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—La escucho—

—Apostamos 10,000 ¿le parece? —el mas bajó hizo una mueca —Solo para empezar, dependiendo de esto veré si vuelvo o no—

—Es masoquista si decide volver después de esto —la de cabellos albinos sonrió levemente —Pero no quiero dinero, gracias—se negó

—¿Entonces que desea señor? —el de ojos oscuros la miró completa, examinó su rostro cubierto, su cintura ancha, ese par de pechos apretados con el escote notorio. Aflojó el nudo de su corbata un poco soltando un aire pesado y luego la miró a esos ojos bicolores que se le hacían demasiado conocidos de alguna forma

—Quitese la máscara—al instante ella soltó una risa

—Lo lamento señor, esa es una oferta que no tomaré—y entonces súbitamente se puso de pie en un contoneo de cadera prohibido y se dio media vuelta dejando que su largo cabello revoloteara levemente. Meliodas apretó los puños unos segundos, mierda, era tenerla o dejarla ir, seguir con su orgullo auto impuesto o permitir que la curiosidad le ganara

—¡Espere! —la mujer se cruzó de brazos y se dio la vuelta para mirar a aquel hombre, para su deleite visual tenía los ojos fijos en los suyos y dos botones de su camisa estaban desabrochados—Deseo un beso—eso fue suficiente para que ella sonriera

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