Capítulo XXVII
—Pasé cuatro días enferma, de los que sólo recuerdo las pesadillas que tuve...
— ¿Fue Devon quien te rescató?
— ¿Cómo vas a saber todo lo que me preguntas si ni siquiera me dejas hablar?
— ¡Lo lamento! ¡Sigue!
Pasé cuatro días enferma, de los que sólo recuerdo las pesadillas que tuve. En mis sueños solamente podía ver a mi madre, decepcionada de mí luego de que Número Tres le entregara el informe de mis actividades durante la prueba. No quería que mi madre se enterara del hecho de que pasé más tiempo inconsciente del que pasé haciendo cosas. En mis pesadillas, mi madre decía lo mucho que yo le avergonzaba. Comparaba entonces mi esfuerzo con el de los peores de entre los mejores, aquellos que obtuvieron la peor puntuación posible pero aún así se habían mantenido conscientes durante las tres semanas, sin desmayarse una sola vez.
Esa fue una terrible tortura.
Pero el día que finalmente pude despertar, el alivio llegó a mí de golpe al darme cuenta de que aún estaba en el Campo de Entrenamiento. Tenía todavía la oportunidad de redimirme, de hacer bien las cosas. Tenía que aprovechar cada segundo.
Lo primero que vi al abrir los ojos, fue que me encontraba recostada en el interior de una cueva a media luz. Los rayos del sol tenían el paso bloqueado gracias a la manta que alguien había colocado en la entrada de la cueva, a manera de cortina. A mi lado había una pequeña cama de hojas en la que, inmediatamente, supe que dormía Bulbasaur. De mi Pokemon no había rastro alguno, pero sí parecía que alguien había estado atendiéndome. Había envoltorios vacíos de medicinas, envoltorios de jeringas usadas, y en mi antebrazo derecho había una pequeña bandita en la que vi una diminuta gota de sangre. Por el dolor que sentía en mi brazo, supe que alguien había estado inyectándome esos medicamentos. La mano con la que toqué el humo tóxico de Koffing, la misma mano que introduje en el agua helada, estaba cubierta con una venda. Las puntas de mis dedos tenían una leve tonalidad rojiza y alcancé a distinguir unos cuantos puntitos del mismo color, un poco más intenso. Eran los claros rastros de una reacción alérgica. Por lo demás, me encontraba en perfectas condiciones. Logré incorporarme y salí a gatas de la cueva. Descubrí que estábamos en una zona rocosa. No había vegetación por ninguna parte, además de la cama de hojas y de los vegetales que había en una cesta cerca de la fogata. Al darme cuenta de que alguien había conseguido preparar una deliciosa sopa de pollo, pensé que Devon había sido mi salvador. Pero entonces vi el sitio donde nuestras mochilas estaban apiñadas y supe que Devon no estaba ahí.
Había tres mochilas ahí, no dos.
Conseguí levantarme y miré en todas direcciones, hasta que finalmente encontré a la persona que estaba buscando. Jackie estaba sentada detrás de una roca, tallando un trozo de madera con una navaja de bolsillo. Al percatarse de que yo la estaba mirando, me sonrió con calidez y se levantó para encontrarse conmigo.
—Vaya, has despertado —dijo—. ¿Cómo te sientes?
—Todo en orden —le respondí—. ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?
—Cuatro días. Has estado enferma.
—Lo sé, en la cueva vi los envoltorios de las medicinas. ¿Has sido tú quien estuvo cuidando de mí?
—Max y yo nos turnamos. Si has visto un poco de sangre en la cueva, es porque Max no tiene idea sobre cómo inyectar los medicamentos.
Ambas reímos.
Jamás me sentí tan contenta de estar con ninguna persona.
— ¿Dónde está Bulbasaur? —pregunté—. ¿Y dónde está tu hermano?
Jackie estiró los brazos por encima de la cabeza y me condujo hacia donde estaba la fogata. Tomó una manzana de la cesta y me la lanzó, diciendo:
—Han ido a estirar las piernas. Come algo, debes reponer tus energías.
Le di un mordisco a la manzana, sintiendo que jamás había comido nada tan dulce y delicioso.
— ¿Se han alejado mucho? —pregunté y me senté junto a ella frente a la fogata.
Era un día soleado y precioso. Era casi como si todos los males hubieran sido resueltos.
—No lo creo —dijo Jackie—. Sólo han ido a dar un paseo, a asegurarse de que no hay moros en la costa.
— ¿Qué ha pasado en los últimos días?
—Nada que reportar. ¡Oh, lo olvidaba! Tengo algo para ti.
Se levantó y avanzó hacia donde nuestras mochilas estaban apiñadas. Buscó algo dentro de la suya y cuando lo encontró, volvió conmigo. Me entregó una bolsa plástica de color negro que pesaba lo suyo.
—Imagino que querrás tener esto —me dijo y volvió a sentarse a un lado de mí.
Miré dentro de la bolsa y me sentí aliviada al ver que ahí se encontraban mis Pokebolas, tanto las Pokebolas donde tenía a Ninetales y Beartic, como las Pokebolas de Oro que ya había conseguido. Sonreí y miré agradecida a Jackie.
—También encontré esto —me dijo y sacó de su bolsillo un pequeño trozo de papel que me entregó.
Era la nota de Número Tres.
Alarmada, la miré con angustia.
— ¿Has leído lo que...?
— ¿Por quién me tomas? —reclamó ella divertida—. Estaba más preocupada por tu salud que por lo que pudiera haber en tus bolsillos.
Suspiré aliviada y asentí, sintiéndome aún más agradecida con ella.
—Te lo agradezco, Jackie.
—No es necesario que agradezcas. Ya llegará el momento en el que me pagues todo lo que he hecho por ti.
Me dedicó un guiño y una sonrisa.
Gracias a esa experiencia fue que comencé a sentir un poco de cariño hacia ella. Era inevitable. Jackie podía ser cruel, fría, indiferente, agresiva en ocasiones. Pero era una amiga muy dedicada y cariñosa, del tipo de amiga que se preocupa hasta por cuántas comidas has hecho durante el día para asegurarse de que no estás pasando hambre. Por un momento pensé que no habría manera en la que yo pudiera pagarle la ayuda que estaba brindándome.
Max volvió una hora después.
Al Verme, Bulbasaur se emocionó tanto que por un momento creí que se orinaría encima.
— ¡Skyler, eso es asqueroso!
—Calla. Es mi historia.
Bulbasaur no quiso desprenderse de mí desde que me vio consciente. A decir verdad, tampoco yo quería desprenderme de él.
La zona rocosa se convirtió en nuestra zona. Gracias a que no había vegetación ni agua, y a que la cabaña más cercana estaba en un lugar difícilmente accesible, pudimos establecernos allí fijamente. Dispusimos todas nuestras pertenencias de manera que pudiera pasar más por un campamento y no por un simple sitio donde un trío de nómadas pasaban la noche. Claro, era necesario bajar a la zona donde había vegetación para conseguir agua. Pero, por lo demás, todo comenzó a ir a la perfección.
Dentro de esa misma zona pudimos cumplir con el objetivo de capturar a diez especies distintas de Pokemon. No fue difícil, a decir verdad. Era como si en esa zona todos los Pokemon se hubieran ocultado del resto de nuestros compañeros. Gracias a esas excursiones que hacíamos para atraparlos fue que conseguí a mi Ekans, al cual encontré dormitando debajo de una roca. Atrapé también a un Parasect, un Zubat, un Gigglypuff (al que sólo pude conseguir luego del tercer día de excursión cuando por fin comprendí que debía utilizar tapones para los oídos o terminaría dormida gracias a su canto, para despertar al cabo de un rato con el rostro lleno de garabatos), un Spearow que se detuvo cerca de nuestra guarida para tomar un descanso de su vuelo, un Digglet al que le encantaba jugar al escondite con nosotros, un Pichu que entró a nuestro refugio para robar un poco de comida, y un Goldeen a quien conseguí durante un día de pesca con Jackie.
En cuanto a las Pokebolas de Oro, tuvimos la mayor de las suertes en una ocasión.
Entramos a una de las cuevas en busca de un Golbat que atormentaba a Max cada vez que él debía hacer la guardia. Lo encontramos luego de un rato, él colgaba con la cabeza hacia abajo entre un grupo de sus amigos Zubat. Jackie, sin razón aparente, decidió lanzarle una roca. El barullo fue tal que el techo de la cueva comenzó a derrumbarse, los Zubat pasaron por encima de nosotros y nos dejaron los rostros totalmente llenos de los arañazos de sus alas y sus garras. Y entonces algo cayó sobre la cabeza de Max. Uno, dos, tres objetos redondos de color dorado. Buscamos en ese mismo sitio, pero no encontramos más Pokebolas. Lo que sí encontramos fue un gran surtido de piedras preciosas con las que Jackie y yo nos divertimos esa misma noche. Ella utilizó algunos cables y cuerdas delgadas obtenidas en la cabaña oculta. Me mostró cómo trabajar con esos materiales y, así, hicimos brazaletes y collares con las piedras preciosas. Fue la mar de divertido, hicimos uno para todos nosotros. Ella tomó un pequeño rubí con el que fabricó un collar para Meowth y yo hizo lo mismo para Bulbasaur, con un pequeño trozo de esmeralda. El resto de las piedras las repartimos en partes iguales. Max descubrió que entre todo lo que encontramos había unas cuantas Piedras Fuego, que igualmente repartimos entre nosotros tres.
Mi relación con Max no mejoró, pero tampoco empeoró. Él era tolerante con el hecho de que su hermana y yo nos hacíamos cada vez más unidas, eso volvió nuestra alianza mucho más agradable.
Y una noche, cuando todo parecía estar saliendo a la perfección, ocurrió algo intenso.
Max y yo, por alguna extraña razón, competíamos por ver quién de nosotros podía comer más tiras de tocino en un minuto. Los tres estallamos en risas cuando Max comenzó a atragantarse y Jackie, luego de llamarlo inútil de mierda, tuvo que darle un par de palmadas en la espalda. Jamás había reído tanto. Estando con los Roosevelt, me sentía bien. Me gustaba ser amiga de los dos hermanos más aterradores y misteriosos del Instituto, descubrí que en realidad no eran tan aterradores y misteriosos. Eran demasiado divertidos, a decir verdad. Cuando terminamos con la competencia del tocino, Max tomó un par de pequeñas botellas de salsa picante que encontramos en la cabaña. Salsa extra picante. Me entregó una de ellas y dijo:
—Revancha. Te reto a terminar de beber esto, hasta la última gota.
—Bien —le dije y sonreí con aire triunfal—, pero tendrás que darme algo cuando acabe contigo.
— ¡Genial! ¡Una apuesta! —exclamó Jackie emocionada—. ¡Ya hacía falta que le dieran algo de sabor a esto!
— ¿Qué quieres? —me preguntó Max esbozando media sonrisa.
—Cien dólares.
—Hecho.
Estrechamos nuestras manos para cerrar el trato y nos llevamos las botellas a la boca.
Vergonzosamente diré que perdí la competencia, pues tras el tercer trago fui víctima de un ataque de tos y mi garganta se irritó inmediatamente. Eso, sin contar que el picante hizo efecto y tuve que tomar tres litros de leche fría para poder deshacerme de las molestias.
Jackie, aún riendo de mí, desvió en un momento su mirada para fijarse en que Bulbasaur y Koffing habían detectado algo.
Era de noche, nuestra visión era limitada. Pero aún así, ella se levantó lentamente y nos hizo señas con las manos para indicarnos que debíamos tomar nuestras armas tranquilizantes. Eso hicimos, Max incluso me dio una palmada en la espalda para hacerme avanzar frente a él. Jackie se acercó a nuestros Pokemon y dijo, en un susurro.
— ¿Dónde?
Bulbasaur señaló hacia la derecha con una de sus lianas.
Nos acercamos a ese punto. Jackie liberó a Meowth, quien dejó salir sus garras retráctiles para atacar en caso de ser necesario. Tuvo que alumbrar el camino mediante una linterna de bolsillo. De repente, vimos surgir a dos figuras entre las rocas. Un estudiante de Número Seis con sobrepeso y la misma chica, estudiante de Número Uno, que me había roto el brazo en aquella ocasión. Él iba acompañado por un Charmeleon, ella iba en compañía de su maldito Victreebell.
—Vaya, vaya... —dijo ella y la vi hacer tronar sus nudillos en intento de parecer intimidante—. Mira lo que hemos encontrado aquí...
—Son los Roosevelt —dijo él, como si no hubiera sido obvio—. Apuesto a que tienen Pokebolas de Oro.
—Yo me encargaré de ellos, tú toma sus posesiones —dijo su compañera.
Obedecí a un impulso entonces y dije:
—Sobre mi cadáver.
Mis impulsos me hicieron chasquear los dedos para que Bulbasaur atacara con una ráfaga de hojas afiladas, que fue suficiente para sacar al chico del camino. Él retrocedió, chillando aterrado gracias a que su rostro sangraba a causa de los cortes. La chica centró entonces toda su atención en mí, al mismo tiempo que Charmeleon se enfrentaba a Koffing.
— ¿Qué buscas, Crown? —siseó ella—. ¿Quieres que vuelva a romper tu brazo?
—Ya veremos quién le rompe el brazo a quién.
Y Jackie saltó encima de ella, golpeándola con saña con el mango de la linterna. Yo sonreí, agradecida y encantada. Jackie cada vez se ganaba más y más mi cariño. Y parecía ser que ella pensaba lo mismo de mí.
Koffing no tuvo problemas para abatir a Charmeleon. Envenenado y confundido, Charmeleon atacó a Victreebell en lugar de atacar a Bulbasaur. Yo me encargué de disparar los dardos que dejaron fuera de combate al chico que seguía lloriqueando. Jackie tomó a la chica por los cabellos y estrelló la cabeza de ella contra el suelo rocoso un par de veces, al menos hasta que la chica dejó de moverse. Verificó sus signos vitales y al darse cuenta de que seguía con vida, me miró esbozando una sonrisa de suficiencia y dijo:
— ¿Me harías el honor?
—Será un placer.
Y disparé, causando que ella se convulsionara por el efecto del tranquilizante. Miré entonces a Bulbasaur y él entendió lo que debía hacer. Con sus lianas, tomó los cuerpos de los chicos y de sus Pokemon para lanzarlos lejos, dejando sus provisiones con nosotros. Max se echó las mochilas de ambos al hombro y lo vi esbozar una mueca de dolor cuando su pierna herida reclamó que el peso era demasiado excesivo. Sin embargo, rió y soltó un silbido.
—Parece que hay cosas interesantes aquí dentro —dijo señalando las dos mochilas.
—Algo huele a chocolate —dijo Jackie emocionada y dando una palmada—. ¿Qué opinan si cenamos hoy un delicioso chocolate caliente?
— ¡Seguro! —Exclamé y ambas chocamos las palmas—. Max, quizá deberíamos cambiar también tus vendajes.
Él le restó importancia a ese asunto con un ademán de la mano.
Íbamos a echar a andar a andar de vuelta a nuestra zona, cuando escuchamos esa voz a nuestras espaldas. Una voz que logró mover cosas en mi interior.
— ¡Skyler!
Me giré inmediatamente y me sentí tremendamente feliz a ver a Devon, en compañía de su Eevee. Sin pensarlo dos veces, corrí hacia él para envolverlo en un fuerte abrazo.
— ¡¡Devon!! —exclamé—. ¡¡Qué gusto me da verte!!
— ¡Qué romántico!
—Eso no es romántico. Sólo éramos amigos.
— ¿No te recibió con un beso?
—Éramos unos malditos niños, ¡no era el momento para besarnos!
—Apuesto a que él te declaró sus sentimientos en ese momento.
—Nunca debí hablarte sobre Devon, en primer lugar.
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