24. Debo sacarla de mi cabeza


Observo los destrozos que acabo de hacer en mi habitación. Los pedazos de lo que era hasta hace un momento el trofeo de fútbol que ganamos el año pasado, están esparcidos por todo el suelo.

Me siento de nuevo en el borde de la cama y me agarro la cabeza con fuerza.

Juro que no la entiendo.

Parecíamos estar tan bien. Hablamos en calma. Nos entendimos.

Me dejó besarla.

Me muerdo el labio inferior con rabia.

¿Por qué me hace esto?

Balanceo el torso hacia adelante, intentando comprenderla.

¿Acaso no se da cuenta de que me está matando?

Me levanto de un salto y me muevo hacia la notebook para subir el volumen de la música. Necesito distraer mi mente. Doy un paso sin mirar y siento una punzada en la planta del pie. Un trozo de vidrio acaba de incrustarse en mi piel.

Maldita sea.

Ingreso al baño, lo saco de un tirón y lavo la sangre.

Tal vez estoy equivocado.

Tal vez Brenda en verdad no siente nada por mí.

O sí, pero tal vez no es suficiente, porque hay cosas que no puede perdonarme.

Acuesto mi rostro debajo del grifo de agua para dejar de pensar tanto. Su humedad me refresca, pero no me ayuda a despejarme.

Seguramente soy el único idiota que cree que pasa algo entre nosotros.

¿O es su intención volverme loco?

Demonios.

Ya basta. Debo dejar de intentar comprenderla. No puedo descifrar lo que hay en su mente.

Tengo que pensar en otras cosas, salir más, conocer gente nueva.

Haré lo que sea para sacarla de mi cabeza.


Afortunadamente, al día siguiente tocamos en el bar y puedo distraerme con el concierto.

Cada vez que me subo al escenario mis problemas e inseguridades desaparecen. Las luces de colores rompen la oscuridad del bar, el sonido envolvente me transporta, la complicidad que se genera con mis compañeros, quienes se divierten tanto como yo, me hace realmente feliz y, lo mejor de todo es la gente. Sus gritos de alegría, la manera en que cantan las canciones con entusiasmo, cuando levantan las manos al aire o saltan al ritmo de la música.

Es sentir más allá de las notas musicales. Una sensación increíble que no se puede explicar.

Finalizamos la última canción y bajamos a saludar a quienes nos muestran su apoyo.

Dos chicas me piden una foto. Acepto y estiro a Francis para incluirlo, porque no le saca los ojos de encima a la morena.

—Iré a traer unas bebidas —me excuso unos minutos después, y ellas dos se quedan hablando con mi amigo.

Estoy atravesando el tumulto de gente, de camino a la barra, cuando me cruzo con ella.

Diablos, no la vi desde el escenario y hubiera preferido que no viniera esta noche.

—Hola, Lucas —me saluda con una sonrisa tímida que me desarma.

Me detengo de inmediato y le doy dos besos.

—Hola, Brenda —me remango más la remera de un lado, un tanto nervioso.

Desvío la mirada y veo a su amigo de quinto año, a su lado.

—Soy Tadeo Flecha —me saluda extendiendo su mano.

—Lucas Urriaga, un gusto —respondo, devolviéndole el gesto con amabilidad—. ¿Disfrutaron del concierto?

—¡Sí, estuvo genial! Tu guitarra es magnífica —comenta él—. Y tú te ves increíble... Es decir, te viste increíble ahí arriba —se corrige.

Brenda lanza una pequeña risita como si me estuviera perdiendo de un chiste interno.

—Gracias —le contesto con una sonrisa y me despido— ¡Nos vemos!

Tal vez soy un poco maleducado al no mirar siquiera a Brenda, al despedirme. Pero no quiero quedarme más tiempo cerca de ella. Me dije a mí mismo que intentaría sacarla de mi cabeza.

Con algo de suerte, aún no estoy clavado hasta el fondo.

Comienzo a voltear para alejarme, cuando sus delicados dedos sujetan mi brazo.

—¿Ya te vas a tu casa? —parece desilusionada.

—Todavía no —intento voltear de nuevo y su agarre se hace más notorio.

La miro otra vez.

—¿Stacy está aquí? —me pregunta.

—Sí, está con los chicos en la mesa del grupo —señalo con la cabeza hacia el fondo del salón.

Ella asiente, pero no deja de observarme con curiosidad.

Es como si quisiera decirme algo, pero no lo hace.

—¿Necesitas algo más? —consulto al ver que no me suelta.

Sus ojos bajan hasta su mano y la separa de mi brazo. Acto seguido, niega tímidamente con la cabeza.

Asiento, algo incómodo y, sin agregar nada más, me alejo.

Cada vez la entiendo menos.

Me vendría bien una cerveza.

Recuesto el torso contra la barra y llamo a Luigi, el Bar tender, para que se ocupe de mi bebida. Mientras lo espero, una voz de mujer llama mi atención al costado.

—Tú sí que sabes cómo desenvolverte sobre el escenario.

Llevo la vista a la chica que acaba de hacerme el cumplido.

Piernas largas, cabello ondulado y labios carnosos.

Nada mal para dejar de pensar un poco en Brenda.

—En la pista también —le muestro una sonrisa confiada—. ¿Bailamos?

Revuelve su margarita y sorbe un trago.

—Caterina —se presenta.

—Lucas —volteo el torso hacia ella y apoyo el codo contra el mármol.

—Lo sé —frunce los labios coqueta y se mueve hacia la pista sin sacarme la mirada de encima.

Luigi me alcanza mi cerveza y entonces sigo a Caterina.

Ya está bailando sola cuando llego y me ubico delante de ella.

Bailamos un buen rato. Sus movimientos son provocativos y me cuenta alguna que otra cosa.

Nada que me llame demasiado la atención.

No resulta una mala compañía, pero tampoco me cautiva. En un momento me pregunto si se trata de ella o de mí.

¿Acaso no me quiero fijar en nadie más?

Más tarde la llevo a la mesa para ver en qué andan mis amigos. Francis se divierte bailando a un lado con la morena de antes. Vane habla con una de sus amigas que ha venido a vernos. Y Bruno y Stacy están abrazados en el sofá, hablando entre risas con Eric, quien parece tomarse un momento de descanso.

Me siento en el sofá libre y Caterina se acomoda a mi lado, con su muslo pegado innecesariamente al mío. Estira uno de los tragos que están sobre la mesa y comienza a beber, mientras yo me sirvo un poco más de cerveza.

Conversamos durante un largo rato, hasta que Luigi nos interrumpe con nuevas bebidas.

—Deberías probar ésta —me sugiere ella, acercando la pajilla a mi boca.

No soy fanático de los tragos y estoy seguro de que solamente lo hizo para arrimarse más a mí, pero accedo de todos modos. Siento que no tengo nada que perder.

Estoy probando unos sorbos de su daiquiri cuando una voz conocida llama mi atención.

—Eric, ya me voy a casa.

Brenda acaba de ingresar a nuestro sector y se dirige a su padrastro.

Llevo la vista a ella, sin poder evitarlo, y hace lo mismo.

Entonces se fija en Caterina y luego en la bebida que está compartiendo conmigo y frunce sutilmente el ceño. Dirige rápido su mirada de nuevo a Eric y parece perderse en sus pensamientos mientras él le habla.

—¿Va a acompañarte Tadeo? —le pregunta.

—No, él se queda un rato más —posa sus ojos brevemente en mí y agrega—. Pero ya me quiero ir.

—Entonces voy contigo, cariño —Eric se pone de pie y se despide de todos.

Ella asiente y se retira tras él, evitando volver a mirarme.

Ahora siento una extraña culpa, como si la hubiera traicionado.

¿Pero, por qué?

Después de todo, Brenda me dejó bien en claro que no quiere nada conmigo.

Converso con Caterina media hora más, antes de darme por vencido. No me gusta ni un poco. O tal vez es la actitud de Brenda lo que me hace tener dudas de nuevo.

Más que molesta, parecía decepcionada de mí.

No puedo dejar que esto me siga superando, pero por esta noche ya no tengo ganas de intentar nada con nadie.

Me despido de todos y estoy dejando la mesa, cuando una mano me clava los dedos en el hombro y me voltea con rudeza.

—Sabía que te encontraría aquí, pendejo.

Me sorprendo en un primer instante, pero al percatarme de quién es, rio con ganas.

—¡Esteban! ¿Me extrañaste? —pregunto en burla.

Él frunce el ceño, ofendido.

—Nosotros tenemos algo pendiente —me recuerda—. ¿Lo vamos a terminar o vas a desaparecer de nuevo como un cobarde?

Detrás de él, a cada lado, se encuentran dos sujetos fornidos que me miran amenazantes.

A él lo veo bastante nervioso, así que le sigo el juego para molestarlo aún más.

—Según recuerdo, el que se fue corriendo a buscar apoyo fuiste tú —levanto una ceja.

Hace una mueca de rabia y de pronto me empuja contra el sofá en el que se encuentran mis amigos. Stacy se asusta y lanza un pequeño grito al sentir el peso de mi cuerpo contra el respaldo. Bruno se pone de pie en un instante, cuando mi codo se estrella sin querer contra su cabeza.

—¿Quién mierda es éste? —me pregunta, llevándose una mano sobre la nuca y ayudándome a incorporarme con la otra—. Pudiste lastimar a mi novia, idiota —le reclama.

—Soy el tipo que va a hacer llorar a tu amigo como si fuera una nena —le contesta Esteban.

—Eso lo veremos afuera —replico, para calmarlo hasta que salgamos.

Aunque Eric ya no esté, soy consciente de que no me perdonaría si peleáramos dentro del Bar.

Francis se acerca y se coloca a un lado de mí.

—Puedo solo —les aclaro a mis amigos, para que no se les abalancen encima. No tengo intención de incluir a nadie más, si Esteban no lo hace.

Pretendo terminar con este asunto esta misma noche.

Tanto él, sus amigos, como los míos, me siguen afuera del bar. Vanesa luce preocupada.

—¿En verdad te vas a pelear? —me pregunta durante el camino.

—Déjalo, no es un marica —le reprocha Bruno.

Salimos al callejón del costado. Me saco la campera y se la alcanzo a Francis.

Esteban se coloca a dos pasos de mí, con el mentón apuntando hacia arriba. Sus acompañantes se posicionan detrás de él, pero al parecer no van a intervenir.

—Vas a lamentar haberte metido conmigo —amenaza.

No le digo nada. No tiene sentido replicar con palabras. Voy a dejar que mis acciones hablen por mí.

Extiendo los brazos hacia atrás, invitándolo a empezar.

Él aprieta el puño y gana impulso para asestar el primer golpe. Lo esquivo e intento descifrar su siguiente movimiento. Pero es rápido y me coge del cuello con la mano izquierda. Me empuja hacia atrás y caigo al suelo.

Es más fuerte de lo que imaginé.

Se arroja sobre mí y giro con agilidad, metiendo un pie entre los suyos y haciendo que pierda el equilibrio. Se cae de cara contra el pavimento y aprovecho para subirme encima y golpear su nuca. Su boca se estrella contra el suelo y suelta un gruñido.

—¡Ése es mi amigo! —Francis me alienta, emocionado.

Esteban se incorpora y salgo de encima de él, para evitar darle una ventaja al no poder sostenerme. Cuando voltea hacia mí, recibe un puñetazo en la cara, que lo lleva dos pasos atrás.

Pero eso sólo lo detiene por unos segundos. Se lanza contra mí, veloz y brutalmente. Me propina una patada al estómago que me saca el aire por unos instantes, los cuales aprovecha para darme un potente golpe en la mandíbula, con la palma de la mano. El golpe hace que mis dientes se cierren sobre mi lengua y el sabor de la sangre invade el interior de mi boca.

Me tambaleo hacia atrás y lo oigo soltar un bufido cuando aprisiona mi cuerpo contra la pared, presionando mi tráquea.

—Eso fue por hacerme sangrar la nariz —se vanagloria al ver el líquido rojo brotar de la comisura de mis labios.

Incrusto mi rodilla en su estómago, tomándolo por sorpresa y me suelta. No pierdo el tiempo y le propino un codazo sobre la oreja. Mi golpe lo dejó algo aturdido, por lo que aprovecho para darle una patada al costado. Cometo el error de asestar una segunda. Le duele, pero aprovecha para sujetar mi pierna de improvisto y la estira. Vuelvo a sentir el suelo duro contra mi espalda y, un segundo después, un dolor horrible en la cabeza.

—Oh, vamos. No me hagas entrar a defenderte —la voz de Bruno se escucha algo lejana.

Intento ponerme de pie, pero Esteban ubica sus muslos a los costados de mi cintura, inmovilizando mi cuerpo. Me estira de la remera, levantando levemente mi torso del suelo.

—Esto es por creerte la gran cosa —su puño golpea mi estómago con fuerza, obligándome a soltar un chorro de sangre al costado.

La realidad gira a mi alrededor por los mareos que me debilitan.

Levanta un poco más mi rostro hasta el suyo. Su expresión es victoriosa.

¿Quién le dijo que ya ha ganado?

Detrás de él, veo borrosos a mis amigos. Vanesa se cubre la boca y Stacy los ojos. Bruno tiene el ceño fruncido y Francis una expresión atormentada.

Tomo aire y, con un rápido movimiento le golpeo la sien con la mano ahuecada, logrando derribarlo a un costado. Giro sobre mi cuerpo intercambiando ahora nuestras posiciones. Consigo darle dos trompadas sobre el hueso que cubre los ojos. Pierde la concentración inmediatamente y aprovecho para juntar mis puños y atizarle un golpe fijo en la frente. Su cabeza rebota sobre el asfalto debido al impacto.

Se queda durante un minuto en trance, no parece poder recuperarse. El silencio invade el ambiente.

Me pongo de pie al ver que tal vez me he sobrepasado. Doy un paso atrás y, cuando quiero dar otro, él me descarga una patada baja en la rodilla. Retrocedo casi perdiendo el equilibrio. Se incorpora y busca darme un golpe, pero me agacho y subo el puño contra su labio inferior, logrando que se parta en dos. Se tambalea notoriamente. Le cuesta demasiado mantenerse erguido.

—Creo que ya tuviste suficiente —apunto.

Mi pecho también se sube y baja a un ritmo rápido, pero sé que aún me quedan energías para continuar. Aun así, siento que ya no tiene sentido seguir golpeándonos sin llegar a nada. Ya tuvo lo que merecía. Volteo como para alejarme.

Mala idea darle la espalda al enemigo.

Esteban lanza un grito y se impulsa contra mi cuerpo, haciéndome chocar de nuevo contra la pared. Una mano gira mi brazo y lo inmoviliza contra mi espalda. La otra aprieta mi nuca con fuerza, restregando mi rostro contra el áspero muro.

—¡Y esto es por llevarte a mi chica! —lo escucho gritar en mi oído.

¿Su chica?

No voy a permitir que llame así a Brenda.

Ignoro completamente el dolor que le está causando a mi brazo derecho la posición en la que me sostiene y me agacho todo lo que puedo. Su puño se estrella contra la pared y parece romperse en varios trozos. El grito que suelta es desgarrador.

Volteo, y sin piedad lo hago volar de una patada en el estómago.

Su cabeza se estrella contra el cordón de la vereda, pero no me importa. Me acerco a grandes pasos, maldiciéndolo en voz alta.

—Nunca vuelvas a referirte a ella de esa manera —agacho el torso sobre él y le doy un golpe tan violento que estoy seguro de que le disloqué el hombro.

Esteban se pone a llorar a los gritos.

Me importa un bledo.

No pienso parar. Lo levanto del cuello de la camisa y le encesto un cabezazo. Estoy tan nervioso que lo hice sin cuidado. El dolor que siento es intenso, pero quien está pasando peor ahora es él.

—Lucas, ya es suficiente. ¡Lo vas a matar! —Vane se escandaliza y sus ruegos me traen de vuelta.

Me quedo observándolo durante unos segundos, retorciéndose en el suelo. Estoy seguro de que ahora sí, no será capaz de levantarse.

—Por favor ¡Ya basta! —suplica él, con un grito de derrota.

Volteo hacia mis amigos, que me reciben a gusto. Francis me pasa el brazo sobre los hombros.

—¡Eres genial! — me dice, mientras me sostiene para ayudarme a caminar.

No sé qué parte del cuerpo me duele más. Probablemente la cabeza.

Me llevo la mano a la parte alta del cráneo y lo siento mojado. Por un segundo creo que es sudor, hasta que veo una mancha roja en mi palma. Intento mantener la concentración. Estoy seguro de que no me he roto nada. Sin embargo, el corte en la superficie debe ser extenso, porque sangra mucho.

Toda la adrenalina que se había disparado hace un momento, llenándome de energía, desaparece. Mi cuerpo empieza a sentir el efecto contrario. Una fatiga excesiva y la sensación intensa de malestar.

—Tenemos que llevarlo al hospital —anuncia Vanesa.

Niego insistentemente.

Si los doctores llegaran a llamar a papá para avisarle que protagonicé una pelea, estaré acabado.

—Sólo es un corte en la piel —asegura Francis al revisar mi cuero cabelludo—. Nada grave.

—Vamos a mi casa —la voz de Stacy me pone en alerta —. Queda a una cuadra de aquí y podemos usar el botiquín de primeros auxilios.

Brenda.

Sólo puedo pensar en que ella no me vea así.

Intento resistirme, pero no puedo decir lo que pienso en verdad.

—Tu madre y Eric —susurro. Si debo evitar el nombre de ella, al menos puedo excusarme con ellos—. No quiero...

—No te preocupes, ya deben estar dormidos —Stacy me tranquiliza mientras Bruno y Francis me ayudan a caminar.

Vemos como los amigos de Esteban hacen lo mismo con él, llevándolo a rastras en dirección contraria a la nuestra.

Me siento tan débil que me concentro en mis pasos y mis sentidos comienzan a ignorar todo lo demás, hasta que dejo caer mi cuerpo en el sofá de la casa de Eric.

Stacy apoya el botiquín sobre la mesa de la sala y Vanesa comienza a limpiar la herida de mi cabeza.

—¿Todo esto fue por una chica? —me pregunta Francis entre risas.

Me alegra ver a todos un poco más animados.

Asiento, con un poco de vergüenza.

Al menos Esteban no mencionó directamente a Brenda.

—¿Y dónde se supone que estaba ella mientras ustedes dos se mataban? —consulta Stacy.

Miro al techo.

Seguramente en el piso de arriba, dormida.

—¿Y eso qué tiene que ver? —le pregunta Bruno, mientras mi amiga cubre mi herida con una gasa y le coloca cintas para sostenerla —Lo importante es que Lucas ganó —apunta.

En realidad, no gané nada.

Ella sigue fuera de mi alcance.

Sólo me saqué las ganas de reventar al idiota.

Cuando terminan de curarme, me meto al baño y me lavo la cara. La tengo llena de cortes rojos.

Al menos tengo la certeza que Esteban debe lucir peor.


Al día siguiente, después de almorzar, me dirijo de nuevo al Bar Polzoni. Aún faltan unos minutos para que empiece el ensayo con la banda, pero necesitaba salir de casa con urgencia. Además de todos los problemas que tengo últimamente con papá, ahora se sumó el hecho de la pelea.

Como era de esperarse, se puso histérico al verme así.

Suelto un suspiro mientras comienzo a acomodar los instrumentos.

Stacy llega en ese momento. Está sola.

—Luces mucho mejor que anoche —me saluda amablemente.

Le sonrío.

—¿Y Bruno? —pregunto.

—Está en camino junto con los demás —ella se sienta sobre el escenario y no puedo evitar observar con detalles el parecido que tiene con su hermana.

Son iguales en la contextura física, las delicadas facciones y los ojos claros. No obstante, Stacy tiene la cabellera más clara y una mirada inocente. Brenda, por su parte, muestra esa astucia en los ojos que la hace única.

Me fascina intensamente.

¿Por qué tiene que ser todo tan complicado con ella?

Desenfundo mi guitarra y deslizo mis dedos entre sus suaves cuerdas.

Stacy balancea las piernas y tararea una canción.

Ella se ha presentado a todos nuestros ensayos desde que está saliendo con Bruno, así que ya estoy acostumbrado a verla por aquí. La verdad es que me resulta muy agradable, pero me pregunto si no debe parecerle aburrido.

—¿No has pensado traer a alguien que te haga compañía mientras ensayamos? —consulto, por curiosidad—. Alguna amiga o... algo.

Sé bien a quién me refiero, pero no lo expreso.

Ella me mira con extrañeza.

—Me gustan mucho mis amigas, pero no estoy segura de traerlas aquí —contesta.

Asiento pensativo y parece percibir que no ha respondido a mi pregunta, porque continúa.

—Sí me hubiera gustado traer a Brenda, ella es mi mejor amiga —sonríe con ternura, aunque su expresión se apaga—. Pero ahora mismo no nos hablamos...

Se ve dolida de verdad.

—Ella piensa que Bruno me engaña —confiesa con los ojos aguados— De todos modos, estoy segura de que todo se arreglará cuando se dé cuenta de que él no es así —intenta mostrarse positiva.

La observo sin contestar. Algo se hunde en mi pecho cuando recuerdo que mi amigo sí se ve con otra.

Stacy es una buena chica.

No merece todo esto.

Bruno cruza las puertas en ese momento y se acerca para rodear a su novia con el brazo y darle un beso. Ella se alegra de inmediato.

—¡Hola! —Vanesa y Francis saludan al unísono, ingresando tras él.

El ensayo no se alarga demasiado. Como es domingo, todos necesitamos un descanso.

Le pido a Bruno que vuelva una vez que haya dejado a Stacy en su casa. Él llega de nuevo al menos quince minutos después. Yo ya lo estoy esperando, recostado contra la barra vacía del bar, ideando el discurso que pretendo darle.

—¿Qué hay? —se ubica delante de mí.

Cruzo los brazos.

—Quiero hablar contigo sobre algo importante.

Me mira atento.

—No me digas que te gusta el otro lado —tuerce una sonrisa—. Empecé a sospecharlo luego de esa música romántica.

—Se trata de Stacy —comienzo, ignorando su burla—. Me parece que es una chica increíble.

Él levanta una ceja.

—¿Y qué hay con eso? —pregunta con desagrado en la voz.

—Quiero que empieces a tratarla como se merece —le exijo.

Hace una mueca de incredulidad.

—¿Quién eres? ¿Su madre? —voltea, molestándose inmediatamente.

—Te estoy hablando en serio —me muevo, colocándome delante de él para impedir que se vaya sin más—. Sigues viéndote con Priscila, ¿no?

—¿Por qué no te metes en tus propios asuntos? —se defiende de inmediato.

Pienso un segundo.

En realidad, sí es asunto mío. Ya le había pedido hace tiempo que tomara en serio a Stacy, y no me hizo caso.

Después de todo, yo le di mi palabra a Brenda de que no permitiría que él la lastimara. Y, por nuestra amistad, ya he roto esa promesa.

—Se nota que te quiere y confía en ti —insisto—. No voy a dejar que sigas haciéndole eso.

Él me mira exageradamente ofendido.

—¿Qué diablos hiciste con mi mejor amigo? —pregunta con rabia.

Conozco demasiado bien a Bruno. Siempre busca la forma de dar vuelta la conversación. Así que no le permito hacerlo y expongo directamente el punto de la discusión.

—Si tú no le dices la verdad a Stacy, tendré que hacerlo yo.

Él se acerca bruscamente y me estira de la remera.

—¿No te bastaron los golpes que te dieron ayer? —me amenaza.

No me inmuto.

Sé que no me va a pegar.

Nos miramos fijamente durante unos segundos, hasta que me suelta. Levanta su bolso con rabia y se retira sin mirar atrás. Ya no lo detengo.

Confío en que mis palabras lo hayan hecho reflexionar.



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Como siempre, espero que hayan disfrutado del capítulo 😊

¿Creen que Bruno siga los consejos de su amigo? ¿O Lucas va a tener que hacer algo al respecto?

¡Saludos! 😍

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