Capítulo III
En realidad, apenas recuerdo lo que es salir por las noches para caminar o para convivir con otros seres humanos. Desde que llegamos a Liverpool, raras son las noches en las que decido o quedarme en mi habitación compadeciéndome de mí misma. Y cuando eso sucede y opto por salir, siempre termino dando un paseo en el lomo de Lugia. Siempre sola. Sólo con mis Pokemon. Y por alguna razón, eso es lo único que me devuelve el ánimo.
Nunca he sido muy buena para tratar bien a las otras personas...
Desde que era una niña aprendí que no tenía que hacer siquiera el esfuerzo. Supongo que eso es algo que aprendí inconscientemente de mi madre. Ella intentaba inculcarle a mi hermana mayor lo que yo puse en práctica desde que tuve uso de razón. Eres superior a todos los demás, por el simple hecho de ser una Crown. Y aunque mi historia familiar no está llena de amor, abrazos y apoyo, sí puedo decir que me enorgullece ser una Crown... aunque ser una Crown me haya condenado a tener una vida solitaria.
Al menos, sé que tengo habilidades que posiblemente heredé de mis antepasados. Sé que poseo un talento natural para entrenar a mis Pokemon, lo cual me ha traído hasta este punto. Me ha convertido en una sobreviviente, en múltiples sentidos. Soy fuerte. Soy invencible. Y... Y hace tanto tiempo que no participo en una batalla, que temo que esas habilidades estén comenzando a oxidarse.
La última vez que luché contra alguien fue en aquella parada que hicimos en una playa mexicana. Ciudad del Carmen. Llevábamos casi tres días volando sin parar y Lugia necesitaba un descanso, así que aterrizamos y pasamos casi una semana entera en la playa. Todo fue divertido, hasta que ese sujeto con medio cerebro intentó lanzarle una Pokebola a Gyarados para atraparlo como si mi Pokemon hubiese sido salvaje. Por supuesto Gyarados golpeó de vuelta la Pokebola. Y sólo para dejar claro que no estaba dispuesto a jugar esa clase de juego, gruñó para alertarnos que ese malnacido pretendía lanzar la segunda Pokebola.
Yo salí del agua y avancé hacia él, chasqueando los dedos para que mis Pokemon siguieran mis pasos. Y aún recuerdo que las personas nos miraron con confusión y expectación. Especialmente aquellos entrenadores nativos de esa región, quienes no parecían creer que fuese posible entrenar a más de un Pokemon a la vez.
También recuerdo que algunos de ellos comenzaron a grabar con sus móviles. Y los guardavidas, enfrascados en juegos estúpidos para el móvil sin fijarse en si acaso había alguien ahogándose en el mar. O si dos personas estaban a punto de luchar a orillas de la playa.
— ¡Oye! —le dije—. ¿Quién te crees que eres para tratar de robar a mi Gyarados?
El sujeto sólo me miró con una expresión perdida y procedió a responder en su propio idioma. Y aunque no comprendí lo que intentaba decirme, sí que recuerdo las palabras que dijo.
—Estos pinches gringos... Nada más vienen y ya se sienten acá los jefes.
Él no hablaba el mismo idioma que yo.
Yo no hablaba el mismo idioma que él.
Pero mi orgullo herido y la indignación que sentía por el asunto de la Pokebola me obligaron a responderle.
—Si te crees tan valiente, ¿por qué no me enfrentas? ¿O es que eres tan cobarde, que temes que mi Gyarados patee tu trasero?
Él rió. Al instante supe que eso tampoco lo había entendido.
—Pinches gringos... —dijo—. Aquí no hablamos pinche inglés.
Se acercó a mí entonces y cometió su error más grande.
— ¿Qué? —dijo—. ¿Te sientes muy chingona, o qué? ¿Me vas a cantar un tiro?
Y me dio un empujón por los hombros, que disparó la furia de mi equipo.
Blastoise disparó una ráfaga de agua en contra del bastardo y él, con un poco de lentitud, contraatacó llamando a un Parasect que inmediatamente sucumbió ante las fauces de Omastar. Cuando el Parasect quedó inconsciente e inmóvil, algunas personas comenzaron a burlarse. Y siendo víctima de la indignación, el sujeto llamó a un Serperior que se contoneó por un instante, intentando parecer imponente. El sujeto sonrió con aire triunfal.
— ¿No que muy cabrona? —dijo—. Ahora si te voy a partir tu madre.
No lo entendí, pero esa era la menor de mis preocupaciones. Lo único que hice fue chasquear los dedos para que Diamond saltara a la cabeza de Gyarados, desde donde lanzó su técnica especial uniendo sus dos colas. Serperior fue aniquilado al instante. Y el sujeto farfullando, sólo sostuvo mi mirada por un instante.
—Puedes llamar a cuantos Pokemon quieras, los aniquilaré de una u otra manera —le dije.
Pero entonces, todas las personas comenzaron a quejarse en voz alta. La multitud creció y creció. Yo no entendí qué era lo que murmuraban, hasta que una persona repitió esas mismas palabras en inglés.
—No era necesario que los lastimara tanto... ¿Quién se cree que es ella?
Sólo entonces pude ver que Parasect en realidad no estaba inconsciente. Sólo entonces me di cuenta de que Serperior ni siquiera estaba respirando.
Sólo en ese momento pude notar que sin haberlo pensado, sin haberlo planeado... habíamos matado a dos Pokemon inocentes a sangre fría.
Mi primera reacción fue la de devolverlos a todos a sus Pokebolas. Diamond y yo subimos entonces al lomo de Lugia y nos alejamos a toda velocidad.
Sé que no es una anécdota desgarradora, pero... ¿En verdad necesitaba más para darme cuenta?
Todo lo que sucedió me dejó tan marcada, nos dejó tan marcados, que si eso no hubiese ocurrido entonces yo jamás me habría dado cuenta. Y decidí que no permitiría que eso se repitiera. Decidí no volver a pelear con nadie.
No quiero convertirme en una asesina.
No quiero ser como... ellos.
Hemos encontrado un bar, a pocos metros de Sandy Lane. Sé que es el lugar indicado para nosotros, pues hay una Pokebola iluminada con luces de neón en la entrada.
Intento abrir la puerta para entrar al local, pero Diamond se detiene en seco y mira indiscretamente a un punto hacia la intersección de Sandy Lane. Las colas danzan de una forma diferente, lenta y cautelosa. Por alguna razón, mis puños se cierran con fuerza. Trago saliva lenta y silenciosamente. Un escalofrío me recorre de pies a cabeza, a pesar de que sé que no hay peligro alguno.
Diamond echa a correr hacia ese punto, y yo debo seguirlo a toda velocidad para evitar que se pierda de vista. Nuestros pasos nos conducen a Sandy Lane, donde Diamond se detiene de nuevo y olfatea frenéticamente.
— ¿Qué pasa, Diamond?
—C-creí... Creí oler a... ¡Por aquí!
Echa a correr nuevamente detrás de algo que yo no puedo detectar. No entiendo lo que sucede, pero no me queda más opción que seguirlo.
Al menos, hasta que ese par de manos me toman por los hombros para conducirme hacia un callejón oscuro.
No mientras viva.
— ¡Diamond!
Una mano cubre mi boca para hacerme callar. Al menos, por unos segundos. El resplandor azul que brota de las colas de Diamond logra liberarme al impactar de lleno al sujeto que me ha sujetado. La pequeña onda expansiva me lanza al suelo, de donde me levanto con tanta agilidad que hace evidente que el entrenamiento sigue teniendo sus frutos. Por un reflejo busco mis Pokebolas en mis bolsillos. Pero no hay nada, y eso me hace sentir estúpida. ¿Por qué demonios no traje conmigo a los demás?
—Sheryl, ¿te encuentras bien?
Asiento.
El sujeto que había intentado dañarme ahora yace sin vida, miserablemente abatido en este callejón oscuro. Con el humo emanando de su cuerpo y la sangre brotando de sus oídos, sus ojos, su boca y su nariz. Me inquieta un poco el hecho de que esté usando un abrigo ajustado de color negro.
Me inquieta demasiado, a decir verdad.
— ¡Hey! ¡Alto ahí!
Diamond se pone en guardia en cuanto ambos nos giramos para mirar a la persona que ha hablado justo detrás de nosotros. Y al tenerlo frente a nosotros, creo que todo comienza a atar cabos por sí mismo.
Se trata de un hombre joven. Un par de años mayor que yo, tal vez. Sus ropas oscuras hacen un interesante contraste con su piel y su cabello plateado cuyas raíces oscuras lo hacen lucir mucho más llamativo. Sus ojos verdes son igualmente llamativos. Lleva una Pokebola en la mano derecha y a su lado camina un Flareon ataviado con una pañoleta de color negro en el cuello.
Eso debe ser.
Diamond tiene que haber pensado que ese Flareon era...
— ¿Quién diablos eres tú? —le pregunto al sujeto.
Él ilumina velozmente mi rostro con una linterna que me ciega por un instante. Cuando él apaga la luz y oculta la linterna bajo los pliegues de su chaqueta, habla con una voz varonil, fría, indiferente y demandante.
— ¿Sheryl Crown?
¿Cómo demonios sabe mi nombre...?
Diamond me mira con incredulidad por un instante.
—Eso depende de quién lo pregunte.
Mi respuesta no causa el más mínimo cambio en su expresión facial.
— ¿Eres Sheryl Crown?
¿Quién diablos es ese sujeto...?
—Sí. ¿Cuál es tu problema con eso?
Hace una pausa.
Me pregunto si con esa mirada tan intensa pretende hacerme sentir ligeramente intimidada. No lo conseguirá, si es que esa es su intención.
—Sígueme —me dice—. Alguien me ha enviado a buscarte.
—No iré a ningún lado contigo mientras no me digas quién diablos eres tú.
—Si no vienes por mí, al menos hazlo por tu hermana.
¿Qué...?
¿Cómo es que sabe...? ¿Cómo se atreve...?
— ¿Quién diablos eres tú...?
Pero él no responde. Sólo echa a andar en compañía de su Flareon, remondando Sandy Lane hasta que se pierde de vista en la intersección con Saint George's Road.
Diamond me mira por el rabillo del ojo.
— ¿Qué hacemos ahora, Sheryl?
Mierda...
No tengo opción.
—Andando, Diamond.
Tengo que seguir a ese sujeto. Tengo que saber... ¿Cómo demonios sabe quién soy? ¿Cómo demonios sabe algo acerca de mi hermana? ¿Cómo demonios me ha encontrado?
¿Acaso él... es uno de ellos...?
Kt
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