Capítulo XXII


     Sé que estamos volando sin rumbo. Es fácil darse cuenta de ello cuando cualquiera se percata en la forma en que Bradley mira a nuestro alrededor, intentando buscar en los suelos algún punto en el que pueda ser seguro aterrizar. Pero no parece que eso sea una buena idea. Y tampoco creo que sea correcto seguir volando en campo abierto. En espacio aéreo restringido.

Y tenemos que tomar pronto una decisión, pues ya comienzo a ver los indicios de que nos acercamos a la civilización.

— ¡Tenemos que aterrizar! —Exclama Victoria—. ¡Hay una ciudad cerca! ¡Quizá podríamos ocultarnos ahí!

Es un buen plan.

Estoy totalmente de acuerdo con ella.

Lynda consigue enjugar finalmente sus lágrimas, demostrando que la tristeza no puede derrotar a su espíritu férreo e inquebrantable. No es el momento de llorar, y ella lo sabe bien.

— ¡Esperen! —Exclama, alzando mucho más la voz para asegurarse de que todos la escuchamos por encima del viento y de los aleteos de nuestros Pokemon—. ¡Sé a dónde nos dirigimos! ¡Victoria tiene razón! ¡Tenemos que bajar!

— ¿Estás segura? —le pregunto.

Ella asiente.

—Confía en mí —me dice.

Esa mirada es mi debilidad.

¿Por qué tenía que estar involucrada en algo como esto, a cargo de una persona cuya inocencia me recuerda tanto a...? Mierda. No debí pensar en Perla.

—De acuerdo... Confío en ti.

Lynda esboza una triste sonrisa. Enjuga nuevamente sus lágrimas y sólo comienza a exclamar sus órdenes, haciendo gala de la actitud autoritaria e intimidante que ha heredado de su madre.

Pronto, comenzamos el descenso.

La ciudad ya comienza a darnos la bienvenida.

Me pone un poco nerviosa darme cuenta de que un par de Pokemon voladores comienzan a acercarse a nosotros a medida que vamos descendiendo, aunque pronto podemos darnos cuenta de que ninguno de ellos viene hacia nosotros en realidad. Ni siquiera nos prestan atención. Sus respectivos entrenadores sólo se fulminan unos a otros con la mirada cuando es el momento de unirse a esa fila de Pokemon que aterrizan de forma ordenada en una pista de aterrizaje ubicada en el costado de lo que parece ser una plaza de estilo colonial.

En el suelo, guiando a los Pokemon con ayuda de un pañuelo de color rojo, un hombre regordete habla en perfecto español.

¡Bájele, bájele! ¡Viene, viene, viene!

En cuanto aterrizamos, nuestros Pokemon vuelven a sus Pokebolas para que nosotros podamos seguir a pie. Seguimos a la multitud por un instante, posándonos justo frente esa bandera que ondea de forma imponente, luciendo majestuosa.

Colores verde, blanco y rojo. Un águila devorando una serpiente.

La nostalgia me golpea repentinamente, haciéndome imaginar por un instante la bandera de los Estados Unidos de América.

— ¿En dónde estamos? —pregunta Keynes cruzándose de brazos.

Un par de personas voltean hacia nosotros, mirándonos con un dejo de desaprobación al darse cuenta de que Keynes ha hablado con su habitual acento británico.

Esbozando una cálida sonrisa, Lynda avanza hasta situarse al frente del grupo.

— ¡Estamos en México! —dice entusiasmada—. ¡Es aquí donde mamá y papá querían que nos ocultáramos!

—Es un sitio demasiado concurrido, agente Williams —se queja Bradley—. La vida del señor Cunningham corre peligro entre cualquier persona que pueda reconocerlo.

—Estaremos a salvo aquí —asegura Lynda—. Mamá y papá iban a traernos a esta ciudad, de cualquier manera.

Me confunde un poco que ella esté hablando de sus padres de esa manera, como si nada hubiese pasado. Sin que sus ojos vuelvan a cubrirse con lágrimas. Y a pesar de esa aparente indiferencia, en su voz puedo escuchar todo el dolor que ahora mismo está conteniendo.

Esto es extraño.

Y las personas alrededor de nosotros no dejan de mirarnos como si fuésemos fenómenos de circo cada vez que hablamos en voz alta.

—Sea cual sea el plan, pongámoslo ya en práctica —interviene Victoria—. Estar aquí me pone la piel de gallina.

—Ahora mismo, nuestros enemigos ya podrían habernos descubierto —se queja Paltrow.

Lynda frunce el entrecejo.

—Por supuesto que no —dice ella—. Estamos a salvo. Entre tantas personas, les será más difícil encontrarnos. Tienen que confiar en mí. Señor Cunningham... —añade mirando a ese hombre con un aire ligeramente suplicante, quizá como su último recurso—. Por favor, créame. Sé dónde podemos escondernos. Estaremos a salvo.

Cunningham apenas lo considera. La sonrisa que esboza transmite que en realidad confía en las palabras de Lynda, lo cual podría ser un gran error estando en estas circunstancias.

Si yo fuera él, no confiaría en la palabra de una niña tan... u-una niña tan... De acuerdo. Sí, lo admito. Yo también confiaría en ella. Hay algo en Lynda Williams que no me permite dudar de sus palabras que no pueden ser más sinceras.

—Confío en usted, agente Williams —dice él—. Llévenos a un refugio.

Ella asiente emocionada.

— ¡Sí, señor! Tendremos que ir caminando, pero valdrá la pena. ¡Síganme!

Toma a Reynolds de la mano y pretende arrastrarlo para liderar la marcha, a lo que yo debo imponerme.

—Alto.

Cierra la boca, Sheryl.

Estás haciendo algo de lo que te arrepentirás después.

— ¿Pasa algo, agente Crown? —pregunta Bradley.

Todas las miradas se posan sobre mí.

Las colas de Diamond comienzan a danzar para darme más credibilidad.

—El hecho de que Leona no esté aquí, no significa que abandonaremos la misión —les digo—. Aún debemos proteger a Cunningham. Y aunque Lynda conozca esta ciudad, nosotros tenemos que organizarnos. Dar roles dentro de esta misión.

Los Levitt sonríen.

Mierda.

— ¿Qué hacemos, entonces? —pregunta Reynolds.

—Lynda, tú irás al frente —le digo. Ella asiente—. Reynolds cuidará tus espaldas. Keynes, Paltrow y Bradley cuidarán a Cunningham. Los Levitt, Diamond y yo cerraremos la marcha y cuidaremos las espaldas de los demás. ¿Está claro?

Todos asienten.

En menos de un minuto ya estamos siendo conducidos por Lynda a lo largo de las calles adoquinadas, totalmente repletas de personas. El aire fresco definitivamente es revitalizante, aunque estar en medio de esta multitud me hace sentir como una diminuta sardina. Y aún así, hay algo en este sitio que simplemente me hace pensar que estamos en una ciudad llena de vida. Quizá sea el aspecto de las calles que me recuerda a la época colonial. O quizá se deba a que las cafeterías y restaurantes están totalmente concurridos. Quizá se deba a la alegre música de los organilleros, o a la imponente imagen de esa gigantesca torre tan alta que seguramente tiene vista a cada rincón de la ciudad desde su punto más alto.

Iglesias, palacios, todo en estas calles es magnífico. Especialmente ese espacio verde y lleno de vegetación que está igualmente lleno de personas, ubicado justo al lado de lo que parece ser un pequeño palacio de color blanco. Un parque gigantesco en el que algunos Pokemon corren y juegan con sus Entrenadores.

Y sigo queriendo estar en casa, si es que no puedo estar ya en mi pent-house.

Estar aquí me hace desear con todas mis fuerzas volver a McAllen, a pesar de que ya no queda nada para mí en ese lugar.

—Oye.

La voz de Levitt me sobresalta. Me desagrada un poco la forma en la que ambos se sitúan a cada lado mío, dándome la impresión de que están protegiéndome a mí y no al grupo entero. Sólo ahora puedo darme cuenta de que nos hemos separado impulsivamente del grupo. Hay una distancia de casi cincuenta centímetros entre ellos y nosotros. No puedo explicar cómo es que estar al lado de Victoria me hace sentir que en ella puedo confiar.

Y en el otro sujeto también, aunque aún me desagrada la idea de que haya interferido en mi batalla contra ese aerodeslizador.

—No quiero preocupar a nadie, así que no lo diré en voz alta —dice Victoria ahora que tengo la atención de ambos—, pero parece que Lynda es la única que no se da cuenta de en dónde es que estamos realmente.

—Corrígeme si me equivoco —le respondo con cierto tono sarcástico—, pero la bandera que vimos en esa plaza era mexicana.

—Sí —asiente su hermano—, pero no es eso lo que Victoria intenta decir.

—Ilumínenme.

Nuestras voces pasan desapercibidas al parecer.

—Cunningham debió decirte por qué era que tú tenías que entrenarnos, ¿no es así? —dice Victoria—. Hay una revolución en toda Sudamérica.

—Lo sé. Eso fue lo que él dijo. Pero México forma parte de Norteamérica. Geografía básica.

—Estamos en un sitio peligroso —explica Levitt con tono sombrío—. México es la única zona que queda entre la anarquía y la zona que quedó liberada tras la caída de la Elite. Esto no terminará bien.

Jamás creí que esto pudiese tener un final feliz.

—Todos los humanos son exactamente iguales —se queja Diamond—. Siempre buscando razones para desconfiar los unos de los otros, y creando conflictos que sólo los orillan a su propia destrucción. Los detesto.

No podría estar más en lo cierto.

—Si estamos en un sitio peligroso, tendremos que partir en cuanto todos hayamos recuperado nuestras energías —les digo—. Pasaremos una noche aquí. Mañana partiremos a donde sea que tengamos que ir.

—El único problema es que sin Leona aquí, nosotros no tenemos idea de cuál es el siguiente paso —dice Victoria—. Proteger al señor Cunningham será más difícil ahora.

—No podemos llevarlo con nosotros al campo de batalla, si nuestra prioridad es mantenerlo con vida —asiente su hermano—. Y él no querrá permitir que nosotros vayamos a pelear si él debe permanecer oculto. Es su espíritu de lucha.

Y eso es un gran obstáculo para todos nosotros.

Desearía poder dejar de considerarme como parte de este embrollo.

— ¿Tenemos, al menos, una idea de a dónde nos lleva Lynda? —les pregunto.

—Leona quería llevarnos a un refugio blindado —explica Victoria—. Te aseguro que no era un sitio que pudiese encontrarse a plena luz del día.

—Sea el sitio que sea, creo que todos estamos de acuerdo en que no hay nadie más confiable que ella —dice su hermano.

—Tal vez —asiente Victoria—, pero yo creo que ella nos necesitará muy pronto. No podrá seguir conteniendo sus emociones durante más tiempo.

—No tenemos tiempo para sentir nada —le espeto—. Todos ahora mismo estamos en peligro de morir. Y tendremos suerte si la muerte no nos alcanza al final de todo esto. Bienvenida a la realidad.

Diamond sólo me mira por el rabillo del ojo, asintiendo para demostrar que él piensa lo mismo que yo.

Es así como nuestra conversación muere, aunque los Levitt y yo no rompemos la formación y seguimos caminando a esta distancia del resto del grupo.

No hay nada más que deba pensar. Sé que he dicho justamente lo que Victoria tenía que escuchar. ¿Acaso no sé lo que nos espera a partir de este momento? Lo que nos depara es una constante paranoia que nos hará creer que todo el tiempo estamos siendo perseguidos. ¿Y quién dice que eso no es real? ¿Cómo sabemos que las personas que nos miran en realidad no son miembros de la Elite que están informando a sus jefes acerca de nuestra posición exacta? ¿Cómo sabemos que entre nosotros no hay un maldito traidor que ya nos ha vendido al mejor postor? ¿Cómo sabemos quién sobrevivirá y quién se irá antes de lo que debería? ¿Cómo sabemos cuántos de nosotros viviremos lo suficiente como para contarle a alguien esta historia?

Perla...

¿Alguna vez tú habrás pensado que cada vez que desafiábamos a nuestros enemigos, estabas viviendo los que podían ser tus últimos momentos?

Por favor, dime qué hacer ahora...

Dime cómo puedo salvar a estos chicos...

— ¡Es ahí!

La voz de Lynda me sobresalta, haciéndome notar que he perdido por un momento la noción del tiempo y del espacio. A nuestro alrededor ya no queda vestigio alguno de las calles adoquinadas. En su lugar, sólo puedo ver una calle común y corriente cuyo aspecto en general deja mucho qué desear. El pavimento necesita mantenimiento urgentemente, y eso no es impedimento para esos niños ruidosos jueguen soccer con una botella de plástico. Apenas se fijan en nosotros cuando nos ven pasar. Quienes sí nos prestan atención son ese par de ancianas que dejan su tertulia para fijar sus miradas específicamente en mí y en Victoria. Y es algo especialmente desagradable, aunque no lo es tanto como las miradas de ese trío de adolescentes hormonales y repugnantes que nos miran desde el otro lado de la acera.

¿En qué sitio de mala muerte nos hemos venido a meter?

Lynda finalmente se detiene frente a una casa que sin duda ha visto mejores tiempos. La pintura azul ya está vieja, sucia y desgastada. Hace juego con la puerta ligeramente oxidada, con la ropa limpia que alguien ha puesto al sol en el techo y que podría verse desde bastantes metros de distancia. Es un sitio... triste.

No sé si quiero estar aquí.

— ¿Qué clase de pocilga es esa? —se queja Reynolds.

Al menos, alguien piensa como yo.

— ¿Pocilga? —Ríe Lynda—. En absoluto. Yo creo que es un sitio lindo.

—No lo es —se queja Paltrow.

Lynda sonríe de nuevo y habla en perfecto español, que suena más natural en ella que su inglés con acento peculiar.

A todos les hace falta barrio.

Creo que ninguno de nosotros ha entendido lo que ella quiso decir.

Para rematar su frase, Lynda llama a la puerta presionando un botón en la pared. Eso despierta las quejas de algunos perros que ladran desde los techos de las casas aledañas, como si alguien los hubiese llamado a ellos.

La respuesta no se hace esperar. Un Mr. Mime de edad avanzada abre la puerta y se aparta para dejar pasar a Lynda una vez que ella le ha dedicado una caricia en la cabeza. Pero nosotros permanecemos afuera un par de segundos más, antes de que Keynes dirija una mirada hacia los Levitt para indicarles que ella se atreverá a entrar.

Y me ridiculiza el hecho de que sea justamente ella quien decida romper el cerco.

Pronto, sólo Diamond y yo quedamos afuera, observando a esos asquerosos adolescentes acompañados por un Venomoth y un Crobat. Espero que una mirada asesina baste para demostrarles que será mejor que no se atrevan a meterse conmigo, pues no estoy dispuesta a pelear contra ellos... hoy.

Así que sólo entro detrás de los Levitt, permitiendo que Mr. Mime cierre la puerta. Y en este patio que nos da acceso a la entrada principal de la pequeña casa de dos pisos sólo puedo ver un jardín en perfectas condiciones. Diminuto, pero funcional.

Y a esa anciana morena y regordeta que nos espera, sentada en una vieja mecedora. Escuchando a través de un pequeño y viejo aparato de sonido la tonada de una canción en español. En compañía de ese Stoutland que dormita a sus pies.

Todos pasamos a segundo plano cuando Lynda corre hacia ella, exclamando de nuevo en español:

— ¡Abuelita!

Ambas se funden en un fuerte abrazo.

No estoy segura de que esto sea una buena idea.

Este sitio no puede ser lo suficientemente seguro para ninguno de nosotros, si es una anciana quien vive aquí.

.net,��]R#��

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top