14. Memorias de una dulce venganza
Estoy seguro de que llevo más de una hora sentado aquí, con las manos amarradas a la silla y los ojos completamente cubiertos. Ya he perdido la noción del tiempo y las ganas de seguir procurando zafarme.
Mis vanos intentos por liberarme sólo han logrado que el nudo se aferre aún más y sea imposible soltarlo.
Demonios.
¿Quién le habrá enseñado a hacer un nudo tan fuerte?
Sólo me queda seguir esperando a que la música se apague para que puedan escucharse los ruidos que ya me he cansado de hacer. Estoy a punto de quedarme dormido cuando por fin llega la calma.
—¡Francis! —elevo la voz.
Espero que no estén lo suficientemente borrachos como para no oírme.
Me responde el silencio.
—¡Bruno! ¡Vanesa! ¡Alguien! —grito con más ánimos, pero nada.
Maldita sea.
Al cabo de muchos intentos, al fin escucho abrirse la puerta del sótano.
—¿Quién está ahí? —pregunta la voz de Francis.
Los sonidos de la perilla me indican que ha intentado prender las luces, pero yo sé que no funcionan.
—Soy yo. Lucas —contesto, avergonzado pero aliviado de poder salir de aquí—. Necesito que traigas un cuchillo y ropa.
Suelta una risa desenfrenada.
—¿Qué demonios estás haciendo allí desnudo? —evidentemente, su voz atrae a los demás dentro de la habitación.
—¿Desnudo? —pregunta Bruno entre risas.
—Y atado —agrega el pelirrojo.
Las risas se extienden. Aparentemente aún quedan algunas personas, las cuales comienzan a bajar por las escaleras.
Genial. ¡Qué vergüenza!
—Lucas, ¿estás bien? —pregunta Vanesa. Su voz se oye cada vez más cercana—. ¿Te ocurrió algo?
—Estoy bien, necesito salir de aquí —insisto.
Entonces Bruno me saca de un tirón la venda de los ojos y la luz de su celular me da en la cara, haciéndome arrugar la frente.
—Éste espectáculo tiene que tener una explicación razonable —comenta, mientras el resto ríe.
—Si alguien se atreve a tomarme una foto, lo lamentará hasta el último día de su vida —amenazo, al notar que ya hay más haces de luz apuntándome directamente.
—¡Chicos! Dejen de molestarlo —me defiende Vane—. No es gracioso.
Claro que no lo es.
Entonces mi mejor amigo saca su navaja del bolsillo y corta la cuerda.
Francis baja en ese momento. Me acerca sus ropas y unos zapatos. Me visto aprisa, porque ya tuve suficiente de este bochorno.
Le saco a Bruno el celular de la mano y alumbro el suelo a mi alrededor.
Ella se ha llevado mi ropa, mi celular y mi billetera. Afortunadamente, ubico a un lado mis documentos de identidad.
Menos mal.
Todos me siguen afuera del sótano. La luz me quema los ojos después de haber estado tanto tiempo en total oscuridad.
—Entonces, ¿qué ocurrió? —pregunta mi amiga.
Pienso bien en qué decirles. Y lo resumo en que una chica me escribía mensajes y me trajo aquí con la intención de robar mis cosas.
Por supuesto que mis amigos ignoran la mirada preocupada de Vanesa y me hacen burlas interminables al respecto. Buscan alargar más la fiesta con la intención de enterarse de cada detalle, pero me niego y me retiro a casa.
Sé que nunca se olvidarán del todo de esta humillación, pero ya no puedo hacer nada al respecto. Tampoco es eso lo que invade mi cabeza esta noche.
Todos mis pensamientos giran en torno a Brenda.
Después de que Bruno le confesara que fuimos nosotros los culpables de lo que le ocurrió a su vestido, estuve esperando atento a que haga su siguiente movimiento en mi contra. Tal vez fue por eso que, desde el momento en que me llegó el primer mensaje, desconfié de inmediato.
Tuve un poco de dudas al principio. Sin embargo, enseguida noté que cuidaba demasiado cada palabra que plasmaba. Intentaba ser lanzada, pero se notaba forzado.
Además, las chicas con intención de seducir no perderían oportunidad de enviar una foto, y salir enseguida del anonimato. Pero ella no.
Por eso, cuando la invité a venir a la fiesta pensé que se negaría con alguna excusa, para que no la descubriera. Y cuando aceptó, no supe qué esperar. No tenía idea de qué estaba planeando. Sabía que se trataba de una venganza, pero la curiosidad fue más fuerte. Y, aún con dudas, hice lo que me pidió para descubrir sus planes.
Pero jamás me imaginé, ni remotamente, lo que ocurriría esta noche.
Aún siento el aroma frutal de su perfume, o su shampoo.
No sé qué sea, pero me cautiva.
Y entonces me dejó allí casi desnudo, con todas las ganas del mundo de volver a probar su boca y sentirla de nuevo en mis brazos.
Recordándome que todo había sido parte de su venganza.
Qué venganza más dulce la suya.
Y dio resultado. Especialmente porque ahora me siento como un idiota.
Un estúpido que no deja de pensar en ella.
—Urriag... ...lee... ...poema... ...ahor... —la voz de la profesora transita por mis oídos como algo lejano, inentendible.
A pesar de haber llamado mi nombre, sigo con la mirada clavada en mi bolígrafo azul, como si fuera la cosa más interesante del planeta. Mi mente está perdida en esa noche que casi me hace enloquecer, dos días atrás.
—¡Urriaga! —exclama de nuevo ella, ahora sí levanto la cabeza en su dirección—. Le estoy diciendo que proceda a leer el poema, ahora mismo.
Parece molesta por mi distracción.
—Claro —me pongo de pie al instante y tomo el poemario. Empiezo a recitar lo primero que encuentro. —"Recordarás aquella quebrada caprichosa, a donde los aromas palpitantes treparon, de cuan..."— la mujer me interrumpe enseguida.
—Ése es el soneto cuarto —me mira con molestia—. Ya estamos en el noveno.
—Lo sé —me apresuro a pasar las páginas, buscando la correcta—. Yo sólo... quería asegurarme de que usted me estuviera prestando atención.
Todos alrededor sueltan carcajadas. La mujer me mira con una ceja levantada y una mueca de hartazgo.
A pesar de que la materia de literatura es una de mis favoritas, ésta profesora me tiene entre ceja y ceja. Todo porque el año pasado a Bruno se le ocurrió llenar el basurero de papeles y prenderle fuego en plena clase.
Fue una escena bastante graciosa en verdad, ver a la profesora saltando para apagar las llamas. Pero nos dejó a los dos con un pie afuera del colegio.
Así que no puedo arriesgarme a volver a quedar mal delante de ella.
Para librarme de su rabia, Sam se ofrece a leer el poema y la profesora acepta, a regañadientes.
Me siento de nuevo, exhalando un suspiro.
—¿Estás estúpido hoy? —me pregunta Bruno, ubicado a mi lado—. Yo también te estuve hablando hace un rato y me ignoraste.
Coloco mis codos sobre el pupitre y me sostengo las mejillas.
—Sólo tengo algo metido en la cabeza —me excuso.
En realidad, no es "algo", sino "alguien".
¿Qué me estás haciendo, Brenda?
Evito mirarla, porque ella no sabe que yo sé que se trataba de ella.
En el colegio es más fácil ignorarla. Ella va por su lado y yo por el mío. En la pasantía, sin embargo, me resulta un poco más complicado. Especialmente porque apenas termino de subir las escaleras que llevan al estudio jurídico, la veo salir del ascensor en dirección a la entrada.
Me coloco delante de la puerta de ingreso principal y no puedo contener el impulso de voltear y bloquearle el paso.
Se detiene a unos centímetros de mí y entrecierra los ojos con molestia.
Sonrío de lado, porque hacerla enojar me fascina. Y ella se muerde el labio con rabia.
—¿Podrías salir? —Pregunta con fingida amabilidad—. Estoy llegando tarde y yo no soy la hija del jefe.
Es gracioso que piense que eso me da algo de ventaja. En especial después de lo mucho que mi padre se enojó el día en que llegué una hora tarde, por estar comprando el vestido para reponerle el que se había arruinado.
Involuntariamente, me aproximo un poco más y me doy cuenta de que tenerla tan cerca me supera. Genera en mí un sentimiento que desconozco.
Me hago a un lado sin pensar demasiado. Con temor de hacer algo de lo que pueda arrepentirme.
Me están abrumando las ganas de sentir su calor.
Ella cruza con rapidez, chocando su hombro contra el mío en señal de disgusto.
Lo primero que hago al entrar es lavarme la cara y tomar un vaso de agua fría.
Tengo que mantener mi distancia. Ella, evidentemente, no quiere saber nada. Y yo no sería tan estúpido de demostrarle lo que está despertando en mí.
¿Darle una razón más para que sienta que está ganando?
Jamás.
Gracias al cielo, papá me asigna varios trabajos, lo cual mantiene mi mente ocupada porque tengo que cuidar cada mínimo detalle. Cuando se trata de él, no se puede dar lugar a los errores.
Por supuesto que, a pesar de ello, debo ver a Brenda en el colegio en las mañanas. Pero aprendo a evitarla. Siempre que no vuelva a quedarme a solas con ella, no caigo en el riesgo de abalanzarme a su boca como un demente.
Después de haber trabajado los últimos días en esos malditos papeles, se los entrego a mi padre y me retiro a la oficina de Gloria. Es justo que tenga un descanso y, para hacerlo, decido salir de su vista. Si me viera sin hacer nada, de seguro me asignaría un nuevo expediente.
Me dejo caer en la silla delante del escritorio de Gloria y ella me recibe con alegría.
—Si mi padre entra, dile que estoy ayudándote con algo —le pido, al tiempo en que coloco mi notebook sobre la mesa.
Ella se limita a sonreír, pero estoy seguro que me cubrirá, igual que siempre.
Entonces comienzo a trabajar en un cronograma para los próximos conciertos. Eric me pidió que le haga una lista de los sábados que tendremos disponibles para hacer las presentaciones en el bar. De esa manera, él podrá organizarse respecto a los otros grupos con los que trabaja.
Ya estoy arreglando algunos detalles, cuando alguien llama a la puerta y Gloria le permite el paso.
Como estoy de espaldas a la entrada, no me doy cuenta de que es ella hasta que la veo ubicarse a mi lado y estirar la mano por encima del escritorio, para alcanzarle unos papeles. Evito mirarla, pero por el rabillo del ojo distingo su clara cabellera castaña.
—Ya está todo listo —saluda. Su dulce voz hace que una descarga recorra mi espalda. Principalmente porque las veces que se dirige a mí, su manera de hablar es seca y cruda.
Su mano izquierda se apoya sobre la mesa, muy cerca de la mía y contengo el impulso de rozar su piel.
Diablos. Creí que después de unos días se me pasaría esta maldita sensación.
Gloria le agradece y se toma unos minutos para leer el documento. Brenda se queda allí, esperando atenta su opinión.
Miro su mano y corro ligeramente la mía para acercarla un poco más, sin animarme a arrimarla del todo.
Parezco un idiota.
—Está muy bien —por fin Gloria da su veredicto—. ¿Lo hiciste tú sola?
Brenda sonríe y asiente. Yo no puedo dejar de observarla de reojo.
—Esteban me ayudó con algunos términos jurídicos.
Genial, sólo de oír el nombre de ese tipo sentí una punzada. No me reconozco.
—Si quieres, yo podría llevar una copia al Sr. Urriaga para su firma —se ofrece ella.
—Me harías un gran favor —le agradece Gloria.
Ella sonríe de vuelta.
Hasta su sonrisa provoca algo en mí.
Aunque intento, no puedo volver a concentrarme en lo que estaba haciendo. Necesito que se vaya de aquí.
—Sería un plac...—comienza a decir de nuevo, y yo me pongo de pie de golpe.
—Ya vete, Allen. ¿Quieres?
Ella mueve la cabeza hacia mí, sorprendida por mi atrevimiento.
Ni siquiera yo esperaba comportarme con tanta rudeza, pero me urge tenerla lejos.
Me lanza la mirada de desprecio de siempre, toma los papeles y se retira sin decir nada.
Ocupo de nuevo mi silla y agacho la cabeza sobre la notebook, ignorando la cara de reproche de Gloria.
—Brenda es muy profesional —apunta, al cabo de unos segundos—. Podría haberte enviado al diablo como merecías, pero se contuvo.
—Lo sé.
Ella repiquetea los dedos sobre la madera, antes de continuar.
—¿Por qué hiciste eso, mi niño? —me reclama con un dejo de dulzura en la voz. Es imposible para ella hablarme con disgusto.
—Sabes que nos llevamos pésimo...
—Tengo mis dudas sobre eso —insinúa.
Me mantengo en silencio. Sigo tecleando cualquier cosa, para que parezca que ni siquiera la estoy escuchando.
—Nadie le obsequia un vestido a una chica a la que no soporta... —suelta para llamar mi atención.
—Shhh, te dije que no hables de eso —esta vez sí levanto la vista hacia ella, que se echa a reír.
—Todavía me siento culpable por haber tenido que adjudicarme tu regalo —se cruza de brazos, fingiendo enfado—. Sería mejor que tú mismo se lo hubieras entregado.
Sí, claro. Brenda me lo habría arrojado a la cara.
Yo había pensado dejarle el vestido en su casillero o algo por el estilo, y me vino de maravilla que al llegar a la oficina Gloria me haya comentado que Brenda le pidió ayuda al respecto.
El interno suena en ese momento y ella contesta, conversa brevemente con la persona antes de colgar de nuevo.
—Es tu padre, te necesita en su oficina —anuncia.
Me dirijo cuanto antes. Papá y tío Patrick están trabajando muy concentrados.
—Papá, ¿querías verme? —le consulto al ingresar.
—Estuve llamando a tu celular y está apagado —me responde.
Llevo las manos a los bolsillos.
—Es que se me extravió. Necesito comprar otro.
Levanta una ceja, como si mi irresponsabilidad no le sorprendiera en absoluto.
—¿Cómo y cuándo ocurrió eso? —junta sus dos manos sin sacarme la mirada de encima.
Miro de reojo a mi padrino, esperando alguna ayuda de su parte. Como no parece querer colaborar, prosigo.
—Lo perdí el sábado en una fiesta.
Evito decirle que también se fue con éste mi tarjeta de crédito. Igual estoy seguro de que Brenda no va a darle ningún uso.
Su mirada se vuelve dura, como si estuviera a punto de echarme un sermón.
Tío Patrick suelta una carcajada.
—¿Te emborrachaste en esa fiesta? —me pregunta con simpatía.
Papá le lanza una mirada recriminatoria.
—No me causa gracia, Patrick. Lo único que le falta es convertirse en un borracho.
Suelto un suspiro.
—Sólo es un chico, Anthony. No seas tan duro con él —afortunadamente, el comentario de mi padrino hizo que se aligerara el ambiente. Entonces prefiero que se queden con esa versión de la historia.
—Como sea, necesito uno nuevo —insisto.
—Entonces, deberías comenzar a ahorrar —sugiere mi padre, con una sonrisa desafiante.
Le dirijo a tío Patrick una mirada de súplica. Él ríe y baja la cabeza, sin saber qué hacer conmigo.
—Yo te regalaré uno —asegura, pero al notar la mirada de enojo que papá le lanza, agrega —pero tendrás que esperar hasta tu cumpleaños.
Genial, un mes más sin celular. Gracias, Brenda.
Salgo de ahí con la montaña de papeles que me dieron para terminar, en parte como castigo.
Los dejo todos sobre la mesa de la oficina de Gloria.
—Mi padre está molesto conmigo —le explico, al ver su cara de sorpresa por tanto papeleo.
—Eso no es nada nuevo —ella ríe.
Me dedico a leer, pero es tan aburrido que me detengo en la mitad.
—Me doy por vencido —le digo a Gloria—. Esto es lo más tedioso del mundo.
Ella mueve la vista de su manuscrito y se levanta los lentes de lectura.
—Si le diera ese trabajo a Brenda, estaría muy complacida.
—¿Otra vez con ella? —Me quejo—. ¿Qué tiene que ver en todo esto?
—No sólo ella, Samantha también —aclara—. Cualquiera de las dos estaría encantada de tener tantos documentos que procesar. ¿Sabes por qué?
Levanto una ceja. Sospecho que va a darme la respuesta antes de que yo lo haga.
—Porque eso es lo que pasa cuando te dedicas a la profesión que amas —concluye.
Bajo la vista de nuevo al documento que está entre mis manos.
¿A qué se refiere?
Ella parece entender mi indecisión.
—Mi niño —comienza—. Déjame preguntarte una cosa. ¿Es realmente esto lo que quieres hacer el resto de tu vida?
Su pregunta me deja en jaque. Y Gloria me conoce demasiado bien. Tal vez es algo que lleva pensando desde hace un tiempo, pero no se había animado a decirlo antes.
La miro durante unos segundos.
Esta carrera es la que voy a seguir. Es para lo que me estuve preparando siempre, desde chico. Cuando papá me traía durante jornadas enteras porque no tenía con quién dejarme en casa.
Desde que tengo memoria llevo familiarizándome con todos los términos jurídicos, las leyes y procedimientos a seguir en este ámbito. Siempre me he imaginado ese futuro que fueron tejiendo para mí.
Sin embargo, nunca antes me había preguntado si es realmente el camino que quiero seguir.
Gloria se da cuenta de que su pregunta ocasionó algo en mi interior, así que rompe el silencio.
—No tienes que responderme, Lucas. Sólo quiero que pienses en ello, ¿sí?
Asiento.
Ella toma los papeles de mis manos y comienza a ordenarlos.
—Déjame a mí ocuparme de esto —solicita con ternura—. Puedes irte, no te preocupes por tu padre.
Le sonrío. Pero ahora siento un extraño vacío.
Lo más llamativo es que es un vacío que siempre estuvo allí. Y lo había estado ignorando.
Guardo mis cosas y me retiro.
Al salir al pasillo me fijo en las personas que están apostadas en cada cubículo de los costados. Algunos pasan a prisa por mi lado. Otros se mueven con más calma. Y unos más, están quietos delante de sus ordenadores. Pero todos, absolutamente todos, parecen sentirse bien estando allí.
No sólo a gusto, plenos. Como si no quisieran estar en otro lugar.
Entonces por fin soy consciente de una cosa...
A mí no me pasa eso.
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Ustedes saben que no les podíamos dejar sin su capítulo del jueves 😎
¡Esperamos que lo hayan disfrutado!
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