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Un día mas y para su sorpresa esta vez no venia con el saco o la particular vestimenta con la que se le veía a diario. Tenía nada más y nada menos que su camisa blanca un poco arrugada y arremangada con la corbata algo alojada. Cualquiera que lo viera sin duda lo consideraría un perdedor ebrio pero la realidad era que estaba en sus cinco sentidos y tenía la mirada perdida y devastada. Maldita mujer. ¡Maldita perra!. Se me había metido en la cabeza con sólo dos días y cuando ya no podía sacarla de sus pensamientos no se aparecía.

—Dame otra Ban—grupo mientras le estiraba el vaso y recargaba su mano en su cabeza pensando. Odiaba esa sensación de sentirse incompleto, esa sensación de no tener competencia, esa sensa ion de su corazón acelerado y un calor en su piel. Pensar en ella, sus curvas, su forma de hablar, la forma de seducirlo y encantarlo solo con la mirada bicolor no lo abandonaba —Mierda. ¿Sabes quién podría ser? —el cantinero lo pensó un poco y negó limpiando un vaso. No era por ser malo pero elizabeth le había hecho jurar que no le diría nada a meliodas de su aparición. Hacía ya una semana desde que no volvía y debía admitir que le preocupaba pues también era su amiga

—No lo sé amigo, no se me ocurre nadie—mintió

—¡Agh! —se quejo en voz alta solo oculto su cara entre sus mano pensando lo más que podía e intentando que ella desapareciera de su cabeza cuando sintió unos cálidos y delgados brazos abrazándolo por detrás

—¿Me extraño señor meliodas? Susurro contra su oído de forma seductora. Con una gran lentitud el mas bajó empezó a retirar sus manos de su cara y oscureció su mirada. Ella estaba ahí y como si fuera una clase de diosa también se había hecho presente su deseo carnal

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