Capítulo XXXIII

     —Me quedé sin habla cuando vi la gigantesca mansión de los Roosevelt. No podía creer que Jackie y su hermano viviesen en semejante lugar tan enorme...

     — ¿En verdad era tan grande?

     —Era, quizá, un poco más grande que el campus del Instituto.

     — ¿Y eso era grande?

     —Demasiado. Un mundo pequeño dentro de un mundo más grande.

     —Increíble...

 

     Me quedé sin habla cuando vi la gigantesca mansión de los Roosevelt. No podía creer que Jackie y su hermano viviesen en semejante lugar tan enorme. Para poder acceder a la propiedad, debíamos pasar primero por la verja de la entrada. Una reja de color negro, imponente, en cuyos barrotes podía verse el escudo de la Elite. La puerta se abría mediante un sistema mecánico que, a su vez, se activaba mediante el pequeño teclado numérico que se encontraba empotrado en un pedestal que llegaba a la altura del estómago de Devon, quien era el más alto del trío. Jackie entró velozmente la clave para abrir la verja: 04-23-89. La verja se abrió al instante, soltando un rechinido que logró ponerme la piel de gallina. Ella nos condujo hacia los jardines, en los que debíamos atravesar un camino adoquinado para poder llegar a la puerta principal. Los arbustos y los árboles estaban podados con la forma de algunos Pokemon. Pude distinguir las siluetas de algunos Nidoking, Rhyhorn, Onyx, Charizard, Arceus... La mayor parte de esos Pokemon eran intimidantes, perfectos para representar a la familia Roosevelt. Vimos también la cochera, que estaba situada entre un grupo de árboles, cerezos y abetos, en la que estaban aparcados cinco elegantes autos de color negro y con cristales polarizados. Eran el tipo de vehículos que solamente una persona multimillonaria podía conducir. Vimos también algunas motocicletas y dos autos convertibles. Todo era de color negro.

     Devon soltó un silbido al ver los autos.

     —Mierda, Jackie... —comentó impresionado—. ¿Qué es lo que hacen tus padres para ganarse la vida? ¿Son una familia de la mafia o algo así?

     Jackie no respondió.

     Llegamos finalmente a la puerta de entrada, al cabo de casi quince minutos de caminar sobre los adoquines del sendero. Estaba hecha con vitrales y se abría mediante el mismo mecanismo de seguridad. La clave que Jackie utilizó fue distinta: 15-07-64. El recibidor de la mansión estaba decorado con un estilo que intentaba combinar el ambiente gótico con la tecnología de punta. Había cuadros enmarcados en hoja de oro, fotografías que decoraban repisas y estanterías. Y una escalera doble al fondo, que servía para enmarcar la puerta que conducía al jardín trasero. Tan sólo el recibidor era del tamaño de mi propia casa, ¡una sola habitación era del tamaño de la casa de los Crown! Todo en aquella casa funcionaba de forma automática. Recuerdo que sentí un poco de envidia al ver en qué condiciones tan maravillosas vivía mi mejor amiga.

     — ¿Quieren dar un recorrido? —nos preguntó Jackie en voz baja y por un momento me pareció que estaba haciendo todo lo posible para evitar abrazarse a sí misma.

     Devon y yo asentimos, Jackie entonces echó a caminar hacia la puerta que había a la derecha de nosotros. Esa puerta nos condujo hacia el salón, cuyo aspecto gótico hacía resaltar la pantalla de plasma de la pared y el maravilloso sistema de sonido.

     —El salón —anunció Jackie y señaló otro bloque de escaleras, que iba hacia abajo, con una sacudida de la cabeza—. Las escaleras conducen al piso de abajo, donde están el gimnasio y la lavandería.

     Hizo caso omiso de las otras puertas ubicadas dentro de aquella habitación.

     Salimos del salón y pasamos a la habitación que había al lado contrario del recibidor, entrando a un comedor gigantesco.

     —El comedor —dijo Jackie, aunque para nosotros fue evidente.

     A través de una puerta de cristal, a juzgar por lo que pude ver, se accedía a la cocina.

     Salimos también de aquella habitación, llevándonos una terrible sorpresa al ver que una mujer nos miraba con desaprobación. Ella estaba vestida con un traje de mucama, de color negro, y usaba guantes de látex en sus manos. No parecía ser mayor de treinta años e iba acompañada de un Chansey que vestía con un traje similar al de ella.

     —Señorita Jacqueline —dijo la mujer, que hablaba con un acento latino y tenía algunos problemas para hablar con fluidez el inglés—, ¿qué está haciendo aquí?

     —Eso no te importa, maldita idiota —respondió Jackie con hostilidad, Devon y yo nos miramos incómodos—. ¿Dónde está mi madre?

     —La señora Julia ha ido a su cita diaria en el spa —respondió la sirvienta—. ¿Ha vuelto su hermano también?

     — ¿Acaso lo ves aquí, con nosotros? —Le espetó Jackie aún con hostilidad, la sirvienta negó con la cabeza—. ¡Pues claro que no, estúpida! ¡Él está aún en el instituto!

     La sirvienta agachó la cabeza y retrocedió un par de pasos, en señal de respeto.

     — ¿Qué estás haciendo aquí todavía? —siguió Jackie implacable—. ¡Largo de aquí! ¡Ve a limpiar, o a cocinar, o a hacer cualquiera de tus malditas estupideces! ¡Que te vayas, he dicho!

     La sirvienta y su Chansey se retiraron a toda velocidad. Jackie pasó una mano por su rostro para intentar relajarse. Nos miró, se encogió de hombros y dijo:

     —Lamento eso. Esperanza recién ha llegado hace un par de días a trabajar aquí.

     —No tenías que tratarla de esa manera —se quejó Devon—. La pobre estaba aterrada.

     —Está aquí para obedecer, y no para que tú la compadezcas —le espetó Jackie—. Vamos arriba, andando.

     Y subimos las escaleras para acceder al piso de arriba.

     Al llegar, nos llevamos una sorpresa al ver que había un segundo recibidor en el que esperaba otra escalera doble que conducía al tercer piso. Jackie no se detuvo a mostrarnos aquella planta, sino que subimos también esas escaleras y repetimos el camino hasta llegar al cuarto piso de la mansión. Jackie echó a caminar hacia el lado izquierdo, diciendo:

     —Al otro lado se encuentra el dormitorio de mis padres y el estudio.

     Llegamos a la puerta del fondo del lado izquierdo, que se encontraba frente a una puerta similar que estaba marcada con una letra M de estilo gótico esculpida en oro. La puerta que abrió Jackie estaba decorada con una letra J. Era evidente que ella no quería tocar el tema de su familia, pues hacía todo lo posible para no mencionar nada acerca de las fotografías que adornaban la pared.

     Entramos a su dormitorio, que era cinco o seis veces el tamaño del mío. Me quedé sin habla, de nuevo, y sólo me dediqué a mirar todo lo que estaba al alcance de mis ojos. De nuevo había un estilo gótico en la decoración, lo que causaba que el dormitorio fuera un tanto oscuro y que necesitara la iluminación constante de las lámparas de lava que Jackie había situado sobre algunas mesas decorativas. Las cortinas estaban cerradas y toda la habitación despedía un dulce aroma a fresas. Quizá eso último era lo más extraño de todo, pues Jackie no parecía ser el tipo de persona que utilizaría ese tipo de aromatizantes.

     —Siéntense —dijo ella.

     Jackie avanzó hacia el armario, que era una habitación entera a la que entró y tardó un par de minutos en salir. Cuando la vimos de nuevo, ella se había despojado ya del uniforme del colegio y se había vestido con ropas casuales. Iba jugueteando con un mechón de cabello, que trenzaba con nerviosismo. Liberó a Meowth, quien corrió para jugar en ese poste para afilar las garras que utilizan los gatos. Jackie se dejó caer en la cama y la habitación se sumió en silencio.

     Devon se dejó caer en un cómodo diván y permaneció tan callado como una tumba. Yo sólo me acerqué a la chimenea, que estaba encendida, y miré las fotografías que estaban decorando la repisa encima de ella, ubicadas debajo de un gigantesco mural lleno de dibujos que, al parecer, ella misma había hecho. Una de las fotografías llamó más mi atención, pues era una imagen de la familia Roosevelt. Ellos parecían ser una familia de alcurnia, esa impresión daban con su aspecto elegante y un tanto siniestro. Jackie era idéntica a su madre, esa mujer parecía ser la persona más cruel y frívola del mundo. Tanto, o un poco más, que su padre. Ese hombre cuyos ojos me hacían sentir escalofríos.

     —Deja eso en su sitio.

     Obedecí al escuchar la voz de Jackie.

     Devon y yo intercambiamos miradas en ese momento, fue él quien se decidió a comenzar con el interrogatorio que ambos parecíamos querer hacer.

     —Jackie, ¿vas a decirnos ya qué es lo que está pasando?

     Ella permaneció en silencio.

     Era mi turno de intentar.

     —Creí que habías dicho que tenías mascotas, ¿en dónde están? Quisiera verlos y jugar con ellos, apuesto a que a ti te vendría muy...

     —Ellos están en el jardín trasero —dijo Jackie encogiéndose de hombros—. A mi padre no le gusta que ellos entren a casa.

     Para nosotros fue evidente que ella no quería hablar de su padre.

     —Tu casa es enorme —comentó Devon—. Creo que yo me perdería aquí dentro si viviera aquí. Nunca creí que tú vivieras en un lugar como este.

     Jackie se encogió de hombros.

     — ¿Qué fue lo que pasó durante el entrenamiento? —le pregunté.

     La tensión cayó de golpe sobre nosotros.

     Jackie se incorporó y miró hacia abajo durante un minuto entero. Me di cuenta de que en más de una ocasión, ella intentó abrazarse a sí misma de nuevo. Al cabo de ese tiempo, ella levantó la mirada y nos dedicó una triste sonrisa, diciendo:

     —Creo que Sky tiene razón. ¿Qué les parece si salimos y entrenamos juntos?

     Asentimos, emocionados.

     Especialmente yo, que ya había encontrado el gusto a entrenar.

     Salimos de la habitación de Jackie, dejando nuestras cosas allí dentro. Hicimos de nuevo el recorrido para bajar al primer recibidor, donde nos topamos de nuevo con Esperanza. Ella agachó la mirada en cuanto Jackie la miró con auténtico desprecio. Salimos por esa otra puerta hecha de vitrales, llegando a una pequeña zona de descanso que daba vista hacia el gigantesco jardín que estaba dividido en cuatro zonas: una piscina, una zona para hacer yoga, un campo de entrenamiento gigantesco y un espacio especial para las mascotas, similar a una mansión en miniatura. Todo estaba rodeado por árboles, había algunos cerezos que contrarrestaban con el resto del verde follaje. Había rosales, arbustos podados de la misma forma que en el jardín frontal, campos de flores, fuentes de cristal con la forma de varios Pokemon hermosos... Era un sitio paradisiaco.

     Jackie nos condujo hacia la mansión de las mascotas, pasando de largo frente al trío de jardineros que en ese momento intentaban retocar la cabeza y las alas de un arbusto podado con la forma de un Pidgeot. Cuando Jackie abrió la pequeña reja para entrar a la zona de las mascotas, fuimos atacados por una marabunta de besos y colas que se agitaban con emoción. Los cachorros de Jackie eran en extremo cariñosos, todos ellos eran de raza Doberman. Tiernos como ninguno. Allí estaba también el gato, Luna, que era persa y gustaba de estar en los brazos de Jackie. Parecía ser que el pelaje y el amor de sus mascotas hacia ella era lo único que podía hacerla sentir con autenticidad.

     —Vaya, parece que hemos olvidado a alguien.

     Miramos hacia atrás cuando Devon habló. Meowth nos perseguía a toda velocidad, emocionado también ante la idea de estar al aire libre. Jackie rió, divertida.

     — ¿Por qué no liberan a Eevee y Bulbasaur? —nos ofreció Jackie.

     Y eso hicimos.

     Bulbasaur se dejó caer sobre el césped y comenzó a rodar, feliz como nunca. Eevee retozaba, con la misma actitud de un cachorro juguetón, y corría alrededor de los pies de Devon. Jackie rió, complacida.

     En ese momento creí que nunca la había visto tan contenta.


     Pasamos gran parte de la tarde en el jardín de los Roosevelt, aunque lo que menos hicimos fue entrenar. Encontramos más divertido el hecho de jugar con los cachorros, lanzándoles pequeñas pelotas de tenis que ellos perseguían y devolvían a nuestras manos. Eevee se unió al juego, siendo el más veloz y el más hábil de entre todos los cachorros. Esperanza nos ofreció bebidas, un delicioso té helado y refrescante. Nos dio también algunas galletas azucaradas y un emparedado de jalea y mantequilla de maní para cada uno de nosotros. Jackie comía el suyo con un poco de espeso chocolate al centro, era delicioso a juzgar por la forma en la que brillaban sus ojos.

     Sin embargo, llegó el momento de detener nuestros correteos cuando escuchamos esa potente voz que salía del interior de la mansión.

     — ¡No me importa si ella está entrenando! ¡Tiene que volver ya mismo al Instituto!

     Jackie se quedó paralizada al escuchar la voz y ordenó a todas sus mascotas que volvieran a la mansión. Vimos surgir entonces a ese hombre, que iba vestido con un elegante traje de color negro y que despedía un asqueroso hedor a tabaco. Él era alto, fornido, imponente. Su mirada me causaba escalofríos.

     — ¡Jacqueline! —exclamó enfurecido—. Así que aquí estás, pequeña zorra irresponsable. Tu profesora llamó. ¿En verdad crees que tú puedes decidir cuándo perder un día de entrenamiento en el colegio? ¡Despídete de ese par de chiquillos, ahora! ¡Sabes bien que está prohibido traer visitas a esta casa!

     Algo en la voz de ese hombre me causaba temor, aunque me causaba mucha curiosidad a la vez.


     — ¡¡No!!

     — ¿Qué?

     — ¡No puede ser!

     — ¿Qué pasa contigo?

     — ¡¡No puedo creerlo!!

     —Bien...

 

     —Lo lamento, padre —dijo Jackie agachando un poco la mirada—. Hubo un accidente durante el entrenamiento y...

     —El único accidente que hubo aquí fue haber permitido que tú nacieras. No eres más que una inútil. Eres débil y no sirves para nada.

     Se giró y se retiró, sin siquiera prestar atención a nuestra presencia. Jackie, herida, nos miró con un dejo de culpa y musitó:

     —Lo lamento... Deben irse, a mi padre...

     —Espera —le interrumpió Devon—. ¿Dices que ese hombre es tu padre?

     —Sí —musitó Jackie con nerviosismo.

     — ¿Ya lo conocías? —le pregunté a Devon confundida.

     Y él asintió, con la misma actitud que yo.

     —Sí... Lo he visto en mi casa. Mis padres y él suelen reunirse muy a menudo. Es un tipo de lo más extraño. Siempre se queda en los rincones más oscuros y usa una máquina que distorsiona su voz.

     — ¿Por qué tu padre hace cosas como esa? —le pregunté a Jackie.

     Y ella, asustada, musitó la respuesta que me cayó como un balde de agua helada en la espalda:

     —Eso es porque mi padre es el Jefe y fundador de la Elite.

     —Entonces... ¿Tu padre es R?

     Ella asintió.

     Lo que me impresionó no fue saber cuál era la ocupación del padre de Jackie, pues ese no era un secreto para nadie. La impresión llegó cuando escuché ese sobrenombre. R. Sentí que mis recuerdos llegaban en un torrente aplastante, escuché en mi mente aquellas palabras que mi prima Chloe había dicho durante el funeral de mi padre.

     —Tu padre tenía problemas con R.

     Devon me sujetó por el hombro y me preguntó angustiado:

     —Sky, ¿te encuentras bien? De repente has palidecido.

     Yo negué con la cabeza y encaré a Jackie.

     —Tu padre... Es R...

     —Sí —dijo ella despreocupada—. ¿Qué hay con eso?

     Noté que se había sentido ofendida con mi comentario.

     Confundida y aterrada, yo sólo pude responder:

     —Mi padre... Mi padre murió por causa de R...

     La miré con desesperación, confusión, angustia... Sentí que pronto rompería en llanto.

     No pude hacer más que salir corriendo, a toda velocidad, llevando a Bulbasaur conmigo.

     — ¡¡Sky!! —exclamó Devon y me siguió.

     Yo no quise volver para disculparme con Jackie o para demostrarle a Devon que no pasaba nada malo conmigo. Simplemente me fui, a través de la puerta principal, y tomé el primer autobús que me llevaría de vuelta a casa.

     En ese momento, sólo quería respuestas.

     Quería confrontar a mi madre y saber: ¿por qué había muerto mi padre y qué tenía que ver él con el padre de mi mejor amiga?


     —Creo que lo que dijiste estando frente a Jackie estuvo mal...

     —Debes comprender. Yo estaba muy confundida y aterrada. ¿Cómo reaccionarías tú al saber que el padre de tu mejor amiga...?

     —Los conflictos que ellos hayan podido tener no debían interferir en tu amistad con Jackie. Al final, ella no fue quien le hizo daño a tu padre. ¿O sí?

     —No... Supongo que... Supongo que tienes razón...

     — ¿Y tu madre te dio respuestas?

     —Sí... Y a partir de ese día, digamos que... Digamos que comencé a sentir que nada tenía sentido.

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