M.I.A

Shun corría por su vida a través de un camino olvidado en medio de la nada. Su corazón palpitaba con demasiada fuerza —del miedo y del cansancio—, sentía que se le saldría del pecho en cualquier momento. Su respiración era agitada, y aún así, sentía que le faltaba el oxígeno; sus pulmones no resistirían mucho más si continuaba de ese modo.

Ya no sabía muy bien por qué corría, pero ya no estaba seguro de nada en realidad. Tal vez había perdido demasiada sangre o era resultado de los golpes que había recibido en la cabeza repetidas veces con demasiada fuerza.

Poco a poco su visión se fue haciendo borrosa y su Cosmo fue desapareciendo. Ya no sentía su cuerpo, ni le respondía; mil pensamientos inundaron su mente.

¿Qué había pasado?

¿Cómo había llegado a eso?

Era frecuente para él enfrentar enemigos que lo superaban en todo sentido, pero jamás se había encontrado en tanta desventaja como ahora.

Un demonio.

¿Qué rayos había cruzado por la cabeza de Athena al mandarlo solo a esta clase de misión?

No había importado cuantas veces lo hubiera golpeado o atacado con sus cadenas y Cosmo, la mujer volvía a ponerse de pie una y otra vez. Era un círculo vicioso, una misión sin salida.

Era más rápida, más ágil y más sanguinaria que él.

Lo intuyó en el momento en que la vió, y aquello que se mostraba en sus ojos le inquietaba:

Sexta Luna Creciente.

La había perdido de vista, y sabiendo que sus heridas eran graves y que no resistiría mucho más, emprendió la retirada. Claro que el demonio había decidido seguirlo, o al menos eso hizo hasta que empezó a amanecer.

No se dio la vuelta para verificar si continuaba detrás de él o no, se limitó a seguir corriendo hasta llegar al punto de extracción.

Mientras el sol comenzaba a asomarse por entre las colinas, el Santo de Andrómeda no pudo más, y cayó inconsciente al suelo.




Volveré cuando menos te lo esperes, ¿de acuerdo?

—Sólo asegúrate de volver en una pieza, ¿sí, amor?

—Claro que sí, no te preocupes por eso. Me veo frágil, pero soy resistente.

—Lo sé, pero de todos modos... no hagas nada estúpido.

—Te amo... demasiado. Lo sabes ¿no?

—Pero yo te amo más, Shun...




Lentamente comenzó a abrir los ojos, la luz era deslumbrante, sentía que la cabeza le iba reventar y el resto de su cuerpo le dolía horrores.

No tenía la menor idea de dónde estaba, el lugar era amplio y lucía bastante limpio. Era una especie de hospital o enfermería, había infinitas camas alineadas una tras otra dejando un pasillo en el medio. La paz reinaba en aquel sitio, y el delicado canto de los pájaros se colaba por la ventana que estaba detrás de su cama.

Andrómeda estaba tan aturdido que la desesperación y el pánico que sintió ante la incertidumbre no pudieron ser externados.

Una vez que tuvo más consciencia de lo que era, contempló la habitación y su condición antes de hacer cualquier movimiento.

Estaba cubierto de vendas y moretones, completamente de pies a cabeza. Su frente estaba rodeada por un vendaje que a su parecer estaba demasiado apretado y le estrujaba el cerebro; más vendas en su pecho y abdomen, que en parte recubrían su hombro izquierdo; su brazo izquierdo también estaba envuelto, en una combinación de vendas y algodón, lo que lo hacía ver abultado y pachoncito al tacto, este estaba sostenido por un cabestrillo; más vendajes inmovilizaban su rodilla derecha, que yacía ligeramente elevada por un par de almohadas, así como su tobillo izquierdo.

Shun llevó su mano libre, igualmente vendada hasta la muñeca, para sentir mejor que era lo que le apretaba en la cabeza, a la vez que soltaba un débil gemido de dolor.

—Veo que has despertado. —La melodiosa voz de una mujer inundó sus oídos, llamando su atención.

Como pudo se volvió en su dirección; la voz pertenecía a una mujer hermosa, de baja estatura, con bellos ojos color morado y el cabello negro con las puntas del mismo color que sus ojos, lo llevaba recogido en un pulcro y perfecto chongo.

—No deberías moverte demasiado, podrías lastimarte más.

—¿D-Dónde... dónde estoy? —logró articular Shun, con dificultad, tan claro como el dolor y los medicamentos le permitieron. La mujer sonrió y dejó salir una espléndida risa.

—La Finca Mariposa.

Aquellas palabras no significaban nada para el peliverde, quien quedó igual o más confundido.

—Es mi casa. Y a la vez el lugar de convalecencia de los Exterminadores de Demonios.

¿Qué rayos estaba sucediendo? La mujer hablaba y hablaba, pero Shun sólo entendía esas palabras por separado.

—Tus heridas... me atrevo a pensar que las provocó un demonio. ¿No es así? —la chica no esperó respuesta de Shun y continuó hablando—. ¿Cuál es tu nombre?

Eso sí lo entendió y podía contestarlo sin problemas.

—Kido... Shun.

—Llevabas puesto un atuendo muy peculiar, Kido-kun. ¿Para quién trabajas?

—Para el Santuario... le respondo a la Diosa Athena —expresó Shun, no muy convencido de que la chica le creyera, pero ella había dicho pamplinas igual de inauditas, así que todo estaba bien.

—Muy bien. Hablaremos más cuando te recuperes. Por el momento descansa y no te preocupes por nada, ¿está bien?

Shun asintió, pero antes de que la chica se fuera, la detuvo.

—¿Cuál es su nombre, señorita?

—Kocho Shinobu.

Arigato gozaimasu, Kocho-san.








—¿Hyoga? ¡Hyoga!

El rubio dio un brinco y desvió su mirada de la ventana, encarando a Seiya.

—Deja de atormentarte. ¡Shun está bien! Ven a jugar un rato para distraerte. —El castaño le ofreció el mando de videojuegos.

—Debió regresar hace dos días.

—Sabes que en estas situaciones no se puede tener un horario estricto, Hyoga —le recordó Shiryu desde el sofá.

—¡Sí! No debe tardar, podría ser una falla técnica del avión o algo así. No necesitas ser tan pesimista.

Lo que sus amigos le decían tenía perfecto sentido; no obstante, Hyoga seguía inconforme. Su novio había salido solo a una misión extraña y no se había comunicado en ningún momento, ni con el Santuario, ni con él; ni siquiera había hecho contacto en el punto de extracción.

—Algo anda mal, lo sé.

—Ahí va otra vez... —Seiya suspiró y se tiró al piso—. Hyoga, ni siquiera Ikki está tan preocupado, relájate, ¿quieres?

Justo en ese momento, Ikki entró en la habitación.

—¿Y a ti qué te pasa? —preguntó Shiryu al ver el aspecto lúgubre que el Santo del Fénix tenía.

—Llamaron de Japón, Shun jamás llegó al punto de extracción.

Los tres Caballeros restantes se miraron, y aunque las noticias no eran buenas, Hyoga no pudo evitar sentirse satisfecho de que una vez más había tenido razón.

—Está perdido en acción —agregó Ikki, dirigiendo su mirada hacia el Santo del Cisne, este lo miró de regreso con la misma severidad.

—Entonces hay que encontrarlo.

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