Capítulo II
No son buenas noticias que Victoria me conduzca precisamente a través del camino que más se aleja de los jardines. Es una casa pequeña en principio. Posiblemente de la mitad del tamaño de la casa de mi madre. Tenemos que subir las escaleras hacia un tercer piso donde hay una única habitación. La puerta está bloqueada con un gabinete. Hay tres cerraduras de seguridad.
—¿Por qué han encerrado a Diamond así?
Victoria suspira con un dejo de tristeza.
—No queríamos que escapara. No lo intenta si ninguno de nosotros lo molesta, pero... No quisimos correr ningún riesgo.
—Esto no me agrada. No quiero que encierren a Diamond como si fuera un animal.
—Es prevención. Pensamos que él reaccionaría cuando tú despertaras.
—¿Ha lastimado a alguien?
—No intencionalmente.
—Nunca antes fue necesario hacer esto...
—No se lo hemos dicho a tus Pokemon. Aunque Lucario empieza a sospechar, los demás sólo esperan a que ustedes se recuperen.
—Entonces, ¿Diamond no recuerda a ninguno de ustedes?
—A ninguno. No sabe su nombre, ni dónde está... Es muy diferente al gato que conocimos al principio.
No dará más respuestas. Sólo busca un manojo de llaves para dejar la entrada totalmente libre. Me dedica una mirada indescifrable. ¿Qué me espera ahí adentro?
La puerta se abre al fin. Me transporta a un dormitorio pequeño e infantil, que me hace pensar en una persona a quien le habría encantado la decoración. Hay tantos cojines y muñecos de felpa, que cualquiera podría pensar que se trata de una burda imitación de una habitación acolchada.
La puerta se ha cerrado. Victoria tiene la decencia de no echar llave a las cerraduras. Las únicas ventanas están cerradas por fuera, con madera y barrotes metálicos. Pueden verse a través de las cortinas a medio cerrar. La única iluminación viene de esa esfera de luz azul suspendida a un lado de lo que alguna vez fue una lámpara. El papel tapiz ha sucumbido a los rayos letales. Las quemaduras son inconfundibles. Y, a la vez... Son tan extrañas... Recuerdo bien el boquete que Diamond hizo en el muro cuando lo conocimos. Esta vez, ha sido notablemente menos destructivo. ¿Por qué?
—Diamond...
Mi voz lo altera, y sigue siendo una reacción distinta. Sólo asoma la cabeza entre los cojines, revelando que lleva atrapado entre sus fauces a un diminuto pato de felpa. Sus orejas se sacuden un poco. Las cicatrices, particularmente esa que pasa sobre su ojo derecho, no borran el hecho de que algo en él ha cambiado. Sus ojos. El brillo. Es tan... puro e inocente... Indefenso...
Deja el pato sobre los cojines y sale de su escondite. Sus movimientos han cambiado también. Ahora es... curioso. ¿Así debo interpretar la forma en que olfatea hacia mí? Parece temeroso, y aún así... Tengo el impulso de extender mi mano hacia él. Y de alguna forma, el reconocimiento deriva en una pequeña caricia. Diamond sonríe. Estoy segura. Sus colas danzan de una forma tan... peculiar...
—Eres la primera que viene a visitarme así. Los otros humanos son fríos y nada amables.
Conserva su tono se voz y aún así... Es como si hablara con...
—Diamond... Aún puedes hablar. Me alegro.
—Bueno... Sí. Nunca se olvida, ¿sabes? Somos pocos quienes podemos hacerlo.
—Sí... Tus amigos y tú...
—Amigos... Qué palabra tan extraña. Ese humano del cabello blanco dijo lo mismo.
—Kyle.
—Supongo... Sí, creo que ese era su nombre.
—Pero... N-no lo entiendo... ¿Cómo es que no lo recuerdas?
—¿Recordarlo? Oh... Bueno, viene todos los días. Hay muchos humanos aquí. No entiendo lo que sucede, pero... ¡Es genial! Me han dado esta habitación. Incluso hay una humana de cabello rojo que trae comida seis veces al día. Es como estar en el paraíso.
—Entonces... Te atienden bien aquí...
—Sí... Eso creo... Todo lo que sé es que ustedes me salvaron. Estoy muy agradecido.
—Agradecido... ¿Recuerdas algo más?
—A decir verdad... No. Ni siquiera sé dónde estoy.
—Ya veo... Tal vez, alguno de mis... amigos te ha dicho mi nombre.
—No lo sé. Han dicho muchas cosas.
—Diamond... Soy yo. Sheryl. Sheryl Crown.
Eso que brilla en sus ojos no es una revelación. Es confusión pura. Y eso... duele... ¿Por qué duele...?
—Sheryl... Eres distinta a como te imaginaba.
—Pero, recuerdas a Perla, ¿no es así? ¡Tienes que recordar a Perla.
Eso lo asusta un poco. Retrocede y sus orejas bajan. Pero decide volver, sin que la confusión se desvanezca.
—No... Jamás había escuchado ese nombre.
—Diamond...
Ahora sonríe de nuevo. Incluso acompaña el gesto cerrando los y ladeando un poco la cabeza.
—No entiendo de dónde han sacado ese nombre, pero todos aquí me llaman así. Mi verdadero nombre es Katzenner. Es un placer conocerte.
Una de sus colas se extiende hacia mí para simular un apretón se manos.
—El... gusto es mío... K-Katzenner...
Vuelve a mirarme sin borrar su gesto alegre.
—Estoy seguro de que seremos buenos amigos, Sheryl.
—S-sí...
¿Por qué? ¿Por qué está pasando esto? Diamond... No podría...
No puedo... hacer esto sin ti.
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