Epílogo: Vacío
Gardevoir permaneció completamente inmóvil, como lo había estado los últimos dos días, mirando aquella piedra con sus ojos completamente irritados y enrojecidos. Unas sutiles ojeras habían comenzado a formarse en su pálido rostro, y sus labios estaban completamente resecos a causa de la deshidratación. Su estómago rugía, pero aquella Pokémon se limitaba a ignorarlo, como ignoraba todas las demás alarmas y súplicas de atención que le enviaba su propio cuerpo. Aún se encontraba demasiado atrapada en sus aflicciones emocionales como para prestar atención a las físicas.
Tras teletransportarse, no recordaba nada de lo sucedido; había una laguna en su memoria de la que no sabía nada, y probablemente jamás lo sabría. Lo único que se atrevía a asumir era que se quedó inconsciente a causa del esfuerzo y que su entrenador la dejó atrás para intentar salvar a Mismagius. Sin embargo, a pesar de la drástica decisión que había tomado y el daño que se había hecho a sí misma para intentar salvar a su compañera, aquella última esperanza había sido una farsa. Mismagius probablemente llevaba muerta desde mucho antes de que Maestro llegase. Gardevoir no pasó por alto la posibilidad de que quizás su entrenador tuvo la oportunidad pero no logró salvarla, pero le pareció una idea ridícula y no tardó en descartarla. Conocía a su entrenador mejor que nadie. Llevaba más de veinte años a su lado. Si Mismagius aún hubiera seguido con vida cuando Maestro llegó a Pueblo Vánitas, la habría salvado. De un modo o de otro, Maestro siempre acababa consiguiendo lo que se proponía. Él era la persona que más respetaba y admiraba en todo el mundo; y su entrenador podía ser muchas cosas, pero no era ningún fracasado. Sin embargo, cuando Gardevoir llegó a Pueblo Vánitas, lo único que logró encontrar allí fue una tierra completamente asolada y devastada. No quedaba ni rastro de nada de lo que alguna vez había significado algo para ella, y no encontró el menor indicio de que Mismagius estuviera allí esperándola.
Tristemente, todo lo que Gardevoir podía hacer era sacar sus propias conclusiones sobre lo que debía haber sucedido aquella noche en Pueblo Vánitas. Ella había perdido la consciencia tras el Teletransporte, y había despertado cuatro días más tarde en la unidad de cuidados intensivos de un Centro Pokémon de Ciudad Relieve. Al momento de despertar, su mente aún se encontraba aturdida y su cuerpo tenía marcas de quemaduras que tardarían un tiempo en desaparecer cuando su piel se regenerase. Por más que preguntó, no logró que le dijeran nada sobre lo sucedido en Pueblo Vánitas que no resultase insultantemente evidente. Desafortunadamente, Gardevoir sabía que no le mentían; que literalmente aquello era cuánto sabían. No tenía sentido tratar de robar la información de la mente de nadie con sus poderes psíquicos; ella sabía perfectamente que nadie que se hubiese encontrado en Pueblo Vánitas cuando Alfa atacó había vivido para contarlo, y que nadie sabría jamás de primera mano qué había sucedido allí.
Sedienta de respuestas, Gardevoir no se lo pensó dos veces antes de fugarse de aquel Centro Pokémon, con su tratamiento médico aún sin terminar. Recorrió levitando en medio día la distancia que separaba Ciudad Relieve de Pueblo Vánitas y se encontró cara a cara con la realidad. Para cuando ella llegó, los equipos de rescate aún seguían allí, tratando en vano de encontrar supervivientes, pero en aquel momento ya se habían retirado. Gardevoir era incapaz de imaginar qué había hecho Alfa para que el pueblo que había sido su hogar durante tantos años hubiese acabado en aquel estado. La mayor parte de la superficie de Pueblo Vánitas se había convertido en un yermo de tierra calcinada, en el que no quedaba rastro alguno de que alguna vez aquello había sido un asentamiento humano. Tan solo las regiones más remotas y periféricas del pueblo se habían salvado de la peor parte del daño. Se encontraban completamente en ruinas, pero al menos aún quedaban las ruinas como testigos de que al menos Pueblo Vánitas alguna vez había existido.
Todo cuanto Gardevoir apreciaba había desaparecido. La casa donde había vivido prácticamente toda su vida se encontraba en el epicentro de aquella destrucción, por lo que en aquel momento le resultaba casi imposible determinar dónde se había encontrado aquel edificio debido a lo irreconocible que había quedado el terreno. No había ni rastro de las calles por las que había paseado con Greninja a altas horas de la noche, ni del mercado donde había acompañado tantas veces a Machamp mientras ambos ayudaban a transportar la cosecha, ni de aquel pozo al que tantas veces le había dicho en broma a Mawile que la tiraría dentro si no se portaba bien. Tampoco tenía ya ni siquiera la posibilidad de volver a frecuentar aquellas tabernas donde apenas dos semanas atrás había intentado ahogar sus problemas en licor. Todo aquello sencillamente había desaparecido para siempre. Las casas, las tiendas, las calles, las personas y los Pokémon. Alfa no le había dejado nada a lo que aferrarse, a excepción de una última cosa. El lugar de Pueblo Vánitas que más daño podía hacerle.
Gardevoir se encontraba en lo que quedaba del cementerio de Pueblo Vánitas. Aquel lugar se encontraba en una de las regiones más periféricas del pueblo, a casi dos kilómetros del centro. Los seísmos provocados por los ataques de Alfa habían afectado también a aquel lugar, abriendo inmensas grietas que lo cruzaban de punta a punta, levantando el terreno y haciendo que la tierra tumbase las lápidas y vomitase un gran número de ataúdes. Aquel camposanto había sido vilmente profanado; pero, por desgracia para sus silenciosos habitantes, todos los familiares vivos que tenían en el pueblo a los que aquella destrucción podría haberles importado en aquel momento también estaban muertos. Ya no quedaba nadie a quien le importase aquel lugar ni los humanos muertos que se encontraban allí. Nadie, a excepción de una angustiada Pokémon que había pasado los dos últimos días arrodillada frente a una tumba.
Cuando Gardevoir llegó allí, la tumba de su entrenador se encontraba en un estado realmente lamentable. Su lápida ya se había roto cuando aquel Golurk atacó a Maestro aquella noche en el cementerio. Aquello era algo que Gardevoir no había olvidado en los últimos días, y se había recordado muchas veces a sí misma que tenía que comprar una nueva lápida cuando todo aquello terminase. Sin embargo, cuando finalmente todo terminó y pudo volver a visitar aquella tumba, los pedazos de la lápida estaban violentamente esparcidos por los alrededores y el féretro se encontraba casi completamente desenterrado. Aquello le generó una gran sensación de angustia. Aquella caja de madera contenía los restos de Maestro, y se encontraba allí tirada sin más, expuesta a la intemperie. Mientras sus ojos no paraban de llorar a causa del dolor emocional que sentía, Gardevoir se apresuró a devolver el ataúd a su lugar, enterrarlo y terraformar con su Telequinesis los alrededores los alrededores de la tumba para asegurarse de que no volvía desenterrarse. Tuvo la suerte de encontrar algunas lápidas en blanco. Todas ellas estaban rotas, pero logró encontrar una que tan solo estaba partida en dos. Gardevoir se apresuró a volver a cincelar el nombre por el que se refería a su entrenador en aquella tabla de piedra y se las arregló para colocar aquella lápida partida en su lugar sobre la tumba, encajando una mitad sobre la otra. Probablemente aquello no duraría para siempre, pero era la mejor solución temporal que se le había ocurrido en un momento de pánico y angustia.
Tras restaurar la tumba de Maestro lo mejor que pudo, Gardevoir se había desplomado, dejándose caer de rodillas frente a la lápida y dejando que su mirada se perdiera en aquella palabra que había cincelado burdamente en ella con su Telequinesis. Lo único que rompía el silencio en aquel lugar era su llanto. Fue en aquel momento cuando se dio cuenta de lo más importante. Durante todo el tiempo que había pasado buscando cualquier indicio de Mismagius por Pueblo Vánitas o restaurando aquella tumba, no se había dado cuenta realmente de lo sola que se encontraba. Se había sentido como si en cualquier momento su entrenador fuese a aparecer allí, saludarla, poner la mano en su hombro y decirle que por fin todo había terminado. Pero no iba a ser así. Su entrenador ya no era aquel Aegislash al que había estado acompañando. Maestro se encontraba allí, por debajo de sus rodillas, metido en una caja de madera rodeada de tierra. Aquello era todo lo que quedaba de él; un montón de huesos que no se había atrevido a mirar mientras volvía a enterrarlo. Debería haberlo sabido tan pronto como despertó y no fue capaz de sentir la Sincronía con él, pero se había esforzado tanto en negarlo que había terminado por creerse sus propias mentiras. Se había repetido a sí misma que Maestro también debía sentirse realmente devastado por lo sucedido y que no podía distinguir los sentimientos de su entrenador de los suyos propios porque ambos sentían lo mismo. Pero aquello no era cierto; Maestro no sentía nada. Él estaba muerto.
Incapaz de lidiar con la realidad y sin ninguna motivación para hacer nada más, Gardevoir había permanecido frente a aquella tumba, llorando hasta quedarse sin lágrimas, sumergiéndose completamente en su angustia a lo largo de dos días. Había soportado el implacable sol quemando su piel durante horas, y había hecho caso omiso del frío que calaba su cuerpo durante las noches. Ninguna de aquellas inclemencias ambientales podía hacerle ningún daño que se comparase siquiera al tormento que su alma experimentaba después de todo lo que había sucedido. En aquel momento, al amanecer del tercer día, Gardevoir tenía un aspecto cada vez más lamentable. La posibilidad de morir de deshidratación si no hacía algo al respecto comenzaba cada vez a ser una posibilidad más real, pero aquella afligida Pokémon no tenía voluntad para oponerse a aquel indigno final para su existencia. Si su cuerpo sin vida debía de yacer junto a la tumba del hombre que le regaló veinte años más de vida cuando ella tan solo quería morir, Gardevoir no tenía ninguna queja al respecto.
Gardevoir alcanzó a distinguir sonidos de un grupo de pasos a su espalda. Al oírlos, no reaccionó de ninguna manera ante ellos. A lo largo de los últimos dos días, no había sido la única que había merodeado por las ruinas de Pueblo Vánitas. Otros humanos y Pokémon que habían sido afectados por la tragedia habían acudido a aquel lugar y habían vagado como almas en pena por aquel yermo calcinado. Sin embargo, cuando los pasos se detuvieron tras ella, Gardevoir pasó a ser más consciente de su alrededor y se predispuso a prestar más atención a aquel grupo que se había acercado a ella. Ya habían intentado algunos extraños hablar con ella en un par de ocasiones a lo largo de los últimos días; unos para preguntarle si sabía algo y otros para ofrecerle ayuda. Gardevoir los había ignorado a ambos. Sin embargo, aquellos nuevos intrusos que perturbaban su paz no eran algo que pudiese ignorar sin más.
- Gardevoir...- Saludó la voz de Greninja, a su espalda.
Escuchar de repente una voz tan familiar sobresaltó a Gardevoir y provocó que se levantase y se girase al instante. Frente a ella, a escasos tres metros, se encontraba su compañero más antiguo. Greninja tenía algunas marcas de heridas recientes, en pleno proceso de recuperación. Parecía haber recibido atención médica en un Centro Pokémon en los últimos días. Tras él, apenas un paso por detrás, se encontraban Mawile y Sabrina. Los resecos lacrimales de Gardevoir volvieron a derramar lágrimas de emoción al ver a sus dos compañeros, ignorando incluso la presencia de aquella desagradable mujer que los acompañaba. Sin dudarlo un segundo y sin molestarse en decir una palabra, Gardevoir corrió hacia Greninja y se apresuro a abrazarse a él, mientras todo su cuerpo temblaba.
- Se... se han ido- Anunció Gardevoir, con un fino hilo de temblorosa voz- Maestro y Mismagius...
Greninja guardó silencio durante un instante, mientras se apresuraba a colocar su mano en el hombro de Gardevoir y darle aquel contacto físico que tanto parecía ansiar. Su compañera tenía un aspecto terrible, y a Greninja no le costaba demasiado imaginarse qué había sucedido en los últimos días. Bastaba con ver aquellos labios resecos, aquel cabello desaliñado, aquellos ojos enrojecidos y aquella piel quemada por el sol para darse cuenta de que Gardevoir había guardado esa tumba durante demasiado tiempo a costa de su propia integridad física. Un esfuerzo encomiable, pero un castigo contra sí misma completamente superfluo.
Antes de que Greninja tuviera tiempo de responder, Gardevoir se apresuró a soltarle y alejarse un paso de él, mientras aquellos maltratados ojos rojos le dedicaban una mirada de angustia. Un silencio incómodo entre ambos, de apenas unos segundos, alertó a Greninja de que estaba a punto de escuchar algo que no quería oír.
- Rápido... Tú le trajiste de vuelta una vez, ¿verdad?- Dijo Gardevoir, hablando muy deprisa- ¿Qué tenemos que hacer ahora? ¿Cómo lo traemos de vuelta?
Greninja sintió cómo se le revolvía el estómago ante aquella pregunta. Recordó las cosas horribles que había tenido que hacer para poder atraer el alma de Maestro hacia aquel recipiente que había preparado para él. En su implacable cruzada personal, Greninja se había puesto en contacto con las personas adecuadas, había adquirido una serie de conocimientos de naturaleza esotérica, y había realizado los ritos para triangular la posición de aquel Spiritomb que debía contener el alma de su entrenador. En el proceso de localizarlo y liberar a su entrenador, había desatado mucho mal en el mundo, pero no le había importado con tal de salirse con la suya. Sus acciones eran realmente deplorables, y las consecuencias que estaban por llegar serían terribles. Aquello era algo que no debía repetirse bajo ninguna circunstancia.
Sin embargo, no era lo funestas que habían resultado sus acciones lo que hicieron que Greninja apartase la mirada de aquellos suplicantes ojos rojos. Su opinión no era demasiado diferente de la de su compañera. Él tampoco habría tenido problema alguno en desatar un apocalipsis paranormal con tal de rescatar el alma de Maestro del otro lado y recuperar a su entrenador. Pero aquello no era algo que ya resultase posible. Por lo que Greninja sabía de espiritismo, y en los últimos años había aprendido demasiado al respecto, un espectro no podía habitar el mundo de los vivos sin un fuerte propósito que no hubiera logrado completar en vida. Para Maestro, sería imposible volver a habitar un recipiente como aquella espada que él había preparado en su lápida. Por mucho que les pesase a todos, su entrenador estaba muerto y no podía volver con ellos.
Antes de que Greninja respondiese, Mawile dio unos pasos al frente y se interpuso entre él y Gardevoir. Ambas compañeras intercambiaron miradas entre sí. Los llorosos ojos de Gardevoir se toparon con una mirada sorprendentemente seria y firme en el metálico rostro de Mawile. Greninja nunca había visto a aquella pequeña hada de acero mantener semejante compostura y transmitir al mismo tiempo tanta serenidad y tanta severidad como lo hacía con aquella firme mirada.
- No, Gardevoir- Negó Mawile- Ya se acabó para Maestro. Es hora de que le dejemos descansar.
El rostro de Gardevoir adoptó una expresión de pánico al escuchar aquellas palabras, y todo su cuerpo se estremeció. Aquella Pokémon miró a Mawile como una presa miraba a su depredador tras ser finalmente acorralada.
- Pero...- Trató de replicar Gardevoir.
- ¡Le hemos sacado de su tumba, joder!- Gritó Mawile, con voz temblorosa, interrumpiéndola- No pudimos aceptar nuestro fracaso... No fuimos capaces de admitir que no cumplimos sus expectativas... Y estábamos tan desesperados por una segunda oportunidad que mira lo que hemos hecho.
En aquel momento, el rostro de Mawile también comenzó a ser recorrido por unas brillantes lágrimas. Durante todos aquellos años, el hombre que se encontraba en el interior de aquella tumba había sido su mayor objeto de devoción. No era para menos. Maestro había arriesgado su propia vida para salvarla aquella noche en el pantano, cuando toda Ciudad Romantis se propuso matarla. La había rescatado de aquella locura en la que se había visto atrapada durante años. Le había dado un nuevo lugar en el mundo y la había tratado como si fuera su propia hija, a pesar del daño que ella le había hecho la noche en la que se conocieron. Maestro no había sido tan solo su entrenador; también había sido su razón para seguir adelante a pesar de todos los golpes que el mundo le había dado. Ella también odiaba perderlo. Sin embargo, aunque odiaba tener que ser la más madura de las dos, Mawile le llevaba ventaja a Gardevoir en cuanto a fantasmas y entrenadores muertos. Había aprendido su lección al respecto.
- Su voluntad ya se ha cumplido. Déjalo descansar- Pidió Mawile, intentando permanecer firme- Ya sabías que este momento tendría que llegar.
Gardevoir apretó los dientes de rabia, mientras dedicaba una furiosa mirada a sus dos compañeros.
- ¡Maestro ha muerto! ¿Es que acaso os da igual?- Vociferó Gardevoir, dejándose llevar por la ira y la frustración- ¡Él está justo aquí dentro! Podemos hacerlo volver con nosotros. Ya lo hemos hecho antes... ¿Por qué debería aceptar dejarlo sólo en este sucio agujero?
Greninja dio un paso al frente y se situó a la izquierda de Mawile, a la misma distancia de aquella Pokémon que su compañera. En aquel momento, podría contarle sin más a Gardevoir que lo que pedía no era posible, pero sabía que su compañera no se daría por satisfecha con una respuesta tan indiferente. Sabía que tenía que ofrecerle algo más para lograr persuadirla de que aquello era lo mejor.
- Maestro murió hace ya más de tres años- Le recordó Greninja, tratando de mantener la calma- Lo que hay bajo esa tierra ahora no es diferente de lo que había hace una semana. La única que ha muerto recientemente ha sido Mismagius, y por ella tampoco podemos hacer nada.
A espaldas de aquellos dos Pokémon, Sabrina contemplaba aquella escena con cierta impasividad. No tenía ni idea de qué era lo que el equipo de Maestro había estado haciendo en los últimos años, desde la muerte de su entrenador, pero aquella mujer no pudo evitar dibujar una sutil sonrisa en sus labios al comprobar que los Pokémon de aquel hombre eran tan tozudos como él. Realmente era un auténtico desperdicio que las cosas hubieran tenido que terminar así.
Sin tener demasiado claro si era realmente una buena idea intervenir en aquella acalorada discusión que aquellos Pokémon mantenían, Sabrina dio también unos pasos al frente y se situó entre aquellos dos Pokémon, encarándose con Gardevoir. A pesar de la mirada acusadora que aquella Pokémon le dirigió, Sabrina se mantuvo en una actitud mesurada. Todo aquello había sucedido hacía ya casi una semana, tanto ella como Greninja y Mawile habían tenido tiempo de asumir lo que había sucedido. Tan solo aquella Gardevoir parecía no ser aún consciente de la realidad. Sin embargo, pese a aquellos ojos rojos que la apuñalaban con la mirada y aquellos dientes que se mordían sus blancos labios de pura rabia, Sabrina no se inmutó ni retrocedió. En realidad, en aquel momento, se alegró de haber accedido a ayudar a aquellos dos Pokémon a volver a Kalos cuando se lo pidieron. A pesar de todo lo malo que había sucedido, se alegraba de poder encontrarse allí en aquel momento.
- ¿Puedo hablar?- Preguntó Sabrina, con calma.
Gardevoir no respondió, y se limitó a mantener aquella angustiada mirada mientras parecía contenerse sus ganas de echarla de allí. Sin embargo, la Pokémon no habló, y Sabrina decidió interpretarlo como lo más parecido a aprobación que iba a recibir por parte de aquella afligida criatura.
- Maestro habló conmigo... Él sabía que pasaría esto- Le contó Sabrina, mientras recordaba aquella conversación en el hospital- Él no quería que os enfrentaseis al vacío de esta forma.
- ¿Qué sabrás tú?- Le reprochó Gardevoir con desdén- Maestro no fue más que otro juguete para ti, ¿verdad? Una marioneta con la que jugaste hasta que un día se rompió...
Sabrina guardó silencio ante aquellas palabras. La psíquica no estaba acostumbrada a que le llevasen la contraria ni a que le respondiesen de malas maneras. Sin embargo, aunque en circunstancias normales habría reaccionado ante aquellas palabras con la agresividad y violencia que caracterizaba a alguien tan ebria de poder como ella, Sabrina se sorprendió a sí misma agachando la mirada para evitar ver aquellos llorosos ojos rojos. Todo lo que podía sentir ante aquella acusación era pesar y algo de vergüenza. Realmente se culpaba por como habían sucedido las cosas y se arrepentía de no haber hecho algo para impedir la muerte de Maestro. Sin embargo, ya era demasiado tarde para eso, y aquel hombre al que su imprudencia mató le había encomendado una última voluntad. Aunque no había muchas cosas que le importasen demasiado a Sabrina después de todo lo que había pasado y todo lo que había perdido, sentía que al menos debía intentar hacer aquello último por aquel hombre.
- Él sabía que os habíais vuelto demasiado dependientes de vuestra venganza. No fuisteis capaces de pasar página cuando él murió, y le trajisteis de vuelta para intentarlo de nuevo- Explicó Sabrina- Por eso me pidió que me hiciera cargo de vosotros cuando él desapareciera.
Aquellas palabras provocaron que Greninja y Mawile se girasen lentamene hacia ella y los tres Pokémon se encarasen con Sabrina. Por primera vez en muchos años, la oficial del Team Rocket se sintió intimidada por unas miradas. Los rostros de aquellos Pokémon no tenían un aspecto amenazante, ni parecían exteriorizar ira alguna llegados a ese punto. Sin embargo, la vacía expresión de desdén que los tres adoptaron causó que la psíquica retrocediera instintivamente ante la incomodidad que le generaron aquellas miradas. Era como tener a tres cadáveres frente a ella que aún no sabían que su lugar también se encontraba bajo tierra.
- ¿En serio?- Preguntó Mawile, con voz apagada y una visible desmotivación.
- Ya veo...- Murmuró Greninja, en tono amargo- Él nunca quiso volver. Solo se vio arrastrado a esto por mi culpa.
- A pesar de ello, él hizo todo esto por vosotros- Respondió Sabrina, mirando fijamente a Greninja- Maestro sabía que en realidad erais vosotros los que no descansaríais en paz hasta que esto acabase. Por eso me pidió que nos os dejase solos e intentase llenar el vacío que dejaría al marcharse.
Los tres Pokémon continuaron mirándola en silencio, juzgándola con aquellos afligidos ojos. Sabrina dejó escapar un largo suspiro. No se sentía preparada para eso. Apenas había logrado lidiar con lo que pasó con su Alakazam, y ahora un hombre muerto le endosaba a tres Pokémon mentalmente rotos. La situación tampoco resultaba fácil para ella. No se sentía orgullosa de lo que había sucedido por culpa de sus malas decisiones, pero ninguno de los cuatro que se encontraban allí podía estar orgulloso de nada. Todos eran unos miserables que no habían hecho otra cosa que cometer actos deplorables durante todas sus vidas. Era injusto que la juzgasen de aquella manera. Sin embargo, era a ella a quien le tocaba mantenerse firme y ser fuerte en aquel momento.
- Él lo ha dado todo por aliviar vuestro sufrimiento- Insistió Sabrina- No deberíais desperdiciar sus esfuerzos aferrándoos de esa forma a su memoria. Si tanto lo apreciáis, deberíais vivir una vida de la que él pudiera alegrarse.
Mawile dejó escapar un pequeño gruñido, al tiempo que dedicaba una fugaz mirada hacia el horizonte, en dirección hacia el noreste. A continuación, sin dar ninguna explicación, se giró en esa dirección y comenzó a caminar, dándoles la espalda a todos. Sus dos compañeros se volvieron hacia ella para mirarla, mientras que Sabrina permanecía inmóvil, siguiéndola con la mirada mientras comenzaba a alejarse.
- ¿A dónde vas?- Preguntó Gardevoir.
- No quiero saber nada de esta tía... Estoy harta de psíquicos- Se limitó a responder Mawile- Me voy con Sarah.
En aquel momento, por primera vez desde que recuperó el conocimiento, Gardevoir sonrió levemente. Estuvo tentada de responderle a su compañera que aquella siniestra mujer del pantano también era una psíquica, pero por aquella vez estaba dispuesta a dejar a Mawile llevar la razón. Consciente de que aquella podría ser la última vez que viese a su compañera, Gardevoir la siguió también con la mirada mientras se alejaba. A su lado, Greninja hizo lo mismo, mientras guardaba silencio. A ambos les resultaba impresionante cuánto había cambiado aquella Pokémon en los últimos tres años.
Cuando Mawile casi se perdió de la vista, Greninja dedicó también una última mirada de indiferencia a Sabrina. Antes siquiera de que pronunciase ninguna palabra, la psíquica ya se imaginaba lo que le iba a decir.
- Gracias por la oferta, pero yo también me marcho- Declaró Greninja, impasible.
- ¿Estás seguro de ello?- Preguntó Sabrina.
- No hay un final feliz para nosotros después de todo lo que hemos hecho. No tiene sentido fingir lo contrario- Respondió Greninja, mientras sentía un leve escalofrío- Creo que cuando me llegue mi hora, me moriré más tranquilo si al menos intento enmendar parte del daño que he hecho.
Sabrina se limitó a asentir con aprobación ante aquellas palabras. Desconocía lo que se pasaba por la mente de aquel Pokémon, y debido a su tipo Siniestro resultaba imposible para un psíquico adentrarse en ella. Sin embargo, sabiendo que aquel Greninja era el responsable de que Maestro se hubiera levantado de su tumba, incluso aunque hubiera podido saber qué se le pasaba por la cabeza, Sabrina habría preferido que sus secretos permaneciesen ocultos para ella. Ya había demasiadas cosas atormentándola como para añadir aquellos esotéricos secretos a la lista de cosas que no la dejaban dormir por las noches. Cuando aquel Pokémon les dio la espalda y se marchó hacia el este, tanto ella como la Gardevoir de Maestro se limitaron a contemplar en silencio su solemne partida. Incluso Gardevoir mantuvo la compostura, pese a saber que aquella fría partida era la despedida de su compañero más antiguo. Greninja se había negado a permitirle acompañarle tres años atrás a ese mismo viaje, y aquella Pokémon en aquel momento entendía el porqué. No iba a pedírselo de nuevo en aquella ocasión.
Después de que Greninja se alejase con una calma y pasividad impropias de él hasta que finalmente se perdió en la distancia, Sabrina dirigió una apática mirada a Gardevoir. La Pokémon que quedaba parecía haberse calmado un poco, pero aún parecía disconforme con la situación, pese a que hubiera decidido respetar la partida de sus compañero.
- ¿Tú también te marchas?- Preguntó Sabrina.
- No- Respondió al instante Gardevoir.
Sabrina dedicó un momento a reflexionar sobre la situación. En realidad, aunque había accedido a la petición que Maestro le hizo aquel día en el hospital y había estado dispuesta a quedarse con todos sus Pokémon si ellos hubieran estado dispuestos, lo cierto era que aquella Gardevoir era la única que realmente había despertado un cierto interés en ella cuando Maestro se lo propuso. El vacío que había dejado en su vida Alakazam no era algo que pudiese llenar cualquier Pokémon. Aquella Gardevoir a la que apenas conocía y que estaba emocionalmente rota estaba muy lejos de ser un reemplazo de su antiguo compañero, pero era un buen punto de partida. El tiempo quizás podría poner las cosas de nuevo en su lugar.
- ¿Te vienes conmigo entonces?- Continuó Sabrina, hablando en tono algo más optimista- Aún soy propietaria del Gimnasio de Ciudad Azafrán, ¿sabes? Cuando se calmen un poco las cosas, podríamos reabrir el gimnasio de tipo Psíquico entre las dos...
- No me interesa- Se negó Gardevoir.
Tras pronunciar aquellas palabras, Gardevoir se giró hacia la lápida de Maestro, dando la espalda a Sabrina, y volvió a acercarse a ella. Clavó la mirada en aquella palabra que había cincelado ella misma en la piedra. Su mirada permaneció perdida entre aquellos surcos en la lápida durante casi un minuto, mientras su mente se perdía en sus propios pensamientos. Durante muchos años, había estado convencida de ser la más fuerte de su grupo. Era la luchadora más versátil, era la más destructiva y hasta la noche en la que lo perdió todo, había sido la única capaz de megaevolucionar. Tenía buenas razones para creerse su propia mentira. Sin embargo, en aquel momento era precisamente cuando se había dado cuenta de ello; era mentira. Sus compañeros habían demostrado mucha más fortaleza que ella, aceptando sin más la voluntad de su entrenador y luchando una vez más; luchando por no caer en aquel vacío que les había quedado tras perderlo todo. Ella, sin embargo, no eran tan fuerte como el resto.
- No me marcho- Repitió Gardevoir, con firmeza- Pero quiero que te marches tú. Este es mi lugar, no el tuyo.
Sabrina escuchó las palabras de Gardevoir y tardó un instante en digerirlas. Aquella era la primera vez en toda su vida que alguien la descartaba de aquella forma. Nadie en su sano juicio le habría hablado así a alguien como ella. Todos tenían miedo de su reacción y de una posible represalia. Sin embargo, aquella Pokémon no solo no parecía tener miedo de morir; sino que parecía quererlo. Contra alguien así, no había amenaza capaz de intimidarla ni poder capaz de aterrorizarla. Aunque Sabrina no había tenido en ningún momento intención alguna de forzar a ninguno de aquellos Pokémon a seguirla, en aquel momento se dio cuenta de que no habría sido capaz, aunque hubiera estado dispuesta a llevárselos a rastras.
Tras decidir que no intentaría hacer cambiar de opinión a aquella Pokémon, Sabrina dio la espalda a Gardevoir.
- Si alguna vez cambias de opinión, búscame- Le ofreció, a modo de despedida- Ya sabes dónde encontrarme.
Gardevoir no respondió a aquellas palabras, y se limitó a escuchar con satisfacción el sonido de los pasos de Sabrina mientras aquella mujer se alejaba de ella, volviendo por donde había venido. No le estaba agradecida por aquella oferta. Aunque no dudaba que quizás Maestro realmente se lo había pedido, su entrenador no conocía realmente la cara oculta de aquella mujer. Sabrina le había hecho bailar como a una marioneta durante años, no le había tenido el respeto que merecía y le había guiado eventualmente hacia su muerte. Aquello no era algo que ella estuviese dispuesta a perdonar sin más.
Tras quedarse de nuevo a solas, Gardevoir volvió a arrodillarse junto a la lápida. En aquella ocasión, se encontraba mucho más cerca de la losa de piedra que antes. Mientras permanecía allí, inmóvil, arrodillada frente a la tumba, Gardevoir recordó las palabras de Greninja. No había un final feliz para ellos. No se lo merecían después de todas las cosas horribles que habían hecho. Gardevoir recordó algunos de los momentos que más la atormentaban de aquellos últimos días. Recordó cómo tuvo que extinguir la vida de aquella Lopunny mientras la Pokémon se lamentaba por el asesinato de su entrenador. Recordó a aquella niña humana a la que asesinó en aquel maloliente pantano, tan solo para poner a prueba su propia determinación. Recordó la forma tan cruel y atroz con la que había arrancado la vida entre gritos al Agente Aurelius. Tan solo en los últimos días había hecho méritos de sobra para ganarse el averno. Después de todo aquello, le parecía justo que no hubiera un final feliz para ella. Pasar sus últimos momentos lamentándose frente a aquella lápida resultaba apropiado para alguien tan despreciable.
Gardevoir acarició la tierra bajo ella levemente, con su mano derecha, mientras se palpaba la Gardevoirita de su cuello con la mano izquierda. Por un momento, fue lo bastante ilusa como para tratar de captar alguna señal energética proveniente de debajo de ella, como si esperase que su entrenador aún le mandase alguna última señal. Sin embargo, lo que había allí abajo no era su entrenador. Solo era un cadáver. Le daba igual lo que el sentido común quisiera decirle, y le daban igual las palabras de sus compañeros. Se habían rendido con demasiada facilidad. Hacía apenas una semana, ella había acompañado a Maestro en aquel viaje. Había hablado con él; habían reído y habían llorado. Había sido exactamente igual que en los viejos tiempos. Aquello era Maestro, no el putrefacto cadáver que había enterrado bajo ella.
Con un movimiento lento, tras mirar a ambos lados para asegurarse de que estaba finalmente sola, Gardevoir se inclinó hacia delante, hasta que sus resecos labios se encontraron a escasos centímetros de la lápida.
- No te preocupes, Maestro- Susurró Gardevoir, mientras se abandonaba a la desesperación- Te prometo que yo no me rendiré como ellos.
Tras formular aquella promesa, Gardevoir volvió a ponerse en pie y dio la espalda a la tumba de su entrenador. No importaba que los demás no estuvieran de su parte; no le importaba que Greninja no hubiera querido revelarle su secreto. Ella era mucho más inteligente que ellos dos. Investigaría y aprendería lo que fuese necesario. Si Greninja había sido capaz de lograrlo, ella no sería menos. Ahora había llegado su turno.
- Te traeré de vuelta- Declaró Gardevoir, mientras comenzaba a alejarse de la lápida- Encontraré el modo.
Enaquel momento, mientras se precipitaba al vacío, Gardevoir no pudo evitarvolver a sonreír con sinceridad. Si algo había aprendido de su entrenador a lolargo de todos aquellos años, era a perseguir una meta. Sin importar lo quedijeran los demás. Sin importar lo imposible que pareciera. Sin importarcuántos se opusieran ni la insistencia con la que tratasen de detenerla. Despuésde todas las cosas terribles que había hecho, qué importaba realmente hacer unamás. Ella no se merecía un final feliz, pero aquello no significaba que no pudieraluchar por ello y tomarlo por la fuerza. Al fin y al cabo, de alguna formatenía que justificar todos aquellos sacrificios realizados.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top