérico desde que Brenda tiene novio", pero él asume que se trata de otra cosa.
—¿Tu padre aún no acepta que hayas elegido esto? —me pregunta.
—No, aún no —prefiero que se enfoque en pensar que es por eso—. De hecho, no nos hablamos.
—Debe ser difícil convivir con él de esa manera.
—Sí, bueno. Me he acostumbrado a comer solo —sonrío levemente para ocultar que en el fondo me lastima.
Él se pone de pie.
—No tienes que hacerlo ahora —propone—. ¿Por qué no vienes a cenar a mi casa?
Me sorprendo por su repentina invitación. Me agrada la idea, pero entonces pienso en ella.
—Gracias, Eric, pero prefiero evitar a Brenda —me disculpo.
Me mira extrañado.
—Creí que para estas alturas ya se estarían llevando mejor... —comenta.
Yo también.
—Es complicado —lo resumo. Evidentemente, no voy a entrar en detalles.
Él me muestra una tenue sonrisa.
—Bueno, pero si es por ella, no te preocupes. Casi todos los días va a cenar a casa de su novio, así que lo más probable es que no esté ahora.
Me golpea el pecho oír a Eric referirse a ese tipo.
Es como si cada vez que los veo juntos, o alguien menciona que están juntos, esta pesadilla se vuelve más real para mí.
Acepto su invitación y ordenamos todo, antes de caminar la cuadra que separa el bar de su casa.
—Hola, Lucas. ¿Cómo estás? —me saluda la madre de Brenda, desde la cocina.
—Muy bien, señora —miento—. ¿Y usted?
—Bien, también. Sólo dime Margaret —me muestra una sonrisa amable.
Está horneando algo que huele delicioso. Eric se acerca para darle un beso y siento una extraña sensación, un calor de familia al que no estoy acostumbrado.
—Tendrás el honor de probar sus patatas asadas —él me guiña un ojo—. Son las más ricas del mundo.
Creo que es la primera vez, desde hace días, en que muestro una sonrisa sincera.
—Aún faltan algunos minutos para que se cocinen del todo —anuncia ella.
—Entonces subiré a cambiarme y llamaré a Stacy —Eric se retira a la escalera—. Lucas, puedes esperarnos en la sala.
Asiento y me dirijo allí, mientras él se aleja al segundo piso.
Abro con cuidado la puerta que da a la sala. Las luces están apagadas y una película se proyecta en el televisor. No veo a nadie sentado en el sofá, así que me acerco en la penumbra. La cercanía me permite distinguir una silueta acostada, tapada con una fina manta que deja ver de un lado sus largos cabellos desparramados sobre el acolchado.
¿Será Stacy?
Rodeo el sofá, y su rostro, alumbrado levemente por las luces blancas y celestes, hace que a mi corazón le dé un brinco.
Es Brenda y, dormida así, no podría verse más encantadora.
Me siento en el hueco que queda entre su cuerpo y el borde del sillón y la observo, hipnotizado. Su respiración es leve, sus labios están entreabiertos y me matan las ganas de besarlos.
Acerco una mano a su mejilla y no puedo contener el impulso por acariciarla. Se estremece un poco por mi contacto, pero no me importa. La suavidad de su piel me apresa.
Me acostaría a su lado y la enredaría en mis brazos, si pudiera.
Su cabeza se inclina, de repente. Los roces de mis dedos le han provocado un cosquilleo. Abre los ojos, despacio y, al verme, se sorprende.
—¿Lucas? —aparto mi mano rápidamente, cuando la escucho hablar—. ¿Qué...?
Se incorpora levemente y yo me levanto de un salto. No sé hacia dónde mirar. Espero que no se haya dado cuenta de que la estaba acariciando.
—Eric me invitó a comer —me excuso rápidamente.
Ella mira hacia todos lados. Mi excusa no parece explicar qué hacía sentado en el sofá, tan cerca de ella, mientras dormía.
Mueve la manta y se pone de pie, algo aturdida.
—¿Qué me estabas haciendo?
—Nada —llevo las manos a los bolsillos y finjo mirar la película, que no ha parado de reproducirse.
Se dirige al baño que está a un lado, visiblemente molesta.
—No me importa que Eric te haya invitado, no quiero que estés aquí —se queja—. Te pedí que me dejes en paz.
Enciende la luz del baño y abre el grifo para mojarse la cara.
Me acerco y me recuesto contra el marco de la puerta.
—Bueno, él dijo que no estabas, sólo por eso acepté venir —me justifico.
Se seca el rostro con la toalla de mano y la deja a un costado. Voltea a encontrarse conmigo.
—Ahora ya sabes que estoy —me mira mal—. Puedes irte.
Me acerco un paso a ella.
—¿Por qué tanto interés en que me vaya? —Tuerzo una sonrisa—. ¿Te preocupa que te vuelva a besar?
Rueda los ojos.
—No es miedo lo que me das —lleva las manos a las caderas—. Es asco.
Suelto un bufido.
—No es lo que me pareció el sábado...
Estoy empezando a pensar que volverá a contraatacar mi provocación, como siempre, dando inicio a una incontrolable avalancha de gritos entre ambos. Pero su mirada se queda enganchada a la mía y, al cabo de unos segundos, se suaviza. Deja caer sus manos a los costados.
—¿Qué es lo que pasa contigo últimamente? —resopla, angustiada.
No me está reclamando. Es como si en realidad buscara entender la razón de mi comportamiento.
Desvío la vista, porque no quiero que se dé cuenta de cómo me siento. Pero ella se acerca un paso más, hasta quedar a unos centímetros de mí.
—Te estás volviendo un perfecto idiota —insiste, al ver que no voy a contestar.
Arrugo la frente.
—¿Me estoy volviendo...? —Le reclamo en tono de burla—. ¿Acaso no dices siempre que lo soy?
Suelta un suspiro amargo.
—Sí, pero hay diferentes grados de idiotez —hace un breve intento por explicarse—. Y ya la estás llevando al límite.
—¡Eres una exagerada!
Se está comportando igual que Sam.
—No, no lo soy —se impone—. Tratas mal a todo el mundo, haces daño a la gente que te quiere, me besaste a la fuerza y le dijiste cosas horribles a tu padre. ¿Te parece poco?
¿Y ella cómo diablos se enteró de eso?
—No te metas en lo que no te importa —le ordeno—. Además, ¿quién te dijo lo de mi padre?
Lleva la vista abajo.
—Eso no tiene importancia...
Creo saber quién fue y me molesta aún más que me quieran tomar por tonto.
—Fue Gloria, ¿no? —me acerco más para encararla.
Estoy seguro de que se lo dijo en la pasantía, ya que no pudo hablar conmigo en estos días.
—Se preocupa por ti —asegura.
Intenta tomar mi mano, pero la aparto con un movimiento inmediato.
—Nada de esto es problema tuyo, Brenda.
—¿No lo entiendes? —declara—. Tu manera de comportarte está haciendo que Bruno parezca un cachorrito.
La ignoro, con la intención de voltear para alejarme. Pero ella vuelve a estirar su mano y, esta vez, consigue sujetar la mía. El tacto de su delicada piel me hace detener.
—Lucas, tú no eres así —inesperadamente, se aproxima del todo y rodea mi torso con sus brazos, recostando su rostro sobre mi hombro —No sé qué es lo que te ocurre.
El calor de su unión me desarma completamente, me deja en una situación de desventaja. Mis manos se mueven, sin que se lo ordene, y la rodean con cariño. Respiro su aroma y me pierdo en este.
—Ya no quiero verte así —continúa—. Sé que estás pasando por algo y no entiendo qué.
Siento que me quedo sin aire al escucharla decir eso.
Sí, estoy pasando por muchas cosas. Estoy molesto, muy molesto, aunque ahora mismo no sienta para nada ese enojo.
—Y necesito que sepas que, sea lo que sea, estoy contigo, Lucas.
No, no lo está. Ella estaba jugando conmigo.
A menos que sólo haya intentado convencerme a mí mismo de eso, para detestarla. Y toda esa rabia que me estuvo abrumando, haya sido una manera de defenderme de lo que en realidad me produce su noviazgo.
No me puse a analizar mis sentimientos y ahora, enredado en sus brazos entiendo que es dolor.
Un profundo y agobiante dolor que me quema por dentro, desde el momento en que la vi con otro.
Estoy herido. Esa es la verdad.
A pesar de todo, no puedo seguir desquitándome con todo el mundo por el hecho de que ha elegido a alguien más.
Me aferro a ella con mayor intensidad al comprender que lo que tengo en realidad es miedo.
Un miedo terrible de admitir que estoy profunda e irreversiblemente enamorado de ella. Y, sin embargo, no puedo hacer nada con estos sentimientos.
La he perdido.
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