Capítulo XIII

     — ¿Eso significa que aunque podían hacerlo, hacer alianzas estaba prohibido?

     —Un Entrenador Pokemon sabe adaptarse al medio.

     —Eso no responde a mi pregunta.

     —Yo creo que sí. Sucede que siendo alumnos de Número Tres, no teníamos que detenernos a pensar demasiado las cosas. Sólo teníamos que obedecer a lo que ella decía, era la única manera en la que podíamos aprender lo que ella quería enseñarnos. Y una de sus lecciones fue esa, aprender a adaptarnos al medio. Esto quiere decir que si teníamos que trabajar en equipo, sabríamos hacerlo. Y si teníamos que estar por nuestra cuenta, también sabríamos hacerlo.

     —Sigo sin comprender.

     —Piensa que inicialmente, doscientos de nosotros no podríamos superar la prueba de la Búsqueda del Tesoro. Ahora imagina que la única manera de superarlo, era traicionando a nuestros aliados.

     —No lo entiendo.

     —Ya lo entenderás.

 

     Cuando llegamos a la imponente entrada, Número Tres nos ordenó que formáramos una fila para pasar a uno de los módulos que estaba señalado con el número tres. La persona que atendía el módulo registró nuestra asistencia en una lista que contenía nuestros nombres y fotografías, nos tomó una pequeña muestra de sangre que almacenó en un tubo de ensayo marcado con el nombre de cada uno de nosotros y entró un par de datos en un ordenador. Acto seguido, tomó una jeringa pequeña que colocó en nuestro antebrazo izquierdo, presionó el émbolo e introdujo un líquido tan pesado y doloroso como una inyección de aceite.

     — ¡Auch!

     —Lo sé.

 

     Ese líquido contenía el chip localizador, que se activó en el momento exacto en que entró en mi torrente sanguíneo. En la pantalla del ordenador apareció un mensaje:

SKYLER CROWN

ACTIVADO

PRESIÓN ARTERIAL: NORMAL

 

     Antes de terminar con nuestra estancia en el módulo, se nos entregaba el arma que disparaba los dardos y una mochila que esas personas abrían para mostrarnos el contenido: una botella de agua vacía, un saco para dormir, treinta Pokebolas de color negro con detalles en púrpura y doscientos dardos de repuesto. Nos mostraban cómo usar el arma y nos indicaban que debíamos avanzar hacia la puerta para que ellos pudieran seguir atendiendo a los demás. Todos los preparativos duraron casi una hora, hasta que al fin pudimos escuchar que la voz de Número Uno nos llamaba por los altavoces.

     — ¡Bienvenidos! —Nos dijo—. A continuación abriremos las puertas para que ustedes puedan entrar. Se les recuerda a todos los estudiantes que no podrán permanecer a menos de un kilómetro de distancia de las rejas que delimiten el territorio del Campo de Prácticas. Se evaluará todo lo que ustedes hagan allí dentro y debo recordarles que no hay reglas, así que todo estará permitido. ¡Buena suerte, jóvenes Entrenadores!

     Los nervios se apoderaron de mí.

     Devon tomó entonces mi mano con fuerza y me dijo:

     —Sujétame con fuerza. Yo correré y tú tratarás de seguirme el paso, ¿de acuerdo?

     Asentí, estaba consciente de que yo era tan lenta como una tortuga a la hora de correr.

     Vi a los hermanos Roosevelt reír a carcajadas, así como otros de nuestros compañeros estaban por demás ilusionados por participar. Algunos incluso ya habían liberado a sus Pokemon y ellos, al igual que sus Entrenadores, estaban más que listos. Yo, por supuesto, estaba muriendo de miedo. De alguna manera supe que esa prueba sería una pesadilla eterna para mí. No poseía las habilidades suficientes como para sobrevivir en algo que tenía tantas exigencias. Podría hacerlo bien mientras Devon estuviera conmigo. Pero si él desaparecía, si me traicionaba o si llegábamos a separarnos, no duraría mucho tiempo. Mis manos sudaban, a Devon no le importó y me dio un apretón mucho más fuerte. Su apoyo y su amistad eran lo único que tenía, mi único soporte.

     Un dato curioso e importante es que cuando Sheryl tuvo que presentar esa prueba, ella no necesitó aliados. Ganó un gran record, incluso, pues en menos de un día consiguió las cinco Pokebolas de Oro y atrapó a los diez Pokemon reglamentarios. En ocasiones me pregunto si acaso ella se sintió tan nerviosa como yo lo estaba, aunque al instante sé que no es así. La diferencia entre nosotras fue que ella nació con el talento y la habilidad en sus manos, yo lo obtuve mucho tiempo después.

     Escuché de repente la voz de Número Tres a mis espaldas. Supe que se dirigía a mí, pues era como si se hubiera inclinado para susurrar algo a mi oído. Sus palabras fueron:

     —Busca bajo la tierra.

     Cuando me giré, me di cuenta de que ella se alejaba a toda velocidad de la multitud de estudiantes para evitar ser aplastada cuando se diera la señal.

     — ¿Estás bien, Sky? —me preguntó Devon de repente.

     —Sí —musité insegura—. Sólo estoy un poco nerviosa.

     Decidí no decir nada acerca de lo que había escuchado, pues ni siquiera yo entendía a qué se referían las palabras de Número Tres.

     — ¿Sky?

     —Era mi sobrenombre. Sky, es más corto que Skyler.

     — ¿Y tú cómo lo llamabas?

     —Dev.

     —Esperaba algo más romántico como: mí querido Dev, mi amado Dev, mi príncipe Dev…

     — ¡Oh, cierra la maldita boca! ¡Éramos unos niños!

     —Eso es lo que todos dicen.

 

     Escuchamos las sirenas cuando llegó el momento. Devon me dio un apretón mucho más fuerte, mi respiración se agitó y a la vez sentía que no podía respirar. Se trataba de la ansiedad. Vi a mi prima Chloe dedicarme una sonrisa tranquilizadora, aunque en sus ojos también se reflejaban sus deseos de aplastarme.

     —Sky, mírame.

     Devon me tomó por la barbilla con un par de dedos y giró mi rostro hacia el suyo, nuestras miradas se conectaron y me pareció absurdo que él luciera tan tranquilo.

     —No te sientas nerviosa —me dijo—. Puedes hacerlo, para esto hemos estado entrenando. Yo creo en ti.

     Asentí con torpeza y tomé una fuerte bocanada de aire que retuve dentro de mis pulmones durante un par de segundos. Escuchamos entonces el último sonido de la sirena, que se alargó durante treinta segundos. Ni bien se apagó, a pesar de que el eco seguía presente, todos echamos a correr a gran velocidad. Tuvimos que esquivar algunos dardos que llegaban desde nuestras espaldas. Por un momento me pareció que era una masacre, a decir verdad. ¡Imagina la sangre que hubiera corrido si nos hubieran dicho que utilizáramos armas de verdad! Muchos de nuestros compañeros perdieron su primera oportunidad en esos primeros minutos. Un par de ellos cayó al suelo y ambos sufrieron de convulsiones. Otros más disparaban a diestra y siniestra, sin tener algún objetivo fijo. Otros se detenían en cualquier sitio aleatorio y comenzaban a escavar o a arrancar la corteza de los árboles aunque las palmas de sus manos sangraran. Iban en busca de las Pokebolas de Oro. Nosotros seguimos corriendo sin parar… En realidad, él corría y yo arrastraba los pies detrás de él. Nos detuvimos en seco cuando un dardo pasó a pocos milímetros de su cabeza. Se detuvo, yo fui a dar de rodillas al suelo por la inercia, y lanzó una Pokebola de la que salió un imponente Hitmonlee. El Pokemon de Devon abatió al sujeto que nos había disparado, dos golpes bastaron para que él cayera al suelo. Devon corrió hacia él, tomó sus posesiones y su arma, me tomó de la mano de nuevo y seguimos corriendo. Hitmonlee nos seguía, él poseía la misma velocidad y la misma resistencia que Devon. Ese Pokemon nos fue de mucha ayuda para protegernos del ataque de Hojas Navaja de un Chikorita que acompañaba a una de las estudiantes de Número Ocho, que tenía sobrepeso y tuvo que detenerse para tomar un poco de aire, momento que yo aproveché para disparar y sacarla del camino.

     — ¡Veo una cabaña! —dijo Devon.

     Al llegar a la puerta de la cabaña, fuimos interceptados por un par de estudiantes de Número Uno. Era fácil reconocerlos, pues ellos tenían cierto aire umbrío que resultaba incluso perturbador. Iban acompañados por un Tentacruel y un Scyther. Hitmonlee se enfrascó en una batalla contra Scyther, en la que obtuvo un par de severos golpes y rasguños antes de poder vencerlo. Un impulso me llevó a lanzar mi Pokebola y exclamar:

     — ¡Ve, Bulbasaur! ¡Ataca!

     El ataque de Bulbasaur no fue lo que yo esperaba. Él tan sólo sujetó con fuerza a Tentacruel, momento que Hitmonlee aprovechó para abatirlo igualmente con una fuerte patada. Devon disparó dos dardos que se impactaron en la garganta de esos dos sujetos. Ellos cayeron al suelo y comenzaron a convulsionarse, al igual que los otros.

     —Entraré a buscar comida, tú registra sus posesiones y guarda en tu mochila todo lo que ellos tengan —me ordenó Devon y lo perdí de vista.

     Obedecí al punto, a pesar de que mis manos temblaban y el miedo no me dejaba respirar. Lo que encontré en los bolsillos de esos dos chicos fue útil, por demás. Dos sacos para dormir de repuesto, un par de chaquetas cálidas, al menos un kilo de manzanas y tres hogazas de pan, dos botellas de dos litros de agua, lo cual sumaba a cuatro litros de agua para Devon y para mí, dos navajas de bolsillo y, por supuesto, sus armas y sus dardos de reserva.

     Me sobresalté cuando sentí la mano de Devon sobre mi hombro derecho y estuve a punto de dispararle, pero él lo evitó tomando mi muñeca con fuerza par que yo pudiera mirar antes de quién se trataba. Vi que llevaba a cuestas un saco de tela de color marrón, tan pesado y grande que supuse que no tendríamos problemas para cenar esta noche. Le entregué con manos temblorosas una de las navajas de bolsillo y el sonrió radiantemente.

     — ¡Bien hecho, Sky! —celebró y me dedicó un guiño.

     Yo solté una risita tonta.

     Volvimos a correr, pues el efecto de los dardos no duraba más de tres minutos y teníamos que habernos ido antes de que ese par de chicos despertara.

     Aquella noche encontramos una cueva en la que dormimos, haciendo guardias para verificar que ningún amigo quisiera acercarse a nosotros.

     Terminaba el primer día, pero nosotros nos habíamos abastecido con suficientes provisiones como para una semana entera.

     — ¿Y se besaron?

     — ¡¡Maldita sea!! ¡¡Éramos unos niños!!

     — ¿A qué edad diste tu primer beso?

     — ¿Qué tiene eso que ver con la búsqueda del tesoro?

     —No lo sé, pudo haber ocurrido allí.

     — ¿Cómo estás tan segura?

     —Porque te has sonrojado. Y luces muy linda cuando estás sonrojada.

     —Maldita sea… ¡Maldita sea!

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