23. No podemos
El timbre anuncia el final de la hora de Ciencias. Cojo mis libros y me dirijo a mi casillero para cambiarlos por los de matemática, que es la clase que toca luego. Al volver al aula para dejar los materiales, me fijo en que Lucas sigue sentado en su sitio. Sus amigos ya salieron al recreo, pero él está ahí, mirando por la ventana con expresión desolada. No se fija en mí ni en los pocos compañeros que se pasean por el salón en dirección al exterior.
¿Le ocurrirá algo?
—Lucas. ¿Todo bien? —se acerca a él Kendra, una de las bobas amigas de Samantha.
Evidentemente no soy la única que se percató de que esa actitud no es propia de él.
Finjo que acomodo mis cosas mientras los observo, intentando escuchar.
—Sí, claro —él le muestra una sonrisa vacía que no llega hasta sus ojos.
Aun así, parece convencerla, porque se retira.
Al momento mismo en que ella cruza la puerta, Lucas echa la cabeza hacia atrás sobre el respaldo de la silla. Suelta un suspiro y de improvisto se fija en mí.
Desvío la mirada al instante, pero la sorpresa hace que deje caer mi cartuchera.
Me agacho a recogerla y cuando me incorporo de nuevo me doy cuenta de que ya se ha ido.
¿Me habrá pescado observándolo?
Al salir al patio veo que no se ha reunido con sus amigos. Kendra ya está entre ellos, pero a él no lo veo por ningún lado.
Ya en casa, aprovecho la tarde libre para llamar a papá y, afortunadamente me dedica unos minutos. Hasta que Stacy ingresa por la puerta de entrada y me arrebata el teléfono de las manos. Luce enormemente molesta.
—Lo siento mucho, pero tengo que hablar con Brenda sobre algo importante —se disculpa al instante en que toma el teléfono y cuelga.
Frunzo el ceño. Estaba feliz de por fin lograr hablar con papá. Pero ella ni siquiera parece notarlo. Lleva las manos a la cintura y me mira con enojo.
—¿Hasta cuándo vas a seguir haciendo un escándalo por todo? —me pregunta.
Arrugo los ojos.
—¿De qué estás hablando?
Su ataque no tiene ningún sentido.
—Me refiero a Bruno y Lucas peleando por tu culpa —me mira como si fuera obvio.
No tengo idea de qué está hablando.
¿Ellos pelearon? Eso es algo nuevo.
—¿Y qué se supone que tengo que ver yo en eso? —me defiendo.
Ella levanta las manos al aire.
—No lo sé. ¡Tú debes saber qué le dijiste a Lucas para que ataque a Bruno sin motivo!
Me cruzo de Brazos.
—En primer lugar, siempre hay un motivo para atacar al idiota de tu novio —replico—. Y, en segundo lugar, yo no hice nada para que peleen.
Ni siquiera recuerdo haberle hablado a Lucas de Bruno.
Ella no parece creerme. Está histérica.
—No entiendo por qué no superas de una vez los problemas que tienes con ellos.
¿En serio me va a echar toda la culpa de esto a mí?
—Oye, no tengo idea de qué estás hablando. Seguro Bruno te mintió como siempre.
Volteo y me dirijo a la sala. No tengo intención de seguir discutiendo por algo de lo que ni siquiera estoy enterada.
Ella también se retira enojada, en dirección a la habitación.
Pongo la primera película que me recomienda el reproductor y, más tarde, cuando subo a acostarme, Stacy ya está dormida.
No puedo creer que sólo me haya dirigido la palabra para discutir sobre el idiota de Belotto.
Al día siguiente, sin embargo, es obvio que algo pasó en realidad entre ellos.
Ambos se sientan al lado del otro, como siempre. Pero Bruno se pasa el día entero con los auriculares en los oídos, sin prestarle atención a su amigo.
Y Lucas no parece querer hablar con nadie. Lo veo igual de apagado que el día anterior, o tal vez incluso más.
La estúpida de Samantha está revoloteando a su alrededor, como siempre. Pero ni siquiera ella logra sacarle una sonrisa.
Se mantiene así incluso en la pasantía. No lo veo demasiado en el Estudio, pero los pocos minutos que lo hago me doy cuenta de que algo le perturba intensamente.
Pienso que tal vez debería buscar la oportunidad de preguntarle respecto a esa riña con su amigo y si en realidad tuvo algo que ver conmigo. Pero no me da tiempo porque, cuando estoy ocupada preparando un documento, un griterío irrumpe la calma del lugar.
—¡No lo voy a permitir! —la voz del señor Urriaga retumba al otro lado de la pared, en su despacho—. ¡Ya te he dicho que no quiero saber nada de eso!
—¡Esto es diferente! —estoy segura de que esa es la voz de Lucas.
¿Está discutiendo con su padre?
—¡Es la misma cosa! —Replica el otro en voz muy alta— ¡No voy a dejar que tires tu futuro por la borda!
Todos a mi alrededor comienzan a lanzarse miradas confundidas.
—¡Pero te digo que esto es lo que quiero! ¿Por qué no lo respetas?
Más que molesto, Lucas parece dolido. Su padre, sin embargo, suena lleno de cólera.
—¡No me interesa! ¡No te lo permitiré!
Entonces la puerta del despacho se abre y la voz de Lucas suena más clara.
—¡Lo haré de todos modos! —señala, azotando la puerta.
Él cruza el pasillo furioso. Una vez que llega al salón principal se afloja la corbata y se remanga la camisa, con rabia. Hasta que cae en cuenta de que todos estamos pendientes de ese espectáculo y su rostro se torna avergonzado. Por un segundo fija su vista en mí, antes de salir hacia la calle a toda prisa.
A pesar de que cesó el griterío. El ambiente de la oficina está exageradamente pesado. Nadie comenta una sola palabra hasta que, minutos después, veo a Esteban soltar una risa de burla.
—Parece que ya no veremos a ese pendejo por aquí —comenta en voz baja.
Le lanzo una mirada cargada de reproche y se avergüenza.
No puedo quitar de mi cabeza lo ocurrido.
Me pregunto si Lucas se encuentra bien y me prometo a mí misma acercarme al día siguiente para confirmarlo. Sin embargo, él no llega para la primera hora de clases. Empiezo a pensar que simplemente se ha retrasado. Pero tampoco asiste a las clases siguientes.
Diablos.
¿Dónde estará?
No puedo preguntar al respecto a sus amigos, porque me odian.
Así que me aguanto hasta el día siguiente, pero tampoco aparece.
Tadeo nota mi preocupación, y le digo que se debe al hecho de que Stacy no me hable. Detesto mentirle a mi amigo, pero aún no me animo a confesarle lo que siento por Lucas.
Ni siquiera sé si algún día seré capaz de decirlo en voz alta.
Como es viernes, no pretendo esperar el fin de semana entero para ver si el lunes vuelve a ausentarse. Así que me decido a hacer algo.
Al llegar a casa observo varias veces mi celular, con la intención de enviarle algún mensaje. Pero prefiero hacer las cosas en persona. Tomo unos apuntes de la clase y me dirijo a su casa, a pesar de que ya ha oscurecido.
Rodeo la gran edificación y trepo por la pared, ayudándome de las baldosas adoquines que la adornan. Me dejo caer en su balcón y me acerco a la puerta de vidrio que da a su habitación. Lo veo acostado en su cama, lanzando una pelota de básquetbol y tomándola de nuevo en el aire repetidas veces.
En su notebook suena rock, lo que contrasta enormemente con la actitud desolada que él demuestra. Tiene la mirada perdida y una expresión seria que no es propia de él.
Le doy dos toquecitos a la puerta, a pesar de que está abierta, para llamar su atención.
Él gira la cabeza y se sorprende enormemente al verme. Se levanta de la cama y recién ahí me doy cuenta de que lleva un pantalón suelto de pijama gris, y el torso descubierto.
Su cuerpo bien trabajado me deja sin aliento por un segundo. Involuntariamente, llevo mis ojos al tatuaje en su pecho, hasta que recuerdo que tengo que hablar.
—Hola, Lucas —lo saludo con timidez.
Su mirada se torna distante.
—Allen... ¿Qué haces aquí? —pregunta con desconfianza.
—Como faltaste a las clases, vengo a traerte estos apuntes —afirmo. La excusa sonó más creíble cuando la recreé en mi mente. Sin embargo, ahora me doy cuenta de lo absurdo que suena colarse por la ventana de la casa de alguien, que ni siquiera es tu amigo, para acercarle papeles que no le interesan. Aun así me mantengo en ese plan, porque no se me ocurrió otro, y me acerco hasta depositar las hojas en sus manos. Él las sostiene sin siquiera mirarlas y las deja a sobre su mesita de luz.
—¿Y por qué no entraste por la puerta? —inquiere. Hubiera esperado que se mostrara un poco más amigable, después de que tuve que escalar su pared hasta el segundo piso. Por el contrario, me sigue observando como si fuera una molestia.
—Supuse que no te dejarían recibir visitas —junto mis manos y jugueteo con mis dedos—. ¿No estás castigado?
¿Por qué otra razón desaparecería por dos días enteros?
Él levanta una ceja.
—¿Cuándo se ha visto que un castigo implique faltar al colegio? —replica y entrecierra los ojos.
Muy bien Brenda, ahora sí que te puedes consagrar una estúpida.
La vergüenza me obliga a mantener la boca cerrada, para no empeorar la situación. Entonces él vuelve a hablar.
—No estoy castigado, simplemente no quiero ir a ningún lado —apunta, mientras desvía la mirada.
Lo observo en silencio por un momento.
—¿Te sientes mal? —Ahora no me importa que se dé cuenta de que estoy preocupada por él. Necesito que cambie esa mirada tan distante que me dedica.
Pasa a mi lado y se ubica al costado de la puerta de madera que lleva al pasillo.
—Ya me entregaste lo que viniste a traer. Puedes irte —sostiene el picaporte sin girarlo.
Su frialdad hace que mi pecho se apriete. Agacho levemente la cabeza.
—¿Peleaste con Bruno? —a riesgo de parecer maleducada, ignoro su intento por lograr que me retire.
—Fue una discusión, no una pelea —contesta cortante.
—¿Y es verdad que discutieron por mí? —levanto la vista hasta él.
Se lleva la mano a la frente y cierra los ojos.
—Le estás haciendo demasiadas preguntas a alguien que no existe para ti —su reproche me pone en alerta sobre lo que lo tiene tan molesto conmigo.
Entonces sí lo lastimé con mis palabras el otro día.
Soy una estúpida.
Me acerco con cuidado, dejándolo entre la puerta cerrada y yo.
—Sabes que eso no es cierto —me sincero—. Tú sí me importas.
De hecho, no te imaginas cuánto.
—¿Y por qué lo dijiste entonces? —pregunta todavía un poco afligido.
Agacho levemente la cabeza y confieso.
—Estaba avergonzada por lo que pasó entre nosotros —siento mis mejillas ruborizarse—. No sé cómo comportarme desde entonces... Y rematé contigo.
Su expresión se suaviza en un instante. Hasta asoma una leve sonrisa en la comisura de sus labios.
—Entonces... ¿Estás aquí porque me extrañaste? —inclina la cabeza, mostrando una expresión astuta.
A pesar de su egocentrismo de siempre, me conforta totalmente verlo más animado.
—Tampoco te creas tan importante —bromeo entre risas y me aparto unos pasos hacia atrás.
Él aprovecha el espacio para acercarse de nuevo a su cama y sentarse. Baja una mano sobre el colchón, invitándome a hacer lo mismo. Me ubico a su lado y le sonrío.
—Gracias por venir —susurra.
—¿Quieres contarme qué ocurrió? —hago un nuevo intento.
Echa el torso levemente hacia atrás, apoyándose sobre los codos.
—No te preocupes por lo de Bruno. Fue una discusión sin sentido —hace una pausa, antes de proseguir—. Y sí, tuvo que ver contigo —lleva la vista al techo, cuando agrega esto último.
Me mantengo en silencio. Me intriga mucho saber en qué pude estar relacionada, pero no quiero presionarlo a hablar. Afortunadamente, me sigue explicando.
—Yo lo culpé por llevarme tan mal contigo y terminamos discutiendo.
Aunque Lucas asegura que no fue gran cosa, se nota que le afecta haber reñido con su mejor amigo.
—¿Y ya se arreglaron? —pregunto.
—Sí, estamos bien —muestra una leve sonrisa—. Hasta se ofreció a pasar el ensayo para mañana, porque sabe que no tengo ánimos.
¿Lucas no tiene ganas de ir a ensayar con su banda?
Eso sí que es raro.
Me arrimo un poco más a él, involuntariamente.
—¿Y qué hay de tu padre? Tuvieron una discusión terrible... —recuerdo.
—Sí, delante de todo el mundo —ahora sí deja caer su torso totalmente sobre el acolchado. Se cubre los ojos con las manos—. ¡Qué vergonzoso!
—No lo es. Todos discutimos alguna vez con nuestros padres —intento tranquilizarlo.
—Bueno, sí —se incorpora de nuevo, dejando su rostro a la altura del mío—. De todos modos, no me importa, porque ya no iré a la pasantía.
Me entristece por dentro pensar en que ya no lo veré en el estudio jurídico. A pesar de que ni siquiera hemos compartido oficina.
—¿Por qué lo dejarás? —indago.
Se aflige levemente.
—No es lo que quiero hacer el resto de mi vida —confiesa.
No puedo evitar querer saber más sobre él, por lo que le consulto.
—¿Y qué es lo que harás?
Muestra una sonrisa antes de hablar de nuevo.
—Eric me está preparando en su profesión desde hace unas semanas —me sorprendo un poco al oír eso. No tenía idea—. ¡Y me encanta! —agrega.
—¿De verdad?
Verlo sonreír así me provoca besarlo, pero me contengo.
—Sí —su mirada se ilumina—. No sabía que podía gustarme tanto. ¡Que podía sentir tantas cosas al estar detrás del tablero!
La expresión que desprende es radiante.
Bueno, ahora estoy un poco celosa de ese tablero.
Él medita un momento, antes de proseguir.
—Todo sería perfecto... Si no fuera por mi padre —pierde un poco del entusiasmo que estaba mostrando—. Odia todo lo que tenga que ver con la música.
Frunzo levemente el ceño.
¿Cómo puede alguien odiar algo que hace tan feliz a su hijo?
—¿Y eso por qué? —expongo mi duda en voz alta.
Él baja la cabeza sin darse cuenta.
—Es que... —se detiene un momento, como si le costara mucho hablar de ello— Mi madre era cantante.
Mi pecho se encoje.
Nunca antes me habló de ella.
Lo escucho en silencio y me acerco un poco más, para no forzarlo a levantar la voz.
—Apenas nací, ella nos abandonó para seguir su sueño...
Deposito con suavidad una mano sobre la suya, pero está tan concentrado en su relato que no se percata, y continúa.
—Desde ese día, él odia profundamente todo lo que tenga que ver con la música. Y no puedo culparlo —lleva la vista a mí—. Sé que no lo consideras una buena persona, pero es así porque tiene miedo de que lo abandone como lo hizo ella.
Me siento algo culpable. Es verdad que más de una vez le dije que su padre es un imbécil.
—Lo siento mucho —expongo.
Él asiente, y señala.
—Supongo que los padres pueden ser complicados.
Entonces recuerdo a papá. Desde que llegamos a la ciudad no ha sido capaz de buscarnos, ni siquiera con una llamada. Siempre soy yo quien intenta acercarse a él.
—Dímelo a mí —pienso en voz alta.
—¿Qué hay del tuyo? —se muestra interesado.
Me encojo de hombros.
—Mamá y él se divorciaron, cuando éramos muy pequeñas —comienzo a explicarle, algo incómoda—. Él se volvió a casar y se mudó aquí, a la Capital. Así que no lo veíamos demasiado.
Me muestra una mirada compasiva.
—¿Y ahora sí se ven?
—Bueno... No —busco la manera de justificarlo—. Ha formado una nueva familia y es un hombre muy ocupado.
Lucas frunce un poco el ceño. Me recuerda a mi hermana cuando me lanza esa mirada de que no le cree a papá una sola palabra.
—¿Has ido a verlo tú? —me pregunta él.
—Lo intenté, pero no se dio.
Se cruza de brazos, como queriendo decirme algo, pero no lo hace.
Sé lo que debe estar pensando.
¿Qué clase de padre no tiene tiempo de ver a sus hijas?
Es lo mismo que Stacy dice siempre. La diferencia es que siento que con Lucas sí puedo hablar de ello. Me da la impresión de que nos entendemos.
—A veces siento que no tiene interés —le confieso.
Nunca le había dicho esto a nadie. Ni siquiera me lo había aceptado a mí misma, a pesar de todas las veces en las que papá rechazó una oportunidad de vernos.
Lucas no dice nada. Simplemente voltea su mano debajo de la mía y me devuelve el contacto.
—¿Lo extrañas a menudo? —pregunta al cabo de unos segundos.
Asiento y contengo el nudo que se está formando en mi garganta.
—¿Y tú? —le consulto, porque no quiero seguir hablando de papá— ¿Extrañas a tu madre?
Él hace una mueca de indiferencia.
—No sé si la palabra sea extrañar... Pues no la conocí.
Lucas se pierde un rato en sus pensamientos.
Me da mucha tristeza. A pesar de que casi no veo a papá, al menos sé que está allí.
—No sé nada sobre ella... —agrega— Ni siquiera puedo saber si sigue con vida.
Siento que mis ojos se van a aguar al escucharlo. No puedo imaginarme su situación.
Suelto su mano y me incorporo un poco, hincándome sobre la cama para ubicarme casi tras él. Rodeo su espalda con mis brazos y recuesto mi mentón sobre su hombro. Mis dedos tocan la piel de su abdomen y siento que éste se contrae levemente.
Él se sorprende por mi abrazo repentino y gira la cabeza hacia mi rostro. Encontrando nuestros ojos. Su mirada es expectante, dudosa. Con sus brazos rodea los míos y me acaricia la piel con dulzura. Nos mantenemos así durante unos segundos, hasta que su vista se posa en mis labios.
Acerca un poco más su boca a la mía, sin arrimarla del todo.
—¿Puedo...? —susurra inseguro.
Su pregunta me eriza la piel, haciendo que me aferre más a su espalda.
Cierro los ojos, accediendo a su petición y él comprende enseguida.
Siento sus labios cerrarse sobre los míos delicadamente y le devuelvo el beso al instante. Conservamos el contacto unos segundos en los que parece que no pasa el tiempo.
Es un beso lento, en calma, distinto a los anteriores. Esta vez no hay alcohol, venganza ni celos de por medio. Sólo la insistente necesidad de palpar esta ilusión que me hace el estar con él.
Al menos eso es lo que siento yo.
No puedo saber si a él le pasa lo mismo.
Y me quedan muchas dudas de que me llegue a tomar en serio.
Dudas que me carcomen.
Me aparto un poco y él gira más su torso hacia mí. Levanta una mano y la coloca en mi mentón para atraerme de nuevo.
—Lucas... —lo detengo—. No.
Abre sus ojos, y me mira intrigado.
—¿Por qué? —me reclama en voz muy baja—. ¿Por qué no podemos?
Termino por apartarme de él y me paso los dedos sobre mis labios. Él no me saca de encima esa mirada confusa.
—Porque no —contesto cortante.
A pesar de que me muero por seguir besándolo, sé que no debo. No me pueden sobrepasar estas ganas. Tengo que aplacar esta absurda esperanza, que nace con estos pequeños momentos que no hacen más que confundirme y aumentar los sentimientos que tengo hacia él.
Me hago a un lado, bajándome de la cama y poniéndome en pie.
—Tengo que irme —me excuso.
Él levanta una ceja.
—Tiene que ser una broma —reprocha.
Niego con la cabeza.
—Lucas, no quiero llevarme mal contigo —intento explicarle—. Pero no puedo volver a besarte.
—¿Y ni siquiera me vas a decir por qué? —insiste, empezando a perder la calma.
No puedo.
¿Cómo le digo que yo sí quiero ir en serio con él? Que para mí esto ya no es un juego, y por eso tengo miedo de salir lastimada.
Me quedo sin palabras.
—No confías en mí —asume.
Continúo sin responder, porque tal vez sea verdad.
No confío en que no vaya a herirme.
Me acerco a la puerta despacio. No quiero irme, pero tampoco me puedo quedar. Él me sigue con la mirada, la cual ahora está cargada de frustración. Giro el picaporte y lo observo por última vez, antes de salir.
Frunce el ceño al notar que no voy a cambiar de opinión.
Salgo al pasillo y cierro a mis espaldas la puerta de su habitación. Al instante me sobresalta el ruido de algo adentro que se estrella contra la pared, rompiéndose instantáneamente.
Me retiro de su casa ante la mirada extrañada de la mucama, quién obviamente no me vio llegar antes.
No puedo culparlo por enojarse. Pero tampoco voy a arriesgarme a que esto termine mal para mí.
Lo que siento está creciendo tan rápido que no puedo permitir que avance, porque Lucas no siente lo mismo.
¿Y por qué lo haría? Si siempre nos llevamos tan mal.
Sólo yo pude ser tan estúpida de haberme enamorado.
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