Capítulo XLI
—Creí que Número Tres viviría en algún sitio lujoso, apartado de la ciudad, en una mansión como la de los Roosevelt, una casa tan grande como la de los Paltrow, o que tendría un gimnasio como el de Crown Corners...
— ¡Déjame adivinar! ¡Ella vivía en un palacio! Estoy segura de que sí. Un miembro del Alto Mando tiene que vivir en lugar así de gigantesco.
—Bien, admito que eso me ha hecho reír... Sólo para que conste: cuando me hice miembro de los Ocho Líderes, jamás pude pagar una casa tan grande como esa.
Creí que Número Tres viviría en algún sitio lujoso, apartado de la ciudad, en una mansión como la de los Roosevelt, una casa tan grande como la de los Paltrow, o que tendría un gimnasio como el de Crown Corners. Pero la dirección que estaba escrita en el pequeño trozo de papel nos condujo a mí, y a Devon, a un complejo de apartamentos. Un edificio común y corriente, con habitantes comunes y corrientes. Estábamos en el centro de la ciudad. Yo estaba un poco nerviosa pues había tenido que escapar de mi madre. Sabía bien que un fuerte regaño me estaba esperando en casa, pero todo valía la pena con tal de ayudar a mi mejor amiga.
—Sólo considéralo —decía Devon mientras esperábamos a que el ascensor bajara por nosotros—. Iré contigo, hablaré con tu madre y le aseguraré que entrenarás en mi casa. Así podemos salir más, vernos fuera del Instituto.
—Ya te lo dije, mi madre no aprueba la idea de que yo tenga amigos. Ella piensa que mi vida entera debe estar relacionada con el entrenamiento —le respondí.
Subimos al ascensor y presionamos el botón que nos llevaría al último piso.
Al cerrarse las puertas, Devon volvió a la carga.
—Lo único que no puedo comprender es cómo esperas socializar cuando tengas quince, dieciséis o diecisiete años —me dijo—. ¿No te gustaría salir al cine con tus amigos? ¿Ir a caminar por la noche en algún parque solitario a la luz de la luna? ¿Ir de vacaciones al mar con tus compañeros del Instituto? ¿Tener una cita conmigo?
Lo golpeé en cuanto sentí que mis mejillas se habían sonrojado. Él sólo rió a carcajadas.
Las puertas del ascensor se abrieron nuevamente, dándonos acceso al pasillo que nos condujo al apartamento de Número Tres. La placa de la puerta rezaba:
1003
Familia Williams
Llamé un par de veces al timbre que había en la pared e inmediatamente fuimos recibidos por un hombre joven, no mayor de treinta y cinco años, que nos miró esbozando un gesto de reconocimiento y dijo, con una voz amigable que tenía cierto acento latino.
— ¿Puedo ayudarlos en algo?
—Estamos buscando a Número Tres —le dijo Devon—. Es nuestra profesora en la Academia Roosevelt para entrenadores Pokemon.
El hombre asintió y se apartó un poco, diciendo:
—Pasen, ella está esperándolos.
Eso hicimos.
El interior del apartamento era cálido, todo decorado con colores rojizos y anaranjados. De nuevo estaba presente esa predilección por el fuego, por los leones, por todo lo que transmitía la intensidad que representaba tanto a Número Tres. En el salón había una estantería que cubría una pared entera, llena en su totalidad con libros y fotografías. Fotografías de Número Tres donde ella parecía ser una persona totalmente distinta a lo que nosotros conocíamos. Se veía tan tranquila, tan alegre... Y en las imágenes también aparecía el mismo pequeño que tenía ese cabello rizado que tan bien le sentaba a ella. Eso, y el hombre de acento latino. En una de las fotografías vimos que aparecían ellos dos, el hombre y nuestra profesora, vestidos como el novio y la novia. Se encontraban en un bello altar adornado con flores de color rojo. Ambos lucían tan enamorados, tan felices... Esa mujer de las fotografías no parecía ser nuestra sádica y desquiciada profesora.
— ¡Mi amor, tienes visitas!
El hombre de acento latino pronunció esas palabras, mi amor, en perfecto español.
Devon y yo nos alejamos de la estantería de fotografías en cuanto vimos surgir a Número Tres, que iba vestida con un conjunto fresco y casual. Siempre de colores oscuros, era una regla de la Elite. Vestida de esa manera lucía incluso un poco más joven. Nos miró con indiferencia y asintió, dirigiéndose a la cocina al mismo tiempo que decía:
—Siéntense, les serviré algo de beber.
Obedecimos, no estábamos seguros de poder negarnos a hacer cualquier cosa que ella dijera a pesar de no estar en el Instituto. El hombre de acento latino ocupó una silla que se encontraba frente a un escritorio, tomó un sobro de humeante café americano y comenzó a teclear velozmente en un ordenador de última generación.
Escuchamos a ambos, a Número Tres y al hombre, conversar en perfecto español. Mientras esperábamos, Devon llamó mi atención al ver algo sobre la mesa de centro del salón. Me dio un leve empujón en los hombros para hacerme mirar hacia ese sitio y lo que vi me dejó permanentemente perturbada. Eran planos, sobre cómo alterar el cuerpo de un pequeño Pokemon que en ese momento no pude reconocer. Era de color rosa, muy adorable y pequeño. En los planos decía algo sobre cómo aumentar sus capacidades mentales, sobre cómo forzar su desarrollo... Sobre cómo alterar cada pequeña parte de su cuerpo.
Devon y yo nos miramos, confundidos y angustiados, pero optamos por guardar silencio.
La curiosidad mató al gato.
—Espero que puedan quedarse a cenar con nosotros —nos dijo Número Tres cuando volvió—. Prepararemos algo delicioso. Enchiladas —dijo en español—. Es la receta favorita de mi esposo.
—Así que usted está casada con ese hombre —le dije cuando ella dejó frente a nosotros los vasos con limonada que nos había servido.
Ella asintió.
—Ray Williams —nos dijo.
— ¿Es un Entrenador Pokemon como usted? —le preguntó Devon.
Ella reprimió una sonrisa y evitó responder, aunque pronto pudimos ver que el señor Williams tenía un pequeño acompañante debajo de su escritorio: Un adorable Chikorita que dormitaba sobre un cojín de color rojo.
Número Tres dejó también dos platos para mascotas en el suelo y ocupó un asiento en otro de los sofás del salón. Inmediatamente vimos aparecer a Arcanine, quien se acurrucó a los pies de nuestra profesora y nos miró con abrumadora intensidad.
—Pueden liberar a sus Pokemon —nos dijo ella—. Estoy segura de que también querrán beber algo mientras están aquí.
Lo hicimos. Bulbasaur saltó a uno de los sofás, tan maleducado como era su costumbre. Eevee, por el contrario, permaneció sentado a los pies de Devon. Número Tres se mantuvo indiferente.
— ¿Han venido solos? —nos preguntó.
Asentimos.
Tuve que levantarme para sujetar Bulbasaur y así evitar que hiciera estragos que después yo tendría que pagar con mis pocos ahorros.
—Bien —nos dijo Número Tres—. En ese caso, quiero que me digan todo lo que saben acerca de Jacqueline Roosevelt.
Ambos contamos la historia, al menos hasta donde la conocíamos. Número Tres asentía y el señor Williams se mantenía en silencio, totalmente ajeno a nuestra conversación. Para mí fue... desagradable contar las mismas atrocidades que hacían llorar a Jackie. No pude evitar mostrar mi indignación cuando llegué a la parte de la historia que relataba la marca de esa mano masculina en la entrepierna de mi mejor amiga. Nuestras palabras no tuvieron ningún efecto en Número Tres, ella permaneció en silencio y siempre esbozando una expresión de fría seriedad.
Era como si hubiera nacido con ella.
Al terminar nuestro relato, ella soltó un profundo respiro y acachó un poco la mirada. De ella salía cierto aire pensativo que la hacía parecer la misma mujer que veíamos nosotros todos los días en el Instituto.
—Es importante que entiendan que existen cosas que nadie debe saber —nos dijo en voz baja y confidencial—. Ustedes han hecho bien al haber querido buscar ayuda, pero Roosevelt no debió haber hablado con ustedes. La principal regla de la Elite es nunca hablar de lo que sucede dentro.
—Pero no podemos permitir que algo como esto deje tan herida a Jackie —me quejé indignada—. He visto que ella no pudo contener las lágrimas mientras nos explicaba lo que ese hombre hizo con ella. Si reaccionó de esa manera tan sólo al explicarlo, ¿puede usted imaginar el dolor que siente, en su cuerpo y en su corazón, cuando eso ocurre?
—La segunda regla es olvidar todos tus sentimientos —respondió ella—. Después de un tiempo, un largo tiempo, el dolor deja de sentirse. Ese no es un gran consuelo, lo sé.
—No es para nada un consuelo —dijo Devon—. Tiene que haber algo que podamos hacer para ayudar a que ese hombre deje de lastimarla. No se trata solamente de lo que hace con su cuerpo, se trata de que él intente convencerla de que los Pokemon merecen ser tratados con toda la crueldad de la que un ser humano es capaz. ¿Puede creer que ella ha tenido que ver cómo su hermano envía a Koffing a matar a los Pokemon inocentes?
Número Tres suspiró con pesadez.
—Hay cosas que no podemos controlar, chicos —nos dijo—. También yo quisiera evitar que Roosevelt sufriera todo ese dolor. Pero, desgraciadamente, no podemos inmiscuirnos en los asuntos de la Elite.
—Usted está intentando decir que ni siquiera tiene sentido que hayamos venido a verla —dijo Devon—. Creí que usted iba a ayudarnos.
—Lo haré —aseguró Número Tres—, pero no puedo hacer lo que ustedes quieren. No puedo interferir, no a costa de mi... —Se detuvo de golpe e inmediatamente cambió la palabra que estaba por decir—. Mi trabajo.
Yo supe que no era eso lo que quería decir.
Lo que ella en realidad quería decir era que no podía poner en peligro su vida.
Fue eso lo que me dio el valor para espetarle, aún a costa de mi permanencia en el Instituto:
—Usted ha confrontado antes a la Elite —le dije—. Yo lo sé, la vi con mis propios ojos. Estaba enfrentando a otros miembros del Alto Mando, durante la prueba de la Búsqueda del Tesoro. Usted se negó a aceptar que ellos quisieran asesinar sin razón a los estudiantes.
Devon me miró entre confundido e impresionado. Yo sólo miraba a Número Tres. Ella separó los labios, impactada, y musitó:
—Eres una testigo —me dijo, incrédula—. Skyler, ¿tienes idea de la cantidad y magnitud de los problemas que podrías tener gracias a tu tendencia de observar y escuchar lo que no deberías?
— ¿Es mi culpa? Esto no sería necesario si nada de esto hubiera ocurrido.
Silencio.
Incómodo silencio.
Número Tres esbozó media sonrisa, como si mi actitud firme le causara gracia.
—Tienes una personalidad muy fogosa, Skyler —me dijo—. Si te mostraras tal cual eres en mi clase, sin duda serías la mejor.
—Número Tres —llamó Devon—, ¿me permitiría hacerle una pregunta?
—Adelante.
— ¿Cómo pretende ayudarnos, si ninguno de nosotros puede hacer nada para salvar a Jackie?
Ella no se detuvo a meditarlo.
—La única forma de intervenir, a muy pequeña escala, es formando parte de ese círculo —nos explicó—. Por supuesto, existen riesgos. Y es ahí donde entraré yo. Skyler —dijo, mirándome con firmeza—, esta misión depende de ti. Yo estaré vigilando de cerca todos tus pasos, asegurándome de que estés a salvo. ¿Estás dispuesta a hacerlo?
Yo no necesitaba pensarlo.
—Sí.
Ella sonrió.
—En ese caso, quiero que consigas dormir una noche en la mansión de los Roosevelt, con Jackie.
Asentí, decidida.
— ¿Eso cómo podría funcionar? —Intervino Devon—. ¿Qué resolveríamos con eso?
Y Número Tres sólo nos miró con complicidad, tan intensa que sólo podía pertenecerle a ella.
—Confíen en mí —nos dijo—. Es todo lo que necesitan hacer.
Ella nunca nos mencionó ningún detalle más acerca del plan.
Por supuesto, ahora que han pasado los años, sé que las cosas ocurrieron de forma contraria a lo que ella buscaba. Pero, a pesar de todo eso, hoy estoy segura de que Número Tres fue el mejor modelo a seguir que pude encontrar en la vida.
—Me habría encantado conocerla.
—Sí, era una mujer muy valiente.
—Igual que tú.
—Te equivocas, yo jamás fui valiente.
— ¿En verdad? No te creo.
—Es cierto. Constantemente sentía miedo. Y, cuando comencé a adentrarme en el oscuro mundo de la Elite, conocí lo que es en verdad sentir temor.
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