Capítulo LIII


McAllen, Texas.

Once años atrás.

Siempre sentí pánico cada vez que mi padre quería verme en su oficina, en esos rincones de nuestra mansión que nadie más podía visitar sin autorización. Ese momento en que sus sistemas de seguridad convertían la mansión Roosevelt en una base ultra secreta e impenetrable.

No era extraño que él quisiera verme. Ya incluso había aprendido a distinguir correctamente las intenciones con las que me buscaba, aunque eso sólo sirviera para saber si debía temer o no. Pero en esa ocasión fue distinto. No llamó a mi hermano. Sólo a mí. Y cuando llamé a la puerta y ésta se abrió para dejarme pasar, lo primero que pude ver en el despacho fue a su Espeon. Estaba montado sobre el escritorio, manipulando el teclado del ordenador. De mi padre no había rastro alguno. Eso hizo que comenzara a temer de nuevo, pensando que él se encontraba en su cuarto de juegos. Preparándolo todo para... lo que siempre solía hacer conmigo.

Me arrepentí por haber dejado atrás a Persian, pero no tuve opción. Si tan sólo mi padre no lo hubiese torturado cada vez que intentaba defenderme... Si la única forma de proteger a Persian era manteniéndolo lejos de mí en los momentos cruciales, entonces debía aprender a vivir con ello.

Caminé hacia Espeon, no sin antes asegurarme de que realmente nadie más estaba en la habitación. Seguí la angustiosa mirada de Espeon, que se mantenía fija en la pantalla del ordenador. El mapa de un complicado sistema de túneles en el Monte Everest era lo único que podía verse. Mi padre había señalado algo con un centenar de cruces. Un sistema de eliminación eficiente. Las excavaciones iban más y más hacia abajo, sin que él pudiese encontrar lo que buscaba.

Espeon pareció darse cuenta de lo que yo estaba viendo ahí. Llamó mi atención rozando mi mejilla con su húmeda nariz, y luego guió mi atención hacia el globo terráqueo que mi padre solía usar para jugar a lanzar los dardos. Cada vez que el dardo caía, una nueva base de la Elite era construida en cualquier sitio del mundo. Espeon saltó para colocarse a un lado de la esfera y la hizo girar un par de veces, deteniéndola al colocar una de sus patas delanteras justo sobre un punto que un Pokemon no debía ser capaz de reconocer.

Nueva Zelanda.

Con un de sus garras, señalaba el punto exacto.

Acalorada, volví hacia el ordenador para buscar más en ese mapa de túneles. Lo único que encontré, y que no supe ver antes, fue una libreta olvidada sobre el escritorio. Una nota como las que mi padre solía usar para pensar con claridad. Una pregunta dirigida hacia sí mismo.

¿Dónde está la Puerta de Katzenner?

Observé más a fondo esa libreta, encontrándome con la sorpresa de que mi padre tenía una fotografía de ese Pokemon inusual que conocimos Skyler y yo durante la prueba final en el Monte Everest. El gato azul de dos colas.

Al instante, la mano de mi padre se cerró con delicadeza sobre mi nuca.

Un tacto delicado y sugestivo, inapropiado para usarlo sobre su propia hija.

—Aún no estás lista para saberlo —me dijo.

A pesar del temor, pude responder.

— ¿Por qué tienes a ese gato azul entre tus notas?

Sonrió. La malicia en cada uno de sus gestos era horrible y aterradora.

—Eres pequeña, Jacqueline. No lo entenderías.

—Yo lo he visto. En el Monte Everest.

Su mano apretó con más fuerza cuando la ambición se apoderó de él.

— ¿Estás segura?

—S-sí... Es un Pokemon que puede hablar como nosotros. Nos ayudó a encontrar a Lugia, y dijo que estaría esperándonos al pie de la montaña para reunirnos algún día...

Sonrió de nuevo. Me causó escalofríos.

—Sabía que algún día me serías útil, Jacqueline...

Se apartó de mí y apagó el ordenador. Quitó de mi vista la libreta, y con una mirada severa se encargó de que Espeon volviera a su sitio.

— ¿De qué se trata todo esto?

Acarició mi rostro, pasando su dedo pulgar sobre mis labios de la misma forma en que solía hacerlo luego de obligarme a darle sexo oral cada día.

—Algún día estarás lista para saberlo.

— ¿Es algo malo?

—Es algo que cambiará nuestras vidas por siempre. Cuando tu hermano y tú estén listos, lo entenderán.

—Quiero saberlo ahora.

Él rió.

—No. Tendrás que esperar. Por ahora, ya me has ayudado bastante.

Sin decir más, sólo me condujo hacia su cuarto de juegos mientras comenzaba a rozar con su mano ese maldito trozo de carne que pronto estaría dentro de mí. Pasé años pensando en esa idea... En lo que sucedió ese día... Ahora que he causado tanto año, me pregunto si... si...

Me pregunto si Skyler alguna vez me habría perdonado al saber que yo le di a mi padre la clave para comenzar a darle caza a quien tiempo después le arrebataría a mi mejor amiga todas las esperanzas de tener un futuro feliz. Pero en este momento, no quiero sentir más remordimiento. Ahora más que nunca estoy convencida de que soy capaz de abrir la Puerta de Katzenner.

Sé que lo lograré.

Nadie va a detenerme ahora.

CONTINUARÁ...

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