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No quería detener lo que le hacía. Era un experto con las manos. Sus dedos recuerdan su figura con un detenimiento tan grande que Elizabeth se sentía desfallecer, se sentía amada. Sus labios rosas recorrían su cuello como si eso fuera la comida más deliciosa de todo el mundo, sus caderas se movían de adelante hacia atrás restregando su bulto en sus bragas blancas.
Su camisa había terminado en el suelo revelando aquella majestuosidad de musculatura que poseía, la albina acarició sus hombros sacándole un jadeo, bajo hasta acariciar su pecho y cuando encontró sus pezón es los pellizco levemente sacándole un jadeo grave
—Mhhh—gimió, adoraba tener esas manos delgadas recorriendo su cuerpo adoraba poder quitarle el cierre de su vestido pegado mirándola a los ojos, adoraba ver ese sonrojo cuando se encontró lo solo en ropa interior —¿Estas segura? —la albina se quedó callada unos segundos. Estaba tomando en cuenta su consideración antes de seguir. Estaba acariciando su intimidad por encima de la tela mientras su boca besaba su pecho a la altura de el corazón. Solo pudo usar su fuerza para poderlo debajo de ella sorprendiendo lo, empezó a restregarse contra su bulto sintiendo la humedad empezando a aparecer en sus bragas y llevó sus manos hasta su sostén para quitarlo y arrojarlo a cualquier lugar. Meliodas no tardo en sentarse aún con ella arriba para tomar una de sus montañas y empezar a apretarlas pasando la lengua por su botón, tan suaves, tan deliciosas, tan majestuosas que sentía que estaba por coger a una diosa
—Si, solo hazlo meliodas. Tómame, metemela hasta que solo grite tu nombre—Susurró, fue suficiente para que el blondo grupera y se llevara su pezón rosado a la boca—Ahhhh si—si eso es lo que quería entonces iba a cumplir sus órdenes en aquella noche terriblemente oscura y caliente
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