twenty-six - game of survival (HOMECOMING)

chapter xxvi.
( post-avengers )

¿quién está en las sombras?
¿quién está listo para jugar?
esto es un salvaje juego de supervivencia
game of survival ─── ruelle

nueva york, nueva york
4 de mayo, 2012
( punto de vista en tercera persona )

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Michael Allan caminaba por lo que quedaba de la ciudad, su expresión en blanco y sus manos frías. Sus manos siempre estaban frías. Los edificios que solían ser rascacielos ahora rascaban las suelas de sus zapatos de cuero negro. Los autos volaban en pedazos, las farolas colgaban de las calles y la sangre aún manchaba el cemento. Los escombros y los restos alineaban su camino hacia adelante. Era como si todo se estuviera burlando de él con cuánto fue destruido y cómo logró sobrevivir. El cielo era azul y el sol brillaba, pero ninguno debería haber estado así.

El mundo tendría haber terminado.

Y así fue, al menos en la mente de Michael.

El zapato de su pierna floja chocó contra los cristales rotos y la grava cuando se detuvo al final de la calle. Lentamente, giró la cabeza hacia atrás y sus ojos verdes se deslizaron por el costado del edificio que se extendía ante él. Sus labios se torcieron y sus ojos parpadearon con oscuridad, parado a los pies de la Torre Stark con una solitaria 'A' colgando a un lado.

Qué irónico que estos "héroes" emprendieran una invasión y todos lograran sobrevivir mientras que muchos otros que solo intentaban huir no.

Dios, era repugnante para el joven.

Sus manos oscuras se apretaron lenta y cuidadosamente en puños que estiraban su piel y los cortes tallados. Su pierna floja se arrastraba muy ligeramente detrás de él al caminar por la calle, sus manos se aflojaron de su agarre mortal y sus ojos cayeron sin emoción nuevamente. Al acercarse a la biblioteca derrumbada, pudo escuchar el zumbido de la maquinaria y el fuerte parloteo de los hombres que trabajaban. Andando por la puerta cubierta de lona, los hombres del equipo miraron lentamente al joven que conocían, habiendo oído muchas historias de él, especialmente de los días anteriores.

—Las cosas nunca volverán a ser como antes.

Oh sí, todos habían escuchado lo que había pasado con Michael Allan.

—Fíjate en esto. Hay alienígenas. Hay gigantes verdes destrozando edificios.

Adrian Toomes estaba a una buena distancia con Phineas Mason, sosteniendo un dibujo reciente hecho por su hija de doce años. Había esbozado el gran agujero de gusano azul en el cielo y los "héroes" dispersados por la ciudad en llamas. La joven no entendía cómo fue durante la batalla real. Michael no la culpaba. Para las personas que no estuvieron allí, era simplemente una historia, una fantasía, un juego. Nadie podría entender que les hizo a los que huyeron.

Y por mucho que Michael lo quisiera, quería que supieran que nunca lo iban a hacer.

Toomes echó la cabeza hacia atrás y miró a Mason antes de que levantara el dibujo.

—Cuando yo era un crío, dibujaba vaqueros e indios.

—Se llaman nativos americanos, pero... —Mason murmuró y sacudió la cabeza, frotándose la nariz—. Da igual.

—Ya —Toomes lo ignoró por completo,y aún estudiando el dibujo a través de sus lentes—. Aunque te diré algo. No está mal, ¿eh?

—No. Sí —Mason simplemente complacía a su jefe—. La cría tiene futuro.

—Sí, bueno... —Toomes frunció el ceño en recuerdo de su primogénito, esperando que las cosas no salieran igual para su hija mientras miraba la destrucción que los rodeaba—. Ya se verá.

Los helicópteros volaban en el cielo, escudriñando las ruinas de lo que quedó después de la Batalla de Nueva York. Toomes caminaba a través del metal y el concreto caídos, hablando con su personal desarmando la maquinaria que quedaba de los Chitauri. Michael se hizo a un lado, escuchando el zumbido de las máquinas, apoyándose en su pierna para aliviar el dolor.

—¡Mike!

Al oír su apodo, Michael se volvió lentamente hacia su padre y no se molestó en sonreír al tiempo que Adrian Toomes caminaba hacia él. La cara arrugada del hombre adquirió una expresión descarada y sus delgados labios se torcieron en un ceño sombrío.

Toomes puso sus manos al costado de su mono azul sucio.

—Vaya, chico, no esperaba verte afuera tan pronto después de...

—Vivo para desafiar las expectativas —los labios de Michael apenas lograron una sonrisa amarga.

Toomes asintió entendiendo y hubo una pequeña pausa.

—¿Qué has estado haciendo, Mike? Tu madre y tu hermana han estado preocupadas, todos lo hemos estado.

—No mucho por el momento —el joven estaba rígido en su lugar, respondiendo con una voz tan lejana y poco familiar para los oídos de su padre—. Creo que he estado buscando algo para pagar todo lo que sucedió. Todavía no ha aparecido nada.

Y aun así, Toomes no lo entendió, no podía.

—Eh, si alguna vez necesitas un trabajo para pagar esas facturas, puedes hablar conmigo. Al equipo le encantaría tenerte.

Michael soltó una risa entrecortada y burlona.

—No siempre se trata del dinero, papá.

—El dinero paga por todo lo que pasó, ¿me oyes? —Toomes señaló a su hijo antes de que uno de sus tripulantes llamara su atención al final—. ¡Ah, hola! Me alegra que hayas madrugado.

—No me ha sonado la alarma —Jackson Brice movió sus manos descuidadamente.

—Ya, ya, la alarma... —se burló Toomes con incredulidad.

—Y, mira quién está aquí. Michael —Brice asintió con la cabeza al joven que lo miraba inexpresivo con las cejas arqueadas y la mandíbula cerrada—. Ha pasado tiempo, chaval —Brice dio un paso hacia él de una manera casi desafiante, entrecerrando los ojos al joven con el que nunca se había llevado bien—. Te ves echo una mierda, tío.

—No tan mal como estarás tú si no te alejas en menos de un segundo... —la expresión dura de Michael se convirtió en una sonrisa amarga, mostrando solo la comisura de sus dientes—, tío.

Y se produjo un breve silencio entre los dos hombres, ninguno de ellos mostró ninguna señal de retroceso por un largo momento.

Finalmente, Brice se burló y comenzó a alejarse, señalándolos.

—Toomes, mejor vigila a tu hijo.

—Mi hijo está bien —Toomes ladeó la cabeza y le gritó—: Ve a apilar ese blindaje como te pedó. ¡Este curro es una pasada para nosotros!

Mirando la retirada de Brice, Michael simplemente negó con la cabeza.

—Uno de estos días, podría matar a ese tipo.

Toomes miró a Michael, listo para hablar, hasta que una voz femenina se adelantó.

—¡Atención, por favor!

Todo el sonido dentro de la biblioteca se extinguió cuando un grupo de una mujer de pelo blanco y un par de lo que parecían ser agentes del gobierno atravesaron la lona. Las cejas de Toomes se doblaron en confusión y los dedos de Michael comenzaron a temblar ante la vista, creando un latido desigual contra el muslo de su pierna floja.

La mujer de cabello blanco cruzó las manos frente a ella.

—De acuerdo con la Orden Ejecutiva 396B, todas las operaciones de limpieza post-batalla están bajo nuestra jurisdicción. Gracias por su servicio. Esto es nuestro.

Y así, la mujer esperaba que todo estuviera arreglado.

—¿Quiénes son ustedes? —cuestionó Toomes.

—Personal cualificado.

—Mire, yo tengo un contrato municipal para recoger todo esto. Así que, si hay algún problema...

La mujer lo interrumpió rápidamente, haciendo que los dedos temblorosos de Michael se volvieran un poco más violentos contra su pierna.

Discúlpeme, señor Toomes, pero ahora todas las operaciones de recogida están bajo nuestra jurisdicción. Entreguen todos los materiales exóticos que hayan recogido...

Mason y Michael apenas se miraron mientras el primero sostenía un brillante objeto alienígena en su mano. Michael bajó ligeramente la barbilla hacia el bolsillo del hombre, notando que el brillo púrpura desapareciera dentro de la tela.

—... o seréis procesados.

—Pero, señora... —Toomes miró a los demás antes de que él diera un paso adelante para razonar con ella—. Por favor, vamos. ¡Espere! Venga... —ella se irritó con lentitud y se volvió para mirarlo con los labios fruncidos—. He comprado camiones para este trabajo. He traído a un nuevo equipo. ¡Esta gente tiene familia! —le hizo un gesto a Michael en una demostración que rápidamente cayó hacia el suelo—. Yo tengo familia. He arriesgado cantidad. ¡Podría perder mi casa!

—Lo siento, señor —respondió ella sin demasiada atención en su voz—, yo no puedo hacer nada.

—Y Dios sabe que ninguno de vosotros puede hacer nada —lanzó Michael a la mujer, sus labios fruncidos amargamente.

Un tipo trajeado detrás del joven habló con un tono asquerosamente burlón:

—Así, la próxima vez, no se extralimitará.

La zona quedó en silencio. Los ojos verdes de Michael brillaron y giró la lengua alrededor de sus dientes, volviéndose a mirar al del traje.

Toomes echó la cabeza hacia atrás y le dio una sonrisa sarcástica, preguntándole con gran incredulidad:

—¿Cómo ha dicho?

Brice levantó las cejas y soltó un silbido, mirando hacia el piso.

Cuando el hombre permaneció en silencio, Toomes siguió jugando y miró a los demás.

—Sí. ¡Tiene razón! —se encogió de hombros ante Michael, cuya mandíbula estaba haciendo click dentro y fuera de lugar—. Siempre me extralimito.

El hombre se dio la vuelta y pegó un puñetazo al del traje. Los agentes alrededor gritaron enojados y levantaron sus armas hacia él. Michael inmediatamente pateó una de las piernas del agente, haciendo un fuerte crujido repugnante, antes de sacar el brazo del hombre de su zócalo y obligarlo a apuntar el arma hacia su propio cuello. Aunque ahora dudaba, Toomes mantuvo el puño ligeramente levantado y Herman Schultz se deslizó hacia adelante con un fragmento de metal en la mano.

—¡Oh, oh, oh! —la mujer extendió una mano y se interpuso entre el desastre—. Basta. ¡Bajad las armas!

Michael apretó los dientes y empujó al agente, cojeando hacia atrás mientras el resto de los agentes bajaban sus armas. Todos se pararon en una postura tensa e inmóvil, mirándose y esperando el primer movimiento. La mujer asintió a sus hombres y ellos comenzaron a alejarse, antes de reducir la velocidad y darle a Toomes una última mirada.

—Si tiene alguna queja, preséntesela a mis superiores.

Sus superiores —Toomes se giró y gritó—. ¡¿Y quién diablos son?!

Una vez que la oscuridad se estableció y el negro reemplazó el cielo azul brillante, los últimos miembros restantes del equipo que aún no habían renunciado se sentaron en el almacén de la Compañía de Recogida Toomes. Brice yacía tendido en uno de los sofás baratos, Mason jugueteaba con algunos de los dispositivos sobrantes que logró enganchar antes de que los agentes se fugaron con el resto. Michael se sentó en la parte superior de un escritorio con la pierna floja estirada frente a él, mientras que Schultz y Toomes se encontraban a unos metros de distancia, los tres mirando la televisión.

—Creado por Industrias Stark —dos imágenes de Tony Stark y su hija de dieciséis años, Lisa, permanecieron en la pantalla— y el gobierno federal, el Departamento de Control de Daños supervisará la recogida y el almacenamiento de objetos extraterrestres y materiales exóticos.

Schultz se reclinó en su asiento.

—Ellos provocan el lío y ahora cobran por limpiarlo.

—Sí —Mason se quejó, todavía inclinándose sobre los dispositivos Chitauri—, es un mamoneo.

—Es solo un juego... —Michael se detuvo, recostándose en la silla con un palillo de dientes situado entre sus prístinos dientes blancos.

El informe de noticias decía:

—Los expertos estiman que hay más de mil quinientas toneladas de material exótico desperdigado por toda la zona tri-estatal.

Toomes se puso de pie rápidamente, su expresión brilló con ira cuando Mason hizo que una de las máquinas alienígenas zumbara y flotara.

—¡Eh, jefe! —Toomes echó un vistazo, viendo a uno de su equipo levantar una lona desde la plataforma de un camión que seguía lleno de tecnología. Las cejas de Toomes se hundieron y dio un paso hasta allí—. Habrá que entregar este montón, ¿no?

—Yo paso —Brice se burló desde donde yacía tumbado.

Michael apartó los ojos del hombre y apretó los dientes con más fuerza dentro del palillo creando pequeñas hendiduras.

—Es una pena, podría haber fabricado virguerías con esa chatarra alienígena.

—¿Sabéis qué?

—Nos la quedamos —los ojos de Toomes se dirigieron a su hijo—. ¿Y tú, Mike? ¿Te gustaría echar una mano?

Michael miró la pantalla del televisor por un momento más, sus ojos se perdieron en las imágenes de los Stark que se mostraban ante él.

¿Quería echar una mano durante este recorrido?

¿Quería que finalmente pagaran por las cosas?

Los ojos verdes de Michael se volvieron hacia su padre, asintió levemente y sus labios se deslizaron en una casi sonrisa.

—¡El mundo está cambiando! —Toomes apartó la vista de su hijo—. Es hora de que cambiemos nosotros.

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