Capítulo XXIV


     Hay algo realmente bueno en todo esto. A pesar de que sigo pensando que estar aquí es una mala idea, la abuela de Lynda ha sido demasiado considerada al permitirnos tomar un baño y darnos un poco de ropa limpia. Eso, además, nos ha ayudado a saber más cosas acerca de ella. Hemos descubierto que los ingresos de su nieto no son lo único que le ayuda a salir adelante, pues ella misma confecciona ropa que vende en el vecindario. Un pasatiempo, según dice ella. Así que es una sensación agradable al salir de la ducha y poder usar ropa limpia. Ahora sólo siento que muero de hambre. Al final, creo que fue una mala idea negarme a probar esa comida.

Al salir de la ducha, me llevo la gran sorpresa de que mis discípulos ya están reunidos en la sala de estar, compartiendo una taza de chocolate caliente. Ríen y se integran al grupo, a excepción de los Levitt y Keynes. Incluso Diamond ya parece ser más unido a ellos, pero eso puede conseguirlo cualquiera que le dé comida. Maldito gato traidor.

Mis pasos me conducen por sí mismos en la dirección contraria, avanzando hacia el patio trasero donde Mr. Mime y Chansey ayudan a Hitmonlee a lavar los platos sucios. Stoutland se ha recostado sobre la barriga de Snorlax, y ambos comparten una deliciosa siesta al aire libre. Ninguno de ellos se queja cuando me ven subir esas escaleras de color negro, decoradas con una enredadera, para subir al techo. Aquí también hay algunos Pokemon dedicándose a las tareas del hogar. Un Minun ayuda a un Weavile a recoger la ropa seca, mientras un Watchog se encarga de barrer el suelo. Un Corphish da agua a las plantas que le dan vida a la casa.

Minun abandona sus tareas cuando me ve buscando un sitio donde pueda sentarme. Salta frente a mí para llamar mi atención y tira de mis pantalones para conducirme hasta esa banca de madera ubicada entre lo que podría ser un pequeño invernadero si no estuviese al aire libre.

—Gracias —le digo.

Él sonríe y se aleja para volver a lo suyo.

Las plantas alrededor de mí me dan un poco de paz, que sólo aumenta cuando miro hacia el cielo y me doy cuenta de que las nubes están anunciando una tormenta. La noche es tranquila. Silenciosa. ¿Cómo puede Cunningham decirme que están sucediendo disturbios en esta parte del mundo, si pareciera que por fuera de esta casa vieja no hay más formas de vida?

Mis manos buscan mi móvil en mis bolsillos. La batería está a punto de agotarse, lo cual en estos momentos es poco importante. De cualquier manera, no servirá aquí. No hay cobertura. Y aún así, mis dedos también me traicionan para buscar un nombre en la lista de contactos y pulsar la tecla para llamar.

No hay cobertura, Sheryl. Entiéndelo.

Harrison no responderá.

Es posible que su número ya no sea el mismo, de cualquier manera.

Así que sólo apago el móvil y lo dejo de nuevo en mis bolsillos, quedándome con la mirada agachada.

Creo que... C-creo que nunca antes me di cuenta de lo mucho que extraño a mis amigos, hasta que me vi en la necesidad de proteger a más personas que no conozco. Esto sería más fácil para mí si tan sólo... ¿Qué tonterías estoy pensando? ¡Maldita sea, Sheryl! ¡Ya basta!

Es uno de esos momentos en los que una misma no soporta estar con su propia compañía. Detesto en lo que me he convertido, ¿lo he dicho ya? Por ratos pareciera que mi verdadero yo sigue latente, pero desaparece cuando comienzo a pensar demasiado. Desaparece cuando me golpea la nostalgia. Cuando me doy cuenta de cuán débil soy ahora. Cuando me doy cuenta de que el grupo realmente nota mi ausencia, pues veo a Kyle Levitt subiendo las escaleras a paso lento, buscándome con la mirada y sin mudar su expresión indiferente al percatarse de que estoy aquí. Minun aún quiere ayudar, pues corre hacia ese sujeto para conducirlo hasta donde estoy yo. Como si no fuese lo suficientemente obvio...

Levitt lleva dos tazas artesanales en las manos. Ambas contienen espumoso y humeante chocolate caliente. Extiende una taza hacia mí. Yo niego con la cabeza. Él arquea las cejas y suspira, aún exudando indiferencia, mirándome con intensidad.

— ¿Puedo sentarme?

Me aparto lo suficiente como para que él ocupe el resto de la banca. Deja ambas tazas en el suelo, echa la cabeza hacia atrás y suspira de nuevo.

—Lynda está preocupada —dice—. Creyó que te habías ido.

— ¿Y te ha enviado a buscarme? ¿Eres el perro faldero de una niña mimada?

Victoria quizá hubiese reído ante ese comentario.

Su hermano, por el contrario, permanece con su expresión impenetrable.

—No soy un perro faldero —dice—. Soy otro miembro del equipo, así como tú.

—Ese es tu primer error. Antes de pensar en el equipo, debes pensar en ti mismo como un agente individual.

—Lo dice quien defendió nuestro aerodeslizador...

—Lo hice porque yo también estaba allí. No es como que ustedes me importen, ni nada parecido.

Esboza media sonrisa.

—Sí, claro... Reggie y tú se llevarían bastante bien si se dieran la oportunidad. Son muy similares y testarudas.

¿Por qué todos dicen eso?

—Esa zorra y yo no tenemos nada en común.

Sonríe de nuevo, y esa misma sonrisa desaparece al escuchar la forma en la que mi estómago reclama por un poco de comida.

—Debiste comer algo —me dice.

—Te agradecería que no me digas lo que tengo que hacer. No debes olvidar que quien está a cargo aquí, soy yo.

—Entonces, ¿insinúas que debo ser tu perro faldero?

—No insinúo nada. Vete. Quiero estar sola.

—Y yo no seguiré tus órdenes si no estamos en una batalla.

—Eres mi discípulo.

—Creo que eso ya ha dejado de importar.

Me ofrece de nuevo una de las tazas. Y yo no puedo contenerme más. El primer sorbo me hace arrepentirme de no haber probado la comida de Hitmonlee. Si era tan deliciosa como lo es este chocolate caliente...

—Esa mujer, la abuela de Lynda, dijo que sabe mucho mejor si sumerges uno de sus panes —dice Levitt—. También Hitmonlee los ha horneado.

Tengo que insistir en esto.

Victoria y su hermano son inmensamente distintos.

Sé que Victoria en este momento ya me habría convencido de bajar para reunirme con los otros. Pero su hermano sólo me convence de que no quiero ir con ellos. De que quiero estar sola. Y de que quiero que se vaya.

Él sólo se levanta tras beber un sorbo de chocolate. Da un par de pasos hacia el frente y libera a sus Pokemon. Una colección de evoluciones de Eevee, que lucen imponentes a pesar de ser pequeños y adorables. Todos ellos estiran las patas y comienzan a caminar alrededor de nosotros, en busca de un poco de aire fresco. Esparcimiento. Minun corre hacia ellos y pretende unirse a los juegos, pero Weavile se encarga de hacerle ver que debe seguir con sus tareas. Así que Minun, derrotado, vuelve a lo suyo.

El único Pokemon que resalta por no participar en los correteos, es ese Leafeon que se ha sentado a un lado de los pies de Levitt. Su expresión es exactamente igual a la de su Entrenador. Indiferente. Arrogante. No parece agradarle la idea de correr un poco.

Pero eso no me importa en realidad.

Lo único que me importa es la forma en la que Levitt se cruza de brazos, pretendiendo hacer notar que de alguna manera es superior gracias a ese grupo de bestias que se pavonean como si realmente fuesen tan poderosas.

Y ya que Diamond no está aquí, tendré que hacerle ver a Levitt que está equivocado mediante mis propios medios.

Uno a uno, mis Pokemon salen de sus Pokebolas para estirar también sus músculos. No todos, por supuesto. En una casa tan pequeña, sería todo un caos liberar a Gyarados, a Lucario o a Lugia. Ni qué decir de Charizard y Rapidash. Al menos, el resto puede convivir un rato al aire fresco. Si tan sólo tuviésemos césped, rociadores y pelotas de playa...

— ¿Tipo Fuego?

Levitt me mira con el entrecejo ligeramente fruncido. Yo apenas le devuelvo la mirada y sólo me concentro en que Quilava ha subido conmigo a la banca. Me sigue partiendo el corazón que luzca tan triste. Tan solitario. Sé que sólo puedo hacerlo sentir mejor si lo acaricio un poco, aunque eso lo haga recordar cosas que jamás olvidará.

Mi indiferencia hiere a Levitt en lo más profundo. Desvía su mirada y bebe otro sorbo de chocolate. No ha pasado un minuto, cuando él vuelve a intentar.

—Creí que sólo entrenabas a Pokemon de Tipo Agua —dice en voz baja.

Podría levantarme ahora mismo, si tan sólo Quilava no hubiese recargado ya su cabeza sobre mis piernas. Las caricias le gustan. Lo hacen sentir a salvo. Y aún necesito hacer que gane todos esos kilos que le faltan para lucir tan saludable como los otros.

— ¿No vas a responderme?

Fulmino a Levitt con la mirada, y eso no le importa.

Realmente espera una respuesta.

¿A ese idiota qué más le da si entreno a cualquier tipo de Pokemon?

—Vaporeon, Blastoise, Dewgong, Golduck y Omastar son míos —le digo—. También tengo un Gyarados, pero es demasiado grande como para dejarlo salir aquí. Necesita espacios más amplios?

— ¿Y qué hay de los otros?

Imbécil.

—Quilava, Arcanine y Ninetales son... e-eran de mi mejor amiga. También tengo a su Charizard y a su Rapidash, pero...

—Son impresionantes. A excepción de ese Quilava, el resto luce fuerte.

—Yo los entrené durante todos estos años. Llegaron a mis manos siendo sólo un Cyndaquil, un Charmander, un Ponyta... Ninetales y Arcanine fueron los únicos que no evolucionaron conmigo.

— ¿Y Lugia...?

—De mi hermana mayor.

Silencio.

Vaporeon ya se ha unido a los suyos, luego de que Sylveon y ese otro Vaporeon se acercaran a él por un segundo. Me cuesta ver a ese Umbreon y a ese Flareon correr junto a los demás, sin pensar en el Umbreon y en el Flareon que conocí. Es extraño pensar que en este momento, en otra parte del mundo, Umbreon y Flareon siguen con sus vidas comunes y corrientes sin pensar en que ahora mismo estoy involucrada en esto. Sin pensar que Diamond y Lucario están involucrados en esto, en realidad. Supongo que eso les interesaría mucho más.

Levitt me mira por el rabillo del ojo. Le devuelvo una mirada hostil que él sostiene.

Lo detesto.

— ¿Por qué estás mirándome? —le digo.

Espero que mi tono de voz sirva para hacerle ver que ni siquiera quiero tenerlo cerca.

—Sólo quería decirte que lo que hiciste en el aerodeslizador fue...

— ¿Impresionante?

—No. Patético.

Vete al infierno.

— ¿Patético?

Él asiente.

—Creí que eras capaz de hacer más que eso —dice él—. No me dio la impresión de estar viendo a la misma Sheryl Crown de la que el señor Cunningham nos habló. Verte combatir ha sido... decepcionante.

— ¿Y qué esperabas ver? ¿Quieres que me convierta en una máquina asesina? Si hubieras visto lo que yo, jamás querrías volver a pelear.

Eso ha sido innecesario. Sé que debí cerrar la boca. Levitt no tiene por qué saber cuáles son mis motivos.

—Esperaba ver a una verdadera Entrenadora fuerte, talentosa e invencible. Pero no lo eres. Incluso podría decir que eres un fraude.

—Y yo podría decir que tú eres un fanfarrón. Un inútil. Y que no tienes idea de quién soy en realidad. Podría barrer el suelo contigo en un segundo.

—Además de testaruda, te crees más de lo que realmente eres —sonríe él—. Al igual que...

—Si vuelves a compararme con Keynes, te arrancaré la lengua.

Sólo arquea las cejas y vuelve a desviar la mirada durante sólo un segundo. Su semblante se ensombrece, y así sé que nuestra conversación realmente está tomando un rumbo importante.

—Tú estás a cargo. ¿Cuánto tiempo nos quedaremos aquí? —me pregunta.

Suspiro.

—Quisiera partir mañana por la mañana —le digo—. A primera hora.

—Me parece razonable. Así, tendremos la oportunidad de dormir un poco e irnos de aquí con el estómago lleno.

—Sí... Aunque aún hay algo que no he podido entender. ¿Por qué a nadie parece importarle lo que sucedió en el aerodeslizador?

— ¿De qué hablas?

—Stevenson murió.

—Lo sé.

—Leona y su esposo también.

—Sí.

— ¿Y eso no te afecta? Quizá los Williams no sean importantes para ti, pero Stevenson era tu amigo.

Él ríe por lo bajo y vuelve a sentarse a mi lado. Su Leafeon lo sigue como una sombra, subiendo también a la banca para ocupar ese pequeño espacio libre.

—Las personas mueren —me dice—. Eso es irremediable.

—Duele cuando es una persona importante para ti.

—Es cierto. Eso duele. Pero nosotros sabemos qué es lo que puede suceder en esta misión, y estamos dispuestos a correr el riesgo.

— ¿Estarías dispuesto a morir por salvar a Cunningham?

—Es mi trabajo.

—Eso no responde mi pregunta.

Su maldita sonrisa aparece de nuevo.

—Son increíbles las cosas que cada persona puede hacer por la familia.

Y guarda silencio, obligándome a sacudir la cabeza para deshacerme de los pensamientos que quieren volver a torturarme.

No quiero pensar más en el pasado, maldita sea... No quiero pensar en Skyler.

—Así que... ¿Tienes más familia, además de Victoria?

¿Por qué diablos sigues hablando, estúpida?

Él se encoge de hombros.

— ¿Tienes familia? —devuelve.

Sonríe de nuevo al percatarse de que yo no hablaré. Y él tampoco lo hará.

Nos sumimos de nuevo en el silencio, que sólo se rompe cuando la puerta exterior de la casa se abre con un chirrido aterrador. Levitt se levanta al instante, sacando un arma de detrás de sus pantalones, y obedece a sus instintos que quizá han derivado de su trabajo en Scotland Trainers. Asoma la cabeza por el borde del pequeño muro que nos impide caer al vacío, y frunce el entrecejo.

— ¿Qué es? —le pregunto, e instintivamente tomo la Pokebola de Lucario.

—Un intruso.

Velozmente, devuelve a sus Pokemon a sus Pokebolas, a excepción del Leafeon que lo sigue a través de las escaleras. Yo lo sigo a toda velocidad, tras resguardar de nuevo a mis Pokemon a excepción de mi Golduck que se niega a abandonarme en este momento.

Pasamos a través de la puerta del patio trasero, deteniéndonos en seco al ver que el resto de nuestro equipo ya se ha preparado para luchar. Bradley y su Bisharp protegen a Cunningham, aunque él ya ha liberado a su Houndoom. Victoria intercambia una mirada con su hermano, quien se coloca justo a su lado. Keynes y su Absol mantienen a Lynda detrás, pues ella podría arriesgarse innecesariamente. Paltrow y Reynolds también tienen la guardia arriba.

La puerta se abre finalmente, dejando entrar a ese sujeto tatuado y con aspecto un tanto tosco e intimidante. Moreno. Lleva al hombro una mochila de color negro y sus Pokebolas van sujetas a su cinturón. Se detiene en seco al vernos y parece estar dispuesto a pelear. Diamond trepa a un sofá, con sus colas danzantes, y se prepara para disparar el golpe mortal. Pero yo debo interponerme y sujetarlo cuando Lynda corre hacia ese sujeto. Y mientras el resplandor azul de Diamond se impacta contra una pared, dejando caer esa foto vieja en la que la anciana y su esposo posan en el día de su boda, Lynda rodea al sujeto con ambos brazos y exclama con la ilusión que sólo ella es capaz de transmitir:

— ¡Primo!

Él devuelve el abrazo. La anciana, un tanto aterrada, sólo intenta recuperar la compostura.

Es más fuerte de lo que parece, en realidad.

— ¿Conoces a ese sujeto? —se queja Keynes, fulminando a Lynda con la mirada.

Ella asiente y abraza con más fuerza al sujeto, quien devuelve el abrazo y ríe.

Él habla en español, con un acento peculiar que no es en nada similar al de la anciana o al de Lynda.

Pinches gringos... ¿Vienes con ellos, o qué?

Lynda responde de igual manera.

Son mis amigos. ¡Y mi jefe está aquí! ¡No seas malo con ellos!

Se separa de él y es ella quien levanta las manos en son de paz.

— ¡Tranquilos! —nos dice—. ¡Él es Brayan! ¡Es mi primo! ¡No nos hará daño!

Pero nadie puede creerlo.

¡Que me parta un rayo si es verdad! ¡Ese sujeto seguramente se ha escapado de prisión!

c

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top