15. Sólo resta confesar

De camino a casa voy por el Bar Polzoni. Ya que terminé el cronograma de conciertos, no estaría mal entregárselo a Eric.

Él me recibe con una sonrisa y acepta el papel gustoso.

—A todos los líderes de bandas se lo solicité el mismo día —me explica, una vez que nos instalamos en el salón principal—. Tú eres el único que lo ha entregado tan rápido. Me alegra que estés tan comprometido —me palmea el hombro.

Lo que daría por que fuera mi padre quien me tuviera en tan alta estima.

—¿Está todo bien? —me consulta. Evidentemente, mi rostro refleja el peso enorme que siento desde las palabras de Gloria.

—Sí... —miento. Mis ojos recorren el bar entero, el escenario, los instrumentos, el ambiente musical que reina en ese lugar, tan familiar, tan... —Yo —susurro.

—¿Qué? —pregunta Eric, sin entender.

—No está todo bien —confieso al fin.

Sin darme cuenta, me dejo caer sobre una silla.

Él se sienta a mi lado.

—Sea lo que sea, puedes contarme —me anima.

Suspiro.

—Toda mi vida he seguido el camino que mi padre ha trazado para mí —empiezo—. Y ahora, por primera vez me doy cuenta de que tal vez no sea ese el que quiero seguir.

—Lucas —Eric siente aflicción por lo que acabo de decirle—. Lo importante es que descubras qué es lo que te gustaría hacer. Aunque no sea lo que tu padre ha elegido para ti.

—Pero, es que... —no sé cómo expresar el hecho de que me sentiría horrible conmigo mismo si volviera a decepcionarlo.

Él parece entender mi frustración.

—A veces los padres creemos que es mejor planear nosotros el camino de nuestros hijos, para evitarles fracasos. Y no nos damos cuenta de que son ellos quienes tienen que tomar sus propias decisiones.

Lo miro atento.

—Sabes que soy el padrastro de Brenda... —continúa, yo asiento—. Su hermana Stacy, por ejemplo, es una chica muy frágil e insegura. Tanto que a veces me gustaría ser yo quien la guíe en sus pasos. En el fondo sé que eso no está bien, que debo dejar que ella aprenda por sí misma. Pero, si llegara a lastimarse por el camino —niega con la cabeza— yo no me lo perdonaría.

—Brenda, por el contrario, está convencida de que quiere ser abogada —pienso en voz alta.

Eric asiente.

—Brenda es una chica muy segura de sí misma y de lo que quiere.

Mi pecho se encoje.

Quisiera ser así.

¿Por qué debo tener tantas dudas encima?

—Pero no creas que eso no me ha traído varias riñas con ella. Brenda puede ser un poco... difícil —sonríe con cariño.

Que me lo digan a mí.

—Lo que quiero decir con todo esto es que los padres siempre queremos lo mejor para nuestros hijos. Y estoy seguro de que el tuyo también —prosigue—. Sin importar lo que decidas, él te apoyará.

Niego, sin dudar. Mi vista se pierde en mi adorada guitarra, acomodada a un costado del escenario.

—Mi papá odia que cante —le explico, llevando la vista al suelo—. Y, desde que formé la banda de rock, nuestra relación se deterioró.

—Lucas, lo que te gusta a ti es la música, ¿no?

Asiento.

Al fin me permito a mí mismo aceptarlo.

—Entonces, no creas que ésta profesión se limita a ser un cantante.

Lo miro, sin comprender.

—¡Yo no canto en un escenario hace años! —él ríe—. Y, sin embargo, puedo decir que vivo de la música.

—Entonces... ¿cómo?

—Bueno, soy ingeniero en sonido —declara—. Una labor que me permite diversas funciones y campos de desarrollo. Lo que digo es que, aun dentro del ambiente musical, hay muchas áreas en las que podrías especializarte.

Escucharlo hablar con tanta seguridad, hace que se abra frente a mí un mundo de posibilidades que nunca tuve en cuenta antes.

Me llena de esperanza.

Entonces pienso de nuevo en papá.

—Él nunca va a aceptar que yo elija nada relacionado a la música —lamento.

Eric se pone de pie.

—Está bien. Si eso es lo que crees, déjame ayudarte de todos modos.

Levanto la cabeza, para entender a qué se refiere.

—No tienes que apurarte en elegir entre un camino u otro. Aún eres joven —se explica—. Puedes seguir preparándote para lo mismo de siempre y, mientras tanto, yo puedo enseñarte sobre esta vocación tan apasionante.

Mis ojos se agrandan.

—¿Lo harás?

—¡Claro! Hasta que estés seguro de lo que realmente quieres. Será un placer para mí.

Me levanto y lo abrazo. Él me rodea con una mano y con la otra acaricia mi cabeza.

—Eres un buen chico, ¿sabes?

Al oírlo me invade un sentimiento de culpa.

Recuerdo la vez en éste mismo lugar, cuando le hice creer que Brenda y yo nos llevamos de maravilla.

Eric confía en mí. Me ha ayudado muchísimo y yo...

—Brenda no piensa lo mismo —suelto, porque no quiero seguir engañándolo—. No nos llevamos bien...

Él se muestra un poco confundido.

—Eso es muy raro. Ella no es de tener problemas con la gente.

—Bueno, probablemente yo haya puesto un poco de mi parte para que eso suceda... —mi pecho se aprieta antes de revelar lo siguiente—. Yo fui quien peleó con ella el primer día de clases.

Se sorprende por mi confesión. Tanto que se sienta de nuevo en la silla que tiene detrás.

—No entiendo... ¿Cómo es posible? —se muestra un tanto afligido.

—A decir verdad, ni yo mismo lo entiendo. Ese día, Brenda llegó de la nada, se abalanzó sobre mí y empezó a golpearme y gritar que yo había lastimado a su hermana —le explico.

Él escucha atento cada palabra.

—Pero juro que eso no es así —me apresuro en aclarar—. No tengo idea de por qué lo habrá pensado.

—¿Y no se lo preguntaste? —no parece molesto por mi confesión, sino excesivamente extrañado.

—No, no lo hice. Fui un imbécil. Respondí al ataque echándola al piso para detenerla —me agarro del rostro con vergüenza.

Él frunce el ceño.

—Y luego todo pasó muy rápido —continúo—. Nos enviaron a la dirección y desde ese día no hemos dejado de pelear.

—Me sorprende de ti, Lucas.

—Lo sé. Lo siento.

Piensa un instante, antes de continuar.

—Me extraña también que Brenda se haya comportado así. Voy a hablar con ella.

—¡No! No lo hagas, por favor —solicito con apuro—. Si se entera de que hablé contigo sobre esto me odiará aún más.

Mi reacción le agrada.

—¿Y eso te preocupa? —pregunta con una mirada cómplice.

Miro mis manos y medito sobre ello un momento.

Sí, claro que me importa. Pero no podría admitirlo en voz alta.

Se conmueve por mi expresión de arrepentimiento y sonríe.

—Tal vez sólo deban conversar y darse una oportunidad de ser amigos.

Ser su amigo no es exactamente lo que me pasa por la cabeza desde el sábado.

—No creo que eso pueda ser posible.

A él no parece satisfacerle mi respuesta.

Demonios, no quiero decepcionar a Eric también.

—De todos modos, la cuidaré por ti —le aseguro.

—Bueno, con eso me contento por ahora —me abraza y me acompaña hasta la salida—. Gracias por sincerarte conmigo.

Esa noche, miro el techo durante al menos una hora antes de dormir, rememorando el incidente del primer día de clases. La conversación con Eric no deja de dar vueltas en mi cabeza.

"¿Y no se lo preguntaste?"

Su interrogante me hace percatarme de que en realidad nunca tuve una conversación con Brenda al respecto. Y, obviamente, no se lo podría preguntar más.

Entonces recuerdo que días después en el Bar Polzoni, ella acusó a Bruno de haberse hecho pasar por mí. Y él lo negó al instante.

Pero... ¿Será verdad?

Si lo fuera, eso explicaría por qué ella se comportó así conmigo antes.

Lo más seguro es volver a preguntárselo a Bruno. Por lo que, al día siguiente, lo encaro en la clase de deportes.

—Oye. ¿Recuerdas que Brenda me atacó el primer día de clases? —empiezo mientras esperamos a que otro grupo de compañeros termine de usar la pelota.

—Sí. ¿Qué hay con eso?

Se muestra extrañado por mi pregunta.

—Ella dijo luego algo sobre que tú usaste mi nombre y por eso se confundió. ¿Es verdad? —hago la pregunta sin rodeos porque enseguida tendremos que entrar al juego de fútbol.

Él se encoje de hombros.

—Bueno, sí —admite—. No es gran cosa.

No puedo evitar fruncir el ceño.

—¿Por qué lo hiciste?

Bruno no me mira a la cara antes de continuar.

—En esos días conocí a su hermana en el bar y me pareció muy linda. No quise decirle mi nombre porque no sabía si iba a funcionar.

—¿Entonces le dijiste el mío? —levanto una ceja.

—¿Cuál es el problema? ¿Cómo mierda iba a saber yo que luego la iba a encontrar en el colegio? —pregunta él, poniéndose a la defensiva—. ¡Y que encima la loca de Brenda iba a montar ese escándalo!

—Lo que no entiendo es por qué no me dijiste la verdad en ese momento —insisto.

Él se queda sin palabras por unos segundos. Luego arruga la frente.

—¡Estás siendo dramático! —se queja— ¡Ni las chicas me reclaman de esa manera!

El profesor me saca la oportunidad de replicar, porque nos hace señas para que entremos al campo. Bruno coloca una mano en mi hombro, mucho más calmado ahora.

—Lucas. Ya pasó —me tranquiliza—. Es una tontería.

Entonces se retira a prisa a ubicarse en la portería.

Antes de ingresar detrás de él, mis ojos se fijan en Brenda, quien está a un lado haciendo estiramiento entre las demás compañeras.

Al menos ahora ya me cierran mejor algunas cosas con respecto a ella.

Conocer la verdad de lo sucedido el primer día de clases, sumado a la confesión que le hice a Eric, me hace sentir liberado al día siguiente.

Además, saber que podré aprender con él sobre lo que me gusta sin dejar de lado lo que quiere mi padre, hace que me esfuerce aún más en la pasantía. Ya que podré hacer las dos cosas, voy a poner mi mayor empeño en hacerlas bien.

Papá y tío Patrick tuvieron que salir, así que Sam y yo estamos a solas en su oficina, trabajando en los expedientes de un caso.

Ella se pone de pie, de repente.

—Iré a traer café. ¿Quieres?

—Sí, gracias —contesto, sin despegar el ojo de la pantalla y la siento salir enseguida.

Continúo escribiendo con rapidez. Ya sólo me faltan unas páginas, por lo que no me llevará más de media hora.

Me encuentro en el último párrafo cuando escucho unos gritos en el pasillo.

Dejo todo como está y salgo de la oficina en menos de un segundo.

Samantha sostiene una bandeja con dos tazas vacías, el contenido de las mismas dibuja un gran círculo café en la blusa blanca de Brenda, quién está a un paso de ella. Esteban, ubicado entre ambas, sostiene el brazo de Sam, quien al verme llegar se pone a gritar más fuerte.

—¡Suéltame! ¡Me estás haciendo daño!

Sin dudar me meto entre ambos, separándolos y tomando al sujeto del cuello de la camisa. Lo arrimo contra la pared con violencia.

Ya tuve suficiente de este tipo.

—No vuelvas a tocarla en tu vida —lo amenazo.

Él me mira con asombro. A pesar de ser más alto que yo, estoy seguro de que le daría una paliza. Y no me faltan ganas de hacerlo ahora.

—No me toques tú a mí, pendejo —replica él, ofuscado.

Gloria aparece por el pasillo en ese momento.

—¡Lucas! ¡Déjalo! —exclama, al encontrarse con semejante escena. Lo suelto con rabia— ¿Qué es lo que pasó aquí?

Los cuatro nos quedamos en silencio.

Yo no tengo idea de qué ocurrió. Brenda, evidentemente se rehúsa a responder. Esteban me mira con rencor y Sam es la que toma la palabra.

—El café se me cayó sobre Brenda, sin querer —hace énfasis en esa aclaración— y ella se enojó mucho.

—Porque lo hiciste apropósito —se defiende Brenda, ya no la deja seguir hablando—. Entonces Esteban intervino y ella se hizo de la víctima para que este tonto lo ataque —me señala con la mano y se cruza de brazos.

—¡Él me agredió sin motivo! —intenta echarme la culpa el estúpido gestor.

—Ya es suficiente —Gloria nos detiene—. Lucas, acompaña a Brenda a limpiarse la ropa. Esteban, vuelve al trabajo. Y, Samantha, friega el desastre que hiciste —señala el suelo lleno del líquido.

Sam le lanza una mirada ofendida. Odia hacer trabajos de limpieza.

Esteban se retira y yo sigo a Brenda hasta el baño de funcionarios.

Ingreso detrás de ella y, con el pie, empujo la puerta a mis espaldas.

Abre la canilla y comienza a mojar su blusa para sacar la mancha. La observo reflejada en el espejo.

Encontrarme a solas con ella hace que revivan todos esos malditos sentimientos que estuve intentando aplacar desde la fiesta.

Me fijo en su cintura y me provoca rodearla con mis brazos.

—Lo hizo adrede —afirma ella, de pronto.

Lo sé. Conozco a Sam lo suficiente.

—Sólo está celosa —exteriorizo.

Ella se detiene, de golpe. Levanta su mirada y la encuentra con la mía en el reflejo.

—¿De mí? —cuestiona— ¿Por qué?

—Por mí —confieso. No tiene sentido ocultarlo, y me intriga ver su reacción.

Ella desvía la mirada al instante.

—¡Ja! ¡Como si yo fuera a mirarte! —suelta un bufido—. Ni aunque fueras el último chico del mundo.

Ahora friega con mayor intensidad la tela.

Me acerco un paso más, hasta dejar mi cuerpo casi tocando el suyo. Ubico las manos a cada lado de ella, sobre la mesada de mármol, dejándola prisionera.

—¿Estás segura? —intento sonar confiado.

Me muero de miedo de que me rechace.

Su voz me demuestra que la invadieron los nervios.

—Puedo sola, Urriaga. ¡Lárgate de aquí!

Ni siquiera levanta la vista para verme. Se ha quedado tiesa.

—Oblígame —susurro en su oído, rozándole lentamente la piel con mi boca.

Ella voltea, rabiosa e intenta darme una cachetada. Entonces, con mi mano izquierda sujeto su muñeca en el aire. Ahora está de frente, con su cuerpo casi pegado al mío y sus preciosos ojos mirándome directamente. Instintivamente, me fijo en sus labios.

—Suéltame... —finge un forcejeo. En realidad, yo no estoy tomándola con fuerza.

Entonces sí estiro su brazo, haciendo un esfuerzo por acercarla más a mí, y ella se deja llevar.

Bajo la cabeza para acercarme a su boca.

Su respiración se agita, casi como el sábado.

Con mi otra mano acaricio su cintura, y saboreo durante unos segundos esa sensación que te da el momento previo a un beso.

Me cuesta demasiado contener esta atracción que me hipnotiza. Los ojos de ella están bien abiertos. Luce desconcertada. Me da la impresión de que no sabe si moverse hacia atrás o hacia adelante.

¿Tendrá las mismas ganas que tengo yo de volver a juntar nuestros labios?

Y estoy a punto de besarla, no me falta ni un centímetro. Cuando siento su mano libre aferrarse a mi hombro.

—De...ten...te... —me ruega en un murmullo, como si ella misma no fuera capaz de contenerse y necesitara que yo lo haga.

Entonces recupero la cordura y no se me ocurre una mejor solución que soplar repentinamente sobre su boca, fingiendo que la estaba molestando.

Me echo hacia atrás, riendo nerviosamente y ella frunce el ceño.

—Eres un imbécil —se queja, con la rabia comenzando a asomar a su rostro. Sus cachetes aún están colorados y se cubre el pecho mojado con la mano que acabo de soltar.

—Y tú eres preciosa.

Nunca antes había contraatacado con un halago. Ella se sobresalta un poco y se queda con la boca abierta. Sin saber qué contestar.

Le muestro una sonrisa ladina y se vuelve a molestar.

—Ya vete de aquí —me ordena, volteando de nuevo y, ésta vez, la obedezco.

Esta necesidad que tengo de ella se está empezando a salir de control.

Días después, todavía me pregunto qué hubiera pasado si la besaba esa tarde.

Necesito ocupar mi mente en otra cosa.

Por suerte, mi mejor amigo viene con la solución ideal, en el recreo.

—No hagas planes para el viernes de noche —dispone—. Necesito que me acompañes a una cita doble.

Bufo.

—¿Tienes miedo de una chica? —me burlo.

—¡Claro que no! —se defiende enseguida—. Es ella la que me pidió llevar a alguien y que yo lleve un amigo.

Me encojo de hombros.

—Por mí está bien.

Tal vez si conozco a otra persona pueda sacarme a Brenda de la cabeza.

O al menos eso pienso hasta que, el viernes de noche, Bruno me busca de casa y me lleva, nada más y nada menos que a la casa de Eric.

—Tiene que ser una broma —exclamo cuando nos detenemos delante de la entrada, que ya conozco bien. Bruno pone el freno de mano y yo no puedo ocultar mi sorpresa—. Dime que no estás saliendo con Stacy Allen.

Es la única opción que queda, siendo que Brenda lo detesta.

Por favor no. Por favor no.

Bruno se echa a reír.

—Está buenísima —ladea la cabeza.

Me cubro el rostro con las manos.

Esto es un desastre. Uno que no vi venir.

—¿Tienes idea del escándalo que va a armar su hermana cuando lo sepa? —le pregunto, al tiempo en que caminamos desde la reja hasta la puerta de entrada.

—¿Crees que me importa? —Bruno hace sonar el timbre—. Además, no tiene por qué enterarse.

No, claro que no.

Excepto porque es Brenda misma quien abre la puerta. Stacy está a su lado y saluda a Bruno con euforia.

Yo, mientras tanto, me preparo para ver arder el mundo.

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