Capítulo 11: Ultra Ball
Los años posteriores a la pérdida de su familia habían convertido a Mawile en un monstruo. A medida que hacía pasar los recuerdos de Mawile a gran velocidad, Mewtwo presenciaba situaciones sumamente dolorosas y desquiciantes. Aquella pequeña criatura se había visto arrastrada a una espiral de violencia y locura que parecía dispuesta a engullir hasta la última parte de su ser. Cuando los ruidos dejaron de oírse y los asaltantes que asesinaron a su entrenadora se marcharon, Mawile aún tardó horas en decidirse a abandonar la Pokéball en la que se había ocultado. Al salir de su escondite, la escena que presenció la destruyó completamente por dentro. Abandonó aquel edificio mientras corría asustada, llorando mientras esquivaba los charcos de sangre y los cuerpos inertes de los humanos y Pokémon con los que había compartido su vida.
Una vez fuera, despojada de su familia y su hogar, Mawile descubrió lo cruel que podía ser el mundo lejos de la protección de su entrenadora. Vagó por el pantano durante días. Los otros Pokémon le hicieron daño. Su especie era una invasora en el ecosistema local, y ninguno de los habitantes de aquel pantano deseaba un nuevo depredador al que temer. Pero aquella pequeña depredadora era incapaz de cazar; su instinto de supervivencia se había atrofiado debido a la vida llena de comodidades de la que había disfrutado. De no ser por su cuerpo de acero, del que ningún otro Pokémon de aquel pantano era capaz de alimentarse, habría muerto en apenas de un par de días. Sin embargo los Pokémon que le atacaban, incapaces de causarle heridas mortales, se limitaban simplemente a causarle todo el daño que podían antes de huir temerosos de la ira de Mawile. La ira de una pequeña Pokémon completamente inofensiva que no era capaz de entender por qué su mundo se había desmoronado de repente.
De aquella manera tan súbita, Mawile pasó de tenerlo todo a no tener absolutamente nada. La posibilidad de encontrarse con los hombres que mataron su entrenadora y al resto hizo que evitase a toda costa a los humanos; pero los Pokémon del pantano huían o la atacaban al menor contacto con ella. Mawile no solo se había quedado en la más absoluta y dolorosa soledad, sino que el mundo entero parecía haberse declarado su enemigo. Los humanos, los Pokémon, e incluso el propio pantano parecían confabulados para hacerle sufrir. Y más tarde, cuando el hambre comenzó a azotarla, incluso su propio cuerpo parecía dispuesto a intentar matarla.
Sin embargo, contra todo pronóstico, Mawile no murió sola en la oscuridad de aquel maloliente pantano. Mawile logró adaptarse y sobrevivir, pagando como precio por aquella supervivencia su propia cordura. Aceptó que todo el mundo fuese su enemigo y abrazó la idea de que tan solo se tenía a sí misma. Estaba en guerra con el mundo que la rodeaba, y no estaba dispuesta a perder aquella guerra. Durante años, Mawile atacó a cualquier forma de vida que se cruzase con ella. Tiñó de rojo el pantano con la sangre de humanos y Pokémon. Con el tiempo dejó de llorar y volvió a reír. Se engañó a sí misma para creer ser feliz mientras vivía atrapada en aquel tormento personal.
Mewtwo dejó de escrutar aquellos recuerdos. Aquellos años estaban repletos de una sucesión interminable de momentos de extrema violencia y una locura completamente desbocada. Sin embargo, ninguno de aquellos acontecimientos parecía haber marcado especialmente a Mawile. Había atacado sin provocación y había hecho daño a humanos y Pokémon por igual. Se había manchado las manos con la sangre de víctimas que suplicaban por su vida. Incluso había arrancado carne cruda a mordiscos de criaturas que aún seguían con vida. Pero ninguno de aquellos recuerdos, que podrían haber resultado traumáticos para cualquiera, parecían haber importado lo más mínimo al pequeño monstruo en el que Mawile se había convertido. Había vivido una vida dedicada a la crueldad y la violencia, parecía ser que solo había dos momentos más en la vida de Mawile que habían llegado a marcarla. Mewtwo rastreó las emociones de Mawile a través de aquellos recuerdos, y encontró un punto en su memoria que nuevamente parecía marcar un antes y un después en su vida.
El sentimiento que parecía predominar en aquel recuerdo era la vergüenza. Mawile parecía alegrarse mucho de que aquello sucediese, pero no lograba perdonarse a sí misma por lo que había hecho aquella noche. Si bien parecía que aquel evento no había logrado provocar un cambio brusco en Mawile de la misma forma que el asesinato de aquella anciana lo había provocado, con el tiempo Mawile sí que volvió a ser feliz. No una falsa felicidad como la que había tratado de sentir cuando deambulaba sola por aquel pantano, sino la felicidad sincera que podía sentir volviendo a tener un lugar en aquel cruel mundo.
Alrededor de Mewtwo, el recuerdo comenzó a tomar forma. El oscuro pantano que había sido el hogar de Mawile durante más tiempo del que fue capaz de medir comenzó a materializarse a su alrededor. La noche había caído, pero la absoluta oscuridad de aquel tenebroso lugar se había visto profanada. Las tinieblas que se cernían sobre aquella tierra habían sido perforadas por la luz que irradiaba el fuego de las antorchas y algunos Pokémon flamígeros. El aire olía a quemado, y en la distancia podía vislumbrarse el brillo de las hogueras que los cazadores encendían para marcar el terreno. Aquellos hombres y Pokémon no estaban allí por casualidad. La buscaban a ella. Pretendían matar a Mawile para que los ataques en el pantano terminasen de una vez por todas.
Mawile se encontraba tirada en el suelo, hecha un ovillo. Estaba muy asustada, y le dolía todo el cuerpo. Su piel de acero tenía quemaduras visibles por todas partes. Tanto su verdadera boca como la falsa mandíbula de su cornamenta estaban empapadas en sangre. Aquel sabor metálico reconfortaba levemente a Mawile, pero en aquel momento incluso alguien como ella era consciente de la situación actual. No sobreviviría a aquella noche. Sin embargo, había sobrevivido todos aquellos años en aquel infierno gracias a que a pesar de encontrarse en las circunstancias más adversas, nunca había perdido la voluntad de vivir. Incluso teniendo al mundo entero como enemigo, había estado dispuesta a luchar contra él. No tenía nada más que a sí misma y su determinación de seguir viviendo. Incluso aunque en aquel momento docenas de humanos acompañados por Pokémon de tipo Fuego peinaban cada milímetro de aquel pantano buscándola, Mawile no estaba dispuesta a sucumbir sin más.
Poniéndose de nuevo en pie, Mawile dedicó una mirada de satisfacción al cuerpo sin vida que había a pocos metros de ella. Era un hombre adulto, vestido con unas prendas de protección diseñadas para lidiar con algunos Pokémon agresivos. Aquellas protecciones no habían hecho un gran trabajo, ya que el torso y las piernas de aquel cazador se encontraban separados por varios metros de distancia. Las fauces de acero de su cornamenta habían atravesado aquellas placas de armadura y habían partido en dos a su enemigo con suma facilidad. Mawile se relamió la sangre de sus labios metálicos mientras fijaba la vista en la garganta abierta de su enemigo. Incluso con la mitad de su cuerpo separado del resto, aquel hombre la había rociado con un pequeño lanzallamas portátil. Antes de que lograse hacerle más daño, Mawile se había apresurado a rematarlo arrancando un buen trozo de carne de su yugular con sus propios dientes.
Sin embargo, aquello era difícil de considerar como una victoria. Aquel cazador había llegado acompañado por un enorme Camerupt que había hecho mucho daño a Mawile. Aún le dolían los poderosos golpes que aquel Pokémon le había asestado, y sus llamas habían dejado marcas al rojo vivo en su piel de acero. Aquel no había sido un rival al que Mawile habría podido vencer limpiamente de ninguna forma. Con cierta inseguridad, Mawile se giró hacia una oscura y profunda poza de agua enfangada. El agua aún burbujeaba, y a juzgar por el fétido olor que despedía, aún seguía muy caliente. Cuando Mawile logró tenderle una trampa y hacerlo caer al interior de aquella charca, el poderoso Camerupt que estaba a punto de lograr acabar con ella luchó con todas sus fuerzas para no hundirse. Sin embargo, ni fue capaz de salir de allí, ni fue capaz de evaporar a tiempo todo aquel volumen de agua con sus llamas. Aquel enorme Pokémon se hundió en el fango, y sus llamas se apagaron para siempre. Tan solo su calor corporal había sido suficiente para hacer que toda la charca hirviese, pero incluso aquel calor comenzó a desvanecerse cuando el Pokémon se ahogó. Era posible que el fuego fuese su perdición, pero Mawile llevaba años luchando en aquel pantano; sabía cómo aprovechar el agua de su alrededor para obtener ventaja en el combate. Los años de lucha constante la habían vuelto muy fuerte, pero la fuerza no bastaba para sobrevivir como lo había hecho ella. Pocos Pokémon eran capaces de igualar la astucia y capacidad de juego sucio que Mawile había desarrollado.
El sonido de unos pasos avanzando en su dirección puso en guardia a Mawile. Un nuevo cazador se acercaba hacia ella. Uno bastante torpe, a juzgar por el ruido que hacía al caminar. Si bien los otros humanos con los que se había encontrado procuraban avanzar de la forma más silenciosa posible en un intento de sorprenderla con la guardia baja, aquel nuevo oponente iba pisando ramas y haciendo ruido al caminar sin el más mínimo miramiento. Era como si le diese absolutamente igual renunciar a aquel factor sorpresa; como si no tuviese absolutamente nada que ocultar. Mawile pensó en aprovechar la oportunidad para escapar que se le había presentado. Había logrado detectar a tiempo a su enemigo, y en aquel momento sus heridas le dolían demasiado como para poder luchar a pleno rendimiento. Huir parecía ser la opción más sensata. Sin embargo, Mawile sabía que aquellos cazadores solo se detendrían cuando lograsen acabar con ella. Aunque fuese una locura, la única opción de supervivencia que tenía era lograr matarlos a todos antes de que ellos la matasen a ella. Si huía en aquel momento, el enemigo al que ya había detectado podría sorprenderla más adelante. Apretando los dientes y tratando de ignorar el dolor en la medida posible, Mawile se encaró con la dirección de la que provenía el sonido y se preparó para ser atacada de nuevo.
Un hombre de aspecto siniestro emergió de entre las sombras, apartando a su paso las ramas de un arbusto que dificultaban su avance. Aquel humano no se parecía en nada a los otros cazadores. Vestía una larga gabardina negra, y no parecía llevar ninguna clase de protecciones corporales. Mewtwo no tardó en reconocer aquella figura. En aquel momento comprendió por qué aquel recuerdo significaba tanto para Mawile. Aquella noche, en aquel oscuro pantano, empapada en barro y sangre mientras las llamas la rodeaban, conoció a Maestro; el hombre que llenaría el gran vacío en el que se había convertido su vida.
Maestro echó un vistazo rápido a la escena que se encontraba ante él. Su mirada no se detuvo ni un solo segundo cuando vio el cadáver despedazado de aquel hombre, pero se clavó en Mawile tan pronto como la vio en medio de aquella truculenta escena.
- Así que... ¿Es a ti a quien buscan?- Preguntó Maestro, hablando en realidad consigo mismo- No eres lo que esperaba, la verdad.
Mawile examinó con cautela al humano que había aparecido ante ella. Habían sido muchos los que la habían subestimado por su tamaño y su aspecto, pero pocos de los que habían cometido aquel error habían vivido para contarlo. Sin embargo, a pesar de sus palabras, podía percibir que Maestro no la estaba subestimado lo más mínimo. Aquel hombre había comenzado a caminar lentamente a su alrededor, como un depredador acorralando a su presa, pero no estaba cometiendo el error de acercarse imprudentemente. Maestro mantenía en todo momento una distancia de seguridad que le permitiese reaccionar a tiempo si Mawile le atacaba. A pesar de la escasa profesionalidad de aquel oponente, y del hecho de que no parecía llevar ninguna clase de arma incendiaria, el instinto de supervivencia de Mawile de advertía del peligro que suponía enfrentarse a ese hombre. Aquella forma de renunciar a la ventaja del sigilo y esa actitud relajada mientras mantenía alta su guardia era la forma de actuar de alguien seguro de su propia fuerza; alguien que ni siquiera consideraba la posibilidad de derrota. Aquel humano era un enemigo mucho más peligroso que los otros a los que se había enfrentado aquella noche.
- Dicen que eres fuerte y peligrosa- Elogió Maestro, mientras se acercaba un par de pasos más hacia Mawile, manteniendo la prudencia- Pero se acabó para ti. No puedes salir de esta. Son demasiados y no pararán hasta reducirte a cenizas.
Maestro acortó un poco más las distancias mientras se llevaba su mano derecha al interior de la gabardina. Mawile adoptó instintivamente una postura de guardia dando la espalda a Maestro para interponer entre ambos las enormes fauces metálicas de su cornamenta. Girando el cuello para lograr mantener el contacto visual con su oponente, Mawile observó qué era lo que Maestro acababa de extraer del interior de su atuendo. Se trataba de una Pokéball. La parte blanca se había manchado levemente de un líquido carmesí cuando Maestro la sostuvo en su mano. En ese momento Mawile se percató de un detalle que le había pasado inadvertido hasta aquel momento. Las manos de aquel humano estaban enfundadas en el interior de unos guantes de cuero negro, pero tanto el guante derecho como la manga derecha de aquella gabardina estaban empapados en sangre fresca.
Agachándose levemente para ponerse a la altura de Mawile, Maestro le mostró aquella Pokéball vacía sobre su mano abierta. Aunque aquel acto confundía a Mawile sobre las intenciones de aquel humano, lo único que tenía en mente en aquel momento era aprovechar una buena oportunidad para matar de un solo golpe a aquel nuevo enemigo que había aparecido de entre las tinieblas. Ella era una maestra del juego sucio. No le importaba la artimaña que aquel hombre estuviese preparando; no pensaba caer en su trampa. Su vida, lo único que tenía, estaba en juego.
- No luchas por sobrevivir simplemente, ¿verdad?- Preguntó Maestro- No matas por cuestiones de supervivencia. Te gusta herir a los demás, ¿verdad?
Maestro avanzó un poco más mientras permanecía agachado y Mawile flexionó sutilmente su cornamenta, intentando aparentar tener menos alcance de ataque del que en realidad tenía. Con suerte lograría que aquel hombre se acercase demasiado y pagase por aquel fatídico error.
- No tengo ningún problema con ello- Le dijo Maestro- Quizás los que te persiguen no sepan apreciarlo, pero tienes talento. Mira a tu alrededor. Tú sola has puesto en jaque a Ciudad Romantis. Mira lo que les has obligado a hacer.
Mawile no pudo evitar dirigir una fugaz mirada al horizonte. Aunque la zona en la que ambos se hallaban aún se encontraba sumida en la oscuridad y tan solo los escasos rayos de luna que lograban atravesar las ramas de los árboles les iluminaban, cada vez podía ver en el horizonte más puntos luminosos. Los cazadores encendían cada vez más y más hogueras controladas para marcar e iluminar el terreno. Debido a la humedad del ambiente, era difícil encender hogueras, pero gracias a la ayuda de los Pokémon de tipo Fuego, seguía siendo posible incluso en aquellas circunstancias. Existiendo un riesgo de incendio tan insignificante, encender hogueras era una buena decisión estratégica. Radical, pero inteligente. De esa forma las áreas en las que Mawile podía actuar bajo el amparo de la oscuridad eran cada vez menores, y su debilidad ante las llamas podía jugarle una mala pasada luchando junto a aquellas hogueras. Realmente, aquel hombre tenía razón. Los humanos que vivían al norte del pantano, en aquella ciudad, debían de estar realmente desesperados por darle caza.
- Ven conmigo- Le ofreció Maestro- Yo estoy cazando a un monstruo. Uno de verdad, que realmente merece morir. Canaliza esa violencia hacia algo positivo. Suma tu talento a mi causa, y yo te salvaré de esta locura.
Maestro dio un paso más tratando de mostrar aquella Pokéball vacía a Mawile y hacerla entrar en razón. Sin embargo, en aquel momento Mawile vio la apertura en la guardia de su oponente que había estado esperando. Con un rápido y repentino movimiento, Mawile se abalanzó contra Maestro con sus enormes fauces metálicas por delante, lanzando una mortífera dentellada. Los enormes colmillos de acero de su cornamenta se cerraron, y Mawile sintió como algo crujía entre ellos. Su estrategia había resultado; había logrado arrancar el brazo a aquel humano. Rápidamente, Mawile se giró para ver el resultado de su ataque.
Aquel hombre se encontraba en pie, unos metros más atrás de lo que se encontraba hacía escasos segundos. Aún seguía de una pieza, y no parecía tener herida alguna. Mawile abrió de nuevo sus enormes mandíbulas de acero y escupió el objeto crujiente que había estado masticando. Aquel crujido no eran los huesos de Maestro siendo triturados. Lo que cayó al suelo fangoso de aquel pantano era un objeto metálico deformado por la presión que la cornamenta de Mawile había ejercido sobre él. Sus colores blanco y rojo revelaban que lo que había estado masticando era la Pokéball que aquel hombre sostenía con su mano ensangrentada. En aquel momento, Mawile sintió como su pulso se aceleraba. Su ataque sorpresa había resultado en un estrepitoso fracaso, y su oponente había resultado ser mucho más competente de lo que había estipulado en un principio. A lo largo de la noche, había tenido que librar varios combates a muerte, y había sentido miedo. Sin embargo, en aquel momento sentía un pánico incomparable a nada que hubiese sentido antes. Aquel oponente la superaba por mucho. Había llegado el fin; en seguida llegaría el contraataque de su enemigo, y lo único que podría hacer entonces sería morir.
Mientras volvía a meter la mano dentro de su gabardina para extraer algo de su interior por segunda vez, Maestro dedicó una nerviosa mirada hacia el horizonte. Un grupo de nuevas hogueras acababa de encenderse. Cada vez se encendían más cerca de donde se encontraban. Era cuestión de tiempo que les encontrasen.
- Lo siento, pero la decisión ya está tomada. Vas a formar parte de mi equipo, Mawile- Sentenció Maestro- Me gustaría que pudiésemos tomarnos las cosas con más calma, pero no tenemos tiempo.
Maestro cogió una de las Pokéball de su cinturón y la lanzó junto a él. En medio de un destello de luz roja, la figura de Gardevoir se materializó entre Maestro y Mawile. Cuando emergió del interior de aquella esfera, Gardevoir echó un rápido vistazo a sus alrededores, antes de centrar su atención en la pequeña criatura metálica que se encontraba ante ella. Sin embargo, no tardó en bajar la mirada hacia el suelo y fruncir el ceño en una mueca de desagrado. El suelo fangoso de aquel pantano era extremadamente blando, y sus puntiagudas piernas habían comenzado a hundirse en aquel repugnante fango. Olvidándose de su oponente, Gardevoir dirigió una mirada inquisidora a Maestro, quien en seguida reparó en cómo su compañera comenzaba a hundirse lentamente hasta las rodillas en aquel lodo.
- Lo siento- Se disculpó Maestro- Ya lo arreglaremos luego. Ahora tenemos un poco de prisa, por si no lo has notado.
Gardevoir dejó escapar un leve suspiro mientras comenzaba a elevarse lentamente a medida que comenzaba a ganar altura levitando sobre el barro y se encaraba con su oponente. A continuación, dedicó a Mawile una escalofriante sonrisa.
- No te lo tomes como algo personal, pequeña- Se disculpó Gardevoir, hablando con su propia voz- Es por tu propio bien.
Sin tratar de disimular lo más mínimo cuánto estaba disfrutando de aquel momento, Gardevoir emitió una potente descarga de energía psíquica que lanzó a Mawile por los aires. A continuación, impidió que Mawile cayese al suelo del pantano sosteniéndola en medio del aire mediante su Telequinesis e hizo levitar un grupo de enormes rocas a su alrededor. Una vez Mawile estuvo inmovilizada entre docenas de rocas casi tan grandes como ella misma, Gardevoir desató todo el poder de su Psicocarga golpeándola repetidamente con ellas. Aunque aquel ataque habría bastado para hacer pedazos a casi cualquier criatura, el cuerpo de Mawile era lo suficientemente duro como para permanecer de una pieza y resistir aquellos golpes. Cuando hasta la última de aquellas rocas se redujo a gravilla golpeando el cuerpo de acero de Mawile, Gardevoir volvió a emitir otra descarga de energía psíquica y lanzó a su rival contra el grueso tronco de un viejo sauce del pantano. La fuerza del impacto fue suficiente como para astillar la madera, y el maltratado cuerpo de Mawile cayó en medio de las prominentes raíces del árbol como un peso muerto.
Mawile se esforzó por ponerse en pie y no gritar de dolor. Su cuerpo, que ya había sufrido la mortífera caricia de las llamas, había resistido aquellos devastadores ataques, pero no sin pagar un doloroso precio. Su piel de acero aún sentía el dolor de las quemaduras recientes, y aquella piel quemada había sido brutalmente golpeada por aquellas rocas. Mawile miró a Gardevoir con una expresión aterrada y confusa. Nunca antes había visto a un Pokémon como ella. No se parecía en nada a los Pokémon que habitaban aquel pantano, ni tampoco a los Pokémon de tipo Fuego que los cazadores habían traído para matarla. Su aspecto era frágil; su cuerpo irradiaba debilidad. Sin embargo, era capaz de mantenerse suspendida en el aire sin tener nada parecido a unas alas, y había sido capaz de hacerle todo aquel daño sin necesidad siquiera de tocarla. Pero a pesar de todo el poder que aparentaba tener la extraña criatura a la que se enfrentaba, lo que Mawile más temía era su rostro de piel blanca y ojos rojos. Mientras Gardevoir lanzaba contra ella aquellos ataques destinados a herirla, su rostro exteriorizaba placer y diversión. Estaba disfrutando del hecho de hacerle daño. Mawile conocía muy bien aquel macabro sentimiento. Era consciente de lo que ella misma le había hecho a las víctimas a las que había dado caza en aquel pantano, y la idea de sufrir el mismo destino a manos de otra criatura le causaba una extrema aversión.
Por un momento, Mawile consideró la posibilidad de escapar. Era consciente de que no había escapatoria realmente y de que aquello no se acabaría hasta que muriese o lograse acabar con todos sus perseguidores; sin embargo su rival no era nada a lo que se hubiese enfrentado antes. Gardevoir empleaba en combate una fuerza que Mawile no lograba comprender. Escapar y retrasar lo inevitable, esperando alguna clase de golpe de suerte o milagro, parecía ser la única idea sensata. Sin embargo, Mawile no tardó en descartar aquella idea. Si trataba de huir de Gardevoir, tendría que atravesar un terreno angosto repleto de rocas, raíces, fango y masas de agua; todo ello mientras era perseguida por una enemiga capaz de levitar que podía atacarle sin necesidad de tocarla. Por mucho miedo que tuviese, y por muy segura que fuese la derrota, escapar sencillamente no era una alternativa viable. Sus únicas opciones eran buscar la forma de derrotar a su extraña enemiga, o sencillamente morir luchando.
Mientras Mawile trataba de acortar distancias con Gardevoir, manteniéndose a duras penas sobre sus doloridas piernas, sintió como nuevamente perdía el suelo bajo sus pies. Sin poder evitarlo de ninguna forma, volvió a alzarse involuntariamente en el aire por la acción de la Telequinesis de su enemiga. Mawile forcejeó todo lo que pudo para tratar de liberarse de aquella extraña fuerza, pero era sencillamente inútil. Se encontraba suspendida en el aire, lejos de suelo, los árboles o cualquier superficie que pudiese servirle como punto de apoyo. Lo único que lograba moviéndose frenéticamente de aquella forma era seguir castigando su malherido cuerpo.
- Algún día recordarás este momento y te lamentarás por haberte comportado como una estúpida- Reprochó Gardevoir, mientras se acercaba lentamente a Mawile- ¡Deja de resistirte!
Una nueva fuerza telequinética volvió a actuar sobre Mawile y la hizo estrellarse brutalmente contra el mismo sauce de antes. Este nuevo impacto volvió a dañar el tronco del viejo árbol, haciendo que en aquella ocasión el árbol se colapsase y se partiese en dos, incapaz de sostener el peso de sus enormes ramas con aquel tronco severamente castigado. Mawile tuvo mejor suerte que aquel viejo árbol y siguió entera tras aquel contundente golpe; pero a diferencia del sauce, ella era capaz de sentir y exteriorizar dolor. Había tratado de permanecer firme en todo momento a pesar del daño recibido, pero era incapaz de continuar con aquella farsa. Cuando volvió a caer sobre las nudosas raíces del árbol que acababa de talar a golpes con su propio cuerpo, Mawile dejó escapar un agónico grito de dolor. Sus ojos metálicos empezaron a llorar ante la impotencia que sentía en aquel momento. Las quemaduras de su piel, severamente golpeadas, le producían el mayor dolor que había sentido en toda su vida. Los golpes que había recibido le habían causado daños de los que no era capaz de reponerse. Incluso el simple hecho de respirar le hacía sentir dolor. Y lo peor de todo era que, aunque tratase de hacer un esfuerzo final, ignorar todo aquel sufrimiento, y volver a ponerse en pie, tampoco le serviría de nada en absoluto. Ni siquiera era capaz de enfrentarse de forma digna a aquella enemiga.
Mawile trató de volver a ponerse en pie, pero sus brazos le fallaron mientras trataba de apoyarse en ellos y volvió a caer lastimosamente sobre el fango del pantano. Había llegado a su límite. Aquello era todo lo que ella era capaz de hacer; le resultaba imposible ir más allá. Finalmente, había sucumbido. Su enemiga la había derrotado, y lo único que podía hacer en aquel momento era mirar con impotencia como se acercaba levitando hacia ella con aquella siniestra sonrisa. Lo único que podía hacer era esperar el golpe de gracia y consolarse a sí misma sabiendo que todo acabaría pronto.
Gardevoir terminó de recorrer la distancia que la separaba de Mawile y examinó a su rival de cerca. Su sonrisa no tardó en desaparecer, y su sádica expresión se convirtió rápidamente en una mirada preocupada. Mawile le devolvía la mirada desde el suelo con una expresión dolorida, sin moverse lo más mínimo. Finalmente se había rendido y había dejado de luchar.
- Está bien... Puede que me haya excedido un poco- Admitió Gardevoir, con cierta incomodidad- Tranquila, en seguida acabará todo.
Gardevoir apartó la mirada de Mawile y se giró hacia Maestro. Mantuvo la mirada hacia su entrenador mientras guardaba silencio durante un momento. Mewtwo supuso que Gardevoir debió comunicarle a su entrenador algo mediante telepatía; algo que Mawile fue incapaz de oír. Acto seguido, Maestro comenzó a avanzar lentamente hacia ellas, hundiendo sus sucias botas en aquel repugnante fango a cada paso que daba.
Mawile mantuvo la mirada fija en la espalda de Gardevoir. Aquel era el hueco en su guardia que había estado esperando durante todo el combate, pero en aquel momento estaba demasiado dolorida como para seguir luchando. En mejores circunstancias, habría sido capaz de aprovechar aquella oportunidad para asestarle a aquella criatura un golpe letal. Sin embargo, aunque en aquel momento Mawile solo era la sombra de lo que solía ser, aquella era una oportunidad que sencillamente no podía dejar pasar. Haciendo un último esfuerzo final, Mawile alzó su pesada cornamenta y dio un débil golpe a Gardevoir con su Cabeza de Hierro.
Aquel ataque habría sido demasiado débil como derrotar a ningún oponente, pero Gardevoir dejó de levitar y cayó al barro mientras gritaba de dolor. Su piel blanca se enrojeció por la dolorosa quemadura que sufrió al contacto con el cuerpo de acero de su rival. Mawile no estaba muy segura de entender qué había sucedido. El golpe había sido demasiado débil como para causar daños significativos incluso a un Pokémon con una constitución tan frágil como ella. Sin embargo, no parecía ser el golpe lo que la había hecho gritar de dolor. Donde su cornamenta de acero la había tocado, había aparecido una enorme herida parecida a una quemadura. Aunque Mawile no lograba entender la causa de aquel fenómeno, sí que había logrado comprender lo que sucedía. El contacto con su cuerpo hería a Gardevoir. No la había quemado porque su cuerpo aún estuviese caliente por los ataques flamígeros de aquel Camerupt; había sido el simple hecho de tocar su cuerpo de acero. Aquello le daba una ventaja decisiva en aquel combate.
Animada por haber descubierto la debilidad de su enemiga, Mawile logró dejar de pensar en el dolor que sentía y alzarse de nuevo. Aquella Pokémon que le había hecho tanto daño se retorcía de dolor tirada en el asqueroso fango de aquella apestosa ciénaga. Solo hacía falta un último esfuerzo; un último golpe, y habría vencido. Mawile alzó una vez más su cornamenta y abrió completamente sus colosales fauces metálicas. Sus piernas sufrieron por la carga adicional que suponía alzar aquella masa de acero que formaba parte de su cuerpo, pero la expectación que sentía ante el inminente asesinato la hizo olvidar el dolor. Si mataba finalmente a aquella criatura, ya solo le quedaría lidiar con el humano que la acompañaba, pero era imposible que fuese más terrible enfrentarse a él que a aquella Pokémon. La victoria era inminente.
Mawile lanzó una última dentellada con la mandíbula de su cornamenta. Sus dientes se cerraron y, en aquella ocasión, pudo sentir como se hundían en carne. Pudo sentir como aquellos enormes colmillos metálicos mordían carne, llegaban hasta el hueso y lo hacían pedazos. Incluso estando malherida, Mawile reunió fuerzas para esbozar una leve sonrisa. En aquel momento la satisfacción y regocijo la inundaban. Había tenido que sufrir mucho para vencer a aquella enemiga, pero finalmente la victoria era suya. Una vez más contra todo pronóstico, había sobrevivido.
Había dejado de oír gritar a Gardevoir. Aquello no fue algo que le pareciese extraño en un principio. Lo normal cuando mataba a alguien siempre era que dejase de gritar. Sin embargo, también era normal que dejase de moverse. Pero lo que tenía atrapado entre sus fauces metálicas aún forcejeaba y se movía. No tenía sentido que, si Gardevoir seguía con vida, dejase de gritar al recibir aquel ataque. No solo su carne y sus huesos habían sido destrozados; también debía de estar quemándose por el contacto con el acero de su cornamenta. Aquel debía de ser el mayor dolor que una criatura viva sería capaz de sentir. Era imposible que se moviese pero no gritase.
- ¡Maestro!- Gritó Gardevoir con una voz angustiada.
Sabiendo que algo no iba bien, Mawile se giró lenta y precavidamente para observar qué había mordido con la mandíbula de su cornamenta. Gardevoir se encontraba tirada sobre el fango, mirando fijamente hacia Mawile. Al margen de su quemadura, parecía encontrarse totalmente intacta. A pesar del dolor que parecía haber sentido hacía tan solo unos segundos, Gardevoir se puso en pie. Apretaba los dientes, y su rostro exteriorizaba auténtica rabia.
- ¡Estás muerta!- Gritó Gardevoir- ¡Voy a matarte, grandísima...!
- Silencio- Interrumpió Maestro- Estoy bien.
Volviendo a sentir el miedo del que se había olvidado, Mawile observó finalmente qué había mordido con sus fauces de acero. Maestro se había interpuesto entre Gardevoir y Mawile y había recibido el ataque en sus propias carnes. El brazo derecho de Maestro se encontraba casi completamente dentro de las mandíbulas metálicas de Mawile, doblado en un ángulo imposible. A pesar de los horribles daños que había recibido en su propio cuerpo, Maestro aún mantenía una expresión serena y tranquila.
- Siento que las cosas hayan tenido que salir así- Se disculpó Maestro.
Mawile observó cómo Maestro sostenía firmemente un objeto en la mano que tenía libre e intacta. Aunque ella fue incapaz de reconocer aquella esfera, Mewtwo sí que fue capaz de identificarla como una Ultra Ball. Las fuerzas renovadas que Mawile había encontrado al creer que podía vencer se desvanecieron, y la pequeña criatura metálica se desplomó sobre sus rodillas. Cuando Maestro lanzó la Ultra Ball contra ella, ni siquiera se esforzó por resistirse ante la inmensa capacidad de captura de aquella esfera. Para ella, ya no merecía la pena seguir luchando.
En el instante en el que la Ultra Ball de Maestro absorbió a Mawile, ésta cesó en sus esfuerzos por mantenerse en pie y perdió la consciencia. Cuando todo a su alrededor se oscureció, Mewtwo se apresuró a revisar con nerviosismo los recuerdos inmediatamente posteriores de Mawile. Comenzó a visualizar momentos elegidos casi completamente al azar de los próximos meses de la vida de aquella Pokémon. Sorprendentemente, aunque tuvo que superar algunas pequeñas dificultades, Mawile se adaptó muy rápido a su nueva vida como miembro del equipo de Maestro. Durante los primeros días le resultó difícil confiar en su nuevo entrenador. También era incapaz de mirar a la cara a Gardevoir. Aunque ninguno de los dos se comportaba de forma hostil hacia ella, tanto el humano como la Pokémon le hacían recordar el terror que había sentido enfrentándose a ellos aquella noche en el pantano.
Su actitud violenta también había supuesto un gran problema. Una de las mayores dificultades a las que se tuvo que enfrentar Maestro fue enseñar a Mawile a diferenciar un enfrentamiento amistoso de un combate a muerte. Durante los duros años que Mawile había pasado sobreviviendo en aquel oscuro cenagal, todo se reducía a matar o morir. Sin embargo, las cosas resultaron ser mucho más complejas fuera del pantano. Había momentos en los que Maestro esperaba de su equipo que tiñese el suelo de rojo con la sangre de sus enemigos; pero también había momentos en los que se debía evitar causar heridas graves a un oponente. A Mawile no le gustaba contenerse luchando. Ella disfrutaba de la sensación de hacer daño a los demás. Una victoria no era completa hasta que no sentía en su paladar el sabor de la sangre de su enemigo. Sin embargo, aquel regocijo derivado de la muerte ajena que solía sentir fue viéndose desplazado poco a poco por un sentimiento aún más poderoso. A pesar de su actitud sádica y desquiciada, Mawile no era estúpida; sabía perfectamente lo que Maestro había hecho por ella. Le había salvado la vida arriesgando su propia integridad física; y además le había permitido formar parte, no de su equipo, sino de su familia. Mawile no se había sentido tan feliz desde los años que pasó viviendo con su anterior entrenadora. Con el tiempo, el escepticismo y el miedo que sentía acabaron convirtiéndose en admiración hacia Maestro. Tal llegó a ser su devoción hacia su nuevo entrenador, que la ambición de ganarse su aprobación había acabado por eclipsar completamente el sádico placer que sentía al matar. Lo único que realmente importaba a Mawile era obtener reconocimiento por parte de Maestro; sin importar si para ganárselo debía contenerse y no herir a su rival o si debía de hacer pedazos a alguien con sus fauces de acero.
Mewtwo no estaba segura de si Maestro había sido realmente una buena influencia para Mawile. Aquel hombre no había hecho realmente nada por poner fin a la locura y sed de sangre de aquella Pokémon; simplemente las había puesto a su propio servicio. Aunque había sido domesticada, detrás de su infantil sonrisa Mawile seguía siendo el mismo monstruo que había sido todos aquellos años. Nada había cambiado en realidad. Mawile seguía dándose un festín con la sangre de los inocentes; solo que ahora sus víctimas eran los humanos y Pokémon a los que su entrenador consideraba enemigos. Lo peor era que Maestro, a ojos de Mawile, no se veía como simplemente un entrenador o un padre. Mawile realmente llegó a considerar a Maestro una especie de deidad personal. Mewtwo ignoraba si aquella devoción era fruto de haber sido salvada por aquel hombre o si realmente Mawile era tan infantil y echaba tanto de menos una figura paterna que no era capaz de controlar sus propias emociones. Fuera como fuese, Mawile nunca había dudado lo más mínimo acatando las órdenes de Maestro, sin importar cuanta sangre tuviese que derramar ni las circunstancias de aquella violencia.
Cuanto más profundizaba en los recuerdos de Mawile, Mewtwo estaba cada vez más convencida de que aquella pequeña criatura de acero estaba sencillamente loca. Vivía en un pequeño mundo personal muy distante del mundo real. Un mundo en el que era feliz y que no se esforzaba en tratar de comprender. Mewtwo empezaba a albergar cada vez más dudas sobre la posibilidad de encontrar respuestas en el interior de una mente tan retorcida. Incluso si Mawile había presenciado algún acontecimiento relevante, era posible que el recuerdo se encontrase dañado o distorsionado por su peculiar visión de la realidad. No obstante, incluso tratándose de una mente como la de Mawile, aquella seguía siendo su mejor opción. Ella era lo más parecido a un testigo que tenía.
Sin embargo, a pesar de lo dudosa que resultaba toda aquella información, había un detalle en aquel recuerdo que había captado el interés de Mewtwo. Poniendo especial atención a las palabras de Maestro, Mewtwo volvió a proyectar ante sí un fragmento del recuerdo que acababa de ver.
- Yo estoy cazando a un monstruo...- Volvió a decir Maestro.
Mewtwo escuchó de nuevo aquellas palabras mientras la desesperación se empezaba a apoderar de ella. Volvió a repetir la proyección de todo el recuerdo, tratando de buscarle una interpretación diferente a aquella sencilla frase. Sin embargo, por más que hacía a Maestro repetir aquellas palabras y trataba de leer entre líneas y tergiversar sus frases, su mensaje estaba más que claro. Antes de conocer a Mawile, Maestro ya la perseguía.
Tratando de mantener la calma y negándose a tirar la toalla, Mewtwo se apresuró a rastrear de nuevo un recuerdo a través de los vínculos emocionales de Mawile. Había una gran acumulación tanto de felicidad como de angustia en torno a un último recuerdo más reciente. Un recuerdo que había supuesto el último gran cambio en la vida de Mawile. Aquel recuerdo era la última esperanza de Mewtwo de encontrar una prueba de su inocencia o culpabilidad; de comprobar si ella tenía razón, o si la tenía Maestro. De manera precipitada y sin pensárselo dos veces, Mewtwo inició la proyección de ese último recuerdo. Sin embargo, a pesar de todo lo que ya había visto, no estaba ni remotamente preparada para contemplar lo que estaba a punto de ver.
Tan pronto como el recuerdo comenzó a materializarse a su alrededor, un sentimiento de angustia comenzó a apoderarse de Mewtwo. Una angustia que ponía en peligro su buen juicio y su capacidad de autocontrol. Rápidamente, apenas unos segundos después de iniciarla, Mewtwo detuvo la proyección del recuerdo. En el mismísimo instante que había visto como el bosque alrededor de la Cueva Celeste había comenzado a materializarse a su alrededor, Mewtwo supo lo que había estado a punto de ver. Iba a contemplar ante sus ojos como Mawile asesinaba a docenas de Pokémon a los que ella había considerado sus amigos; y se iba a ver a sí misma rompiéndole el cuello a Maestro. Conocía perfectamente el contenido de aquel recuerdo, y sabía que no tenía nada nuevo que aportarle en aquella situación. Lo único que podría lograr volviendo a rememorar aquella escena era sentir dolor y arriesgarse a enfadarse con Mawile. Sabía que aquella Pokémon era un monstruo que asesinaba a sangre fría sin dudarlo; y pese a ello no tenía intención de quitarle la vida. Pero si volvía a ver cómo ella y Gardevoir asesinaban de aquella forma a su amigo Alakazam, tomar la decisión de perdonarle su miserable vida a aquella pequeña bastarda iba a resultarle mucho más difícil. No quería matar a Mawile en un arrebato de ira y tener que cargar con su muerte en su conciencia de la misma forma que lo hacía con la de Maestro.
Desechando de mala gana aquel desagradable recuerdo, Mewtwo comenzó a proyectar momentos al azar de la vida de Mawile pertenecientes a los años anteriores a su encuentro en la Cueva Celeste. Ya había renunciado a encontrar las respuestas que buscaba en la mente de Mawile, pero se aferraba a un pequeño rayo de esperanza. Si al menos era capaz de encontrar cualquier clase de pista en los recuerdos de Mawile que le indicase cual debería ser el próximo paso en su investigación, entonces todo aquello no habría sido una completa pérdida de tiempo. Si Mawile no tenía la información que buscaba, quizás supiera de alguien que sí que la tuviese.
Lucius apretaba con nerviosismo el botón para llamar al ascensor. A pesar de que ya habían pasado algunas horas desde el inicio de la jornada laboral, las oficinas centrales de la organización Rey Arceus eran inoportunamente bulliciosas incluso a aquella hora. Según le había parecido oír a algunos empleados, un avistamiento de Ho-Oh en Johto había generado mucho papeleo. La organización estaba teniendo que silenciar a los medios de comunicación y sobornar a algunos testigos para evitar que se difundiera el rumor. Lucius no sabía si el avistamiento había sido real o no; y no le sorprendería si no fuesen más que falacias lanzadas al aire. Pero sin embargo todos parecían muy ocupados tratando de hacerlo parecer lo más irreal posible. Rey Arceus había asumido desde hacía años el compromiso de proteger a los Pokémon legendarios de los ambiciosos intereses de la humanidad. Incluso sin disponer de la certeza absoluta de que Ho-Oh podría verse remotamente amenazado, la organización no dejaría nada abandonado al azar.
Sin embargo, Lucius veía la situación desde otro punto de vista. Mientras miraba a su alrededor y veía cómo los humanos y Pokémon que trabajaban en aquel enorme edificio en el centro de Ciudad Azafrán corrían de un lado para otro presas del pánico, como si el mundo fuese a terminar aquel mismo día; lo único que Lucius era capaz de pensar era que todos ellos eran estúpidos. Incluso aunque el avistamiento de Ho-Oh hubiese sido real y no el fruto de alguna clase de delirio o confusión, aquello no significaba nada en absoluto en realidad. Aquel Pokémon legendario no iba a ser capturado sin más por el simple hecho de que se corriese el rumor sobre su localización. Tampoco nadie iba a morir o salir herido persiguiendo a un ave legendaria que no se dejaría ver ante ningún entrenador si esa no es su voluntad. Todo aquel asunto solo servía para que la organización Rey Arceus pareciese ser más importante y estar más ocupada de lo que realmente era y estaba. Toda aquella farsa no hacía más que ponerle enfermo.
Las puertas del ascensor se abrieron y una mujer uniformada que sostenía un Holomisor portátil salió a toda prisa de él, empujando a Lucius y haciendo que la carpeta azul que sostenía nerviosamente en sus manos se le cayese al suelo a causa del golpe. Antes de que tuviese tiempo de reprender a aquella oficinista descuidada, ésta se alejó caminando a paso ligero y se perdió entre la ajetreada multitud. Dejando escapar un refunfuño, Lucius se dispuso a agacharse para recoger su carpeta del suelo, pero antes de que fuese capaz de hacerlo, la carpeta comenzó a elevarse en el aire por sí misma hasta ponerse a su alcance. Cuando vio como aquellos documentos comenzaban a levitar, Lucius reparó en el Espeon que había justo delante de él. Le miraba fijamente exteriorizando una cierta preocupación mientras se mantenía inmóvil obstruyendo el sensor de las puertas del ascensor para impedir que se cerrasen.
- Pido disculpas en su nombre- Se disculpó aquel Espeon hablando mediante Telepatía- Está hasta arriba de trabajo.
Lucius cogió la carpeta que levitaba frente a él y se limitó a asentir. Una vez tuvo la carpeta en sus manos, el Espeon se marchó apresuradamente siguiendo a aquella mujer. Con el camino despejado, Lucius entró al ascensor y pulsó el botón para subir hasta la última planta de aquel alto edificio. Cuando las puertas se cerraron y aquella máquina comenzó a ascender, el ruido y el ajetreo de las primeras plantas comenzó a hacerse cada vez más distante hasta finalmente desaparecer. Por suerte, la mayor parte del trabajo de cara al público de aquella organización se llevaba a cabo en los pisos inferiores de aquel edificio. Eso significaba que los empleados como Lucius, que no formaban parte de la faceta burocrática de la organización, podían disponer de algo más de tranquilidad en sus departamentos en los pisos superiores.
Mientras el ascensor subía hasta el último piso, Lucius observó su reflejo en los espejos de las paredes. El empujón que había recibido hacía apenas unos segundos había dejado unas pequeñas arrugas en su traje negro, las cuales se apresuró a alisar. Mientras arreglaba aquel pequeño estropicio, Lucius evitó mirar a su reflejo directamente a la cara. A causa de un mal presentimiento, llevaba dos días seguidos sin dormir. Sus ojos estaban irritados y enrojecidos a causa de la falta de sueño. Tampoco se había afeitado en los últimos días; y aunque se había vestido adecuadamente antes de apresurarse a acudir al despacho de Tiberius, un breve vistazo a la cabeza de su reflejo le reveló que había olvidado peinarse. Aquella no era forma de presentarse ante su jefe, pero no podía retrasarse por culpa de asuntos triviales.
Las puertas del ascensor se abrieron nuevamente. Una lujosa sala de espera se extendía frente a Lucius. Aquel era el último piso de la sede central de Rey Arceus, y estaba dedicado en su totalidad al uso personal de Tiberius. La planta estaba compuesta de una sala de espera, a la que se accedía desde el ascensor, un despacho y unas dependencias personales de Tiberius, las cuales rara vez utilizaba. Aquella sala de espera estaba decorada con el estilo ostentoso del que a Tiberius le gustaba hacer gala. Era una forma de impresionar a socios y a inversores. Lucius no estaba en contra de aquella opulencia, pero se le ocurrían varios departamentos que podrían haber hecho buen uso del dinero que Tiberius había invertido en cuadros y alfombras caros con los que decorar aquella última planta del edificio.
Al fondo de la sala de espera, como un guardián protector, se alzaba un imponente escritorio de madera de roble que se interponía en el camino entre el ascensor y las puertas dobles que conducían al despacho de Tiberius. Aquel escritorio normalmente estaba ocupado por la secretaria de Tiberius, pero en aquella ocasión no había ni rastro de aquella mujer. En su lugar, el Sableye de Tiberius se encontraba cómodamente sentado sobre el lujoso mueble, mordisqueando lo que parecía ser una esmeralda del tamaño de un puño como si de una baya se tratase. Frente a él, una figura humanoide ataviada con una larga túnica con capucha que no dejaba ver su cuerpo le gritaba desquiciadamente en un idioma imposible de comprender para Lucius. A pesar de toda aquella verborrea, Sableye estaba ignorando completamente a su interlocutor y solo parecía tener ojos para la gema que se estaba comiendo.
Lucius se acercó a ambos mientras dejaba escapar un pequeño suspiro. No sabía lo que estaba sucediendo allí, pero realmente necesitaba mostrar a Tiberius el contenido de la carpeta que portaba. Sin embargo, algo le decía que no le resultaría fácil entrar al despacho de su jefe en aquel momento.
- ¡Eh, Aurelius!- Saludó Lucius, con cierta confianza- ¿Qué sucede?
La figura encapuchada frente a él dejó de gritarle a Sableye para volverse hacia él. Cada centímetro de su cuerpo estaba cubierto por la oscura tela de aquella túnica negra que vestía. Tan solo sus ojos rojos brillaban levemente desde el interior de aquella capucha que ocultaba casi totalmente su ensombrecido rostro. El Agente Aurelius era sin duda el compañero de departamento más excéntrico que tenía, pero era también uno de los pocos a los que Lucius consideraba su amigo. A pesar de su siniestro aspecto y de su comportamiento hostil y antipático, a lo largo de los años Aurelius había demostrado ser alguien competente y digno de confianza. Sin embargo, su presencia en aquella sala de espera en aquel momento no era una buena señal para Lucius. Aunque pretendía presentarse ante Tiberius con una carpeta repleta de pruebas e indicios de problemas que se avecinaban, aún tenía la esperanza de estar equivocado. Aún esperaba que Tiberius le dijera que no había razón para preocuparse y que todo estaba bajo control. Sin embargo, la presencia de Aurelius en aquel momento y lugar solo podía significar que él también había averiguado algo por su cuenta que le había llevado a sospechar lo mismo. Y nunca antes había visto a Aurelius equivocarse.
- Lucius...- Respondió Aurelius utilizando su Telepatía en lugar de su propia voz en aquella ocasión- ¿Tú también...?
- Me temo que sí- Respondió Lucius, mostrándole la carpeta que sostenía- Tengo algunas evidencias sobre un asunto turbio... Me gustaría hablar con Tiberius.
- Eso quería yo, pero este pequeño cabrón no me deja pasar- Respondió Aurelius señalando groseramente a Sableye con una de las largas mangas de su oscura túnica- Pero por lo visto se encuentra reunido y es algo muy importante.
- ¿Es por todo ese asunto de Ho-Oh?- Preguntó Lucius.
- No tengo la menor idea.
Tras analizar la situación durante unos segundos, Lucius dedicó una mirada lujuriosa a un sofá de la sala de espera y se limitó a caminar hacia él y sentarse. Aurelius le siguió con la mirada mientras lo hacía. Segundos más tarde, dejó escapar un suspiro y se sentó junto a él con impotencia. Sableye no iba a dejar pasar a ninguno de los dos, y discutir con él parecía ser un esfuerzo completamente inútil. Sentarse en aquel sofá y esperar con calma hasta que Tiberius aceptase reunirse con ellos parecía ser la única opción sabia en aquel momento. Una vez sentado junto a su compañero, Aurelius no lograba apartar la mirada de aquella carpeta azul que el Agente Lucius sostenía.
- ¿Qué llevas ahí?- Preguntó Aurelius de forma indiscreta.
Lucius abrió la carpeta y extrajo lo que parecían ser un montón de fotografías y un documento de su interior. A continuación ofreció las fotografías a Aurelius; quien, incapaz de sostenerlas con sus propias manos por culpa de las mangas de su vestimenta, se limitó a hacerlas levitar frente a la abertura de su capucha. Sin embargo, antes de que tuviese ocasión de examinarlas, su compañero comenzó a hablar.
- Le perdimos el rastro a la mayoría de Pokémon de Maestro poco después de que confirmásemos su muerte. Supongo que la mayoría pasaron a ser Pokémon salvajes- Comenzó a explicar Lucius- Pero esa Gardevoir suya se quedó a vivir en una casa de Pueblo Vánitas...
- De eso ya me enteré hace tiempo- Interrumpió Aurelius- Solicité a Tiberius que me permitiese organizar una misión para asesinarla, pero se negó.
- Ya deberías de saberlo. Son normas de la empresa; no se toman represalias contra los Pokémon de un enemigo muerto- Le recordó Lucius- Pero tratándose de Maestro... Yo no me quedé muy tranquilo con este asunto, así que destiné a uno de los novatos a Pueblo Vánitas como excusa para mantenerla vigilada. Y mira las fotos que me ha enviado.
Aurelius examinó las fotografías que levitaban frente a él. En ellas aparecían una Gardevoir variocolor y un Aegislash en varios lugares diferentes.
- No sé de dónde ha salido ese Aegislash- Dijo Lucius- Pero ambos se han estado moviendo por Ciudad Luminalia, y sospechamos que han intentado contactar con el Team Flare. Me preocupa que los Pokémon de Maestro intenten acabar lo que él empezó...
Mientras Lucius seguía hablando, Aurelius tenía la mirada perdida en aquellas fotografías. Aunque él ya tenía sus propias sospechas respecto a una serie de acontecimientos recientes, aquellas imágenes no hacían sino confirmar sus temores. Examinó detenidamente los lugares en los que ambos Pokémon habían estado. Aunque Aurelius nunca había estado en la capital de Kalos, podía distinguir la silueta de la Torre Prisma en el fondo de algunas fotografías. También logró distinguir el Hotel Ricachilton. Pero la imagen que más captó su atención fue una en la que no se veían edificios famosos ni emblemáticos de aquella ciudad. En la fotografía que concentraba su atención, el Aegislash y la Gardevoir se encontraban en la Avenida Invierno. El Aegislash tenía algunas marcas de quemaduras en su cuerpo de acero, y aquella Gardevoir parecía exhausta.
Aurelius nunca antes había visitado aquella ciudad y no tenía forma de reconocer en qué lugar se encontraban en la fotografía; pero sin embargo, sabía que se encontraban en la Avenida Invierno. Había visto aquel lugar hacía un par de horas, mientras veía el programa de noticias por televisión. Durante aquella noche, un buen número de humanos y Pokémon pertenecientes al Team Rocket habían sido masacrados. Aquel crimen no debería haberle llamado la atención en una ciudad como aquella, pero había algo que inquietaba a Aurelius sobre aquel asunto. Todos los humanos muertos que habían encontrado en aquel edificio vestían uniformes del Team Rocket. Aunque los asesinatos parecían haber sido llevados a cabo por el Team Flare, había algo en aquella historia que a Aurelius no le convencía. De ser aquello cierto, el Team Flare debía haber sido capaz de despejar el edificio sin asumir ni una sola baja, o de haber dedicado horas a limpiar sus huellas. Era poco probable que una organización como el Team Flare fuese capaz de vencer al Team Rocket de aquella manera, y no tendría sentido arriesgarse a ser capturados limpiando la escena del crimen si luego iban a dejar su logotipo pintado en una pared.
Aquello definitivamente no había sido obra del Team Flare. Alguien había entrado en aquel edificio, había matado a todos aquellos criminales y se había marchado sin más. Aurelius solo había visto a un equipo capaz de hacer algo así. El hecho de que un buen número de aquellos cuerpos presentase heridas causadas por ataques psíquicos le hizo sospechar que el equipo de Maestro podría haber vuelto a las andadas a pesar de la muerte de su entrenador. Pero aquello ya no eran simples sospechas. En aquel momento estaba viendo una imagen que situaba a la Gardevoir de Maestro en el momento y lugar del crimen; acompañada además de un Pokémon de tipo Fantasma.
- No puede ser...- Dijo Aurelius- ¿Maestro ha vuelto?
- Eso es imposible- Respondió Lucius- A Maestro lo enterraron hace ya como unos tres años.
- Ese Aegislash- Indicó Aurelius, temeroso- Creo que es el fantasma de Maestro.
- ¡Eso no es más que un Pokémon de tipo Fantasma!- Insistió Lucius, dejando escapar una leve carcajada- Los fantasmas de verdad no existen. Deberías dejar de creerte todos esos bulos y leyendas sobre ellos.
Mientras reía al pronunciar aquellas palabras, Lucius examinó la reacción de su compañero. A medida que el tiempo pasaba, y Aurelius seguía mirando fijamente aquellas fotografías sin moverse un solo milímetro, la risa forzada de Lucius comenzó a volverse cada vez más incómoda, de modo que optó por guardar silencio. Aunque lo que decía su compañero era sencillamente descabellado, parecía que él se lo estaba tomando totalmente en serio. A pesar de que en aquel momento estuviese hablando sobre fantasmas y situaciones imposibles, Lucius nunca había visto a su compañero equivocarse en algo. Aurelius nunca se apresuraba a la hora de sacar una conclusión; pero cuando lo hacía, siempre estaba en lo cierto. Confiaba en aquel Pokémon, y a lo largo de los años que había trabajado junto a él, no había tenido un solo motivo para dejar de hacerlo. No había absolutamente ninguna razón para que Aurelius traicionase su confianza en aquel momento con una sandez de semejante calibre.
- En... ¿En serio?- Preguntó Lucius en tono dudoso.
- Yo siempre hablo en serio- Respondió Aurelius, impasible- No sé cómo ha sucedido, pero de alguna forma Maestro se ha escapado de su tumba.
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