Capítulo 1: Spiritomb

Maestro trató de abrir los ojos, pero de alguna forma fue capaz de darse cuenta de que ya no los tenía. Era capaz de sentir algo, pero no eran sensaciones que pudiese identificar o reconocer de ninguna forma. Nunca antes había vivido una experiencia así. Era como ser arrastrado por una especie de remolino, un desgarrador remolino hecho de puro tormento. No era capaz de resistirse a su influencia; no podía tratar de desplazarse ni a favor ni en contra de sus aciagas corrientes, solo podía dejarse hundir cada vez más y más en él. A cada segundo que pasaba, si es que el tiempo podía llegar a tener un significado en aquel lugar, se sentía más y más inmerso en aquella vorágine. Y por más que se hundía, lo único que parecía suceder es que seguía hundiéndose más. Aquello parecía no tener fin.

No estaba solo. No podía ver ni oír a nadie, pero sabía que no estaba solo. En aquellas circunstancias, no contaba con sus cinco sentidos, pero parecía contar con alguna clase de forma de percepción paranormal. Había más como él atrapados en aquel remolino. Si realmente el tiempo servía para algo en aquel lugar, podría atreverse a afirmar que algunos de ellos llevarían quizás cientos de años hundiéndose en el remolino, incapaces de llegar jamás al fondo, ni tampoco capaces de resistirse a él. Los sentía, allí mismo, pero no era capaz de verlos con sus ojos, oírlo con sus oídos o tocarlos con su piel. Ya no tenía nada de eso. Solo su simple conciencia parecía tener lugar en aquel extraño plano de existencia. Lo único que era capaz de deducir de aquella situación era la dura verdad innegable que antes o después esperaba a absolutamente todas las criaturas vivas. Había muerto.

El dudoso tiempo que pasaba allí podría resumirse en un suspiro, o descomponerse de manera infinita. Lo único que parecía ser capaz de hacer allí era percibir las presencias de sus compañeros de tormento y acceder a sus propios recuerdos. Cuanto más giraba en el remolino y se hundía, más tiempo suponía que pasaba allí, aunque el espacio tampoco parecía tener un significado relevante. A veces sentía algunas de aquellas presencias muy cercanas a él, y a veces notaba como se alejaban. Unas veces él estaba más arriba que ellas, y otras veces lograba adelantarlas y se hundía a mayor velocidad. Sus compañeros parecían tratarse de un número finito, aunque difícil de contar dado el extremo dinamismo que reinaba allí. Pese a todo, parecía disponer de toda la eternidad para llevar a cabo aquella tarea, por lo que intentó cuantificar aquellas misteriosas presencias. Lo intentó cientos de veces, en un tiempo que no fue capaz de determinar. Quizás habían sido horas, quizás años. No era algo que importase mucho, ya que en su condición de muerto no tenía prisa alguna.

Los centenares de intentos pasaron a contarse por miles, y poco a poco aprendió a diferenciar aquellos seres entre sí. No era capaz de comunicarse con ellos de ninguna forma, pero era capaz de reconocerlos. No sabía quieres eran realmente, pero podía notar sutiles diferencias en sus energías. Pudiendo cada vez diferenciarlos mejor unos de otros, cada vez lograba contarlos de forma más precisa, a pesar de su caótico movimiento y su gran número. A veces alguno de ellos se esfumaba de su alcance perceptivo, y dejaba de sentirlo durante lo que bien podrían ser unos segundos o varios días. Pero tras un tiempo difícil de conocer, logró ser consciente de cuántos de ellos había. Un total de ciento siete. Lo que significaba que, sumándose a sí mismo, en aquel remolino giraban y se hundían ciento ocho almas.

Aquello era algo que Maestro recordaba de cuando estaba vivo. Sus recuerdos, al fin y al cabo, eran su única posesión en aquel lugar. Recordaba haber leído sobre una antigua leyenda proveniente de la región de Sinnoh, una con más de cinco siglos de antigüedad. La arqueología nunca había sido su punto fuerte ni su principal interés, por lo que olvidaba fácilmente aquella clase de historias. Sin embargo, recordaba esa en concreto, debido a que sentía un cierto miedo por ella. Ciento ocho almas impuras, y una piedra. La famosa Piedra Espíritu de la que en alguna ocasión había oído hablar. Ciento ocho almas de personas malvadas atrapadas para toda la eternidad en la Piedra Espíritu, formando en su interior una nociva bola de gas que jamás debía salir al exterior.

No estaba seguro de cuál era su forma corpórea, o si tenía siquiera alguna. No sabía si él era en aquel momento una bola de gas, o si formaba parte de alguna. De lo único que estaba realmente seguro era de que estaba girando en aquel remolino. Pero ahora creía entender lo que le había sucedido. Recordó sus últimos momentos. Había advertido a Greninja que no se le acercase, por miedo a que Mewtwo le atacase a él también. Le había ordenado que se salvase, que cogiese al equipo y lo sacase de aquella cueva. Y él se quedó allí para morir. Y en aquel momento, tras su fracaso y muerte, se encontraba atrapado en el interior de un Spiritomb.

Gardevoir miraba fijamente la lápida. No estaba llorando en aquel momento; ya no le quedaban lágrimas. Habían pasado ya dos semanas desde los acontecimientos en la Cueva Celeste, y Kanto quedaba ya a cientos de kilómetros al sureste. Habían tardado casi una semana en volver a Kalos. Cuando volvieron a su hogar, en Pueblo Vánitas, Gardevoir se limitó a entrar en casa y encerrarse dentro. Pasó cinco días allí encerrada, a solas con su dolor, sin comer nada ni hablar con nadie. Muchos intentaron entrar allí con ella, pero protegió la casa entera con una barrera psíquica para que nadie pudiese entrar. Quería estar a solas. Sabía que Greninja podría ocuparse de la mayor parte del trabajo sin problema, y aunque fuese muy egoísta por su parte hacer aquello, lo necesitaba con toda su alma.

Cuando logró hacerse a la idea de que habían fracasado en su objetivo, había perdido a su entrenador y todo aquello había sucedido realmente, retiró la barrera y salió al exterior. Solo Clawitzer y Greninja seguían en Pueblo Vánitas. Habían esperado pacientemente por ella fuera de la casa. Ellos no habían podido hablar con los humanos, y no parecía haber otro psíquico en el pueblo en aquel momento, por lo que habían estado esperándola para que hablarse con el lapidario para que pudiesen cincelar el nombre de Maestro en su lápida.

Todos los Pokémon que Maestro había capturado a lo largo de su vida habían estado allí, ya que al morir su entrenador habían sido liberados del Sistema de Almacenamiento. Gardevoir nunca había estado en aquel sistema y no sabía mucho sobre él; solo le habían contado que Maestro había contratados cinco Cajas Pokémon, pero nunca había llegado a llenar una completamente. Los que habían estado allí los describían como "compartir una gran Pokéball con muchos otros Pokémon". No era una idea que le desagradase, pero Maestro nunca se llegó a separar de ella ni de Greninja. Conocía a todos sus compañeros del Sistema de Almacenamiento, pero nunca había podido estar con todos ellos a la vez. Lamentaba haberse perdido aquella oportunidad de reunirse con todos en el funeral de Maestro, pero no estaba segura de si habría sido capaz de soportarlo. Además, en aquel estado ella era emocionalmente inestable, lo que la convertía en un peligro para quienes estuviesen a su alrededor debido a la posibilidad de perder el control de su poder psíquico. Aquel era un calvario que debía sufrir ella sola.

Ninguno de los Pokémon de Maestro había podido decir su verdadero nombre al lapidario, y la lápida había seguido en blanco hasta hacía unas horas. Quizás alguno de sus casi treinta compañeros habría sido capaz de recordar el nombre de su entrenador, pero ella no era capaz de hacerlo. En cualquier caso, Maestro había cometido terribles crímenes fuera de Kalos, y su nombre sería el de un infame criminal. Aunque hubiese sido capaz de recordar cómo se llamaba su entrenador, Gardevoir no quería que su tumba se convirtiese en un monumento a su mala vida y a su fracaso. En lugar de eso, ella misma cinceló la roca con su mente, y escribió lo que quería recordar de su entrenador. "Maestro" fue la única palabra que ponía en aquella lápida. Le habría gustado escribir un epitafio en ella, pero no había espacio en la piedra. Por algún motivo, Greninja había engarzado en ella una elegante espada corta de acero. El arma ocupaba la mayor parte de la lápida y no dejaba espacio a Gardevoir para tallar nada más. No estaba realmente segura de qué pretendía Greninja simbolizar con eso. A ella, personalmente, no le gustaba el acero. Le producía escalofríos. Incluso el contacto ocasional que había tenido con Mawile le resultaba sumamente desagradable. Pensó por un momento en arrancar aquella espada y tallar el epitafio, pero decidió respetar la decisión de Greninja y dejarla allí.

Había pasado horas a solas en el cementerio del pueblo; incluso había anochecido mientras estaba allí. Había dicho a Greninja y Clawitzer que ella se encargaría del resto y que podían entrar en la casa. Después de haber acaparado de aquella forma el hogar de todos durante días, se sentía bastante mal al respecto. Suponía que ambos necesitarían un descanso y se quedarían allí hasta que ella volviese. Sin embargo no fue así. Cuando decidió apartarse de la lápida y dar media vuelta para volver a casa, se encontró con que Greninja estaba allí con ella, a escasos metros, mirando también la tumba. No sabía exactamente cuánto tiempo había estado allí con ella. En todos aquellos años, no había sido capaz de acostumbrarse a lo sigiloso que era aquel Pokémon.

Greninja dirigió la mirada hacia ella. Permanecía tan impasible e inexpresivo como siempre, a pesar de todo lo sucedido. Sostenía entre sus manos lo que parecía ser un pañuelo, con el que envolvía recelosamente un pequeño objeto de forma oval. Gardevoir tuvo un mal presentimiento al respecto.

- ¡Vamos, Froakkie, no te quedes atrás!

Maestro recorría ansiosamente el camino que se extendía frente a él. El día anterior había sido su cumpleaños. Por fin había cumplido los diez años. Eso significaba el comienzo de su viaje como entrenador Pokémon. Aquella mañana había madrugado mucho y se había marchado de casa sin desayunar, ansioso por coger el autobús a Ciudad Luminalia. Su hermano mayor no había podido acompañarle en su viaje, así que su Furfrou había ido con él para que no estuviese solo y no corriese ningún peligro.

Horas después tenía ya a su primer compañero. El Profesor Ciprés le había ofrecido la primera gran elección de su vida: Chespin, Fennekin o Froakkie. Había elegido a Froakkie como su primer Pokémon, y lo había sacado de su Pokéball tan pronto como salió del laboratorio. Era un macho, su comportamiento era algo serio y le habría encantado poder llevarse también a Chespin, pero Maestro estaba seguro de que serían grandes amigos.

Llevaban casi una hora corriendo los tres, hacia la salida sur de Ciudad Luminalia. Maestro no volvería a casa en una temporada, ya que pensaba reunir medallas y participar en la Liga de Kalos. Por ello tomaría la Ruta 4 en dirección hacia Ciudad Novarte. Le llevaría varios días llegar, pero Froakkie y Furfrou le acompañaban, y gracias a la Beca para Entrenadores Pokémon que le habían concedido el dinero no sería un problema en su viaje. Lamentaba que su hermano hubiese estado tan ocupado con el trabajo que no hubiese podido al menos acompañarle hasta el laboratorio, y le habría gustado que sus padres hubieran podido conocer a su Pokémon, pero aquel no era un día para lamentarse ni para estar triste. Al fin y al cabo, era el comienzo de su gran aventura.

Froakkie desapareció en una nube de humo morado, y a continuación le sucedió lo mismo a Furfrou. A su alrededor, todo comenzó a volverse un desagradable humo morado. Al principio solo las personas y los Pokémon que se cruzaba por la calle se dispersaban de aquella forma, pero en seguida el mobiliario urbano y los vehículos que circulaban por las calles de Luminalia comenzaron a desaparecer. Pronto edificios enteros comenzaron a convertirse en humo, hasta que el propio Maestro se desvaneció con ellos. Trató de abrir los ojos, pero ya no los tenía.

Sin embargo, aún parecía ser capaz de oír. Escuchó un grito a lo lejos, y nuevamente trató de abrir sus inexistentes ojos. Lo consiguió, y vio como los altos campos de flores de la Ruta 4 de Kalos se extendían frente a él. Froakkie estaba frente a él, en guardia, y Furfrou ladraba alarmado. Varias Pokémon que no lograba identificar se movían entre las flores, pero simplemente trataban de alejarse de él. Habían divergido todos desde un mismo punto, desde el cual provenían desgarradores gritos de dolor. Quizás su forma de actuar fue el fruto de la inexperiencia, o simplemente se trataba de un acto de valor. De una forma o de otra, Maestro se adentró en el campo de flores, dejando a sus dos compañeros atrás. Aquello era peligroso para un niño de diez años, pero alguien necesitaba su ayuda allí dentro, y no dudó en lanzarse contra aquel peligro con tal de auxiliar a la pequeña criatura que gritaba allí dentro.

Atravesó el campo de flores a lo largo de unos diez metros de vegetación espesa. Pudo oír como Froakkie y Furfrou le habían seguido, pero estaban a su espalda y no podía verlos. La presencia de ambos le resultaba reconfortante. Cuando llegó al origen de los gritos, había un pequeño claro en el campo de flores donde los altos tallos habían sido fracturados o arrancados; seguramente a causa de una lucha entre Pokémon salvajes allí dentro. Lo único que encontró en mitad de aquel pequeño claro entre la espesura era un pequeño Ralts que lloraba y gritaba de dolor.

No era como ningún otro Ralts que hubiese visto antes, su cabello era de color azul, y el peculiar órgano que la atravesaba era de un color anaranjado. Estaba desplomado en el suelo, junto a un charco de sangre. Su cuerpo estaba lleno de marcas de magulladuras, golpes e incluso mordiscos. Alzó la vista con sus últimas fuerzas, mientras temblaba de pánico, y dirigió una suplicante mirada a Maestro. Su boca estaba cubierta de babas y espuma, y sus ojos rojos estaban inyectados en sangre. Incluso un niño de diez años sabía que aquello eran indicios de haber recibido un ataque psíquico.

- Vete...- Dijo una voz femenina, la cual no parecía provenir de ninguna dirección, sino haber estado directamente en la cabeza de Maestro de alguna forma- Deja que esto termine ya...

La escasa capacidad de Maestro para comprender el mundo en aquel momento era más que suficiente para entender qué estaba pasando allí. Aquella Ralts había sido atacada por otros Pokémon, quizás debido a su extraño aspecto. Estaba mortalmente herida, y no duraría mucho más. Parecía haber perdido la voluntad de vivir, pero aquello no le importaba lo más mínimo a Maestro.

Se agachó junto a ella y trató de recogerla del suelo, pero al tocarla se disolvió en una nube de humo morado.

- ¿Maestro?- Preguntó Greninja- ¿Eso es todo?

Gardevoir volvió a echar un breve vistazo a la palabra que había tallado en la lápida. Para bien o para mal, aquello era todo.

- Me ha parecido adecuado- Respondió Gardevoir.

Greninja se acercó a la lápida y colocó provisionalmente el objeto que tenía envuelto en aquel pañuelo sobre ella. Deslizó lenta y cuidadosamente los dedos por los surcos en la piedra que formaban aquellas letras. Se agachó en cuclillas frente a la lápida y pasó un momento en silencio.

- ¿Pensabas que terminaría de esta forma?- Preguntó Greninja.

- No- Admitió Gardevoir- Si te soy sincera, creo que llegué a pensar que éramos invencibles.

- Pero no lo éramos.

Greninja volvió a ponerse en pie y volvió a recoger aquel pequeño bulto. Paseó levemente y de forma errática por allí cerca, hasta que le hizo una señal a Gardevoir para que lo siguiera y ambos comenzaron a caminar lentamente en dirección hacia la casa de Maestro. El momento era solemne e incómodo a partes iguales, y el camino a recorrer desde el cementerio de Pueblo Vánitas hasta su hogar era largo. Gardevoir decidió romper el silencio de aquella noche y preguntarle a Greninja sobre algo de lo que acababa de percatarse.

- No he visto a Mawile...- Comentó Gardevoir.

- Se ha ido- Respondió Greninja- Dijo que se marchaba a Ciudad Romantis.

- ¿Para qué ha vuelto a ese lugar?

- ¿Para qué crees?

Gardevoir se imaginó lo que rondaba en la cabeza de su compañera Mawile en aquel instante. Aquella Pokémon nunca había sido fácil de tratar. Maestro decidió hacerle un hueco en el equipo por su absoluta falta de principios morales y su gran habilidad luchando a muerte. Aunque todos apreciaban a Mawile, siempre la habían tratado como a una pequeña y coqueta bomba de relojería. Nunca se sabía cómo podía reaccionar aquella pequeña psicópata ante determinadas situaciones, y aunque Maestro parecía confiar plenamente en ella, los demás siempre habían procedido con precaución.

Cuando recuperaron el cuerpo de Maestro y emprendieron el viaje de vuelta, Mawile cambió drásticamente de actitud. Su comportamiento jovial y casi infantil habitual había desaparecido para siempre. Quizás fue en aquel momento cuando ella comprendió que no se trataba de un juego. Quizás en aquel momento entendió el verdadero significado de la muerte. Le habría gustado pensar que quizás aquello había hecho madurar un poco a Mawile, aunque el hecho de que se marchase sin más hacia el mismo lugar donde Maestro la encontró no presagiaba nada bueno.

- ¿Y tú qué harás ahora?- Preguntó Gardevoir.

- Me marcho del país un tiempo. Milotic se ha ofrecido a quedarse con Clawitzer una temporada, así que puedo quedarme tranquilo. Estará en buenas manos.

- ¿Dónde vas?

- Aun no lo sé- Respondió Greninja, dubitativo- A donde sea necesario.

Un escalofrío recorrió la espalda de Gardevoir. Viejos recuerdos volvían a proyectarse en su mente, y un antiguo miedo volvió a germinar en su interior. Aquella era una situación que hacía muchos años que no se planteaba. Esperaba acabar antes muerta que viendo como todo se desmoronaba de aquella forma, pero no había sido así. Al final había sucedido lo impensable. Se volvía a quedar sola, como aquella vez.

Maestro caminaba de un lado para otro por la sala de espera. Llevaba horas haciéndolo, y le dolían mucho los pies, pero no era capaz de sencillamente quedarse quieto y sentarse. Había anochecido poco después de que llegasen al Centro Pokémon de Ciudad Novarte. Froakkie descansaba dentro de su Pokéball, y Furfrou se había tumbado en el suelo a un lado de aquella habitación. Maestro también estaba exhausto; se sentía como si le hubiesen molido a palos y tenía la vista cansada. Pero no podía sencillamente irse a dormir. Necesitaba esperar a tener noticias de Ralts.

Cuando llevó a Ralts al centro Pokémon, había perdido mucha sangre y ya ni siquiera estaba consciente. La recepcionista del centro dio la voz de alarma y en pocos minutos la llevaron a quirófano. Desde entonces, Maestro había estado en la sala de espera. Ocasionalmente se acercaba al pasillo por el que se habían llevado a Ralts y trataba de mirar si había algún tipo de movimiento por allí. Médicos, camillas, material quirúrgico, la propia Ralts... Cualquier cosa que le hubiera podido dar una pista sobre el estado de aquel Pokémon. Había preguntado también a una de las enfermeras, a la que vio pasar, pero no le había querido decir nada.

Casi dos horas de tensión después, una de las enfermeras llamó a Maestro. Ralts había sido movida sin que Maestro se diese cuenta. La habían pasado del quirófano a la UVI, y había pasado muchas horas allí. En aquel momento, Ralts se encontraba fuera de aquella UVI, caminando por su propio pie, aunque uno de los médicos le estaba haciendo un pequeño chequeo visual. Maestro no era desde luego médico, pero juraría que tenía buen aspecto.

- Tu Ralts se ha recuperado satisfactoriamente- Le informó el médico- Tienes suerte de que hayamos podido intervenirla a tiempo. Un poco más y no lo habría contado.

- Muchas gracias- Dijo Maestro.

- No hay de que- Respondió el médico- Es nuestro trabajo.

Maestro y Ralts caminaron hacia la recepción del Centro Pokémon, para salir al exterior. Furfrou se había despertado al notar que Maestro se había marchado de la sala de espera y había ido tras ellos. Unos pocos minutos más tarde, los tres se encontraban fuera del Centro Pokémon. La vista de Ciudad Novarte durante la noche era algo realmente digno de ver, y los tres se mantuvieron allí en la acera frente al Centro Pokémon durante largos minutos.

Maestro miró directamente a Ralts. No había olvidado que se trataba de un Pokémon salvaje, y no tenía muy claro qué haría ahora. Pensaba que querría volver a su hogar, y no tenía ninguna intención de retenerla, pero Ralts se limitaba a mirar a Maestro a la cara con sus tristes ojos rojos.

- ¿A qué estás esperando?- Preguntó Ralts mediante su telepatía.

- ¿Perdona?- Preguntó también Maestro, extrañado por la actitud del Pokémon.

Ralts se acercó un poco más a Maestro, y éste se agachó para poder acercarse un poco más a ella. Su mirada, al igual que su tono de voz eran bastante severos. Maestro no entendía completamente por qué el Pokémon tenía una actitud tan fría hacia él, sobre todo teniendo en cuenta que acababa de salvarle la vida.

- Te dije que me dejaras morir- Le reprochó Ralts- Ahora no puedes irte y dejarme aquí sin más. Termina lo que has empezado.

- ¿Acaso quieres...?

- Hazlo- Insistió Ralts.

Maestro se descolgó su mochila de viaje de la espalda y la abrió. Extrajo del interior una Pokéball vacía, y se la mostró a Ralts, quien se limitó a asentir. Agarró firmemente la Pokéball y la acercó a Ralts, dejándola a pocos centímetros de ella. Ralts alzó su mano y golpeó levemente el centro de la Pokéball, causando que la esfera se abriese y la absorbiera en medio de un fogonazo de luz roja. La bola no se movió lo más mínimo al capturarla, se había sometido voluntariamente sin oponer la más mínima resistencia.

La sensación que invadía el cuerpo de Maestro en aquel momento era confusa. Acababa de capturar a su primer Pokémon, aunque no estaba seguro de si aquello podía realmente considerarse una captura. Sentía un gran regocijo por tener ahora a Ralts en su equipo, y esperaba llevarse muy bien con ella, pero también se sentía como si hubiese jugado sucio. Ralts le había reprochado a Maestro que no la dejase morir en paz, y aunque Maestro estaba convencido de que no había hecho nada malo, se sentía mal por haber obligado de alguna forma a aquel Pokémon a seguirle. Aunque se había sometido voluntariamente a la Pokéball, ser el Pokémon de Maestro no parecía haber sido su voluntad, sino más bien su única opción.

Intentó apartar los malos pensamientos y centrarse en el logro que había hecho. Acababa de atrapar un nuevo Pokémon. Además era un tipo Psíquico; podría hablar con ella y ella podría traducirle lo que decían sus otros Pokémon. Aquello era algo totalmente revolucionario para él. Decidió sacar a Ralts de su Pokéball para intentar hablar con ella y levantarle los ánimos. Caminarían juntos hacia el hotel donde Maestro pasaría la noche y trataría de presentarse, conocerla un poco mejor y hacer que ella disfrutase aquel momento. Lanzó la Pokéball para que Ralts saliera, pero en lugar de abrirse, se fragmentó al contacto con el suelo y de su interior salió humo morado.

A medida que el mundo a su alrededor se iba desvaneciendo, Maestro comenzó a ser consciente de nuevo de su situación. Estaba muerto. No tenía forma. Sus recuerdos más importantes estaban comenzando a proyectarse de alguna forma en su conciencia. Pese a su situación actual, aún era capaz de sentir dolor y miedo. Trató de reprimir aquellos recuerdos. Trató de enterrarlos muy profundo en su interior para que no pudiesen volver a emerger. Sin embargo luchar contra ello era como tratar de escalar aquel eterno remolino de sufrimiento. Si seguía así, no le quedaría otra que volver a vivir aquel momento que cambió su vida para siempre.

- ¿Puedo acompañarte?

Greninja detuvo la marcha cuando Gardevoir le hizo la inevitable pregunta. Era consciente de que todo lo que Gardevoir había tenido en el mundo eran Maestro y los Pokémon de su equipo. Y ahora que Maestro se encontraba descansando a un metro bajo tierra y el equipo se había disuelto, ella se quedaría sola. Todos se iban a quedar solos, pero Greninja sabía que para Gardevoir sería mucho más duro que para los demás. Se trataba de un Gardevoir que había perdido a su entrenador. Greninja no era capaz de imaginarse una situación en la que una criatura viva pudiera sentirse más perdida en el mundo. Tantos años conectada sentimentalmente a aquel humano, y de repente sentir su muerte en sus propias carnes para luego no volver a sentir nada más. Y el calor que le proporcionaban los Pokémon que habían sido para ella su familia también se enfriaba hasta desaparecer.

El pesar de Gardevoir era más que comprensible. Incluso cuando llegaron a Pueblo Vánitas y Gardevoir se encerró en casa, Greninja ya era consciente de la crisis emocional que estaba sufriendo su compañera. No sabía si era verdad o no, pero había oído que un Gardevoir que perdiera a su entrenador podía morir debido a aquella crisis. Cuando la barrera psíquica con la que Gardevoir envolvió la casa desapareció, Greninja se temió lo peor, y respiró mucho más tranquilo cuando comprobó que Gardevoir seguía viva. No había mucho que en aquel momento él hubiera podido hacer por ella, pero de alguna forma se sentía como si fuese su responsabilidad velar por el equipo. Maestro habría confiado en él para aquella tarea.

Aunque se le partía el alma al pensar en el destino que le esperaba a Gardevoir, la respuesta estaba más que clara.

- No- Respondió Greninja.

Gardevoir se estremeció ante la respuesta. Greninja había sido como un hermano para él durante todos aquellos años. Jamás se hubiera esperado que se marchase y la dejase tirada de aquella forma.

- ¿Por qué no?- Preguntó Gardevoir, con cierta indignación- ¡No seré una carga! Soy tan poderosa como tú, ¿sabes?

- Precisamente por eso debes quedarte aquí- Respondió Greninja.

- ¿Qué demonios piensas hacer para excluirme de esta manera?

Greninja ofreció el objeto de forma oval envuelto a Gardevoir. Algo dudosa al respecto, Gardevoir lo aceptó y lo cogió con sus propias manos. Lo desenvolvió lentamente. Ahora que lo tenía en las manos, le producía unas horribles vibraciones. Fuese lo que fuese aquel objeto que Greninja le había entregado, era indudablemente maligno. Había algún tipo de energía realmente insidiosa contenida dentro de ese pañuelo. Cuando lo desenvolvió completamente, lo observó a pocos centímetros de su cara. Se trataba de una simple piedra. Era translúcida, y de un color morado oscuro. Recordaba haber visto alguna así en el pasado, hacía muchos años, pero no estaba completamente segura de qué era.

Acercó lentamente su mano a la piedra para tocarla, pero Greninja le sujetó la muñeca y le detuvo haciendo un gesto de negación con la cabeza. Gardevoir asintió y volvió a envolver la piedra en el pañuelo.

- Milotic está en el lago de la Ruta 16, al este de Luminalia- Comenzó a explicar Greninja- Tan pronto como lleguemos a casa, cogeré a Clawitzer y le ayudaré a llegar con ella. Después de marcharé.

- ¿Para qué es esta piedra y por qué tengo que quedarme aquí?- Preguntó Gardevoir.

- No puedo decírtelo. Tendrás que confiar en mí.

Comenzaron a caminar de nuevo. Ya habían abandonado el cementerio y recorrido el camino que llevaba hacia el pueblo, y en aquel momento recorrían las tranquilas calles de Pueblo Vánitas durante la noche. Gardevoir no podía evitar sentir una cierta nostalgia por aquel lugar. Aunque a lo largo de los años habían pasado la mayor parte del tiempo viajando, cuando el hermano mayor de Maestro se fue a vivir a Teselia y su entrenador se quedó con la escritura de la casa, a veces pasaban una temporada en ella. Habían visitado muchas veces el museo del Castillo Caduco. Habían asistido a elegantes fiestas en los jardines de Palacio Cénit. Habían cultivado bayas en la Ruta 7 y habían trabajado como voluntarios en la Guardería Pokémon.

Pese a que Maestro había sido siempre un alma atormentada por la venganza, a veces el peso del mundo le había superado y se había tomado su descanso allí en su hogar. Gardevoir conservaba buenos recuerdos de aquellos veranos en el pueblo, con su entrenador y sus compañeros de equipo. Aunque Maestro era un tipo cruel e impasible con sus enemigos, siempre había sido amable con todos los demás seres que habitaban el mundo. Desde que tenía memoria, Gardevoir siempre había recordado a Maestro como alguien que amaba a los Pokémon con toda su alma, y todo le parecía poco para lograr la felicidad de los suyos. Aunque Maestro se hubiese movido por los bajos fondos de la sociedad humana y hubiese cometido terribles crímenes, aquel pueblo siempre había sacado esa parte buena de él que se ocultaba en lo más profundo de su afligido ser. Siempre se había imaginado que cuando acabasen con Mewtwo habrían vuelto todos allí, habrían dejado para siempre el mundo del crimen y habrían pasado el resto de sus días cultivando bayas y participando en los torneos del Bastión Batalla.

Pero aquel idilio no había sucedido. En aquel momento, Pueblo Vánitas era para Gardevoir una fantasía echada a perder. Podía vivir la clase de vida que le habría encantado vivir, pero no con la persona que quería vivirla. Estar allí solo le recordaba su propia debilidad y el precio que había pagado por ella.

- No quiero estar aquí- Murmuró Gardevoir- ¿Que tendré que hacer y cuánto tiempo tendré que quedarme?

- No tienes que hacer nada en concreto- Le explicó Greninja- Cuida de la casa. Visita la tumba de Maestro y mantenla en...

Greninja se calló repentinamente y detuvo la marcha. Gardevoir se detuvo con él, tratando de sacar alguna conclusión de aquella reacción espontánea por parte de su compañero. Iluminados por las elegantes farolas que alumbraban las calles de Pueblo Vánitas durante la noche, dos figuras caminaban en dirección opuesta a ellos por la misma calle. Se trataban de una mujer de avanzada edad y un enorme Golurk que iba cargando lo que parecían ser dos grandes cestas llenas de bayas. Greninja siguió con la mirada al Golurk mientras se cruzaban con ellos por la calle, y apartó la mirada bruscamente cuando el Golurk se sintió observado y le miró a él. Cuando el fantasma y la humana pasaron de largo, Greninja y Gardevoir reanudaron la marcha.

- No lo pierdas de vista- Susurró Greninja- No me fío de él.

- ¿Por qué?

- Lo entenderás cuando llegue el momento.

- ¿Y cuándo llegará ese momento?

Greninja suspiró y evitó mirar a Gardevoir a la cara. Era consciente de que la respuesta caería sobre ella como un jarro de agua fría.

- Ojalá lo supiera- Se limitó a responder.

Si Maestro hubiese podido pedir un deseo en aquel momento, no tenía la menor duda de que habría pedido tener venas para poder cortárselas. Aquella vorágine sin sentido y aquella incapacidad para medir el tiempo le habían hecho perder el hilo de su propia existencia, si es que seguía existiendo realmente. No sabía cuántas veces había revivido ya todos aquellos momentos clave de su vida. Podrían haber sido cientos, o incluso miles. Había sentido el regocijo de conocer a Froakkie y a Ralts, la emoción de ganar sus primeras medallas de la Liga de Kalos, el amargor de las derrotas que había sufrido, el dolor que sintió cuando Mawile le rompió el brazo y la tensión que sintió cuando aquel siniestro individuo operaba a corazón abierto a Machamp. Había revivido buenos momentos, que le habían llenado de alegría y orgullo, como cuando Froakkie y Ralts evolucionaron, o cuando Clauncher salió de su huevo. Había pasado también por momentos amargos, como cuando su hermano le avisó de que se marchaba del país, o cuando fue derrotado por el Alto Mando Narciso en la Liga Pokémon y renunció a sus ambiciones de ser el campeón para siempre. Pero por encima de todo aquello, había revivido también miles de veces el peor momento de toda su vida. Aquel momento siempre empezaba de la misma forma, con aquel maldito humo morado tomando la forma del Bosque Errantes.

Maestro y Furfrou avanzaban a través de la maleza, por aquel oscuro y frío bosque. Kirlia y Misdreavus se habían peleado por una tontería, y Misdreavus había reaccionado marchándose. Maestro no tenía muy claro cuál de las dos Pokémon había tenido la culpa de la discusión, pero sabía perfectamente que el Bosque Errantes era un lugar peligroso para un fantasma, y debía encontrar a Misdreavus antes de que le sucediese nada malo. Cualquier otro asunto podía esperar.

Aún no había anochecido, lo cual Maestro agradecía inmensamente. Los Pokémon de tipo Fantasma solían estar mucho más activos por la noche, lo que significaría un entorno mucho más peligroso tanto para Maestro como para Misdreavus. Todo el mundo había oído historias sobre los Gourgeist y Trevenant de aquel bosque, así como de su costumbre de hacer "desaparecer" a quienes se adentraban en su territorio. Maestro nunca había visto un Trevenant, y esperaba seguir sin tener que verlos unos cuantos años más. En aquel momento solo contaba con Furfrou, que le acompañaba como siempre fuera de su Pokéball, con Frogadier, con Kirlia y con Beedrill. También tenía la Pokéball vacía que pertenecía a Misdreavus. El único de sus Pokémon que en aquel momento podría haberle podido ayudar decentemente a enfrentarse a un fantasma estaba desaparecido en aquel bosque donde cientos de fantasmas más poderosos que ella aguardaban la noche para salir a cazar. La situación no parecía poder empeorar mucho más llegados a ese punto.

Avanzaron durante dos horas por el oscuro bosque, Maestro gritando para que Misdreavus le oyera y Furfrou ladrando. Era bastante imprudente hacer tanto ruido en un lugar así, pero sería la única forma de llamar la atención de Misdreavus. Era bastante vanidosa, y no aparecería de buenas después de una discusión como aquella. Era la clase de Pokémon que valoraba más su orgullo que su propia vida, si es que se la podía considerar viva. Ocasionalmente guardaban silencio para ver si podían oír su voz en la lejanía; el mayor miedo de Maestro en aquel momento era precisamente oír un grito de dolor de ella a lo lejos en mitad de aquel bosque. Sin embargo, no encontraban a Misdreavus ni tampoco oían nada.

Llegaron a un claro en el bosque. No un claro artificial creado por excursionistas para sus acampadas de verano ni el resultado de un pequeño incendio controlado o un arduo combate Pokémon. Se trataba de una enorme bolsa de luz y aire fresco en mitad de aquel laberinto oscuro de altos y gruesos árboles que no dejaban pasar el sol. Aquel lugar tenía incluso un pequeño lago y una montaña de unos trescientos metros de altura. También parecía que en algún punto algún día hubo un camino, pero la naturaleza había vuelto a reclamarlo para sí y la hierba lo había invadido, quedando unas vagas marcas de su recorrido en la tierra como única señal de que un día existió. Aquel antiguo camino llegaba hacia una pequeña valla de madera, la cual había sido destrozada por varias partes.

Maestro recorrió el trazado de aquel camino en dirección a aquella valla. A medida que se acercaba a aquel lugar, un escalofrío recorría su cuerpo. Algo no iba bien en aquel lugar. La valla tenía una elaborada puerta en forma de arco, la cual había sido derribada y reducida a astillas. En el suelo, casi enterrado entre la hierba, se encontraba el cartel que tiempo atrás debió estar sobre aquel arco. Estaba hecho pedazos y resultaba difícil de leer, ya que algunas de sus letras habían desaparecido para siempre. Aun así, su mensaje estaba claro.

- Bienvenidos a la Villa Pokémon- Leyó Maestro en voz baja.

A lo largo de los tres años que llevaba viajando por Kalos, había oído hablar de ese lugar en un par de ocasiones. No creía que existiera de verdad, y en caso de existir, suponía que sería una propiedad privada de algún miembro de la nobleza. En Kalos vivía mucha gente adinerada, y no era infrecuente toparse con los extravagantes caprichos que los miembros de la realeza solían concederse. El propio Palacio Cénit, cercano a su pueblo natal, era un claro ejemplo del poder del dinero en el mundo.

Aunque la Villa Pokémon existiese realmente, estaba claro que no se trataba de aquel lugar idílico para los Pokémon del que alguna gente hablaba. Aquello no era más que un campamento ruinoso, obviamente vacío, y su objetivo seguía siendo encontrar a su Misdreavus. Además de sobrarle un poco de vanidad, Misdreavus también era bastante curiosa. Era posible que hubiese encontrado aquel lugar y se hubiese dedicado a echar un vistazo y a jugar cerca de allí. No podía perder el tiempo; tenía que encontrarla y estar de vuelta en Ciudad Fractal antes de que anocheciera. Si se veía obligado a acampar en aquel bosque, pasaría la peor noche de su vida.

Mientras avanzaba cautelosamente por la Villa Pokémon, Maestro se fijaba en el panorama a su alrededor. Había casetas de madera cerca del lago, similares a las que había en el campamento de verano al que sus padres le llevaron cinco años atrás. Aquello no habría sido sorprendente si alguna de ellas siguiera en pie. Absolutamente todas ellas habían sido destruidas, aparentemente de formas muy violentas. Algunas parecía como si hubiesen recibido el disparo de un enorme cañón, otras parecían haber reventado desde dentro; y otras, si no fuera por lo imposible del asunto, parecía que hubieran sido lanzadas de alguna forma por los aires. Al dar un paso, Maestro estuvo a punto de perder el equilibrio al sorprenderse por pisar algo que crujía. Dejó de caminar y levantó el pie para ver qué había pisado.

Era un hueso. No estaba seguro de a qué pertenecía, ya que Maestro no tenía muchos conocimientos de anatomía, pero o era humano, o de algún Pokémon humanoide. En cualquier caso, lo inquietante de aquel hueso no era la posibilidad de que fuese humano, sino el hecho de que no fuese el único en aquel lugar. Al prestar atención al suelo en el momento en el que lo pisó, Maestro se dio cuenta de que aquel lugar era un auténtico osario. Había esqueletos destrozados por tontas partes, tanto de humanos como de Pokémon. Cientos de ellos. Aquel lugar había sido un auténtico matadero, probablemente tan solo unos pocos meses atrás. Apoyado sobre una caseta de madera que había sido destrozada bajo su peso, Maestro distinguió lo que parecía ser el espinoso esqueleto de un enorme Gyarados. Estaba muy lejos del lago como para haber acabado allí por su propio pie. Alguien o algo debió de lanzarlo de alguna forma.

A Maestro le habría encantado salir corriendo de allí, olvidar lo que había visto y no volver nunca jamás. Pero la Pokéball de Misdreavus seguía vacía en su cinturón. No podía marcharse y abandonarla sin más. Tenía que encontrarla.

- ¡Misdreavus!- Gritó por centésima vez, con la esperanza de recibir una respuesta.

Una sombra salió disparada hacia él, proveniente de una caseta derruida cercana. Maestro recibió un golpe en el pecho que perfectamente habría podido derribarlo, pero Furfrou le ayudó a estabilizarse y mantenerse en pie. Maestro se apresuró a rodear aquella sombra con sus brazos, abrazarla y darle un par de palmaditas.

- Ya está- Dijo Maestro en tono conciliador- Tranquila, ya ha pasado todo.

Misdreavus temblaba como un martillo neumático mientras Maestro trataba de consolarla, y a medida que las lágrimas salían de sus ojos rojos, Maestro podía notar como sus lágrimas le iban dejando la camiseta empapada. No le importaba. Por fin había encontrado a su compañera. Ahora solo tenían que salir de aquel truculento lugar.

- Misdreavus, casi es de noche- Le recordó Maestro, al ver que Misdreavus seguía apretándose contra él- Tenemos que volver a la civilización.

Misdreavus recobró la compostura repentinamente, como si se acabase de sobresaltar. Como si acabase de recordar algo terrible, mordió a Maestro por la manga de su camiseta y comenzó a tirar de él para indicarle que se marchasen de allí a toda prisa. Por un momento, Maestro estuvo tentado de sacar a Kirlia de su Pokéball y pedirle que tradujera a Misdreavus, pero recordó que ambas se habían peleado y no le pareció buena idea tratar de reconciliarlas precisamente en aquel momento y lugar. No se resistió a los tirones que Misdreavus le daba a su brazo y se dejó llevar por ella. Comenzó a caminar por aquel maltrecho camino entre las devastadas casas de madera, en dirección hacia la salida de aquel recinto vallado. Sin embargo, pocos segundos después volvió a detenerse, a pesar de que Misdreavus tiraba de él con más fuerza e insistencia. Había oído algo en la lejanía.

Se dio la vuelta a tiempo para ver como algo emprendía el vuelo desde la montaña cercana y se dirigía hacia ellos. No tenía la forma de un Pokémon de tipo Volador que hubiera visto antes. Más bien parecía levitar y propulsarse a gran velocidad, como una especie de misil. Aquel objeto volador se movía tan rápido que lo único que Maestro lograba ver era la estela que dejaba al moverse, aunque pudo verlo perfectamente cuando aterrizó en el suelo a escasos cinco metros de él. Se trataba de un ser del que había oído hablar cientos de veces, y que no pensaba que fuese a ver jamás. La mayoría de entrenadores veían pasar todos los días de su vida y la muerte se los acababa llevando del mundo sin que hubiesen logrado ver jamás uno de los considerados Pokémon Legendarios. Pero sin embargo allí estaba. El mismísimo Mewtwo se hallaba ante él en aquel momento.

Maestro no supo cómo reaccionar en aquella situación. Si Mewtwo era tan poderoso como contaban, enfrentarse a él sería un absoluto disparate. Lanzarle una Pokéball tampoco era una opción; solo lograría hacerlo enfadar. En aquella circunstancia no estaba seguro de si podía hacer algo realmente, salvo esperar a ver qué hacía aquel Pokémon. Recordó que se trataba de un Pokémon de tipo Psíquico, de modo que pensó que quizás fuese posible razonar con él.

- Yo...- Comenzó a decir Maestro- Bueno, la verdad es que ya me marchaba.

Mewtwo frunció el ceño ante sus palabras, en una expresión de extremo de desagrado.

- ¡Ah, tranquilo!- Continuó Maestro- No he visto absolutamente nada. Ni miles de huesos, ni Pokémon Legendarios.

En aquel momento, Maestro se dio cuenta de lo estúpidas que sonaban sus palabras. Si Mewtwo había hecho aquello, qué le importarían un puñado más de esqueletos en aquel osario. No había ningún motivo para que lo dejase marcharse vivo de allí. El hecho de que Mewtwo alzase la mano derecha y comenzase a acumular energía en ella para formar una Esfera Aural confirmaba a Maestro que Mewtwo pensaba exactamente lo mismo. Cuando la esfera alcanzó el tamaño de un balón de fútbol, Mewtwo hizo un movimiento de latigazo con la mano y la lanzó hacia Maestro.

Una Pokéball en el cinturón de Maestro se abrió rápidamente y Kirlia apareció en mitad de un destello de luz roja. Rápidamente proyectó una Pantalla de Luz frente al grupo que absorbió la Esfera Aural. La barrera psíquica se desmoronó ante aquel ataque, a pesar de estar en una fuerte desventaja de tipos frente al poder de Kirlia; y todo el grupo, a excepción de Misdreavus, fue derribado por la onda expansiva que la Esfera Aural produjo al explotar. A pesar de todo, seguían de una pieza. Maestro lanzó sus otras dos Pokéballs; ese no era un rival que pudiera derrotar jugando limpio. Beedrill y Frogadier se unieron al grupo.

- Frogadier, usa Rayo Hielo- Ordenó Maestro- Beedrill, Tijera X.

Mewtwo emitió un extraño sonido parecido a una risa sarcástica. Frogadier procedió a realizar unos rápidos y confusos movimientos con sus manos, imitando los sellos ninja, y a continuación comenzó a soplar un flujo continuo de aire gélido en dirección a Mewtwo. El aire que soplaba Frogadier era tan increíblemente frío que la propia humedad del aire se congelaba al instante al contacto con él, creando una estela de hielo que iba desmoronándose y cayendo al suelo a medida que el ataque avanzaba. Mewtwo se apartó sin esfuerzo de la trayectoria del ataque y el Rayo Hielo le pasó de largo, acabando por impactar contra el muro de madera casi derruido de una de aquellas casetas. El impacto del ataque convirtió aquella lastimosa estructura en una pequeña pared de iglú congelada.

Beedrill cruzó los dos aguijones de sus patas delanteras sobre su tórax, en una pose de aspecto mortuorio y se lanzó en un vuelo rápido y directo hacia Mewtwo. El Pokémon Legendario acababa de moverse para evitar el Rayo Hielo y no parecía preocupado por el insecto que también había recibido órdenes de atacarle, por lo que había bajado la guardia. Para cuando se percató de que Beedrill se había lanzado hacia él, ya lo tenía encima. Beedrill cruzó sus aguijones y utilizó sus afiladas puntas para hacer un profundo corte en forma de X en la cara de Mewtwo.

Mewtwo emitió un atronador grito de furia y dolor. Agarró a Beedrill con su mano izquierda por el punto de unión entre su cabeza y su tórax, como si tratase de estrangularlo. Su mano derecha comenzó a formar un orbe ígneo que se acercaba lentamente hacia Beedrill.

- Insecto insolente...- Murmuró Mewtwo con desprecio.

La voz de Mewtwo denotaba un odio, resentimiento y agresividad que Maestro jamás había visto en toda su vida. Cuando aquella voz telepática penetraba en su cabeza, era como si el mismísimo demonio estuviese gritándole al oído. Llegados a aquel punto, ya nada importaba. Estaba claro que todos morirían allí si no eran capaces de defenderse. En ese momento, Beedrill estaba en peligro; tenía que hacer algo.

- ¡Kirlia, Misdreavus!- Llamó Maestro- Bola Sombra.

Kirlia y Misdreavus habían tenido sus diferencias algunas horas atrás, pero en aquel momento tenían claro que no había lugar para asuntos triviales. Beedrill estaba a punto de convertirse en una colilla con aguijón, y tenían que desestabilizar a Mewtwo. Kirlia no dominaba aún del todo los ataques de tipo Fantasma, pero trató de reunir toda la energía que pudo para crear una esfera de energía fantasmagórica. Misdreavus se apresuró también a crear una, aunque ella la hizo de una forma más relajada y natural, logrando crear una ligeramente más grande incluso que la de Kirlia. Cuando ambas esferas estuvieron formadas, Kirlia y Misdreavus lanzaron sendas Bolas Sombra hacia Mewtwo, quien estaba concentrado en Beedrill y encajó el ataque sin verlo venir.

No lograron dañarle lo suficiente para desestabilizar el flujo de su energía interna e impedirle formar aquel orbe de Calcinación, pero sí lograron atraer su atención durante un instante. Aquel momento fue todo lo que Beedrill necesitaba. Con un rápido movimiento, hundió su Aguijón Letal en el vientre de Mewtwo, provocándole el dolor suficiente para que la presión que ejercía su mano se aflojara y él lograse zafarse. Antes de que Beedrill tuviese tiempo de reagruparse con el resto de, equipo, Mewtwo recuperó la compostura tras aquel ataque. Su cara estaba marcada por un corte en forma de X que sangraba y manchaba su cara de un tono carmesí. Sus ojos estaban ligeramente enrojecidos por la cantidad de energía impura que había invadido su cuerpo y su mente, y la herida de su vientre adquiría un tono amarillento. Maestro había oído que Mewtwo era capaz de sanar todas sus heridas casi al instante, y sabía que aquello era prácticamente inútil, pero se encontraba en un callejón sin salida, y la única solución que se le ocurría era seguir hiriendo a Mewtwo, por insignificante que le resultase el daño. No tenía mejores opciones.

Mewtwo se pasó la mano por su ensangrentada cara y después contempló su propia sangre. Comenzó a reír como si aquel combate no fuese más que una especie de broma para él. Como si él fuese totalmente ajeno a la posibilidad de perder y aquel combate a muerte no fuese más que un macabro juego para él.

- Sois patéticamente divertidos- Dijo Mewtwo- Pero se acabó.

Mewtwo se alzó un par de metros en el aire, levitando, y emitió una descomunal Onda Mental. No había nada que negociar ante aquel ataque. Tratar de resistirse a aquella gigantesca descarga de poder psíquico era como tratar de remontar nadando una cascada. Maestro y todo su equipo se desmoronaron ante aquel ataque. Beedrill voló erráticamente un par de metros antes de estrellarse contra una roca y perder el conocimiento. Misdreavus, quien levitaba de forma involuntaria perdió también el conocimiento y se quedó suspendida en medio del aire, con los ojos cerrados e incapaz de moverse. Incluso Frogadier acabó tumbado en la espesa hierba. Kirlia se retorcía de dolor en el suelo; gritaba a pleno pulmón a medida que el poder psíquico de Mewtwo la invadía. Maestro fue lanzado varios metros por el aire por la fuerza de aquella explosión psíquica, y además de sufrir una horrible migraña, creía haberse roto algún hueso. Furfrou, que no se había separado de él ni un segundo desde que vieron a Mewtwo, había caído junto a él.

No solo ellos habían recibido aquella muestra del poder de Mewtwo. Miles de huesos que se encontraban por allí tirados habían sido lanzados por los aires, e incluso un par de casas de madera cercanas que aún conservaban alguno de sus muros en pie se terminaron de derrumbar. Aquel ataque era como una pequeña bomba nuclear psíquica, y pese a todo Maestro estaba seguro de que Mewtwo no les había atacado con todo su poder. Al fin y al cabo, si no se equivocaba, todos ellos seguían vivos.

Mewtwo volvió a aterrizar en el suelo y caminó lenta y tranquilamente hacia el niño de trece años que se retorcía de dolor sobre la hierba. No había necesidad de darse prisa, ya que ninguno de sus patéticos oponentes sería capaz de volver a levantarse después de aquello. Cuando percibió que un humano se había adentrado en sus dominios y fue a su encuentro, se llevó una gran decepción al comprobar que se trataba simplemente de un crío. Esperaba toparse con alguien lo bastante poderoso como para tener un combate que valiese la pena, pero tampoco iba a ser aquel día. Pese a todo, debía admitir que aquellos lastimosos insectos tenían más agallas de lo que parecía.

Se detuvo frente a Maestro. Aún seguía consciente.

- ¿Algo que decir, insecto?- Preguntó Mewtwo.

Maestro alzó la mirada y la cruzó con la de Mewtwo. Hacía unos minutos tenía miedo de aquel Pokémon, pero ya no lo tenía. Ya no valía la pena tener miedo. Al fin al cabo, se había terminado. No había nada que pudiera hacer para evitar convertirse en parte de aquel gigantesco osario.

- No voy a suplicarte- Dijo Maestro- Acaba con esto ya.

- Si es lo que pretendías, no me impresionas. Pero sí, acabemos con esto.

Mewtwo apuntó hacia Maestro con su mano derecha y comenzó a crear una Esfera Aural. Al percibir que su entrenador estaba en peligro, Kirlia ignoró el dolor que la inundaba y trató de despejar su mente y concentrarse a pesar de todo. Incapaz siquiera de ponerse en pie, canalizó el poco poder psíquico que pudo hacia Maestro para crear una Pantalla de Luz que absorbiese el ataque, aun sabiendo que aquella barrera sería demasiado débil para detener aquella potente Esfera Aural.

Tirada en el suelo, manteniendo activa la barrera sin poder mover un solo músculo, Kirlia contempló toda la escena. Mewtwo lanzó la Esfera Aural hacia Maestro. Todo acabaría en aquel instante. Su débil barrera no lograría detener aquel ataque. Fue entonces cuando Furfrou, al ver al hermano pequeño de su entrenador en peligro, volvió a ponerse en pie. Pese a que no se había implicado mucho en el combate, él no era un Pokémon fuerte que pudiera resistir muchos ataques como los demás. Él no había acompañado a Maestro como uno de sus Pokémon y había luchado por él, sino como un compañero de viaje. Aquel Pokémon no había luchado en serio en toda su vida y no sabía atacar debidamente ni estaba acostumbrado a encajar golpes, y la Onda Mental de Mewtwo le había dejado en un estado lamentable. Pese a las magulladuras de su cuerpo. Pese a la pata rota. Pese a que su blanco e inmaculado pelaje estaba teñido de color carmesí por culpa de su propia sangre. A pesar de todo, Furfrou se puso en pie y saltó hacia Maestro.

La Esfera Aural atravesó el cuerpo de Furfrou, atravesó la Pantalla de Luz e impactó en Maestro. La barrera se deshizo completamente. Furfrou cayó muerto en el acto, con un enorme agujero atravesando de punta a punta su cuerpo; y Maestro recibió la energía residual del ataque, junto con una ducha de sangre y vísceras de Furfrou. Pese a haber sido atenuado por dos escudos, el ataque machacó los huesos a Maestro, que profirió un desgarrador grito de dolor que retumbó en toda la Villa Pokémon. La sangre de Furfrou tiñó casi totalmente su cuerpo de rojo. Maestro gritaba desquiciadamente por dos clases diferentes de dolor, hasta que pocos segundos después dejó de hacerlo.

- Patético- Dijo Mewtwo.

Cuando Maestro perdió el conocimiento, Mewtwo le dio la espalda tranquilamente y se alejó caminando sin más. En aquel recuerdo, Maestro no llegó a verlo. Sencillamente todo volvió a convertirse en humo morado y a desvanecerse. Cuatro meses más tarde, Maestro despertó del coma que sufrió debido al shock y a sus heridas, y Kirlia le contó todo lo que pasó después. Le contó cómo logró sacar fuerzas para levantarse de nuevo, se las arregló para estabilizarle un poco con su Pulso Curativo y despertó al resto de sus Pokémon. Entre todos, lograron atravesar el Bosque Errantes durante la noche cargando con el cuerpo inmóvil de Maestro y llevarlo al hospital de Ciudad Fractal.

También le contó como Furfrou le había salvado la vida. Sin embargo, nada de lo que Kirlia le contase sería algo que Maestro no supiera. Había visto ante sus propios ojos como el Pokémon de su hermano, que era su amigo desde que tenía memoria, y que había sido su compañero de viaje inseparable durante tres años había prácticamente reventado ante sus ojos. Aquel fue el día en el que el inocente niño de trece años que solo quería vivir su vida felizmente murió y nació el cruel avatar de venganza que el mundo conocería como "Maestro".

Desde aquel día, Maestro pasó un total de veintidós años fortaleciendo tanto a sus Pokémon como su propio cuerpo y buscando de nuevo a Mewtwo. Aunque su hermano sabía que no había sido culpa suya y no le reprochó nada, él no fue capaz de volver a mirarlo a la cara. Maestro era consciente de que su amigo no volvería hiciera lo que hiciera y que jamás volvería a ver la vida de la misma forma nunca más. Incluso si mataba a Mewtwo, nada cambiaría. Pero de alguna forma, sentía que debía hacerlo. No solo se trataba de una cuestión de venganza, sino también de justicia. Todos aquellos huesos en la Villa Pokémon eran solo la punta del iceberg. Era imposible determinar a cuántos humanos y Pokémon había asesinado Mewtwo, y realmente no era algo que importase a Maestro dadas las circunstancias. Sin embargo estaba claro que el mundo sería un lugar mejor si aquel Pokémon mordía el polvo. Y cualquier sacrificio sería pequeño con tal de acabar con él. Todo el daño que Maestro causase al mundo dando caza a Mewtwo se vería eclipsado por la cantidad de vidas que se salvarían.

Aunque al principio Maestro se agarró al concepto de "Justicia" como excusa para justificar su venganza, con el tiempo no tardó en admitir que se trataba de un acto de egoísmo por su parte. No dudó en acoger a Pokémon iguales o peores que Mewtwo en su equipo, como su querida Mawile, quien de haber tenido un poder similar al de Mewtwo seguramente había causado masacres incluso mayores. No dudó en matar a sangre fría a todo el que se interpusiera en su venganza con tal de llegar hasta Mewtwo. Con los años, Maestro se había acabado volviendo un tipo callado, cruel y violento; hasta el punto de que incluso famosas organizaciones criminales habían llegado a temerle. Pese a ser consciente de todo lo que había hecho mal en la vida y a haber cometido actos terribles, Maestro no se arrepentía de nada en absoluto.

El único aspecto positivo que Maestro le veía a estar atrapado en aquel Spiritomb era que todo sucedía siempre de la misma forma. Aunque hubiera sido condenado a un tormento eterno, al menos sabía lo que podía esperar de aquel lugar. Dado que el tiempo no tenía significado alguno para los muertos, no era capaz de saber exactamente cuánto tiempo había pasado allí, girando a la deriva en aquel vórtice. Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba allí, más se acostumbraba a su lastimosa rutina. Pasaba la mayor parte del tiempo hundiéndose en el remolino, con la mente prácticamente en blanco o recordando voluntariamente algunos momentos de su vida. En ocasiones el propio Spiritomb le obligaba a revivir algunos momentos en concreto de sus treinta y cinco años de vida. A veces le hacía rememorar algunos momentos felices, lo que suponía un breve y agradable respiro para Maestro en aquella vorágine de sufrimiento eterno. Otras veces, sin embargo, le obligaba a volver a pasar por los peores momentos de su vida. El Spiritomb parecía tener un desagradable gusto por el recuerdo de la muerte de Furfrou; probablemente debido a que de alguna forma sabía que era el que más torturaba su alma. Maestro no sabía por qué el Spiritomb les hacía eso, si es que se lo hacía a todos y no solo a él, aunque tenía unas vagas sospechas. Sabía que algunos fantasmas, además de poder comer comida sólida, eran capaces de nutrirse de alimentos más esotéricos. A su Misdreavus, por ejemplo, siempre le había gustado comerse los sueños del resto de Pokémon de su equipo, y sabía que había fantasmas capaces de alimentarse del miedo o del dolor de quienes le rodeaban. Seguramente el sufrimiento de aquellas ciento ocho almas era el combustible que sostenía la existencia de aquel Spiritomb.

El tiempo, si es que aún existía, fue pasando; y Maestro volvió a revivir todos sus recuerdos un número incontable de veces. Se había formado una especie de ciclo que parecía insondable e inquebrantable. Y durante lo que a Maestro le pareció una eternidad, fue así; hasta que dejó de serlo. En un determinado momento, que dada la naturaleza de aquel lugar resultaba difícil asociar a un momento temporal concreto, algo comenzó a perturbar aquel remolino de almas.

Todos los compañeros de tormento de Maestro se agitaban a la vez que el remolino que les retenía comenzaba a ondularse. La velocidad de succión de aquel vórtice se aceleró como nunca antes lo había hecho, aunque por más que seguía hundiéndoles nunca llegaban a nada parecido a un fondo y aquello no significaba nada realmente. Lo que sí que sucedió fue que la frecuencia a la que Maestro era sometido a sus recuerdos más dolorosos se incrementó repentinamente. El Spiritomb nunca antes le había hecho revivir la misma situación dos veces seguidas, pero en aquel momento le obligo a ver morir a Furfrou cientos de veces seguidas. Spiritomb estaba exprimiendo el sufrimiento de las almas atrapadas en su interior a ritmo acelerado, y el vórtice de su interior se deformaba y agitaba bruscamente sin previo aviso. Aquella inestabilidad repentina y esa necesidad urgente de energía solo podía significar una única cosa. El Spiritomb estaba combatiendo. Y no parecía irle muy bien.

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