Especial Navideño | El Mejor Obsequio - Parte II

¡Hey, hola! Sólo paso por aquí para desearles una Feliz Navidad (atrasada), y espero que tengan un excelente Año Nuevo. ¡Les mando un abrazo súper fuerte!

     — ¡Chicas, bajen a ayudar a poner la mesa!

Mantener en pie un hogar y cuidar de dos hijos, le dio a Helen la resistencia suficiente para resistir el ajetreo que suponía el preparar la cena de Navidad. Iba de un lado a otro en la cocina, dándole los últimos toques al exquisito pavo y mezclando, al mismo tiempo, la última pizca de pimienta en el puré.

David, vestido ya con ese elegante traje de color negro y asegurándose de que el nudo de su corbata luciera realmente impecable, entró a la cocina para buscar un cargamento más de los platillos ya preparados. Al extender la mano para tomar la canasta del pan, quedó al descubierto ese tatuaje que él había intentado ocultar durante ya tres semanas. Apenas pudo reaccionar cuando su madre dejó a un lado el puré para tomar velozmente el brazo de su hijo y dejar totalmente al aire el tatuaje que con múltiples adornos enmarcaba el nombre de su amada.

—Es temporal —intentó excusarse el muchacho.

Como respuesta, su madre apartó el lacio cabello de su hijo para dejar también al descubierto aquella nueva perforación en la oreja derecha. El chico se preparó para recibir el regaño, sorprendiéndose al instante al sentir cómo su madre lo liberaba para volver a lo suyo.

—Si no supiera que Liz es una buena chica, entonces sí que tendrías problemas —dijo su madre—. Lleva el pavo a la mesa, antes de que cambie de opinión.

Indispuesto a que su madre descubriera también que ya llevaba una parte del trabajo hecho en el brazo contrario, David tomó el platón del pavo y salió de la cocina. Liz entró entonces, demostrando que se podía lucir elegante y hermosa a pesar de los tatuajes y las perforaciones que cubrían su cuerpo.

—No se enfade con él, señora Cobby —dijo Liz—. Es un buen chico. Se acobardó cuando lo invité a hacerse un tatuaje más grande en la espalda.

—No estoy segura de cómo me hace sentir eso.

Liz sonrió y buscó la vajilla, llevándola consigo y levantando los platos más hermosos para evitar que Perla los derribara al entrar a paso veloz a la cocina. Liz intentó seguir caminando, pero se detuvo por un instante y se giró para corroborar que sus ojos realmente habían visto a Perla convertida en toda una señorita. Usando aquel vestido de color rojo que, por primera vez desde que ambas se habían conocido, hacía que la chica castaña luciera como la adolescente de dieciséis años que siempre había sido. Con aquellas curvas pequeñas, una ligera capa de rubor en las mejillas, el cabello mejor peinado que nunca. Tacones de tres centímetros que le ayudaron a ganar estatura. Y la forma en que los video-tutoriales de Internet le habían ayudado a resaltar el café de sus ojos con el sutil maquillaje de sus párpados.

Diamond apareció también, luciendo ese corbatín que a Perla le había costado poner en su cuello. Los rasguños en los brazos de la chica eran cicatrices de guerra.

—Te ves hermosa, mi cielo —concedió Helen, sonriéndole a su hija antes de volver a sus tareas.

Perla sonrió, y procedió a tomar algunas copas de cristal para llevarlas a la mesa. Volvió al cabo de dos seundos, cuando su instinto le advirtió que el gato azul de dos colas estaba a punto de meter sus patas en los platillos que David aún no había llevado a la mesa. Diamond se quejó en voz alta al sentir que las manos de Perla lo tomaban por ambos costados para obligarlo a bajar de la mesa, por lo que tuvo que responder con un par de rasguños más.

—Perla, ¿dónde está Sheryl? —Llamó Helen cuando vio a su hija entrar a la cocina por tercera ocasión para buscar las servilletas que hacían falta—. Ella podría ayudarnos a servir el vino.

—Aún estaba alistándose cuando bajé —respondió la chica—. Dijo que vendría en un momento.

—Espero que le guste la cena —continuó Helen—. No ha comido prácticamente nada desde que llegó.

—Sheryl dice que su madre tiene reglas muy estrictas en cuanto a la comida... Pero es hermosa, ¿no crees? Quisiera ser como ella...

—Tú eres hermosa a tu manera —dijo su madre, acariciando la mejilla de su hija como si aquello pudiera darle credibilidad a sus palabras—. Pero, sí. Admito que Sheryl es una chica maravillosa... Sólo le hace falta un poco de color en la piel, ¿no crees? Es tan blanca que parece un fantasma.

—Skyler es igual de hermosa que ella. Es su hermana mayor.

—Aún así, creo que a Sheryl le hace falta sonreír más. Siempre luce tan seria y es tan callada, que es como si no estuviera ahí.

—Sólo tienes que conocerla mejor.

Helen suspiró con un dejo de tristeza.

—No lo sé, Perla... Me da la impresión de que Sheryl está muy sola.

Perla suspiró a su vez.

—Sí... —dijo la chica—. Yo también lo he pensado. Su madre no es como tú, ¿sabes? Ella sólo se preocupa por Skyler y actúa como si Sheryl no le importara. Cualquier persona se sentiría sola si la única persona en el mundo que puede darte un amor incondicional es la misma que te destruye...

Cambiando su expresión a una sonrisa cargada de nostalgia, Helen abandonó de nuevo sus tareas para darle un pequeño tirón a las mejillas de su hija.

— ¿En qué momento creciste tanto? —Dijo, cargando esas palabras con el amor que sólo una madre es capaz de transmitir—. Realmente has madurado.

Perla sonrió.

—Es algo que he aprendido de Sheryl —dijo la chica.

—Bien —asintió su madre—. Ve a buscarla, entonces. Cenaremos ya.

— ¿Papá no viene?

—No, cielo... No pudo encontrar ningún vuelo para venir.

Perla suspiró a su vez, con el mismo dejo de tristeza. Sin embargo, borró aquella expresión para dejar que su sonrisa iluminara su rostro. Tan optimista, como siempre.

—Entiendo —dijo—. ¡Iré a buscar a Sheryl!

Helen sonrió al ver partir a su hija, así como se encargó de detener a Diamond con una severa mirada al percatarse de que el gato había subido nuevamente a la mesa.

Perla pasó de largo, sin importarle que Liz y David hubiesen sucumbido a los placeres carnales, besándose hasta llegar a ese nivel en el que los tirantes del vestido negro de Liz ya comenzaban a caer de sus hombros. La chica castaña se detuvo a tiempo, al estar frente a los primeros peldaños de la escalera, pues el característico sonido de un Pokemon lanzando agua llegó hasta sus oídos desde el jardín trasero.

Aunque supo al instante qué era lo que sucedía, el instinto de una Entrenadora dedicada y cariñosa le obligó a caminar a paso veloz. Después de ir hacia el árbol para tomar una pequeña caja envuelta en brillante papel azul, claro.

El agua y un Ponyta que solía quedarse en su pequeño establo no eran una buena combinación.

Aún así, grande fue su sorpresa al descubrir que incluso Ponyta se había unido a los juegos, por más que el resto de los Pokemon de la chica castaña preferían mantener la distancia. A pesar de la diferencia de especies, los Pokemon de Sheryl no tenían problema alguno para integrar a Ponyta, saltando y corriendo junto a él. El agua era proporcionada por Blastoise, quien tenía cuidado de no arruinar el aspecto de su Entrenadora, cosa que a Sheryl no le hubiera molestado en realidad. Perla se detuvo por un momento para admirar lo hermosa que Sheryl lucía al estar usando el vestido de color celeste que al fin le ayudaba a ganar un poco de color en su piel. Incluso al no haberse esforzado en realidad para peinarse o maquillarse de alguna forma diferente a lo usual, no cambiaba en nada el hecho de que Sheryl sabía brillar con luz propia. Su sencillez resaltaba su belleza natural, así como aquella expresión especialmente triste que ella esbozaba en ese momento, por encima de su sonrisa.

Perla supo cuál era la única solución para que Sheryl pudiese sonreír de forma auténtica. Así que corrió hacia aquella llave que brotaba del suelo y que activaba los rociadores, cuya repentina aparición hizo sobresaltar a la chica rubia. Fulminó con la mirada a su amiga castaña al verla llegar.

Los Pokemon no pararon. Ponyta tan sólo tuvo que encontrar una posición estratégica para evitar que los rociadores le hicieran daño.

—Mamá se enfadará si no ayudamos con la cena —dijo Perla, caminando lentamente hacia su amiga para tomarla del brazo, sin tener intenciones de llevarla adentro en realidad—. Pero, descuida. Ya he hecho lo suficiente, y ahora sólo queda que vengas a cenar con nosotros.

Sheryl, a sabiendas de que no podría liberarse de la persistente actitud de Perla, tan sólo apartó su mirada.

—No tengo hambre —dijo Sheryl—. Y no tengo idea de qué diablos estoy haciendo aquí. Me siento como una intrusa.

—Sé que no podemos darte lo mismo que tienes en casa, pero...

—No me refiero a eso, aunque es cierto que tu casa es como estar en una caja de zapatos.

La sonrisa de Perla no se borró, pues muy en el fondo sabía que Sheryl era incapaz de decir algo que realmente pudiera ser cruel.

—También sé a lo que te refieres —continuó la chica castaña—. Y sólo quiero que sepas que no tienes nada qué temer. Aquí lo pasarás bien, si nos dejas demostrártelo.

— ¿Cómo? —dijo Sheryl, sonriendo escéptica.

—Dejándonos demostrarte que te consideramos como parte de la familia.

Sheryl negó con la cabeza sin dejar de sonreír de aquella manera.

—Si ni siquiera mi propia familia me considera como tal, ¿por qué he de venir a creer que soy parte de la tuya?

—Bueno... Mira a Ponyta. Mira lo feliz que es jugando con tus Pokemon, aunque sean de tipos diferentes.

— ¿Estás comparándome con un Pokemon?

—Estoy diciéndote que aunque algo aquí sea diferente, puedes formar parte de ello.

—Si decidí salir, fue justamente para librarme de tus cursilerías.

Perla rió, consiguiendo que Sheryl la fulminara nuevamente con la mirada.

—Sé qué te hará sentir mejor —dijo la chica castaña—. Sólo debes prometer que no se lo dirás a mamá, o tendré problemas. Normalmente abrimos los obsequios sólo cuando papá está aquí.

—Sin rodeos. ¿De qué se trata?

Como respuesta, Perla tomó la mano de Sheryl para dejar sobre ella el pequeño obsequio. Sheryl arqueó las cejas y pestañeó confundida, mirando después a su amiga en espera de alguna palabra más.

— ¡Feliz Navidad! Sé que es pequeño y que no es la gran cosa —dijo Perla, encogiéndose de hombros y sonriendo apenada—. Espero que te guste, aún así.

Sin esperar más, Sheryl rasgó la envoltura y abrió la caja, revelando que en su interior resguardaba un pequeño brazalete tejido a mano. Los hilos de tonos azules y grises decían a gritos que había sido hecho justo a la medida.

— ¿Lo has hecho tú? —preguntó Sheryl.

—Sí —respondió su amiga, mostrando que llevaba puesto un brazalete similar de colores cálidos—. Aprendí a hacerlos en un campamento de verano, hace cinco años.

— ¿Por qué?

—Bueno, tenía que elegir alguna actividad. Y no me dejaron tomar las clases de canotaje, así que...

—No —interrumpió Sheryl exasperada—. ¿Por qué me das esto?

La sonrisa de Perla creció.

—Porque te quiero —respondió—, y porque eres mi mejor amiga.

Los brazos de Perla rodearon a Sheryl, tomándola por sorpresa y haciendo que la chica rubia se tensara.

No devolvió el abrazo. Tan sólo miró a su amiga con desagrado e intentó devolver el obsequio, diciendo:

—No puedo aceptarlo, Perla. Yo no he traído nada para ti.

La sonrisa de Perla creció.

—Tengo suficiente con que hayas aceptado venir —dijo—. El mejor obsequio es que estés aquí, y que seas mi mejor amiga.

Abrazó de nuevo a la chica rubia, cerrando así el tema de conversación y liberando al fin a Sheryl para poder caminar hacia el interior de la casa.

— ¡Date prisa, o mi hermano y Diamond acabarán con toda la comida!

Perla entró a través de aquella puerta corrediza, y Sheryl tan sólo suspiró y miró de nuevo el brazalete tejido. Supo que Lucario se acercaba a ella, pues había un sonido peculiar que se desprendía del cuerpo del colosal Pokemon cada vez que se movía. Supo también que estaba a punto de escuchar su voz, por lo que decidió adelantarse.

—Cierra la boca, Lucario.

La nieve comenzó a caer lentamente, haciendo que Dewgong se sintiera especialmente feliz. Y desde el interior de la casa pudo escucharse un grito de emoción que Perla soltó luego de que la puerta principal se abriera sorpresivamente. Sheryl miró en esa dirección, haciendo crecer su sonrisa al ver lo mucho que Perla celebraba la repentina llegada de aquel hombre castaño que la abrazaba con todo el amor paternal que poseía en su cuerpo.

Sin andarse con más rodeos, Sheryl ató el brazalete en su muñeca derecha y esbozó una pequeña sonrisa.

—Feliz Navidad, Perla —susurró.

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