|Cap ₁₉|Volviendo al pasado.


Un metro setenta y tres, cabello castaño claro, labios delineados de un color rosa natural, tes pálida y hermosa.

Llevaba un aro en cada lóbulo de sus orejas. Sus enormes ojos definitivamente seguían siendo lo más bello en él, era lo que le daba vida a su rostro. Sus labios seguían igual de gruesos que cuando éramos adolescentes.

Vestía semi-formal. Una camisa blanca, no llevaba corbata sino, tenía tres botones abiertos de ésta, resaltando un poco de su marcado pecho. Pantalones de tela negros, no eran ajustados ni muy sueltos, éstos le quedaban perfectos a su cuerpo.

Llevaba un anillo en cada dedo de sus dos manos.

Podía apreciar la hermosa y trabajada figura que éste había formado durante todos estos años. Parecía un modelo hecho a mano por los mismísimos dioses griegos, que se habían tomado la molestia de crear a tal belleza andante.

—___ —repitió, como si no pudiera creer lo que estaba viendo, o como si no lo hubiera escuchado. En su rostro se podía reflejar la confusión.

—Park —fue lo único que pudo salir de mis labios.

Lo había analizado completamente. Sabía lo que mis ojos admiraban, pero aún así no podía creer su presencia.

—Has madurado... —me observó de pies a cabeza.

¿En esto se había convertido mi chico sin experiencia?

—Sí, bueno, tú también —mis ojos vagaron en los suyos.

—¿Cómo has estado? —formuló de inmediato.

—Bien, he estado bien —me crucé de brazos para tratar de no resaltar tanto mi busto, pues esta ropa era muy ajustada y bastante reveladora ante mi punto de vista.

—En serio has crecido...

—Volviste —no me iba a quedar hablando de lo mucho que cambiamos desde la última vez, así que cambié de tema—. ¿Cuándo? 

Park Jimin fue mi amor de adolescencia, esa edad en la que uno se enamora completa y profundamente. El chico que tenía en frente de mis ojos, fue nada más y y nada menos que mi segundo amor.

Estuve tan loca por él, que llegué a hacer lo prohibido para chicas de mi edad, en aquel entonces, los dieciséis años no eran muy conocidos para perder tu virginidad.

De un día para otro, su padre consiguió trabajo en Japón. Tuve que aceptar su dolorosa y lamentable partida. Lo quería tanto. Creí que no sobreviviría sin su persona, lo adoraba como a nadie.

En aquella época, aún vivía en el orfanato, por lo que él era lo único que me mantenía feliz.

Cuando él se fue, caí en una especie de máxima tristeza. Todos se preguntaban; cómo una chica de apenas dieciséis años caería en una pena tan tremenda, pues nadie sabía que Park Jimin había sido la causa de mi dolor.

Le envíe cartas durante un año, 365 cartas sin respuesta alguna. 2190 días sin verlo.

Hasta hoy.

—Hace dos meses —respondió, jugando con sus anillos, como si se encontrara nervioso. Aún así, no me dejaba de ver a los ojos.

Mi inconsciente quería decirle a gritos cuánto lo extrañé, pero por otro lado, mi consciente me demandaba no hacerlo. Me estaría humillando, no me gustaba demostrar esa clase de afecto.

—Te extrañé —y como si hubiera leído mi mente, él dijo lo que mi consciente me torturaba con no decir.

—¿Por qué volviste? —evadí sus palabras.

—Oh, yo me esperaba un; "¡Jiminnie, volviste!" —dramatiza.

—Sabes que no soy así.

—Conmigo eras así —sonrió medianamente.

Jimin había sido una de las excepciones. El había sido la persona a la cual le había entregado todo mi cariño, la única a la que le podía dar, pues no tenía a nadie.

—Lo siento, mis amigas se adentraron en la fiesta sin mí, tengo que...—volteé para irme.

—Ey —me impidió el paso cuando tomó de mi brazo—. Acompáñame a tomar algo.

—Lo siento, vine con mis amigas.

—Ellas no se molestarán —soltó su agarre.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque estarás conmigo.

—Ellas no te conocen —aclaré.

—Pero tú sí —afirmó—. Vamos a otro lugar, hay una cafetería aquí en frente.

Qué ironía, Park me estaba invitando a una cafetería, cuando nos encontramos en una. Sin embargo, accedí. Dentro de mí, aún quería saber de él durante estos años.

El olor a café, leche y cacao inundaban mis fosas nasales.

El lugar era agradable. Estábamos sentados en una mesa esquinada, alejados de todas las personas, aunque a estas horas de la noche, no se encontraban muchas que digamos.

—¿Qué desean? —una chica tamaño promedio, rubia y con los labios pintados de un rojo maraco intenso, se situó a nuestro lado con una pequeña libreta y un lápiz.

Le dio una disimulada sonrisa a Jimin, mientras mordía su lápiz.

—Un capuchino con crema y... —fijó su mirada en mí—. ¿Tú, mi amor?

¿Me había llamado "mi amor"?

—___, ¿quieres lo mismo u otra cosa? —volvió a preguntar cuando no había respondido ni mierda.

Seguía con los ojos totalmente abiertos desde la frase "mi amor". Y aunque sabía que él lo hacía a propósito, me encontraba tan sorprendida por su personalidad. Él nada mas sonrió y guiñó uno de sus ojos, juguetón.

Apreté mis labios y logré tensar mi expresión.

—Quiero lo mismo, también una porción de torta de chocolate. Gracias —pedí, por fin.

La camarera me dedicó una mirada bastante antipática, como si no se esperase que tal chico frente a mí, estuviera conmigo, aunque fuera un hecho totalmente erróneo.

—¿Algo más? —chasqueó la lengua.

—Nada más. ¿Verdad, preciosa? —Jimin alzó las cejas, mirándome.

—Nada más —afirmé, y aclaré mi voz.

Cuando la camarera por fin se había ido, golpeé a Jimin con mis pies por debajo de la mesa, él se dispuso a reír a carcajadas.

¿Qué le causa gracia?

—¿Por qué carajos me hablaste de esa manera? —molesta.

—¿Viste su rostro? —aún no paraba de reír—. Ésa chica me estaba tirando onda.

—¿Y qué con eso? —pregunté, estando cruzada de brazos.

—Tenía que alejarla, que se ubique, hoy tengo compañía —se detuvo de reír finalmente.

Y justo ahí, cuando Jimin dijo eso, el sonido de la campanilla, hallada en la puerta de la cafetería, había resonado por todo el lugar, tomando mi total y completa atención. Dejando a la vista a dos hombres con ropa casual. A uno de ellos lo reconocería en cualquier parte, uno que no querría verme otra vez.

Cabello castaño, botines cafés. Llevaba una chaqueta de cuero y, pantalones negros ajustados.

Venía riendo junto a su amigo moreno de tiernas orejas. Su sonrisa se esfumó al cruzar miradas conmigo, su semblante se transformó en algo serio. Me dedicó una mirada, incluyendo de por sí la indiferencia.

¿Acaso todos esta noche me verían así?

Tensó la mandíbula y se dispuso a jugar con su lengua por el interior de sus mejillas. Su amigo aún reía de lo que fuera que le hubiera dado gracia, pero él no. Su vista cambió de la mía a la de Jimin, mirándolo de la misma forma.

Park no se había percatado de la mirada penetrante en él, ya que le había llegado un mensaje a su celular, distrayéndole por completo del mundo.

Jungkook fijó nuevamente sus ojos en mí. Observé sus manos, éstas yacían apretadas en un puño cada una, a los lados de su cuerpo.

¿Qué mierda te ocurre, Jeon?



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