28. Estaba jugando conmigo
Es viernes y no veo la hora de que suene el timbre y pueda ir a casa. Sam se acerca animada y se recarga sobre mi pupitre.
—Mañana habrá una fiesta de quinto año. ¿Quieres ir?
Estoy a punto de contestarle, hasta que Bruno interrumpe.
—Claro que iremos —le responde con rudeza—. Pero ni pienses que tu príncipe va a pasar a buscarte.
Ella le lanza una mirada ofendida.
—Le estaba hablando a Lucas, no a ti —se defiende.
—Sí, pero él va conmigo —le contesta el otro—. Iremos en busca de chicas —hace énfasis en la última palabra.
Sam me lanza una mirada llena de furia y se dirige de nuevo a su asiento.
—Gracias por hacer que mi mejor amiga me odie —ironizo.
Él se encoje de hombros.
—¿No ves que ella quería llevarte como su pareja? —Se burla—. Si le das esa oportunidad se te va a pegar como una garrapata.
Agacho levemente la cabeza.
Bruno tiene razón en que Sam estaba esperando otra cosa.
Él me golpea el hombro con ánimos.
—¡Mañana vamos a divertirnos! —Exclama— Pretendo enredarme con la primera que me dirija una mirada.
Sonrío.
—¿Y qué hay de Stacy? —pregunto.
Como siempre, finge haber olvidado por completo a su exnovia.
A mí no me engaña.
Él se recuesta de nuevo contra el respaldo de su silla, como si le restara importancia.
—¿Qué hay con ella? —se coloca los auriculares y pone la música a todo volumen, como siempre.
Sé que lo hace para cortar la conversación.
La noche siguiente, luego de una larga ducha, me estoy alistando en mi habitación. Me coloco un jean, una camisa blanca y un blazer azul, cuando papá irrumpe sin golpear.
—¿A dónde irás? —pregunta, un poco desconcertado.
Supongo que le resulta raro ver que me preparo para salir luego de un concierto. Los sábados en los que tocamos en el bar me siento tan agotado al volver a casa, que no suelo ir a ningún lado.
Y, en verdad estoy exhausto. Pero Bruno insistió en que todo el mundo va a ir a esa fiesta.
No me vendrá mal salir. Distraerme un poco del hecho de que Brenda y yo no hemos vuelto a hablar.
—A una fiesta —me aplico el perfume.
—¿Con Samantha?
Prefiero evitar decirle que Sam estará allí, porque sé que piensa que aún tenemos algo. Todos lo hacen.
—No, con Bruno —contesto.
Lo veo fruncir el ceño.
Nunca le ha agradado mi mejor amigo. En primer lugar, porque estamos juntos en la banda. Y, también porque lo considera una mala influencia.
Se acerca con cuidado y coloca una mano en mi hombro.
—Cuídate, hijo —me sugiere— No vayas a tomar demasiado.
Asiento, sorprendido por su actuar. Es la primera vez que me habla cordialmente desde que dejé la pasantía.
Parece que a él también comienza a pesarle el hecho de estar mal conmigo.
Le sonrío y se va.
Ésta va a ser una buena noche, estoy seguro.
Bruno me pasa a buscar y nos dirigimos al sitio. Ya son casi las dos de la mañana, pero el lugar sigue abarrotado de gente. Es verdad que todo el colegio vino.
Saludo a las chicas y Sam se alegra mucho de verme. Pero no me da tiempo de conversar con ellas, porque Bruno me estira del hombro enseguida.
—Mira cómo te está viendo esa de cuarto curso —señala con la cabeza a una rubia que está observando hacia nosotros.
—Yo creo que te está mirando a ti —lo impulso a ir hacia ella y me cuelo en un grupo de amigos de quinto, para conversar.
No me apetece enredarme con nadie, desde que acepté que no tiene sentido intentar reemplazar a Brenda.
Ellos me reciben a gusto, me pasan una cerveza y comienzo a beber y charlar unos buenos minutos.
—¡No van a creerlo! —Ricardo, uno de quinto, aparece un tiempo después—. ¡Tadeo tiene novia!
¿Tadeo? Ese nombre me suena.
—¡¿Qué?! —exclaman los demás, al unísono.
—Yo escuché que no le gustan las mismas cosas que a nosotros —apunta Julio, haciendo reír a los demás.
—Mira, de gay no tiene nada —replica Ricardo con seguridad y nadie parece creerle—. Si lo fuera, no se hubiera agarrado a la muñequita con la que está de la mano desde hace rato.
—¡Nos estás tomando el pelo! —exclama un chico del grupo.
Yo me dedico a beber, porque ni siquiera sé de quién están hablando.
—No es broma... —insiste Ricardo y luego me mira—. Si no me equivoco, es compañera tuya.
—¿Mía? —pregunto—. ¿Cómo se llama?
—No sé, pero es preciosa —enfatiza, mientras voltea de nuevo—. ¡Miren! ¡Allí vienen!
Todos se fijan en una pareja que acaba de ingresar del jardín trasero.
Entonces entiendo que sí conozco a Tadeo y que la chica que está con él es nada menos que...
¿Brenda?
Nunca la vi en una fiesta como ésta.
Estoy a punto de decirles que ellos dos son amigos y que, si están de la mano debe ser nada más por eso. Hasta que ella lo arrastra a una zona en medio del salón y con ambas manos lo atrae hacia su rostro. Le planta un beso que me deja helado.
Esto no puede estar pasando.
Se besan con ganas. Como si nadie los estuviera mirando y, sin embargo, parece que todos lo hacemos.
El alma se me cae al suelo, mientras ella lo disfruta como si se estuviera muriendo por sus labios y él le rodea la cintura como si le perteneciera.
Quienes están a mí alrededor cuchichean asombrados.
—¡Se los dije! —Apunta Ricardo—. ¡Desde que llegó está presumiendo que es suya!
—Y yo que pensé que era gay y me miraba... —Julio hace que todos estallen en carcajadas—. ¡Ahora me quiero tirar a su novia!
Es que Brenda no es su novia. No puede serlo...
Ellos continúan hablando y bromeando mientras yo siento que todo se rompe dentro de mí. No puedo sacarles la mirada de encima a Brenda y Tadeo.
Entonces estos se separan y se observan, como si sólo existieran ellos dos. Y el golpe de esa escena me supera, me hace voltear.
Ya no puedo verlos más.
—Díganle a Bruno que me voy —les pido y me dirijo hacia la salida sin detenerme.
Al pasar por la barra me cruzo con Félix, un amigo.
—¡Lucas! ¡Viejo! —me saluda, levantando una botella de Whisky—. Mira lo que tengo para ti.
Se la saco de la mano, sin detenerme a saludarlo, y continúo mi camino. Algunos conocidos intentan hacerme detener al paso, pero siento que me sofoco y necesito cruzar la puerta cuanto antes.
El aire vuelve a mis pulmones cuando abandono la fiesta. Comienzo a caminar sin dirección alguna, buscando sólo alejarme de allí.
Diferentes sensaciones se confunden en mi interior. Por una parte, quiero destrozar todo lo que encuentro a mi paso. Por otra, me acostaría aquí mismo, en la calle a mitad de la noche.
Detengo a un taxi que veo pasar y le doy la dirección del estudio jurídico.
Si voy a sentirme miserable, al menos que sea en mi lugar preferido.
—¿Noche dura, chico? —pregunta el hombre mientras me observa desde el espejo retrovisor.
Asiento, sin contestar.
Llegamos al edificio y atravieso las enormes puertas de vidrio, como lo hice siempre. La diferencia es que, esta vez, el guardia me ha visto llegar con una botella cargada de alcohol.
No me interesa.
Una vez arriba, inspiro todo el aire que podría caber en mis pulmones, intentando librarme de tanta tensión.
¿Cómo puede estar ocurriendo esto?
Lo siento tan irreal, pero estoy seguro de lo que vi.
Ella es novia de ese tipo ahora.
Me dejo caer en el suelo y destapo la botella. Bebo un largo sorbo de Whisky, que me quema intensamente la garganta.
Está bien. Sigue ardiendo menos que lo que estoy sintiendo.
Vuelvo a llevar la botella a mi boca y me inundo de su contenido, hasta que me hace toser.
Sigo sin entender.
Se supone que era su amigo.
O, al menos, eso creí.
Ni siquiera por un segundo pensé que...
Me pongo de pie y me paseo por la terraza, intentando que mi mente se enfoque en las luces que se ven a lo lejos, en el viento que se cuela bajo la tela de mi camisa o en la luz de la luna. Pero no, nada me hace sentir mejor.
Después de todo lo que peleamos, discutimos, nos dijimos... ¿Cómo pude pensar que yo podría gustarle?
Miro al cielo, a lo lejos.
Es que Brenda me hizo pensar que sentía lo mismo que yo.
¿Lo hizo? ¿O yo me estaba equivocando?
No, lo hizo. Ella me miraba distinto, me dejó besarla, me dijo que soy importante para ella.
Mis ojos se abren intensamente cuando me invade un pensamiento horrible.
¿Acaso estaba jugando conmigo?
Me sacudo la cabeza y bebo un largo trago más.
Recuerdo la primera vez que nos besamos. Estaba enfrascada en una pequeña venganza.
¿Acaso todo lo que vino después de eso fue una venganza mayor?
No, no es posible. No puede odiarme tanto.
¿O sí?
Me acerco al borde y me siento en el pequeño muro que lo rodea. Necesito sentir algo distinto, aunque sea miedo a caer. Pero no, sólo me trae más recuerdos.
La vez que estuvimos en la montaña rusa, la manera en la que se aferraba a mi brazo para sentirse a salvo.
Esa parte tan frágil e indefensa que me mostró de sí misma.
Observo desde arriba los autos que pasan, la poca gente que camina por la calle.
Todo este tiempo pensando que tenía alguna oportunidad... Y ella miraba a su mejor amigo.
Esto suena tan absurdo, pero tan lógico a la vez.
Aprieto el puño y golpeo la loza unas cuantas veces.
Llevo la vista a la botella. Ya está por la mitad, pero no me detengo. Continúo bebiendo.
Necesito aplacar esta sensación que me está carcomiendo por dentro, contener los sollozos que ruegan por brotar de mi garganta, y olvidar todo esto.
El sonido de mi celular me alerta de repente. Lo saco de mi bolsillo y veo cinco llamadas perdidas de Bruno.
¿En qué momento entraron las anteriores?
Le doy al botón de contestar, pero no digo nada.
—¿A dónde fuiste? —pregunta entre risas, parece estar pasando en grande.
Me pierdo por un segundo en la lejanía.
—¿Lucas? —insiste, al no obtener respuesta.
El barullo de la fiesta se escucha al fondo. Los recuerdos de lo que vi allí me golpean con mayor intensidad.
—¿Qué quieres? —le pregunto de mala gana.
No tengo ganas de lidiar con él ni con nadie.
—Saber en dónde estás —responde, más serio al notar mi hostilidad— Desapareciste de repente.
—No voy a volver a la fiesta. No me molestes —replico.
Él se queda en silencio un segundo.
—¿Te ocurre algo? —pregunta entonces.
Sé que Bruno no tiene nada que ver en todo esto, pero sus palabras me incitan a dejarme arrastrar por la rabia.
—¿Qué mierda te importa? —cuelgo, sin darle la oportunidad de responder.
Suelto un suspiro, intentando calmarme, pero vuelve a entrar una nueva llamada suya.
Maldita sea. ¿No me va a dejar en paz?
En un arrebato de furia, arrojo mi celular con todas mis fuerzas desde la cima.
Ése simple gesto me produce un alivio momentáneo. Me dejo caer al otro lado y recuesto mi espalda contra el bajo muro, para continuar bebiendo, hasta que casi no queda nada.
La terraza se ve borrosa, gira bruscamente. Aun así, no puedo evitar fijarme en los lugares en los que estuvimos juntos la noche de mi cumpleaños. Tan cerca de ella, besando su boca y acariciando su piel.
Me sujeto la cabeza con una mano.
¿Cómo dejé que pasara esto?
Aprieto fuerte el puño y golpeo el muro, sin darme cuenta de que seguía sosteniendo la botella. La cual se parte contra la loza.
Mierda.
Llevo la vista al costado. Un poco de sangre comienza a brotar de mi mano.
La limpio sobre mi camisa e intento ponerme en pie. Doy un paso en falso y casi caigo al suelo.
¿Por qué me hiciste esto, Brenda?
Tengo que dejar de pensar y sentir todo esto.
Necesito mi guitarra con urgencia.
Camino un poco más hacia el centro y comienzo a sentir un dolor intenso en la mano. Está de nuevo bañada en sangre. Me saco el blazer y me envuelvo la herida con este, como puedo. La aprieto durante unos minutos y el flujo se detiene.
Me recuesto en el piso, mirando las estrellas.
Nunca me apretó tanto el pecho. Siento que me falla la respiración.
Cierro los ojos y recuerdo su boca contra la mía. Su dulzura, la suavidad de sus roces, su olor a durazno.
¿Será que pensaba en él mientras estaba conmigo?
De repente me siento el más idiota del mundo.
Me inclino hacia adelante y aprieto mis cabellos hasta que el tirón me causa daño.
Dijo que, para mí, todo era un juego. Al final, quien jugaba era ella.
—Lucas —una voz me despierta de mi letargo—. ¡Lucas! Levántate, mi niño...
Hago un esfuerzo por incorporarme, pero no lo consigo. Ni siquiera puedo abrir los ojos. La claridad del día me quema las retinas.
—Gloria... —susurro, porque reconocí su voz— ¿En dónde estoy?
El suelo se siente duro debajo de mi cuerpo.
—Es lo que nos estábamos preguntando desde hace horas —me regaña—. ¡Tu padre está muy preocupado!
¿Preocupado? ¿Por qué? Si no me fui a ningún lado.
Levanto el torso con esfuerzo, mientras ella sujeta mi mano y deslía la tela que la cubre.
—¿Qué te ocurrió? —su voz suena alarmada.
Abro los ojos con dificultad y comprendo que estoy en la terraza.
Observo mi mano, la sangre seca se ha acumulado sobre la herida.
Entonces recuerdo por qué estoy aquí.
Brenda.
Escucho a Gloria ponerse de pie y hacer una llamada.
—Señor, ya lo encontré —anuncia—. Él está bien.
Continúo tan ensimismado en mis propios recuerdos, que dejo de prestarle atención de inmediato.
La vez que desperté aquí con Brenda fue la mejor mañana de todas. A pesar del escándalo que armó, para mí fue como una fantasía.
Me estremezco de inmediato cuando vuelve a mi memoria la imagen de ella con Tadeo.
—Mi niño... —Gloria llama mi atención, agachándose de nuevo junto a mí—. Tu padre está en camino. Tenemos que bajar a la oficina para darte una ducha. Si te ve así, será un grave problema.
Me fijo en ella, sin inmutarme. Tiene razón, pero ahora siento que nada me interesa.
—Vamos, ayúdame —intenta ponerme de pie, pero no puede—. Lucas, necesito que colabores conmigo —insiste, al ver que no hago ningún esfuerzo.
—Gloria... no me encuentro bien... —susurro.
—¡Por supuesto que no! —me regaña—. Es evidente que tomaste demasiado.
No puedo verla a la cara. Me siento tan destruido que sólo quiero quedarme acostado aquí.
—No quiero ir a ningún lado —expreso.
Ella suspira y se sienta junto a mí.
—¿Qué ocurrió? ¿Quieres contarme?
Asiento débilmente, pero las palabras tardan en salir de mi boca.
—Es por una chica —confieso.
Su mirada se enternece.
—¿Peleaste con Brenda?
Niego. Ni siquiera me interesa saber cómo dedujo que se trata de ella.
—Peor que eso... —dejo caer los hombros—. La perdí.
Me balanceo hacia adelante, cubriendo mi rostro.
—¿Estás seguro de eso? —consulta, angustiada.
Asiento, sin sacar las manos de mis ojos.
—Tiene novio ahora.
Decirlo en voz alta hace que se sienta incluso más real. Me golpean mis propias palabras.
Ella me da un abrazo.
—Oh, mi niño. ¡Lo siento mucho! —me aprieta con fuerza contra su pecho.
Sus muestras de cariño, que normalmente me ponen muy contento, ahora no me hacen sentir nada.
Me siento completamente vacío por dentro.
El ruido del ascensor abriéndose, nos interrumpe. Papá ingresa a toda prisa, hecho una furia.
—¡Esto es lo más vergonzoso que has hecho en tu vida! —se queja a los gritos.
No, no lo es. Pero tampoco me importa.
—Una cosa es que no hayas vuelto a casa en toda la noche —continúa—. ¡Pero otra es que sean las diez de la mañana y nadie tenga noticias de ti! ¡Ni siquiera tus amigos sabían en dónde estabas!
Se detiene en seco al llegar junto a nosotros. Ve mi blazer manchado de sangre y los restos de la botella esparcidos a un costado. Se lleva una mano a la frente.
—¿Quieres matarme? ¿Es eso? —pregunta. Lo miro sin contestar, pero eso sólo lo enoja más —¡No entiendo qué demonios te pasa por la cabeza!
—Ahora mismo es una resaca intensa —lo interrumpo—. Harías bien en no gritar demasiado.
Gloria se pone de pie al instante en que nota que papá va a perder la calma debido a mi impertinencia.
—Señor, Lucas no se siente nada bien —apunta—. ¿Podría tener esta conversación con él luego?
Pero él la ignora, su rabia se percibe claramente.
Me toma del brazo y me obliga a incorporarme. Lo hago con dificultad, cargando parte de mi peso en él.
—Te llamé un millón de veces —se queja—. ¿Qué diablos hiciste con tu celular?
Es cierto, lo había olvidado.
—Lo arrojé desde allí —señalo el borde de la terraza.
Gloria me estira, fingiendo que va a ayudarme a caminar. Estoy seguro de que lo hizo para librarme de la furia que se intensificó en el rostro de papá al oír eso.
La acompaño hasta el ascensor. Papá aprovecha para maldecir contra mí mientras nos movemos.
—¿Qué hice para merecer esto? —se lamenta en voz alta.
Suelto un bufido. Pero me ignora y continúa.
—Tantos años intentando que seas una persona de bien...
Gloria me abraza con mayor intensidad. Sabe que sus palabras me afectan.
Entramos al ascensor y me recuesto contra la pared del mismo, mientras descendemos.
—Tanto esfuerzo para nada... —prosigue él—. Para que formes una banda de rock, dejes tu profesión, te emborraches y desaparezcas como si fueras un vagabundo.
Llegamos al piso inferior y las puertas de metal se abren de nuevo.
Tengo el alma por el suelo, la cabeza me explota y todo mi cuerpo se siente débil. Considero que es castigo suficiente. Pero no, él continúa.
—¡Estás tirando tu futuro por la borda! —aprieto los puños al oírle decir eso.
Esto es más de lo que puedo soportar.
—¡Ya basta! —Lo encaro—. ¡Deja de meterte en mi vida!
—Shhh —Gloria se escandaliza al ver que le contesto así— Lucas, por favor. ¿Quieres que le dé un infarto?
Me dirijo a prisa a la calle. Ya no lo soporto.
Él me sigue, dando zancadas.
—¡Soy tu padre! —me recuerda.
—¿Y eso qué? —Contesto con brusquedad—. ¿No ves que no puedo lidiar contigo ahora?
Se adelanta, histérico, y se coloca delante de mí.
—¡Tienes que respetarme! —ordena.
Me tomo la cabeza con las manos y dejo que la rabia se apodere de mí.
—¡Eres insoportable! ¡¿Siempre tienes que controlar todo?!
A pesar de la sorpresa que le causan mis palabras, me doy cuenta de que se contiene un poco más, porque sabe que una vez que empiezo a contestarle, podemos terminar muy mal.
—No me hables de esa manera, Lucas —me regaña, procurando mantener la calma.
Yo, sin embargo, no hago ningún intento por aplacar esa ira.
—¡No puedes decidir sobre mi vida y la de todo el mundo! —continúo gritando con toda la fuerza de mis pulmones, sin siquiera pensar en mis palabras— ¡Con razón te dejó mi madre!
Me detengo al instante mismo en que comprendo el efecto de mi acusación. La expresión de papá se destruye junto con su interior, que parece derrumbarse.
Nunca lo vi tan consternado y sé que, en el fondo, siempre ha pensado eso.
Agacha la cabeza y, sin mirarme a los ojos, se hace a un lado para dejarme pasar.
La culpa me consume, pero, a pesar de saber que hice mal, me muevo en dirección contraria a su automóvil. Me voy en taxi a casa y una vez allí, tomo una ducha. Escucho el ruido de su auto al llegar, pero no salgo a recibirlo.
¿Por qué lo lastimé así?
Porque soy un idiota.
Es lo que siempre Brenda dice de mí.
Tal vez sí, lo soy. Pero estoy seguro de que no tiene idea de lo idiota que puedo llegar a ser si me lo propongo
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