12. Nada es lo que parece
—Tadeo, ya va a empezar el ensayo final —le recuerdo a mi amigo, quien se encuentra apostado en las gradas del campo de fútbol.
—Dame un minuto, Brenda. Ya va a salir —suplica.
En eso veo ingresar al campo a un chico fornido, asiste a su misma clase y sé que es uno de los más populares de quinto. Se dirige hacia donde están las porristas y comienza a coquetear con una de ellas.
Tadeo lanza un suspiro.
—Vamos —se pone de pie, frustrado.
Me ubico a su lado y caminamos en dirección al teatro, no puedo evitar soltar una risita.
—¿Cómo puede gustarte alguien que se pasa haciéndote bullying? —le recrimino.
Sé bien que ese es uno de los chicos que siempre se burla de Tadeo, sólo porque él es amable y sensible.
—El problema no es que me haga bullying, sino que le gusten las chicas —susurra. Baja mucho la voz cada vez que me habla de chicos, ya que aparte de mí, nadie conoce sus preferencias—. Además, ¿qué me vas a decir tú? —asoma a su rostro una risa burlona—. He visto la manera en que miras a Lucas Urria...—me abalanzo sobre él y cubro su boca con mis manos.
—No vuelvas a decir algo así —lo reprocho. Él se retuerce en carcajadas—. Sabes que no lo soporto.
Las mejillas me están empezando a arder.
Él se encoje de hombros, pero está claro que no me cree.
Cuando llegamos al teatro, no se ve a los demás miembros del club sobre el escenario. Bordeamos el sitio y nos dirigimos atrás.
Encontramos a todos metidos en la piecita donde se guarda el vestuario y la utilería. Reina un silencio extraño y el ambiente se siente pesado.
Tadeo ingresa antes que yo y, al instante, voltea a verme con expresión asombrada.
—No puede ser —lo oigo mascullar.
Me abro paso a su costado.
El grupo entero me está mirando con desconcierto. Alba, nuestra líder, sostiene entre sus manos un manojo inentendible de telas rosadas. Cuando me acerco, levanta la mirada hacia mí. Veo dolor y frustración en ella.
Entonces me fijo bien en el desastre que sostienen sus manos y lo entiendo.
Es mi vestido.
O, al menos, lo que queda de él.
Le arranco las telas de las manos y comienzo a revisar entre ellas para entender qué demonios pudo haber pasado.
Tiene cortes por todos lados, tantos, que el vestido está irreconocible. No habrá forma de componerlo de vuelta.
—¿Quién pudo hacer algo así? —me pregunta Alba.
Una rabia extrema empieza a surgir en mi pecho.
—Pudo haber sido cualquiera —comienza a decir mi compañera de sexto—. Brenda no le cae bien a nadie en mi curso.
No, cualquiera no. Creo saber quién fue.
Aprieto los puños con tanta fuerza que mis uñas comienzan a clavarse en mi carne.
—No se preocupen, voy a arreglar esto —aseguro.
—La obra es mañana —me recuerda uno de los chicos de cuarto año.
Me retiro de ahí sin decir nada más. Dando grandes pasos, histérica.
Tadeo me sigue en silencio, mientras camino por los pasillos que llevan al exterior.
Lo veo a unos metros. Está con su grupo de amigos idiotas, como siempre.
—Brenda... ¿qué vas a hacer? —me pregunta Tadeo al notar que me estoy dirigiendo hacia ellos.
Ignoro su pregunta. Ni siquiera yo tengo idea de qué haré. Sólo sé que debo controlarme para no matar a Urriaga en medio del colegio.
A pesar de lo molesta que estoy, esta vez no lo voy a atacar sin estar segura.
Le doy dos toques a su hombro y él voltea en mi dirección.
—Pulga —saluda dubitativo.
—¿Tú rompiste mi vestido? —pregunto sin rodeos, mirándolo directamente a los ojos.
Sus párpados se levantan en asombro, pero no deja de verme también.
—Sí, nosotros lo hicimos —el que habla es Bruno. Se acomoda a un lado de Lucas y recuesta el codo sobre su hombro—. ¿Algún problema, Allen?
No desvío la mirada hacia él. Sigo con la vista clavada en los ojos de Lucas.
Estoy esperando su respuesta.
Ahora ya sé que fueron ambos, pero necesito entender por qué.
¿Acaso me odia tanto?
Lucas no dice ni una sola palabra. Se queda allí, tieso.
—Te lo merecías, por lo que nos hiciste en el examen —cuando Bruno habla de nuevo sí giro la cabeza en su dirección. Me está mirando con una sonrisa arrogante.
—Brenda, sólo vámonos... —Tadeo toma mi mano con cuidado. Tiene miedo de que yo pueda explotar en cualquier momento.
Permito que me guíe hacia otro lado. Necesito alejarme de ahí cuanto antes.
Caminamos un buen rato por los lugares más solitarios del colegio. No quiero cruzarme con nadie mientras trato de controlar mi ira.
¿Cómo pude pensar en algún momento que podía llevarme bien con Lucas?
Me siento en un banco de piedra y agacho la cabeza sobre mis rodillas. Mis dedos se mezclan entre mis cabellos y hago mi mayor esfuerzo por lograr que mi rabia no se transforme en dolor.
Pero es inevitable.
Lo peor de todo, es que mi angustia no sólo tiene que ver con el hecho de que se haya arruinado la primera obra que iba a protagonizar en el año. Mi tristeza va más allá de eso.
Mis ojos amenazan con escocer. Me abrazo las rodillas para calmar el dolor que me aprieta todo el cuerpo. No puedo dejar que este sentimiento me invada, tengo que volver a transformarlo en rabia.
—Detesto a Lucas Urriaga —susurro.
Tadeo coloca una mano en mi hombro.
—Lo odio —insisto, haciendo un esfuerzo por que no se me trabe la voz.
Necesito convencerme. Tengo que odiarlo, para dejar de sentirme mal por lo que me hizo.
—Me parece a mí que tenemos que enfocarnos en reparar el vestido —mi amigo aconseja en voz baja, mientras acaricia mi cabello.
No tengo idea de qué voy a hacer para arreglar ese problema, pero tampoco pienso en eso ahora.
Tengo que cobrarle a Lucas todo esto que estoy sintiendo.
—Voy a hacerle lo peor que se le pueda hacer a un hombre —levanto la cabeza, segura.
—¿Qué? —pregunta mi amigo.
Volteo mi vista a él. Me siento ya más tranquila.
—Dímelo tú —sugiero. Él me devuelve una mirada dudosa —. Tú eres hombre, debes saber qué es lo peor que se le puede hacer a uno —expongo.
Lanza una carcajada, se lleva una mano al mentón y piensa por unos instantes.
—No hay forma —asevera al fin —. No podrás.
—¿Por qué no? —le devuelvo una mirada molesta.
No hay nada que no pueda hacer si me lo propongo.
Él se encoje de hombros.
—Porque lo peor que le puede hacer una chica a un hombre, es dejarlo con las "ganas" —se explica —. Y Lucas te detesta, no conseguirás eso con él.
Mi pecho se desinfla. Tadeo tiene razón.
Yo nunca voy a lograr que Lucas me desee.
Entonces, una nueva idea cruza por mi mente y esbozo una sonrisa.
—Yo no —aseguro. —Pero una chica misteriosa que le envíe mensajes, tal vez sí.
Mi amigo se sorprende por un segundo, y luego me sonríe tapándose la cara.
—Ay, Brenda. Juro que no estás bien de la cabeza.
Le escribo a Eric para pedirle el número de celular de Lucas. Como mi padrastro habla con él con respecto a temas de su banda, estoy segura de que lo tendrá. Le digo que lo necesito para un trabajo práctico y él me envía el número enseguida. Cuando terminan las clases, me encuentro de nuevo con Tadeo, quien descubrió una aplicación perfecta para enviarle los mensajes anónimos sin que se revele mi propio número.
—Sabes que esto aún no soluciona el problema del vestido, ¿no? —me pregunta Tadeo mientras escribo el primer mensaje dirigido a Lucas.
"Hola, Lucas. Suelo verte cantar en el Bar Polzoni" tecleo.
Giro mi teléfono hacia mi amigo y él lo lee.
—¿Está bien así? —le pregunto.
Tadeo asiente, con una sonrisa pícara.
—¿Estás segura de que caerá? —consulta, al tiempo en que le doy al botón de "enviar".
—Claro que sí, las chicas babean por él en el Bar. Es seguro que más de una le habrá escrito antes —me encojo de hombros para disimular la repentina molestia que me ocasionó pensar en eso.
—¿Y qué hay de su amigo Bruno? Él también tuvo algo que ver con eso —me recuerda.
—Lo sé. Bruno es el máximo idiota —me quejo.
—Y, aun así, no le harás nada a él —insinúa Tadeo.
Me remango la blusa mientras pienso en lo que me dijo.
Tiene razón. Pero, a pesar de eso Bruno me cae tan mal que ni siquiera quiero vengarme de él.
Lo de Lucas es diferente... Dejó una herida en mí.
Y eso no se lo puedo perdonar.
Su respuesta llega en ese momento. Parece interesado.
—Mordió el anzuelo —le digo a Tadeo, con ánimos.
Él se pone de pie.
—Sólo espero que no seas tú la que salga perdiendo con esta broma...
Le lanzo una mirada de reproche, mientras se retira.
Hoy es día de pasantía, así que me dirijo al estudio Urriaga-Burgos al salir del colegio.
Lo primero que hago siempre es marcar mi entrada al llegar. La puntualidad es muy importante para que nos consideren la asistencia en el total de puntos anual.
Voy directo a la oficina de Gloria, la jefa de las secretarias del estudio, y llamo a la puerta.
Es una mujer mayor. Su cabello blanco y corto cae a los costados de su rostro y sus ojos demuestran simpatía cuando me ve ingresar.
—Hola, mi niña ¿Cómo estás?
—Gloria... —me siento en la silla ubicada delante de su escritorio —. Sé que acabo de llegar, pero necesito salir de nuevo.
Ella no comprende.
—Tengo algo muy importante que hacer —insisto.
—¿Está todo bien?
Intento decirle que no, con la mirada. No le puedo explicar que tengo que ir a solucionar el problema con mi vestido. Problema en el que, justamente, me metió el idiota de Lucas.
A quien se nota que ella adora.
Al ver que no respondo, continúa.
—Me encantaría dejarte salir —parece sincera—. Sin embargo, mis jefes son muy estrictos, y se molestaran si descubren que no estás.
No sé cómo demonios voy a conseguir otro vestido si no puedo irme de aquí.
—Es que es urgente —vuelvo a insistir.
—Brenda, no puedo ayudarte si no me dices de qué se trata.
Llevo la vista hacia abajo y jugueteo con un bolígrafo hasta que me doy por vencida. Si no le facilito más detalles no hay posibilidad de que consiga algo.
—El problema es que mañana tengo que protagonizar a La Bella Durmiente en una obra de teatro y el vestido se arruinó... —prefiero no decirle cómo ocurrió eso—. Entonces tengo que salir para ver si puedo conseguir uno nuevo.
—Si está manchado puedo lavarlo —se ofrece con cariño.
Ojalá solamente estuviera manchado.
Niego con la cabeza.
—Está roto...
Ella abre un poco los ojos.
—Podría intentar coserlo —sugiere.
—El vestido está arruinado —me rasco la cabeza—. Lo han roto en mil pedazos.
Me muestra una mirada compasiva.
—Lo siento mucho, mi niña.
Asiento.
—Pero, por más que te deje salir, te tomaría al menos una hora encontrar un sustituto —continúa—. Y no puedo permitir que te ausentes por demasiado tiempo.
Me retiro de su oficina, desilusionada.
Tendré que buscar una excusa para faltar al colegio mañana, así puedo ocuparme de reparar este problema, antes de la obra de teatro. Y no estoy segura de que mamá me deje ausentarme a menos que finja enfermedad.
Continúo revisando los archivos que me indicaron hasta que, al menos una hora después, veo a Lucas cruzar la puerta de entrada muy apresurado.
Estoy empezando a pensar que ser hijo del jefe le da la ventaja de llegar tarde. Pero enseguida veo a Samantha acercarse a él.
—Tienes más de una hora de retraso —lo regaña—. Tu padre está furioso.
—Lo siento, tenía otras cosas que hacer —le contesta él, sin darle importancia.
Malcriado.
—¿Y qué es eso que traes? —ella señala una bolsa que cuelga de su mano y se acerca para verla.
—No es nada —él la hace a un lado, con rapidez.
Antes de que ella pueda responder, Lucas se dirige hacia el fondo del pasillo.
Samantha levanta la vista y me pilla observándolos.
—¿Y tú qué miras? —se acerca a mi escritorio.
La ignoro. Me prometí a mí misma que vendría aquí exclusivamente para aprender sobre mi futura profesión y no dejaría que ninguno de ellos dos arruine esta experiencia que me está gustando demasiado.
Ella se molesta al ver que no le pienso responder.
—Te estoy hablando, estúpida —se acerca más—. Recuerda que aquí la jefa soy yo —me amenaza.
Suelto un bufido.
—Tu padre es el jefe, no tú —No pude dejar pasar esa oportunidad para bajarle los humos.
Ella pone una mano sobre mi mesa, pero no me dejo intimidar. Le sostengo la mirada hasta que se retira, frustrada.
Aprovecho un momento de descanso para continuar escribiéndole mensajes a Lucas. Esto de la chica misteriosa me ha llegado a agradar. En especial porque es obvio que él está cayendo en la trampa a la perfección.
"Entonces, ¿cuándo podré verte?" escribo.
Su respuesta tarda unos minutos más.
"El fin de semana hay una fiesta en casa de Francis. Podemos vernos allí" relata.
Me había contado antes que Francis es el chico pelirrojo que está en la banda con él. Aunque yo ya lo sabía, por supuesto.
Me gusta la idea de la fiesta.
Me parece una oportunidad excelente para cobrarle todo.
Tengo que planear mis movimientos con mucho cuidado, para que salga todo bien.
La mayoría ya está retirándose, cuando Gloria me hace llamar a su oficina.
—Mi niña, tengo algo para ti —anuncia con emoción—. Voltea.
Le hago caso, sin saber qué esperar. De pronto me sorprendo.
Colgado de una percha, detrás de la puerta por la que acabo de ingresar, está un hermoso vestido color rosa. Luce incluso más bonito que el que habíamos conseguido para la obra de teatro.
—¡No puede ser! —me lleno de euforia.
—Me alegra que te guste, linda —me dice con ternura.
Más que gustarme, me encanta.
Me acerco al vestido y acaricio la tela con mis manos. Es fino y delicado, mejor que el que tenía antes. Incluso incluye la fina corona y el collar dorado.
Lo arrimo hacia mí e inspiro su olor a nuevo.
—No puedo creer que hayas comprado esto para mí —suelto con ansias—. ¡Gracias!
Parece sobrecogerse un poco. Como si hubiera algo que no me está diciendo de todo esto.
Deposito la prenda sobre la mesa y me acerco a darle un abrazo. La mujer me corresponde sin pensar y me aprieta contra su pecho.
—No me lo agradezcas...
Entonces escucho la puerta crujir a mis espaldas y volteo.
Lucas está allí.
—Gloria, ya me voy —anuncia.
Le clavo una mirada llena de odio. A pesar de que estoy muy contenta, no me encontraría en esta situación de no ser por él.
—Buenas noches, mi niño —le dice ella.
Él se retira, evitando mirarme demasiado. Parece alegre y debe ser por los mensajes que le estoy enviando.
Gloria se fija en mí cuando él desaparece al otro lado.
—Me doy cuenta de que no se llevan muy bien, —suelta de golpe— pero Lucas no es como piensas.
La miro sin comprender.
¿Está insinuando que es un buen chico?
—Yo también creí eso —le digo. No estoy segura de por qué es tan fácil para mí abrirme a ella—. Sin embargo, él se esfuerza por demostrarme lo contario.
Ella sonríe tímidamente.
—Te sorprenderías si supieras las cosas que es capaz de hacer por la gente que quiere —me acaricia las mejillas—. Aunque él mismo no sea capaz de aceptarlo.
No sé si se debe a su contacto, pero siento que la piel se me pone tibia bajo sus manos.
Dudo que Lucas sea como ella dice, pero tampoco quiero averiguarlo más.
La próxima vez que me acerque a él, será para que lamente haberse metido conmigo.
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