21. Mi lugar favorito
La luz del alumbrado público cae sobre ella bañando su cabello claro y dándole un brillo intrigante a sus ojos.
—Sé de un lugar al que podemos ir —sugiero—. Pero tendremos que caminar un poco.
Sabía que bebería esta noche, por lo que no traje mi camioneta.
Brenda asiente y me sigue.
—Esteban debe estar buscándote como un idiota —recuerda y ríe—. No puedo creer que lo hayas golpeado.
—Es que no me agrada para nada —comento.
Ella lleva la vista al cielo.
—¿Por qué no? —consulta y me da la impresión de que sólo busca confirmar algo que ya sabe.
—Porque... no sé —levanto los hombros— Simplemente no me agrada.
—Yo te lo diré —asegura. Acerca su boca a mi oído y susurra —Creo que estás celoso.
Me quedo sin aire por un segundo. Giro mi rostro y su boca queda muy cerca de la mía. Miro sus labios, pero ella no me da tiempo de hacer nada, porque se aleja entre risas y continúa caminando como antes.
¿Se está burlando o me está coqueteando?
Viniendo de ella, lo primero sería lo más normal. Sin embargo, sus ojos me dicen otra cosa.
Y se equivoca. No estoy celoso. Simplemente lo detesto porque es un idiota que no deja de acercarse a ella a cada rato, que no le saca la mirada de encima, que no...
Demonios.
Estoy celoso.
Caminamos durante unas cuadras en silencio. Intento no pensar en lo que me dijo y en lo absurda que encuentro esa situación.
La detengo al llegar al edificio donde se encuentra la oficina del Estudio Jurídico.
—Es aquí —le digo.
Ella lleva la vista a la estructura y luego a mí.
—¿Me traes a trabajar? —pregunta con ironía.
—Claro que no —niego, entre risas—. Sólo ven conmigo.
Me sigue por la amplia entrada de vidrio.
Al ingresar, el guardia me saluda como siempre. Está acostumbrado a que venga por aquí a cualquier hora.
Llamo al ascensor y subimos enseguida.
—No compramos nada para beber —me interrumpe ella, cuando estoy por apretar uno de los botones.
—No te preocupes, puedo arreglarlo —la calmo y marco primero el piso de las oficinas.
Con mi llave ingreso rápidamente al despacho principal. Abro el frigobar, extraigo una botella de agua y se la alcanzo.
—Primero deberías tomar un poco de esto —le recomiendo.
Ella me ignora y con una sonrisa, estira la botella de champagne que se reserva para brindar con los clientes.
—No quiero agua —me mira como burlándose de mí.
Ésta faceta suya es nueva, pero no puedo negar que me gusta.
Entonces tomo otra botella, la más cara, luego unas copas y un pequeño parlante Bluetooth para dirigirnos de nuevo entre risas hacia el ascensor.
—Tu papá te va a matar —me recuerda, recostándose contra el espejo. No parece preocupada, sino orgullosa de nuestra travesura.
Tal vez papá no me lo perdone, pero ahora no quiero pensar en ello.
Levanto una mano con dificultad, debido a todo lo que tengo encima, y aprieto el botón que lleva a la terraza.
Las puertas se abren arriba y Brenda contempla el paisaje que se extiende delante de nosotros. Sale aprisa del ascensor y la sigo.
—No puedo creer que un lugar tan hermoso se encuentre aquí arriba —exclama cautivada por el exterior.
La terraza en sí no es la gran cosa. Lo bello de todo esto es la ciudad vista desde arriba en medio de la noche. Las luces que se pasean a lo lejos, el viento que te mueve el cabello y la sensación de estar encima del mundo.
—Es mi lugar favorito —le confieso y me acerco al centro.
Comienzo a ordenar todo, mientras ella sigue recorriendo el horizonte con la vista.
—Apuesto a que traes a todas aquí —comenta de repente, con un dejo de desilusión en la voz.
—Claro que no ¿Quién crees que soy? —me defiendo entre risas.
Estoy seguro de que no me va a creer, pero es la primera vez que traigo a alguien. Este es un lugar que siento sólo mío y que no me gustaría compartir.
Aunque, a decir verdad, me encanta tener a Brenda aquí.
Voltea a verme desconfiada, como supuse. Pero observa lo que estoy haciendo y parece olvidar sus dudas.
Sonríe con picardía mientras se fija en el pequeño parlante que acabo de hacer funcionar, para aligerar el ambiente. Luego lleva la vista a las delicadas copas cargadas que tengo en las manos.
—Música... Champagne... En una terraza a la luz de la luna... —comienza a acercarse con una mirada traviesa—. Lucas Urriaga, ¿estás tratando de conquistarme?
Empiezo a reír, más por nervios que otra cosa.
Su acusación tan directa me deja en jaque.
—¿Acaso puedo hacerlo? —retruco, para esquivar su pregunta.
No voy a quedar como el tonto que está loco por ella.
Por un segundo pienso que se echará atrás, pero no deja de acercarse sinuosamente. No me saca los ojos de encima y, cuando está a unos centímetros de mí, se muerde el labio antes de empezar a hablar.
—Eres atractivo, talentoso y divertido —con cada palabra acerca un poco más su rostro al mío—. Claro que podrías conquistarme... —toma una copa de mis manos, me dedica una mirada triunfal y se aleja de nuevo, concluyendo— Si no fueras un idiota.
Suelto el aire que había contenido, sin querer, al sentirla tan cerca.
El efecto que provoca en mí es atroz.
Ella vacía su copa de champagne, antes de darme tiempo siquiera de proponer el brindis.
—Se suponía que brindáramos —le reclamo entre risas.
Se encoge de hombros.
—Sólo voy a brindar cuando Stacy y Bruno terminen de una vez —se queja, haciendo una mueca de disgusto.
—Pulga, tienes que dejar de enfrentarte a Bruno. Eso sólo te alejará de tu hermana —le aconsejo.
Además, no me gustaría que los problemas entre ellos volvieran a afectarnos.
Sus ojos se enrojecen, tristes.
—No puedo evitarlo. Lo detesto de verdad —confiesa angustiada en un principio, pero al instante se enfurece de nuevo—. ¡No entiendo cuál es el hechizo que ese imbécil tiene sobre ustedes dos!
Comienzo a beber de mi copa, mientras ella continúa quejándose.
—¿Cómo puede ser que engañe a Stacy de esa manera y ella le crea más que a mí? —levanta sus manos al aire—. ¡Soy su hermana!
Me quedo en silencio al no saber qué responder.
—Y tú también —prosigue, volteando a mirarme con reproche—. ¡No entiendo cómo pudiste disculparlo por hacerse pasar por ti!
Me muestra su copa, exigiendo una recarga.
—Ya he hablado con Bruno sobre eso... —intento explicarle.
Ella se muestra frenética.
—Y estoy segura de que te dijo una excusa y tú le creíste —me recrimina—. ¿No te das cuenta de que tiene envidia de ti? ¿Por qué otra razón usaría tu nombre?
—No es así, pulga — respondo sin más, para no agravar su enojo.
¿Por qué me tendría envidia mi mejor amigo?
A fin de cuentas, él está con la chica que le gusta. Mientras yo sigo sin saber qué es lo que quiero con Brenda o si ella tiene algún interés en mí.
Me acerco y rodeo su cintura con cuidado. Confío en que, en esta intimidad, me lo permita. Y lo hace. Parece calmarse un poco más. Aproximo delicadamente mi boca a la suya, sin animarme a juntar nuestros labios del todo.
Me está ganando el anhelo de besarla.
Pero ella sigue algo molesta y desvía la mirada.
Entonces el sonido de mi celular nos interrumpe. Ella se aparta un paso, yo saco el aparato de mi bolsillo y me fijo en el rostro de mi mejor amiga que se dibuja en la pantalla.
Brenda frunce aún más el ceño, mientras dudo si debo contestar la llamada de Sam.
Estoy seguro de que se pregunta en dónde me he metido.
—¿Vas a atender a tu novia o no? —me pregunta Brenda, visiblemente fastidiada.
Es evidente que no busca que conteste la llamada. Sólo me está probando.
—Sam no es mi novia —le aclaro. Aunque sé que ya lo sabe.
Ella toma el celular de mi mano y cuelga la llamada sin dudar.
—Tú estás conmigo ahora —define, mientras apaga el teléfono—. Además, dijimos que festejaríamos juntos. Deberíamos divertirnos más.
Me saca la botella de la mano y se recarga la copa.
No puedo ocultar mi satisfacción al ver su reacción.
Antes dijo que soy yo quien está celoso. ¿Y qué hay de ella?
Entonces se aleja unos pasos. Me da la espalda y se dedica a contemplar de nuevo el paisaje, pensativa.
—Vamos a bailar —se le ocurre de repente.
Me agrada su idea.
Nunca la había visto tan desinhibida.
Me acerco por detrás y cuando estoy a un paso de ella, voltea de nuevo hacia mí y extiende una mano en mi dirección. Entonces, el sueño que tuve tiempo atrás aparece de nuevo en mi memoria, de improvisto. Brenda estaba llamándome, con una mirada alegre. Sus ojos no me mostraban rencor, sino amabilidad. Así como ahora.
Me pregunto si empezó a gustarme desde ese día y no me había dado cuenta.
No lo sé... Pero tampoco quiero contenerme más.
En un impulso, tomo su mano y la jalo hacia mí, atrayéndola del todo y apresando su boca con la mía. Ella se deja llevar. Corresponde mi beso con ansias mientras todo dentro de mí se enciende.
Extrañaba demasiado sus labios.
Me hacían falta de una manera inexplicable.
La rodeo entre mis brazos y ella oprime mi nuca para atraerme más.
La beso con tantas ganas que creo que me estoy apurando. Intento bajar el ritmo para poder sentir mejor sus caricias, pero ella sigue sin contenerse. Me besa con apremio. Sus manos se aferran a mi hombro como si tuviera miedo de soltarme.
Y entonces, sin previo aviso, se aparta del todo, dejándome estupefacto.
—¡Me encanta ésta música! —exclama. Yo ni siquiera estaba escuchando, pero evidentemente ella sí—. ¿No íbamos a bailar? —reclama y comienza a moverse de manera divertida y seductora.
Le doy el gusto y me acerco un poco más. La música que suena es movida y la disfrutamos durante un largo rato.
Nunca me había divertido tanto bailando con alguien.
Recargamos nuestros vasos durante varias canciones seguidas hasta que, sin percatarnos, nos hemos acabado las dos botellas que teníamos.
—Lucas, espera —me detiene entre risas— Ése paso no se hace así.
Intenta corregirme, pero tampoco le sale y casi va al suelo por perder el equilibrio.
La sujeto entre mis brazos, sin poder parar de reír.
—Brenda, estás loca —suelto sin pensar.
—Es lo que siempre dices de mí —Parece meditar sobre ello un momento— Me pregunto si lo piensas desde el primer día.
¿Desde el primer día?
—Por supuesto, en el colegio me atacaste sin motivo aparente, delante de todos —contesto. Su rostro muestra desilusión, y entiendo que no se refiere al primer día de clases, por lo que agrego—. Pero el día que te conocí, me resultaste muy interesante.
—¿Interesante? —repite, levantando una ceja.
—Tienes que admitir que cualquier chica estaría encantada de que se la saque de un apuro con un borracho —le explico—. Sin embargo, tú parecías molesta porque intervine.
—No me molestó —parece un poco avergonzada, de repente—. Sólo quería hacerte saber que puedo cuidarme sola.
—Después de todo lo que me hiciste en este tiempo, ya me quedó claro —indico, con gracia. Tal vez no debería decir lo siguiente, pero me siento tan a gusto con ella que no cuido demasiado mis palabras, así que agrego, sin darle demasiada importancia— Y eso es algo que me gusta de ti.
Su mirada se vuelve pícara de nuevo.
—No sabía que había cosas que te gustaban de mí —insinúa con una sonrisa. Comienza a acercarse despacio, sin sacarme la mirada de encima.
No tengo idea de cómo lo hace, pero me está volviendo loco.
Comienzo a aproximarme a ella también, pero al percatarse, retrocede moviéndose sinuosamente, para provocarme más.
—Te estás acercando al borde —le advierto, al ver que estamos a unos metros del límite.
Es evidente que no se ha percatado de ello. Sin embargo, si llegara a ver el vacío de cerca se asustaría.
—Si quieres que me detenga, tendrás que obligarme —me desafía.
Sonrío.
Me encanta el juego que está proponiendo.
Hago amague de aproximarme y ella se echa a correr hacia un lado. Entonces empiezo a perseguirla. Me evade entre risas, desplazándose con osadía por la terraza.
La persigo durante unos minutos más. Podría alcanzarla fácilmente, sin embargo, le doy un poco de ventaja, sólo para hacer esto aún más entretenido. Pero enseguida hago un mejor intento y consigo llegar hasta ella. La aprisiono por la cintura y opone resistencia pataleando y ejerciendo presión para liberarse. La manera en que ríe es contagiosa.
La levanto para sujetarla mejor, pero sus inquietos movimientos hacen que pierda el equilibrio y nos vayamos al suelo. Se cae encima de mí y ambos nos retorcemos de risa.
Son tan agradables los momentos en los que estamos solos los dos. Tan distintos a la manera en que normalmente nos llevamos.
Le sostengo la mirada hasta que para de reír. Su belleza me hipnotiza. Es tan hermosa que me cuesta dejar de mirarla.
Sí, debe ser sólo eso. Una atracción que no puedo contener.
Algo físico, nada más.
No puede ser más que eso.
¿O sí?
Acerco mi mano y acaricio su mejilla. Ella coloca la suya sobre mis dedos, devolviéndome el contacto.
Me arrimo hasta alcanzar su boca y le doy un suave beso.
Su sabor es dulce y me fascina.
Giro mi cuerpo, ubicándome encima de ella, sin soltar nuestra unión.
Cada movimiento que haga debe ser cuidadoso, porque no tengo idea de cómo va a reaccionar. De todos modos, ahora me contento con besar tiernamente su boca y sentir sus piernas entrelazándose a las mías.
Bajo a su cuello con lentitud y me deleito con su aroma, mientras continúo besando su piel. Sus manos empujan mi campera, echándola al suelo. La siento temblar entre mis brazos de manera incontrolable.
Frágil y tibia.
Beso su boca una vez más, luego otra y otra.
Nunca voy a tener suficiente de ella.
Comienza a faltarme el aire. No me importa. Aferro su rostro con mis manos y continúo besándola sin descanso. Sujeto levemente su nuca, enterrando mis manos en sus cabellos, cuando siento que se quiere separar para tomar aire y no se lo permito. Respira como puede y continúa besándome con fervor.
No puedo apartarme de ella a pesar de saber que tengo que detener esto, antes de que sea tarde.
—Lucas... —susurra en una breve pausa, pero no continúa. Como si sólo lo hubiera hecho por una necesidad de decir mi nombre.
Y me encanta que lo haga. Me fascina saber que, a pesar de estar influenciada por el alcohol, es perfectamente consciente de que está conmigo y no con alguien más.
Intensifico el beso y me deshago en caricias sobre su piel, hasta que me abruma la necesidad de avanzar. Lo cual me asusta. No me gustaría hacer nada de lo que podamos arrepentirnos mañana.
Además, nunca antes había hecho esto.
—Lucas... —insiste, sacándome de mis pensamientos—. No me siento bien...
Aparto mi boca de su cuello y me fijo en su rostro. Se está tapando los ojos con una mano y su expresión demuestra malestar.
—¿Qué tienes? —le pregunto, porque me preocupa verla así.
Aparta su mano. Pero no abre los ojos, ni me contesta.
Me calmo un poco más al darme cuenta de que debe ser sólo la incomodidad de tanto alcohol que tiene encima. Me hago a un lado para que el viento fresco le dé en la cara y acaricio su cabello, porque me cuesta apartar mis manos del todo de ella.
—¿Te sientes mejor? —le consulto, al ver que entreabre los ojos.
Ella asiente, aunque su expresión me demuestra que no ha mejorado demasiado.
Me acomodo en el suelo y recuesta su cabeza sobre mi pecho. Muevo mi brazo y la atraigo hacia mí, resguardándola.
Con la mano que me queda libre estiro mi campera y la cubro con ella. Como ha entrado más la noche, el viento fresco comienza a llenar el ambiente y no quiero que pase frío.
—Feliz cumpleaños —susurra con ternura, haciendo que mi pecho se comprima.
Acerca su rostro al mío y me da un beso suave y dulce, pero muy corto.
Sus ojos se cierran y su brazo me rodea.
Beso su frente unas cuantas veces, hasta que percibo que su respiración se calma por completo. Se ha quedado dormida.
Coloco detrás de su oreja el cabello que le cae sobre los ojos, y sus labios se separan en sueños.
Me quedo un momento observando sus hermosas facciones tan relajadas y me río en mis adentros al percatarme de una graciosa verdad.
Brenda me ha dejado con las ganas por segunda vez.
Dejo de mirarla y fijo la vista en el cielo, meditando un momento.
Tenerla así, recostada por mí, me llena de un sentimiento que no puedo describir.
Me dan ganas de protegerla, de no soltarla nunca, de hacerla reír todos los días.
Esto es algo que llevo tiempo negando a los demás y a mí mismo, pero acabo de confirmar.
Por mucho que me haya costado aceptarlo, ya no puedo seguir engañándome.
Lo que siento por ella es más que una simple atracción.
Es mucho más que eso.
Creo que me estoy enamorando.
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