Capítulo XX


     —Sheryl...

El sonido de la explosión resuena en mi cabeza, así como los gritos de terror y agonía que estoy segura que ella soltó al sentir que su cuerpo estaba siendo destrozado por el fuego y la onda expansiva. Sus lloriqueos me llenan, haciéndome sentir asco y repudio hacia mi propia existencia. Mi corazón se acelera. El fuego da paso a esa luz de color blanco. De pronto, ya estoy recostada en esa cama.

En mí cama.

En Crown Corners.

—Sheryl...

Puedo ver todos esos rostros difusos, mirándome con angustia e intentando interponerse mientras yo pretendo bajar las escaleras tan rápido como puedo. Mis rodillas me traicionan en el último momento, haciéndome caer sobre la alfombra. Algunos brazos me rodean. Algunas palabras intentan consolarme, a pesar de que no hay nada que pueda remediar el hecho de que ella nunca volverá.

— ¡Sheryl!

Tengo la desagradable sensación de haber recuperado el aliento de una forma demasiado abrupta. Pestañeo velozmente, intentando aclarar mi visión para asegurarme de que aún estoy en el interior del aerodeslizador. Diamond se relaja un poco en cuanto me escucha respirar con más normalidad, aunque no me quita la mirada de encima. Y de la misma manera, Victoria sujeta mis hombros y les da una fuerte sacudida para obligarme a mirarla de frente.

—V-Victoria...

— ¿Qué soñabas? —Me pregunta—. Nos pusiste la piel de gallina.

Es cierto. Todos están mirándome como si por un instante hubiese entrado en un estado de posesión.

Y no quiero responder a su pregunta.

—Y-yo... N-no lo recuerdo...

—Sheryl suele tener pesadillas —dice Diamond de mala gana, intentando ocultar que por un instante se ha preocupado por mí.

—Pues parece que ha sido terrible —se queja Victoria.

—E-estoy bien, descuida... ¿Dónde estamos?

Victoria pone los ojos en blanco y finalmente me libera, para sentarse a mi lado y recargar su cabeza en el respaldo de su asiento.

Todo vuelve a la normalidad ahora que las miradas finalmente se alejan de mí.

—Seguimos en los aires —responde Reynolds despreocupado—. No hemos aterrizado desde que salimos de Mánchester.

— ¿Cuánto falta para llegar a... donde sea que vayamos?

—No lo sabemos —dice Lynda.

Ellos lucen totalmente indiferentes con respecto a lo que sucedió hace unas horas. Y si miro hacia los controles, puedo ver que quienes están a cargo de nosotros actúan de la misma manera. Bradley, Cunningham y los Williams se mantienen en silencio, tan sólo atentos a los controles y a las pantallas que podrían revelar la presencia de cualquier enemigo.

No tengo idea de cuánto tiempo llevamos en los aires, pero ya comienzo a sentir que extraño tener el suelo bajo mis pies. Me siento también un tanto enferma. Cansada. No puedo dejar de pensar en esa explosión, y en lo que pudo haber pasado con Jayden. ¿Qué estaba haciendo él ahí? ¿Me habrá reconocido? ¿Cómo...? C-cómo... ¿Cómo es que sobrevivió luego de lo que sucedió hace tantos años...?

Lucía tan distinto a lo que conocí... P-pero estoy segura de lo que vi. Estoy segura de cómo pasaron las cosas en aquella ocasión. Si los muertos pueden volver de la tumba, ¿existe alguna posibilidad de aterrizar y ser recibidos por Perla? Eso sería como un sueño hecho realidad. Podría dejarme llevar por esas esperanzas, si tan sólo no fuese realista. Si tan sólo no estuviese segura de que eso es imposible.

Quiero volver a mi pent-house...

No puedo formar parte de lo que sea en lo que ahora estoy involucrada. ¿Existe alguna manera de convencer a Cunningham de liberarme de esta misión suicida? Nada de lo que sucede en América es de mi incumbencia. Los Entrenadores pueden sacarse los ojos entre sí. Yo no quiero evitarlo. No quiero revelarme ante nadie.

No quiero volver a pelear.

Toda esta situación está poniéndome tan nerviosa, que me sobresalta el simple sonido que Leona produce al activar el piloto automático de su lado de los controles del aerodeslizador, para levantarse y caminar hacia nosotros. Su esposo la sigue con la mirada. Ella se detiene para dedicarle un guiño que lo hace sonreír. Y no es el momento para hacer esa clase de cursilerías.

—Atención —nos dice Leona al estar entre nosotros.

Todas las miradas se posan sobre ella.

Sigue siendo tan imponente como fue en aquellos años...

—En este momento, estamos sobrevolando tierras americanas —anuncia—. Nos encontramos sobre el Golfo de México. Así que antes de aterrizar, tienen que saber un par de cosas.

Saca de sus bolsillos un aparato delgado y diminuto. Presiona un botón, activando el holograma de color verde que aparece frente a nuestros ojos. Un mapa detallado que abarca cada rincón del relieve mexicano, junto con el sur de Estados Unidos.

Tengo que hacer un gran esfuerzo para evitar que mi mirada se fije en los territorios de Texas.

—En este momento, la frontera con Estados Unidos ha sido totalmente cerrada —explica Leona, presionando el mismo botón para que los estados del sur se tornen de color negro—. El espacio aéreo de esa parte de Norteamérica está prohibido para cualquier avión o nave extranjera. Si nos acercamos a esos territorios, nos derribarán.

— ¿A dónde nos dirigimos, entonces? —pregunta Keynes.

—Tenemos una casa de seguridad esperando en la Ciudad de México —continúa Leona. Un punto en el mapa se ilumina con una luz de color celeste—. Nos quedaremos allí unos días, mientras pasa la conmoción por el ataque a las bases de Scotland Trainers. Tenemos que asegurarnos de comunicarnos con los sobrevivientes antes de dar el siguiente paso. Así que dejaremos que este aerodeslizador caiga, y nosotros iremos en otra dirección. No haremos que se nos pierda el rastro, pero podremos retrasar y confundir a nuestros enemigos.

— ¿Cómo haremos eso? —pregunta Levitt.

Como respuesta, Leona presiona otro botón en el aparato. Un grupo de esferas del tamaño de una Pokebola brotan de una de las paredes, flotando hasta nosotros. Al tomarlas en nuestras manos, éstas se activan para transformarse en algo inconfundible.

Paracaídas.

—Saltaremos al mismo tiempo —continúa Leona—. Cuando estemos a una altura suficiente, llamaremos a los Pokemon que sean necesarios para llevarnos a tierra firme. Aquellos que no posean un Pokemon capaz de volar, tendrán que viajar con alguno de los otros. —El mapa vuelve a señalar un segundo punto, esta vez con una luz de color violeta—. Iremos por aire hasta llegar a la mitad del camino. Luego, conseguiremos un auto para pasar desapercibidos. Es posible que tengamos que pelear una vez que saltemos, así que prepárense. Tienen quince minutos.

Apenas tiene tiempo de terminar de pronunciar esas palabras, pues el aerodeslizador da una fuerte sacudida que se percibe inmediatamente después de ese estruendo metálico. Diamond salta para dirigirse hacia los controles, intentando averiguar qué es lo que ocurre. Y cuando miro de nuevo, Reynolds ya está intentando ser el escudo humano que protege a Lynda.

— ¿Qué mierda fue eso...? —se queja Victoria.

Bradley responde, al mismo tiempo que Leona corre hacia los controles.

— ¡Agente Williams, venga aquí!

Pronto, todos ya nos hemos apiñado frente a la pantalla holográfica que Bradley está mirando. El señor Williams ya ha desplegado esa pantalla especial que contiene los controles de todo nuestro armamento.

—El radar no lo ha detectado —informa Cunningham—, pero las cámaras de la compuerta trasera lo delatan. Es un aerodeslizador.

— ¿Amigo, o enemigo? —pregunta Keynes.

Un segundo impacto responde su pregunta.

Siento que mi corazón pronto se saldrá de mi pecho.

—Bradley, comuníquese con el piloto de ese aerodeslizador —ordena Leona.

La aludida asiente y acciona un par de controles, para luego aferrar con un dedo el micrófono que lleva sujeto a un par de cascos de piloto.

—Aquí R3-WDC 001, cambio.

Silencio.

Esto me causa escalofríos.

—Aquí R3-WDC 001. Solicito identificación, cambio.

Ruido blanco.

Todos comenzamos a intercambiar miradas.

Leona ya lleva en sus manos un Revólver que ha sacado de detrás de sus pantalones.

—Aquí R3-WDC 001. Respondan, cambio.

El desagradable sonido de la interferencia se apodera de los altavoces que Bradley ha activado. Lynda cubre sus oídos con ambas manos, esbozando una mueca de disgusto. Finalmente, el sonido de una voz masculina y ligeramente aterradora nos da la respuesta que ninguno de nosotros quisiera escuchar.

—Aquí FOX19-Z. Sobrevuela espacio aéreo restringido. Tenemos permiso para disparar.

Lo siguiente que todos sentimos es el calor abrazador de la explosión que se lleva consigo toda la compuerta trasera del aerodeslizador. Nos desestabilizamos. Cunningham toma el puesto de Leona en los controles para intentar mantener el control del aerodeslizador, aunque eso sea imposible. Todos debemos sujetarnos de cualquier sitio de donde podamos, y eso no evita que Victoria sea arrastrada hacia el vacío. Levitt se desliza también y consigue sujetarse de uno de los asientos con una mano. Consigue atrapar el brazo de Victoria para detenerla. Ella no deja de gritar, y él no está dispuesto a soltarla.

M-mierda...

¡No lo permitiré!

— ¡Dewgong, bloquea ese agujero!

Mi Pokemon sale de su Pokebola en cuanto la extiendo hacia adelante, creando un muro de hielo lo suficientemente grueso como para que el interior del aerodeslizador pueda volver a la normalidad. Victoria puede respirar con tranquilidad al fin, permitiendo que Levitt la tome entre sus brazos y se asegure de que ella no está herida de ninguna manera. Victoria asiente y se aferra a él como si la vida se le fuese en ello.

Suspirando para liberar las tensiones, acaricio la cabeza de Dewgong.

Ojalá tuviésemos tiempo para celebrar.

— ¡Miren! —Exclama Lynda, señalando con un dedo hacia el muro de hielo—. ¡Puedo verlo! ¡Es el sujeto que nos ha atacado!

Leona aparta a su hija y avanza hacia el muro, limpiando un poco el vaho que ya comienza a formarse para dejar al descubierto algo que a mí me causa un colapso que me obliga a retroceder.

En uno de sus costados, el aerodeslizador enemigo lleva ese símbolo de pesadilla.

Las siluetas de Articuno, Zapdos y Moltres, alrededor de una letra E estilizada.

La Elite.

N-no... N-no está pasando... ¿P-por qué...?

— ¡Bradley! —Exclama Leona—. ¡Sácanos de aquí, ya! ¡Tenemos que salvar al señor Cunningham!

Todo el caos se detona cuando recibimos el impacto de una ráfaga de balas que logra atravesar el muro de hielo. Nos cubrimos tan bien como podemos durante un instante, mientras Dewgong se encarga de cerrar de nuevo los agujeros y de fortalecer el muro, aunque eso cause que el interior del aerodeslizador se sienta como un congelador industrial.

Al terminar el tiroteo, Leona es la primera en levantarse.

—S-señor Cunningham...

—Estoy bien... —responde él agitado.

— ¿Están heridos...? —pregunta Diamond en las mismas condiciones.

No tenemos tiempo de asentir, pues el grito de horror de Victoria llama nuestra atención. Keynes me aparta con un empujón para correr hacia ese punto, mientras Paltrow y Reynolds se encargan de apartar a Lynda y a Victoria. Las lágrimas no tardan en hacerse presente, así como los ataques de pánico. Leona corre también, y Cunningham sólo pasa una mano entre su cabello mientras niega frenéticamente con la cabeza.

Yo sólo puedo retroceder a toda velocidad, antes de que la sangre termine por tocarme y hacerme caer totalmente en la locura que me llama con tanta desesperación.

Al final, mi grito es el más potente a causa de lo que esa imagen aterradora causa en mi interior.

No puedo dejar de mirar a Alex Stevenson, desplomado sobre su espalda y con todas esas heridas de bala cubriendo su pecho y parte de su rostro. Tendido en un charco de sangre. Sin responder ante las llamadas desesperadas de Leona, quien lo abofetea en busca de una señal de vida que nunca podrá obtener.

Alex Stevenson ha muerto.

La Elite ha matado a uno de mis discípulos.

Y-y... Y-y y-yo... D-de n-nuevo soy una... u-una maldita inútil....

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