Capítulo 28: Sacrificio

Lo primero que Maestro alcanzó a ver fue un intenso resplandor que le cegó por completo. Lo único que su ojo metálico alcanzaba a ver era un color blanco absoluto. Aquel cegador destello era algo normal; aunque Maestro no acostumbraba a teletransportarse, aquella no era su primera vez. Sin embargo, aquel resplandor que apenas solía durar una fracción de segundo, en aquella ocasión se extendió durante varios segundos completos. La distancia a recorrer era inmensa, y la traslación había tomado varias veces más tiempo de lo previsto. Durante aquel fugaz instante, durante el cual Maestro y Gardevoir podrían estar potencialmente en cualquier sitio y al mismo tiempo en ninguna parte, Maestro tuvo una acuciante sensación de angustia. Al margen de la inmensa preocupación que sentía por Gardevoir y por Mismagius, la experiencia de teletransportarse a tanta distancia y perder temporalmente el contacto con el mundo que le rodeaba le recordó a la sensación que sentía cuando estaba atrapado dentro de aquel Spiritomb. Tan solo la vaga sensación de aquel horrible contacto físico que tenía con su compañera le recordaba su propia existencia. Afortunadamente para él, aquello duró segundos en lugar de años, y en seguida pudo ver de nuevo con claridad y horrorizarse ante la situación.

El oscuro ambiente en el que pasó a encontrarse contrastaba bruscamente con la brillante "nada" en la que se había visto inmerso. Aunque apenas alcanzaba a ver qué había a su alrededor, el ambiente le transmitía familiaridad. No se encontraban en Pueblo Vánitas, pero Maestro se atrevía a asumir que al menos se encontraban en Kalos. Antes de que pudiese recopilar más información sobre su entorno, Maestro pudo sentir cómo los brazos de su compañera dejaban de ejercer presión sobre él, soltándose y dejando de aferrarse a él.

- ¡No!- Gritó Maestro, sobresaltado.

En apenas un segundo, Maestro pasó a ser plenamente consciente de dónde se encontraban y se apresuró a girar sobre sí mismo y tratar de agarrar a Gardevoir con sus dos brazos de tela. Su compañera se le escurrió entre las manos y se precipitó al vacío. Sí, habían logrado recorrer miles de kilómetros en pocos segundos, y probablemente se encontraban en Kalos y bastante cerca de Pueblo Vánitas. Los cálculos de su compañera habían sido prodigiosos, y aquel Teletransporte era toda una hazaña. Sin embargo, al igual que había tenido un cierto margen de error y les había enviado a algunos kilómetros de distancia de su hogar, también parecía haber tenido un margen de error vertical. En aquel momento, se encontraban a al menos doscientos metros de altura, sobre lo que parecía ser una amplia extensión de terreno cultivado.

Maestro se apresuró a desplazarse levitando tan rápido como su forma le permitía y persiguió a Gardevoir en su caída. En circunstancias normales, aquella no debería haber sido una situación peligrosa para ella. Gardevoir era capaz de levitar a mucha mayor velocidad y de forma mucho más estable que él; llevaba toda su vida haciéndolo y para ella era tan sencillo como caminar. Sin embargo, su compañera no parecía aminorar en su caída y no hacía movimiento alguno. Lentamente, su cuerpo estaba revirtiendo su Megaevolución y recuperando su aspecto habitual mientras caía. Aquello era una buena señal; significaba que probablemente había perdido la consciencia, pero al menos aún seguía viva. Por desgracia, no sería así por mucho tiempo si no hacía algo para impedir que se estrellase contra el suelo desde semejante altura.

Aunque a Maestro le preocupaba volver a tocar a su compañera con las partes de acero de su cuerpo y causarle aún más quemaduras de las que ya tenía, no había margen para tener cuidado en aquel momento. Ninguna quemadura sería peor que el impacto contra el suelo. Consciente de que cuánto más tiempo pasase cayendo, a mayor velocidad caería y más difícil resultaría atraparla, Maestro aceleró tanto como pudo y logró enroscar ambos brazos en torno a la cintura de su compañera. El cuerpo de Gardevoir comenzó a desacelerar en su caída cuando por fin lo sujetó. El movimiento fue brusco, y Gardevoir rozó levemente su escudo y su filo mientras colgaba de sus brazos como una inerte muñeca de trapo. Maestro pudo escuchar cómo la piel de su compañera emitía de nuevo aquel desagradable sonido al quemarse con aquel contacto. La rabia y la impotencia le inundaban en aquel momento. Hizo lo que pudo para tratar de mantenerla lejos de su propio cuerpo, pero sus flácidos brazos de tela no eran lo bastante fuertes ni firmes para moverla con seguridad, y Maestro tenía demasiado miedo de que se le volviese a escapar como la primera vez que la trató de agarrar. Lentamente, forcejeando consigo mismo y con el cuerpo inconsciente de Gardevoir, Maestro comenzó a reducir altura, mirando con angustia al suelo bajo ellos y a su compañera.

Casi un minuto después, Maestro y Gardevoir finalmente aterrizaron en lo que parecía ser una plantación de árboles frutales repletos de bayas, en alguna granja en las afueras de la provincia, a pocos metros de unas cercas de madera que separaban el cultivo de una carretera secundaria de tierra sin asfaltar. La oscura noche le dificultaba orientarse, pero Maestro estaba seguro de que estaba muy cerca de Pueblo Vánitas. Apartando por el momento aquellos pensamientos, Maestro se apresuró a soltar cuidadosamente a su compañera sobre la tierra arada que había bajo ellos y examinó rápidamente su maltratado aspecto. Su cuerpo estaba lleno de quemaduras, y había revertido por completo su transformación en Mega Gardevoir. Sus ojos estaban completamente cerrados. No se movía.

- Gardevoir, ¿me oyes?- Preguntó Maestro, angustiado.

No hubo respuesta. Gardevoir permanecía completamente inmóvil, tumbada sobre la tierra en la misma postura en la que Maestro la había soltado. Con mucho cuidado de no volver a tocar su piel con sus partes metálicas, Maestro se apresuró a palpar su cuerpo con sus manos de tela en busca de alguna parte en la que pudiese tomarle el pulso. Al principio probó con la muñeca, y después intentó palpar varias zonas de su torso. Sin embargo, era un esfuerzo inútil. Sus extremidades apenas tenían sentido del tacto, y no podía notar su pulso. En realidad, si no fuera porque podía ver sus propias manos tocándola, ni siquiera habría podido jurar que realmente la estaba tocando.

Desesperado, sin saber qué hacer con su compañera, Maestro se inclinó sobre ella con mucho cuidado y acercó su único ojo a su caja torácica, a la zona en torno a su órgano expuesto de color rojo intenso. Permaneció completamente inmóvil en aquella postura, muy atento. Entonces, pudo notar a simple vista el sutil movimiento que hacía su diafragma al contraerse. Maestro sintió un gran alivio al percibir aquel movimiento. Su compañera aún respiraba. Sabía que no había muerto a causa del Teletransporte porque su cuerpo había comenzado a revertir su transformación, pero le preocupaba haber empeorado de forma catastrófica el estado de sus heridas al tener que frenar su caída de una forma tan brusca.

Tan pronto como confirmó que su compañera seguía con vida, Maestro se apresuró a retroceder y alejarse un poco de ella. Su cuerpo ya estaba de por sí lleno de quemaduras; no quería volver a tocarla por accidente y causarle aún más daños. Maestro permaneció un largo minuto contemplando a Gardevoir, tendida y completamente inmóvil. No sabía qué hacer para ayudarla. Si aún hubiese tenido su cuerpo humano, la respuesta más obvia habría sido cargar con ella hasta el Centro Pokémon más cercano. Sin embargo, ahora que sus brazos eran de tela y su cuerpo de acero, probablemente le causaría muchas más heridas si intentaba hacer eso. Tampoco se veía capaz de aplicarle ninguna clase de primeros auxilios. Gardevoir y Greninja eran quienes se habían encargado siempre de una forma u otra de sanar a los miembros del grupo que habían resultado heridos. En aquel momento, Maestro no tenía ni el conocimiento ni los medios para tratar de ninguna forma aquellas quemaduras, y probablemente tampoco era una buena idea tratar sus heridas en medio de aquella oscuridad. Aunque se encontraban cerca de la carretera y había algunas farolas encendidas cerca, junto a la entrada de aquel recinto vallado, a Maestro no le llegaba suficiente luz para que su ojo incapaz de dilatar su pupila alcanzase a ver muy bien.

En aquella circunstancia, lo que tenía que hacer resultaba muy evidente. Rescatar a Mismagius era una tarea de urgencia, pero no podía dejar a Gardevoir allí sin más. Se encontraba en una granja; tenía que haber alguien allí a quien pudiese pedir ayuda. Rápidamente, Maestro dirigió la mirada hacia la figura de una rústica casa de campo que había junto a la carretera, a unos cincuenta metros de donde se encontraban. La casa estaba completamente a oscuras, y la única iluminación parecía provenir de las farolas que había junto a la carretera. Maestro se esforzó por convencerse de que no había razón para alarmarse. Era de noche, y se encontraba en un área rural. Probablemente los dueños de aquella granja se habían ido a dormir temprano para madrugar y trabajar al día siguiente, era lógico que la casa se encontrase a oscuras. Sin embargo, Maestro no lograba evitar tener un mal presentimiento.

Maestro se acercó a la casa levitando de forma apresurada y se detuvo frente a la puerta. Una sensación de inquietud se adueñó de él cuando alcanzó a ver una cochera abierta y completamente vacía junto a aquel edificio. Sin embargo, Maestro apartó rápidamente la mirada de ella y vociferó con todas sus fuerzas.

- ¿¡Hay alguien ahí!?- Preguntó Maestro a gritos.

Pasaron varios segundos. No se encendió una luz ni se escuchó sonido alguno. No hubo ninguna clase de respuesta. Maestro quiso convencerse de que probablemente no le habían oído, pero en el fondo sabía que aquello era imposible. Su retumbante voz espectral había desgarrado el silencio de la noche con extrema violencia. No había manera de que alguien que se encontrase allí dentro no le hubiese oído. Aun así, Maestro cargó contra la puerta, embistiendo con todas sus fuerzas. La puerta de madera de aquella casa crujió ante su impacto y cedió, abriéndose con violencia. Ante aquel estruendo, tan solo recibió más silencio como respuesta. En el interior de la casa, en la penumbra, Maestro alcanzó a ver un gran desorden en torno a la entrada. Había algunas prendas de ropa tiradas por el suelo, y una enorme maleta a medio hacer que parecía haber sido abandonada allí.

Ya no podía negarlo más. Quien quiera que viviese allí, había huido apresuradamente, con tanta angustia que ni siquiera se había llevado todo lo que se había querido llevar. Maestro salió de la casa, furioso. Aquello tenía unas horribles implicaciones. Su enemigo ya le llevaba la delantera. Su compañera, su hogar y los vecinos junto a los que había crecido y con los que había convivido durante años estaban en peligro. Lo que fuera que iba a suceder aquella noche en Pueblo Vánitas, ya había empezado sin él.

De nuevo en el exterior, Maestro dedicó una mirada nerviosa hacia el lugar donde había dejado tumbada a Gardevoir. Aunque por un momento pensó en volver a entrar de nuevo en aquella casa y buscar un teléfono o un Holomisor con el que llamar a alguien para que acudiese a socorrer a su compañera, Maestro sabía que sería un esfuerzo inútil. Perdería unos valiosos minutos buscando el teléfono y haciendo la llamada, y probablemente la línea estaría cortada o colapsada. Kalos aún no se había recuperado de la anterior catástrofe, y en aquel momento probablemente estaba teniendo lugar otra más. Por mucho que odiase admitirlo, en aquel momento no había nada que pudiese hacer por Gardevoir, más que confiar en que ella fuese lo bastante fuerte para cumplir su promesa por sí misma.

- Lo siento- Se disculpó Maestro en voz alta, mirando hacia donde se encontraba Gardevoir- Haré que tu dolor no haya sido en vano.

Consolándose un poco al pensar que al menos las heridas de su compañera no deberían poner en peligro su vida a corto plazo y que se encontraba en una zona relativamente segura, Maestro le dio la espalda y se apresuró a dirigirse hacia la carretera; prácticamente ajeno al hecho de que aquella sería la última vez que la vería.

Mientras se desplazaba levitando hacia la salida de aquel recinto vallado que separaba aquella finca del exterior, Maestro alcanzó a escuchar un característico sonido desde la dirección a la que se dirigía. Aunque en aquel momento su mente era un caos y le costaba ser consciente de la realidad a su alrededor, no tardó en reconocer el sonido como el motor de un vehículo que se acercaba. Maestro aceleró aún más y trató de acercarse a tiempo a la carretera. En pocos segundos, desde su derecha, alcanzó a ver a duras penas una camioneta que se acercaba a lo lejos a una velocidad excesiva. Tenía todas las luces apagadas, y parecía estar guiándose tan solo con el escaso alumbrado que había en los bordes de la carretera.

Pensando que quizás podría conseguir que alguien ayudase a su compañera inconsciente, Maestro se apresuró a situarse en la carretera y gritó con todas sus fuerzas, tratando de llamar la atención de quien fuese en aquel vehículo. Sin embargo, la camioneta no aminoró su velocidad lo más mínimo. El vehículo se acercó peligrosamente a él, a gran velocidad, y Maestro se vio obligado a esquivarla apresuradamente para no ser arrollado. No le preocupaba el daño que él mismo pudiese recibir por culpa de un atropello, pero sí la posibilidad de provocar un accidente donde alguien pudiese acabar herido o muerto. Si interceptaba por las malas aquel vehículo y causaba daño a sus ocupantes, solo conseguiría agravar el problema y las posibilidades de que pudieran ayudar a Gardevoir se esfumarían.

Aquella camioneta pasó junto a Maestro sin detenerse y comenzó a alejarse hasta perderse en aquella oscura carretera. En aquella ocasión, Maestro no se molestó en autoconvencerse de que no le habían visto ni oído. Estaba claro que quien condujese huía desesperadamente de algo y no estaba dispuesto a detenerse por nada. Ni siquiera había encendido las luces del vehículo para no ser visto. No necesitaba más pruebas; la situación no podía ser más evidente. En lugar de mirar atrás y seguir con la mirada al vehículo que se alejaba, Maestro mantuvo la mirada fija en la dirección de donde venía. Aunque conocía cada palmo de aquellas tierras, se encontraba casi a oscuras y había llegado allí de una forma muy poco convencional. En aquel momento tenía una fuerte sensación de desorientación. Sin embargo, ya no era necesario orientarse. No estaba realmente seguro de dónde estaba, pero acababa de descubrir en qué dirección se encontraba su destino.

Maestro se lanzó levitando como un proyectil y comenzó a recorrer la carretera en el sentido contrario al del vehículo con el que se había cruzado. Aunque su forma física era limitada y su capacidad de levitación no estaba a la altura de la de otros Pokémon más rápidos, él jugaba con la ventaja de no sufrir desgaste alguno a causa del dolor o el cansancio. La velocidad punta que era capaz de alcanzar, podía mantenerla todo el tiempo que fuese necesario hasta llegar a Pueblo Vánitas.

Mientras recorría la carretera, Maestro esperaba cruzarse quizás con algún otro humano o Pokémon que también estuviese huyendo. Sin embargo, la carretera era silenciosa y solitaria. Lo único que alcanzaba a ver era lo que la luz de la luna y las escasas luces de las granjas cercabas le iluminaban, y lo único que podía oír era el viento que hacía ondular sus textiles extremidades. Todo estaba siniestramente tranquilo, pese a tratarse de una noche tan funesta. Maestro continuó recorriendo la carretera durante diez largos minutos, que le parecieron una eternidad, hasta que un obstáculo se acabó interponiendo en su camino.

Por culpa de la oscuridad de la noche, Maestro no logró divisar el obstáculo a tiempo y acabó colisionando contra él, emitiendo un característico sonido de metal contra metal y rebotando hacia su derecha mientras oscilaba de forma descontrolada sobre su propio eje. Tras aquel choque, Maestro se apresuró a estabilizarse en el aire y mirar a su alrededor. En la carretera, frente a él, había cinco vehículos blindados de la policía de Kalos; todos ellos completamente destrozados. A pesar del grueso blindaje de los vehículos, algunos habían sido machacados como si fuesen simples latas de conservas, mientras que otros habían sido despedazados hasta quedar casi irreconocibles. En la carretera, alrededor de aquellas pilas de chatarra, había un gran número de cuerpos sin vida. Llevaban puestos unos uniformes que Maestro reconocía; eran las fuerzas especiales del Departamento de Policía. Los cuerpos se encontraban en un estado tan lamentable que costaba reconocerlos como humanos; habían sido víctimas de un cruel ensañamiento. Junto a aquellos hombres y mujeres brutalmente asesinados, había también un gran número de Manectric muertos; Pokémon frecuentemente empleados por la policía de Kalos. El número de víctimas totales era difícil de estimar por culpa de aquella oscuridad, pero incluso aunque el ambiente hubiera sido más luminoso, Maestro realmente prefería no saberlo. Llevar la cuenta de cuántos humanos y Pokémon habían muertos en los últimos días por culpa de aquellos monstruos era algo que tan solo serviría para generarle más angustia de la que ya sentía.

Maestro apartó la mirada de aquella macabra escena y reanudó la marcha sin dudarlo. No necesitaba que nadie le contase aquella historia para saber qué había pasado allí. Habían tratado de detener a aquel monstruo y salvar Pueblo Vánitas y a sus habitantes, pero no habían tenido nada que hacer contra Alfa. Los había masacrado como a alimañas. Pensar en las implicaciones de lo que había visto e imaginarse cómo debía haber sido la situación causó que Maestro continuase agrietándose levemente, sin ni siquiera darse cuenta de ello. La rabia que sentía en aquel momento era algo que ni siquiera era capaz de expresar con palabras. Aquel Pokémon y la enfermiza organización que le había mantenido protegido le habían arrebatado demasiado a lo largo de los años. Ya no podía seguir perdiendo más. Tenía que salvar a Mismagius costase lo que costase.

Si había aún alguna mínima esperanza de que su compañera siguiese con vida, tenía que aferrarse a ella y darse prisa. Maestro continuó recorriendo aquella carretera como un gran proyectil de ira y acero, y en aquella ocasión ya no se volvió a detener ante nada. Ni el resto de vehículos destrozados con los que se cruzó ni las devastadas granjas y cultivos a ambos lados de la carretera le hicieron detener la marcha. Maestro se limitó a seguir aquel rastro de destrucción y cadáveres mientras daba rienda suelta a su propia furia. Habían pasado ya veintitrés años desde su anterior encuentro con Alfa. Veintitrés años a lo largo de los cuales no había hecho otra cosa que acumular ira y resentimiento hacia aquel monstruo por lo que le había hecho. Pero aquella noche, aquella hinchada burbuja de rabia estaba a punto de reventarle en la cara a aquel Pokémon. Aquella noche, después de tantos años, finalmente se consumaría su venganza.

Casi sin darse cuenta de ello mientras avanzaba cegado por la ira, Maestro dejó atrás el campo y las granjas para acabar irrumpiendo en el interior de Pueblo Vánitas. Mientras recorría el pueblo en dirección a su hogar, sus ofuscados sentidos pasaban por alto con inquietante naturalidad la muerte y destrucción que había a su alrededor. Aunque conocía aquellas calles de su pueblo y era capaz de orientarse por ellas a pesar del caos, lo cierto era que Pueblo Vánitas había quedado irreconocible. La mayoría de los rústicos edificios de aquel lugar habían sido destruidos por fuerzas telequinéticas, siendo machacados por ellas o habiendo sido arrancados de sus cimientos y lanzados por los aires. El propio terreno había sufrido daños similares a los que le había causado Beta a Bosque Verde durante su lucha, y un gran número de zanjas y socavones se habían abierto por todo el pueblo, aislando calles enteras entre enormes grietas y creando grandes cicatrices en el paisaje de varios cientos de metros de longitud. Aquellas grietas habían destrozado las carreteras y se habían tragado edificios enteros al abrirse, dejando a su paso un gran número de desniveles y montones de escombros. Entre toda aquella destrucción, había cientos de cuerpos sin vida de humanos y Pokémon.

En aquel momento, era una suerte para Maestro ser víctima de aquella ofuscación, ya que un rápido vistazo a aquellos cuerpos le habría revelado que conocía a la mayor parte de aquellas víctimas. Lo que había sucedido hacía veinte años en la Villa Pokémon y lo que había tenido lugar en Ciudad Azafrán la noche anterior acababa de pasarle a su pueblo y a la gente con la que había convivido durante tantos años. Lo que siempre había visto cómo le pasaba a otros, finalmente le había pasado a él. Aquello no era algo que estuviese viendo por televisión y le hiciera sentir lástima o un cierto enfado. En aquel momento estaba en medio de aquella devastación; era su hogar el que estaba en ruinas y era su gente la que había muerto. Era él quien caminaba entre el humo, los escombros y los cadáveres. Lo que sentía en aquel momento era una rabia sin límites. Muy lentamente, sin que él se percatase de ello, su forma física se volvía más inestable, y las grietas de su cuerpo se iban volviendo más profundas. Toda aquella ira resultaba incontenible, incluso para un cuerpo de acero como el suyo.

Maestro recorrió aquella devastación sin detenerse ante nada. Su mente estaba prácticamente en blanco, salvo por su único objetivo en aquel momento. No podía pensar en otra cosa que en seguir el camino hacia su casa y encontrar a Mismagius. Aún no se había cruzado con un solo edificio que siguiera en pie ni una sola criatura que siguiese con vida. Sin embargo, se negaba a rendirse, y su urgencia persistía. Si por algún casual Mismagius seguía con vida, aquella era una situación que fácilmente podría cambiar de un momento a otro. Aún no había visto ni oído a Alfa en medio de aquel desolado paisaje. Sorprendentemente, a su alrededor todo se encontraba en silencio. Salvo por el crepitar de alguna llama lejana, fruto de algún incendio que se ensañase aún más con el ya moribundo Pueblo Vánitas, lo único que podía escucharse era un silencio sepulcral. Era como si todo lo que tuviese que pasar ya hubiese pasado; como si a pesar de todos sus esfuerzos hubiese llegado tarde, y el propio pueblo se encargase de reprochárselo con aquella silenciosa condescendencia.

Tras apenas unos minutos, que a él le parecieron horas, Maestro reconoció su propia casa en medio de las ruinas de Pueblo Vánitas. El propio terreno sobre el que la estructura estaba construida se había inclinado de forma antinatural, como si toda la parcela en la que aquella casa de campo se encontraba hubiese sido convertida en un islote aislado. La mayor parte del tejado de la casa había desaparecido, junto con aproximadamente la mitad de la estructura. Tan solo algunas paredes a medio derruir daban fe de que alguna vez su hogar había existido. Aquel lugar, donde había vivido durante toda su vida, en el que había atesorado todas sus posiciones y donde su mente había creado tantos recuerdos felices era historia. Tan solo era una montaña de escombros más en aquel océano de destrucción. No había ni rastro de Mismagius.

Maestro dejó de levitar y se desplomó, cayendo al suelo como una espada arrojada por un guerrero moribundo al que finalmente le abandonaban las fuerzas. No había palabras con las que describir su sensación de derrota. Todo cuánto había sucedido allí era su culpa. No solo él había sido quien había enviado a Mismagius a morir en aquel infierno, sino que él había sido quien había enviado a Alfa a arrasar su pueblo y asesinar a todos sus amigos y vecinos. Si él no hubiese perseguido a Mewtwo de aquella forma, si hubiese escuchado todos los consejos que le habían dado a lo largo de su vida, nada de aquello habría sucedido. Pero no lo había hecho, no había cedido ante ninguna de las personas que le habían advertido que su cruzada personal sería su perdición. Y aquella insistencia por su parte era lo que inevitablemente había conducido a aquel monstruo a su hogar y le había arrebatado todo lo que le quedaba. En aquel momento, toda su determinación no había servido de nada. Todos los esfuerzos de sus compañeros y el sacrificio de Gardevoir habían sido en vano. Habían depositado todas sus esperanzas en él, y a pesar de ello había fracasado. Aquella era su derrota total.

Llegados a aquel punto, Maestro no tenía razones para moverse. Su cuerpo de acero podía perfectamente pasar a formar parte de los escombros de Pueblo Vánitas. Después de todos aquellos años, finalmente había llegado el día en que lamentaba haber sobrevivido a su encuentro con Mewtwo en Bosque Errantes. Furfrou había muerto, pero el resto de sus Pokémon habían sobrevivido con heridas leves. Tan solo él había sufrido heridas graves que tardaron meses en sanar. Si él hubiera muerto junto a Furfrou, sus compañeros probablemente habrían logrado superar su pérdida con el tiempo y no habrían pasado dos décadas siendo arrastrados por aquella locura. Si él hubiera desaparecido del mundo aquel día, probablemente miles de vidas no se hubieran perdido de aquella forma veinte años después. Toda la muerte y destrucción de aquellos últimos días no eran más que la consecuencia del efecto dominó que él mismo inició hacía dos décadas. Aquellas eran las consecuencias de sus actos; su imperdonable culpa. Y a pesar de todo aquello de cuánto era culpable, se había propuesto aquella última hazaña para redimirse ante sus propios ojos. Una tarea sencilla; acabar con lo que había empezado. Salvar a su compañera y acabar con aquel monstruo de una vez por todas. Pero, incluso en aquello último, había fracasado.

Mientras permanecía allí tirado frente a lo que quedaba de su hogar, las grietas en el cuerpo de Maestro se extendían aún más y se volvían más profundas. Podía sentir cómo nada de aquello tenía sentido. Su voluntad flaqueaba, y su alma marchita amenazaba con abandonar finalmente aquel recipiente para regresar al abismo sin fin al que pertenecía. Su cuerpo parecía estar a punto de convertirse de una vez por todas en metal inerte; en parte de la montaña de escombros en la que se había convertido su casa.

- ¡Maestro!- Gritó una voz familiar cercana.

Al principio, Maestro no reaccionó. Su mente era un caos, y su afligida alma ya no tenía voluntad de seguir adelante. Parecía que todo estuviese perdido, y a Maestro le costaba distinguir la nefasta realidad de los nefastos pensamientos que rondaban su mente; no en vano, no había demasiada diferencia entre ambos. Sin embargo, un nuevo llamamiento con su nombre le convenció de que no estaba delirando y el maltrecho espectro se alzó lentamente una vez más, mirando confusamente a su alrededor.

La mirada de Maestro se quedó clavada en un par de brillantes ojos amarillos. Una traslúcida silueta morada se dirigía apresuradamente hacia él. Si su ojo metálico hubiese sido capaz de llorar, en aquel momento Maestro se habría ahogado en sus propias lágrimas. No podía creerse lo que veía, hasta el punto de dudar seriamente de su propia percepción. Frente a él, a apenas diez metros de distancia, se encontraba Mismagius, quien levitaba apresuradamente hacia él. Su rostro expresaba el horror y angustia más intensos que Maestro había visto en toda su vida.

Mismagius recorrió rápidamente la distancia que la separaba de Maestro y entabló contacto físico con el espectro de su entrenador. Aunque ella no tenía brazos con los que aferrarse a él ni un físico corpóreo con el que establecer un verdadero contacto físico, aquel vínculo metafísico que compartió momentáneamente con la energía del otro fantasma le resultó reconfortante. Sus llorosos ojos amarillos se quedaron mirando el agrietado ojo metálico de Maestro, mientras sus labios le temblaban. Le costaba articular palabra, pero finalmente logró hablarle.

- Ma... Maestro- Murmuró Mismagius, con mucho miedo e inseguridad- ¿Eres tú? ¿Verdad?

Maestro tardó un poco en reaccionar y no respondió. Aún no lograba decidir si Mismagius era real o si su mente le estaba jugando una mala pasada. Sin embargo, incluso si ella era una ilusión de su delirante y afligida alma, Maestro no quería dejarla ir. Quería aferrarse con todas sus fuerzas a aquella última esperanza. Cuando decidió que Mismagius era lo suficientemente real para él, se apresuró a rodear y abrazar su fantasmagórico cuerpo con sus brazos de tela, como si temiese que se la arrebatasen.

- Sí, soy yo- Se limitó a responder Maestro.

Mismagius permaneció en silencio durante unos segundos, dejándose abrazar por su entrenador mientras temblaba y lloraba de forma desquiciada. Sin embargo, pese a la crisis emocional que se había apoderado de ella, la realidad no tendría piedad alguna si se quedaba allí abrazada a su entrenador en busca de consuelo. No había tiempo para consolarse. Aquello que la rodeaba no era el horror que había vivido, sino el horror que aún estaba viviendo. Aquello no había terminado. Rápidamente, Mismagius se apresuró a retroceder levemente y zafarse de aquellos brazos de tela mientras trataba de adoptar una expresión más determinada en su aterrado rostro.

- Tenemos que irnos- Sentenció Mismagius- ¡Es una trampa! Él sigue aquí...

Aquella atormentada fantasma pronunciaba sus palabras en voz baja y de forma temblorosa; y Maestro no lograba poner sus propios pensamientos en orden. No logró procesar aquella información a tiempo y entender el mensaje que su Pokémon quería transmitirle. Antes de que él tuviera tiempo de responderle o Mismagius tuviera la ocasión de insistir, un estallido de fuerza telequinética arremetió contra Maestro, golpeando su maltrecho cuerpo con fuerza y lanzándolo a unos diez metros de distancia mientras varios trozos de acero se desprendían sutilmente de su cuerpo.

Maestro se apresuró a estabilizarse rápidamente en el aire y recuperar la percepción de la realidad. Tras dejar de oscilar descontroladamente a causa del empujón telequinético que había recibido, buscó rápidamente con la mirada a Mismagius, como si temiera que ella se desvaneciese si dejaba de mirarla. No tardó en encontrar los brillantes ojos de su compañera en medio de aquella oscura ruina. Sin embargo, Maestro sintió una intensa mezcla entre ira y horror al comprobar que no estaba sola. Junto a ella, a apenas un metro de distancia, se encontraba un Mewtwo. No era igual que la Mewtwo con la que se había enfrentado hacía apenas una hora; no se parecía casi en nada a Beta. Aquel otro Mewtwo era ligeramente más alto, tenía un cuerpo lleno de cicatrices y una desquiciada sonrisa en su demacrado rostro, marcado por una enorme cicatriz en forma de X. Su mirada exteriorizaba locura y sadismo. Aquella criatura coincidía con la descripción que Beta les había dado, y con la criatura que le había perseguido en sus pesadillas durante toda su vida.

- Alfa...- Dijo Maestro, con un gran resentimiento en su tono de voz.

Alfa dejó escapar una sonora carcajada al ver a Maestro. A su lado, Mismagius permanecía completamente inmóvil con la mirada clavada en él, paralizada por el terror que sentía.

- Por fin volvemos a vernos, Maestro- Le saludó Alfa, con un entusiasmo demasiado sincero- Me han dicho que llevabas un tiempo buscándome. Qué pena no haberlo sabido antes, ¿no crees?

Maestro permaneció en silencio, mirando de reojo a Mismagius. Su compañera permanecía allí parada, al lado de Alfa. Maestro no estaba seguro de si Mismagius no se movía a causa del miedo que sentía o si era realmente consciente de que no tenía ninguna posibilidad de escapar de allí indemne. A pesar de la situación en la que se encontraba y de que tenía finalmente frente a él al enemigo al que había perseguido durante dos décadas, la prioridad para Maestro en aquel momento seguía siendo poner a salvo a su Pokémon. En apenas un instante, un torrente de pensamientos acerca de cómo poner a salvo a Mismagius pasaba por su mente. Por desgracia, la mayoría de las posibilidades que se le ocurrían no eran muy alentadoras.

Alfa se percató de que la mirada del ojo metálico de Maestro oscilaba constantemente entre él y la Pokémon que tenía a su izquierda. Lentamente, se acercó a ella y extendió su brazo hasta situar su mano izquierda en sobre su cabeza, como si la acariciase con una actitud familiar y afectiva. La pequeña fantasma le dirigió una mirada de pánico, como si se tratase de una pequeña criatura que estaba a punto de ser devorada por un depredador y acababa de darse cuenta de que no tenía ninguna posibilidad de escapar. El espectro que tenía delante, al mismo tiempo, se estremeció visiblemente y comenzó a acercarse levitando muy lentamente con un desplazamiento muy sutil; como si pensase que si se movía lo suficientemente lento su enemigo no se daría cuenta de que se estaba acercando a él.

- Esta preciosidad me lo ha contado todo- Le explicó Alfa- Es todo un encanto. Habla cuando se lo piden y tiene demasiado miedo para mentir. Me ha contado lo que has estado haciendo los últimos veinte años.

Tras pronunciar aquellas palabras Alfa retiró la mano con la que había estado palpando el etéreo cuerpo de aquella Pokémon. Cuando dejó de tocarla, Mismagius comenzó a alejarse lentamente de él, como si temiese que un movimiento brusco por su parte podría provocar un ataque.

- La he dejado con vida- Dijo Alfa, mientras la señalaba con la mano- ¿No te alegras de volver a verla? ¿No vas a darme las gracias?

Maestro detuvo su avance durante un momento y guardó silencio mientras su oscilante mirada se detenía finalmente en Alfa. A pesar de su falsa amabilidad, la hostilidad que Maestro percibía en aquella situación era extrema. Llegados a aquel punto, Maestro no estaba seguro de cómo proceder. La opción más obvia era no entrar en el juego de Alfa y atacarle directamente; pero aquello podría tener unas horribles consecuencias para la compañera que trataba de proteger.

- Estoy esperando- Insistió Alfa, convirtiendo su desquiciada sonrisa en una caricaturesca mueca en su rostro.

Aunque sabía que tan solo quería humillarle, Maestro se apresuró a responder por miedo a las consecuencias que pudiera tener no hacerlo.

- Gracias- Se limitó a responder Maestro, con extrema frialdad.

Alfa dejó escapar una leve risa, dándose por satisfecho.

- Lo cierto es que ahora que sé que me buscabas, yo también decidí encontrarte, ¿sabes?- Le dijo Alfa- Creo que hay un asunto pendiente entre nosotros dos.

- Aquí me tienes entonces- Le desafió Maestro, mientras reanudaba su avance hacia su adversario- Ven a por mí.

- No tan rápido, listillo- Le detuvo Alfa.

Maestro volvió a detenerse mientras seguía con la mirada a Alfa, que dio unos pasos hacia su izquierda hasta situarse detrás de Mismagius. La aterrada Pokémon trató de seguirle con la mirada, pero no se atrevió a mantener el contacto visual y acabó mirando hacia su entrenador mientras Alfa se detenía a su espalda y colocaba ambas manos en sus etéreos hombros. En aquel momento, el cuerpo de Mismagius comenzó a temblar descontroladamente, presa del pánico.

- Ataqué este lugar para provocarte, ¿sabes?- Continuó Alfa- Cuando encontré aquí a una de tus esclavas pensé que si la mataba te enfadarías muchísimo. Llevas veinte años matando todo lo que se cruza en tu camino porque hace veinte años maté a otro de tus esclavos. Parecía una buena idea. Sin embargo, luego se me ocurrió que ella era un recurso valioso. Podía usarla de carnada.

- Eso no será necesario- Le insistió Maestro- Ya me tienes aquí.

- En eso llevas razón- Respondió Alfa- Encontrarte ha sido extremadamente fácil, y ella ya no es necesaria.

Maestro observó con horror cómo el rostro desfigurado por las cicatrices de Alfa volvía a dibujar en sus labios una macabra sonrisa y en torno a su mano derecha comenzaba a formarse una Bola Sombra. Mismagius percibió la energía que se acumulaba junto a ella y sintió cómo su propia muerte se le echaba encima. En aquel momento, no podía permitirse quedarse allí paralizada por el miedo, con la esperanza de que si se quedaba quieta y colaboraba con aquel Pokémon, no le hiciese daño. En aquel momento estaba a punto de hacerle daño y no había forma de convencerle de lo contrario. Mismagius se apresuró a levitar hacia delante, tratando de alcanzar a Maestro, quien también comenzó a desplazarse hacia ella tan rápido cómo podía moverse.

- ¡Maestro sálv...!- Suplicó Mismagius, con un desgarrador grito.

Mismagius no logró terminar su súplica. A su espalda, Alfa lanzó la Bola Sombra contra ella con un rápido y preciso movimiento de su mano. La indefensa y asustada Pokémon recibió aquel mortífero ataque de manos de una criatura de poder abrumador, y toda su forma metafísica se colapsó, dejando su etéreo cuerpo completamente desprovisto de vida. El brillo de sus ojos se apagó al instante, y su etéreo cuerpo de aspecto textil comenzó a caer lentamente hacia el suelo mientras se desvanecía, como si de repente la fuerza de la gravedad hubiese reconocido su existencia durante sus últimos momentos y la reclamase con timidez. El cuerpo sin vida de Mismagius no llegó a tocar el suelo. Casi todo rastro de su forma física desapareció en apenas unos segundos, antes de que pudiese hacerlo. Tan solo sus tres perlas de color escarlata quedaron tiradas por el suelo, rebotando y rodando hasta quedar atrapadas por alguna de las grietas del terreno. Aquellas pequeñas esferas que se perdían entre la oscuridad y la destrucción quedaron como única prueba de que ella alguna vez hubiese existido. En aquel momento, de aquella forma tan repentina, Maestro vio morir a su compañera a pocos metros de él; sin poder hacer absolutamente nada para evitarlo.

Aquel momento, que apenas había durado una fracción de segundo, le pareció una auténtica eternidad a Maestro. Había visto cómo sus llorosos ojos amarillos se apagaban y cómo su aterrorizado rostro se desvanecía. Aunque su ojo metálico estaba cada vez más agrietado y su visión había perdido nitidez, Maestro había observado cada detalle de su muerte, como si el proceso hubiera durado horas. Su interrumpido grito de súplica aún le martilleaba en la mente, como si su compañera se lo continuase gritando una y otra vez a pesar de haber muerto. La mirada del ojo de Maestro se quedó clavada en la más grande de aquellas tres perlas rojas que Mismagius tenía en el cuello. La pequeña esfera se encontraba a poco más de dos metros de él, apenas visible en la oscuridad de la noche. A pesar de que no era más que parte de los restos inertes de un cadáver etéreo, Maestro había perdido completamente su ancla con la realidad, y no podía evitar pensar en aquel pequeño orbe como un ojo que lo miraba desde el suelo. Una mirada que le juzgaba y le reprochaba su fracaso.

Un fracaso al que se había resignado, pero que por un momento llegó a pensar que aún estaba a tiempo de evitar. A pesar de todo, había logrado ser tan ingenuo como para creer que podía arreglar las cosas, que aún no estaba todo perdido; que aún le quedaba una última oportunidad. Realmente, cuando había visto a Mismagius, llegó a pensar que aún podía salvarla. Sin embargo, aquello no era más que otra broma cruel que el mundo había tenido preparada para él. Había sido un estúpido por pensar que podría redimirse. No había redención posible ante lo que había hecho; ante lo que había desencadenado. Salvar a Mismagius no habría cambiado nada. Aunque lo hubiese logrado, habría seguido siendo un espectro atormentado en un mar de escombros y cadáveres. Aquella no era una historia que pudiese acabar con un final feliz. No se lo merecía. No había sido lo bastante virtuoso para ganárselo ni lo bastante fuerte para tomarlo por la fuerza. Tan solo era un perfecto fracasado, que lo había perdido todo por culpa de su arrogancia y su debilidad.

Lentamente, el ojo de Maestro comenzó a alzar la mirada, recorriendo los agrietados ladrillos de piedra del suelo hasta finalmente alcanzar a ver a Alfa. Aquella criatura se burlaba de él, con aquella estúpida sonrisa en su desfigurado rostro. Durante años, había pensado que matar a aquel Pokémon justificaría cualquier cosa horrible que hiciese, que acabar con su miserable existencia le concedería la redención, sin importar lo horribles que pudieran llegar a ser sus pecados. En aquel momento, finalmente, lo comprendió. No existía la redención que buscaba, aquello no era más que un concepto imaginario, sin un verdadero significado en el mundo real. Tan solo era una mentira que se contaba a sí mismo para convencerse de seguir adelante, sin importar lo horribles que fuesen sus actos. La realidad era que había dejado un rastro de cadáveres a su paso, y que había perdido a un compañero tras otro durante su guerra personal contra aquella criatura. A los muertos que había dejado a su paso les era indiferente si triunfaba o no, y sus compañeros muertos no eran más que víctimas de su locura. Ninguno de ellos iba a volver. Matar a Alfa no cambiaría nada. Mismagius había muerto, y nada lo cambiaría. Aquella pequeña Pokémon le había reprochado una y otra vez lo que había hecho durante aquellos años y le había suplicado que parase. Él la había ignorado, y ahora ella estaba muerta. Alfa la había matado, pero Maestro sabía que ella había muerto por su culpa. Él había sido quien había provocado aquello.

Sin embargo, aquello ya no importaba. Maestro continuaba mirando a Alfa mientras todo su cuerpo se estremecía. La redención que había perseguido no existía. La compañera a la que quería salvar estaba muerta. Su culpa no podía ser expiada ni justificada. Pero aquello ya no tenía sentido para Maestro. Mientras miraba a Alfa a los ojos, revivía una y otra vez en su mente los últimos segundos de vida de Mismagius. Maestro no se sentía impotente, ni aterrorizado, ni apenado, ni culpable. Todo su cuerpo físico temblaba de rabia. Lo único que podía sentir en aquel momento era una extrema e incontenible furia.

Alfa movió los labios y le dijo unas palabras. Sin embargo, Maestro se encontraba tan ofuscado por su propia ira que ni siquiera fue capaz de entender lo que le decía. Las grietas de su cuerpo comenzaron a extenderse cada vez más rápido. Resultaba extremadamente doloroso, pero Maestro estaba tan iracundo y tan concentrado en su propia ira que ni siquiera era capaz de darse cuenta de su propio sufrimiento. Aquella forma física no era capaz de contenerle más. Su rabia sin límites clamaba por salir al exterior a arrasar con todo, y él no podía continuar impidiéndolo.

El cuerpo de Maestro estalló sin más, enviando una lluvia de miles de fragmentos de acero en todas direcciones, como si se tratase de una explosión de metralla. Incluso a aquellos diez metros de distancia, Alfa recibió el impacto de algunos de aquellos pequeños y afilados proyectiles y sufrió unas pequeñas heridas superficiales en su resistente cuerpo que le hicieron sangrar levemente. Aquel Pokémon se alarmó ante aquel espontáneo suceso y se puso en guardia al instante, mientras miraba extrañado a sus alrededores y trataba de comprender la situación. Su primer pensamiento había sido que alguien más estaba allí con ellos y había atacado a aquel Aegislash, provocando que explotase de aquella forma. Sin embargo, estaban completamente solos en aquel pueblo fantasma, y su oponente no había desaparecido por completo.

Donde hacía un instante se había encontrado el cuerpo de acero en forma de espada de Maestro, en aquel momento había una pequeña masa amorfa de oscuridad palpitante, difícil de distinguir en la oscuridad de la noche, pero tan oscura y densa que parecía devorar sin más la escasa luz de los alrededores. Pese a su composición y su naturaleza, aquella oscuridad parecía ser sorprendentemente sólida, y con cada palpitación parecía estar aumentando de tamaño. En pocos segundos, la masa de oscuridad se volvió tan grande como lo había sido el Aegislash y comenzó a alterar su morfología hasta ir adquiriendo lentamente un aspecto humanoide. El espectro medía unos dos metros de altura, a pesar de su postura muy encorvada hacia delante. Sus brazos estaban desproporcionadamente alargados en comparación con el resto de su cuerpo, y terminaban en lo que parecían ser unas manos muy finas, casi esqueléticas, con unos dedos demasiado largos. Toda su forma era extremadamente inestable y parecía convulsionarse de forma violenta. A pesar de ser una simple masa de oscuridad de una composición desconocida, su aspecto era muy orgánico; casi cárnico. Su extraña carne continuaba palpitando y estremeciéndose grotescamente como si estuviera rellena de algo vivo por dentro; llegando a estallar en algunas partes a causa de aquellas convulsiones, pero recomponiéndose rápidamente de aquellos daños que aquel macabro cuerpo se provocaba a sí mismo.

- ¿Qué coño eres...?- Preguntó Alfa, con una mueca de asco en su rostro.

La horrible criatura extendió ambos brazos y dobló su tórax y su cuello en un ángulo imposible, orientando su cabeza sin rostro hacia el cielo nocturno y emitiendo un desagradable sonido de crujido al moverse, como si se hubiese roto sus propios huesos al hacerlo. A continuación, la única respuesta que obtuvo Alfa fue un desgarrador alarido espectral que aniquiló el silencio de la noche y retumbó a kilómetros de distancia. El estruendo que aquel espectro emitió fue tal que Alfa hizo una mueca de dolor y se sintió aturdido y ensordecido. Aunque se trataba del ruido más fuerte que aquel Pokémon hubiese oído en toda su vida, le bastó un segundo para darse cuenta de que aquello no era simple sonido. Aquel grito era alguna clase de proyección de energía. Cuando lo escuchó, no solo sus oídos sufrieron daño y comenzó a sentir un característico sonido de pitido en ellos; también pudo sentir como una sensación de ira era insertada por la fuerza en su mente y le producía una sensación de migraña.

Alfa se mantuvo firme ante el desafío y trató de encararse con la abominación en la que se había convertido Maestro. El espectro no tenía rostro, pero Alfa sabía perfectamente que su mirada, o el sentido equivalente a la vista que emplease para orientarse, estaba centrado en él. Nunca en todos sus años había visto nada tan atroz como la entidad que había frente a él; pero tampoco en todos sus años de vida había visto a un rival capaz de hacerle retroceder. Y aquella noche no iba a ser diferente. Sin sentir el más mínimo miedo o remordimiento, Alfa volvió a dibujar una sádica sonrisa en sus labios.

- Vamos, capullo- Le invitó Alfa- Ven a por mí si te atreves.

Maestro respondió a la provocación con un nuevo alarido y comenzó a recorrer rápidamente la distancia que le separaba de Alfa. Caminaba de forma extremadamente inestable, con una grave falta de equilibrio, pero sin llegar a tropezarse. Sus movimientos eran erráticos e inquietantes, y emitía un desagradable sonido de huesos crujiendo al moverse. Apenas podía percibir lo que había a su alrededor. Sin embargo, a pesar de su limitada percepción y su volátil forma física, podía distinguir a Alfa en medio de aquel vórtice de ira hacia el que se había visto arrastrado. Sus largos y finos dedos comenzaron a arquearse y afilarse, convirtiéndose rápidamente en dos masivas garras espectrales, con cuchillas de casi un metro de longitud de hoja.

Con un rápido movimiento, Maestro se abalanzó contra Alfa con ambas manos por delante. Pese a lo repentino del ataque y lo nublada que comenzaba a estar su mente, los reflejos de Alfa no le fallaron y le permitieron reaccionar a tiempo, levitando rápidamente varios metros hacia atrás para evitar la trayectoria del ataque y permitir que su enemigo se estrellase contra el suelo. Las garras de Maestro pasaron a escasos centímetros de su piel, y siguiendo su trayectoria sin lograr alcanzarle, descargando un furioso golpe contra la carretera. Aquellas cuchillas espectrales se hundieron en los maltrechos ladrillos de piedra que formaban aquella superficie, provocando que el terreno se fracturase violentamente en la zona de impacto y varios trozos de roca saliesen disparados. Ver cómo aquel golpe afectaba a los ladrillos hizo que Alfa frunciera el ceño. A pesar de la constitución extremadamente delgada y desnutrida de aquella criatura, la falta de musculatura no parecía implicar en absoluto que fuese físicamente débil. De haber recibido de lleno aquel tajo, aquellas garras podrían haberle despedazado al instante a pesar de su prodigiosa resistencia física.

Sin darle tiempo al espectro de alzarse de nuevo y conservar la iniciativa en aquel enfrentamiento, Alfa se apresuró a contraatacar con una potente descarga telequinética. Aquella proyección de fuerza cinética arrasó el terreno en un amplio cono frente a él. Los ladrillos del suelo fueron arrancados de cuajo y convertidos en metralla, dejando atrás nuevas zanjas en el terreno y causando aún más devastación entre las pocas estructuras que aún permanecían en pie a duras penas frente a él, a lo largo de casi cincuenta metros desde donde se encontraba. Maestro recibió de lleno la potente corriente telequinética y fue golpeado por aquellos fragmentos de roca, como si se tratase del disparo de una colosal escopeta. Su inestable cuerpo físico reventó en varias partes de su torso cuando recibió el ataque psíquico y la rocosa metralla que impactó en él le arrancó su cabeza sin rostro y dobló sus extremidades en ángulos imposibles. Sin embargo, a pesar de los monstruosos daños que sufrió, el espectro no retrocedió ni un solo centímetro.

Maestro volvió a ponerse torpemente en pie, sosteniéndose a duras penas sobre sus piernas rotas. Su torso estaba completamente descarnado, dejando ver varias estructuras óseas internas completamente malformadas. Sus extremidades estaban tan destrozadas que parecía tener al menos tres articulaciones en cada una. Aún le faltaban la cabeza y una parte de su hombro derecho. Todo su cuerpo se continuaba convulsionando con violencia. Aquella visión causó que Alfa comenzase a sentir una acuciante sensación de incomodidad. Sabía que se encontraba ante una entidad de naturaleza paranormal; había obtenido mucha información sobre su oponente interrogando a aquella Mismagius. Sin embargo, ninguna criatura, fantasma o no, debería ser capaz de alzarse de nuevo con semejantes daños.

Un desagradable sonido similar a un borboteo comenzó a sonar en el interior del destrozado torso de Maestro. La carne que aún le quedaba se hinchó rápidamente, como si fuese víctima de una virulenta inflamación, hasta que acabó por estallar con gran violencia. Aquel estallido provocó que tan solo una retorcida y deformada columna vertebral uniese los hombros de Maestro con su pelvis, y envió toda la carne y huesos de su torso hacia delante, como una rápida descarga de proyectiles. Alfa se apresuró a proyectar una Barrera en torno a su cuerpo tan pronto como sospechó que la forma física de su oponente se estaba volviendo cada vez más inestable y trató de resguardarse de la explosión. Sin embargo, incluso a pesar del inmenso poder de aquella protección, aquellos repugnantes proyectiles formados por huesos deformes y palpitante carne de un color negruzco arremetieron contra su defensa y provocaron que se desestabilizase al instante, atravesándola y logrando varios impactos en su cuerpo.

Alfa dejó escapar un pequeño gruñido de dolor y retrocedió levemente al recibir aquellos impactos. Varias astillas de aquel material aparentemente óseo se hundieron en su carne, causándole más heridas. Cada golpe que había recibido de los trozos de carne y de los huesos menos afilados se había sentido como un brutal puñetazo, causándole dolor hasta el punto en que Alfa comenzó a sospechar que varios de sus propios huesos podrían haberse fracturado. Entre todas las señales de dolor que su cerebro recibía de su cuerpo, destacaba una intensa punzada de dolor en su costado izquierdo. Un rápido vistazo a la zona dolorida reveló a alfa lo que parecía ser una deforme costilla de color gris oscuro que se había clavado en su carne como si se tratase de una flecha. Además del dolor físico que aquella herida le producía, Alfa podía notar cómo el simple contacto con aquel hueso y con las astillas más pequeñas que habían causado más heridas de menor importancia en su cuerpo estaba también afectando a su mente. A cada segundo que pasaba, Alfa podía sentir cómo una intensa sensación de ira le invadía. No era su propia furia; él ni siquiera tenía realmente muchos motivos para estar enfadado. Sin embargo, aquel espectro al que se enfrentaba estaba irradiando descontroladamente aquella enfermiza emoción, y una mente tan receptiva ante lo extrasensorial como lo era la suya estaba comenzando a verse afectada.

- Hijo de puta...- Murmuró Alfa entre dientes.

Con un tirón brusco, Alfa se arrancó aquel hueso de su propia carne y lo arrojó al suelo con desprecio. Mientras lo lanzaba, pudo observar cómo aquella parte del espectro no tardaba en desvanecerse hasta que no quedó ni rastro de ella; como si los restos de su cuerpo no pudiesen existir sin un contacto directo constante con el cuerpo principal. Aquello supuso una sensación de alivio para Alfa, al notar cómo otros fragmentos de hueso que se habían abierto paso dentro de su carne también comenzaban a desvanecerse. La herida de su costado sangraba, y el Pokémon tenía cortes y magulladuras por todo su cuerpo. Sin embargo, en aquel momento sentía tal subidón de adrenalina que apenas era capaz de sentir dolor. No estaba preocupado por sus heridas. Él no era capaz de regenerarse en cuestión de segundos como lo había sido el siguiente clon de Mew con el que trataron de reemplazarle, pero su cuerpo era muy resistente y aquellos daños no ponían su vida en peligro. Se había recuperado de heridas mucho peores que aquellas a lo largo de los muchos años que el Team Rocket había pasado tratando de matarle.

Alfa observó con cierto desdén cómo el destrozado cuerpo de Maestro comenzaba a rodearse de grotescos zarcillos de oscuridad solidificada en torno a las partes en las que había perdido su carne, y rápidamente más de aquella grotesca sustancia comenzaba a formarse en torno a sus heridas. En pocos segundos, el cuerpo del espectro se repuso completamente de los daños, recuperando la cabeza y volviendo a recomponer sus extremidades dañadas. Sin perder un solo segundo, Maestro comenzó de nuevo a correr dando tumbos hacia su oponente mientras no paraba de gritar de rabia.

Antes de que su enemigo lograse volver a recortar las distancias y tuviese que esquivar de refilón aquellas enormes garras, Alfa se apresuró a alzarse levitando y se elevó a unos veinte metros de altura. Maestro se detuvo momentáneamente al ver que su presa se encontraba fuera de alcance y su espalda emitió otro sonido de crujido cuando se inclinó levemente hacia atrás, para orientar su cabeza sin rostro hacia Alfa. Aquel torpe movimiento por su parte era poco más que un acto reflejo; un vestigio de cuando aún tenía ojos con los que ver. Sin embargo, en aquel momento, ni siquiera Maestro estaba seguro de cómo hacía para percibir sus alrededores y seguirle el rastro a Alfa en medio de aquella oscuridad.

- A ver qué te parece esto- Amenazó Alfa.

Tras pronunciar aquellas palabras, Alfa alzó ambos brazos por encima de su cabeza y comenzó a concentrarse en hacer uso de sus habilidades piroquinéticas a la máxima potencia, comenzando a formar a varios metros sobre su posición un masivo orbe ígneo. Aquella gigantesca bola de fuego parecía un sol en miniatura, y comenzó a irradiar luz y calor por los alrededores como si realmente fuese tal cosa. La esfera continuó creciendo hasta alcanzar casi diez metros de diámetro. Iluminado por aquella potente luz que ahuyentaba la oscuridad del ambiente, Alfa alcanzó a ver con mayor detalle el cuerpo del espectro al que se enfrentaba. Ahora que no se mezclaba entre la oscuridad del ambiente y lo podía ver con claridad, pudo sentir cómo se le encogía el estómago al contemplarlo. Se asemejaba a un humano deforme completamente desollado, con la carne totalmente ennegrecida y un gran número de palpitantes terminaciones venosas visibles por todo su cuerpo. Podía notarse a simple vista su errática estructura ósea debido a su famélica constitución, y todo su cuerpo se estremecía constantemente. La superficie de su cuerpo burbujeaba en algunas zonas, como si estuviese siendo hervido vivo y cientos de ampollas se formasen y estallasen constantemente. Por toda su carne, parecían abrirse heridas sin razón aparente, las cuales se cerraban solas pocos segundos después. Aquel espectro parecía ser víctima de un dolor agónico por su mera existencia; sin embargo, incluso todo aquel sufrimiento que sentía no era nada comparado con su rabia.

Tras, por primera vez en décadas, volver a sentir miedo, Alfa vio cómo Maestro hacía un movimiento brusco y se apresuró a lanzarle prematuramente el enorme orbe ígneo que estaba formando; temeroso de que el espectro volviera a arreglárselas para herirle a pesar de la distancia entre ambos. Aquella gigantesca Llamarada impactó de lleno contra Maestro y desató un pequeño apocalipsis en las ruinas de Pueblo Vánitas. El estallido que provocó la esfera al detonar fue tal que la tierra se estremeció y el cielo se iluminó, como si por unos segundos hubiese vuelto a ser de día. El fuego se extendió a lo largo de cientos de metros por la superficie en la que impactó, creando un inmenso mar de llamas que envolvió casi la mitad del pueblo. La oscuridad de la noche desapareció y fue reemplazada por aquel luminoso infierno provocado por una gigantesca conflagración. Alfa se apresuró a elevarse unos metros más en el aire mientras jadeaba, para alejarse un poco más del intenso calor que ascendía desde allí abajo. Toda la superficie a unos treinta metros bajo sus pies había quedado incendiada; cubierta por un manto ígneo que se apresuraba a consumir lo poco que sus anteriores ataques no habían obliterado cuando destruyó aquel pueblo.

La oscuridad y el silencio dieron paso a la luz y al sonido del crepitar de las llamas. En medio de aquel cataclismo, Alfa se apresuró a buscar a su oponente con la mirada, pero no lograba dar con él. No estaba seguro de cómo lograr dañar a aquella criatura. No podía sentir su mente, excepto cuando proyectaba aquella ira al gritar, por lo que un ataque psíquico directo era imposible. Tampoco parecía ser sensible al daño físico, ya que parecía provocarse a sí mismo heridas mucho más graves de las que sus ataques podían causarle, y se recuperaba constantemente de ellas de forma casi inconsciente. Sin embargo, al tratarse de una entidad inestable compuesta de oscuridad y sombras, Alfa se preguntó si las llamas y la luz quizás podrían causarle un daño persistente a su forma física. Quizás si lo erradicaba con ellas hasta que no quedase nada de él, no podría seguir regenerándose de aquella manera.

Tras buscar a su oponente durante casi un minuto, sin lograr encontrarlo, Alfa volvió a recuperar aquella maliciosa sonrisa en su desquiciado rostro y dejó escapar una ruidosa carcajada. Ya no había sombras ondulantes ni alaridos espectrales. Tan solo podía escuchar cómo las llamas lo devoraban todo allí abajo. La luz había aniquilado a la oscuridad, y no había quedado ni rastro de aquella retorcida criatura. Alfa respiró hondo y trató de recuperar la compostura. Realmente había llegado a pensar que podría encontrarse en un aprieto. Sin embargo, una vez más, su abrumador poder le había permitido alzarse victorioso sobre una montaña de cadáveres.

- Pues al final no eras nada- Se burló Alfa- Solo otro insecto aplastado más.

Con cierta desconfianza, se perdió momentáneamente en sus pensamientos mientras no apartaba la mirada de las llamas, vigilando el lugar donde se había encontrado el espectro antes de que lo calcinase. Aún sentía una intensa sensación de furia de la que no lograba librarse, a causa de las emociones proyectadas de forma extrasensorial por su enemigo. Alfa se esforzó por respirar hondo y tranquilizarse, mientras pensaba qué hacer a continuación. Había dejado a Beta en Bosque Verde de forma muy abrupta cuando extrajo toda aquella información de su mente. El curso de acción más obvio era volver a Kanto y ajustar cuentas con ella. Sin embargo, aunque sus heridas no eran muy graves, sí que resultaban dolorosas. Quizás Beta fuese más débil que él y pudiese someterla con facilidad, pero Alfa no estaba seguro de si la situación seguiría siendo la misma ahora que se encontraba tan cansado y dolorido. En aquel momento, lo más prudente parecía ser buscar un lugar donde refugiarse, lejos de Kanto y de Kalos, y dejar pasar algo de tiempo antes de buscar de nuevo a Beta. El tiempo era un recurso abundante en aquella situación. Con Beta libre de las ataduras a las que la sometía Tiberius y con su espeluznante sicario por fin muerto, ahora tenía todo el tiempo del mundo para reponer fuerzas y encontrar a aquella Pokémon. Entonces podría obligarla a cooperar con él por la fuerza si resultaba ser necesario.

Una intensa y repentina punzada de dolor en el muslo derecho hizo que Alfa apartase sus pensamientos y volviese a prestar atención al mundo real al tiempo que dejaba escapar un grito entre dientes. Rápidamente, dirigió la mirada hacia la zona dolorida mientras trataba de retroceder ganando altura. Sin embargo, no fue capaz de seguir ascendiendo mediante su levitación debido a un aumento de intensidad en la fuente de aquel dolor. Cuando miró su pierna, pudo observar cómo lo que parecía ser un repugnante zarcillo de carne ennegrecida se había introducido en su carne de forma dolorosa y, tras atravesar su muslo, se había enroscado como un tentáculo alrededor de su pierna. Alfa forcejeó tratando en vano de liberarse de aquel truculento agarre, mientras seguía el largo zarcillo con la mirada hacia el suelo incendiado bajo él.

Aquella masa carnosa de oscuridad solidificada provenía directamente de las llamas. Mientras se esforzaba por ignorar el dolor y lograr que le soltase, Alfa alcanzó a ver una figura sombría que se ponía en pie con dificultad en medio del fuego, justo en el origen del zarcillo. El espectro se alzó de nuevo, a pesar de la luz y el calor infernal que había a su alrededor. Se estremecía y convulsionaba con muchísima violencia, y su carne desollada parecía estar constantemente abrasándose hasta reducirse a cenizas y regenerándose tras ser destruida de aquella forma tan dolorosa. El espectro gritaba de dolor y furia mientras su carne se consumía, pero a pesar de ello no flaqueaba. El largo zarcillo de oscuridad encarnada que había atrapado a Alfa provenía de su hombro derecho, como si se tratase de una extremidad imposiblemente alargada.

Maestro apretó con fuerza con su tentáculo la extremidad de Alfa que había logrado atrapar y comenzó a tirar de él hacia abajo. Aunque no estaba seguro de cómo había convertido su brazo en aquel siniestro zarcillo ni de cómo hacía para moverlo, su grotesca forma física obedeció su ansiosa voluntad, y un movimiento oscilante por su parte hizo que Alfa se viera violentamente estrellado contra el suelo, sin llegar a soltarlo. El cuerpo de su enemigo emitió un fuerte sonido de golpe al estrellarse contra los ardientes ladrillos que había bajo él. Incluso a pesar de la distancia, Maestro alcanzó a distinguir el sonido de huesos y rocas crujiendo. También alcanzaba a oír unos desesperados gritos de dolor. Sin darle tregua a su enemigo ni permitirle seguir forcejeando para arrancarse aquel tentáculo, Maestro continuó haciendo movimientos oscilantes con aquella extremidad, alzando de nuevo a Alfa y golpeándolo nuevamente contra el suelo en otra parte. Aquel Pokémon era como la punta de un gigantesco látigo, y con cada chasquido recibía un atroz golpe y unas horribles quemaduras.

Tras repetir aquel violento movimiento más veces de las que Maestro pudo contar, de repente su extremidad se volvió mucho más ligera. Al comenzar a retraer su zarcillo para volver a formar de nuevo su brazo, Maestro alcanzó a ver cómo su extremidad había acabado rompiéndose. De alguna forma, su rival se las había arreglado para cortársela y liberarse. Tras volver a formar una garra al final de su brazo, Maestro buscó de nuevo a su enemigo. Lo había lanzado tantas veces y golpeado contra tantas cosas, que había acabado por perderlo de vista. Sin embargo, una maltrecha figura que levitaba a diez metros de altura cerca de él no tardó en captar su atención.

Alfa se encontraba completamente demacrado. La pierna por la que lo había agarrado estaba completamente descarnada por la parte del muslo, pudiendo llegar a verse su fémur a simple vista. Toda su piel estaba magullada a causa de los golpes y llena de horribles quemaduras. Se podía apreciar a simple vista que gran parte de sus huesos estaban rotos, y tenía un gran número de heridas abiertas que ni siquiera el fuego había logrado cauterizar. Su ojo izquierdo estaba completamente cerrado, y de sus apretados párpados manaba un visible hilo de sangre. Con aquellos daños, era sorprendente que siguiera con vida. Realmente, la fisiología de los Mewtwo era prodigiosa. Maestro no había visto en toda su vida a ninguna otra criatura recibir tantos daños como los que habían recibido Alfa o Beta y continuar con vida a pesar de ello.

Sin darle importancia, Maestro comenzó a caminar a través de aquel mar de llamas para recortar la distancia. Le resultaba difícil desplazarse cuando sus piernas se quemaban continuamente, y avanzaba dando tumbos. Sin embargo, ni el daño que sus piernas recibían ni el dolor que le causaban las llamas lograba detenerle. La ira que se apoderó de él al ver morir a Mismagius no le permitía sentir otra cosa que no fuese una irrefrenable ansia de violencia. Todo en lo que podía pensar era en hundir sus garras en la carne de su enemigo y darle finalmente la muerte horrible que merecía.

Alfa dejó escapar un grito de rabia mientras se encaraba de nuevo con su enemigo. Ya no podía continuar negándolo y haciéndose el duro; aquello resultaba extremadamente doloroso. Todo su cuerpo le ardía, y con cada movimiento que hacía, el dolor parecía ir en aumento. Llegados a ese punto, Alfa sabía perfectamente que sus heridas habían pasado de ser leves a ser mortales. No lograría recuperarse de aquello, al menos no sin ayuda; pero era muy improbable que encontrase la ayuda que necesitaba. Probablemente ya estaba condenado a muerte, más allá de toda salvación. Sin embargo, aquello no significaba ni mucho menos que el combate hubiese terminado. Aún podía conseguirlo; podía destrozar a aquella cosa. Podía arrebatarle lo poco que le quedase. No le concedería el placer de cantar victoria; no le permitiría lograr su venganza.

Sin dudarlo un segundo, Alfa comenzó a manipular su propia mente y causarse daños a sí mismo, privándose de la capacidad de sentir dolor. El dolor era útil; le permitía ser consciente de los daños que estaba recibiendo y le ayudaba a autopreservarse. Sin embargo, ya no quedaba nada que preservar. Si estaba a punto de morir, lo daría todo en aquel último enfrentamiento. Llevaría todo su poder al límite, más allá de lo que era seguro para sí mismo. Llegados a aquel punto, el dolor carecía de propósito y ya no lo necesitaba más. En aquel momento solo podía estorbarle y desconcentrarle.

Tras recuperar parcialmente la lucidez, Alfa alcanzó a ver cómo seis nuevos zarcillos de oscuridad recorrían rápidamente la distancia que le separaba de aquel espectro que caminaba a duras penas entre las llamas. En aquella ocasión, no se trataba de sus brazos deformándose y estirándose, sino de un nuevo conjunto de extremidades que parecían surgir de los hombros y los costados de aquella retorcida criatura. Sin embargo, verlos venir desde lejos le permitió a Alfa reaccionar a tiempo y evitar un ataque potencialmente mortal. Sin dudarlo un segundo, Alfa desató una poderosa Onda Mental utilizando al máximo todo el potencial telequinético de su mente de forma completamente descontrolada.

Aquella proyección de fuerza telequinética arremetió contra todo lo que se encontraba a su alrededor en todas las direcciones. El suelo a diez metros bajo sus pies comenzó a agrietarse violentamente y hundirse, hasta formar un cráter de unos cincuenta metros de radio y veinte de profundidad. Un gran desplazamiento de aire a causa de aquellas fuerzas en movimiento provocó que las llamas se estremecieran y extinguió parcialmente aquel incendio en un centenar de metros a su alrededor. Cuando los repugnantes zarcillos de oscuridad que se extendían en busca de su carne se toparon en su camino con aquella proyección energética, fueron arrastrados en dirección contraria mientras aquel arrastre los arrancaba del cuerpo del espectro y los hacía pedazos. Maestro sintió como aquella fuerza arremetía contra su forma física y se preparó para resistir el impacto, aferrándose con sus garras al terreno y tratando de mantenerse firme. Sin embargo, recibir aquel ataque de lleno fue el equivalente a ser arrollado por un tren de alta velocidad. Todos los huesos de su cuerpo crujieron con violencia y la carne de sus brazos de desgarró hasta desprenderse, dejando sus garras clavadas en la roca mientras el resto de su cuerpo era arrastrado por la Onda Mental. A medida que se desplazaba con la corriente de fuerzas telequinéticas, su carne y sus huesos iban siendo erosionados por ella y se desprendían de su forma física con cada metro recorrido. Cuando el ataque cesó, y Maestro finalmente cayó al suelo, todo lo que quedaba de él era una palpitante amalgama de carne hecha jirones de la que sobresalían una serie de incoherentes protuberancias óseas visiblemente destrozadas.

El ataque había sido increíblemente destructivo con los alrededores. Más que un ataque telequinético, el terreno parecía haber sufrido un bombardeo por saturación. Un enorme cráter se había formado en el epicentro, y las grietas en cientos de metros alrededor de él se habían vuelto aún más gruesas y profundas. Llegados a ese punto, incluso aunque se hubiera querido reconstruir Pueblo Vánitas cuando aquello acabase, el terreno se había vuelto sencillamente inutilizable. Sin embargo, aquella destrucción y aquel abrumador poder ya no significaban nada para Maestro. Aquel bulto de carne y huesos que palpitaba y se estremecía comenzó nuevamente a desarrollar extremidades y recuperar su masa corporal y su aspecto humanoide. En pocos segundos, Maestro volvió a estar en pie, buscando a Alfa con la esotérica mirada de su rostro sin ojos. La mayor parte de las llamas a su alrededor se habían extinguido a causa de la Onda Mental. Aunque aún había un denso círculo de fuego alrededor del área donde se encontraban, al menos ya no tendría que caminar a través del fuego.

Maestro localizó rápidamente a Alfa y comenzó a correr de nuevo hacia él. De no haber tenido su juicio tan nublado por la ira, probablemente habría actuado de forma más cautelosa. Su enemigo era capaz de levitar, atacarle a mucha distancia y repelerle con fuerzas telequinéticas. Por mucho que fuese capaz de recomponer su forma cuando le destrozasen de aquella forma, no podría ganar el enfrentamiento si no era capaz de ponerle las manos encima a aquel Pokémon. Sin embargo, a pesar de la necesidad de considerar un enfoque más estratégico para el combate, Maestro no podía pensar en otra cosa que no fuera en destrozar a aquella criatura con sus propias manos. El ataque frontal a pecho descubierto era una opción demasiado tentadora como para poder resistirse sin más a recurrir a ella.

Alfa observó con desdén cómo Maestro se había recuperado tras ser despedazado de aquella forma y volvía a arremeter contra él. Cualquier criatura viva, por prodigiosa que fuera su capacidad de regeneración, tenía un límite. Sin embargo, si lo que aquella Mismagius le había contado cuando la interrogó era cierto, aquello no era una criatura viva. Quizás realmente no tuviese un límite; quizás fuese capaz de levantarse una y otra vez eternamente hasta que por fin lograse alcanzarle y hacerlo pedazos. Quizás realmente se había acabado topando con algo que no era capaz de destruir. Tras repeler de nuevo a Maestro con otro ataque telequinético e impedir que le alcanzase, Alfa dirigió una fugaz mirada al cráter que su Onda Mental había formado en el terreno. Entonces, cuando su retorcida mente tuvo una idea para remediar aquella situación, su rostro volvió a adoptar una sonriente mueca. Quizás no fuera capaz de matar a Maestro, pero aquello no significaba que no fuese capaz de darle un destino mucho peor que la muerte a aquel espectro.

Maestro volvió a ponerse en pie y recomponer su grotesco cuerpo tras recibir aquel último empujón telequinético. Le había hecho retroceder casi treinta metros y había vuelto a destrozar sus extremidades y arrancar trozos de su carne. Aunque se tratase de un ataque tan simple y una proyección de energía tan básica, cuando los realizaba Alfa cada uno de aquellos ataques psíquicos era como un pequeño cataclismo. Mientras volvía a localizar a Alfa para volver a arremeter contra él, Maestro pudo sentir cómo el suelo bajo sus pies temblaba y se estremecía. Las numerosas grietas, grandes como zanjas, que provenían de aquel cráter habían comenzado a agrandarse aún más. Pocos segundos después, Maestro alcanzó a ver cómo Alfa aumentaba la altura de su levitación hasta elevarse casi cien metros, y acto seguido un gran número de islotes del terreno comenzaron a elevarse también.

El suelo que pisaba se inclinó bruscamente y la inestable forma de caminar de Maestro le acabó por hacer caer. La zona en la que él se encontraba también era uno de aquellos fragmentos del terreno que la poderosa Telequinesis de Alfa estaba alzando. A su alrededor, secciones enteras de lo que quedaba de Pueblo Vánitas se estaban convirtiendo en docenas de enormes islas flotantes que se elevaban cada vez más en el aire. Algunas eran simples peñascos de roca, grandes como colinas. Otras contenían aún ruinas de algunos edificios. La mayoría de aquellos enormes islotes contenían aún restos del incendio que la apocalíptica Llamara de Alfa había causado, y alrededor de donde Maestro se encontraba había cientos de llamas a diferentes niveles de altura que iluminaban casi por completo sus alrededores. Ya casi ni siquiera parecía que aún fuese de noche. El poder del Pokémon al que se enfrentaba era tal que ni siquiera la oscuridad del ciclo nocturno parecía estar a salvo de él.

Antes de que lograse ponerse de nuevo en pie, Maestro alcanzó a ver cómo un gran número de fragmentos de roca mucho más pequeños, de aproximadamente un metro de diámetro, comenzaban a arremeter contra él. Aquella Psicocarga destrozó de nuevo su cuerpo y le dejó completamente incrustado en el islote en el que se encontraba, aplastado bajo docenas de aquellas rocas. Mientras trataba de recomponer su cuerpo y liberarse de aquella rocosa prisión, Maestro notó cómo todo el islote se movía. No se trataba de un leve movimiento de rotación o de elevación, propio un objeto que estaba siendo forzado a levitar. Aquello era un lanzamiento.

Alfa ejerció presión con toda la fuerza telequinética que era capaz de ejercer sobre el fragmento de terreno en el que había atrapado a Maestro y lo lanzó contra el centro del cráter que había bajo él. Aquella hendidura en el terreno se había ido haciendo cada vez más y más profunda a medida que usaba su Telequinesis para extraer más y más rocas de él. A simple vista, Alfa no era capaz de determinar cómo de profundo era aquel enorme agujero, pero estimaba que debían de ser como mínimo doscientos metros. Tras impactar contra el fondo del cráter, el islote que había lanzado se rompió en miles de pedazos de roca, atrapando al espectro bajo un gigantesco túmulo.

- Se acabó- Sentenció Alfa, con resentimiento- Desaparece de una vez por todas.

Tras decir aquellas palabras, Alfa comenzó a lanzar uno tras otro todos los islotes de terreno que había hecho levitar a su alrededor hacia el interior del cráter. Cada uno de aquellos gigantescos proyectiles de piedra de miles de toneladas se hacía pedazos a causa del impacto y ejercía presión sobre las rocas que ya había allí, ayudando a compactarlas cada vez más y más. Alfa continuó repitiendo el proceso sin parar mientras aún le quedaban rocas que lanzar, haciéndolas caer como una lluvia de meteoritos artificial. Toda la tierra temblaba y se estremecía con cada impacto. El sonido podía escucharse a kilómetros de distancia. Donde antes había un cráter, había comenzado a formarse una pequeña colina a causa de todos los desplazamientos de rocas subterráneos que estaban teniendo lugar. Cuando ya no le quedaron más islotes que lanzar, Alfa concentró su Telequinesis en el suelo que había bajo él y ejerció presión con todas sus fuerzas. La pequeña colina de terreno elevado que había comenzado a formarse a causa de toda la roca que Alfa había insertado por la fuerza a doscientos metros bajo tierra comenzó a aplanarse y compactarse, hasta quedar casi completamente nivelada. En aquel momento, las numerosas grietas que había en el terreno habían sido rellenadas con roca y grava, y aunque aún había un gran número de grietas que se extendían a kilómetros de distancia alrededor del epicentro de aquella destrucción, toda el área a unos cien metros alrededor de Alfa había sido completamente alisada y aplanada. Ya ni siquiera había ni rastro del incendio que su Llamarada había provocado hacía unos minutos. Ni siquiera el fuego podía sobrevivir a eso.

Alfa comenzó a jadear. De no haber suprimido su propia capacidad para sentir dolor, su sufrimiento en aquel momento habría sido agónico. A lo largo de toda su vida, Alfa había estado demasiado acostumbrado a no tener rivales dignos y no necesitas usar todo su poder. Sin embargo, en aquel momento no solo había tenido que recurrir a hasta la última gota de su poder, sino que había tenido que ir más allá y someterse a sí mismo a un gran esfuerzo. Uno que una mente que no se hubiera resignado a su propia muerte y no hubiera bloqueado su capacidad para sentir dolor no habría sido capaz de ejercer. Sin embargo, lo había logrado. Su enemigo quizás no pudiera ser destruido por métodos convencionales; sin embargo, en aquel momento se encontraba atrapado a unos doscientos metros de profundidad, bajo millones de toneladas de roca sólida. Ni siquiera un Steelix sería capaz de salir de semejante prisión, completamente apretada y compactada, sin ningún espacio para moverse o excavar. Aquel espectro estaba condenado a permanecer allí abajo durante todo lo que le quedase de existencia.

Las fuerzas comenzaron a flaquearle a Alfa. Lentamente, comenzó a reducir la altura de su levitación. Aunque no se sentía muy cómodo aterrizando en aquel lugar, sencillamente no era capaz de continuar. La forma en la que había desatado su Telequinesis había sido extremadamente extenuante. Podía sentir cómo le fallaban las fuerzas, como era incapaz de concentrarse en su propia levitación ahora que había parado de realizar aquel esfuerzo para seguir enterrando vivo a su enemigo. Sin embargo, tampoco tenía muchas más esperanzas de sobrevivir mucho más. Sus heridas continuaban sangrando, la vista se le nublaba y el cansancio se acumulaba. Sabía que no duraría mucho más. Era cuestión de tiempo que su cuerpo exhalase su último aliento. Quizás si lograse recibir algún tipo de ayuda aún podría sobrevivir a aquello. Sin embargo, ir a un Centro Pokémon no era una opción viable, ni tampoco había ningún Pokémon con habilidades curativas cerca al que pudiese obligar a sanar sus heridas. Él mismo se había asegurado de erradicarlo todo en los alrededores. En cierto modo, había acabado por cavar su propia tumba.

Cuando sus pies tocaron el suelo, Alfa se sentó un momento allí mismo y trató de recuperar el aliento. No le dolía nada, pero ver sus propias heridas le estaba generando una gran angustia. No se suponía que aquello debiera pasar; no había ido a aquel lugar para morir. Sin embargo, su piel estaba casi completamente calcinada, le faltaba carne en la pierna derecha, tenía los brazos doblados en ángulos imposibles y había perdido un ojo. A cada segundo que pasaba, su sangre escapaba del interior de su cuerpo. Aunque Alfa era incapaz de verse a sí mismo en un espejo, sabía que su carne había sido deformada por las llamas y que debía de tener un aspecto grotesco. Aún tenía aquel fuerte sentimiento de ira inundando su mente, fruto de su propia percepción extrasensorial jugando en su contra durante aquel enfrentamiento. Sin embargo, ya no tenía nada contra qué descargar aquella ira; aunque el fugaz pensamiento de que aquella manipulación emocional que había sufrido podría haber llegado a arruinar cualquier milagrosa oportunidad de salvarse que llegara a tener rondó por su cabeza. A pesar de tener los brazos rotos y el cuerpo magullado, sus manos permanecían cerradas en sendos puños y seguía apretando los dientes. Incluso si en aquel momento se cruzase con un Blissey, Alfa estaba seguro de que su primer impulso sería hacer pedazos a aquel Pokémon. Su cuerpo no era lo único que había sufrido daños.

- ¿Y ahora qué?- Murmuró para sí mismo Alfa.

Aunque creía haberse rendido con éxito y haber renunciado a su propia vida, lo cierto era que le costaba renunciar a la esperanza de salvarse. Su cuerpo parecía a punto de caerse a pedazos, su mente estaba nublada por la ira, y estaba demasiado exhausto como para que sus capacidades psiónicas respondieran a su voluntad. Sin embargo, aunque había aceptado que aquella era su última batalla y que estaba dispuesto a sacrificarse a sí mismo con tal de aniquilar a su oponente, en aquel momento se arrepentía de aquella decisión tomada en el frenesí del combate, cuando su ira tomaba las decisiones que debería haber tomado su razonamiento. En realidad, probablemente enfrentarse al espectro había sido un error. Había logrado obtener muchísima información interrogando a aquella Mismagius. Le había contado todo lo que había hecho su entrenador, y como ni el Team Rocket ni la Organización Rey Arceus habían sido capaces de pararle. Le había advertido que era un espectro indestructible al que no podría vencer. Sin embargo, aquellas palabras no solo no le habían disuadido de enfrentarse a aquella cosa, sino que le habían sonado como un desafío. Si no hubiera estado tan lleno de sí mismo y hubiera confiado tan ciegamente en su propio poder, quizás podría haberse preparado mejor para enfrentarse a un enemigo tan desconocido para él. Nada en aquel mundo era realmente invencible, y el espectro obviamente no sería una excepción. Por desgracia, él mismo tampoco lo era. Aquella era una lección que había aprendido demasiado tarde en la vida y de forma demasiado brusca.

Alfa pudo notar como el suelo sobre el que estaba sentado vibraba levemente. Era como si aún fuese capaz de escuchar los espeluznantes alaridos de aquel espectro, a tantos metros bajo tierra. Incluso podía sentir cómo aquella ira que irradiaban continuaba penetrando en su mente. Alfa se estremeció al pensar en la situación. Incluso una mente tan retorcida como la suya se horrorizó al pensar lo que debía ser permanecer allí atrapado, con toda su negruzca carne hecha jirones atrapada dentro de una grieta entre dos rocas compactadas y todos sus deformes huesos hechos astillas; incapaz de moverse para salir de ahí. Atrapado para toda la eternidad, o hasta que alguna criatura tuviese la desgracia de toparse con él mientras excavase, dentro de cientos o quizás miles de años. Incluso en aquella circunstancia, Alfa esbozó una leve sonrisa al imaginarse aquella escena. Imaginar a su enemigo sufriendo de aquella forma le reconfortaba. Incluso si él moría allí arriba a causa de sus heridas, el espectro nunca lo sabría y nunca podría descansar en paz pensando que su venganza se había consumado.

Un nuevo alarido sobresaltó a Alfa. En aquella ocasión, su intensidad era aún mayor. Aquel fantasma aprisionado cada vez gritaba más y con mayor intensidad. Su desesperación iba en aumento. O al menos, aquello era lo que el moribundo Pokémon que descansaba en la superficie quería pensar. Sin embargo, un nuevo temblor de tierra aún más intenso hizo que finalmente la sonrisa desapareciera del rostro de Alfa. Completamente aterrado, aquel Pokémon se esforzó en ponerse en pie a duras penas. Cuando lo logró, en torno al lugar donde se había sentado dejó una enorme mancha de sangre y varios jirones de su propia carne magullada, que ni siquiera fue consciente de que se habían desprendido debido a su incapacidad para sentir dolor.

A pocos metros de donde el cansado y magullado Pokémon se mantenía en pie a duras penas, las rocas del suelo comenzaron a agitarse, y de entre aquellos cascotes de piedra compactada a la fuerza comenzó a emerger una desproporcionada mano negra, terminada en unas largas y curvadas garras. Lentamente, mientras Alfa observaba el proceso con un rostro de terror congelado en su machacado rostro, una segunda mano emergió y ambas garras espectrales se agarraron al terreno e hicieron fuerza contra él, ayudando a emerger a una oscura silueta humanoide.

Alfa observó con rabia e impotencia cómo el espectro terminaba de desenterrarse a sí mismo sacando las piernas de entre las rocas y se ponía torpemente en pie frente a él. Aquella cosa había logrado abrirse paso entre doscientos metros de roca en apenas unos minutos. Mismagius tenía razón; nada era capaz de parar a aquel monstruo en que su entrenador se había convertido. Ni humanos, ni Pokémon, ni las propias fuerzas de la naturaleza. Llegados a aquel punto, incluso si aún le hubieran quedado fuerzas para seguir intentando destruirlo, ya no se le ocurría nada capaz de acabar con él. Incluso si lo lanzaba al espacio con su Telequinesis o si lo arrojaba al interior de un volcán en erupción, Alfa estaba seguro de que aquel espectro sería capaz de volver y seguir dándole caza hasta lograr matarle.

Maestro volvió a dejar escapar un furioso alarido desde lo más profundo de su marchita alma. En realidad, él ni siquiera era consciente de aquellos gritos. Para él, dejar salir aquellos espeluznantes alaridos era un gesto tan involuntario como respirar. Aquella ira que escapa de su ser y contaminaba sus alrededores era como el humo que generaba un motor de combustión. Él no podía evitar emitirla, y mientras permaneciese en sus alrededores, Alfa no podía evitar recibirla. Aquel Pokémon permaneció unos segundos con la mirada perdida en la nada mientras Maestro dejaba escapar aquel último grito. Su mente estaba siendo hecha pedazos por aquella ira incontrolable. Incluso a pesar de haberse sentido aterrorizado por su enemigo y haber sido consciente de que su vida se extinguía lentamente con cada segundo que pasaba, la furia de combate dominó de nuevo a Alfa.

Con el único ojo que aún le funcionaba completamente inyectado en sangre y fijo en Maestro, Alfa se encaró una vez más con su enemigo. Ni siquiera sabía de dónde sacaba fuerzas para seguir luchando. Quizás estuviese incapacitado para sentir dolor, pero su cuerpo estaba igualmente al borde del colapso y cada movimiento que lograba hacer le parecía un pequeño milagro. Era como si todo su cuerpo se hubiera vuelto extremadamente pesado. Sus huesos estaban fracturados y había perdido una gran cantidad de fibras musculares. Llegados a aquel punto, estaba prácticamente lisiado. Tan solo el odio que sentía por aquel espectro y la ira que corrompía su mente le permitían seguir moviéndose.

Alfa trató de hablar, pero no le salían las palabras. El único sonido que fue capaz de emitir fue un desbocado grito de furia, el cual en seguida quedó ahogado por un nuevo alarido del espectro. A pesar de su abrumador poder, se sentía realmente insignificante en comparación con su oponente. Sin embargo, con su razonamiento completamente nublado por la ira irracional que sentía, Alfa utilizó sus últimas fuerzas para lanzarse al ataque. Una llama piroquinética se formó en torno a su renqueante mano derecha, mientras que con su brazo izquierdo, que apenas podía mover, comenzó a manipular energía para crear una Esfera Aural. Con ambos ataques preparados, comenzó de nuevo a levitar y se lanzó al ataque a pecho descubierto contra su enemigo, que también había comenzado a cargar contra él tan pronto como había abandonado su rocosa tumba.

Maestro se estremeció y convulsionó violentamente, ansioso por el inminente enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Aquello era lo que había querido durante todo el combate, y finalmente estaba a punto de suceder. Su enemigo estaba tan desesperado y enloquecido que finalmente había aceptado luchar bajo sus condiciones. Un grave error por su parte que estaba a punto de pagar mucho más caro de lo que se atrevía a pensar. Tan pronto como la distancia entre ambos enemigos fue lo bastante corta, Alfa trató de dirigir un golpe directo con su Puño Fuego a Maestro. No estaba seguro de si el cuerpo del espectro podía arder, pero sabía que podía quemarse. Si lograba debilitarle con las llamas, el efecto de su Esfera Aural sería mucho mayor. Sabía que aquello no serviría de nada, pero aun así tenía que hacerlo. Tenía que descargar su odio y su frustración contra su enemigo. Todo su odio hacia la humanidad y hacia el mundo en el que le había tocado vivir iba concentrado en aquella esfera de energía que había formado utilizando el último resquicio de sus fuerzas. Incluso si era inútil, tenía que hacerlo.

El desesperado ataque de Alfa no logró conectar con su oponente. Tan pronto como Maestro le tuvo a su alcance, la mano izquierda del espectro agarró su antebrazo derecho con tanta fuerza que redujo sus huesos a astillas y su mano quedó colgando como si fuera la de un muñeco de trapo desgarrado, sujeta apenas por unos hilos. Su llama piroquinética se apagó al instante. Sin darle tregua, Maestro dirigió un zarpazo con la garra que aún tenía libre y cercenó por completo el brazo izquierdo de Alfa, arrancando la extremidad a la altura del codo y dispersando al instante la Esfera Aural. Tras frenar en seco a su oponente, Maestro lo alzó manteniéndole agarrado con su mano izquierda y a continuación lo estampó brutalmente contra el suelo.

Con sus últimos esfuerzos reducidos a la nada de forma tan abrumadora, Alfa clavó la mirada en la cabeza sin rostro de su enemigo. Incluso a pesar de la ira que sentía y lo nublado que estaba su juicio, un intenso terror se apoderó de él. A medida que el espectro se cernía sobre él y se inclinaba dirigiendo ambas garras hacia su carne, la aterrorizada mirada de Alfa permanecía fija donde debería estar su rostro. No era necesario ver una expresión facial en aquella deforme cabeza para saber cuánto estaba a punto de disfrutar aquel engendro de lo que estaba a punto de hacerle. Aunque había dañado permanentemente su propio cerebro para no sentir dolor, y no sentiría aquellas garras hundiéndose en él, Alfa no pudo evitar comenzar a gritar presa del pánico cuando Maestro comenzó a descarnarle vivo. Quizás su cuerpo no fuese capaz de sufrir, pero su atormentada mente aún podía vivir un verdadero infierno.

Maestro mantuvo a Alfa presionado contra el suelo con su mano izquierda, mientras su mano derecha trabajaba en él. Sus garras espectrales no tenían uñas, sino que era su propia carne la que se volvía mucho más rígida y afilada en las puntas de sus largos dedos. Aquellas garras no habían tenido problema para abrirse paso a través de millones de toneladas de roca compactada, y por mucho que la fisiología de un Mewtwo fuese prodigiosa y su cuerpo fuese resistente, aquello era como hundir un cuchillo en mantequilla. Lentamente, los dedos de Maestro comenzaron a arrancar pequeños jirones de carne del costado izquierdo de Alfa, mientras aquel Pokémon miraba lo que le hacía y gritaba sin parar, tratando en vano de usar las pocas fuerzas que le quedaban para moverse y forcejear. Ocasionalmente, aquel Pokémon proyectaba alguna fuerza telequinética con la que trataba de zafarse de él, pero ni siquiera eso lograba apartar a Maestro de su presa. Su agarre permanecía firme, y los daños que el moribundo psíquico causaba a su forma eran efímeros.

Mientras continuaba despiezando metódicamente a aquel Pokémon, tratando de maximizar su sufrimiento, Maestro no lograba parar de pensar en Mismagius. Todo lo que había hecho había empezado con la muerte de Furfrou, hacía más de dos décadas. Sin embargo, era apenas un niño cuando aquello sucedió. Inevitablemente, el tiempo había hecho mella en su odio, su ira y su determinación. Ya no sentía aquel resentimiento con la misma intensidad. Sin embargo, ver morir a Mismagius delante suya había revivido aquel resentimiento, multiplicado por mil. Ya no se trataba de un Pokémon de su hermano con el que había convivido tres años. Mismagius era su compañera, y había sido parte de su familia durante veinte años. El vínculo que tenía con ella era mucho mayor del que podría haber llegado a tener con Furfrou. No importaba lo lentamente que pudiera llegar a matar a Alfa. No importaba lo cruel y sádico que lograse ser con aquel Pokémon moribundo al que estaba despedazando con sus propias manos. Jamás sería capaz de quedarse satisfecho. Ni siquiera aunque fuese capaz de sanarlo para volver a destrozarlo de nuevo y repetirlo durante mil años podría quedarse en paz. No después de todas las promesas que Alfa le había hecho romper.

Cuando la piel calcinada y el músculo desgarrado del costado y el vientre de Alfa desaparecieron, Maestro comenzó a extraer pedazos de sus órganos internos. Aquel Pokémon aún seguía vivo, pese a sus monstruosas heridas, y aún trataba de forcejear desesperadamente con él; como si a pesar de todo le resultase difícil renunciar a su ilusa esperanza de salir vivo de allí. Mientras realizaba aquella atroz tarea, Maestro casi no le prestaba atención a Alfa. Solo lograba pensar en todo lo que había perdido por el camino hasta llegar a aquel punto. Lo que estaba haciendo en aquel momento era algo que llevaba queriendo hacer desde los trece años. Sin embargo, el camino para lograrlo había sido largo y tortuoso; y estaba anegado de sangre.

Maestro pensó en sus compañeros muertos, y en lo mucho que habían sufrido los que aún estaban vivos. Recordó a Gardevoir. Su forma de percibir el tiempo ahora que había perdido su recipiente era confusa. Sabía que no debía de hacer más de una hora desde que la había visto por última vez, pero se sentía como si llevase semanas sin verla. No tenía forma de saber si se encontraba bien. Pensar en ella le provocaba sentimientos conflictivos. Le habría gustado poder verla por última vez, pero al mismo tiempo sentía una gran vergüenza por no haber podido salvar a Mismagius; por haber desperdiciado de aquella forma el sacrificio que ella tuvo que hacer para salvar a su compañera. Se preguntó también qué pensaría Mawile si le viese ahora. Aquella pequeña Pokémon tenía una fe ciega en él; Maestro sabía perfectamente que ella no habría dudado ni por un segundo que él lograría salvar a Mismagius. Sin embargo, todo lo que tenía para ella era un falso ídolo indigno de su devoción y un vergonzoso fracaso. También era inevitable pensar en su primer compañero. Greninja se había esforzado mucho en lograr que tuviesen aquella segunda oportunidad. Y sin embargo, pese al odio que él también sentía hacia Mewtwo, nunca había permitido que aquel nefasto sentimiento nublase su buen juicio. Nunca perdió de vista lo que realmente era importante. Maestro recordó fugazmente cómo Greninja se apresuró a salvar a Gardevoir en el pantano, cuando aún luchaban contra Sarah; abandonándole a él aun a riesgo de que aquella esotérica mujer lograse desterrar su alma. Greninja sabía perfectamente que la vida de uno de sus compañeros era mucho más valiosa que la misión, y no dudó en dejar atrás a su ya difunto entrenador para salvar a Gardevoir. Aquel Pokémon había demostrado ser mucho más maduro y razonable que él. Si tan solo él hubiese aprendido aquella lección a tiempo, entonces Mismagius no habría tenido que morir.

Resultaba doloroso pensar en sus compañeros. Maestro estaba seguro de que no hacía ni una hora desde que todos habían estado reunidos por última vez. Sin embargo, parecían tan distantes e inalcanzables en aquel momento, que a Maestro le costaba pensar que ellos fuesen reales. Su propia capacidad para pensar se estaba volviendo errática, y su forma de percibir el tiempo era cada vez más confusa. No estaba seguro de cuánto tiempo llevaba despedazando a Alfa. Se había perdido en sus propios pensamientos, y ahora lo que había junto a él no era más que un irreconocible amasijo de carne y huesos destrozados. Alfa había muerto en algún momento de aquella horrible ejecución, y Maestro ni siquiera se había dado cuenta de ello y había seguido destrozando su cuerpo, hasta el punto de que ya ni siquiera podía distinguir qué era aquel guiñapo sanguinolento en el que tenía hundidas las manos. El cuerpo había sido destrozado con tanto ensañamiento, que era imposible que Maestro llevase allí tan poco tiempo como el que creía llevar. Parecía un trabajo de varias horas.

Maestro apartó sus manos de aquella masa de carne y dejó caer sobre sus rodillas junto a lo que quedaba de su enemigo. Se había engañado a sí mismo tantas veces con que aquel acto que acababa de consumar supondría su redención, que realmente había llegado a creer que sería así. Sin embargo, la conclusión a la que había llegado en el último momento, tras ver morir a Mismagius, parecía haber sido mucho más acertada. En aquel momento, arrodillado junto al desfigurado cadáver de su enemigo, podía sentirse cualquier de cualquier forma menos redimido. La guerra personal que inició hacía veinte años dejó sus manos manchadas de sangre y provocó más víctimas de las que era físicamente capaz de contar. En los últimos días, Ciudad Fractal, Ciudad Azafrán y Pueblo Vánitas habían sido víctimas de catástrofes que se habían saldado con miles de muertes; y Maestro estaba seguro de que si él hubiera muerto aquel día en Bosque Errantes, nada de aquello habría sucedido.

A lo largo de los años, alguna vez, Maestro había llegado a pensar que lo que sucedía a su alrededor era, en cierto modo, inevitable. Había sido él quien se había embarcado en aquella venganza personal y quien había sacudido el mundo de aquella forma para acabar con Mewtwo. Sin embargo, le gustaba pensar que, de no haber sido él quien lo hubiera hecho, alguna otra persona lo habría hecho en su lugar. Pensar que él solo era otra pieza más en el orden natural de las cosas era, a su manera, reconfortante. Sin embargo, Maestro sabía que aquella no era más que otra vil forma de engañarse a sí mismo para convencerse de que lo que hacía era correcto. Lo cierto era que, a lo largo de los años, nunca se había encontrado con nadie tan determinado a acabar con Mewtwo como él. Nunca había encontrado a nadie tan dispuesto a desafiar su papel en el mundo y su posición de poder; a nadie tan reticente a ser una simple víctima. A ninguna otra presa tan ansiosa por convertirse en el cazador. Y en aquel momento podía entender por qué. Él no era más que un hombre, un miserable mortal; y Mewtwo era un ser tan poderoso que parecía un dios. Y todo lo que había sucedido a su alrededor era lo que pasaba cuando un mortal desafiaba a un dios. Incluso si había logrado triunfar, el precio que había tenido que pagar era demasiado alto. Creía que su voluntad era la más fuerte, porque él había sido el único dispuesto a alzarse contra aquel enemigo y desafiarlo. Creía que todos los demás eran débiles y patéticos por no enfrentarse a aquel monstruo. Pero en aquel momento lo comprendió. Su decisión era la más fácil. Sencillamente se había abandonado a sí mismo en un mar de odio y resentimiento. No tuvo la voluntad suficiente para rehacer su vida y luchar para conservar lo que aún tenía. Y aquello le había conducido a un sangriento camino de autoengaño y a perder aún más.

En aquel momento, tan solo pensar en la redención le resultaba estúpido a Maestro. Era cierto que, aunque sus acciones habían desatado toda aquella destrucción, al menos habían servido para ponerle fin definitivamente a aquella locura. Si ahora que su existencia tocaba a su fin alguien debía juzgarle por sus actos, quizás aquello fuese tenido en cuenta o quizás no. Sin embargo, aquello ya no le importaba a Maestro. A lo largo de los años, había desatendido muchos problemas que debería haber resuelto. Gardevoir seguía siendo tan sádica y antisocial como siempre, Mismagius había vivido en una profunda depresión durante toda su vida y Mawile había pasado todos aquellos años tratando de validarse a sí misma ejerciendo la violencia. Muchos Pokémon con problemas habían pasado por su vida, y quizás podría haber hecho algo por ayudarles, pero en lugar de eso había pasado la mayor parte de su miserable existencia ofuscado por su propia sed de sangre. No le importaba si el mismísimo Arceus le estaba dispuesto a perdonar sus pecados. Maestro jamás se perdonaría a sí mismo por la forma en la que había vivido su vida.

Sinembargo, ya era demasiado tarde para pensar en ello. Su existencia tenía unúnico propósito. La ira era el combustible que mantenía su existencia, y suvenganza su única razón para existir. Pero aquello ya había terminado. Suvenganza se había consumado, y finalmente, por primera vez en tantos años, suira comenzaba a desaparecer. Ya no había lugar para su alma en aquel plano deexistencia; no tenía ningún derecho a permanecer allí. En aquel momento, mientrassus cadenas con el mundo de los vivos finalmente se quebraban y su cuerpofísico comenzaba a desvanecerse, Maestro se arrepentía de todo.

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