Capítulo 17: Ciudad Fractal
- Oye, podrías echarme una mano con esto- Se quejó Lucius.
- Te dije que no trajeses tantos trastos- Le reprendió Aurelius- Ahora todas esas armas son tu problema.
Lucius y Aurelius se encontraban en las calles de Ciudad Fractal, dirigiéndose más lentamente de lo que deberían hacia la sede de Rey Arceus en la ciudad. Aunque ya había amanecido y el sol brillaba intensamente en aquel lugar, la temperatura en la calle se mantenía bajo cero y calor del sol resultaba insignificante en comparación con el gélido viento que llegaba desde las montañas. Aunque en el aquel momento no nevaba, casi todas las superficies que habían pasado la noche a la intemperie habían quedado cubiertas por una gruesa capa de nieve. Aquel manto blanco parecía dispuesto a engullirlo todo, y tan solo las fachadas verticales de los edificios y las carreteras principales en las que ya se había retirado la nieve se encontraban libres de aquella pálida y helada envoltura. Sin embargo, a pesar del inclemente tiempo y del estado de las calles, aquel parecía ser un día normal en Ciudad Fractal. La gente a su alrededor parecía ignorar el frío y toda aquella nieve, y se mantenía ocupada en sus rutinas diarias; ayudándose de gruesos abrigos, vehículos de nieve y Pokémon adaptados al clima frío para llevar a cabo sus tareas.
El suelo bajo los pies de Lucius se encontraba cubierto por al menos veinte centímetros de nieve. Aunque había sido precavido y había traído unas botas adecuadas y un abrigo largo para protegerse de aquel despiadado clima, caminar por las calles de aquella ciudad estaba siendo un verdadero suplicio. Sus pies se hundían en la nieve, y pesar de su abrigo, el frío era insoportable. Pero lo peor de aquella situación no era el frío ni la dificultad para andar; sino los casi setenta kilos de equipaje que tenía que transportar. Cargar con aquel equipaje en Ciudad Azafrán y en la estación de Ciudad Luminalia no le había supuesto ningún problema; pero una vez bajaron del tren en Ciudad Fractal, toda aquella nieve le impedía usar las ruedas de las dos enormes maletas que llevaba. Incapaz de hacerlas rodar o arrastrarlas por el suelo, Lucius había tenido que recurrir a la fuerza bruta y levantarlas a pulso sujetándolas por sus respectivas asas. Aunque cuando abandonaron la estación de Ciudad Fractal Lucius aún confiaba en su propia fuerza para logar mover aquel equipaje, tras media hora de tediosa caminata, decidió que había llegado el momento de renunciar a su orgullo y pedir ayuda a su compañero.
Junto a él, Aurelius se desplazaba levitando a unos centímetros sobre la nieve, ahorrándose la desagradable sensación de hundir sus piernas en ella. Aunque en aquel lugar aún seguía utilizando exactamente el mismo atuendo que había vestido en Ciudad Azafrán, no parecía que la enorme diferencia de temperatura entre ambos lugares le afectase lo más mínimo. A su lado, desplazándose junto a él, una única maleta de pequeño tamaño se mantenía a flote levitando gracias a la Telequinesis de su propietario. Lucius frunció el ceño, molesto al ver aquella diminuta maleta viajar tan cómodamente flotando por encima de la nieve mientras su pesado equipaje se desplazaba a duras penas.
- Vamos Aurelius, no me jodas- Insistió Lucius- No te cuesta nada moverlas con tu mente, ¿verdad?
Aurelius dejó escapar un suspiro apático y arrebató ambas maletas a su compañero con la ayuda de su Telequinesis. En realidad, Lucius tenía razón; no le costaba nada transportar todo aquel equipaje moviéndolo con su mente. Aquella era precisamente la razón por la que, cuando iban juntos, Lucius siempre llevaba consigo una gran cantidad de armas. Siempre insistía en que, en aquella ocasión, las transportaría él mismo. Y al final siempre acababa pidiéndole ayuda. Aunque aquel peso le resultaba insignificante a la Telequinesis de Aurelius, aquel era un chiste que con los años había acabado perdiendo la gracia. En el peor de los casos, Aurelius esperaba tener que enfrentarse a seis enemigos; y su compañero había traído armas y balas suficientes para asesinar a media ciudad si fuese necesario.
- ¿Qué llevas aquí?- Preguntó Aurelius con desdén- ¿Un tanque desmontado?
- No, no llevo un tanque. No llevo casi nada- Respondió Lucius, molesto- Solo tengo algunas espadas, un par de armas de fuego, algunos cargadores, munición de reserva, equipo de combate, unas cápsulas de...
- Vale, déjalo- Interrumpió Aurelius- Prefiero no saberlo.
- Entonces, ¿para qué preguntas?- Continuó Lucius.
- No lo sé- Respondió Aurelius, encogiéndose de hombros- Me está bien empleado, supongo.
Lucius abrió la boca y estuvo a punto de continuar aquella conversación, pero en seguida decidió cerrarla y dejar que Aurelius ganase aquella ronda. Su compañero tenía un ego bastante frágil, y no era nada nuevo que la tomase con él y con sus armas. Pero aunque actuase a veces como tal, Aurelius no era estúpido; sabía que aquellas armas no estaban allí por un simple capricho de su compañero. Cualquiera que hubiese visto luchar a Lucius sabía perfectamente que todo aquel equipaje no era ninguna broma.
Libre por fin de aquel peso muerto, Lucius pudo empezar a caminar con cierta dignidad por aquellas calles cubiertas de nieve. Sus pies seguían hundiéndose en aquel manto níveo, y el frío le calaba las botas; pero al menos ya no tenía que cargar con aquel pesado equipaje. Tan pronto como sus brazos se desentumecieron y el dolor de espalda que aquel esfuerzo le había causado empezó a remitir, Lucius se esforzó en aumentar el ritmo al que caminaba por aquella desagradable superficie. Cuanto antes llegasen a la sede de Rey Arceus, antes podría empezar a preparar su equipo de combate y planificar sus posibles enfrentamientos. Aunque admitía que se sentía algo nervioso sin sus armas, a pesar de encontrarse éstas levitando a poco más de un metro de él, notar el bulto que hacía bajo su gabardina la única Pokéball de su cinturón tenía un efecto reconfortante incluso en un momento tan adverso como aquel. No había sido una decisión fácil, pero había enviado a sus dos Victreebel y a su Serperior a pasar unos días en Ciudad Azulona con su sobrina. El grupo al que se enfrentaban había mantenido en jaque a la organización durante años; aquel enfrentamiento prometía ser brutal y encarnizado. En el mejor de los casos, no era una batalla que fuesen a ganar sin asumir pérdidas. Y aunque fuese una decisión egoísta por su parte, por nada del mundo estaba dispuesto a permitir que ninguno de sus compañeros se sumase a la lista de víctimas de aquellos criminales. En aquel momento, no había lugar para juegos. Sus mejores armas y su Pokémon más fuerte estaban listos para acabar con Maestro y su grupo de una vez por todas. Aquella sería una victoria que no se obtendría sin unos pequeños sacrificios, pero no sería él quien se prestase voluntario para hacerlos. No podía permitir que sus compañeros se convirtiesen en su punto débil.
- ¿Qué harás cuando lleguemos?- Preguntó Lucius, intentando alejar de su mente los malos pensamientos- No sé tú, pero yo mataría por un café...
Al escuchar la pregunta de su compañero, Aurelius guardó silencio durante unos segundos, de manera dubitativa. Aunque no lo exteriorizase, también tenía frío y estaba cansado. Le encantaría tomarse alguna bebida caliente que reconfortase un poco su cuerpo. Sin embargo, Aurelius no estaba seguro de si Lucius mantenía una cierta calma debido a sus años de experiencia como agente o a su desconocimiento absoluto de las fuerzas a las que se enfrentaban; pero en cualquier caso él no podía mantener la calma como lo hacía su compañero. No al menos en un día como aquel. Si el enemigo llamaba a su puerta, no podía estar ocupado sosteniendo una taza de chocolate caliente.
- Supongo que hablaré con el jefe de seguridad de la sede y haré que me enseñen el edificio- Respondió finalmente Aurelius- Tengo autorización para asumir el control total de la infraestructura y el personal, de modo que me toca a mí planificar la estrategia. No tengo tiempo para cafés.
- Así que piensas convertir el edificio en una zona de guerra tan pronto como llegues...- Murmuró Lucius, dejando escapar un suspiro- Es un poco radical para mi gusto. Ni siquiera sabemos cuándo podría atacar Maestro, si es que finalmente decide atacar.
Aurelius se detuvo momentáneamente, inspeccionando cautelosamente su entorno en todas las direcciones. No lograba visualizar ningún Pokémon del que pudiese sospechar, ni tampoco percibía ninguna perturbación energética anómala. Podía sentir el potencial psiónico de algunos Pokémon de aquella ciudad, pero aquella señal energética no era en principio ninguna razón para sospechar nada. En Ciudad Fractal, como en cualquier otra ciudad, vivían también Pokémon de tipo Fantasma y Psíquico. Aunque estuviese buscando a un Aegislash y una Gardevoir, no podía ponerse en guardia cada vez que sintiese la huella metafísica de cualquier Pokémon. Sin embargo, no pudo evitar estremecerse levemente al sondear sus alrededores en busca de peligro.
- Que no te quepa la menor duda...- Dijo Aurelius- Maestro ya está en la ciudad.
Antes de que su compañero respondiese, Aurelius le hizo una señal con la mano para que siguiesen avanzando y comenzó de nuevo a moverse. Si su instinto no le fallaba, entonces no había tiempo que perder.
- ¿Pero cómo es posible? ¡Incluso aquí dentro hace un frío que pela!- Se quejó Gardevoir- Odio el frío...
- Otra cosa más en la lista- Respondió Greninja con desgana- ¿Acaso hay algo que no odies?
- El tiempo que pasas callado- Le increpó Gardevoir- Eso me encanta.
Mawile observaba absorta cómo sus compañeros discutían. Habían pasado años desde la última vez que había visto a Greninja y a Gardevoir pelearse por tonterías; y había llegado a estar segura de que nunca volvería a verlos. Aunque las cosas habían cambiado y estaba claro que no volverían a ser como antes, Mawile encontraba reconfortante ver cómo poco a poco todo volvía a su lugar de manera instintiva y natural; como si los años no hubiesen pasado y la sangre propia y ajena no se hubiese derramado. Era una sensación agridulce volver a vivir momentos como aquel. Le recordaban lo que había tenido y perdido; lo cual no sería un problema si no supiera que aquel momento no estaba hecho para durar.
Lentamente, Mawile dirigió ambas manos a la taza de té que había en la mesa frente a ella y la sostuvo con firmeza mientras se la llevaba a la boca para dar otro sorbo de aquella humeante bebida. No había vuelto a tomar té desde la última vez que Maestro había pasado a visitar a aquella psíquica en Ciudad Azafrán, poco antes de aquella noche en la Cueva Celeste. Si el futuro hubiera sido tal y como Mawile esperaba, no habría vuelto a tener nunca la oportunidad de volver a probar aquella bebida, pero en aquel momento el grupo se encontraba en el interior de una cafetería en pleno corazón de Ciudad Fractal. En circunstancias normales, no habrían dejado pasar a un grupo de Pokémon que no fuesen acompañados de su entrenador; sin embargo Gardevoir podía llegar a ser muy persuasiva cuando quería algo y abusaba de sus poderes para salirse con la suya. Aquella era una de las razones por las que Mawile cada día despreciaba más a los psíquicos; pero tan pronto como probó el primer sorbo de aquel té, estuvo dispuesta a asumir que en ocasiones el fin justificaba los medios.
El local era un edificio moderno, con paredes de cemento y ladrillos; sin embargo tanto el suelo como las paredes se encontraban recubiertos de madera, intentando imitar el estilo montañero. Más que en una cafetería, Mawile tenía la sensación de encontrarse en uno de aquellos refugios de montaña. Aunque el edificio parecía estar climatizado mediante radiadores, Gardevoir había insistido en que se sentasen en una mesa cercana a lo que parecía ser una gran lumbre encendida; la cual parecía tener un propósito meramente decorativo. Las llamas de aquella hoguera resultaron ser falsas, y desde que se dio cuenta, su compañera no había parado de quejarse sobre el frío.
Mawile notó cómo sus compañeros estaban empezando a calmarse, y poco a poco iban dejando de intercambiar comentarios hirientes entre ellos. Aquel era la clase de momentos en los que ella solía intervenir para avivar la llama de aquella discusión y asegurarse de que el espectáculo no decayese. Normalmente le resultaba entretenido ver lo ingeniosos que podían llegar a ser Greninja y Gardevoir cuando fingían odiarse. Sin embargo, en aquel momento Mawile casi habría preferido que se callasen un rato. Después de todo lo que había pasado en el día anterior, aún había mucha información que no había logrado digerir completamente. Había vuelto a enfrentarse a Mewtwo, había presenciado como su hogar era borrado del mapa, había conocido realmente a Sarah; y sobre todo había vuelto a incorporarse al equipo con Maestro. Demasiados acontecimientos en muy poco tiempo para alguien que había pasado los últimos años merodeando por aquel pantano intentando justificar su propia existencia.
Sin embargo, ahora que las cosas parecían volver a tener sentido, no era capaz de poner su cabeza en orden. Aunque luchó lo mejor que pudo, había recibido mucho daño tanto físico como psicológico enfrentándose a Mewtwo. También había descubierto que aquella siniestra mujer que deambulaba por el pantano en realidad no era más que otra alma torturada como ella misma. Por desgracia, había logrado sentir una mezcla entre aprecio y lástima por Sarah; para a continuación abandonarla sin más. Cuando Maestro le ofreció volver a participar en aquella locura que le había costado tanto, Mawile dejó atrás sin miramientos a la mujer que por un momento había conseguido llenar un poco el vacío que se había formado en su alma. Cuanto más pensaba en ello, peor se sentía al respecto. Sin embargo, aunque despedirse de Sarah al amanecer y dejarla atrás en aquel maloliente pantano había sido duro, Mawile estaba segura de que de haber dejado pasar la oportunidad de acompañar a Maestro una vez más, aquello le habría atormentado durante el resto de sus días. Aquella era una decisión que había tomado de manera instintiva, y ni mucho menos se arrepentía de haberlo hecho. No obstante, aquello no la convertía automáticamente en una buena decisión.
Tratando de ignorar a sus compañeros y dejando que su acalorada conversación se enfriase, Mawile dirigió su mirada hacia Maestro. A simple vista, no era más que un Aegislash levitando junto a aquella mesa, con la mirada de su único ojo metálico perdida mirando a la nada. No había pedido nada de beber, y no había articulado palabra desde que habían entrado a aquella cafetería. Sin embargo, a pesar de todo, era él. Aquel fantasma que se ahogaba en sus propios pensamientos justo enfrente suya era todo lo que quedaba de su entrenador. Aunque nunca había sido plenamente consciente de ello, en aquel momento Mawile entendía realmente la carga que Maestro siempre había llevado sobre sus hombros. Mientras observaba la actitud aparentemente distraída de su entrenador, estaba segura de saber perfectamente en qué estaba pensando. Con el paso de los años y la acumulación de heridas, Mawile había logrado entender realmente el peligroso camino que se extendía ante ellos. Un camino que Maestro esperaba que no se cobrase la vida de ningún otro de sus compañeros; pero incluso a él le costaba creerse aquella amable mentira.
- No es justo. Tú eres resistente al frío, Mawile está hecha de acero, y Maestro ni siquiera sé si aún siente dolor o algo- Continuó quejándose Gardevoir- Soy la única que va a pillar un resfriado en esta ciudad.
- Si lo peor que te pasa en esta ciudad es que te resfrías, entonces puedes darte por satisfecha- Intervino Maestro, como si acabase de despertar de un trance- En estos momentos Rey Arceus debe estar preparando nuestra bienvenida.
- Podríamos atacar ahora y pillarlos por sorpresa- Sugirió Mawile, a sabiendas de que su plan era una locura- Es precipitado, pero tampoco sería lo peor que hemos hecho, ¿no?
Maestro consideró durante un instante la propuesta de Mawile. En otras circunstancias, un plan como aquel no sería ninguna tontería. Si Rey Arceus realmente se esperaba el ataque, esperarían que tuviese lugar durante la noche, bajo el amparo de la oscuridad. Se trataba de una suposición lógica; no podía culparles. Sin embargo, si iban justo ahora e irrumpían en aquella sede de la organización, les pillarían con la guardia baja, posiblemente con menor personal de seguridad y con gran parte del personal civil en plena jornada laboral. Sus enemigos estarían realmente atados de manos a la hora de defender el archivo ante un ataque tan temerario. Con su equipo al completo y con los contactos adecuados, podría haber entrado y salido de aquel edificio en menos de diez minutos sin dejar ninguna clase de rastro que le relacionase con el ataque. Sin embargo, Maestro no tenía más opción que descartar aquella idea.
Aquella no era una de esas misiones de robo, secuestro o asesinato que había llevado a cabo en alguna ocasión para ganarse el favor de alguien. No iba a ser un asalto rápido; no podía entrar y salir de aquel edificio cubriéndose las espaldas para no dejar ninguna prueba que le implicase. En aquella ocasión, necesitaría tomarse su tiempo para inspeccionar a fondo los archivos de la organización. No bastaría con una incursión rápida; literalmente sería necesario tomar el edificio. Si hacía algo así durante la noche, podría silenciar a todo el personal de Rey Arceus, tomarse su tiempo para encontrar lo que buscaba y dejar el problema en manos de quien encontrase los cadáveres al día siguiente. Si por el contrario llevaba a cabo un asalto como aquel durante el día, no tardaría en verse sitiado por las fuerzas del orden. Entonces solo sería cuestión de tiempo que acabasen todos muertos allí dentro.
- No sería lo peor- Admitió Maestro- Pero no estamos en nuestro mejor momento.
- ¿Qué tienes pensado entonces?- Preguntó Gardevoir, mientras se llevaba su taza de café hacia los labios- Ya sabes cómo son los agentes de Rey Arceus. No creo que sea tan fácil como cuando nos cargamos a esos cabrones del Team Rocket.
- Greninja ha ido a echar un vistazo- Respondió Maestro- Cuando vuelva trazaremos el plan.
- No, Greninja está justo a...
Gardevoir guardó silencio sin terminar la frase y miró lentamente hacia su izquierda. En el lugar donde había estado hasta hacía un segundo su compañero, con el cual había estado manteniendo una acalorada conversación sobre el frío, ahora solo había una silla libre y una taza de té vacía.
- Pero... ¿Cómo coño lo hace?- Preguntó Gardevoir, apretando los dientes.
Maestro hizo un breve movimiento con ambos brazos; lo más parecido que su cuerpo en forma de espada podía hacer a encogerse de hombros. Sin embargo, no dio la más mínima importancia al hecho de que Greninja se hubiese desvanecido. Con el tiempo había dejado de hacerse aquella pregunta y se había limitado a confiar en el criterio de su compañero. Al fin y al cabo, era su Pokémon Inicial; si no confiase en su manera de hacer las cosas después de todos aquellos años, no habría tenido sentido en primer lugar volver a reunir a todo lo que quedaba del equipo.
- ¿Deberíamos ir nosotros también de reconocimiento?- Preguntó Mawile, con la mirada fija en el hueco vacío que había dejado su compañero en la mesa- Si realmente están anticipándose a nuestra llegada, no estaría de más saber a qué nos enfrentamos.
- Una cosa es que Greninja pase desapercibido, pero dudo que Rey Arceus pase por alto vernos a todos juntos por la calle- Le recordó Gardevoir, mientras hacía una mueca de desagrado al comprobar que su taza estaba ahora vacía- Por ahora deberíamos quedarnos aquí y pasar desapercibidos.
- Tú solo lo dices porque no quieres salir fuera a pasar frío- Le reprochó Mawile, dedicándole una mirada burlona a su compañera- ¿Tú qué opinas, Maestro?
- A Gardevoir y a mí no deberían vernos juntos- Respondió Maestro- El Team Flare nos reconoció en Ciudad Luminalia por culpa de ese descuido. Por ahora diría que nos quedamos aquí hasta que nos acaben echando.
Al oír las palabras de Maestro, Gardevoir dejó escapar una leve risa. Al principio, Mawile pensó que se reía de ella porque su entrenador le había dado la razón, pero en seguida vio cómo su compañera seguía con la mirada a un camarero que se acercaba hacia la mesa portando una bandeja. Su mirada parecía perdida y ausente, como si no fuese plenamente consciente de qué estaba haciendo. Sin decir una sola palabra, dejó una nueva taza de café llena y un plato con un trozo de pastel y una cuchara junto a Gardevoir. Acto seguido, se limitó a darse media vuelta y marcharse por donde había venido. Al ver aquella escena, Maestro dedicó una mirada severa a su compañera.
- Se supone que estamos intentando ser discretos- Le recordó Maestro- Manipular la mente de todo el que se cruce contigo no es la mejor forma de pasar desapercibido.
- Somos cuatro Pokémon solos en plena ciudad. Yo tengo el pelo azul, y tú asustas a la gente cada vez que hablas- Dijo Gardevoir mientras hacía levitar su cuchara y la dirigía hacia aquel dulce- Las sutilezas no van con nosotros, ¿sabes?
- ¿Tenían pasteles aquí?- Preguntó Mawile, estupefacta.
Mawile miraba fijamente el pastel mientras aquella cuchara se hundía en él. Tenía una textura esponjosa, unas capas de nata y lo que parecía ser una capa de mermelada de Baya Andano. Mientras seguía con la mirada el recorrido que hacía aquella cucharada de pastel levitando en el aire, Mawile fantaseaba con el sabor suave de aquella nata y el regusto ácido de la mermelada. Cuando aquel primer bocado de pastel desapareció entre los labios de su compañera, pudo notar cómo ella misma estaba empezando a salvar.
- Da... dame un poco, Gardevoir- Pidió Mawile en tono suplicante.
- ¿Cómo dices?- Preguntó Gardevoir con una sonrisa cruel- Pero sí yo solo soy una blanquita enclenque que se muere de frío. Estoy segura de que alguien tan fuerte y capaz como tú es capaz de conseguir algo mejor...
Gardevoir volvió a llevarse lentamente otra cucharada de pastel a la boca mientras su compañera la seguía con la mirada. A Mawile se le estaba empezando a caer la baba.
- No me jodas, Gardevoir... Llevo tres años masticando caparazones llenos de lodo y comiendo carne cruda... Por favor...- Suplicó Mawile.
- Qué apropiado...- Respondió Gardevoir, dejando escapar una leve risa- No creo que te gustase esto entonces. No lleva barro ni está crudo.
- Ahora que sale el tema, llevo mucho tiempo pensando...- Comenzó a decir Mawile, paseando en aquella ocasión su ansiosa mirada por el cuerpo de Gardevoir- Greninja debe estar un poco fibroso pero tú... No sé... ¿Sabes por casualidad si está rica tu carne? Me quedé con ganas de probarla aquella noche...
Las palabras de Mawile hicieron que Gardevoir se detuviese momentáneamente, con la cuchara levitando a escasos centímetros de su boca. Sin embargo, aunque estaba claro que su compañera trataba de intimidarla y hacerla sentir incómoda para lograr salirse con la suya, Gardevoir se limitó a dedicarle una sonrisa y meterse aquella cucharada de pastel en la boca. Mawile sabía que tenía una reputación incluso entre sus compañeros, y acostumbraba a salirse con la suya actuando así; pero Gardevoir no era una víctima fácil para aquella clase de estrategia. Incluso tratándose de Mawile, tendría que esforzarse mucho más si realmente quería ser incluso más retorcida que ella.
- La sangre sabe realmente bien- Respondió Gardevoir, hablando con la boca llena- La carne, en cambio, es casi toda piel. Es un poco desagradable cuando...
- Es suficiente- Intervino Maestro, hablando con severidad- Callaos ya las dos.
Mawile apartó la mirada del pastel y miraba con incomodidad a su compañera. Ella no era aprensiva ni mucho menos, pero imaginar a Gardevoir consumiendo la carne o la sangre de uno de sus semejantes hizo que se estremeciera levemente. No estaba segura de si hablaba en serio. Nunca la había visto hacer algo así; pero sospechaba desde hacía algunos años que aquella Pokémon bebía sangre a escondidas. Mawile tenía la suerte de que Maestro le dejaba comerse casi cualquier cosa que quisiera, incluyendo ocasionalmente el cuerpo de algún enemigo abatido. Al fin y al cabo, ella era un depredador, y su cuerpo de acero no iba a enfermar consumiese lo que consumiese; no había razón lógica para que Maestro le negase aquello. Gardevoir, por su parte, no podía decir lo mismo; y Maestro prestaba especial atención a que su compañera no se llevase a la boca nada que no debiese. Las implicaciones éticas de aquella clase de prácticas no parecían ser algo que importase lo más mínimo a Maestro; pero la salud de su equipo era su responsabilidad como entrenador. Si había sido capaz de secuestrar y arrancar el corazón del pecho a un Hariyama para salvar a Machamp años atrás, no resultaba difícil imaginarlo interponiéndose entre Gardevoir y aquel macabro festín. Sin embargo, con o sin la aprobación de su entrenador, era innegable que en ocasiones a Gardevoir le olía el aliento a sangre. Aquel era un aroma inconfundible para un carnívoro como Mawile.
Antes de que a Mawile se le ocurriese una respuesta lo bastante buena como para que mereciese la pena desobedecer a Maestro, una voz a su espalda la sobresaltó. El camarero había vuelto a acercarse a la mesa. En aquella ocasión, dejó un plato con lo que parecía ser un trozo de tarta de chocolate junto a Mawile. Cuando abrió la boca para hablar, su voz sonaba distraída y apagada; como si ni siquiera fuese consciente de lo que decía o del simple hecho de estar hablando.
- Su... barro. Idiota- Dijo aquel hombre antes de volver a darse media vuelta y marcharse.
Mawile dedicó una mirada de asombro y fascinación a Gardevoir. En momentos como aquel, se alegraba de no habérsela comido aquella noche. Su compañera le guiñó un ojo mientras seguía llevándose pastel a la boca con aquella cuchara que hacía levitar.
- Entre sociópatas tenemos que ayudarnos, ¿no?- Murmuró Gardevoir.
- Gracias- Respondió Mawile mientras sostenía con dificultad la cuchara- Voy a imaginarme que es un pedacito de ti revolcado en fango.
Aurelius miraba el deprimente espectáculo a su alrededor. Era evidente que, de alguna forma, se había corrido la voz sobre su llegada. Resultaba lógico suponer que Tiberius llamaría al jefe de seguridad de la sede de Ciudad Fractal para informarle de que enviaría a dos agentes y que intentarían utilizar la instalación para tender una trampa a unos detractores. En realidad, aquella ni siquiera era una práctica poco habitual en la organización; al fin y al cabo, siempre había alguien de quien valía la pena deshacerse. Sin embargo, se esperaba la máxima confidencialidad de aquella clase de información; el jefe de seguridad era responsable de mantener la discreción sobre el asunto y disponerlo todo para la llegada de los agentes.
Pero estaba claro que algo había fallado en algún momento. Aurelius se encontraba en la primera planta de la sede, sentado en un banco en el área de recepción. Aquella planta era un lugar espacioso, con una decoración algo más recargada en comparación con el resto del edificio. El suelo era de mármol blanco, con una larga alfombra azul y dorada que lo atravesaba completamente desde la puerta hasta el acceso a los pisos superiores. Dicho acceso consistía en un amplio tramo de escaleras y dos ascensores, los cuales ya habían sido desconectados por razones de seguridad. Las paredes eran altas y estaban pintadas de blanco y decoradas en su parte inferior con un revestimiento de madera de color gris. El mostrador de recepción estaba formado por aquella misma madera y una superficie de mármol pulido similar al suelo. Aquel ostentoso mobiliario estaba equipado con material de oficina y un terminal informático. El logotipo de Rey Arceus estaba grabado tanto en el propio mostrador, como en el ordenador que había sobre él y casi cualquier objeto a la vista.
No había nadie en aquel momento atendiendo aquel puesto. Alguien había filtrado la información; y la mayor parte del personal no esencial de la organización estaba empaquetando sus cosas y preparándose para marcharse. Aunque Aurelius no podía decir que fuese a echar de menos a aquellos alarmistas, tenía que admitir que parte de sus recursos para aquella misión estaban marchándose. No esperaba que el personal no combatiente de la organización fuese a serle útil durante una batalla, pero contaba con disponer de su ayuda como mano de obra para otras labores. Además, mantener el funcionamiento habitual de las instalaciones le hubiese permitido ocultar al enemigo sus verdaderas intenciones. Sin embargo, a cada empleado que recogía sus cosas y se marchaba, su trampa era cada vez un poco más obvia y disponía de una menor cantidad de fuerza de trabajo para prepararla.
No podía culpar al personal de la empresa por marcharse de aquella manera, teniendo en cuenta el inminente peligro. Sin embargo, había alguien que era responsable de aquel caos. Cuando Aurelius llegó a la recepción junto a Lucius, la empleada que atendía aquel puesto dijo que les había estado esperando y que el jefe de seguridad les vería en breve. Acto seguido recogió sus cosas y se marchó apresuradamente. Lucius recordó a su compañero la inmensa cantidad de cosas que tenía que preparar y a continuación se perdió escaleras arriba con todo su equipaje. Ni siquiera se esforzó en disimular las ganas que tenía de empezar a desempaquetar sus armas. Desde entonces, Aurelius llevaba allí más de una hora; esperando al jefe de seguridad mientras observaba cómo los humanos y Pokémon a su alrededor corrían presa del pánico.
Un sonido de golpes llamó la atención de Aurelius. A lo largo de la hora que llevaba allí, la puerta principal del edificio se había abierto en varias ocasiones para dejar salir a algún empleado. Sin embargo, en aquella ocasión un enorme Avalugg asomó la cabeza por la entrada. La expresión de su rostro era distraída; casi aburrida. Sus extremidades delanteras comenzaron a moverse lentamente para seguir avanzando; pero un grito irritado a su espalda hizo que se detuviera bruscamente mientras cerraba los ojos y apretaba la mandíbula, sobresaltado.
- ¡Agáchate, grandísimo idiota!- Gritó la voz- ¿No ves que me vas a tirar?
El Avalugg dejó escapar lo que parecía ser un gélido suspiro que se condensó rápidamente en el aire. A continuación, flexionó sus patas y acercó su cuerpo de hielo al suelo tanto como pudo mientras entraba con dificultad en el edificio. Sobre su espalda, un Cloyster miraba con nerviosismo el marco superior de la puerta; contra el cual acabó llevándose un leve golpe al entrar.
- ¿Lo ves, idiota? Ya me he golpeado otra vez- Se quejó Cloyster- Eres un inútil.
- Lo... siento- Respondió Avalugg, con voz apática.
Aurelius comparó el tamaño de ambos Pokémon juntos con la altura de la puerta. Entre los dos medían más de tres metros de altura; era prácticamente un milagro que hubiesen logrado caber por ahí, con o sin golpe. Con cierto nivel de duda, Aurelius se puso en pie y se dirigió con cautela hacia aquella excéntrica pareja. Cloyster centró su atención en él tan pronto como lo vio acercarse.
- ¿Eres tú... el jefe de seguridad?- Preguntó Aurelius con escepticismo.
- ¡No, idiota!- Le respondió Cloyster con brusquedad; gritando y hablando muy deprisa- No soy un psíquico. No hablo con los humanos. No asciendo en la puta empresa. No voy a ser jefe de nada en mi vida.
El repentino estallido de ira de Cloyster hizo retroceder brevemente a Aurelius mientras hacía una mueca de desagrado debajo de su capucha. Aquella falta de modales iba muy en contra del código de comportamiento de la organización. De no haberse encontrado en aquella situación, con sumo gusto le habría dado una lección a aquel Pokémon. Sin embargo, aunque no fuese el jefe, debía formar parte del personal de seguridad de Rey Arceus. Por bocazas que fuera, necesitaría su colaboración.
- Necesito hablar con el jefe de seguridad- Insistió Aurelius- ¿Dónde puedo encontrarlo?
- Lo tienes delante, idiota- Respondió Cloyster, sin que su mal humor cambiase.
Aurelius dirigió su mirada hacia el rostro de Avalugg. Aquel enorme Pokémon parecía haber vuelto a evadirse en sus propios pensamientos y permanecía completamente ajeno a la conversación. Su mirada estaba perdida en la nada, y un líquido de aspecto frío había empezado a gotear de su boca. En aquel momento, Aurelius se alegró más que nunca de llevar aquella capucha y de que la expresión de incredulidad de su rostro no fuese visible para nadie.
- ¡Ese idiota no, idiota!- Vociferó Cloyster- Yo soy el jefe.
- Pero si has dicho que...- Replicó Aurelius.
- ¡Calla, idiota!- Interrumpió Cloyster- Así están las cosas. El jefe de seguridad se ha largado. Ahora yo estoy al mando.
- Espera, ¿qué es eso de que "se ha largado"?- Se apresuró a preguntar Aurelius, incapaz de creerse lo que acababa de oír.
Cloyster rechinó los dientes y emitió un desagradable sonido chasqueando su enorme concha. La pregunta de Aurelius parecía haberlo irritado aún más de lo que ya estaba, si es que eso aún era posible.
- ¿Ahora hacen agente a cualquier idiota?- Murmuró Cloyster a modo de pregunta retórica- Significa que el idiota del jefazo prefiere acabar el día despedido que muerto. Y ya está. Se ha ido. Dudo que volvamos a verlo por aquí. Soy el siguiente en la cadena de mando, así que hasta que alguien me eche a patadas del puesto por no poder hablar con humanos, yo estaré al mando ¿Lo entiendes ahora idiota? ¿Te lo simplifico más? ¿Necesitas que te lo explique con dibujos?
Aurelius respiró hondo y trató de relajarse. No entendía cuál era el maldito problema de aquel Pokémon; aunque empezaba a sospechar por qué el Avalugg parecía sufrir de apatía crónica. En las circunstancias en las que se encontraba, él debería ser quien estuviese echándole la bronca a alguien por el desastre que se estaba provocando. Sin embargo, aquel Pokémon no había hecho más que gritarle y llamarle idiota desde que había entrado por aquella puerta. Como si no tuviese ya bastante con el hecho de que el personal de la organización estuviese desertando sin más, encima tenía que tocarle lidiar con un Pokémon como aquel. Había invertido años de su vida en su carrera como agente de Rey Arceus, y había logrado llegar hasta donde estaba gracias a su trabajo, a su esfuerzo y a su profesionalidad; sus capacidades telepáticas por sí mismas no habrían sido capaces de llevarle hasta donde había llegado. Y delante suyo, en aquel momento, tenía el pináculo de la insatisfacción laboral. Un Pokémon gritón y maleducado que culpaba a su falta de habilidades de comunicación de su incapacidad para ascender en la organización. Aquella era la clase de mal ejemplo contra el que Aurelius llevaba luchando durante toda su carrera como agente.
Por mucho que estuviese deseando perder los nervios y darle la paliza de su vida a aquel Cloyster, Aurelius decidió mantener las formas y dar ejemplo; como siempre había hecho cuando se topaba con un cretino. Ya habría tiempo de poner a aquel Pokémon en su sitio cuando todo terminase; si es que con suerte Maestro no se le adelantaba.
- Al menos supongo que te habrá puesto al día de los detalles de esta operación antes de marcharse, ¿no?- Preguntó Aurelius, ignorando los comentarios ofensivos de Cloyster.
- Unos idiotas vienen a robar información- Respondió Cloyster- Vamos a dejarles entrar y cargárnoslos. Eso es todo lo que sé.
Tras escuchas las palabras de Cloyster, Aurelius consideró momentáneamente sus posibilidades. Al principio había supuesto que el antiguo jefe de seguridad había desertado al enterarse de que tendría que enfrentarse al equipo de Maestro; pero todo indicaba tan solo se trataba de un caso de cobardía y poco sentido del deber. Aquella era la razón por la que Aurelius no tenía mucho respeto por el personal combatiente que había logrado su puesto aprobando un examen y jamás había combatido. En cualquier caso, aquello le dejaba con dos opciones más probables sobre la mesa. O Tiberius había decidido no informar sobre qué clase de enemigo iban a combatir, o el antiguo jefe de seguridad no se lo había creído. Fuera como fuese, lo más probable era que tan solo él y su compañero Lucius supiesen que estaban a punto de enfrentarse a un fantasma.
Sabiendo eso, Aurelius pensó que las circunstancias no eran entonces tan nefastas después de todo. Si mantenía los detalles más esotéricos de la operación en secreto, sería mucho más fácil para él mantener bajo control al personal del que dispusiera. Tan solo tenía que lograr controlar aquel ataque de histeria colectivo, recordar a los empleados que había dos agentes con ellos, que superaban en número al enemigo y que contaban con una gran ventaja estratégica. Si lograba convencer al personal de seguridad de que tan solo tendrían que abatir a unos Pokémon que irrumpirían en la sede durante la noche y que sería coser y cantar, pronto tendría a sus peones sacrificándose por él. Para cuando aquellos aliados prescindibles se diesen cuenta de lo que realmente estaba sucediendo, el plan ya estaría en marcha y no habría vuelta atrás.
- Sí, supongo que es un buen resumen- Mintió Aurelius, hablando con calma- No obstante, tendré que realizar unos preparativos por razones de seguridad. Además me gustaría entrevistarme tanto con el personal de seguridad disponible como con el director de la sede; si es que no han huido también.
- El viejo idiota del director estará arriba en su despacho del último piso. Ese está demasiado cómo en su sillón de jefe como para salir corriendo- Le informó Cloyster, hablando en tono despectivo- Ve a verle. Yo reuniré a los guardias mientras. No sé cómo, porque no me entienden cuando les hablo. Supongo que les perseguiré a pinchazos hasta que todos acaben en el mismo lugar.
Cloyster volvió a emitir un desagradable chasquido con su concha y Avalugg se sobresaltó. Acto seguido, aquel enorme Pokémon comenzó a moverse de nuevo a un ritmo tranquilo. Se dirigía hacia el fondo de aquel vestíbulo, pero Aurelius no llegó a ver hacia dónde iba. Ya había perdido demasiado tiempo; no podía quedarse allí mirando cómo aquellos dos Pokémon se arrastraban lentamente hacia donde quiera que fuesen. Tan pronto como Cloyster le dijo dónde encontrar al director, Aurelius se apresuró a dirigirse hacia las escaleras, dejando a ambos Pokémon atrás. Cuando finalmente atravesó la habitación y se encontró ante los primeros peldaños, Aurelius comenzó a levitar sobre ellos y ascender rápidamente por los primeros tramos de aquella escalera.
Mientras continuaba su ascenso hacia la última planta, Aurelius no lograba quitarse completamente de la cabeza a aquel Cloyster. Era sumamente irritante, y sus gritos aún le martilleaban la cabeza. Sin embargo, pese a ello, había logrado llegar a ser el segundo en la cadena de mando tras el jefe de seguridad. Para que una criatura marina como él, incapaz de comunicarse con humanos ni de desplazarse por sus propios medios fuera del agua, acabase alcanzando aquel puesto, debía haber algo excepcional en él. Estaba claro que no eran sus dotes de mando ni sus modales, lo que inevitablemente llevaba a Aurelius a preguntarse si su habilidad en combate realmente sería capaz de hacerle merecer aquel puesto. En cierto modo, sentía una cierta empatía por aquel Cloyster. Abrirse paso en el mundo corporativo no era una tarea fácil para un Pokémon sin entrenador. Aquello era algo que Aurelius sabía mejor que nadie.
En circunstancias normales, un Pokémon sin entrenador no necesitaría estar planteándose ninguna clase de dilemas a nivel empresarial. Tanto Aurelius como aquel Cloyster habrían sido sobradamente capaces de sobrevivir en estado salvaje sin mucha dificultad. Sin embargo, el verdadero problema no era que los Pokémon salvajes quisieran hacerse un hueco en la sociedad humana. El verdadero problema era que los Pokémon que habían formado parte de ella pero por alguna razón habían perdido a su entrenador, a menudo se sentían incapaces de retomar sin más su antigua vida. La diferencia de puntos de vista entre un Pokémon salvaje y uno entrenado era demasiado abismal como para poder llegar a volver atrás.
Aurelius no pudo evitar recordar al entrenador que un día tuvo. Le habría gustado poder recordar momentos felices; o al menos se habría conformado con poder derramar algunas lágrimas con una buena tragedia. Sin embargo, lo único que lograba recordar era la frustración e impotencia que sintió al ser desechado sin más como un pedazo de basura inútil. Su entrenador le dio la espalda y lo abandonó sin dudar un segundo; sin preocuparse en absoluto por qué sería de él. Ni siquiera estaba seguro de si realmente se lo merecía o no; pero el día que aquello sucedió, todo su mundo se vino abajo irremediablemente. A pesar de todos los logros que había obtenido por su cuenta desde entonces, nunca había llegado a borrarse aquel estigma. En todos aquellos años no habría logrado reunir suficiente autoestima para quitarse aquella capucha.
Pese a aquellos amargos recuerdos, Aurelius no podía decir realmente que la vida le hubiese tratado mal. Era un Pokémon de tipo Psíquico, y ese era un buen punto de partida en su situación; resultaba fácil que los humanos le tratasen como a un semejante cuando podía hablar con ellos. Gracias a sus habilidades y a su labia, había conseguido un buen trabajo y unos buenos compañeros. Incluso estaba seguro de estar cobrando más dinero trabajando para Rey Arceus del que seguramente estaría ganando su antiguo entrenador. Aunque a menudo se habría preguntado si aquel hombre se arrepentiría de su decisión si le viese en aquel momento, con los años había ido logrando apartar cada vez más de su cabeza aquella pregunta. Se había esforzado mucho por no echarlo de menos. Sin embargo, incluso en un momento como aquel, preparándose para comandar una batalla contra un enemigo que había vuelto de entre los muertos, seguía pensando en qué diría su antiguo entrenador si le viese ahora.
Sin darse cuenta, Aurelius se había detenido cuando acabó perdiéndose en sus propios pensamientos. Se encontraba parado, levitando a medio metro de altura junto al ascensor; en lo que parecía ser la tercera planta. La mayor parte de aquel sector del edificio parecía estar ocupado por cubículos de oficina; cada uno construido como una pequeña celda para mantener a un empleado aislado del resto de sus compañeros mientras trabaja en su puesto. La habitación era muy grande, ocupando casi la totalidad de la planta; y debía contener al menos cuarenta de aquellos habitáculos. Aquella sería una zona difícil de patrullar de forma eficiente durante la noche si disponía de poco personal. A su izquierda, la pared al fondo tenía cuatro puertas de madera decoradas con placas de metal dorado; parecían tratarse de despachos de administrativos de bajo rango. A su derecha, Aurelius alcanzaba a ver una pared de cristal cuya puerta, del mismo material, parecía conducir a una ostentosa sala de juntas. A su espalda, en la misma pared que se encontraban el ascensor y las escaleras, había una puerta de metal reforzada con un cartel que prohibía el paso.
Aurelius se acercó a aquella puerta y la examinó detenidamente. Parecía tratarse de la sala de vigilancia, desde donde se monitorizaba toda la red de cámaras de seguridad del edificio. Mientras observaba aquella puerta blindada de color blanco, Aurelius se estremeció. En aquel momento, en aquel lugar, estaba volviendo a sentir aquella presencia ominosa que había sentido en Ciudad Azafrán, en el despacho de Tiberius. Lo que quiera que fuera aquella entidad, estaba extremadamente cerca. Aurelius se mantuvo completamente inmóvil, observando con horror cómo una sombra aparte de la suya propia se proyectaba sobre el metal blanco de aquella puerta. Algo acababa de materializarse justo a su espalda, a pocos centímetros de él.
No había necesidad de que Aurelius negase que tenía miedo. No había ido a Ciudad Fractal a enfrentarse a Maestro porque no sintiese miedo; sino porque alguien tenía que hacerlo. El miedo había estado presente a lo largo de su vida, y Aurelius se había dado cuenta de que lo que realmente era importante no era no tener miedo; sino saber actuar a pesar de él. Sin embargo, en aquel momento, el terror le había prácticamente paralizado. Aquella repugnante masa de energía umbría que creía haberse imaginado en el despacho de Tiberius era real; y le había seguido hasta allí. Había ido a aquella ciudad a enfrentarse a un fantasma, y creía estar preparado para hacerlo. Sin embargo, en aquel momento, toda la falsa sensación de seguridad al respecto que se había esforzado en crear acababa de desvanecerse.
- Agente Aurelius...- Dijo una voz retumbante y poderosa a su espalda.
Sabía quién era. Le conocía. Aurelius no estaba seguro de qué había detrás suya, ni de cómo era posible que le llamase por su nombre y su rango. Había comenzado a temblar. Sin embargo, por terrible que fuera aquella entidad, darle la espalda no haría que la situación fuese mejor en absoluto. Lentamente, Aurelius comenzó a darse la vuelta, deseando con todas sus fuerzas que no fuese Maestro quien estuviese detrás suya.
Aurelius dejó escapar un suspiro de alivio y todo su terror se desvaneció cuando contempló a la criatura con cuerpo de sombras y ojos celestes que levitaba en el aire frente a él.
- ¡Darkrai!- Exclamó Aurelius- ¿Pero qué estás haciendo aquí? Por poco consigues que me lo haga encima.
Darkrai se alejó un poco para respetar más el espacio personal de Aurelius.
- No era mi intención sobresaltarte, pero no ha sido fácil encontrar un momento para hablar contigo en privado- Se excusó Darkrai- Sé lo que vas a hacer. He venido como refuerzo.
- No. De ninguna manera. Es imposible que Tiberius te haya autorizado a venir aquí- Se apresuró a negar Aurelius- ¿Has venido por tu cuenta, verdad?
- Tiberius no aprueba mi presencia en este lugar- Respondió Darkrai, sin ninguna clase de rodeos- Pero aquí estoy de todas formas.
Aurelius aterrizó en el suelo y dejó de levitar. Lentamente, dio unos pasos erráticos hacia su derecha mientras consideraba la situación. Un Pokémon Legendario. Tenía delante a un maldito Pokémon Legendario ofreciéndole su ayuda. Aquel sin duda era un activo muy valioso y una fuerza de combate muy a tener en cuenta. Sin embargo, de entre todos los Pokémon Legendarios que podrían haberse ofrecido a ayudarle, tenía que ser un maldito Darkrai. No podía aceptar su ayuda sin más. No sin que hubiese terribles consecuencias.
- Imposible. Tú no puedes entrar en combate aquí- Dijo Aurelius- Esto es una ciudad, ¿vale? Es una ciudad pequeña, pero una zona poblada al fin y al cabo.
Por un momento, Aurelius trató de visualizar las consecuencias de un despliegue de fuerza por parte de Darkrai en Ciudad Fractal. Los daños colaterales serían considerables. Si Darkrai desataba su energía durante la noche en aquella ciudad, todos los humanos y Pokémon que se encontrasen durmiendo a un centenar de metros a la redonda se verían afectados por el Mal Sueño. Las consecuencias de la exposición a aquellas pesadillas podían variar desde simples terrores nocturnos a no despertar nunca; pasando por una amplia variedad de daños psicológicos en los afectados. Podría ser potencialmente una masacre; y los que sobreviviesen a las pesadillas podrían sufrir un daño mental irreversible. Aunque le habría encantado contar con la ayuda de un Pokémon tan poderoso como Darkrai para aniquilar a Maestro y a los remanentes de su equipo; sería demasiado irresponsable por parte de Aurelius aceptar tal ayuda.
- Maestro ha derramado ya demasiada sangre. Y aún derramará más si no lo detenemos de una vez por todas- Le recordó Darkrai- ¿Qué crees que pasará si no logras detenerle?
Aurelius no se atrevió a decir las consecuencias en voz alta, por miedo a que alguien pudiese estar escuchando. Sin embargo, resultaban bastante evidentes. Como Tiberius había dicho, la información que Maestro buscaba no se encontraba en ese edificio. No estaba en ninguna parte, de hecho. Pero aquello no detendría al hombre más testarudo de la historia. Cuando Maestro no encontrase en aquel lugar lo que buscaba, seguiría buscando en otra parte. Y a su paso iría dejando cada vez más cadáveres.
Aunque Aurelius no era nadie para sopesar consecuencias y tomar decisiones como aquellas, tenía que admitir que Darkrai tenía razón. Aquel era un asunto que se dio por zanjado hacía tres años, pero habían quedado cabos sueltos y ahora la historia se repetía. Había llegado el momento de terminar. Aquello tenía que acabarse de una vez por todas. Maestro y su equipo no debían sobrevivir, costase lo que costase.
- Solo si todo lo demás falla- Sentenció Aurelius.
- ¿Cómo dices?- Preguntó Darkrai, con escepticismo.
- Hay que detener a Maestro, pero si luchas aquí, los daños colaterales serán catastróficos- Explicó Aurelius- Si mi plan falla... Si Lucius y yo no logramos detenerlo... Asegúrate de que no escapan de este lugar. Ninguno de ellos.
Darkrai volvió a acercarse a Aurelius. El agente se mantuvo firme y no retrocedió ante el Pokémon Legendario cuando volvió a invadir su espacio personal.
- ¿Estás seguro?- Preguntó Darkrai- ¿Realmente te sacrificarías de esta forma?
- Sé que tengo algo de mala fama, pero no soy un monstruo- Respondió Aurelius, molesto- No autorizaré nada que implique bajas civiles a la ligera. Si lo vas a hacer, que sea por encima de mi cadáver.
Mientras dejaba escapar una siniestra risa, Darkrai comenzó a reducir la altura de su levitación y acercarse lentamente al suelo.
- Muy bien... Agente Aurelius, haré su trabajo cuando muera- Respondió Darkrai en tono de desdén- Estaré observándole.
Darkrai continuó bajando incluso cuando ya había tocado el suelo y su cuerpo comenzó a fusionarse con su propia sombra y convertirse en una masa de oscuridad sin forma que manchaba el mármol. Continuó así hasta que su cuerpo entero acabó sumergido en aquella sombra, y entonces se desvaneció completamente sin dejar rastro alguno de que alguna vez había estado allí.
Aurelius respiró hondo y asimiló lo que acababa de pasar. Aquella no había sido la primera vez que se había encontrado ante un Pokémon Legendario, ni tampoco su encuentro más tenso con uno. Sin embargo, Darkrai había logrado destruir completamente la calma y concentración que Aurelius había pasado tanto tiempo tratando de construir en su mente. Si un peso pesado como él consideraba necesaria su intervención, incluso a costa de desobedecer a Tiberius, entonces aquel no parecía ser un trabajo para unos simples mortales. Aurelius apretó los dientes con rabia. Quería gritar. Realmente quería gritar con todas sus fuerzas en aquel momento. No sabía con qué derecho se creía Darkrai a darle por muerto de aquella forma, pero ni siquiera un Pokémon Legendario como él saldría ileso después de lo que había hecho. Cuando acabase con Maestro y volviese a Ciudad Azafrán, presentaría un informe sobre lo sucedido. Y haría saber a Tiberius que Darkrai había puesto en peligro las vidas de cientos de ciudadanos de Kalos.
- No olvidaré esto- Murmuró Aurelius- Y me aseguraré de que tú tampoco.
Mientras Aurelius reanudaba su ascenso por las escaleras, comenzó a hacerse una pregunta que nunca antes se había planteado. No era poco frecuente que los Pokémon Legendarios más poderosos concedieran un valor trivial a la vida de las criaturas más débiles. Maestro había pasado años persiguiendo a Mewtwo clamando venganza. Aunque sus motivos no justificaban sus actos, Aurelius comenzaba a entender sus razones. Si lo que aquel hombre repetía una y otra vez sobre una masacre en el Bosque Errantes llevada a cabo por Mewtwo fuese cierto, podía entender que estuviese dispuesto a llegar tan lejos para dar caza a semejante monstruo.
Sin embargo, aquel hombre no era más que un criminal demente que se había creído sus propias mentiras. Aurelius sabía que tanto la organización Rey Arceus como el propio Departamento de Policía de Ciudad Fractal habían llevado a cabo operaciones de búsqueda exhaustivas por la zona. Y en todos aquellos años, nadie había encontrado ninguno de aquellos cadáveres de los que Maestro hablaba. Además, tampoco es que un Pokémon Legendario desatado pudiese asesinar a cientos de humanos y Pokémon en medio de un oscuro bosque sin que nadie echase a nadie en falta. Sin embargo, nadie había denunciado desapariciones en todo Kalos durante aquella fecha. Era la palabra de un asesino psicópata contra una tonelada de pruebas y el mismísimo sentido común.
En cualquier caso, aunque Aurelius tampoco sintiese un gran respeto por los Pokémon Legendarios, no podía olvidar que era un empleado de Rey Arceus. Su trabajo era protegerlos de hombres como Maestro, y cobraba una buena suma de dinero por ello. Dinero que le permitía seguir teniendo un lugar en el mundo civilizado. Aquel no era el momento de ponerse a empatizar con un sociópata solo porque Darkrai le hubiese hecho enfadar. Ante todo, su puesto como agente dependía de su profesionalidad. Y era algo que no estaba dispuesto a poner en peligro por culpa de ninguna duda.
Cuando finalmente Aurelius subió levitando por el último tramo de escaleras, se encontró a sí mismo en medio de lo que parecía ser una sala de espera. Era muy similar a la que tenían en el edificio de Ciudad Azafrán; solo que por suerte aquel irritante Sableye de Tiberius se encontraba a algunos miles de kilómetros de distancia. A su derecha, Aurelius podía ver una puerta de metal cerrada con un cartel que prohibía el paso a todo el personal no autorizado. Junto a la puerta, había un pequeño terminal informático que se encontraba empotrado en la pared. Aurelius reconoció aquel dispositivo; era una interfaz que permitía a los Porygon comunicarse con el exterior cuando se encontraban dentro de un sistema informático. En aquella habitación era donde debía encontrarse el servidor que debía proteger para impedir que Maestro accediese a los archivos de la organización.
En su lado izquierdo, Aurelius vio una puerta de madera de doble hoja completamente abierta. Junto a ella, una placa dorada indicaba que era el despacho del director de la sede. Sin dudarlo un segundo, Aurelius atravesó la sala de espera sin dejar de levitar y aterrizó en el suelo junto a la puerta. Tras asegurarse de que su indumentaria cubría cada centímetro de su cuerpo y que su capucha no se había movido y seguía ocultando su rostro, Aurelius entró caminando en aquel despacho.
Aquella habitación no era tan lujosa como el oscuro despacho que Tiberius tenía en Ciudad Azafrán, pero cumplía con el estándar de opulencia de un ejecutivo de Rey Arceus. La habitación estaba lujosamente decorada con muebles de madera de roble. Al fondo, Aurelius alcanzó a distinguir una vitrina de cristal que contenía lo que parecía ser un mueble bar repleto de licores. A ambos lados del mueble, dos ventanas se encontraban tapadas por lo que parecían ser dos cortinas de seda de color roja. En el lado opuesto de la habitación, un enorme televisor de pantalla plana se encontraba convenientemente situado frente a un lujoso sofá de terciopelo de color oscuro. En el centro de la habitación, un imponente escritorio de madera presidía el lugar. Sobre él, en una placa de oro puro podían leerse las palabras "Director General Léonard Laforêt".
Tras el escritorio, sentado sobre un grande y cómodo sillón de oficina, se encontraba un hombre de avanzada edad ataviado con un traje negro. Su cabello era de color blanco, y su rostro estaba marcado con los signos de la edad. A su derecha, un Rotom levitaba a poco más de un metro de altura, emitiendo un zumbido eléctrico continuo y dejando escapar ocasionalmente alguna pequeña chispa que no lograba alcanzar ninguna superficie sólida antes de extinguirse. Ambos individuos dirigieron su mirada hacia Aurelius tan pronto como el agente irrumpió en el despacho.
- Señor Director...- Saludó Aurelius de manera formal.
- Agente Aurelius, ¿verdad?- Preguntó el Director, con una voz que sonaba cansada y débil- No me llame así, por favor. Léonard será suficiente.
Con un aparentemente gran esfuerzo, Léonard se levantó de su sillón y se irguió sobre el escritorio, ofreciéndole su mano a Aurelius para que se la estrechase. Instintivamente, Aurelius retrocedió unos centímetros, sobresaltado ante la invitación de contacto físico. Sin embargo, sabía que sería extremadamente descortés por su parte rechazar el apretón de manos. Tampoco era apropiado que estrechase la mano de aquel hombre a través de las largas y gruesas mangas de su túnica. Necesitaba su plena colaboración para llevar a cabo su plan; podía permitirse ser excéntrico, pero no actuar de forma grosera ante un ejecutivo de la organización. Con un gran pesar, Aurelius tiró con su mano izquierda de la manga de su mano derecha para exponer su mano y corresponder el saludo formal a aquel hombre. El contacto con su arrugada piel le estremeció; pero por fortuna para él, su expresión de disgusto quedó oculta bajo su capucha. Cuando el apretón concluyó, Aurelius se apresuró a devolver su mano derecha al interior de su túnica, ocultándola de nuevo de la vista.
- Interesante- Murmuró Léonard- No tengo muchas ocasiones de estrechar una mano así. Me alegra ver a alguien como usted en un puesto como el suyo.
- Gracias...- Respondió Aurelius con cierta incomodidad- Verá, el caso es que en este momento el tiempo juega en nuestra contra. Necesitaría que nos pusiéramos al día.
- Por supuesto- Asintió Léonard- Una operación de combate en mi propio edificio... Eso sí que es algo que no se ve todos los días.
Lentamente y con cuidado de no caerse, Léonard volvió a sentarse en su mullido sillón. Aurelius no estaba seguro de qué edad tendría aquel humano, pero estaba seguro de que aquel hombre ya había superado con creces su vida útil a nivel profesional. En circunstancias normales, un empleado de esa edad ya debería haberse jubilado. Una leve corriente de aire frío proveniente de una ventana abierta hizo que Léonard se estremeciera levemente, pero el anciano recuperó la compostura y dirigió una mirada firme a Aurelius.
- Siento el incidente con nuestro jefe de seguridad- Se disculpó Léonard- Su carta de despido ya ha sido redactada.
Tras decir aquellas palabras, Léonard señaló con su mano derecha al Pokémon que flotaba en el aire junto a él.
- Por suerte aquí tenemos a un buen empleado. Le presento a Rotom- Dijo Léonard- Él se encarga del mantenimiento del servidor y de la organización del archivo, junto a nuestros Porygon.
- Encantado de trabajar con usted, agente- Saludó Rotom, con una amigable sonrisa en su rostro.
- Estoy seguro de que ustedes dos...- Comenzó a decir Léonard.
El director se detuvo a mitad de la frase cuando volvió a estremecerse a causa del frío. Había empezado a temblar levemente. Aurelius dirigió su mirada hacia la ventana abierta que había justo a la izquierda del mueble bar.
- Quizás debería cerrar esa ventana- Sugirió Aurelius- La temperatura exterior está por debajo de cero.
Rotom giró sobre sí mismo en el aire y dirigió una mirada fulminante hacia aquella ventana abierta de la que hablaba Aurelius. A continuación, volvió a girarse hacia el agente. Su sonrisa había desaparecido y su expresión facial denotaba preocupación.
- Esa ventana no estaba abierta hace un momento- Dijo Rotom.
Mawile miraba con nerviosismo la llama piroquinética que envolvía la mano derecha de Gardevoir. Su compañera ya había bromeado en un par de ocasiones acercándosela. Sin embargo, desde que se habían detenido en aquel mirador, sus ánimos y sus ganas de bromear se habían esfumado. En aquel momento, Gardevoir se limitaba a mantener aquella llama encendida en su mano para calentarse mientras con la otra se apoyaba en una valla de madera hecha de troncos. Tenía la mirada perdida en el horizonte. Maestro estaba junto a ella, mirando en silencio en la misma dirección. Ninguno de los dos se había movido ni había dicho nada desde que habían llegado.
Ya habían pasado casi medio día desde que Greninja se había marchado. Después de unas horas en aquella cafetería, algunos clientes se habían quejado del alboroto que Mawile y Gardevoir estaban armando y habían acabado por echarles. Una vez en la calle, Gardevoir había seguido quejándose del frío y siendo todo lo ruidosa que le apetecía. Sin embargo, mientras paseaban por las gélidas calles de Ciudad Fractal, evitando acercarse al edificio de Rey Arceus, habían acabado llegando a un mirador en una zona elevada situada en la región más periférica al oeste de la ciudad. Desde que habían llegado, tanto Maestro como Gardevoir habían estado contemplando en silencio el Bosque Errantes; que apenas se distinguía como una mancha verde y blanca en la lejanía. Mawile se había limitado a sentarse en la nieve, unos metros detrás de ellos, evitando molestarles en aquel momento. Aunque ella nunca había estado en aquel lugar, era consciente de que ese bosque traía amargos recuerdos a sus compañeros.
- ¿Crees que podría estar allí ésta vez?- Preguntó Gardevoir, rompiendo finalmente aquel tenso silencio- Ayer estuvo en el pantano.
- Nunca ha estado allí cuando hemos vuelto a buscarle- Respondió Maestro con un cierto tono de pesar- No creo que vaya a volver a ese lugar.
Gardevoir dio un golpe con su Puño Fuego a aquella valla de madera mientras agachaba la cabeza. El tronco crujió levemente ante la llama; y comenzó a emitir humo y olor a quemado. Le temblaban los labios, y unas lágrimas habían empezado a brotar de sus ojos, recorriendo su pálido rostro hacia abajo.
- Era tan débil y patética...- Se lamentó Gardevoir- No pude hacer una mierda para proteger a nadie.
Maestro se acercó un poco más a Gardevoir y acercó uno de sus brazos de tela a su rostro con cuidado de no tocar su cuerpo con ninguna de sus partes de acero. Una vez situó su mano bajo el mentón de su compañera, Maestro empujó hacia arriba para alzar su mirada por la fuerza.
- Nada de agachar la cabeza- Le reprendió Maestro- Nunca has sido débil ni patética. Aquel día nos enfrentamos a un monstruo al que veinte años de entrenamiento no bastaron para derrotar. Nadie habría podido hacer una mierda.
Gardevoir dejó escapar una leve risa complaciente mientras apagaba la llama de su mano derecha y acercaba ambas manos a su rostro para limpiarse las lágrimas. Dejó de mirar hacia el Bosque Errantes y se encaró con Maestro.
- Aún después de todo lo que ha pasado... ¿Realmente estarías dispuesto a repetir que no te arrepientes de lo que pasó?- Preguntó Gardevoir.
- No me arrepiento- Repitió Maestro- Fuimos a buscar a una compañera que se había perdido en el bosque. Ninguno de nosotros hizo nada malo. Mewtwo tiene la culpa de todo lo malo que pasó.
- Nuestras vidas habrían sido muy diferentes si no hubiésemos venido a esta maldita ciudad- Dijo Gardevoir- Furfrou no habría muerto, y tú no habrías pasado cuatro meses en el hospital. No habríamos tenido que vivir de esta forma.
Mawile observó sorprendida cómo Maestro se volvía hacia ella y la señalaba con la misma mano de tela con la que acababa de obligar a Gardevoir a alzar la mirada.
- No habríamos conocido a esta pequeña psicópata- Le recordó Maestro.
- Eh, no estábamos hablando de mí- Protestó Mawile.
- Y no habría estado a punto de arrancarte un brazo- Murmuró Gardevoir, dedicando una mirada inquisidora a Mawile, pero esbozando una pequeña sonrisa al hacerlo.
Mawile apartó la mirada de sus compañeros y centró su atención en la nieve que había estado removiendo con la mano mientras estaba sentada. Aunque sabía que Maestro no le guardaba rencor por ello y que Gardevoir no se lo reprochaba en serio, no podía evitar sentirse como una imbécil cada vez que recordaba aquel momento. Maestro le había salvado la vida aquella noche, y ella había intentado desesperadamente matarlo. No tenía excusa; aquello era lo peor que había hecho en toda su vida.
- Es... Es así como yo doy la mano- Se excusó Mawile- Me emocioné un poco de lo contenta que estaba de conoceros.
- Traía buenas noticias...- Dijo una voz familiar detrás de Mawile- Pero ahora me preocupa un poco dártelas.
Al oír aquella voz, Mawile se puso en pié y se dio la vuelta para ver a Greninja. Habían pasado muchas horas, pero ninguno de ellos se había preocupado realmente por si su compañero iba a volver. Sencillamente, el hecho de que pudiera no hacerlo era algo que Mawile ni siquiera se había planteado, a pesar de que sabía que había ido como avanzadilla a observar de cerca lo que sucedía en el edificio de Rey Arceus. Y, tal y como había dado por hecho, a pesar de todo el tiempo que se había tomado en su pequeña excursión, había acabado volviendo. Y no parecía haberlo hecho con las manos vacías. Bajo el brazo, Greninja sostenía lo que parecía ser una especie de tablón de plástico blanco de considerable tamaño.
Greninja dejó caer sobre la nieve aquel tablón, y tanto Maestro como Gardevoir se acercaron más para examinarlo de cerca. Antes siquiera de ver qué era, Mawile no pudo evitar preguntarse cómo había hecho su compañero para lograr sacar del edificio un objeto de ese tamaño. Cuando finalmente dirigió la mirada hacia el tablón, observó que tenía dibujados una serie de complejos dibujos. Sobre ellos, Mawile podía leer las palabras "Plano de Evacuación".
- ¿Es uno de esos planos de evacuación en caso de incendios?- Preguntó Gardevoir- ¿Lo has sacado del edificio de Rey Arceus?
Greninja asintió ante la pregunta de su compañera.
- El archivo se encuentra en la última planta, cerca del despacho del director. Es una zona de difícil acceso- Explicó Greninja- Tienen una red de cámaras de seguridad y una sala de vigilancia en la tercera planta. Y parece que han enviado a dos agentes desde Kanto para hacernos frente.
- Tenías razón después de todo, Maestro- Dijo Gardevoir- Esos malditos agentes...
- Lo suponía- Respondió Maestro- Pero con o sin agentes, lo que necesitamos está ahí dentro. Tendremos que ocuparnos de ellos.
- No todo son malas noticias- Continuó Greninja- Su jefe de seguridad ha desertado, y eso ha provocado un cierto caos. Están desorganizados, es una buena oportunidad que no deberíamos dejar pasar.
Maestro estudió detenidamente la información que Greninja había obtenido. El hecho de que hubiesen enviado agentes desde Kanto indicaba que, en efecto, eran plenamente conscientes de que iban a ser atacados. Por suerte, si su jefe de seguridad había abandonado su puesto y había desertado ante la inminente batalla, eso era un buen indicador de que su personal de seguridad eran combatientes con poca o nula experiencia; poco más que carne de cañón. Siendo ese el caso, los dos agentes serían sus principales amenazas; una vez lograse ocuparse de ellos, el resto debería ser tarea fácil para su equipo. Lo único que resultaba extraño era que Tiberius solo hubiese enviado a dos agentes para detenerle, cuando años atrás había sido mucho más generoso a la hora de enviar asesinos detrás de él.
Sin embargo, incluso si aquellos dos agentes resultaban ser competentes y se convertían en una amenaza a tener en cuenta, Maestro se alegraba de que estuviesen allí. La mayor parte de las actividades que aquellos agentes llevaban a cabo no eran legales. Si Rey Arceus había enviado a aquellos dos asesinos a eliminar a su grupo, aquello significaba que pensaba resolver el problema por su cuenta; sin contar con la ayuda de las fuerzas del orden. No podía culparles por ello; Tiberius sabía mejor que nadie que un enemigo en la cárcel no era más que un cabo suelto que volvería a darle problemas más tarde. En situaciones como aquella, una eliminación discreta era la única opción viable. Sin embargo, por desgracia para ellos, se exponían a recibir el mismo trato.
- Lo malo es que aunque el servidor se encuentre en la última planta... No es tan sencillo como entrar desde el tejado- Dijo Greninja- Sería una buena forma de acabar acorralados allí arriba.
- ¿Un asalto desde la primera planta entonces?- Preguntó Mawile.
- Si les atacamos de frente, dudo que lleguemos hasta la última planta- Respondió Greninja- A pesar de todo, nos superan ampliamente en número.
Maestro dedicó un último vistazo al plano antes de decir nada. El edificio era grande, y estaría bien defendido. Se le ocurrían muchas posibilidades a la hora de defender una estructura así con el personal y recursos de los que disponía su enemigo. Era bastante fácil distribuir a sus tropas elaborando una estrategia reactiva que se adaptase al tipo de asalto que llevase a cabo cualquier intruso. Maestro no dudaba que sus Pokémon eran lo bastante fuertes para imponerse en un combate limpio contra los miembros de Rey Arceus, pero su enemigo no tenía la necesidad de jugar limpio cuando luchaba en su propio territorio. La única forma de obtener una victoria en combate aquella noche, sería lograr antes una victoria a nivel estratégico.
- De acuerdo- Sentenció Maestro- Sé exactamente cómo asaltar este lugar.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top