Capitulo 16


Desde la distancia de muchas leguas marinas, montado sobre una lancha con el tamaño y la fuerza suficiente para navegar sin problemas por el mar picado, Kyle miraba hacia las tres figuras de tierra emergida que conformaban Un.

Desde donde estaban en medio del mar, se podían apreciar al menos sus formas. La más grande y alargada era la isla más importante de Un, donde además se encontraba pueblo Karp. Dejó salir un pesado suspiro antes de regresar la vista hacia el frente de la nave, desde donde solo se veía mar abierto.

Kyle se giró hacia el Capitán Oscar, el curtido marinero que había sobrevivido al ataque de un Dragalge, tío de Roxana y Bruno, quien comenzaba a programar los sistemas de la nave para que esta se navegara por si misma durante un tiempo.

El marinero se giró hacia el noroeste y su expresión se volvió dura. Kyle podía sentir la preocupación transpirar de la frente del hombre de mar. Miró en la misma dirección y entendió su preocupación.

―¿La tormenta que mencionó en tierra...?

Kyle creía que estarían todavía demasiado lejos como para que los alcanzara, pero el Capitán le quito esas esperanzas cruelmente.

―Es más rápida que nosotros―dijo, su mirada posada en las negras nubes―. De momento, guarda tus cosas bajo cubierta. Esta noche nos alcanzará y es seguro que lloverá mucho.

―No me asuste...

―Oh, vamos―sonrió con ironía―. ¿Le temes a un poco de agua?

―¡Claro que no!―protestó―. ¡Es a los Frillish a quien les temo! Usted es marinero, así que conoce las historias detrás de esos Pokémon, ¿cierto?

El Capitán sonrió, más no de gracia o burla, sino en un amargo entendimiento. Kyle se sintió intranquilo desde ese momento. Ni siquiera la cena acompañada de viejas historias de marineros y las aventuras del Capitán le quitaron ese sentimiento que no le permitía despegar la vista de la pequeña ventanilla en el casco de la nave, por la que se podía ver el exterior, un agitado y violento mar oscurecido.

Algo entonces se escuchó de fondo, un sonido fuerte y estridente que provenía del exterior de la nave, allí donde el mar se podía sentir más violento. Ambos se miraron confusos y luego preocupados.

Un nuevo sonido, esta vez como el de un gran chapuzón. Marino y estudiante giraron por instinto hacia el lado de babor de la nave y se quedaron atentos a cualquier otra cosa. El mecer de la nave aumentó en intensidad notablemente y un sonido metálico, como un metal raspándose contra el casco de la nave, los obligó a cubrirse los oídos y cerrar los ojos.

Dolía. Un punzante dolor se hizo sentir en lo más profundo de su oído y, haciendo caso omiso de la advertencia del marinero, Kyle se acercó a la ventanilla del casco y observó fuera. ¿Qué podía estar causando tal ruido? Pero allí fuera no se veía nada, más que la oscuridad y la sombra de las olas furiosas.

La ansiedad estaba apoderándose de su mente, propinándole tormentosas visiones de un final que no le agradaba demasiado. Entonces, entre medio de la oscuridad, un destello tenue, como el brillo de una pequeña luciérnaga detrás del cristal empañado de una ventana. Kyle aguzó los sentidos.

―Esta no es una tormenta...―balbuceó―. ¡Esta no es una tormenta...!

Kyle se alejó entonces de la pequeña ventanilla y colocándose su guardapolvo blanco, pateo las escaleras mientras subía a cubierta, el Capitán Oscar detrás de él para detenerle inútilmente.

―¡Idiota!―gritó desde atrás del muchacho―. ¡Regresa adentro! ¡¿Es que quieres morir?!

Pero Kyle no hizo caso y, haciéndose rápidamente con una Pokéball brillante en tonos negro y amarillo, se puso al frente de la nave y observó el panorama a su alrededor.

Estaba demasiado oscuro para ver nada, salvo por las olas próximas que la tenue luz de la cabina de la nave podía iluminar. Pero era suficiente para él.

Viendo en la dirección donde creyó ver la luz de antes, sus ojos entornándose para ver más, un nuevo destello hizo que un terrible escalofrió subiera desde los pies hasta la cabeza. Había algo allí fuera, y él creía saber de qué se trataba.

Mientras tanto, el Capitán que no había logrado alcanzar al chico para regresarlo bajo cubierta, se giró para cortar distancia y meterse dentro de la cabina hacerse del timón y conducir la nave, esperando porque el motor de la lancha pudiera aguantar el oleaje y combatirlo para salir fuera de la tormenta.

Encendió el GPS, puso los motores a media marcha y giró el timón dirección oeste, justo por donde la tormenta los había alcanzado. Esperaba, con algo de suerte, dejarla atrás aventajando por su punto más delgado. Por supuesto, el oleaje no estaba a su favor, pero contaba con que su lancha pudiera aguantar los golpes para salir en diagonal de la tormenta y no zozobrar.

Pero el plan parecía más optimista de lo que la realidad mostraba. Las olas comenzaban a ser más altas, el viento soplaba demasiado fuerte y la lluvia parecía cortar la piel. Pero Kyle se resignaba a meterse bajo cubierta como el Capitán le ordenaba.

Sujetó con fuerza las pequeñas y bajas barandillas de la cubierta mientras miraba en una dirección fija mientras descifraba el origen de aquel misterioso brillo que no dejaba de titilar débilmente entre la oscuridad de las olas. Estaba absortó en ello.

De pronto, el brillo se volvió más intenso de a poco, hasta que finalmente estuvo seguro de lo que se trataba aquella cosa.

Rojizo como la sangre derramada de una herida, por más minúscula que fuera la herida, brillando con letal vitalidad y descontrolada hambre, dos grandes esferas brillantes se mecieron junto a las olas mientras su luz se volvía más nítida, señal de que se acercaban.

Fugaz fue el momento, entre un parpadeo y otro, en el que Kyle finalmente pudo apreciar la totalidad de aquello que se escondía dentro de la tormenta, esa cosa que despertaba profundas pesadillas en él.

Grotesco, deforme, su ser desasiéndose en una sucia entidad putrefacta, una sonrisa fantasmagórica que no parecía ser producto de la realidad ni de la naturaleza, hambrienta mientras sus rojos orbes se mecían hipnóticamente junto a su serpenteante cuerpo sobre el embravecido mar.

―¡Kyle...!

La voz del Capitán se escuchaba lejana ya, como si la distancia que los separaba, apenas unos tres metros, la longitud de la mitad de la lancha, fueran en realidad kilómetros de mar abierto. Ya no había tiempo para pensar. Ninguno lo tenía en ese momento.


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