Capítulo XXI
¡Hey, hola! En Multimedia les dejo una canción, el cover de Through the Fire and Flames de Pellek, para que escuchen mientras leen. ¡Disfruten el capítulo!
No...
No voy a permitirlo...
¡No acepté esta misión estúpida para que esto sucediera en mi presencia!
A pesar de lo mucho que me cuesta levantarme, consigo hacerlo para acercarme a toda velocidad hacia Alex. Aparto a punta de empujones a todo aquel que pretende estorbarme, lo cual causa que Keynes quiera hacer lo mismo conmigo. Pero Reynolds y Paltrow la sujetan antes de que pueda tocarme, y así yo puedo colocarme en cuclillas a un lado de este... pobre chico.
Alex Stevenson.
Sin importar cuánto me esfuerzo, mis manos sólo se cubren con sangre mientras intento asegurarme de que no hay nada qué hacer. El corazón de Alex ha dejado de latir.
Y la voz que viene desde el aerodeslizador enemigo está escuchándose de nuevo.
—Aquí FOX19-Z. Sobrevuela espacio aéreo restringido. Aterrice, o será derribado.
Recibimos una fuerte embestida que logra crear una abolladura de tamaño considerable en una de las paredes. El muro de hielo comienza a quebrarse lentamente. El golpe ha sido tan fuerte que nos ha desestabilizado por unos segundos. Para Bradley y el señor Williams es casi imposible mantener el control.
—Tenemos que escapar —decide Leona—. No podremos seguir volando por mucho tiempo, así que tendremos que tomar el control de ese otro aerodeslizador.
—No sobreviviríamos —dice Victoria—. ¡Nos derribarán antes!
—Nuestra prioridad sigue siendo proteger al señor Cunningham —espeta Leona.
Y mientras Victoria sigue discutiendo con ella, yo sólo puedo levantarme de golpe y compartir una mirada con Diamond para comunicarle lo que ahora tengo en mente. Él asiente y sigue mis pasos. Llamamos la atención desde el momento en el que presiono ese botón que abre la compuerta que usamos para entrar antes de despegar. La repentina entrada de aire desde el exterior vuelve a causar estragos en el interior. Puedo sentir que un par de manos me sujetan desde dentro, pero eso no puede evitar que yo devuelva a Dewgong a su Pokebola, para luego forcejear y saltar al vacío en compañía de ese gato azul.
— ¡Sheryl...!
Los alaridos de Victoria no pueden detenerme. Tan sólo lanzo la Pokebola mientras voy cayendo, consiguiendo que Lugia surja majestuosamente con ambas alas extendidas. Diamond y yo caemos sobre su lomo y nos sujetamos con fuerza mientras Lugia da un par de giros en el aire para surgir de nuevo, situándose justo entre el aerodeslizador enemigo y el nuestro.
Es así como los Entrenadores Pokemon tendríamos que resolver nuestros problemas. No se trata de usar armas de fuego, si tenemos la fuerza suficiente para que nuestros Pokemon puedan luchar con sus propios medios.
¿Cómo puede alguien jactarse de poseer más poder que los demás, si ese mismo poder lo han conseguido a base de asesinatos e injusticias?
Me las pagarán.
No permitiré que la sangre de Alex Stevenson manche mis manos en vano.
—Puedo derribarlo con un solo golpe —dice Diamond decidido. Sus colas comienzan a danzar.
—Lo sé. Pero también tenemos que pensar en los demás. Tu ataque podría crear una explosión que absorvería también a nuestro aerodeslizador.
— ¡De cualquier manera, esa máquina se irá al vacío!
—No lo hará mientras todos ellos aún estén allí. Así que si puedes controlar tus poderes para derribar sólo a nuestros...
Diamond me impide seguir hablando, uniendo sus colas para disparar un resplandor de luz cegadora que neutraliza esos misiles que los enemigos han disparado hacia nosotros. Las miradas de nuestros compañeros se posan sobre nosotros. Sé que Leona quiere salir y enfrentarse ante esos sujetos, pero su misión principal consiste en permanecer en el umbral de la compuerta, para asegurarse de que Cunningham no reciba siquiera un rasguño. Supongo que parte de esa misión también consiste en impedir que Lynda se acerque a la línea de fuego. Lo cual es una tarea difícil, tomando en cuenta la forma en la que esa niña insoportable intenta vencer el cerco que ha impuesto su madre.
Eso significa que Diamond y yo estamos solos en esto.
Y eso quiere decir, además, que he caído de nuevo en las garras de alguien que me manipuló para llegar a esto.
Cunningham no es tan diferente al líder de la Elite.
Pues bien... Por suerte, no están enfrentándose a cualquier persona.
—Cambio de planes, Diamond —le digo—. ¡Destrúyelos!
— ¡Será un placer!
Lugia se une a nuestro plan, dando un giro en los aires y volando directamente hacia abajo del aerodeslizador enemigo. Diamond se posa sobre su cabeza para disparar certeros destellos de luz que perforan la parte inferior. Salimos de nuevo desde el otro extremo, donde Lugia gira de nuevo para disparar una ráfaga de agua tan potente que consigue desestabilizar el aerodeslizador. Lo arrastra, además, a lo largo de un par de metros que imponen la distancia suficiente entre ambos aerodeslizadores. Eso es perfectamente útil para nosotros, y para los poderes destructivos de un Dios Legendario.
O dos.
Tenemos que volar hacia arriba para alejarnos de la ráfaga de misiles explosivos que nos persiguen, y que pretenden derribarnos sin tener el valor suficiente para llamar a sus Pokemon. Creen que una bala puede detenernos, sin saber que nosotros hemos sobrevivido a más que eso.
— ¡Tenemos que llamar a Lucario! —le digo a Diamond luego de que él dispare una ráfaga de luz que consigue quebrar los cristales del aerodeslizador enemigo.
—Eso sería contraproducente —decide Diamond—. Lucario es demasiado grande. Las balas lo alcanzarían, aunque él pueda esquivarlas.
— ¿Qué hacemos, entonces? Los demás dependen de nosotros.
¿La que dijo eso fui yo?
Diamond lo considera durante una milésima de segundo.
— ¡Lugia y yo podemos resolverlo, Sheryl! ¡Sujétate!
Apenas puedo hacerlo, pues Lugia vuelve a girar para esquivar los misiles teledirigidos que comienzan a perseguirnos. No necesito darle órdenes para que Lugia se dé cuenta de que estamos ante una situación crítica. Aunque no tan crítica como el hecho de que nos estamos alejando lo suficiente del campo de batalla, como para que el aerodeslizador enemigo ya haya sujetado el nuestro con esos ganchos que unen ambas compuertas mediante un cable de color negro.
Sobre mi cadáver.
— ¡Vaporeon, destruye ese cable!
Imagino que Lugia no se molestará si llamo a otro Pokemon que se pose sobre su lomo para impulsarse y disparar una ráfaga de agua que pareciera ser desproporcionada en cuanto al tamaño de su cuerpo. Volvemos al campo de batalla, no sin antes dar otro giro engañoso que hace que los misiles se impacten contra los motores del aerodeslizador enemigo.
Ahora somos nosotros quienes los remolcamos.
Y las dos personas que viajan en ese aerodeslizador, ataviadas con esos abrigos de color negro, no están dispuestos a ceder.
— ¡Retrocedan! —Exclama Leona a mis discípulos—. ¡No se muevan...! ¡Levitt, vuelve aquí!
Lugia se mueve a gran velocidad para asegurarse de atrapar a Levitt cuando él salta desde la compuerta para reunirse con nosotros. Ahora ya podemos decir que hay suficiente peso en el lomo de Lugia como para hacer que se enfurezca, y no me sorprendería que fuese así.
— ¡Kyle! —Exclama Victoria desde la abertura de la compuerta—. ¡Es peligroso estar ahí afuera!
Y puedo luchar sola.
Sólo quiero que quede claro.
— ¡Sólo tenemos una oportunidad! —me dice Levitt—. ¡Podremos derribarlo si unimos nuestras fuerzas!
Y yo, aunque no quisiera, asiento.
—De acuerdo —le digo.
—Dos Pokemon eléctricos y un Pokemon acuático —continúa él—. ¡Ataquemos a la vez!
— ¡Pero sólo hay un Pokemon eléctrico con nosotros! —le digo.
— ¡Y mi fuerza basta para luchar, humano estúpido! —espeta Diamond con su pelaje erizado.
Como respuesta, Levitt se aferra a Lugia con una mano y lanza una Pokebola con la otra, exclamando:
— ¡Ve, Jolteon!
Su Pokemon, imponente y poderoso, se impulsa sobre la cabeza de Lugia para saltar hasta llegar a nuestro aerodeslizador.
No hay tiempo para pensarlo.
Levitt y yo intercambiamos miradas y exclamamos a la par:
— ¡Ahora!
Vaporeon dispara una potente ráfaga de agua que consigue hacer que el deslizador enemigo baje su altura considerablemente. Eso se logra también gracias a los violentos aleteos de Lugia, que crean fuertes corrientes de aire. Diamond y Jolteon se unen con dos descargas eléctricas que viajan hasta el aerodeslizador. Al impactarlo, una explosión consigue desestabilizar de nuevo nuestra nave.
La parte positiva de todo esto es que el aerodeslizador enemigo se ha convertido en una mole de metal inservible que cae en picada hacia el vacío.
Lugia vuela hacia nuestro propio aerodeslizador, permitiéndonos entrar de nuevo. Vaporeon y Jolteon vuelven a sus Pokebolas para ahorrar espacio, y Diamond permanece sobre la cabeza de Lugia mientras nosotros nos adentramos en la cabina. El señor Cunningham, resguardado detrás de la agente Bradley, nos mira con una mezcla de angustia y gratitud.
Maldito cerdo inútil y cobarde.
Todas las alarmas del aerodeslizador están encendidas. El pánico ya está reinando en este lugar.
— ¡Tenemos que salir de aquí! —Dice el señor Williams—. ¡No resistirá mucho tiempo en los aires!
—Tendremos que hacer un aterrizaje de emergencia, entonces —propone Leona.
Su esposo niega con la cabeza.
—Puedo mantenerlo suspendido por unos segundos, pero eso será todo —dice él—. En cuanto suelte los controles, esto se irá al fondo.
Con la respiración agitada, Leona nos mira. Su dedo índice comienza a señalar a algunos de nosotros.
—Ustedes. ¡Llamen a un Pokemon que pueda volar! ¡Rápido!
Victoria y Keynes son las elegidas. Ambas asienten y llaman a sus Pokemon, que se posan a un lado de Lugia. Un imponente Hydreigon para Keynes. Un Yveltal para Victoria.
Lugia resalta entre ellos, por ser el único Pokemon cuya presencia es imponente sin tener que pasar por el rincón de lo siniestro.
— ¡Salten! ¡Iremos sobre los Pokemon!
—Yo llevaré al señor Cunningham —dice Victoria.
Bradley asiente y toma la mano de Cunningham para llevarlo consigo hacia el lomo de Yveltal. Una vez asegurado en el lomo del Pokemon, el resto del grupo comienza el descenso. Levitt sube de nuevo al lomo de Lugia, intercambiando una mirada de desagrado con Diamond y mirando hacia el interior del aerodeslizador para apresurarme.
Adentro sólo quedamos la familia Williams y yo.
—Andando —dice Leona—. ¡Ray, tenemos que irnos!
— ¡No puedo! —Insiste él con firmeza—. ¡Leona, no puedo soltar los controles! ¡Si lo hago, esto caerá! ¡No podremos salir de ninguna manera!
—Bueno, no voy a dejarte aquí —dice ella—. ¡Vámonos, Ray!
Todo parece detenerse a nuestro alrededor cuando él se gira para mirar a Leona con esa intensidad que ahora mismo me causa escalofríos. Niega con la cabeza, dando a entender que no hay más alternativa.
Esto... no es nada bueno.
—Necesito a alguien más en los controles para tratar de llevar esto tan lejos como sea posible —dice el señor Williams—. Tenemos que hacer que la Elite le pierda el rastro al señor Cunningham.
Leona suelta un juramento por lo bajo y vuelve a mirarnos por un instante. Su respiración se agita de golpe. La hemos dejado entre la espada y la pared, pues no le queda más opción que tomar una decisión que podría marcarla de por vida.
Y parece ser que no lo pensará por más tiempo.
Se acerca a Lynda para rodearla con fuerza con sus brazos, abrazándola como si en ello se le fuese la vida. Lynda es incapaz de responder. Incapaz de devolver el abrazo. Tan sólo se queda rígida. Totalmente inmóvil. Puedo adivinar que esas muestras de cariño no son comunes entre los Williams, y no me sorprendería que así fuera.
Las alarmas son cada vez más sonoras.
Leona se separa de su hija y la toma por los hombros.
—M-mamá...
Las lágrimas brotan de los ojos de ambas.
—Promete que serás fuerte, y que serás una buena niña —dice Leona.
—M-mamá... N-no... ¡N-no, yo quiero ir con ustedes!
Leona niega con la cabeza. Sólo abraza de nuevo a su hija. Y estando así, rodeándola aún con sus brazos, musita una palabra que penetra en lo más profundo de mi mente.
—Cuídala.
Asiento.
Leona reprime un sollozo y besa la frente de su hija, para luego lanzarla hacia mis brazos y darme a mí un empujón que me lleva a caer sobre el lomo de Lugia.
Levitt intenta controlar los llantos desesperados de Lynda, que intenta por todos los medios posibles alcanzar el aerodeslizador mientras nosotros iniciamos el descenso. Muchas miradas se dirigen hacia atrás, sin que alguno de nosotros sea capaz de regresar pues todos tienen una misión que cumplir. Todos tenemos una misión que cumplir. Así que sólo seguimos descendiendo a toda velocidad, mientras los gritos de Lynda se convierten en alaridos mucho más potentes cuando detrás de nosotros, a miles de kilómetros de distancia, el aerodeslizador se impacta contra una montaña creando una potente y letal explosión.
— ¡¡Mamá!! ¡¡Papá!! ¡¡No...!!
No lo resisto.
Es como si el dolor de Lynda estuviese también dentro de mí.
— ¡¡Mamá...!!
Lo siento en lo más profundo de mi corazón...
— ¡¡Por favor...!! ¡¡Mamá...!!
Aún a pesar de que yo jamás pude haber sentido esto...
— ¡¡Mamá...!!
Ya que jamás sentí ese cariño por la mujer que me dio la vida.
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